Bordiga versus Pannekoek

Escrito por Antagonism Press

Entre los años 2000 -2001 (Tomado de Libcom)

 

Introducción a un folleto que examina cómo las izquierdas comunistas italiana y Germano-holandesa abordaron las cuestiones de la organización comunista, la conciencia y la clase.

Este artículo se publicó originalmente con, y hace referencia a, los artículos:

«Partido y clase», de Amadeo Bordiga/Partido y clase, de Anton Pannekoek Disponibles en PDF Aquí

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Partido, clase y comunismo

2001, ha pasado más de una década desde la caída del muro de Berlín, y el anuncio entonces del «Fin de la Historia» parece ahora no sólo ideológico, sino despreciable. La guerra abierta vuelve a Europa, no como un episodio aislado, sino endémico como una antigua enfermedad resistente a los antibióticos modernos. La economía mundial se precipita hacia la recesión. Muchas de las instituciones políticas del capitalismo internacional (G8, FMI, Banco Mundial) están más desacreditadas y suscitan más protestas que nunca. Al mismo tiempo, el desarrollo del capital no ha visto, como muchos esperaban, la construcción de más y más grandes fábricas en los países capitalistas más antiguos, sino el cierre no sólo de fábricas, sino de industrias enteras. Como consecuencia, ha disminuido el porcentaje de la población que aparece como el arquetipo de los trabajadores de la tradición marxista o sindicalista. Esto ha llevado a muchos a considerar la clase como una idea anticuada. Hablar de «partido» se considera a menudo aún más irrelevante por su asociación con el parlamentarismo (cada vez más gente, con razón, no vota y no ve por qué debería hacerlo) o el leninismo (cuando el legado bolchevique de la URSS/Europa del Este se ha desintegrado). Sigue leyendo

Jan Appel 1890-1985 / Autobiografía escrita en 1966

Jan Appel, 1890-1985, fue un comunista alemán y trabajador de astilleros cuya experiencia de la Revolución de 1918, tras la cual secuestró un barco de vapor con destino a Rusia, lo expulsó del Partido Comunista. Tras afiliarse al más radical Partido Comunista de los Trabajadores (KAPD), se trasladó a Holanda, donde participó en la resistencia holandesa durante la II Guerra Mundial y acabó cofundando el grupo comunista de izquierdas GIK (Grupo de los Comunistas Internacionales).

Me llamo Jan Appel y nací en un pueblo de Mecklemburgo en 1890. Fui a la escuela primaria y aprendí el oficio de constructor naval. Ya antes de mi nacimiento, mi padre era socialista. Yo mismo me afilié al Sozial-demokratische Partei Deutschlands [Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD)] cuando cumplí 18 años. Hice el servicio militar de 1911 a 1913, y después como soldado en la guerra. En octubre de 1917 me desmovilizaron y me enviaron a trabajar a Hamburgo como obrero de los astilleros. En 1918 convocamos una huelga de trabajadores de armamento. La huelga duró una semana entera en Vulkan-Werft. Nuestro lema era: «¡Por la paz!». Al cabo de una semana, la huelga llegó a su fin y se nos leyeron las cláusulas de guerra, ya que, según la ley, seguíamos haciendo el servicio militar. En esta época yo pertenecía a los Radicales de Izquierda de Hamburgo. Cuando en noviembre de 1918 se rebelaron los marineros y los obreros de los astilleros de Kiel, el lunes nos enteramos por los obreros de Kiel de lo que había ocurrido.

Entonces se celebró una reunión clandestina en el astillero, que estaba bajo ocupación militar. Todos los trabajos cesaron, pero los trabajadores permanecieron en sus puestos en el astillero. Una delegación de 17 voluntarios fue enviada a la sede de los sindicatos para exigir la convocatoria de una huelga general. Les obligamos a celebrar una reunión. El resultado, sin embargo, fue que conocidos dirigentes de la Allgemeine Deutsche Gewerkschaftsbund [ADGB] y del SPD adoptaron una actitud negativa hacia la huelga. Se producen fuertes discusiones que duran varias horas. Mientras tanto, en los astilleros Blohm und Voss, donde trabajan 17.000 obreros, estalla una revuelta espontánea durante la pausa del mediodía. Los obreros abandonan las fábricas y los astilleros Vulkan y se presentan ante el edificio de los sindicatos. Los dirigentes han desaparecido. Sigue leyendo

El comunismo de Consejos y la crítica del bolchevismo – Cajo Brendel

Cajo Brendel (1915-2007) fue una figura central de la segunda generacion del moviemento de los Comunistas de Consejos holandeses y uno de los ultimos, si no el ultimo, representante de ella. Cajo nació en La Haya el 2 de Octubre de 1915 a lo que era, en sus propias palabaras, una “familia pequeño-burguesa” que sufrió grandes dificultades tras la crisis mundial economica de 1929. Cajo muy pronto se interesó por las cuestiones sociales, siendo inicialmente simpatizante del trotskismo pero luego entró en contacto con miembros de la sección de La Haya del GIK (Grupo de Comunistas Internacionalistas). En septiembre de 1933 Cajo adhirió a las posiciones del grupo, diciendo luego que la experiencia fue como “pasar directamente de la guardería a la Universidad”. Por medio de este grupo Cajo desarrollo una relación directa con Antón Pannekoek y fue influenciado por escritores como Paul Mattick y Karl Korsch. En 1935, tras la separación del GIK de los grupos de Leiden, La Haya y Groningen por considerarlos demasiado “teóricos”, Cajo publicó con el grupo de La Haya el periódico Proletariër y, en 1937-1938 el Proletarische Beschiuwingen (Consideraciones Proletarias). Entre finales de 1938 y 1939 escribió semanalmente un artículo para el periódico anarquista De Vrije Socialist ( El Socialista Libre). Movilizado al Ejército en 1940, en las II Guerra Mudial, Cajo difundió un panfleto internacionalista entre sus companeros de armas. Tras su traslado a Berlín como prisionero de guerra, volvió a los Países Bajos de forma clandestina. Tras la guerra trabajó como periodista en Utrecht, y en 1952 se afilió al Communistenbond Spartacus, de cuya redacción formó parte. En la decada siguiente, escribió un gran número de artículos y folletos. El GIK se dividió en 1964 y Brendel se unió al grupo escindido que publicó a partir de 1965 el periódico Daad en Gedatche “consagrado a los problemas de la lucha obrera autónoma”. En 2005, de avanzada edad y ya retirado de la vida politica, fue trasladado a una casa de reposo. Fallecio el 25 de junio de 2007, a los 92 años de edad.

 

«Supongamos que la dirección central es capaz de distribuir todo lo que se ha producido de forma justa. Incluso entonces, el hecho es que los productores no tienen a su disposición la maquinaria de producción. Esta maquinaria no es suya, sino que se utiliza para disponer de ellos. La consecuencia inevitable es que los grupos que se oponen a la dirección existente serán oprimidos por la fuerza. El poder económico central está en manos de quienes, al mismo tiempo, ejercen el poder político. Cualquier oposición que piense de forma diferente sobre los problemas políticos y económicos será oprimida con cualquier medio posible. Esto significa que en lugar de una asociación de productores libres e iguales, como la definió Marx, existe una casa de corrección como nadie ha visto antes».

Esta cita, traducida libremente de un texto de hace setenta años, explica que las relaciones de producción, tal como se desarrollaron en Rusia después de octubre de 1917, no tienen nada que ver con lo que Marx y Engels entendían por comunismo. En la época en que se publicó el panfleto que acabamos de citar, el terror de los años treinta estaba por llegar. Era sólo una profecía. No hubo ningún acontecimiento político que provocara esta crítica de la sociedad soviética; esta crítica surgió de un análisis económico. Sobre esta base se entendía el estalinismo naciente como la expresión política de un sistema económico que pertenecía a una explotación capitalista de Estado, y esto contaba no sólo para el estalinismo.

El texto que acabamos de mencionar era obra de un grupo cuyos autores pertenecían a una corriente que surgió en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y adquirió un significado permanente. Esta corriente se caracterizaba por una aguda crítica tanto de la socialdemocracia como del bolchevismo. Era una corriente que analizaba detenidamente las experiencias cotidianas de la clase obrera, y así llegó a nuevas ideas sobre la lucha de clases. La corriente veía la socialdemocracia y el bolchevismo como el «viejo movimiento obrero»; la contradicción de esto era «un nuevo movimiento de los trabajadores». Sigue leyendo

La revuelta del Grupo Wagner y el curso futuro de la guerra

En enero de 2022 (y antes de la invasión rusa de Ucrania) estaba claro que el imperialismo ruso estaba operando desde una situación de miedo. Escribimos en Revolutionary Perspectives #19 que Putin era

consciente de la relativa debilidad de Rusia frente a las fuerzas combinadas de la OTAN. El propio ejército de reclutas ucraniano es el tercero más grande de Europa (más de 170.000 soldados en primera línea con muchos más en reserva), y está siendo reformado y reorganizado, lo que, con armamento nuevo y sofisticado de las potencias de la OTAN, lo hará más eficaz. A Putin le preocupa que Ucrania sea pronto lo suficientemente fuerte como para recuperar el Donbass.

El fracaso a la hora de capturar Kiev en la «operación militar especial» al principio de la invasión está en la raíz de la reciente «revuelta» de los wagnerianos. Aparte de las razones mencionadas, la incompetencia logística del ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y del comandante del Ejército ruso, Valery Gerasimov, también ha sido un factor, como ha dejado claro el jefe de Wagner, Yevgeny Prigozhin. Shoigu no es militar, sino un ingeniero civil de formación con un historial de éxitos en la gestión de emergencias civiles. El anterior ministro de Defensa fue destituido en 2008, después de que el Ejército ruso pasara apuros en Georgia, pero lo que también recomendó Shoigu a Putin fue que no estaba controlado por ninguno de los clanes oligárquicos que se disputan el poder a la cabeza del Estado ruso. Sigue leyendo

[Libro] Jean-Yves Bériou | Teoría revolucionaria y ciclos históricos

Escuchar Audio de la presentación en la Biblioteca Arlberto Ghiraldo

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Teoría y práctica, marxismo y anarquismo, socialismo revolucionario y anarco-comunismo, socialdemocracia, programa comunista, revolución y contrarrevolución.

Tópicos fundamentales y por demás abordados, pero aquí el autor ofrece un enfoque a contracorriente: el de la teoría revolucionaria en estricta vinculación a los ciclos históricos del capital, los cuales son, al mismo tiempo, ciclos de formas particulares de acumulación y de lucha del proletariado.

De este modo, adentrarnos en el pasado significa una vez más preguntarnos por el presente. Se trata de la producción de la teoría comunista como autocomprensión del movimiento proletario.

Escrito en 1973, este texto propone una reconstrucción de la lucha del proletariado desde sus orígenes, elaborada desde la perspectiva teórica de la «autonegación del proletariado», la cual tomó impulso en aquella década y cuya crítica forma parte del surgimiento de la teoría de la comunización.

¿Qué es eso del antifascismo revolucionario?

Al hilo del tiempo

AYER

Amadeo Bordiga abordó el tema del fascismo en numerosos artículos, entre 1921 y 1926. El fascismo era el problema número uno que el Partido Comunista de Italia (PCd´I ) debía afrontar en su acción durante estos años.

Ante todo, para comprender las tesis de Bordiga sobre el fascismo, es preciso diferenciar su pensamiento de la ideología antifascista.

Para el antifascismo, el fascismo se caracteriza esencialmente por la supresión violenta de la legalidad y las libertades políticas democráticas. Para Bordiga, dentro de la más pura ortodoxia marxista, el uso abierto de la violencia no caracteriza nada. La violencia en sí carece de significación precisa. Lo importante es analizar y concretar qué clase utiliza la violencia contra qué otra clase. Para Bordiga, el ABC más elemental del marxismo enseña que, en toda sociedad dividida en clases, la clase dominante ejerce la violencia para someter a la clase dominada.

Bordiga consideraba que la ideología que caracteriza el fascismo como una regresión a formas precapitalistas es ajena a la teoría marxista.

Las formas políticas no varían con la moda, sino que vienen determinadas por el conjunto de relaciones sociales imperantes, y su evolución depende no del azar, el capricho o la voluntad, sino del desarrollo económico y social de esa sociedad, esto es, de los cambios que se operan en esa estructura de relaciones sociales en su contacto con los acontecimientos históricos.

En el pensamiento de Bordiga, la aceptación por el proletariado de la ideología antifascista suponía defender la democracia, renunciando a sus intereses de clase, o lo que es lo mismo, renunciando a afirmarse como clase revolucionaria. Sigue leyendo

El capitalismo de Stalin / Notas sobre las teorías del capitalismo de Estado

La discusión que queremos introducir en este texto no es académica. Cuando era “Medianoche en el siglo”, para utilizar la afortunada y evocadora expresión de Víctor Serge, un puñado de compañeros y compañeras se atrevieron a pensar cuál era la raíz social de la Rusia de Stalin. En ese momento, tratar de discernir la verdad sobre ese fenómeno contrarrevolucionario era literalmente jugarse la vida. Muchos de estos compañeros y compañeras fueron perseguidos por ese motivo, algunos de ellos fueron asesinados por los sicarios del capital, en su forma “nacional-comunista”, “fascista” o “democrática”. Obviamente estas contribuciones, en las que colaboraron directa o indirectamente gente que hoy recibe los parabienes de la cultura dominante como Simone Weil o George Orwell, no fueron publicadas en libros académicos ni recibieron los elogios de los dominicales de la prensa burguesa. En esos momentos, en la década de los años treinta, Stalin era aliado de las principales potencias imperialistas de la época. Era uno más en la mesa de los depredadores imperialistas que se reparten la sangre del proletariado mundial. El embajador norteamericano en Moscú, Joseph Davis, compartía con Stalin no solo su nombre de pila sino la reivindicación de los Procesos de Moscú como un ejemplo de justicia universal. Para el resto de los Estados capitalistas mundiales, Stalin era un buen sueño, que les libera del espectro de la peor de sus pesadillas, la revolución proletaria mundial. Por eso un escritor hoy famoso, entonces un paria perseguido y que hacía parte de las listas negras de los eliminables, George Orwell, no podía ver publicado su Rebelión en la Granja. Ninguna casa editorial quería publicar un libro que criticaba al aliado en la II Guerra Mundial del Reino Unido y de Estados Unidos. Los aliados de clase, en una guerra imperialista, son sagrados para las burguesías. Nadie quería publicar al autor de Homenaje en Cataluña, un libro que no habla de nacionalismo a pesar de lo que pueda pensar algún docto despistado, sino de los sueños e intentos de revolución social masacrados por el stalinismo, el principal agente burgués en la España republicana de la época. La República, hoy evocada con nostalgia por tantos izquierdistas, no fue sino una enorme fosa común para miles de revolucionarios.

Como decimos, estas aportaciones no vieron la luz en los libros oficiales, sino en documentos internos, periódicos con tiradas reducidas, campos de concentración y cárceles desde Estados Unidos a Italia, desde la URSS de Stalin a la Barcelona de la II República. Así se construye nuestro partido de clase, a través de minorías revolucionarias que mantienen a contracorriente la importancia y la centralidad de nuestro programa y nuestros objetivos, la necesidad de luchar de un modo intransigente por una sociedad de mujeres y hombres libres, sin dinero ni clases sociales, sin mercancía ni Estado. Como veremos al final de este pequeño texto, esta es la tesis central de este trabajo. La centralidad del comunismo como negación de todas las categorías del capital, la comprensión de que la Rusia de Stalin no podía ser sino capitalista en la medida en que había mercancías, clases sociales, dinero, salario, empresas, un Estado en hiperinflación totalitaria… Sigue leyendo

[Libro] COMUNISMO ANTIBOLCHEVIQUE – PAUL MATTICK

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Paul Mattick, in memoriam

En febrero de 1981 moría en Cambridge (Massachussets) Paul Mattick. El hecho de que no fuera un santón del marxismo oficial o académico, contribuyó lo suyo a que su muerte pasara completamente desapercibida de los media, casi del mismo modo, como su vida y trabajo teórico, centrado en la crítica del capital en proceso, fueron soslayados por los círculos oficiales del debate marxista.

Casi tres años después, presentamos dos artículos, inéditos en castellano, que iban a formar parte, entre otros, del último libro que Paul Mattick preparaba en el momento de su muerte.

Es difícil resistir la tentación del elogio sincero del compañero muerto, sobre todo, para quienes somos en tan gran medida deudores del pensamiento marxiano desarrollado por P. Mattick. Sin embargo, lo evitaremos. Eludiremos la retórica fácil del panegírico, aunque sólo sea por lo contradictorio que resultaría tratándose de quien, como él, defendiera planteamientos tan alejados del «culto a la personalidad». Huiremos, igualmente, de cualquier veleidad propiciadora de la fetichización de su pensamiento. Nada más distante del sistema teórico-crítico de P. Mattick que la posibilidad de su encorsetamiento en la categoría de un «ismo» cualquiera incluído el marxismo o el «consejismo».

No vamos, tampoco, a cometer la pretensiosidad de intentar glosar en unos párrafos una obra que, como la desarrollada por P. Mattick a lo largo de su vida de activista, por su extensión y riqueza en sugerencias, superaría los límites e intenciones de lo que no pretende ser más que una presentación. Por eso mismo, pensamos que lo mejor que se puede hacer es dar a conocer su obra tal y como es: una sistematización rigurosa, precisa y crítica del desenvolvimiento histórico de la contradicción representada por el antagonismo Capital-Proletariado. Este es el motivo principal que nos mueve y al que queremos contribuir con la difusión de los dos artículos que a continuación presentamos.

Con todo, no queremos dejar pasar la ocasión de hacer algún comentario sobre la significación en la teorización del comunismo de este desconocido, -el cual pretendemos que lo sea menos-, cuya obra supone una aportación de indudable importancia a la hora de la elucidación teórica de las posibilidades reales del Comunismo, en tanto resultado de la acción de clase proletaria.

Pero, además, traemos a colación un nombre y una obra por lo significativos que pueden ser en unos momentos, como los actuales, en los que la generalizada abjuración del marxismo, lejos de inducirnos a la superación del mismo hacia la realización del Comunismo, viene a invitarnos al repliegue en los cenáculos de la ideología, de las formas culturales y a la liquidación, simple y llana, de la perspectiva de la lucha de clases. Los planteamientos críticos del tipo de los expuestos por P. Mattick abren nuevas posibilidades de comprensión de la contradictoriedad del Capital más allá de la apariencia engañosa de los fenómenos coyunturales. Y es, precisamente, por eso, porque se ubica en los resquicios de la contradictoriedad, por lo que la teorización deviene CRITICA, reflexión de una práctica que se proyecta en el sentido cambiante de la realidad configurada por la relación Capital-Proletariado.

 Quien contra viento y marea supo desentrañar en plena euforia keynesiana los límites de la economía mixta y los elementos de persistencia-latencia de crisis en las nuevas formas de la dominación del capital, incluso en coyunturas donde otros se dejaban obnubilar por el despliegue fascinante y espectacular de la circulación de las mercancías y anunciaban el final de la sociedad de clases (hombre unidimensional marcusiano), creemos que tiene algo que decir en estas horas oscuras en las que vivimos y en las que la práctica y reflexión comunistas parecen definitivamente colapsadas.

Paul Mattick, fue uno de esos «hijos proscritos» de Marx que, como R. Luxemburgo, Korsch, A. Pannekoek, H. Gorter, O. Ruhle, conjuraron el servilismo de la ortodoxia sin por ello obviar la crítica comunista marxiana diluida en los diversos sucedáneos ideológicos del marxismo.

La recuperación del nódulo fundamental de la sistematización crítica de Marx, que se concretaba en la teoría de la acumulación, como teoría de la crisis – o sea, el reconocimiento del capital en proceso, como contradicción–, lo que venía a conferir a la obra marxiana el carácter de arma teórica del proletariado frente a la ideología burguesa, cobra especial relevancia en Mattick en lo que respecta no ya a la tarea continuadora de la obra de Marx, sino de lo que esta contiene de expresión de la realidad cambiante del proletariado, haciendo exigible la profundización- superación de las aserciones fundamentales del propio Marx.

Es en este sentido, en el que hacemos una llamada de atención a propósito de la obra de P. Mattick. Es decir, sobre el hecho de que su perspectiva de teorización, así como la verificación empírica, en la realidad de la crisis rampante, de sus aseveraciones nos proporcionan los elementos fundamentales de continuación de la crítica de la Economía Política – real, práctica–, desde las bases históricas que representan la dialéctica Capital-Proletariado.

Por encima de todo, se trata de una reflexión formuladora de la realidad práctica de la lucha de clases; pero es más que mera constatación: es, por su propia naturaleza, una incitación a la continuación del combate concreto, cotidiano y colectivo del Proletariado por el Comunismo.

Revista Etcétera, marzo 1984.

El comunismo es la comunidad humana material: Amadeo Bordiga hoy

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Loren Goldner, 1991

Traducción: Non Lavoro

Biblioteca de Cuadernos de Negación

El siguiente artículo presenta las poco conocidas visiones del marxista italiano Amadeo Bordiga (mejor recordado, cuando se le recuerda, como uno de los «ultraizquierdistas» denunciados por Lenin en «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo»), sobre la naturaleza de la Unión Soviética y, en general, considera la tesis de que la cuestión agraria, fundamental para Bordiga en la caracterización del capitalismo, es la clave actual y poco discutida de la historia, tanto de la socialdemocracia como del estalinismo, las dos deformaciones del marxismo que han dominado el siglo XX. Propone la tesis de que la propia socialdemocracia europea (y sobre todo la alemana), incluso cuando hablaba un lenguaje ostensiblemente marxista, era una distorsión estatista del proyecto marxista, y, más bien, una escuela para una etapa superior del capitalismo, el emergente estado de bienestar keynesiano.

Durante muchas décadas, los marxistas revolucionarios han entendido las realidades sociales de la Unión Soviética, China y otras sociedades llamadas “socialistas”, como la negación del proyecto de Marx de la emancipación de la clase trabajadora y de la humanidad. Muchos teóricos, comenzando con Rosa Luxemburg en su «La Revolución Rusa» de 1918 , y seguidos por Mattick, Korsch, Bordiga, Trotsky, Schachtman o CLR James (por nombrar sólo algunos), han dedicado grandes energías a resolver la famosa “cuestión rusa”: el significado específico, para los marxistas, de la derrota de la revolución rusa y el éxito internacional del estalinismo. La diversidad de visiones desarrolladas en este debate parece confirmar, por sobre otras, la caracterización de un muy alejado del marxismo y la izquierda, Winston Churchill, para quien el sistema soviético era un “acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Los herederos contemporáneos de las teorías del “estado obrero degenerado”, el “socialismo de estado”, el “colectivismo burocrático”, el “capitalismo de estado” o la “sociedad de transición”, tienen todos sus análisis y explicaciones — muchas de ellas consoladoras — de la descentralización del bloque del Este después de 1989. Con un optimismo moderado, característico de la tradición marxista, la mayoría de estas corrientes tendieron a asumir (como lo hizo este autor) que el principal contendiente inmediato por el poder de la moribunda burocracia estalinista sería la clase obrera revolucionaria, que lucharía por fin por el socialismo real. Pocos previeron — más particularmente, pero no únicamente, los trotskistas, para quienes el bloque del Este aparentemente descansaba sobre cimientos socialmente superiores a Occidente — que el principal contendiente por la sucesión post-estalinista no sería el marxismo revolucionario sino un neo-liberalismo ciegamente pro-occidental inspirado por von Hayek y Milton Friedman, y las corrientes derechistas autoritarias resurgentes de entreguerras (con ex-estalinistas prominentes en ambas corrientes). Menos aún previeron que la desaparición de los fundamentos sociales del estalinismo implicaría una profunda crisis del marxismo mismo.

Amadeo Bordiga; un dinosaurio del comunismo

Publicamos nuestro prólogo al libro El principio democrático democrático y otros textos de Amadeo Bordiga, editado a cargo de los compañeros chilenos Pensamiento y batalla. [Barbaria]

Así se refirió al protagonista de nuestro libro Palmiro Togliatti, el dirigente máximo del nacional-comunismo estalinista en Italia. El objetivo era denigratorio pero obviamente a Bordiga esta provocación no podía sino gustarle. Nos parece escucharle afirmando “por supuesto, un dinosaurio del comunismo, al igual que éste, un movimiento real que abole y supera el estado de cosas presente”. El comunismo no es sino el principio y el final del ciclo histórico de la especie, una tensión antropológica humana que ha recorrido todas las sociedades de clase a través de las revueltas milenarias que las han atravesado tratando de afirmar las necesidades humanas frente a todo tipo de opresión. Este es el sentido de la invarianza comunista, como nos recuerda Jacques Camatte en sus escritos que retornan a este concepto tan importante del comunista napolitano. Por una parte invarianza como tensión antropológica, por otra parte invarianza como permanencia de las categorías abstractas del capital que recoge y transforma los invariantes de la opresión: las clases, el Estado, la familia, el patriarcado, el dinero… El comunismo es ese movimiento real que anula estas categorías para afirmar la comunidad humana universal. Entonces, sí, dinosaurios del comunismo.

Amadeo Bordiga se afilia a los 21 años a la sección napolitana del PSI, rápidamente se enfrenta al reformismo de la sección local enfangada en la masonería y el parlamentarismo. Nada que ver con el programa comunista que él había entrevisto en sus lecturas del Manifiesto del Partido Comunista de 1848. Eran tiempos de revuelta dentro de la socialdemocracia italiana, se empieza a construir a nivel nacional una fracción intransigente junto a otros socialistas como Lazzari o Mussolini, frente a los reformistas que habían apoyado la Guerra en Libia de 1911. En 1912, se expulsa a Bonomi y Bissolati, que se habían solidarizado con el Rey de Italia, superviviente de un atentado realizado por un compañero anarquista. En fin, se trata de una actitud típica del reformismo de toda época, invariantes también a su modo.

Bordiga empezará a ser conocido, sobre todo entre la juventud italiana, debido a su batalla anticulturalista que le enfrentará a uno de los principales líderes del futuro ordinovismo italiano (el grupo torinés construido en torno a Gramsci y Togliatti), Angelo Tasca. Tasca planteaba la necesidad de que la juventud se educase, estudiara, se formara a través de lecturas y escuelas, en definitiva una concepción ilustrada y conciencial del comunismo. Frente a esta visión ilustrada, Bordiga defenderá que lo que se necesitaba es instinto revolucionario. La revolución es un hecho de fe, de lucha, material, físico, no surge del mundo de las ideas y de la cultura. Este aspecto antiilustrado será una de las contribuciones más importantes y permanentes del comunista internacionalista ya desde su juventud. Al igual que la necesidad de construir un ambiente comunista en el asociacionismo proletario que prefigure el comunismo por el que se lucha y combate, sobre esta misma idea volverá en sus Tesis sobre la organización más de cincuenta años más tarde.

Durante la I Guerra Mundial, Amadeo desarrollará posiciones de derrotismo revolucionario. Lo que le enfrentará no solo a aquellos que como Mussolini defenderán la guerra imperialista bajo premisas democráticas (defensa de la democrática Francia frente al absolutismo prusiano), sino también a la tibieza de la socialdemocracia italiana que no apoyará la Guerra imperialista pero tampoco fomentará el sabotaje proletario con su cínico lema Né aderire, né sabotare. Bordiga, defenderá el sabotaje proletario y el derrotismo revolucionario, posición invariante que será central a lo largo de toda su trayectoria militante.

En el contexto de la I Guerra Mundial, construirá una Fracción Intransigente Revolucionaria que lanzará consignas derrotistas y en diciembre de 1918 fundará Il Soviet  que será el portavoz de la futura Fracción Abstencionista. Serán años signados por la oleada revolucionaria mundial que va desde 1917 a 1923 y que tendrá en Italia uno de sus centros más importantes en el llamado Bienio Rosso (1919-1920). El Bienio Rosso se extiende a través de un período muy intenso de luchas que va desde las huelgas del 20 y 21 de julio de 1919 hasta septiembre de 1920 y que verá su momento más destacado en marzo de 1920 en la conocido huelga delle lancette: cuando los proletarios de las fábricas de Turín adelanten las manijas de los relojes para no salir de noche, una revuelta proletaria contra la imposición del tiempo abstracto del cronómetro.  En el proceso de ocupación de las fábricas italianas será muy conocida su polémica con Antonio Gramsci, mientras el sardo defendía una perspectiva autogestionaria en el proceso de ocupación de las fábricas, el internacionalista napolitano explicaba que la burguesía italiana no tenía ningún problema con que los obreros se encerrasen en las fábricas o a través de los representantes socialistas en escaños en el parlamento italiano (en ese momento el PSI había vencido las elecciones generales y municipales) pero lo que había que hacer era la insurrección proletaria, asaltar los cuarteles, las comisarías y el Estado italiano. No había que tomar la fábrica sino tomar el poder destruyendo el Estado burgués, no eran tiempos de elecciones políticas sino de insurrección proletaria. Había que transformar el proceso revolucionario en situación revolucionaria. Y esto será el meollo de la actividad revolucionaria del comunista napolitano durante esos meses. Este documento será muy importante para los internacionalistas italianos que en los años treinta del siglo XX dirigirán, en el exilio francés y belga, la publicación Bilan. Sigue leyendo

Espacio contra cemento – Amadeo Bordiga

Il Programma Comunista, nº 1 del 8 al 24 de enero de 1953

[Traducción Grupo Barbaria]

Estamos en un apuro, ¿de acuerdo?

La tierra, en cuya corteza vivimos, tiene forma de bola o esfera. Hagamos un paréntesis: este concepto, que durante miles de años ha sido extremadamente difícil de entender incluso para los científicos más brillantes, es ahora familiar para un niño de siete años; esto muestra lo estúpida que es la distinción entre lo fácil y lo difícil de entender. Por eso, una doctrina que afirma la existencia de un gran curso de la historia, realizado a grandes saltos por la nueva generación de clases, carecería de sentido si se dejara frenar por la preocupación de presentar a la clase avanzada y revolucionaria solo píldoras de conceptos fáciles.

A diferencia de Silvio Gigli[1], vamos a plantearles algunos problemas muy, muy difíciles. Pero les daremos las preguntas y las respuestas.

Así, esta esfera, la Tierra, tiene un diámetro de unos 12.700 kilómetros, que hemos calculado midiendo su vientre, sobre el que hemos trasladado cuarenta millones de veces el metro estándar de platino que se conserva en París en el Instituto Internacional de Pesos y Medidas. ¿Cómo hicieron al llegar al agua? Pero dejemos de lado las bromas y dejemos de imitar a los que hablan difícil por ser difíciles, para poder decir de ellos: ¡Qué cultos! ¡Realmente no entiendes nada! Esta oscuridad es la base de la gloria del noventa y nueve por ciento de los grandes hombres.

Por lo tanto, mediante un pequeño cálculo (nivel de cuarto de primaria), establecemos que la superficie de la Tierra es de quinientos millones de kilómetros cuadrados. Los mares ocupan más de dos tercios de ella, y sólo quedan 150 millones para caminar sobre ella en seco. Entre ellos están los casquetes polares, los desiertos, las altísimas montañas, por lo que se supone que la especie humana ―la única que ahora vive en todas las áreas de la esfera junto con sus animales domésticos― se queda con 125 millones.

Como hoy los libros dicen que «somos» unos 2.500 millones, nosotros los animales humanos que metemos las narices en todo, está claro que, en promedio, nuestra especie tiene un kilómetro cuadrado por cada veinte de sus miembros.

En la escuela, por lo tanto, decimos: densidad de población media de las tierras habitadas: veinte almas (de hecho no contamos los cadáveres de los muertos, que son mucho más numerosos) por metro cuadrado.

Todos tenemos una idea de lo que representan veinte personas; en cuanto al kilómetro cuadrado, no es difícil de imaginar. Estamos en Milán: es el espacio que ocupa el Parque entre el Arco del Sempione y el Castello Sforzesco, incluyendo la Arena. Como cincuenta mil personas consiguen colarse en el estadio de la Arena para los grandes partidos de fútbol, un kilómetro cuadrado puede albergar, con una  multitud compacta (mítines de Mussolini, Togliatti y otros) cinco millones de almas más que la población conjunta de Milán, Roma y Nápoles, 250.000 veces más que la densidad media de la tierra.

Por lo tanto, si los veinte desafortunados hombres promedio se pararan con su existencia simbólica en las intersecciones de una red de mallas iguales, estarían a 223 metros de distancia el uno del otro. Ni siquiera podrían hablarse entre ellos. Qué desastre sería si fueran mujeres, y más aún si fueran candidatas al Parlamento.

Pero el hombre no está enraizado en el suelo como los árboles, ni se amontona en colonias como los corales de madréporas de los que hablábamos la última vez, y, al moverse de mil maneras, se ha establecido de forma muy irregular en los diferentes espacios que componen la corteza del planeta.

En Italia, la densidad de población es de 140 personas por kilómetro cuadrado, lo que es siete veces mayor que la media general. La provincia más densamente poblada es Nápoles: 1.500 personas por kilómetro cuadrado, 55 veces la media de la Tierra. Los países con mayor densidad en Europa (y en el mundo) son Bélgica, Holanda e Inglaterra (excluida Escocia), que tienen alrededor de 300, es decir, 15 veces la densidad media. El país europeo con menor densidad es, junto con Suecia y Noruega, Rusia: 29 habitantes por kilómetro cuadrado para la parte europea, apenas más que la media mundial.

La densidad de los distintos continentes es de 53 para Europa y 30 para Asia. Pero entonces hay una impresionante caída por debajo de la media: América Central y del Norte: 8,5; África: 6,7; América del Sur: 6,3; Australia-Oceanía: 1,5. Esto es trece veces menos que la densidad media mundial. La densidad de los Estados Unidos es de 19, que es menor que la de la Rusia europea (es decir, hasta los Urales y el Cáucaso). Esto coincide perfectamente con la media de la Tierra: ¿es por eso que lo quieren todo para ellos?

Dicho esto, en los Estados Unidos la población está distribuida de manera extremadamente desigual: incluso sin tener en cuenta los pequeños distritos, va de 0,5 en el desierto de Nevada a 240 en la abarrotada Nueva Jersey, que es un poco más pequeña que la de Lombardía.

Por último, hay que señalar que la densidad de población en la RSFSR, que incluye a Siberia, es sólo de 6,8. En cuanto a la URSS en su conjunto, su densidad es de 9 habitantes por kilómetro cuadrado, y la más poblada de las repúblicas federadas es Ucrania, situada en el oeste, con 70 habitantes por kilómetro cuadrado.

Las colmenas humanas

Si dejamos a un lado la población «dispersa», principalmente rural, y si sólo tenemos en cuenta a los hombres «aglomerados» en las ciudades, podemos observar, como ya hemos señalado, un salto en la densidad, siendo las cifras en las ciudades unas mil veces superiores a la media mundial: como dicen los científicos, pasamos a otro orden de magnitud. No es difícil comprender que la población del campo, considerada aisladamente, en cada distrito, ya sea grande o pequeño, es, por el contrario, menos densa que la media. Sigue leyendo

[Libro] Militancia y pensamiento político de Amadeo Bordiga de 1910 a 1930 – Vol. I, II y III

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De 1912 a 1926 la acción y pensamiento político de Amadeo Bordiga encarnaron la lucha del marxismo revolucionario en Italia.

Ya antes de la Primera Guerra Mundial, la izquierda marxista del PSI expresó en los congresos de Reggio Emilia (1912) y Ancona (1914), el surgimiento de una mayoría capaz de enfrentarse al reformismo, el sindicalismo y el nacionalismo.

Dentro de esta ambigua mayoría (de la Fracción Intransigente) se delineó la formación de una extrema izquierda (la Fracción Intransigente Revolucionaria), que tendió siempre a soluciones más radicales y clasistas. Esta extrema izquierda del PSI, en los congresos de Bolonia (mayo de 2015), Roma (febrero de 1917) y Florencia (noviembre de 1917) sostuvo posiciones muy próximas a las de los bolcheviques, como fueron la negación de la ayuda obrera a las tareas de defensa nacional y la consigna de derrotismo revolucionario, lanzada por Bordiga tras Caporetto (derrota italiana de octubre de 1917).

La fundación de Il Soviet (diciembre de 1918), órgano de la Fracción Abstencionista, supuso la defensa decidida de la revolución rusa y de la dictadura del proletariado, así como un claro planteamiento de la función del partido revolucionario.

La Fracción Abstencionista se planteó, desde el primer momento, la escisión del PSI de los revolucionarios. Su objetivo y su tarea principal en los años 1919 y 1920 fue extender la fracción a nivel nacional para fundar el Partido Comunista. En el II Congreso de la Internacional Comunista, la Fracción Abstencionista abandonó el abstencionismo como criterio táctico fundamental, y Amadeo Bordiga tuvo una intervención decisiva en el endurecimiento de las condiciones de admisión a la Tercera Internacional.

En todo momento, la acción y el pensamiento de Amadeo Bordiga tienen un marco italiano e internacional, íntimamente entrelazados, como correspondía a la militancia en el movimiento comunista internacional.

En enero de 1921, en el Congreso de Livorno del PSI, Bordiga dirigió y protagonizó la escisión de los comunistas y la fundación del PCI. Fue el máximo dirigente del PCI desde su fundación hasta el IV Congreso de la IC (diciembre de 1923).

La asimilación de los clásicos marxistas constituye una impronta imborrable y una constante referencia en los textos programáticos bordiguistas. Este dominio teórico, unido a la experiencia adquirida por Bordiga en la lucha contra el oportunismo imperante en la Segunda Internacional, le prepararon para enfrentarse a las crecientes disidencias entre el PCI y la IC con una capacidad crítica excepcional, dotada de una característica coherencia, rigor e intransigencia que la hacían temible y respetada a la vez.

El nuevo oportunismo, que hacía mella en la Internacional Comunista, se caracterizaba por una permanente adecuación del análisis histórico del capitalismo al cambio producido en las condiciones y situaciones inmediatas de la lucha del proletariado.

Amadeo Bordiga comprendió, analizó y denunció el carácter del oportunismo comunista. Del mismo modo, supo captar los primeros síntomas de abandono de los principios programáticos comunistas. Y se enfrentó hasta el último momento, en el seno de la propia Internacional, a la progresiva degeneración oportunista y contrarrevolucionaria del movimiento comunista internacional. No porque creyera que aún era posible evitar la derrota de la oleada revolucionaria iniciada en 1917, sino para dar testimonio y facilitar en el futuro la restauración teórica y organizativa del partido revolucionario.

En 1926, la Izquierda del PCI había culminado un largo proceso de formación ideológico y programático, caracterizado por las tensiones y enfrentamientos con la Internacional Comunista.

Estas divergencias no se resolvieron mediante una escisión, con ocasión de la acusación de fraccionalismo hecha al Comité de Entente (junio de 1925), a causa de la decidida oposición de Bordiga, contrario a la ruptura definitiva con el PCI y la IC.

El Congreso de Lyon del PCI (enero de 1926), supuso la definitiva derrota organizativa de la Izquierda, dada su imposibilidad de presentarse como fracción o tendencia en el seno del partido, así como de defender sus posiciones políticas.

La intervención de Amadeo Bordiga en el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional fue la última posibilidad que tuvo la Izquierda del PCI de utilizar una tribuna internacional para defender el programa comunista fundacional. El brusco enfrentamiento entre Stalin y Bordiga, en torno a la cuestión rusa y la teoría del socialismo en un solo país, señalaba la definitiva derrota de las concepciones revolucionarias en el seno del movimiento comunista internacional.

Bordiga constató que la llamarada revolucionaria internacional iniciada con el Octubre ruso había sido definitivamente apagada por el alud contrarrevolucionario. Reconocida esta derrota histórica del proletariado, rechazó todo activismo y mística de la vanguardia y la organización, abrazó una concepción férreamente determinista de las posibilidades revolucionarias y personalmente consideró inútil su militancia activa en la clandestinidad impuesta por el fascismo. Sigue leyendo

Entrevista a Amadeo Bordiga

Retrato de prontuario de A. Bordiga, en 1926

Lo que sigue es una entrevista que Amadeo Bordiga respondió por escrito al periodista Edek Osser en junio de 1970, poco antes de su muerte. El texto fue publicado originalmente en Storia Contemporanea número 3, en septiembre de 1973. Bordiga también habló con Edek Osser para una entrevista filmada, cuyos extractos aparecen en un documental sobre el ascenso del fascismo. Traducción: A. V.  https://rentry.co/entrevbordiga

***

En noviembre de 1917, usted participó en Florencia en una conferencia secreta de la corriente «revolucionaria intransigente» del Partido Socialista. En esa ocasión, usted exhortó a los socialistas a aprovechar la crisis militar y a tomar las armas para asestar un golpe decisivo a la burguesía. ¿Cuál fue el resultado de su propuesta? En su opinión, ¿la situación revolucionaria había alcanzado su madurez en Italia?

Sí, en noviembre de 1917 participé en Florencia en la conferencia secreta de la fracción «revolucionaria intransigente» del Partido Socialista. Esta fracción había constituido la mayoría del PSI y le había impuesto su dirección desde 1914. La dirección del Partido, al ser informada sobre esta conferencia, no sólo no la impugnó sino que, de hecho, envió a sus propios representantes. Fue en esa ocasión que conocí a Antonio Gramsci, quien mostró gran interés en mi discurso. Mi impresión hasta el día de hoy es que su inteligencia poco común le llevó, por una parte, a compartir y estar completamente de acuerdo con mis propuestas marxistas radicales, las que parecía haber oído por primera vez; y, por otra, a articular una crítica sutil, precisa y polémica, que ya se desprendía de las diferencias de fondo entre las posiciones de nuestros respectivos periódicos: Il Soviet, con sede en Nápoles, del que yo era editor, y L’Ordine Nuovo que Gramsci dirigía en Turín. La oposición de nuestros puntos de vista había quedado clara para mí desde que anuncié en nuestro periódico la fundación de la revista de Gramsci. En ese breve artículo señalé que su declarado pragmatismo revelaba una tendencia gradualista que sin duda le llevaría a hacer concesiones a un nuevo tipo de reformismo, e incluso al oportunismo de derecha.

Mi lectura de las fuerzas en juego en ese momento no se refería sólo a Italia, sino a toda la situación europea. Obviamente, entonces condené sin vacilaciones a los partidos socialistas de Francia, Alemania y demás, que habían traicionado abiertamente las enseñanzas marxistas sobre la lucha de clases, optando en cambio por la nefasta política de armonía nacional, unidad sagrada y apoyo a la guerra emprendida por los gobiernos burgueses. Mi discurso puso al descubierto, de manera doctrinaria, la falsa justificación ideológica que se esgrimía para apoyar la guerra impulsada por la Entente contra las Potencias Centrales, a la que nuestro enemigo jurado, el intervencionismo militar italiano, se había adherido. La base de mi posición era repudiar la falsa preferencia que los belicistas de todas las naciones mostraban por las democracias parlamentarias de los regímenes burgueses, en contra de los llamados regímenes feudales, autocráticos y reaccionarios de Berlín y Viena, por no hablar del régimen moscovita. Tal como había venido haciendo en el movimiento durante décadas, seguí la crítica formulada por Marx y Engels, intentando mostrar lo estúpido que era esperar que una futura Europa democrática surgiera del triunfo militar de la Entente.

La posición que tomé en ese momento coincide con lo que Lenin llamó «derrotismo y repudio a la defensa de la madre patria». Planteé la afirmación de que la revolución proletaria podría haber triunfado si los ejércitos de los estados burgueses hubieran sido derrotados por sus enemigos extranjeros, predicción que la historia confirmaría luego en Rusia en 1917. Es cierto, entonces, que en Florencia propuse que debíamos aprovechar los desastres militares de nuestro Estado monárquico y burgués para impulsar la revolución de clases.

Nuestra propuesta no coincidía con la línea política de la dirección del partido, que se había atascado en la vergonzosa fórmula acuñada por Lazzari de «ni apoyo ni sabotaje». Sin embargo, los participantes en la conferencia (que ya constituían de facto el ala izquierda del Partido Socialista) parecían apoyarla totalmente. Para nosotros, el hecho de que el partido italiano no se adhiriese a la política de guerra del gobierno, negándose a darle su voto de confianza o a apoyar la financiación militar correspondiente, no bastaba. No tenía sentido afirmar esa línea y al mismo tiempo oponerse al sabotaje, que Lenin describiría más tarde como «transformación de la guerra entre Estados en guerra civil entre proletariado y burguesía». Mi posición, por lo tanto, no era exactamente que en Italia existieran las condiciones para librar una guerra armada contra el poder de las clases propietarias; sino más bien otra, mucho más amplia, que fue confirmada más tarde por el curso de la historia: a saber, que mientras la guerra se libraba en Europa nosotros podíamos y debíamos intensificar el conflicto revolucionario en los frentes más oportunos (esos que Lenin llamaría luego «el eslabón más débil de la cadena»). El conflicto se extendería sin duda a todos los demás países. El mencionado falso mérito del partido italiano, en su empeño por negarse a apoyar la guerra mientras que al mismo tiempo rechazaba el sabotaje revolucionario, fue más tarde invocado de manera espuria por Serrati y sus seguidores, cuando se opusieron a expulsar a la derecha reformista (que era, de hecho, tanto socialdemócrata como socialpatriota) durante la fundación de una nueva Internacional que pudiese redimir el vergonzoso fracaso de la Segunda (un resultado que yo había previsto en nombre de los socialistas de izquierda en el Congreso de Roma en febrero de 1916). Esto queda demostrado por el hecho de que el PSI se había negado a seguir el único camino estratégico que, desde que Lenin, de regreso a Rusia, articuló sus tesis clásicas en abril de 1917, cumplía las predicciones doctrinarias y los objetivos históricos del marxismo revolucionario. Desde un punto de vista histórico, lo que parece indiscutible es que si los delegados de la conferencia de Florencia hubieran decidido ir a votar, habrían apoyado la audaz tesis de torpedear de cualquier manera posible la política de guerra del Estado capitalista. Dado que las conclusiones de una consulta como la que proponíamos tendrían que haber implicado a los órganos centrales del partido, mi propuesta habría conducido -en un giro saludable- a aplicar en la práctica las medidas correctas. Pero no podíamos esperar que la dirección emprendiera tal curso de acción, pues ya se había negado a convocar en mayo de 1915 una huelga general contra los preparativos de guerra, tal como lo habíamos exigido; porque ya había levantado la consigna de «no apoyar ni sabotear»; y porque había tolerado, en un momento crucial de la guerra, que la bancada parlamentaria socialista siguiera a su líder, Turati, voceando la consigna chovinista: «Nuestra patria está en el Monte Grappa», comportamiento que no se diferenciaba del de los socialtraidores franceses y alemanes. Sigue leyendo

¿Qué paguen los ricos?

Panfleto del FOR-Fomento Obrero Revolucionario-, donde militaba Grandizo Munis, distribuido en España durante 1977 y reproducido en el boletín «Alarma», a propósito de la crisis.

Nosotros decimos tajantemente NO, porque esa consigna forma parte del arsenal de embaucos de una pseudo-izquierda cuyo propósito es reanudar el funcionamiento expansivo del sistema en que vivimos.

La expansión económica del capitalismo, sea privado, sea estatal, retiene al proletariado bajo una explotación creciente, y por lo tanto bajo su dictadura política.La lucha obrera tiene que enderezarse a terminar con la explotación y con la dictadura política. Por lo tanto, cualquier proyecto anti-crisis, o siquiera anti-depresión, caso actual, es reaccionario. El paro obrero y la compresión de los salarios resultantes de una disminución del crecimiento industrial, y en proporciones mucho mayores de las llamadas crisis de sobreproducción, los trabajadores tienen que combatirlos atacando directamente la estructura funcional de la explotación, no por reclamaciones que la revigoricen.

Trabajando, el obrero produce mercancías cuyo valor es superior a su salario. Ese valor excedente o plusvalía, es la explotación. En cuando el mismo obrero entra en paro, deja de ser explotado pero cae en la miseria. Esa cruda realidad del sistema actual, constante cualquiera sea su régimen político, sugiere espontáneamente el remedio: impedir el paro y la explotación. El valor superior a la paga de cada obrero y el de la clase toda, valor gigantesco que el capital se embolsa, gasta o utiliza a su capricho, ha de hacerlo pasar a manos de quienes lo crean. La producción sería entonces directamente para el consumo sin negocio y lejos de haber paro disminuiría las horas de trabajo al mismo tiempo que aumentaría los bienes de que cada uno dispone. Y en mayor proporción inversa menguarían aquellas y se multiplicarían estos incorporando al trabajo útil los millones de personas que cobran desempeñando funciones parasitarias, negativas unas, criminales otras. Asi pues, la regla general de nuestra lucha: debe ser:

MENOS TRABAJO Y MAYOR CONSUMO sin ningún parado

Por ahí se llegará, no a que los ricos paguen para poner en orden su economía y ser luego aún más ricos, sino a la apropiación de toda la riqueza por la clase trabajadora y en fin de cuentas por la sociedad.

El embuste demagógico «que paguen los ricos» salta a los ojos. Impuestos fiscales, Seguridad Social, o lo que sea, lo cargan a los gastos de producción y los que en definitiva pagan son los explotados».

[Libro] Mayo de 1937 – La barricada de la revolución VV.AA.

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En mayo de 1937 el proletariado levantó barricadas en Barcelona y en diversas localidades de Cataluña manifestando su antagonismo frente al Estado republicano y todos sus representantes. La revolución se jugaba su última carta en esa contienda y fue derrotada. La contrarrevolución triunfó asestando el golpe definitivo a un proletariado indomable. El Estado republicano liquidó esta revuelta y con ella la perspectiva de una transformación social. Las checas, los asesinatos, las torturas y las desapariciones de los revolucionarios, administradas desde el gobierno del Frente Popular, fueron la moneda corriente desde entonces.

La presente obra selecciona seis textos que ayudan a com prender y profundizar en los sucesos ocurridos en esa primera semana de mayo de 1937. La mayoría de los autores de los textos fueron protagonistas directos de esos sucesos y nos revelan una situación muy diferente a la que nos cuenta la historia oficial. Lejos de relatarnos una simple guerra entre fascistas y antifascistas, entre franquistas y republicanos, nos desvelan a unos combatientes que se lanzaron a las barricadas para defender una revolución que no sólo se contraponía al fascismo, sino también a la República.

La lucha de nuestra clase contra el capitalismo, por la comunidad humana, entendida como un cuerpo en movimiento, con la experiencia de los golpes recibidos, de las caídas… ha de servir necesariamente para hacernos más fuertes. Por esa razón se hace necesario no dejar que se borren nuestras cicatrices.

Apoderarse de las luchas del pasado, reescribir cada pasaje de la historia según los intereses del capital, ha sido siempre una preocupación primordial de la burguesía para mantener su dominación. Lo que no ha sido ocultado, ha sido tergiversado, desfigurando nuestras luchas para integrarlas en el horizonte capitalista.

Nos encontramos así con que las revueltas que hicieron temblar los cimientos del capitalismo eran luchas por la democracia, por el fin del feudalismo, por la liberación nacional; que el comunismo por el que dieron sus vidas las masas proletarias no consistía en el aniquilamiento del trabajo asalariado, la mercancía y el Estado, sino que su esencia era el capitalismo adornado con banderas rojas, hoces y martillos; que el anarquismo era un ideal surgido en los cerebros de ciertos intelectuales, etc. La burguesía nos cuenta así, de su puño y letra, nuestra propia historia, maquillada y puesta al servicio de la dictadura democrática del Capital, adaptándola para el consumo responsable de las masas. La revolución social se convierte así en un reajuste entre la ganancia burguesa y el salario, es decir, el capitalismo ideal depurado de sus contradicciones con el que sueña el poder.

La llamada “guerra civil española” es un claro ejemplo de todo esto. Mucho se ha hablado y se ha escrito de la “revolución española”, de las colectividades, de las “conquistas”, de las “traiciones”, de las milicias y de toda serie de cuestiones relacionadas con ese inmenso y generoso proceso revolucionario que se desarrolló en España en la década de los treinta del siglo XX.

Sin embargo, casi la totalidad de este vasto material proviene, de una u otra forma, de las diversas expresiones e ideologías que contribuyeron a tumbar la enorme fuerza social que ese movimiento contenía. Nos estamos refiriendo no sólo a las posiciones más toscas realizadas por nuestro enemigo de clase (como pueden ser toda la propaganda franquista, republicana o estalinista) y que pese a todo siguen siendo las ideas dominantes, sino a las más sutiles y que son más peligrosas pues se nos presentan como revolucionarias.

Efectivamente, sigue siendo dominante en todas partes que lo que hubo en España fue exclusivamente una guerra entre franquistas y republicanos. Sin embargo, también sigue siendo dominante oponer a esta visión otra visión del enemigo, otra serie de mitos y de falsificaciones que impiden precisamente reapropiarnos de las lecciones fundamentales de ese episodio de lucha. Y esto es lo más peligroso y trágico pues no hace más que balancearnos entre falsas oposiciones. Denunciar al Frente Popular y su política exculpando a la cnt o al poum que fueron parte de él, criticar la militarización de las milicias obviando el proceso de sometimiento de las milicias a la guerra imperialista, criticar “la destrucción estalinista de las conquistas de la revolución” sin criticar su destrucción por la trampa antifascista, afirmar que los “comunistas” reprimieron a los “anarquistas”, reducir el problema a un problema de dirigentes, elogiar las colectividades obviando la continuidad de las relaciones de producción capitalistas… forma parte de toda una concepción que se guía por una política de falsificación histórica. Sin romper con esta visión de la historia estamos abocados a defender intereses que no son los nuestros.

Las lecciones a extraer de la lucha de clases en España en la década de los treinta son amplias y notoriamente importantes. Si hemos decidido centrarnos en una fecha como mayo del 37, dentro de esa década de luchas, es porque es en ese momento donde de forma más cristalina se contraponen las dos barricadas que forman la lucha por la revolución social, donde con mayor claridad el proletariado se posiciona enfrentado a todos y esbozando su autonomía de clase. La derrota que sufrió el proletariado en este enfrentamiento pone punto y final a la fuertísima oleada de luchas internacionales que comenzaron en el año 1917, y abre la puerta a la masacre de la “Segunda Guerra Mundial”, en las que el proletariado dará su sangre y será masacrado por las banderas de sus enemigos.

REAPROPIACIÓN EDICIONES

Abril de 2018