[Boletín] Ya no hay vuelta atrás: reflexiones sobre la revuelta

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Compañerxs

Con la finalidad de hacer circular por entre la mayor cantidad de medios posibles las perspectivas y reflexiones anticapitalistas y radicales sobre la revuelta que estalló aquel 18 de octubre, y que sigue sacudiendo este territorio a casi dos meses de aquel estallido en la primavera más bella que hayamos tenido la suerte vivir, es que lanzamos este nuevo boletín-periódico en formato físico y digital: Ya no hay vuelta atrás.

Por todo el territorio y a cada día lo constatamos: la cotidianidad capitalista fue trastocada y, por más normalidad que quieran imponernos, salta a la vista que la normalidad fue desterrada en actos por la actividad creativa, disruptiva y destructora que nuestra clase, la de todxs lxs explotadxs, ha desplegado por casi dos meses por todo el territorio; ya no hay vuelta atrás.

En este primer número difundimos el texto “¿Convención constituyente o asambleas territoriales autónomas?” que hicimos circular anónimamente hace más de una semana por sitios afines. En él abordamos la importancia de las asambleas territoriales y autónomas para la prolongación y extensión del conflicto con la normalidad capitalista y, evidentemente, para fortalecer la autonomía de nuestra clase en su lucha por reapropiarse de su vida.

Alentamos la difusión de este material por todos los medios posibles, así como a continuar con la revuelta y la organización por todo el territorio, hasta que vivir valga la pena.

¡Ya no hay vuelta atrás!

[Chile] El “Partido del Orden” cierra sus filas de derecha a izquierda

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Enviado al correo de Vamos hacia la vida

El 4 de diciembre se dio el “vamos” a una de las legislaciones más represivas que ha conocido este país. Es un ataque directo a nuestra clase. Le otorga al poder el marco legal ideal para sofocar nuestras luchas presentes y futuras. O eso es lo que pretenden.

Una vez más, hubo acuerdo transversal para salvaguardar su orden de miseria. Quizás causa más repugnancia la adhesión a este ataque de la clase capitalista de parte de la izquierda, principalmente del ya putrefacto Frente Amplio. En poco más de un mes, nuestra clase ha experimentado en carne propia lo que más de un siglo de luchas han debido sufrir en todo el mundo a manos de sus pretendidos representantes.

Boric, Jackson, y el resto de los siniestros personajes que pusieron su firma para hacer más fácil enviarnos a las cárceles, dispararnos y matarnos, no son sin embargo traidores. De eso ya no hay sombra de duda. Son perfectos representantes serviles de la clase capitalista, y nunca han sido otra cosa. El día de ayer, estos seres con carcasa humana, y sus camarillas políticas, han salido a dar cobardes excusas, diciendo que tal vez cometieron un error, pobrecitos ellos, ingenuos en esto de la política. Boric dice sin pudor alguno que su idea era condenar los saqueos, no la “protesta social”. Que personaje más vil. En primer lugar, las leyes actuales (que, en todo, no debemos nunca olvidar que ya son brutalmente represivas en tanto su función es asegurar la perpetuación de la normalidad capitalista, esto es, asegurar nuestra explotación evitando a toda costa cualquier sobresalto) ya castigan el saqueo. Lo que el actual paquete represivo condena específicamente es precisamente la recuperación colectiva y destrucción de la infraestructura capitalista y sus mercancías -creadas por nosotrxs mismxs, valga aclarar- en contextos de revuelta social, de protesta. Es decir, hace más duro el castigo a una expresión inmanente de las luchas proletarias (y no por ello la romantizamos y entendemos acríticamente). Incluso dice, perspicaz, que algunos de los artículos serán una herramienta para denunciar la represión policial. Claaaro. Imbécil.

Ese aparato llamado absurdamente “Revolución Democrática”, ejemplo sublime de lo que se conoce como oxímoron, que de por sí revela la bajeza intelectual y ética de sus militantes, emite una declaración donde reconoce que fue un error haber aprobado en general el proyecto porque “genera una señal confusa” y los distancia del “sentir de las mayorías sociales”. Es decir, que se equivocaron solo porque no supieron prever el desprestigio que sufrirían, no por haber avalado el endurecimiento de la represión. Son los cálculos mezquinos en materia de proselitismo lo que esta gentuza le preocupa, lo afirman abiertamente, no la sangre que podrá correr gracias a su diligente actuar al compás de la derecha más dura, que cuenta precisamente hoy con niveles históricos de rechazo.

El P”C”, por su parte, pretende jugar a ser consecuentes, sabiendo ya que su rechazo es testimonial, y el orden burgués que defiende desde siempre como partido contra revolucionario no se verá en entredicho en lo más mínimo por su aparente rechazo a algunas proyectos y pactos políticos abiertamente reaccionarios y represivos. Pero nuestra memoria no es tan frágil. No olvidamos que son el aparato de la contra-revolución por excelencia en todo el mundo, ni mucho menos su ruin actuar cotidiano en todos los espacios sociales y jornadas de protestas, en los que se han dedicado a apagar toda iniciativa autónoma y rebelde, junto a su labor parapolicial que los ha caracterizado por años –no por nada se les llama “pacos de rojo”-, golpeando y entregando compañerxs a la policía. Su mediocre radicalidad actual, y decimos mediocre pues este último ataque represivo ni siquiera contó con su abierto “rechazo”, sino apenas con su pusilánime abstención, no se la creemos ni hoy ni nunca.

Ahora que ya es más que evidente el compromiso de esta izquierda institucional y electorera con la defensa del orden social capitalista, debemos actuar en consecuencia. No es para nada un llamado a la división y al sectarismo, afirmar la necesidad de expulsar de los espacios sociales gestados al calor de la lucha, principalmente las asambleas territoriales y de las manifestaciones, a los representantes de estos aparatos políticos. No es sino una de tantas otras medidas básicas de autocuidado. No podemos compartir espacio con quienes firman con nuestros enemigos las leyes que nos encarcelarán y nos pretenden desarticular y desarmar frente a la desquiciada represión policial. Es lógica elemental.

[Chile] La manera de hacer es ser

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Texto anónimo extraido de rrss

“Si no cambias la dirección, puedes terminar donde has comenzado”

Lao Tse

El mando capitalista de la producción social requiere que los proletarios se sometan voluntariamente a las condiciones que hacen de su explotación algo inexorable. El objetivo de todo capitalista es preservarse como capitalista en un medio hostil de competición entre empresas, lo cual exige que su tasa de ganancia sea lo suficientemente provechosa para seguir invirtiendo. Este dinamismo obligatorio no puede darse si no es en las condiciones del libre mercado, condiciones que sólo pueden existir cuando hay igualdad formal entre quienes venden su fuerza de trabajo y quienes la compran. Sin este tácito consentimiento a la desigualdad real que está en la base de la relación de explotación, no puede haber capitalismo.

Este es el motivo de que la represión abierta por parte de la burguesía sea más bien la excepción que la regla. El recurso a la fuerza bruta constituye una medida de su debilidad más que de su fuerza. Siempre que la burguesía desata la violencia coercitiva para mantener disciplinada a la fuerza de trabajo, lo hace a sabiendas de estar contraviniendo el fundamento de la relación social de explotación. Cuando desata la furia represiva de sus cuerpos armados, lo hace temblando de pies a cabeza. Cuando promulga leyes para amordazar y maniatar a una clase trabajadora sublevada, lo hace con el desasosiego de quien se amputa un miembro para evitar la propagación de una gangrena, sospechando que la podredumbre puede haber alcanzado ya un punto sin retorno.

Puede que los patricios romanos hayan sido más fuertes cuando enviaban a sus legiones a aplastar las rebeliones de esclavos, y puede que la alianza entre la nobleza y el clero haya expresado su fuerza en la carnicería que desató contra los campesinos anabaptistas. Pero esa correlación entre el ejercicio de la fuerza armada y el poder social no se aplica a la burguesía. No porque la burguesía sea menos brutal y despiadada que las clases explotadoras que la precedieron, sino porque su poder tiene una base muy diferente. El poder de las clases dominantes del pasado descansaba en gran medida sobre la base fija e inmutable de sus lazos territoriales y sanguíneos, mientras que el poder de la burguesía depende casi exclusivamente de la valorización del valor, un dinamismo ciego en continua aceleración que tiende cada vez más hacia una creciente fluidez y desarraigo. El poder de los capitalistas es el poder de generar entropía a través de la valorización, entropía que a su vez no hace más que disolver progresivamente los fundamentos sociales de su poder.

Esta dinámica tiene la consecuencia, por otra parte, de que la clase a la que el capital explota difiere en un aspecto crucial de las clases explotadas del pasado. En el caso del proletariado su posición no depende de atavismos inamovibles, sino del proceso dinámico-entrópico de la valorización, proceso que disuelve sin cesar cualquier base objetiva de un posible poder político y económico del proletariado. Pero al mismo tiempo que la producción capitalista le niega al proletariado la posibilidad de fundar su poder en factores externos a él mismo, le obliga a convertirse en una potencia productiva de primer orden, siendo la reproducción ampliada de su propia actividad social la condición sine qua non de su existencia física. El proletario que no amplía continuamente su potencia subjetiva en relación con los otros tiende a la inexistencia social, del mismo modo que la vida subjetiva tiende a cero en ausencia de actividad social. La producción de la Gemeinwesen, de la comunidad humana como realidad material y espiritual, no es para los proletarios una elección libre en el sentido en que podría serlo escoger una ocupación o un pasatiempo en compañía de otros. Es, en cambio, la condición misma de su vida y lo que su propia actividad va haciendo de ellos en el transcurso de su existencia. De pronto una masa de proletarios se descubre capaz de organizar de manera espontánea una insurrección, empleando en ello recursos psicoafectivos, culturales, técnicos y materiales que sólo ayer nadie imaginaba que pudiesen aplicarse a ello. La revelación sublime consiste en esto: en esta masa que hasta ayer parecía ser puro automatismo y pasividad, habita una potencia capaz de desplegarse sin freno. Ahora bien: esta potencia, que es capaz de convulsionar un país y al mundo entero mostrándose como un poder real, no depende de ninguna forma exterior, de ninguna implementación material o institucional dispuesta previamente al estallido; proviene exclusivamente de una interioridad, de una fuerza del todo inmaterial, del ser subjetivo y social del proletariado. Su poder emana de su sociabilidad, de su vida misma, y no de equipamiento o institución alguna. No es otra cosa lo que expresa el grito: “Somos choros, peleamos sin guanaco”.

Es la iniciativa, creatividad e ingenio, es la fuerza comunicativa y la expresividad, la empatía, lo que funda el poder social de los proletarios, y lo saben. Quienes no lo saben aún lo suficiente, temen que todo ello pueda sucumbir frente a las aventuras represivas emprendidas por la burguesía. Pero lo único que queda comprometido en ese caso son las formas exteriores en que se manifiesta la potencia del proletariado: ciertas modalidades prácticas de su lucha, cierta técnica, ciertos hábitos ligados a una fijación excesiva en las formas y por ello a una fijación excesiva en lo que le ata a las reacciones de sus enemigos. Quienes sí saben que para el proletariado el poder es sólo un efecto colateral del ejercicio de la potencia de su ser, saben que la libertad no es jamás un objetivo a alcanzar. La libertad es ante todo la libertad de autodeterminarse en el transcurso mismo de la acción, de la vida y de la lucha. Los alardes represivos del enemigo son exactamente el negativo opuesto de nuestra potencia: lo único que nos muestran es que estamos obligados a amar la libertad y que si no obedecemos a este mandato estamos perdidos.

Los seres humanos a menudo ignoramos nuestra propia potencia y por diversas razones tendemos a perseverar en esa ceguera. Esto nos hace a veces capitular a un paso de la victoria, creyendo que debíamos medirnos con la vara del enemigo y viéndonos a nosotros mismos, de esta forma, más débiles de lo que somos. Pero todo aquel que haya librado una batalla sabe que en determinado momento es inevitable imponernos nuestra propia medida con independencia de quienes siendo menos que nosotros pretenden ser más. Por otro lado, estando ya instalados en la experiencia de un despertar telúrico, son tantas las libertades que nos hemos tomado que sería por decir lo menos extraño que no nos tomemos ahora la libertad de reinventarnos, a nosotros y a nuestra lucha, justo en el momento en que la burguesía pretende habernos inmovilizado maniatándonos con unas cuantas leyes. Es necesario sopesar esto con cuidado: ellos esperan que reaccionemos ciegamente a su reacción. Que nos abstengamos de seguir luchando o que nos arrojemos desesperados contra la valla que nos han puesto por delante, yendo en masa a la carnicería o propinando golpes aislados que sin detener la megamáquina le dan brío a su violencia represiva. Cualquiera de estas reacciones nos mantendría presos de, precisamente, el juego de reacciones a que el enemigo quiere reducirnos. Pero nosotros no estamos determinados por la forma exterior de nuestras acciones, ni por nuestros hábitos, ni por las reacciones que hemos suscitado en el enemigo, ni por las que nosotros mismos hemos tenido: estamos determinados por nuestras relaciones internas en tanto humanidad en contradicción consigo misma. La contradicción es el campo de la libertad, y esto significa que no estamos peleando para ser libres, sino que estamos peleando porque ya somos libres. No usar esta libertad para proseguir la lucha bajo nuestros propios términos es la única derrota posible. Seguir haciendo lo mismo con la esperanza de obtener resultados diferentes sería perpetuar la contradicción sin superarla.

A nuestros hermanos de clase asesinados, mutilados, torturados y hechos prisioneros, el Estado no les hizo eso por lo que sus acciones son en sí mismas, sino por lo que representan. Las barricadas no han sido prohibidas con penas de cárcel porque hayan paralizado la economía nacional, sino porque son el signo visible de una potencia que podría llegar a paralizarla si se lo propone, y que no lo haría precisamente con barricadas. A Rodrigo Campos no lo procesaron para compensar la rotura de un torniquete, sino para hacer audible ante todos el latigazo como símbolo. No han disparado a los ojos porque sí. Todo esto lo sabemos. Lo que no está tan claro es si hemos sacado las conclusiones correctas y necesarias. EVADIR: quizás no hemos prestado suficiente atención al hecho de que esta consigna haya estado en el centro de la explosión. Evadir es negar el fundamento metafísico de esta sociedad y el mecanismo que le da vida: “se paga por vivir”. Todo lo que vino después no ha sido otra cosa que esa impugnación acrecentada. La exigencia de salarios más altos y tarifas más bajas, de un sistema previsional que no sea un robo, de mejores servicios sociales, responde al anhelo de “pagar menos por vivir”. Pero este anhelo no es sólo eso: expresa aun embrionariamente la revelación de que “no hay que pagar por vivir”. Esta revelación ya se ha manifestado, sólo necesita ser expresada como necesidad para convertirse en un imperativo práctico capaz de cambiar las reglas del juego. Las evasiones en el transporte público podrían continuar y masificarse sin que nadie transgreda ninguna de las leyes represivas vigentes. Podrían extenderse -tal como fueron las “autorreducciones” en la Italia de los años setenta- a los servicios de agua potable, electricidad, gas y conectividad. Podría convertirse en una oleada imparable de robos hormiga hechos en masa en todas partes sin pausa. Podría derivar en un movimiento de desobediencia social y económica efectuado por millones de personas de mil maneras diferentes, transgrediendo muchas normas, pero ninguna ley. Podría suceder que las relaciones de comercio habituales lleguen a verse tan perturbadas que no haya otra forma de proporcionar alimentos y suministros a la población que mediante una política de racionamiento. Pero un capitalismo de barracas es una imposibilidad práctica.

En condiciones así, la necesidad de apropiación directa de los bienes de consumo no podría llegar muy lejos adoptando la forma acostumbrada del saqueo. Pero eventualmente podría llevar a los choferes de camiones a sumarse a la desobediencia masiva y a entregar esos bienes a las asambleas en vez de a los supermercados. Esa misma tendencia podría terminar imponiendo a quienes producen los bienes la necesidad de liberarlos sin la mediación del comercio. La interrupción del ciclo de valorización que ello supondría haría inviable la adquisición mediante el salario, abriendo la vía hacia la distribución directa. Sería un bucle de retroalimentación tendiente a la comunización progresiva de todo. En el transcurso, el Estado estaría obligado a prohibir prácticamente todo con excepción de los actos de compraventa, erosionando así la libertad formal que es su propio fundamento.

No cabe imaginar un proceso tal sin que tenga lugar una proliferación de violencias, que en cualquier caso sería el despliegue cinético de la enorme violencia potencial ya contenida en la propia forma social capitalista. De lo que se trata no es tanto de evitar la violencia estatal, que es inevitable, sino de cómo hacerle frente desde la posición de ventaja que nos brinda la masividad y sobre todo la potencia social que nos habita. Todo depende de cuán capaz sea el proletariado de determinar por sí mismo la dinámica de la lucha, fijando él las reglas del juego. Allí donde se le quiera imponer el enfrentamiento directo en condiciones donde sólo puede salir herido de muerte, tendrá que evitarlo llevando la desobediencia a un plano diferente. Allí donde se le quiera arrastrar a un callejón sin salida tendrá que saber crear una vía imprevista; tendrá que animarse a detener aquello que se suponía no podía parar de moverse, a movilizar aquello que se suponía indefectiblemente quieto, a crear un vacío en el que se precipite cada golpe dirigido contra él. Tendrá que sorprender al enemigo privándole de cada superficie sobre la que esperaba apoyarse para seguir golpeándole, imponiéndole un desgaste progresivo. Cansarlo, agotar sus fuerzas, hasta que le resulte más costoso seguir luchando que abandonar. Todas las armas y recursos materiales no son nada sin el ánimo que hace falta para ponerlos en acción.

Tiene una importancia clave que la lucha sea no sólo en pos de objetivos económicos y políticos, sino que su propio desenvolvimiento sea la demostración práctica de que vivir sin pagar es una forma de vida superior que la actual, y hacerlo con una elocuencia tal que cada vez sean menos los que quieren seguir malviviendo como lo hacían. Esto supone para el proletariado dejar atrás todo aquello a lo que estaba acostumbrado, desaferrarse de la forma de vida que le constituye como proletariado. Pues bien, si algo ha quedado claro en estas semanas es que esto no sólo es posible, sino que se ha vuelto hasta cierto punto inevitable y es, si se lo piensa bien, lo mejor que podría pasarnos. Asumirlo implicaría, para empezar, que dejemos de pedirle respeto a quienes han demostrado no ser en absoluto respetables; y que llevemos nuestra dignidad recién recobrada hasta su última consecuencia: la autodeterminación total.

[Chile] ¿Convención constituyente o asambleas territoriales autónomas?

Nota de Vamos hacia la vida: hemos recibido y compartimos otro interesante texto anónimo sobre la relevancia de la autoorganización y autonomía de nuestra clase para profundizar la ruptura que comenzó aquel 18 de octubre. Solo a través de la organización horizontal y autónoma en asambleas territoriales, en centros productivos y educativos, por fuera y en contra del Estado y las organizaciones que pretendan cooptar nuestra lucha hacia el politicismo y la gobernabilidad, es que las personas  reestablecen sus lazos comuntarios, se hermanan en la lucha y constatan en la práctica que todo es posible si actuamos juntxs. El siguiente texto es un esfuerzo en profundizar y problematizar en esto.

¿Convención constituyente o asambleas territoriales autónomas?

I

La rebelión del 18/10 fue espontánea, popular, masiva y anárquica. La “válvula de descompresión” que se intenta instalar desde arriba es jerárquica, elitista, institucional y “democrática”.

En efecto, pareciera que esta insurrección a nivel nacional casi no tiene precedentes históricos. Tal vez dos estallidos con los que notoriamente tiene más en común serían los de abril de 1957 en Valparaíso, Concepción y Santiago, y el movimiento de las ocupaciones en junio/mayo de 1968 en Francia.

En el primer movimiento, el proletariado de esas tres ciudades se alzó espontáneamente con un leve desfase temporal (30 de marzo en Valpo, 1 de abril en Conce y 2 de abril en Stgo.) a raíz del alza de precios del transporte, gatillando una insurrección intensa y breve que para ser derrotada obligó a retirar la policía de las calles y sacar al Ejército. Varias decenas de muertos, y el Gobierno echó atrás el alza[1].

En el segundo, la fuerte represión al movimiento estudiantil generó una huelga general espontánea, boicoteada por los partidos burgueses (sobre todo por el Partido “Comunista” Francés) y sus sindicatos. Tras un mes de una verdadera explosión popular de creatividad y combates callejeros con la policía, el movimiento empieza a decaer cuando se reorganiza el partido del orden incluyendo manifestaciones masivas por la paz social, y finalmente llegando a acuerdos de reformas económicas entre la patronal, los sindicatos, y el gobierno. Uno o dos muertos en todo el proceso (las vidas valen menos mientras más te adentras en el Tercer mundo), y el estallido del 68 adquiere una dimensión global (EE.UU., Córdoba, México, Japón, Checoslovaquia y un largo etc.)[2].

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Vamos hacia la vida: sobre la COP25

«No queremos regresar a la normalidad, porque la normalidad era el problema» – Pinta realizada durante las protestas callejeras en Hong Kong

Octavilla repartida el 6 de diciembre de 2019 contra la cumbre de la COP25, organizada en Madrid por el gobierno de Pedro Sánchez para evjtar el foco internacional sobre la represión de la revuelta en Chile. Aquí el .pdf distribuido en la manifestación.

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Vamos hacia la vida

Contra el capital y su danza de muertos, nosotros vamos hacia la vida.

Vamos hacia un ciclo de luchas cada vez más intenso y profundo, cada vez más internacional, que tiene una y la misma raíz: la necesidad de defendernos como especie contra un mundo que se está agotando.

Esta revuelta no tiene nada que ver con los libros, ni con los planes educativos, ni con las campañas publicitarias que apelan a la responsabilidad ciudadana. No es una revuelta que mire a los gobiernos para exigirles un mejor comportamiento, una gestión de nuestra miseria un poco más social, un poco más verde. Es una rebelión generalizada por la vida, contra un sistema que al mismo tiempo que expulsa trabajo y nos convierte en población sobrante, destruye a un ritmo exponencial la biosfera para alimentar a sus máquinas y producir más mercancías: dinero para generar dinero para generar dinero, caiga quien caiga.

Esta huida hacia adelante del capital no puede detenerla ningún Estado, porque el Estado sólo puede administrar unas relaciones sociales que se están pudriendo por dentro. La izquierda y la derecha poco importan en ello: Piñera y Sánchez trabajan codo con codo para garantizar la paz social. Allí torturan y asesinan a nuestros compañeros de clase. Aquí, para la cumbre de la COP25, construyen una jaula de oro desde la que hacer cantar a algunos pájaros debidamente domesticados.

Pero la burguesía está desconcertada.
La burguesía tiene miedo.
La burguesía tiene razón.

Desde Francia a Hong Kong, desde Haití a Ecuador, desde Irak e Irán a Chile, una oleada de luchas está atravesando el planeta, y sólo es el comienzo. Nos levantamos contra un mundo que subordina toda forma de vida a la producción de cosas muertas. Nos levantamos contra un sistema social que da de comer a las máquinas mientras nos mata de hambre. Es la lógica del capital que sufrimos como especie, pero que sólo podemos destruir como clase: la única respuesta a la catástrofe capitalista es la revolución internacional contra la mercancía y el Estado, por la comunidad humana, por la vida, hacia la vida.

Que tiemblen de miedo.