[Publicación] Revista Revolución #2 / Proletarios Internacionalistas

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Sumario:
– De la emergencia sanitaria a la emergencia de guerra
– Inflación y luchas proletarias (Primera parte)
– Revolución y contrarrevolución en la región española, años 30 (Segunda parte): La contrarrevolución
– Anexo: Revolución y contrarrevolución en la región española, años 30 (Primera parte)

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La crisis de valorización del capitalismo mundial avanza como una locomotora, agudizando día tras día las contradicciones sociales. Pese a que, en ciertos países, como en China, continúa desplegándose la política de «Cero Covid», y es difícil pronosticar los movimientos concretos que nos depara el futuro en el corto plazo, la vía de la emergencia sanitaria parece agotada. Como decíamos en nuestra anterior revista:

«Para el capital todas estas medidas se van mostrando insuficientes. Pese a que la declaración de pandemia ha ido eliminando empresas y medios de producción inservibles y con una tasa de desvalorización insostenible, incrementando al mismo tiempo la centralización del capital, lo cierto es que, por otro lado, la economía mundial requiere de la destrucción de grandes franjas de capital que no hacen más que acelerar la desvalorización general. Este proceso implica hacer no sólo una gran limpieza de capital fijo y circulante que atasca los procesos cíclicos de acumulación, sino de capital variable, es decir, de fuerza de trabajo»

Efectivamente, el capital exige un paso más en su carrera desbocada hacia la acumulación infinita. Susurra a todos los Estados la necesidad imperiosa de barrer con enormes masas de capitales que hoy, lejos de contribuir al proceso cíclico de valorización, lo colocan en serios apuros para desenvolverse. Reclama que se purgue la acumulación superflua de la fuerza de trabajo que no participa en la obtención de ganancia, ni puede engrosar las filas del rebosante ejército de reserva. Insta a incrementar por todos los medios posibles los niveles de explotación al proletariado. Demanda una mayor concentración de las diferentes partículas del capital para optimizar su movimiento, etc. El estado de emergencia sanitaria que se declaró bajo la cobertura del Covid-19 permitió asumir, a cierto nivel, estas exigencias, generando a su vez un incremento en la emisión monetaria sin freno y la paralización de las fuertes luchas internacionales iniciadas a finales del año 2020. Pero la guerra al virus evidenció sus límites y la burguesía se encontró de retorno con los problemas estructurales que la atenazan.

Con el avance de los tanques del Estado ruso sobre territorio ucraniano se abrió una «nueva» hoja de ruta. Fue una invitación a todos los Estados a enfundarse el traje de la guerra. Nadie rehuyó el convite.

Sin tiempo para pestañear, toda referencia a la emergencia sanitaria se esfumó para dejar paso a otra nueva emergencia: la de la guerra. Las noticias sobre el temido Covid-19 desaparecieron como por arte de magia para dejar su lugar a la propaganda bélica. Los tambores de guerra regresaban a la vieja Europa anunciando una nueva escalada en la contienda imperialista. La amenaza de una «tercera conflagración mundial» inundó los canales de información del capital y cada constelación burguesa erigió su propio discurso para situarse en la lanzadera. El diablo Putin, la agresión contra Ucrania, la amenaza ante el avance de la OTAN o la desnazificación de Ucrania fueron algunos de los señuelos propagandísticos que se lanzaron, desde uno u otro lado, para promover la adhesión a las hostilidades.

Mientras los mass media inundaba el mundo de imágenes e informaciones sobre la guerra en Ucrania, seleccionando cuidadosamente lo que era conveniente para cada bando, una nueva masacre desgarraba el cuerpo del proletariado y se añadía a la escalada de carnicerías y catástrofes que asolan el planeta. Las lágrimas de cocodrilo que emanan de los discursos que pronuncian los distintos dirigentes burgueses no pueden esconder el jolgorio que significa para la economía esta nueva matanza. No tanto por el río de sangre que emana de los miles de muertos de nuestra clase, lo que para nuestros verdugos no deja de ser una pequeña escaramuza, sino por la perspectiva de guerra generalizada que se esboza en el horizonte.

Por otra parte, este cambio de escenario implicó un giro en el bombardeo mediático que nos explica la causa de algunos problemas que empeoran considerablemente las condiciones de supervivencia de la humanidad. La subida de los precios de los alimentos, de los carburantes, los problemas de suministros, etc., tenían un nuevo chivo expiatorio.

Dejaban de ser imputados a la pandemia para ser achacados al conflicto Ucrania-Rusia. Todo varió en un visto y no visto.

La guerra en Ucrania

La historia del capitalismo no puede entenderse sin vincularla al desarrollo de la guerra. Esta le es inherente y permanente, es el modo de vida propio de una sociedad que se desarrolla en base a la competencia feroz de todos contra todos. El proceso cíclico de acumulación capitalista implica que cada átomo de valor sólo puede asegurar su conservación a condición de asumir una incesante reproducción ampliada de su propio ser. La conquista, la subsunción de todo recurso planetario que pueda ser valorizado, la pugna entre rivales en el mercado, la unidad coyuntural de partículas de capital para hacer frente a la competencia (sociedades accionistas, Estados o constelaciones estatales) o el terrorismo contra toda forma de cuestionamiento social son algunas de las formas elementales de desarrollo de la sociedad mercantil generalizada.

Así se explica que cada vez haya más ejércitos, más conflictos bélicos, más policías, más cárceles de todo tipo, más destrucción, más desastre. En ese sentido, es relevante la publicidad que ha alcanzado la contienda entre Rusia-Ucrania, en contraste con el sigilo que caracteriza la información de las decenas de conflictos bélicos en desarrollo. Las guerras en Siria, Sudán, Yemen, Armenia-Azerbaiyán, Sáhara occidental, Etiopía, Mozambique, Libia, Malí, República Centroafricana, Pakistán, Somalia-Kenya, Afganistán, Palestina, etc., no merecen apenas atención para los medios de información, en todo caso un espacio residual de algún episodio anecdótico. Todas estas guerras localizadas, cada vez más frecuentes, y de las que la confrontación Rusia-Ucrania supone un eslabón más, no son meras disputas limitadas a determinadas naciones, o provocadas por Estados particulares. El propio choque en suelo ucraniano no se explica por la invasión de una nación agresora y la réplica de la nación agredida. Tampoco por una mera cuestión de dirigentes gubernamentales u otros motivos que apuntan a las supuestas singularidades históricas que puedan tener esos Estados, sino que es la estrecha mirada nacional la que reduce los acontecimientos en este sentido. Partir de la totalidad capitalista, levantando la mirada por encima del muro fronterizo de la nación, permite romper con esa visión mistificadora, revelándose esa cadena de conflictos militares como episodios de la guerra mundial del capital, que se manifiesta aquí o allá, adquiriendo formas más o menos generalizadas dependiendo de las necesidades de valorización.

Por eso, para nosotros no tiene sentido hablar de primera y segunda guerra mundial, por mucho que fueran momentos determinantes de la confrontación imperialista del capital mundial. La guerra en esta sociedad es siempre mundial, por mucho que la misma se presente más o menos generalizada, se reproduzca en una o varias zonas. Mientras se habla de paz en algunos lugares, en otros se desarrolla la ofensiva bélica. La participación o no formal de más o menos Estados o la extensión mayor o menor de superficie destruida no es lo que les aporta el carácter mundial a las conflagraciones militares.

Es la inequívoca participación de todo el capital internacional y sus diversas partículas, sea de una forma u otra, la que les confiere ese carácter. Sólo una concepción nacional del capital, y por tanto totalmente limitada, puede construir una fábula que aísla ciertas fracciones del mismo de la reproducción global que desarrolla la guerra.

Podemos ver cómo determinados Estados pueden permitirse gestionar la paz en sus territorios, a condición de recoger los frutos de la carnicería imperialista en otros lugares, o/y por las condiciones de reproducción que han logrado gracias a conflictos precedentes. En otras latitudes, los silbidos de los misiles y las explosiones son un compromiso necesario para el desarrollo del valor. Es una evidencia que toda mínima porción de capital debe su existencia, así como su capacidad de movimiento en el mercado, tanto a las bayonetas del pasado como a los misiles actuales.

De nuestra exposición se deduce que el problema no hay que buscarlo en las decisiones particulares de una fracción de la burguesía, en el imperialismo o militarismo de ciertos Estados, sino en la forma de vida misma del capital que determina a toda la clase dominante a convertir el mundo en un campo de batalla. Por eso mismo, desde el punto de vista del comunismo, analizar los motivos particulares que llevan a una fracción de la clase dominante o Estado a participar en un conflicto bélico es un aspecto totalmente secundario. Lo determinante no es mostrar que el Estado ruso se lanza a la batalla para apoderarse de una zona estratégica en su enfrentamiento comercial, hacerse con las riquezas y capitales de ese territorio, dar dinamismo a su mercado, o cualquier otra cuestión que se le presente como decisiva a la conciencia de esa clase social, y que es la forma fenoménica que adquiere la tendencia inmanente de la producción capitalista hacia la destrucción bélica. Esas cuestiones son realmente importantes para el inmediatismo de la burguesía en su carrera competitiva, como demuestra toda la montaña de análisis periodísticos existentes sobre las causas de la pugna militar en Ucrania. Para la perspectiva revolucionaria, por el contrario, lo fundamental es captar que la guerra está incrustada de forma inherente en el propio capital. Por eso es absurdo y mentiroso desviar el problema hacia cuestiones particulares, de decisiones, de dirigentes. Como si fuera un dirigente el que es expansionista y no un sistema económico. Como es también totalmente absurdo creer que puede haber un capitalismo sin conflictos bélicos, como nos quiere hacer creer la ideología pacifista ocultando que la paz es un momento de la guerra. Es el propio movimiento que ejerce cada átomo de valor y su constante necesidad de reproducirse de forma ampliada como capital, el que confiere un carácter belicista e imperialista tanto a la partícula más pequeña de capital como a la constelación de Estados más grande. Nuestro problema no se reduce a la existencia de los Putin, Zelensky, Biden, Macron, al-Ásad, ni de los Bill Gates o los Rothschild, lo que evidentemente no les quita ninguna responsabilidad. Quiera o no quiera, piense lo que piense, la burguesía está obligada a desarrollar la destrucción bélica. El verdadero sujeto que decide todo y que personifican todos estos burgueses es el capital, por eso la única solución a todas las guerras nunca podrá ser la paz sino la transformación radical de la sociedad.

Pero ¿por qué los voceros del capital han dado tanta difusión al conflicto entre el Estado ruso y el ucraniano? ¿Por qué esa emergencia de guerra? ¿Acaso en otros lugares —véase Siria— esos bloques imperialistas no están chocando también? ¿Simple eurocentrismo? ¿Hay un gigantesco botín de por medio? Es evidente que el eurocentrismo está implícito en las informaciones y análisis que parten de la ideología dominante. También es cierto que hay suculentas ventajas para los capitales que controlen el territorio ucraniano, pero no son suficientes motivos que expliquen la emergencia de guerra planetaria en un mundo de guerras. Es preciso integrar el avance de los tanques rusos en Ucrania en una óptica más global para entenderlo en toda su significación. Se trata de un movimiento que plantea un salto cualitativo en la generalización de la destrucción bélica.

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Esta revista es un producto de la lucha y para la lucha. Por lo tanto, alentamos la reproducción, difusión, impresión, copia, discusión, traducción, etc. de su contenido. Su fortificación como herramienta de la lucha proletaria va ligada a las contribuciones críticas, aportes, envío de materiales e informaciones que los diversos lectores y compañeros de lucha nos hagan llegar. 

CONTRA LAS MENTIRAS ESTATALES DE LA ECONOMÍA DE GUERRA DEL CAPITAL EN DELICUESCENCIA ¡VIVA LA GUERRA REVOLUCIONARIA DEL PROLETARIADO CONTRA EL COMERCIO DE LA SERVIDUMBRE!

El 28 de marzo de 2020, Pedro Sánchez, el lamentable contable en arrendamiento precario de la Moncloa, abogaba por la instauración de una “economía de guerra” a escala Europea para hacer frente a la “situación más grave que han vivido nuestras sociedades desde la Segunda Guerra Mundial”, justificando la instauración del estado de alarma y el confinamiento generalizado de la población española, como de la casi totalidad de los países con las economías más desarrolladas.

El 27 de marzo de 2022, o sea un mes después del inicio de la intervención militar rusa en Ucrania, programada por las manipulaciones del Pentágono, Christine Lagarde, miserable lacayo inculto de Washington, delincuente en sastre Chanel amnistiada tan pronto como condenada, ascendida a presidenta del Banco Central Europeo, advertía: “La guerra debería tener un impacto considerable sobre la economía mundial, y especialmente en la economía europea debido a la proximidad de Europa con Rusia y de la dependencia del gas y del petróleo ruso. Es probable que esto ralentice el crecimiento de la zona euro e impulse la inflación a corto plazo mediante el aumento de los precios de la energía y los bienes, que afecte la confianza y perturbe el comercio internacional…”

El 27 de mayo de 2022, al salir del foro anual de Davos, Scholz, el impotente cómitre alemán de la Unión Americana en Bruselas, ha detallado un paquete de sanciones “que serán más duras y profundas que todas las que se hayan podido imponer a un país del tamaño de Rusia… Sin embargo, esta reestructuración tendrá efectos considerables en las economías europeas… Especialmente porque la fase específica de la mundialización que hemos vivido en Norteamérica y Europa durante los últimos 30 años – con un crecimiento fiable, un alto valor añadido y una baja inflación – está llegando a su inevitable final… Sí, estamos viviendo un momento clave. La historia está en un punto de inflexión”.

El 13 de junio de 2022, durante la inauguración de la feria de armas terrestres Eurosatory en Villepinte, Macron, el cómico pacifista atlantista traficante de armas, finalmente admitió que habíamos “entrado en una economía de guerra en la que creo que nos vamos a organizar de forma duradera.


¿Cuál es entonces esta guerra que los Estados han declarado a un enemigo invisible, tan imperiosamente necesaria que justificaría destruir muy visiblemente tiendas enteras de la sobre-producción mundial generalizada?

¿Cuál es entonces esta llamada “otra” guerra que, apenas comenzada, está condenada inmediatamente a durar, a pesar del”impacto considerable” que tendrá “en la economía mundial, y especialmente en la economía europea” ?

¿Qué son, pues, estas “sanciones” que pretenden “sobre todo” reestructurar muy profundamente las economías europeas” ?

¿Cuál es, pues, esta indispensable “reestructuración” que impone entrar “duraderamente” en economía de guerra” ?

Para entender todas las locuras estático-terroristas que expresan la verdad del tiempo presente, ya sean sanitarias o militares, inmigracionistas, climáticas o LGBTistas, religiosas o chusmosas, es necesario volver siempre a la centralidad de lo que hace la totalidad del porvenir del mundo universalmente unificado en los progresos de la alienación mercantil. Es la implacable ley de la baja de la tasa de ganancia – la incurable enfermedad auto-inmune mortal del Capital – y la consecuente demencial saturación de los mercados, lo que provocó la necesidad de parar la economía mundial mediante un confinamiento que ciertamente constituyó un acto de guerra del Capital, pero contra sí mismo, y ello con la esperanza de poder posteriormente re-iniciar, como lo hizo después de sus dos Matanzas mundiales del siglo XX…

Es evidente que el espectáculo de la mercancía, al no poder auto-designarse como intrínsecamente patógeno por naturaleza, está obligado a justificar su colosal sangría económica mediante la existencia fantástica de un agente infeccioso exterior fulminante. La guerra en Ucrania vino después a constar el fracaso de la primera fase “viral” de la guerra de la patraña, su incapacidad de permitir un verdadero reinicio de la valorización capitalista, y el paso necesario a una segunda fase de destrucción mediante el bombardeo económico masivo de Europa bajo el pretexto de las sanciones contra Rusia, esta última heredando aquí el papel del espantapájaros anteriormente asignado al Coronavirus…

La economía de guerra es el momento crísico de la necesaria reconversión estatalmente administrada de las fuerzas de producción del Capital en fuerzas de destrucción: el momento en que el Capital debe amputarse para intentar salvarse… Sin embargo, esta aniquilación, indispensable a nivel del mercado mundial, no se hace indistintamente, sino en el marco geo-político de las relaciones de fuerza competitivas existentes entre los diferentes bloques capitalistas tecnológicamente más avanzados en cuanto a la extorsión maquínica de la plus-valía producida por los únicos proletarios explotados.

La especificidad de la guerra actual es que sus protagonistas reales, los Estados Unidos y Europa, permanecen ocultos tras el velo de una alianza geo-comercial forzada que oculta muy mal que el vasallo europeo bruselizado está constreñido por su soberano yanqui tanto a auto-devastarse como a rechazar a su aliado capitalista natural ruso, con el fin de impedir que una Europa mercantil unificada e independiente venga a poner definitivamente en tela de juicio al Tío Sam y la hegemonía ficticia del dólar mágico sobre el planeta-mercancía en descomposición.

Lo real nunca miente y, para entender cuáles son las conflictualidades realmente en acción, hay que saber escucharlo… Los Estados Unidos quieren a toda costa separar la Europa de las altas tecnologías de las vastas reservas energéticas de Rusia, rechazando esta última en los espacios asiáticos de un capitalismo todavía muy masivamente retrasado

El Capital ha entrado en crisis mortal, pero quiere creerse eterno y busca frenéticamente reconfigurarse. La segunda fase mitológica de la guerra del Coronavi-Rusia, al cortar Europa de una parte esencial de su abastecimiento de hidrocarburos, acelerará el delirio ecológico-transicional energético obligatorio, última esperanza capitalista decreciente de una progresión recuperada, tan poco “limpia” como totalmente quimérica…

Por lo tanto los tiempos venideros serán decisivos y la sagrada unión de los chantajes políticos y sindicales que se dedican a ocultar tanto las perfidias de la impostura estatal como el volcán ardiente del abstencionismo creciente de las rabias proletarias, acabará obviamente por desintegrarse en el regreso incendiario y comunero del proletariado refractario de Europa…

Para la clase capitalista europea, el dilema es de aquí en adelante el siguiente: consumir su sumisión a América hasta las heces completando su autodestrucción y asumir la guerra social que generará indefectiblemente; o rescindir su alianza atlántica y sustituirla por una unión continental con Rusia, es decir, soportar el conflicto abierto con Estados Unidos… Y esta misma guerra social que este último generará también indefectiblemente…

Por su parte, los hombres de Verdadero Goze estarán sin dilema. Saben que no hay más que un camino hacia la emancipación de toda explotación y de toda alienación: ¡la Guerra de Clase Mundial contra todos los Estados del planeta-mercancía!

Para poner definitivamente fin al ciclo infernal de las guerras del Haber… ¡Que viva la guerra del Ser hacia la COMUNA UNIVERSAL POR UN MUNDO SIN DINERO, SIN SALARIADO, NI ESTADO!

Grupo Guerra de Clase

http://guerredeclasse.fr/

 

¿»Revolución en Rojava»? ¿»Antiestatal»? ¿»Anticapitalista»? ¿O una nueva mistificación?

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La pregunta esencial que debemos hacernos sobre Rojava es la siguiente: ¿lo que algunos llaman la «revolución de Rojava» es realmente una revolución social o, mejor dicho, se inscribe en una dinámica de destrucción del orden social actual (es decir, del orden capitalista)? ¿O, por el contrario, no se trata más bien de un proceso de instrumentalización y de encuadramiento por parte de las instituciones socialdemócratas (y, por tanto, burguesas), bajo la apariencia de «liberación social», de un auténtico movimiento de revuelta contra la miseria y la represión del Estado, para justificar mejor sus «luchas de liberación nacional»?

El movimiento revolucionario buscó naturalmente la respuesta a esta cuestión en debates y confrontaciones de puntos de vista, testimonios y análisis a menudo divergentes, confusos y complejos. Nuestro grupo de «Guerra de Clases» también ha participado en este debate, y hemos publicado una selección de contribuciones al mismo en nuestro blog.

Y podemos decir que este debate sólo ha llevado a una conclusión: que la llamada «Revolución de Rojava» no se inscribe en absoluto en la dinámica revolucionaria «anticapitalista» y «antiestatal». Al final, no es más que una variante local de la «revolución bolivariana» o del «socialismo del siglo XXI», controlada y limitada por una poderosa maquinaria de propaganda que combina el «municipalismo libertario», el marxismo-leninismo y la «liberación nacional».

Los que hoy niegan esta conclusión no lo hacen porque sean lentos para entender o estén mal informados. Son simples seguidores de la reforma del Capital, limitándose a pintarlo de «rojo», son partidarios de la estrategia de cambiarlo todo para que lo esencial siga siendo lo mismo. Y hoy, si escuchamos mayoritariamente las voces de los partidarios de Rojava a nivel internacional (aunque menos que antes), es porque para los revolucionarios esta cuestión ya está resuelta y su actitud crítica hacia Rojava permanece inalterada (lo que no excluye que el movimiento proletario de la región retome en el futuro y se oponga a la recuperación socialdemócrata de su lucha, que nosotros, como comunistas, apoyamos plenamente).

Importantes sectores del «anarquismo» (oficial y aún menos oficial) se declaran partidarios acérrimos de la «Revolución en Rojava», que sería una «verdadera revolución» según el «eminente» intelectual David Graeber. Esto está animado y dirigido por una serie de instituciones como las «asambleas populares», los «cantones», las «comunas», los «municipios», que globalmente y fundamentalmente no impiden (e históricamente nunca han impedido) la reproducción de las mismas relaciones sociales que dominan a escala global.

¿Somos ingenuos o estúpidos para creer a «los anarquistas» cuando declaran alegremente que están en contra del «trabajo, la justicia y el ejército»? Sigue leyendo

LA GUERRA CONTINÚA

En la sociedad capitalista, las guerras, como los muertos, también tienen categorías. Hay guerras de primera (Ucrania) y guerras de segunda (Yemen). Como hay muertos de primera (los soldados de la OTAN o de sus aliados) y muertos de segunda y de tercera…

Entre los muertos de la última fila, los olvidados, están siempre los muertos que pone la clase trabajadora día a día. Tanto en la guerra abierta (como carne de cañón) como en la guerra soterrada y cotidiana que sufrimos en el puesto de trabajo (como fuerza de trabajo para ser explotada).

Cada año mueren cerca de 700 trabajadores en el Estado español, asesinados en su puesto de trabajo o acudiendo a él. Según datos de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) en un año como 2018, justo antes de la pandemia, murieron en el mundo 2.780.000 trabajadores, por enfermedades contraídas en el trabajo o directamente por accidentes en el trabajo (400.000). En los últimos diez años, cerca de 30 millones de trabajadores pierden la vida a causa de las condiciones de trabajo en las que son obligados a ganar su salario. Y sabemos que los datos oficiales no suelen incluir todos los fallecidos (por ejemplo, los muertos en accidentes de tráfico “in itinere” o casos de infarto).

Las poblaciones que viven en las cercanías de incineradoras e industrias que emiten sustancias tóxicas sufren importantes aumentos de la mortalidad por cáncer (como el mesotelioma provocado por amianto o los cánceres provocados por “polvo negro”). Estamos hablando de muertes programadas y sufrimiento para miles de personas. Si a esto sumamos los trabajadores que quedan enfermos, lisiados o mutilados para el resto de su vida a causa de incidentes ocurridos durante el trabajo, el número total de trabajadores heridos, enfermos o mutilados en “tiempos de paz” sería seguramente 10 veces más.

El capital no tiene ningún escrúpulo en la explotación de la fuerza de trabajo, ningún escrúpulo para mandarnos matar… Ni el capital internacional, ni el español ni el vallisoletano.

Los accidentes nunca han cesado, pero después de la pandemia los aumentos han sido significativos en todos los sectores. Estos incrementos se dan por el deterioro de las condiciones laborales, el aumento de los ritmos, de las cargas de trabajo. En lo que va de año han muerto en territorio castellano 53 trabajadores (23 en Madrid, 14 en Castilla la Mancha, 16 en Castilla y León). En la provincia de Valladolid han fallecido en este primer semestre 4 trabajadores, y en la mayor parte de los casos se podía haber evitado, como en estos dos ejemplos, los dos últimos trabajadores fallecidos:

Un muerto en ACOR por caída (en un silo)… de la misma manera que se produjo otro muerto en la misma factoría en 2016. ¿No han tenido tiempo de implementar las medidas de seguridad para los trabajos en altura? ACOR CULPABLE.

Un muerto en METALÚRGICAS OVIEDO por aplastamiento… la plancha que le aplastó estaba sujeta por enganches en mal estado según había denunciado el sindicato UGT ¿Y por qué se seguía trabajando sin cambiar los enganches? ¿y por qué si UGT lo sabía no paró la actividad en la fábrica.

Los “accidentes laborales” son la punta del iceberg de la masacre cotidiana de la clase trabajadora. Son la parte visible de la guerra permanente que sufrimos los trabajadores. Este terrorismo patronal es una constante que domina el medio del trabajo por el miedo: miedo al despido, miedo al castigo, miedo a la represión laboral y sindical, miedo al paro, miedo al accidente en el trabajo, miedo a perder la vida yendo al trabajo, miedo a no llegar a fin de mes… Los accidentes laborales no los van a parar la empresa ni los sindicatos. Somos los propios trabajadores los que debemos imponer las condiciones de seguridad y prevención de riesgos en el trabajo.

Para el empresario, la seguridad es un coste. Rara vez le importa de verdad, menos aún en estos tiempos en los que los márgenes de beneficios peligran por la competencia desaforada de las distintas burguesías entre sí.

Los sindicatos claman para que “se extreme la vigilancia en el cumplimiento de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales”, o por “planes de choque”… pero llevan años pactando con los empresarios en el marco del diálogo social y las muertes y los accidentes no dejan de crecer.

La lucha contra las desgracias, nocividades, enfermedades y muertes en el trabajo debe ser parte de la lucha para reducir ritmos de trabajo, reducir la intensidad y duración de la jornada laboral y por el aumento de los descansos, especialmente donde se trabaje con mayor riesgo. Es imprescindible que los trabajadores nos organicemos por objetivos e intereses propios, contra cualquier colaboración con nuestros asesinos. Es imprescindible que la lucha se lleve a cabo con medios y métodos de clase y que enfrente, al mismo tiempo, a los patronos y capitalistas y a los sindicalistas y oportunistas que blanquean la explotación.

Los patrones los llaman accidentes. Los “sindicalistas”, accidentes laborales.

NOSOTROS LOS LLAMAMOS POR SU VERDADERO NOMBRE: ASESINATOS.

 Comité de Solidaridad de los Trabajadores / Estado español

Junio 2022

La huelga de Cádiz y las flores en la guadaña

Por: Barbaria

En las últimas semanas hemos visto el estallido y el rápido sofoco de la llama de nuestra clase, esta vez a propósito de la huelga del sector del metal en la provincia de Cádiz, que tiene la segunda mayor tasa de paro de toda España, con un 23,16%. Hemos vuelto a ver, cómo no, al Estado, a la izquierda que lo encabeza y a los sindicatos en acción, haciendo el papel que históricamente mejor han sabido hacer: dinamitar cualquier perturbación de la “paz social”.

La huelga empezó a tomar forma a lo largo del mes de octubre, dada la descompensación que hay entre la inflación, que se ha disparado al 5,5% en 2021, y la subida de los salarios, de la que hablaremos más adelante. Estos hechos están afectando en mayor o menor medida a todos los trabajadores, haciéndonos perder salario real y poder adquisitivo, con el consiguiente empobrecimiento. Esta circunstancia en el ya previamente maltrecho y amenazado sector de la industria metalúrgica genera las condiciones para el estallido de, como poco, una huelga, que fue impulsada por los elementos más precarios del sector. Ante la inevitabilidad de la huelga, los sindicatos decidieron intervenir para mantener la huelga dentro de los límites aceptables desde la lógica del beneficio económico, la única posible para el sindicalismo. En este sentido, los sindicatos mayoritarios (UGT y CCOO) se afanaron por mantener la huelga lo más aislada posible en su sector, y en este sentido se vieron presionados para ponerse al frente de las asambleas de trabajadores, que desde luego no habían nacido de la iniciativa sindical, para asegurarse de que así fuera. Del mismo modo, las reticencias de los partidos del gobierno PSOE-Podemos frente a la huelga pasaron a convertirse en muestras de apoyo cuando esta amenazaba con desbordarse, tomando el papel de poli bueno al avisar a los trabajadores de que la huelga podía ser instrumentalizada por la derecha. Una vez más, por si no hubiéramos tenido suficientes muestras ya, sus diatribas palaciegas y cortoplacistas se muestran totalmente ajenas a los intereses de nuestra clase. Entretanto, los sindicatos acordaron pactar con el gobierno una subida de los salarios del 2%, más que insuficiente para cubrir la inflación, en una votación individual y secreta que los sindicatos más “radicales” no tardaron en señalar como un fraude, movilizando a los trabajadores más comprometidos para continuar con la huelga, al coste de enfrentarse a sus propios compañeros.

Una línea general que atraviesa todos los elementos que han conducido al fracaso de la huelga ha sido, sin duda, la división. Por una parte, la división que mantuvieron los sindicatos mayoritarios para garantizar que la huelga se restringía al sector del metal, evitando que otros sectores se solidarizasen con la huelga. Por otra parte, estos mismos sindicatos se aseguraron de mantener atomizados a los trabajadores del propio sector del metal, al sabotear la asamblea e imponer el voto secreto, como derecho ciudadano, evitando que los trabajadores pudiesen poner en común sus intereses para actuar de forma unitaria. Luego, los sindicatos “radicales” decidieron empujar a los trabajadores más comprometidos a continuar con la huelga -de forma unilateral, sin contar con la asamblea de los trabajadores, al igual que hacen los sindicatos mayoritarios- por el rechazo al acuerdo que habían alcanzado los sindicatos mayoritarios con el gobierno, a sabiendas de que la huelga ya había sido sofocada y que eso generaría enfrentamientos por una parte entre los compañeros más radicales y los que ya se habían desmovilizado, y por otra parte un enfrentamiento estéril entre los trabajadores radicales y la policía, que de paso sirvió al gobierno para dividir a los huelguistas entre los buenos -que aceptan el acuerdo alcanzado- y los malos -que no lo aceptan y además perturban el orden público-, a los cuales lógicamente había que darles un escarmiento.

Es importante señalar que el hecho de que esta dinámica se haya reproducido huelga tras huelga durante décadas no es algo casual, ni fruto de alguna traición particular, sino que atiende a la propia esencia de los sindicatos. El papel de los sindicatos no es el de velar por los intereses de nuestra clase, sino el de mediar entre el Estado y la patronal por una parte y los trabajadores por otra, además en un único sentido, que los trabajadores acepten las vueltas de tuerca que les va imponiendo la burguesía. Es por esto que podemos decir que los sindicatos son el brazo del Estado en la clase trabajadora, y no al contrario, como se nos ha pretendido hacer creer. Por esto mismo no es de extrañar que hayan sido tan considerados con la rentabilidad económica del sector y hayan aceptado una subida de los salarios que de sobra saben que no compensa la inflación. También, como hemos visto, los sindicatos “radicales” no escapan a esto, pues necesariamente priman su afán por ganar representatividad -ante el Estado- sobre los intereses de los trabajadores a los que dice representar. El sindicalismo es, como el parlamentarismo, una vía muerta que jamás tuvo nada de revolucionaria, pues jamás hubo nada de revolucionario en mantener una separación entre la política y la economía que no tarda en mostrarse ficticia. En las elocuentes palabras de alguien que sufrió la violencia de esos mismos partidos que hoy se hallan al frente del Estado español:

“Determinados grupos con más humos que penetración, achacan la evidente incompatibilidad de los sindicatos con la revolución a un carácter reformista que en verdad nunca tuvieron, y por otra parte a la supuesta incapacidad del capitalismo hogareño para hacer concesiones al proletariado. Lejos de ello, la causa es esencial, no contingente. Lo que engendra el carácter reaccionario de la organización sindical no es otra cosa que su propia función organizativa. Obtenga o no determinadas mejoras, está directamente interesada en que el proletariado siga siendo indefinidamente proletariado, fuerza de trabajo asalariado, cuya venta negocia ella. Los sindicatos representan la perennidad de la condición proletaria. […] Ahora bien, representar la perennidad de la condición proletaria conlleva aceptar, y de hecho necesitar también, la perennidad del capital. Los dos factores antitéticos del sistema actual han de conservarse para que el sindicato desempeñe su función, de ahí su profunda naturaleza reaccionaria, independientemente de los vaivenes que modifiquen, para mal, para menos mal o para mejor, la compra-venta de la mano de obra, jugarreta clave del sistema capitalista.Los sindicatos contra la revolución, Munis

Por último, y aunque suene a perogrullada, cabe recordar que el Estado y su política no son garantes de los intereses de nuestra clase, ni hay modo alguno en que lo sean, pese a los llamados del PCE (parte de la coalición de Unidas Podemos) para que los trabajadores confíen en el gobierno que empeora sistemáticamente sus condiciones de vida -y del que ellos forman parte- al mismo tiempo que les enviaban una tanqueta y una brigada de antidisturbios, que por lo visto debían venir en son de paz. Esto no quiere decir que los trabajadores nos tengamos que desmovilizar, ni que no haya nada que hacer, al contrario. Lo que esto quiere decir es que cualquier movilización será desmantelada si no sigue los principios que han marcado los éxitos de nuestro movimiento (hay que señalar que también los ha habido), y que no son otros que el internacionalismo y la independencia de nuestra clase, lo que en una huelga se concreta por una parte extendiéndola a otros sectores -y no aislándola en uno solo-, tendencia que se ha visto en la huelga de Cádiz, que tuvo una marcada tendencia a desbordar el marco de la fábrica extendiéndose por el entorno urbano de Cádiz y San Fernando a través de manifestaciones y asambleas de barrio, y por otra entregando todo el poder de decisión sobre la huelga a la asamblea formada por los propios trabajadores, y no a sindicatos ajenos a estos y con intereses diferentes, cuando no opuestos, a los de nuestra clase. Dicho de otra manera, los intereses de nuestra clase solo pueden ser representados por la propia clase, cuando se constituye como partido y se pone a la cabeza de la revolución que dejará en la cuneta a los sindicatos, a la izquierda del capital y a todos los que quieren conciliarnos con nuestros verdugos poniendo, como el título de este artículo, flores en sus guadañas.

[Libro] El MIL, Una historia política – Sergi Rosés Cordovilla

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El MIL-GAC representa, con todo, una de las experiencias más importantes dentro del panorama revolucionario español. Telesforo Tajuelo, uno de los pocos historiadores en tratar este fenómeno, mayoritariamente tratado por periodistas y casi el único en analizarlo políticamente, señaló que «el MIL ha sido el grupo más radical del movimiento obrero español después de la guerra civil». Sin necesidad de una afirmación tan categórica, sí es cierto que representó una de las contadas formaciones auténticamente revolucionarias del panorama político del momento. Decimos «auténticamente revolucionarias» porque su objetivo no fue nunca derribar al franquismo y conseguir un régimen democrático, sino enlazando de lleno con la tradición marxista revolucionaria, luchar directamente contra el estado burgués, contra el capital, por objetivos de clase que, mediante la auto-organización, acabaran con el trabajo asalariado y la división de la sociedad en clases: en definitiva, la autoemancipación del proletariado. Reconocer que ésta fue su lucha y librarla de todas las mistificaciones que ha sufrido servirá para restaurar la verdad histórica que muestra, por un lado, que los integrantes del MIL no fueron ni «alocados» ni «pobres chicos» sino revolucionarios anticapitalistas y, por otro, que dado que su lucha no fue antifranquista sino anticapitalista, las tareas por las que se batieron siguen inconclusas.

[Libro] Sobre la revolución y contrarrevolución en la región española

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El presente material es la síntesis de una serie de discusiones abordadas por el grupo Barbaria, las cuales se centran en los hechos revolucionarios que agitaron la región española en la década de los años 30s del siglo pasado, poniendo mayor énfasis en el clímax del periodo que en la historia oficial se conoce como “la guerra civil”.

El antifascismo y el republicanismo, de la mano de la URSS, lejos de ser los bastiones heroicos y la “avanzada revolucionaria” que la socialdemocracia moderna nos presenta con nostalgia. En realidad fueron los que se encargaron de aniquilar los objetivos revolucionarios del proletariado, canalizándolos hacia la guerra interburguesa, es decir, un enfrascamiento en el mero conflicto militar –que fue antesala de la II Guerra Mundial- cuyo exclusivo beneficio correspondió a los intereses del capitalismo.

Pese a todo, la lucha de clases no cesa, y en consecuencia, a más de 80 años de aquella derrota, a los explotados que damos continuidad al antagonismo contra esta sociedad de la mercancía, nos corresponde hacer los respectivos balances críticos de este episodio, no para que estos desemboquen en letra muerta de los recintos académicos, sino para convertirlos en aprendizaje y experiencias de lucha para los combates que mundialmente se desencadenan y también se tornan venideros.

[Libro] Mayo de 1937 – La barricada de la revolución VV.AA.

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En mayo de 1937 el proletariado levantó barricadas en Barcelona y en diversas localidades de Cataluña manifestando su antagonismo frente al Estado republicano y todos sus representantes. La revolución se jugaba su última carta en esa contienda y fue derrotada. La contrarrevolución triunfó asestando el golpe definitivo a un proletariado indomable. El Estado republicano liquidó esta revuelta y con ella la perspectiva de una transformación social. Las checas, los asesinatos, las torturas y las desapariciones de los revolucionarios, administradas desde el gobierno del Frente Popular, fueron la moneda corriente desde entonces.

La presente obra selecciona seis textos que ayudan a com prender y profundizar en los sucesos ocurridos en esa primera semana de mayo de 1937. La mayoría de los autores de los textos fueron protagonistas directos de esos sucesos y nos revelan una situación muy diferente a la que nos cuenta la historia oficial. Lejos de relatarnos una simple guerra entre fascistas y antifascistas, entre franquistas y republicanos, nos desvelan a unos combatientes que se lanzaron a las barricadas para defender una revolución que no sólo se contraponía al fascismo, sino también a la República.

La lucha de nuestra clase contra el capitalismo, por la comunidad humana, entendida como un cuerpo en movimiento, con la experiencia de los golpes recibidos, de las caídas… ha de servir necesariamente para hacernos más fuertes. Por esa razón se hace necesario no dejar que se borren nuestras cicatrices.

Apoderarse de las luchas del pasado, reescribir cada pasaje de la historia según los intereses del capital, ha sido siempre una preocupación primordial de la burguesía para mantener su dominación. Lo que no ha sido ocultado, ha sido tergiversado, desfigurando nuestras luchas para integrarlas en el horizonte capitalista.

Nos encontramos así con que las revueltas que hicieron temblar los cimientos del capitalismo eran luchas por la democracia, por el fin del feudalismo, por la liberación nacional; que el comunismo por el que dieron sus vidas las masas proletarias no consistía en el aniquilamiento del trabajo asalariado, la mercancía y el Estado, sino que su esencia era el capitalismo adornado con banderas rojas, hoces y martillos; que el anarquismo era un ideal surgido en los cerebros de ciertos intelectuales, etc. La burguesía nos cuenta así, de su puño y letra, nuestra propia historia, maquillada y puesta al servicio de la dictadura democrática del Capital, adaptándola para el consumo responsable de las masas. La revolución social se convierte así en un reajuste entre la ganancia burguesa y el salario, es decir, el capitalismo ideal depurado de sus contradicciones con el que sueña el poder.

La llamada “guerra civil española” es un claro ejemplo de todo esto. Mucho se ha hablado y se ha escrito de la “revolución española”, de las colectividades, de las “conquistas”, de las “traiciones”, de las milicias y de toda serie de cuestiones relacionadas con ese inmenso y generoso proceso revolucionario que se desarrolló en España en la década de los treinta del siglo XX.

Sin embargo, casi la totalidad de este vasto material proviene, de una u otra forma, de las diversas expresiones e ideologías que contribuyeron a tumbar la enorme fuerza social que ese movimiento contenía. Nos estamos refiriendo no sólo a las posiciones más toscas realizadas por nuestro enemigo de clase (como pueden ser toda la propaganda franquista, republicana o estalinista) y que pese a todo siguen siendo las ideas dominantes, sino a las más sutiles y que son más peligrosas pues se nos presentan como revolucionarias.

Efectivamente, sigue siendo dominante en todas partes que lo que hubo en España fue exclusivamente una guerra entre franquistas y republicanos. Sin embargo, también sigue siendo dominante oponer a esta visión otra visión del enemigo, otra serie de mitos y de falsificaciones que impiden precisamente reapropiarnos de las lecciones fundamentales de ese episodio de lucha. Y esto es lo más peligroso y trágico pues no hace más que balancearnos entre falsas oposiciones. Denunciar al Frente Popular y su política exculpando a la cnt o al poum que fueron parte de él, criticar la militarización de las milicias obviando el proceso de sometimiento de las milicias a la guerra imperialista, criticar “la destrucción estalinista de las conquistas de la revolución” sin criticar su destrucción por la trampa antifascista, afirmar que los “comunistas” reprimieron a los “anarquistas”, reducir el problema a un problema de dirigentes, elogiar las colectividades obviando la continuidad de las relaciones de producción capitalistas… forma parte de toda una concepción que se guía por una política de falsificación histórica. Sin romper con esta visión de la historia estamos abocados a defender intereses que no son los nuestros.

Las lecciones a extraer de la lucha de clases en España en la década de los treinta son amplias y notoriamente importantes. Si hemos decidido centrarnos en una fecha como mayo del 37, dentro de esa década de luchas, es porque es en ese momento donde de forma más cristalina se contraponen las dos barricadas que forman la lucha por la revolución social, donde con mayor claridad el proletariado se posiciona enfrentado a todos y esbozando su autonomía de clase. La derrota que sufrió el proletariado en este enfrentamiento pone punto y final a la fuertísima oleada de luchas internacionales que comenzaron en el año 1917, y abre la puerta a la masacre de la “Segunda Guerra Mundial”, en las que el proletariado dará su sangre y será masacrado por las banderas de sus enemigos.

REAPROPIACIÓN EDICIONES

Abril de 2018

Covid-19 y más allá

Il Lato Cattivo, marzo de 2020. Trad: Antiforma.

«Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido» (Elias Canetti)

En un mundo en bancarrota económica pero políticamente estancado, el shock a veces debe llegar «desde afuera», inducido por factores o acontecimientos que inicialmente no son ni económicos ni políticos y, en este caso, ni siquiera estrictamente humanos. Si las epidemias no son nunca fenómenos puramente biológicos, [1] aquí es bastante obvio que si este episodio de la eterna lucha entre el ser humano y los agentes patógenos, hoy día personificados en el Covid-19, está tomando un giro dramático, es como resultado del entorno peculiar -este sí, puramente social- en que está teniendo lugar. Que estaba en camino una «tormenta perfecta» en la esfera económica, es algo que se sabía desde hace mucho tiempo. [2] Que se combinaría con una pandemia de enormes proporciones, difícilmente se podría haber vaticinado. Esto innegablemente introduce un elemento de novedad cuya evaluación requiere prudencia y sangre fría: ya son demasiadas las ocasiones en que se ha dicho ante los cambios más triviales e insignificantes que ya nada volvería a ser como antes. Es cierto que la forma de vida de una parte cada vez mayor de la población mundial se ha visto muy afectada (al 25 de marzo hay unas 3 mil millones de personas oficialmente confinadas), tendencia que sin ninguna duda se va a intensificar. Los pocos que todavía piensan que volverán al ajetreo habitual después de tres semanas de cuarentena light en Netflix, se decepcionarán. No sólo y no tanto porque, en Italia como en otros lugares (Francia, España, etc.), el famoso pico del contagio está aún por llegar, sino sobre todo porque el retorno a la actividad económica y a unos desplazamientos diarios aparentemente normales se hará durante una epidemia aún en curso, lo que impondrá considerables medidas de vigilancia y seguridad para prevenir una segunda oleada de contagios y muertes. Esto se aplica en particular a los países en los que la tentación neomalthusiana de «inmunidad de rebaño» ha sido más o menos descartada.

Mientras tanto, el objeto de la teoría comunista sigue siendo el mismo de siempre: la relación social capitalista como portadora de su propia superación o de su reproducción a un nivel superior. Relación de explotación entre clases antagónicas que, de todas las que han existido a lo largo de la historia, es la más contradictoria y por lo tanto la más dinámica. En medio de la algarabía de hechos y discursos sobre los hechos, de lo que se trata es de comprender la recaída que los acontecimientos actuales introducen en esta relación, tanto a corto como a largo plazo. Lo que, dicho sea de paso, es exactamente lo opuesto a la ligereza con la que algunas personas celebran el «colapso del capitalismo» -truco que lo vuelve todo muy fácil porque hace desaparecer la realidad, que en cambio está hecha de declives socioeconómicos e institucionales desiguales, de tasas divergentes de incidencia y temporalidad de la propagación viral, de diversas estrategias desplegadas frente a la emergencia sanitaria. Sin olvidar la desigual distribución de las pérdidas entre todos los capitales individuales, en lo concerniente a la crisis económica. Ahora y siempre, el desarrollo desigual es la regla en el proceso histórico. Las siguientes notas -apenas algo más que un borrador- son sólo un modesto intento de poner todo esto en perspectiva, para nuestro uso y para uso de quienes que nos leen.

Empecemos señalando que la situación creada por la propagación internacional de la pandemia, ha puesto de relieve de modo indesmentible un conjunto de límites inherentes al ciclo de acumulación que en general ha sido definido como «globalización», al mismo tiempo que ha obligado a las partes interesadas (empresas y centros de poder a todos los niveles) a hacer frente a esos límites, desplegando con urgencia respuestas inmediatas, algunas de las cuales (unas pocas) -como siempre sucede en un entorno competitivo- resultarán adecuadas y susceptibles de ser generalizadas, mientras que otras (las más) terminarán en los basureros de la historia. Para acudir una vez más a una fórmula en la que hemos insistido con frecuencia, el «laboratorio secreto de la producción» consiste precisamente en esto: un laboratorio, a partir del cual los agentes de la acumulación se mueven sin parar -hasta en las situaciones más desesperadas- a fin de poder adaptarse a las nuevas condiciones y modificarlas en su propio beneficio en cuanto se presente la oportunidad. Procedamos, pues, a examinar brevemente los límites que mencionamos, no sin antes adelantar algunas hipótesis sobre las respuestas con que se intentará hacerles frente. Sigue leyendo

Los títeres del capital

Hay de todo y para todos los gustos. En uno de los extremos están las versiones más espectaculares, en las que Trump habría introducido el coronavirus en China con ánimo de ganar la guerra comercial. O China lo habría hecho para extenderlo a otros países, recuperarse de la crisis sanitaria la primera y dominar el mundo. O habrían sido directamente los gobiernos en sus propios países, preocupados por la cuestión de las pensiones, que habrían aplicado la típica solución maltusiana de quitarse la mayor parte de viejos de encima. El otro de los extremos, más sutil y también mucho más extendido en determinados medios, afirma que la gravedad del coronavirus, si no un invento mediático, al menos sí que está siendo conscientemente exagerada por la burguesía para aumentar su control represivo sobre nosotros. A fin de cuentas, la gripe común mata a más gente. ¿No es sospechoso que los gobiernos estén decretando estados de excepción, llevando al ejército a las calles, aumentando las patrullas policiales y poniendo multas altísimas ante una enfermedad que no llega al número de muertos anuales de la gripe común? Sea como sea, aquí hay algo raro.

Es lógico que en el capitalismo surjan discursos y formas de pensar como estos. Se trata de ideologías que emanan espontáneamente de las relaciones sociales organizadas en torno a la mercancía. Todas ellas se basan, en última instancia, en la idea de que todos nosotros seríamos títeres al albur de las decisiones de un grupo todopoderoso de personas que, conscientemente, dirigen nuestras vidas para su propio interés. Esta idea de fondo, que parecería sólo atribuible a las teorías de la conspiración, en verdad está muy extendida: es la que funda la propia democracia.

Los dos cuerpos del rey

Es una cosa particular la manera en la que nos relacionamos en una sociedad organizada por la mercancía. Inédita en la historia, de hecho. La primera y la última forma de organizar la vida social que nada tiene que ver con las necesidades humanas. Por supuesto, antes del capitalismo había sociedades de clase, pero incluso en ellas la explotación estaba organizada con el fin de satisfacer las necesidades ―en sentido amplio― de la clase dominante. En el capitalismo la burguesía sólo lo es en la medida en que sea una buena funcionaria del capital. Ningún burgués puede seguir siéndolo si no obtiene ganancias no para su consumo, que es un efecto colateral, sino para invertirlas de nuevo como capital: dinero para obtener dinero para obtener dinero. Valor hinchado de valor, en perpetuo movimiento. Cuando hablamos del fetichismo de la mercancía, damos cuenta de una relación impersonal en la que no importa quién la ejerza ―un burgués, un antiguo proletario venido a más, una cooperativa, un Estado―, porque lo importante es que la producción de mercancías persista en una rueda automática que no puede dejar de girar. La pandemia actual está mostrándonos lo que pasa cuando esa rueda amenaza con pararse. Sigue leyendo

Covid-19: homicidio del capital

Personas confinadas, hospitales y UCIs que no dan abasto, residencias convertidas en morgues; fábricas de cerveza o de motores de avión abiertas, obras nuevas en calles vacías, jardineros en los parques, transportes públicos llenos de trabajadores; militares que vigilan, guardias civiles que detienen y ponen multas, policías que hacen redadas a inmigrantes en las plazas…

Estos días asistimos a una aceleración de nuestros tiempos históricos. El coronavirus no inventa nada, es una pandemia causada por la lógica del capital, y que a su vez acelera la crisis sistémica del capitalismo. Nos parece importante hacer un pequeño balance de la catástrofe que estamos viviendo.

Lo que preocupa a todos los gobiernos es la salud de la economía nacional y no la de las personas. Por eso al inicio todos banalizaron el virus, decían que en abril todo el mundo se habría olvidado de él, insistían en seguir con la vida normal: la de la producción y circulación mercantil, la de los trabajos y los consumos, la de manifestaciones como el 8M o la de eventos futbolísticos. Todo va bien en el reino de la mercancía, nos decía Ada Colau cuando insistía en celebrar el Mobile World Congress.

Los gobiernos solo toman medidas cuando se encuentran desbordados, desde Pedro Sánchez a Conte, de Xi Jinping a Boris Johnson e incluso Donald Trump. Lo que les mueve no es la salud de las personas sino la preocupación de que la expansión del virus quiebre la producción y circulación de las mercancías. Lo que les preocupa es que arrastre su mundo, el mundo del capital, a un colapso inmediato por la muerte de millones de personas. Por eso el gobierno de España no detiene algunos sectores de la producción hasta que se contabilizan más de 6.000 muertos oficiales (El País, nada sospechoso de anticapitalismo, reconoce que los muertos reales son muy superiores). Y, por supuesto, habrá que devolver la jornada laboral a las empresas hasta la última gota de nuestra sangre.

Gobierne quien gobierne, todos actúan del mismo modo, con las mismas preocupaciones y objetivos: defensa de la economía nacional, presencia policial y militar en las calles para frenar las previsibles revueltas sociales, despidos colectivos, créditos a las empresas y otras medidas en las que todas las facciones políticas coinciden. Reina el estado de alarma, los móviles son geolozalizados para controlar nuestros movimientos, los policías en la calle ponen más de 180.000 multas y hay casi 1.600 detenidos en el Estado español. Todo esto bajo el gobierno democrático del PSOE y Podemos y no de los presuntos fascistas de Vox. No hay mal absoluto dentro del capitalismo: el mal absoluto es el capitalismo. Todos los partidos no son sino gestores de la catástrofe capitalista: no hay mal menor por el que votar.

Es importante entender estas lecciones de cara al futuro. No solo ante la catástrofe humana que estamos sufriendo, mucho más mortífera en Nou Barris que en Sarria, en Vallecas que en La Moraleja, sino a la que está por venir. No estamos todos en el mismo barco. Ensalzan al personal sanitario al mismo tiempo que lo tratan como carne de cañón para que se infecte sin medios de protección. Salvan la economía nacional y el funcionamiento de las empresas a costa de un endeudamiento masivo por parte del Estado. Endeudamiento que se verá acompañado de una caída brutal del PIB en los próximos meses y que habrá que pagar en forma de subidas de impuestos, intereses de la deuda, recortes masivos de salarios y despidos. El futuro inmediato es el de una agudización de la crisis del capitalismo, el de la aceleración de una catástrofe que vendrá de la mano de revueltas y rebeliones masivas como las de 2019. Como las que se intuyen en los trabajadores que se niegan a continuar su producción de muerte en las fábricas italianas, españolas, brasileñas o norteamericanas.

Vivimos tiempos históricos y en tiempos históricos es importante tomar determinaciones históricas. El futuro ya está escrito, y será el de una lucha a vida o muerte, un conflicto de clase, un combate de especie, entre la humanidad y el capital. Preparémonos con claridad y determinación.

29 de marzo de 2020

barbaria.net

Frente a la Sagrada Familia del capital, defendamos nuestra vida a través del antagonismo social

En este artículo pretendemos afrontar las cuestiones que se desprenden del actual estado de alarma que ha decretado el gobierno de Pedro Sánchez en España, junto a las medidas que ha anunciado el martes 17 de marzo. Vivimos en tiempos de profunda crisis social, una crisis sanitaria que, al mismo tiempo, se combina con una crisis económica, de cambio climático, psicológica, política, etc. En realidad estamos ante la crisis de un mundo que esta empezando a colapsar, que está agotando su tiempo histórico: es el mundo del capital. Es la crisis del capital.

¿Unidad nacional? ¿En defensa de quién?

Se nos dice que la enfermedad y el contagio no conoce de clases, de ideologías, de razas, que ataca a todos por igual y que tenemos que reaccionar juntos, con unión, con disciplina social, como españoles, porque somos miembros de una gran nación. Todos los partidos políticos están unidos. Más allá de las diferencias de matices por necesidades de márketing político, sindicatos, empresarios y bancos defienden las medidas del gobierno. Todos a una, porque estamos en el mismo barco, nuestra patria, contra un enemigo común, el coronavirus. No nos vencerá, nos dicen. Al final de estos meses todo volverá a la presunta normalidad de antes, a la normalidad del capital. Pedro Sánchez repite con obsesión, cada poco tiempo, que esto es solo una crisis coyuntural.

La burguesía está asustada.

Tiene miedo.

 Y tiene razones para ello.

Además actúan de modo dividido según los lugares. Hay gobiernos que de modo tardío tomaron decisiones centralizadas, como el capital chino, y otros como Italia o España que tardaron todavía más en reaccionar e imponer el aislamiento parcial de las poblaciones. Están reaccionando con retraso a la difusión de la enfermedad porque lo que les preocupa de verdad, como explicaremos más tarde, es la salud de la economía del capital. En Francia las medidas son mucho más recientes. Ni siquiera pararon las elecciones municipales del domingo 15 de marzo, y en el Reino Unido y Estados Unidos parece que apuestan por una solución malthusiana, o sea, que muera quien tenga que morir (aunque probablemente tengan que dar marcha atrás). Mientras tanto el virus se extiende por todo el mundo, llega a América Latina y a África. El virus se propaga a la velocidad de la circulación de las mercancías y de los capitales.

Todos hemos podido ver las contradicciones en que entra el estado de alarma del gobierno PSOE-Podemos. Se nos dice que lo que les preocupa es la salud de la gente y, sin embargo, millones de personas salen a trabajar cotidianamente. Y es que las necesidades del capital son las que marcan las necesidades de la sociedad en la que vivimos. La utilidad de las cosas viene marcada por su precio, por la rentabilidad económica que genera para las empresas. No hay ninguna utilidad humana en fabricar coches, pero sí una utilidad social que es la que rige en primera instancia, la del capital. Si no se fabrican coches, disminuye el beneficio de estas empresas y se ven obligadas a cerrar. Con eso aumenta el paro y la dificultad de los proletarios obligados a reproducir su fuerza de trabajo y su vida.

¿Qué queremos resaltar con esto? Que vivimos en un mundo dominado por el capital y por el valor. Y esto entra completamente en la forma en que se está afrontando la crisis en curso. Cuando decimos que el capital es la raíz de la crisis no estamos diciendo algo superficial. Lo que afirmamos es que la máquina impersonal que es el valor es la que fomenta con su lógica omnívora el nacimiento de cada vez más virus, por cómo tiende a colonizar cada vez más rincones del planeta y por cómo desarrolla la industria cárnica intensiva. Al mismo tiempo, enfrenta la expansión de estas epidemias desde su lógica, por lo que trata de mantener en lo posible el esqueleto de la producción y reproducción de las actividades económicas. Sigue leyendo

HERIDAS INTERNACIONALES

En los últimos años de aguda crisis capitalista las protestas se multiplicaron alrededor del mundo. Esto trajo aparejado un marcado aumento de la violencia por parte de las fuerzas armadas de la burguesía, generando lesiones graves, discapacidades y muerte a los manifestantes. En un contexto de conflicto creciente, frente a una vida que se ve pauperizada cotidianamente, el armamento antidisturbios toma una importancia central para los Estados.

Se desarrollaron tecnologías represivas que, según sus propios estándares asesinos, se clasifican como “no letales”. No hay nada casual. Por dar un ejemplo, en Argentina hace relativamente poco comenzó a introducirse cada día más la recomendación de las pistolas táser, para reprimir en lugares públicos donde accionar un arma sería, según la lógica del Estado, un acto “irracional”.

A la hora de atacarnos la burguesía actúa como una fuerza internacional, al contrario de los nacionalismos, regionalismos y ¡hasta localismos! que muchas veces cargamos los proletarios en lucha. Comprender la dimensión internacional del conflicto nos ayuda a combatir las limitaciones que nos impiden accionar desde una perspectiva que no se restrinja al lugar donde vivimos.

Del mismo modo, hablamos de proletariado o burguesía porque nos parecen categorías precisas, mientras otros rebeldes prefieren hablar de pueblo y élite. No nos preocupan tanto las terminologías, pero sí nos importa comprender la dimensión de clase de este conflicto mundial, y del antagonismo que hay entre estos dos sujetos. Por motivos de este tipo es que insistimos en hablar de capitalismo y no simplemente de neoliberalismo.

Para mantener la aplastante normalidad del Capital, la burguesía recurre a palos y balas de distintos tipos, numerosos y diversos agentes químicos irritantes a los que solemos llamar sencillamente gases lacrimógenos, camiones hidrantes, granadas de aturdimiento, dispositivos acústicos de largo alcance y armas de energía dirigida. Y claro, sus mercenarios, sin los cuales todo este armamento no podría funcionar. Con acuerdos y desacuerdos en matices, los órganos internacionales del Capital mantienen un esmero incesante en términos represivos. Sigue leyendo

[Audio] La tierra o el capital. Sobre la catástrofe ecológica y la revolución

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A mediados de enero de 2020, poco después de la cumbre de la COP25 en Madrid, propusimos un debate sobre la catástrofe ecológica para pensar el posicionamiento de los revolucionarios ante ella. Dejamos aquí el audio de la charla.

La fuerza de la ciénaga: Contra todo nacionalismo

Lo más destacado de la situación en Cataluña durante los últimos años no ha sido la movilización permanente, el número de personas que han participado en ella o el contenido de las reivindicaciones. Lo que resulta más llamativo es la ausencia de una contestación inequívoca al Procés que no venga desde posiciones nacionalistas españolas, en un juego de espejos entre imágenes reaccionarias. Las oposiciones firmes, desde posiciones de crítica social y revolucionaria,  al movimiento nacionalista catalán se podrían contar con los dedos de una mano, siempre limitadas a tomas de posición de compañeros aislado.

Bien podríamos decir que el Tsunami ha afectado sobre todo a las filas de quien deberían haberse opuesto de forma inequívoca. Lo que queda de todo esto es un panorama desolador y una demostración más de lo insustancial y vacío de la crítica social de hoy en día.

Decía Paul Valéry que ya está todo dicho pero que la gente tiene tan mal oído que hay que repetirlo de nuevo. No es agradable recordar verdades de Perogrullo.

El llamado conflicto catalán tiene su origen en las disputas entre las oligarquías y burguesías de Barcelona y Madrid. Vamos, en como se reparten la plusvalía y los beneficios entre estos grupos mafiosos en un periodo de recursos escasos y de profunda crisis y transformación del capitalismo mundial. Sigue leyendo