Covid-19 y más allá

Il Lato Cattivo, marzo de 2020. Trad: Antiforma.

«Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido» (Elias Canetti)

En un mundo en bancarrota económica pero políticamente estancado, el shock a veces debe llegar «desde afuera», inducido por factores o acontecimientos que inicialmente no son ni económicos ni políticos y, en este caso, ni siquiera estrictamente humanos. Si las epidemias no son nunca fenómenos puramente biológicos, [1] aquí es bastante obvio que si este episodio de la eterna lucha entre el ser humano y los agentes patógenos, hoy día personificados en el Covid-19, está tomando un giro dramático, es como resultado del entorno peculiar -este sí, puramente social- en que está teniendo lugar. Que estaba en camino una «tormenta perfecta» en la esfera económica, es algo que se sabía desde hace mucho tiempo. [2] Que se combinaría con una pandemia de enormes proporciones, difícilmente se podría haber vaticinado. Esto innegablemente introduce un elemento de novedad cuya evaluación requiere prudencia y sangre fría: ya son demasiadas las ocasiones en que se ha dicho ante los cambios más triviales e insignificantes que ya nada volvería a ser como antes. Es cierto que la forma de vida de una parte cada vez mayor de la población mundial se ha visto muy afectada (al 25 de marzo hay unas 3 mil millones de personas oficialmente confinadas), tendencia que sin ninguna duda se va a intensificar. Los pocos que todavía piensan que volverán al ajetreo habitual después de tres semanas de cuarentena light en Netflix, se decepcionarán. No sólo y no tanto porque, en Italia como en otros lugares (Francia, España, etc.), el famoso pico del contagio está aún por llegar, sino sobre todo porque el retorno a la actividad económica y a unos desplazamientos diarios aparentemente normales se hará durante una epidemia aún en curso, lo que impondrá considerables medidas de vigilancia y seguridad para prevenir una segunda oleada de contagios y muertes. Esto se aplica en particular a los países en los que la tentación neomalthusiana de «inmunidad de rebaño» ha sido más o menos descartada.

Mientras tanto, el objeto de la teoría comunista sigue siendo el mismo de siempre: la relación social capitalista como portadora de su propia superación o de su reproducción a un nivel superior. Relación de explotación entre clases antagónicas que, de todas las que han existido a lo largo de la historia, es la más contradictoria y por lo tanto la más dinámica. En medio de la algarabía de hechos y discursos sobre los hechos, de lo que se trata es de comprender la recaída que los acontecimientos actuales introducen en esta relación, tanto a corto como a largo plazo. Lo que, dicho sea de paso, es exactamente lo opuesto a la ligereza con la que algunas personas celebran el «colapso del capitalismo» -truco que lo vuelve todo muy fácil porque hace desaparecer la realidad, que en cambio está hecha de declives socioeconómicos e institucionales desiguales, de tasas divergentes de incidencia y temporalidad de la propagación viral, de diversas estrategias desplegadas frente a la emergencia sanitaria. Sin olvidar la desigual distribución de las pérdidas entre todos los capitales individuales, en lo concerniente a la crisis económica. Ahora y siempre, el desarrollo desigual es la regla en el proceso histórico. Las siguientes notas -apenas algo más que un borrador- son sólo un modesto intento de poner todo esto en perspectiva, para nuestro uso y para uso de quienes que nos leen.

Empecemos señalando que la situación creada por la propagación internacional de la pandemia, ha puesto de relieve de modo indesmentible un conjunto de límites inherentes al ciclo de acumulación que en general ha sido definido como «globalización», al mismo tiempo que ha obligado a las partes interesadas (empresas y centros de poder a todos los niveles) a hacer frente a esos límites, desplegando con urgencia respuestas inmediatas, algunas de las cuales (unas pocas) -como siempre sucede en un entorno competitivo- resultarán adecuadas y susceptibles de ser generalizadas, mientras que otras (las más) terminarán en los basureros de la historia. Para acudir una vez más a una fórmula en la que hemos insistido con frecuencia, el «laboratorio secreto de la producción» consiste precisamente en esto: un laboratorio, a partir del cual los agentes de la acumulación se mueven sin parar -hasta en las situaciones más desesperadas- a fin de poder adaptarse a las nuevas condiciones y modificarlas en su propio beneficio en cuanto se presente la oportunidad. Procedamos, pues, a examinar brevemente los límites que mencionamos, no sin antes adelantar algunas hipótesis sobre las respuestas con que se intentará hacerles frente.

En primer lugar, la actual emergencia revela la fragilidad de las cadenas de suministro globalizadas y la insuficiencia de la opción de stock cero. En Estados Unidos se ha podido comprobar hasta qué punto el aprovisionamiento de medicinas y suministros médicos depende de que éstos lleguen desde la otra orilla del Pacífico. Como es bien sabido, la propagación del Covid-19 se ha detenido bruscamente en China y la producción se está reanudando. No obstante, es probable que el pico de contagio en Estados Unidos se alcance en abril o mayo, con una tasa de incidencia esperada de entre el 30% y el 40% de la población. El incremento de la demanda será abrumador. Por consiguiente, es probable que los Estados Unidos se vean obligados a adoptar medidas de relocalización de la producción en este sector, aunque sólo sea parcialmente, para ciertos productos farmacéuticos o equipos médicos. La requisa de General Motors para la fabricación de respiradores, permitida por la Ley de Producción de Defensa, es un primer paso en esta dirección. Si esta tendencia se acentúa, ello implicaría una considerable aceleración del desacoplamiento entre China y Estados Unidos, proceso que ya se ha iniciado en otros sectores (en la industria militar, sobre todo). En Gran Bretaña, la escasez causada por la avalancha de compradores en los supermercados hizo saltar a la vista la dependencia de un país cuyas necesidades alimentarias básicas se satisfacen en un 50% con importaciones (de la Unión Europea principalmente) , y en el que el aumento vertiginoso de la renta territorial urbana ha reducido severamente la capacidad de almacenamiento, contribuyendo al mismo tiempo al declive de la agricultura local. [3] En Francia, el ministro de economía Bruno Le Maire, en una conferencia de prensa el 9 de marzo, señaló anticipándose a los escenarios que están surgiendo:

«[…] Estoy convencido de que habrá un antes y un después de este brote de coronavirus, en cuanto a la organización de la economía mundial. Se puede ver muy bien, en una serie de áreas, hasta qué punto es importante reflexionar sobre una mejor organización de las cadenas de valor, sobre la reubicación de determinadas actividades estratégicas, en particular en el sector de la salud, para establecer una globalización cuyas cadenas de valor estén más protegidas, sean más independientes, evitando la repetición innecesaria de movimientos cuando ciertas producciones se puedan llevar a cabo en las cercanías.»

Que se pueda aún hacer un discurso así refiriéndose a la globalización, cuando en realidad se está hablando de su desmantelamiento, es sólo un oxímoron político: ¡la suerte está echada! Podríamos enumerar un sinfín de ejemplos, indicaciones y sugerencias parecidas.

En segundo lugar, esta emergencia pone de manifiesto los riesgos a los que se expone la acumulación capitalista en un contexto de financiación insuficiente de los sistemas de salud pública y de la infraestructura en general. Recordemos que la urgencia y severidad de las medidas de cuarentena dependen principalmente de la capacidad que el sistema de atención sanitaria tenga para detectar las infecciones reales dentro de la población y hacerse cargo de ellas. En un hipotético escenario de sobreabundancia de camas de hospital, y una masiva e inmediata disponibilidad de test virales, la cuarentena no sería en modo alguno ineludible, y podría ser evitada. Sin hacernos ninguna ilusión sobre la prudencia o el altruismo de sus responsables y gobernantes, se actuó correctamente en Corea del Sur, que no tiene el tamaño de China, pero tampoco el de San Marino (50 millones de habitantes), localidad que aún teniendo una edad media inferior a la del resto de Italia (42,1 frente a 46,3) tenía el doble de contagios confirmados a principios de marzo. No hay que sorprenderse de que en Corea del Sur el número de camas de hospital por cada mil habitantes sea de 12,27, en comparación con las 3,18 de Italia (datos del 2017). En el caso de Bélgica, un informe reciente del Observatorio GIMBE [4] estima que desde 2010 a 2019 se recortaron 37 mil millones de euros a la salud pública, la mitad de ese monto sustraído a infraestructuras y equipos, y la otra mitad a nuevas contrataciones y aumentos de sueldo (sobre todo para los médicos, personal administrativo y directivos). Ciertamente no seremos nosotros quienes se compadezcan de aquellos a los que Marx fustigó como co-devoradores de plusvalía, pero digamos que las altas remuneraciones de ciertas categorías profesionales tienen por objeto suscitar no sólo su prestigio o la reverencia de sus usuarios y subordinados, sino también estimular el espíritu de cuerpo y la voluntad de sacrificio individual en aquellos directamente implicados -a menos que se considere deseable que un cirujano entre al quirófano con la misma actitud con la que un obrero manual ingresa a la cadena de montaje-. En tanto se erosionan estas remuneraciones, también se debilita su corolario subjetivo. ¿Qué decir si no de los médicos jubilados de Lombardía, de los cuales sólo el 10% dijo estar dispuesto a volver al servicio? ¿Qué hay del hecho de que esta región tuvo que importar médicos y virólogos desde China, Cuba, Venezuela y Rusia? Que los vientos del este han empezado a soplar sobre la capital del autonomismo liganordista euro-compatible y de la movida izquierdosa del aperitivo a toda costa, es algo que no carece de cierta ironía. Mientras tanto, en el Véneto, parece que Zaia se ha convertido a la escuela coreana: testeos masivos a un ritmo de 20 mil comprobaciones diarias durante tres semanas. En todo caso, está claro que las medidas de cuarentena más drásticas, introducidas para prevenir la implosión de unos sistemas de salud llevados ya al límite de su capacidad, resultan extremadamente dolorosas en cuanto a sus repercusiones económicas. La paradoja resultante es, en consecuencia, que a fuerza de ahorrar en el sistema de salud, basta ahora un virus un poco más agresivo y letal que la gripe común, para que se esfumen de un soplo diez puntos del PIB. Siempre que no se opte por dejar morir a la gente.

En tercer lugar, la actual emergencia revela -especialmente dentro de la Unión Europea- los fracasos de una gobernanza multinivel que, a fuerza de la «subsidiariedad» y redistribución de las competencias del Estado nacional hacia abajo y hacia arriba (regiones y organismos internacionales), es ahora incapaz de producir cualquier orden en absoluto. Esto no es nada nuevo: ya se había visto con la crisis migratoria de 2015. Pero ahora el asunto es bastante más serio, al menos en Italia, no sólo porque implica directamente a sus regiones, responsables de planificar y organizar los servicios de salud. Lo que ha quedado claro es que en este ámbito todo el mundo hace lo que quiere. Cada país de la UE, tomado individualmente, hace tanto como los demás. El 23 de marzo, en una entrevista publicada en el diario francés Le Monde, el director del Banco de Italia, Ignazio Visco, reiteró por enésima vez el anhelo circunstancial de una ever closer Union [5]: «La crisis del Coronavirus debe hacernos avanzar hacia una Europa unida.» ¿Pero quién sigue creyendo en esto? Nos guste o no, Marine Le Pen está incomparablemente más en sintonía con la realidad cuando declara ante los micrófonos de RT France (el 25 de marzo) que «la Unión Europea es la primera víctima del Coronavirus.» El hecho nuevo es que el dictamen de rigor impuesto a las cuentas públicas ha fallado también en Alemania, que arriesga inducir una relajación general de las restricciones presupuestarias. Macron se puso en marcha para anunciar, el 25 de marzo, un plan de inversiones «masivas» en el sistema sanitario. Dejando de lado el sensacionalismo, tendremos que ver de qué cifras estamos hablando. Pero si la UE ya no puede disciplinar a sus miembros (tanto a los PIGS [6] como a los demás), entonces no pasa de ser una vaca lechera para los nuevos (o futuros) adherentes, y se vuelve perfectamente inútil incluso para aquellos países que hasta ahora habían estado engordando a su sombra.

Hablando de gobernanza, hace casi tres años habíamos escrito:

«La integración entre el Estado y la empresa privada -y la mafia en el caso de Italia, como seguramente de otros países- se ha vuelto excesiva, incluso desde un punto de vista puramente capitalista, en relación con su funcionamiento óptimo. […] esta coexistencia y combinación entre la gestión empresarial y la gestión parasitaria de la esfera estatal, con todas sus interpenetraciones, limita en gran medida la eficacia y capacidad de respuesta de la acción estatal hacia la sociedad, sobre todo cuando hay un enrarecimiento de la plusvalía. […] Desde el punto de vista del desaparecido «partido de la subversión», la actual desintegración del Estado separado es una buena noticia, que anuncia la posibilidad de una una completa parálisis institucional ante una posible ruptura insurgente. Pero abstengámonos de tan fácil optimismo: un reanudamiento revolucionario, incluso un fuerte impulso reivindicativo, podría contrarrestar esta tendencia en vez de exacerbarla.» [7]

El principal defecto de este análisis es que evalúa el mal funcionamiento del Estado nacional exclusivamente desde el punto de vista del «objetivo final» de la lucha de clases, descuidando sus efectos inmediatos sobre el «movimiento». ¿Es acaso deseable la parálisis del Estado en ausencia de una perspectiva revolucionaria inmediata, más aún si a ello se añade -en teoría- una grave emergencia sanitaria? Cada cual es libre para desear en su corazón el caos o el apocalipsis, pero que no se queje si sus abuelos y padres terminan muriendo como perros, en casa o en los pasillos de hospitales colapsados. Por otra parte, en la medida en que las disfunciones del Estado imbécil con el que tenemos que lidiar actualmente repercuten en la vida diaria de quienes no tienen alternativa al servicio público -no sólo los trabajadores y empleados, es decir, el grueso del ejército proletario activo, sino también cada vez más las clases medias- este estado de cosas sobredetermina el contenido de las peticiones y demandas sociales. En resumen, cuanto más el Estado no funciona, más el problema de reformarlo en un sentido soberanista contamina la lucha de clases cotidiana y el ánimo político de las llamadas clases «subalternas», interfiriendo en mayor o menor medida en el enfrentamiento directo con el capital o el patrón de turno. A menos que queramos oficiar de ventrílocuos de las luchas de otros, poniendo en su boca lo que más nos gustaría escuchar, no podemos ignorar el hecho de que en la oleada de huelgas que los trabajadores siguen realizando en Italia, la exigencia de mejores condiciones de trabajo (medidas de seguridad) y el reclamo de detener los sectores de actividad no indispensables, se dirigen tanto a la patronal como al Estado, exigiéndole a éste adoptar una conducta menos complaciente hacia Confindustria y sus pares [8], es decir: que demuestre cierta autonomía respecto de los deseos de la fracción dominante de la patronal. ¿No apuntaban en esa dirección -objetivamente, si es que no subjetivamente- incluso las falsas amenazas de confiscación que hizo Conte cuando anunció los bonos de consumo? Estas medidas, junto con otras ya tomadas o que se van a tomar, ¿no terminarán rasgando finalmente la camisa de fuerza europea?

Ligado con el punto anterior, la propagación y las consecuencias del Covid-19 han venido también a poner de manifiesto los límites de la subjetividad liberal, del individuo dueño de su propia voluntad y titular de su propio cuerpo. Ante el contagio y el riesgo que implica para sí mismo y para los demás, el principio de «hago lo que me da la gana» o de «mi cuerpo es mío y lo manejo yo» [9] muestra toda su relatividad, por el simple hecho de que es la conexión del individuo con el cuerpo social, y su dependencia respecto de él, lo que le da validez a sus derechos. Hay que ser un escritor de éxito que lamenta no poder ir de compras a las tiendas de zapatos, o un filósofo de la biopolítica con aires de santidad ligado a la intelectualidad radical-chic, para no darse cuenta de eso. ¿Acaso debería sorprendernos que los liberales y los libertarios se den ahora la mano para denunciar la medidas supuestamente «liberticidas»?

Desde un punto de vista teórico y práctico, la aparición del Covid-19 plantea un problema mucho más profundo que el de la moralidad individual o la solidaridad entre generaciones, y que, si se lo mira bien, los subyace a ambos: ¿qué es la sociedad? Esta pregunta no es del todo peregrina, y exige que vayamos a la raíz de las cosas. En este sentido, el buen Karl nos dejó algunos párrafos esclarecedores. Aquí un par de ellos:

«El hecho de que la vinculación social, que surge de la colisión de los individuos autónomos, aparece a la vez como una necesidad objetiva y como un vínculo que les es exterior, representa precisamente su independencia, para la cual la existencia social es ciertamente una necesidad, pero sólo un medio, de modo que a los individuos mismos se les presenta como algo extrínseco, y, en el dinero incluso como una cosa tangible. Producen en y para la sociedad como seres sociales, pero esto a la vez se presenta como mero medio de objetivar su individualidad. Como no están subsumidos en una entidad comunitaria de origen natural, ni, por otra parte, subsumen a ellos, como seres conscientemente colectivos, la entidad comunitaria, ésta debe existir frente a ellos -los sujetos independientes- como un ente que para esos sujetos es como una cosa, igualmente independiente, extrínseco, fortuito.» (Karl Marx, «Fragmento de la versión primitiva de la Contribución», en Contribución a la crítica de la economía política, Siglo XXI Ed., 1980. Págs. 234-235)

«Cuanto más lejos nos remontamos en la historia, tanto más aparece el individuo -y por consiguiente también el individuo productor- como dependiente y formando parte de un todo mayor: en primer lugar y de una manera todavía muy enteramente natural, de la familia y de esa familia ampliada que es la tribu; más tarde, de las comunidades en sus distintas formas, resultado del antagonismo y de la fusión de las tribus. Solamente al llegar el siglo XVIII, con la “ sociedad civil” , las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados como una necesidad exterior. Pero la época que genera este punto de vista, esta idea del individuo aislado, es precisamente aquella en la cual las relaciones sociales (generales según este punto de vista) han llegado al más alto grado de desarrollo alcanzado hasta el presente. El hombre es, en el sentido más literal, un ζῷον πολῑτῐκόν (animal político), no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad.» (Karl Marx «Introducción» de 1857 a la Contribución a la crítica de la economía política, Siglo XXI Ed., 1980. Pág. 283)

Lo que llamamos «sociedad» no es otra cosa que la conexión mutua entre individuos en tanto autónomos unos de otros, la comunidad que producen y reproducen fuera de ellos mismos, y que se impone sobre cada cual como una fuerza coercitiva externa. Esta comunidad independiente de los individuos se prolonga en el Estado, pero no se agota en él. Este último no se articula con la sociedad como un cuerpo externo, como un parásito: simplemente materializa la alienación, entendida aquí sin ningún matiz humanista, esencialista o psicológico, sino como la brecha entre la actividad individual y la actividad social en general. Una brecha que los grandes pensadores de la burguesía moderna, desde Mandeville a Max Weber pasando por Hobbes, Vico, Smith y Hegel, nunca han dejado de problematizar, ya sea concibiéndola optimistamente como vicios privados capaces de transmutarse en virtudes públicas, o bien de forma pesimista como buenas intenciones que pavimentan el camino al infierno.

A diferencia de la relación entre el proletariado y el capital, la oposición entre el individuo y la sociedad no constituye una contradicción, no es el motor de nada, y no socava los cimientos de su propia reproducción; pero eso no significa que no tenga efectos concretos. De esta conexión entre los individuos que trasciende a los individuos, hay que subrayar en primer lugar la irresistible presión que puede ejercer sobre ellos mismos. La mejor representación que hasta hoy se ha hecho de esta fuerza restrictiva de la sociedad es la famosa imagen del Leviatán, cuyo cuerpo está compuesto por una multiplicidad de individuos. Para Hobbes, el Leviatán es el poder más grande porque «viene de todos» y nadie puede escapar de él porque todos, lo quieran o no, participan en él. Contrariamente a las brumosas concesiones contractualistas posteriores, en Hobbes el pacto social (completamente ficticio) no es un pacto entre el Estado y los individuos, sino un pacto que los individuos suscriben entre ellos, que precede lógicamente al Estado y funda su existencia. ¿Qué es este pacto imaginario si no la traducción ideológica -el pacto como resultado de una «libre elección»- de una conexión objetiva que el individuo encuentra siempre ya hecha? Por más que este último pueda utilizarlo -a decir de Marx- como un simple medio para materializar su existencia individual, más allá de cierto límite este uso instrumental se vuelve contraproducente. Tal es el núcleo de verdad contenido en el reproche que nuestros padres solían dirigirnos cuando éramos niños: «…¿y si todo el mundo hiciera lo mismo que tú?» Ciertamente nos encogíamos de hombros, desistiendo -so pena de un par de bofetadas- de la única respuesta que se nos venía a la cabeza («¡a quién le importa!»). Pero si quisiéramos tomar en serio la pregunta, tendríamos que responder que la sociedad ha de defenderse. Allí donde la presión social sobre el individuo (a través de prohibiciones, costumbres, normas, etc.) se afloja, lo que en principio se había ganado en autonomía individual, en cuanto empieza a generalizarse tiende a transmutar en su opuesto, porque la convivencia se degrada hasta el punto de impedir los fines privados de cada uno. Y es en este punto que se activa un mecanismo de defensa destinado a restaurar un ambiente en el que la autonomización del individuo vuelva a ser posible. Estos, por supuesto, son los límites dentro de los que discurre la producción -siempre parcial- del individuo social dentro de las formaciones sociales clasistas, en particular dentro del capitalismo en tiempos de relativa paz civil. Este discurso no cuestiona ni la división de la sociedad en clases ni el carácter de clase del Estado, pero explica por qué los individuos, y por cierto los individuos proletarios, pueden bajo ciertas condiciones verse empujados a reforzar la presión social, es decir, a reducir los márgenes de autonomía individual (admitidos socialmente y/o permitidos legalmente) con tal de reafirmar la eficacia de su conexión recíproca. ¿Existe acaso otra manera, para los más débiles, de contrarrestar el neo-malthusianismo, cuando la libertad individual es la libertad para liberar… un virus en el gallinero?

De la conexión que estamos examinando, debemos finalmente subrayar su extraordinaria resiliencia. Los adeptos al «derrumbe del capitalismo» y otros colapsólogos no sólo tienen mala memoria, sino que demuestran tener una visión totalmente reificada de las relaciones sociales. En China, en 1961, se hundió casi el 40% de la producción industrial; en 1992, en Rusia, el colapso alcanzó el 25%. En los Estados Unidos, entre julio de 1929 y marzo de 1933 dicha cifra llegó al 52%. ¿Por qué esas catástrofes, que con frecuencia provocaron grandes hambrunas y mortandades, no bastaron para desintegrar las relaciones de producción existentes? Simplemente, porque la sociedad no es una mera agregación de individuos y/o cosas (ni siquiera fábricas). Esto debería ser suficiente para que nos convenzamos de dos cuestiones obvias:

Primero, que las relaciones sociales son tan invisibles e indescifrables como pueden serlo, y la reproducción de las relaciones capitalistas a veces exige enormes sacrificios de sus soportes materiales (cosas y gente);

Segundo, que por la misma razón, dichas relaciones no pueden modificarse ni deshacerse a voluntad, ni se desintegran por la acción de un automatismo de la historia (un «colapso», por ejemplo). Esto no significa que el modo de producción capitalista sea eterno, sino que el problema de cómo se le puede superar es una cuestión teórica en sentido fuerte, que debe ser tomada en serio y tratada de forma sistemática. Quien se limita a difundir consignas no sólo hace el ridículo, sino que evade la pregunta en vez de responderla.

Observemos, por último, que el desmantelamiento de la globalización implicará muy probablemente que queden desmentidas las suposiciones que por un tiempo compartieron tanto los más feroces críticos del capitalismo como sus defensores, en particular la creencia anti-dialéctica de que había quedado definitivamente atrás la era del capitalismo de Estado y los problemas asociados a él. La superación de la globalización, si tiene éxito, no será un regreso al viejo keynesianismo. Y sin embargo, ¿no estamos ya experimentando un nuevo fin del laissez-faire? En este sentido, cabe señalar que, a contrapelo de nuestros propios vaticinios, [10] el gran bazuca está disparando otra vez. ¡Pero por supuesto! Y con todo, ya podemos predecir que sus efectos y modalidades ulteriores, a medida que pasen los meses, serán cada vez menos similares a los que tuvieron los disparos anteriores. Pese a los reiterados esfuerzos por evitar las fallas en la cadena de valor y por rescatar a los bancos quebrados con una mega-inyección de liquidez y crédito fácil, sigue abierto y se profundiza el abismo entre las empresas rentables con capacidad de auto-financiamiento e inversión -que son pocas, pero existen-, y las que están con el agua hasta el cuello. Sólo las primeras podrán adaptarse al ecosistema económico y productivo que surgirá de la actual convulsión. Probablemente, muchas otras tendrán que ser rescatadas y posiblemente puestas bajo la protección del Estado, pero esto sólo sucederá bajo ciertas condiciones y si tiene utilidad estratégica. Donald Trump ya manifestó su apoyo a la idea de prohibir las re-compras, es decir, la compra de sus propias acciones para elevar su precio, a las empresas que serán salvadas. [11] Esto vendría a plantear ya un primer criterio de condicionalidad (el reanundamiento de las inversiones) para el rescate. Considerando el nivel de deuda alcanzado por las empresas estadounidenses a finales de 2019 (15,5 billones de dólares entre las grandes, medianas y pequeñas empresas), la evolución de los acontecimientos en los próximos meses podría dejar obsoleta la vieja pregunta de principios del siglo pasado: ¿por qué no existe el socialismo en los Estados Unidos? (Werner Sombart). De más está decir que esto no sucederá sin que una fracción consecuente de la clase capitalista norteamericana y, por reflejo, del capital internacional, pase de la defensa ultraliberal del statu quo a la aceptación de fuertes dosis de economía mixta y dirigismo estatal.

¿Y al otro lado del Pacífico? Obviamente China no es inmune a la incipiente crisis general, ni tampoco es ajena a las patologías económicas que afligen al resto del mundo (en particular, al sobre-endeudamiento). Las cifras publicadas por la prensa económica hablan de una disminución de la producción industrial china del 13,5% entre enero y febrero. No es poco, y también es posible que haya una subestimación de los datos, pero consideremos que en este caso se trata de sólo un bimestre, mientras que en los ejemplos que dábamos más arriba los datos se refieren a un período de tiempo mucho más largo. Tendremos que quedarnos a ver la secuela. La incógnita fundamental deriva de la tripartición del capital que opera en suelo chino (empresas estatales, empresas privadas chinas, empresas extranjeras o híbridas), que normalmente queda oculta en las lecturas hechas en términos de contabilidad nacional (PIB, etc.): ¿cómo se distribuirán las pérdidas entre estas tres fracciones? La economía china no es un bloque monolítico, es un torta de milhojas. ¿Podemos, por esto, ignorar el hecho de que en la coyuntura actual el estado chino es, en el campo de las relaciones internacionales, el único poder capaz de ejercer una atracción, una fuerza centrípeta?

«En las últimas semanas China reescribió la narrativa de la pandemia, transformando una historia de escándalos, encubrimientos y mala gestión del gobierno chino, en una de triunfo, de fuerza y generosidad del pueblo chino, incluso de superioridad de su sistema de gobierno. Las disfunciones en la Casa Blanca, y tal vez incluso en Downing Street hasta cierto punto, han ayudado al gobierno chino a consolidar esta narrativa.» (Yangyang Cheng, investigador de la Universidad de Cornell)

«No hay tal cosa como la solidaridad europea, ese es un cuento de hadas que sólo existe en el papel. Creo en mi hermano y amigo Xi Jinping, y creo en la ayuda de China. (…) En cuanto a todos los demás, gracias por nada.» (Aleksandar Vučić, presidente de la República de Serbia, 17 de marzo de 2020)

«La Unión Africana ya ha recibido 2 mil kits de prueba del gobierno chino y espera 10 mil más, que se sumarán a otros suministros de equipo médico, esencial en la lucha contra la propagación de Covid-19 en el continente. La distribución del equipo médico donado ha sido puesta en manos del Centro de la Unión Africana para el Control y Prevención de las Enfermedades Infecciosas, en Etiopía. Jack Ma, el tecno-billonario cofundador de la plataforma de comercio electrónico Alibaba, ha prometido donar, a través de su fundación, 20 mil kits de prueba, 100 mil máscaras y mil trajes protectores, a cada uno de los 54 estados africanos.» (Zeenat Hansrod, China makes massive donations of medical supplies to fight coronavirus in Africa, sitio web de RFI, 23 de marzo de 2020)

Puede que las donaciones mencionadas en esta última cita hayan sido cacahuetes, pero ¡hombre!, los otros gigantes del mundo mientras tanto, ¿qué estaban haciendo? Nada. Gran Bretaña, Francia y Japón enviaron en enero unas cuantas máscaras a China, sólo para guardar las apariencias, con la esperanza de que el corazón de la pandemia revelaría al mundo todas las penurias y retrasos del país que, en el fondo, nunca dejaron de ver como el enfermo de Asia. Pero el que a virus mata, a virus muere… Lo que nos lleva de vuelta a la desconexión sino-americana y a la famosa trampa de Tucídides. Hace exactamente ciento setenta años, el Marx de siempre profetizó:

«El Océano Pacífico jugará en el futuro el mismo papel que el Atlántico ha jugado en nuestra época, que fue el mismo del Mediterráneo en la antigüedad: una gran vía marítima de comercio mundial, quedando el Atlántico reducido a la categoría de un mar interior, tal como es el caso hoy en día del Mediterráneo.» (Karl Marx, «Desplazamiento del centro de gravedad mundial», Neue Rheinische Zeitung, 2 de febrero de 1850)

Este es nuestro pasado cercano, y nuestro presente. Puede que no por mucho tiempo más. Qué vendrá más tarde no se sabe. Parafraseando a otro ilustre y controvertido alemán, los destinos de la historia mundial pasarán una vez más por la lucha de las potencias marítimas contra las potencias terrestres -una lucha que con toda probabilidad seguirá el curso de la guerra-.

Precisamente con respecto a la cuestión militar, la reciente exhumación del problema de la «contrainsurgencia» [12] señala una vez más el divorcio entre una cierta narrativa militante o «radical», y la realidad. Si las doctrinas y prácticas de contrainsurgencia tuviesen por objeto reprimir o contener movimientos de masas, serían simplemente absurdas. En cambio, se refieren a contextos de intervención militar en países extranjeros donde los enemigos son sujetos beligerantes minoritarios, pero confundidos y dispersos dentro de una población civil heterogénea, mayoritariamente hostil, que la fuerza ocupante debe cooptar tanto como le sea posible. La insurgencia que se opone a la contrainsurgencia, es la acción de bandas, la guerra de guerrillas, la actividad partisana. No es ni el disturbio, ni la insurrección, ni la sublevación. Que tales doctrinas y prácticas puedan ser empleadas contra poblaciones del mismo Estado a las que pertenece el ejército que las adopte, es ciertamente posible, aunque no es su propósito inicial o preponderante. Pero esto presupone que haya dentro del país un contexto similar al que acabamos de describir, por ejemplo unas minorías nacionales empeñadas en el separatismo. De lo contrario, el despliegue del ejército -sea cual sea- no puede ser más que un auxiliar de la policía, por el simple hecho de que el contexto no es opaco, y las funciones de inteligencia y control del territorio están –de acuerdo con los medios disponibles– ya cubiertas. Entonces surge la duda: ¿no será que la famosa «militarización del territorio» no ha sido más que la pantalla detrás de la cual -en Italia como en otros lugares- se ha ido a esconder la falta de plata para las cervezas?

Pero hay más. Si es cierto, como lo es, que las doctrinas de contrainsurgencia han sido objeto de amplias críticas en la misma esfera de la que provienen (el ejército de los EE.UU.), provocando un contra-movimiento -no unánime, por cierto- que busca «volver a los fundamentos», [13] esto no se debe sólo a los resultados no precisamente satisfactorios de las misiones en Irak, Afganistán, etc. -especialmente cuando se los compara con los costos- y a la observación banal de que «en el pasado, las fuerzas armadas perfectamente regulares, sin una doctrina de contrainsurgencia ni entrenamiento especial, derrotaron regularmente a los insurgentes utilizando unos pocos métodos bien probados». [14] Es que el enfoque contrainsurgente es consustancial al momento unipolar norteamericano: un mundo en que la intervención y ocupación militar podía ser concebida al margen de un despliegue consecuente de tropas de tierra y de la instalación de un gobierno o una administración en el territorio ocupado; un mundo en el que se podía pensar que no habrían ya guerras importantes, excepto contra el proletariado o los «condenados de la tierra» de los países periféricos. El problema es que ese mundo se hizo humo en Bengasi y en Alepo. Quienes consideraron suficiente la lectura del informe de la OTAN de 2003 (Operaciones Urbanas en el Año 2020 [15]), probablemente se han estado perdiendo de algunas cosas en los últimos diecisiete años.

Lo dicho cambia poco o nada nuestro dato fundamental: el ingreso en una etapa histórica particularmente convulsa y decisiva, cuyo resultado está abierto y dependerá en última instancia de la lucha de clases (a ambos lados del Pacífico, sobre todo). Cuanto más nos adentremos en la tempestad , más se verá reducida nuestra «visibilidad». Y en la medida en que las certezas «revolucionarias» acumuladas o transmitidas tendrán que ceder el puesto a la exploración cotidiana, reflexiones como ésta, y la existencia misma de «polos» teóricos como el nuestro, irán perdiendo su razón de ser. Se trata más bien de un cambio general de «atmósfera», que de un asunto de elección: los tiempos de tranquilidad han terminado.

***

Notas

[1] El detonador mismo de la pandemia actual -tal como en las epidemias más notorias del pasado reciente (Ébola, SARS, MERS, Zika etc.)- no puede ser considerado un evento estrictamente «natural», en la medida en que el llamado derrame, el salto efectuado por «nuevos» virus desde animales a humanos, se ve favorecido por la presión del modo de producción capitalista sobre el medio ambiente. Ver Laura Scillitani, Sida, Hendra, Nipah, Ébola, Lyme, Sars, Mers, Covid… (disponible aquí: https://www.scienzainrete.it/articolo/aids-hendra-nipah-ebola-lyme-sars-mers-covid%E2%80%A6/laura-scillitani/2020-03-18).

[2] Hace más de un año informamos sobre la importancia del sobre-endeudamiento corporativo y no financiero. Cf. Il Lato Cattivo, Il Demos, il Duce, la crisi, Enero 2019. Disponible aquí: http://illatocattivo.blogspot.com/2018/12/il-demos-il-ducee-la-crisi.html

[3] «Hoy en día [en Gran Bretaña, nota de los autores] una hectárea de tierra es 100 veces más rentable cuando se utiliza para la construcción que para la agricultura.» (Michael Roberts, Land and rentier economy, 15 de diciembre de 2019. Disponible aquí:
https://thenextrecession.wordpress.com/2019/12/15/land-and-the-rentier-economy).

[4] Observatorio GIMBE, Desfinanciamiento del Sistema Nacional de Salud entre 2010 y 2019, septiembre de 2019. Disponible aquí:
https://www.gimbe.org/osservatorio/Report_Osservatorio_GIMBE_2019.07_Definanziamento_SSN.pdf

[5] «Una Unión Europa cada vez más unida», nota del trad.

[6] PIGS, acrónimo peyorativo en inglés con el que medios financieros anglosajones se refieren al grupo de países de la Unión Europea conformado por Portugal, Italia, Grecia y España, donde se requiere incidir en los problemas de déficit y balanza de pagos de dichos países, nota del trad.

[7] Il Lato Cattivo, Foto dal finestrino, Septiembre 2017. Disponible aquí: http://illatocattivo.blogspot.com/2017/09/foto-dalfinestrino.html

[8] Confindustria: Confederación General de la Industria Italiana, principal organización de las empresas manufactureras y de servicios italianas.

[9] En caso de que haga falta, dejemos claro que aquí no está en cuestión el derecho al aborto o a la píldora anticonceptiva, que definiremos sin vacilar como un extraordinario logros en vista a la regulación consciente de su propia reproducción por parte de la especie humana.

[10] Ver Il Lato Catiivo, Il Demos, il Duce, la Crisi, op. cit.

[11] Cf. Trump Says He Wants Stock Buybacks Prohibited in Virus Stimulus, Bloomberg, 20 de marzo de 2020, disponible en:
https://www.bloomberg.com/news/articles/2020-03-20/trump-says-he-wants-stock-buybacks-prohibited-in-virus-stimulus

[12] Ver Chuang, Contagio Social. Guerra de clases microbiológica en China, febrero de 2020, del que están circulando varias traducciones en la web. Un texto ciertamente interesante, pero para ser tomado con pinzas. Además de las más que cuestionables divagaciones sobre la contrainsurgencia, y de cierta ambigüedad sobre la naturaleza social de la China maoísta, la evaluación de las medidas anti-Covid-19 en la región de Hubei claramente subestima la capacidad de reacción del estado central. La proposición ciertamente más estimulante y compartida del texto es la siguiente: «la crítica del capitalismo se empobrece cuando se separa de las ciencias exactas.»

[13] Quienes quieran profundizar en el tema encontrarán una bibliografía muy abundante. El crítico más severo de la contrainsurgencia,
dentro del Ejército de los Estados Unidos, fue el coronel Gentile. Ver Gian P. Gentile, A Strategy of Tactics: Population-centric
COIN and the Army
, Parameters n° 39, otoño de 2009; Gian P. Gentile, Les mythes de la contre-insurrection et leurs dangers: une
vision critique de l’US Army
, Securité Globale n° 10, 2009, pp. 32-34; Gian P. Gentile, Wrong Turn: America’s Deadly Embrace of
Contrainsurgency
, The New Press, 2013.

[14] Edward N. Luttwak, Modern war: counterinsurgency as malpractice, Politique étrangère, 2006/4, págs. 859 a 61.

[15] El mencionado informe de la OTAN fue analizado en detalle en el texto Eserciti nelle strade, publicado junto a otros textos en el libro «A chi sente il ticchettio», editado por Rompere le righe en Trento, Italia, en 2009. El mismo texto fue publicado en castellano por Bardo ediciones, enero de 2010, con un añadido donde se analiza el tema en relación con América Latina. Esta edición está disponible en: https://translationcollective.files.wordpress.com/2010/05/ejercitos_en_las_calles.pdf (nota del trad.).

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