1918: Revueltas del arroz y huelgas en Japón

Suzuki shoten quemado durante los disturbios de 1918

Entre julio y septiembre de 1918, Japón se vio arrasado por una ola de disturbios que se extendió desde las aldeas pesqueras hasta los grandes centros industriales y los yacimientos de carbón, en lo que constituyó la mayor agitación en Japón hasta la fecha, y los disturbios populares de mayor alcance desde los disturbios durante la restauración Meiji de 1868.

Entre 1905 y 1918 se vivió en Japón la llamada Era de la Violencia Popular (民衆騒擾期, minshû sôjô ki). Comenzó con el Incidente Incendiario de Hibiya (日比谷焼討事件, Hibiya Yakiuchi Jiken), una revuelta en toda la ciudad de Tokio que comenzó con una protesta prohibida en el parque de Hibiya; contra los términos del Tratado de Portsmouth que puso fin a la guerra ruso-japonesa de 1904-1905. También hubo grandes huelgas de tranvías y disturbios en 1911 en Tokio, y una revuelta de tres días en 1914 en Nagoya, contra la que fue necesario un gran contingente de tropas para reprimirla. Las huelgas también aumentaron masivamente durante la Primera Guerra Mundial, pasando de 49 huelgas de 5.763 trabajadores en 1914 a 108 huelgas de 8.413 trabajadores en 1916 y 417 huelgas de 66.457 trabajadores en 1918. [1]

La subida de los precios y la importación del anarquismo se avivan mutuamente y darán lugar a una gran revolución social. Los maestros de primaria, la policía y los pequeños burócratas son socialistas en ciernes… No os podéis imaginar hasta qué punto están confundidos el pensamiento y los ideales de los jóvenes de hoy. Estoy convencido de ello… Por favor, destruye esta carta. Tokutomi Soho a Yamagata Aritomo, 9 de febrero de 1920 [2]

Los disturbios de 1918 fueron una respuesta a la inflación de los tiempos de guerra, los bajos salarios y la especulación con los productos básicos. El precio del arroz se duplicó en poco tiempo, y los precios de otros bienes de consumo también eran altos, mientras que los salarios seguían siendo bajos. Japón también sufrió una pandemia de gripe en 1918-1919, como gran parte del resto del mundo. Sin embargo, los disturbios no se produjeron necesariamente en las zonas más pobres, ni entre los trabajadores más pobres o los burakamin (marginados). La mayoría de los alborotadores eran trabajadores con empleos modernos y, por lo general, pertenecían a grupos de ingresos medios y no a los peor pagados; incluso en las zonas rurales atrasadas se produjo una rápida industrialización y los campesinos a menudo tenían segundas ocupaciones en la industria manufacturera. Aunque en Japón escaseaba el arroz, no había hambruna, y los disturbios solían consistir en una «autorreducción» de los precios a los niveles anteriores a la inflación, más que en saqueos generalizados. Sigue leyendo

Bordiga versus Pannekoek

Escrito por Antagonism Press

Entre los años 2000 -2001 (Tomado de Libcom)

 

Introducción a un folleto que examina cómo las izquierdas comunistas italiana y Germano-holandesa abordaron las cuestiones de la organización comunista, la conciencia y la clase.

Este artículo se publicó originalmente con, y hace referencia a, los artículos:

«Partido y clase», de Amadeo Bordiga/Partido y clase, de Anton Pannekoek Disponibles en PDF Aquí

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Partido, clase y comunismo

2001, ha pasado más de una década desde la caída del muro de Berlín, y el anuncio entonces del «Fin de la Historia» parece ahora no sólo ideológico, sino despreciable. La guerra abierta vuelve a Europa, no como un episodio aislado, sino endémico como una antigua enfermedad resistente a los antibióticos modernos. La economía mundial se precipita hacia la recesión. Muchas de las instituciones políticas del capitalismo internacional (G8, FMI, Banco Mundial) están más desacreditadas y suscitan más protestas que nunca. Al mismo tiempo, el desarrollo del capital no ha visto, como muchos esperaban, la construcción de más y más grandes fábricas en los países capitalistas más antiguos, sino el cierre no sólo de fábricas, sino de industrias enteras. Como consecuencia, ha disminuido el porcentaje de la población que aparece como el arquetipo de los trabajadores de la tradición marxista o sindicalista. Esto ha llevado a muchos a considerar la clase como una idea anticuada. Hablar de «partido» se considera a menudo aún más irrelevante por su asociación con el parlamentarismo (cada vez más gente, con razón, no vota y no ve por qué debería hacerlo) o el leninismo (cuando el legado bolchevique de la URSS/Europa del Este se ha desintegrado). Sigue leyendo

El comunismo de Consejos y la crítica del bolchevismo – Cajo Brendel

Cajo Brendel (1915-2007) fue una figura central de la segunda generacion del moviemento de los Comunistas de Consejos holandeses y uno de los ultimos, si no el ultimo, representante de ella. Cajo nació en La Haya el 2 de Octubre de 1915 a lo que era, en sus propias palabaras, una “familia pequeño-burguesa” que sufrió grandes dificultades tras la crisis mundial economica de 1929. Cajo muy pronto se interesó por las cuestiones sociales, siendo inicialmente simpatizante del trotskismo pero luego entró en contacto con miembros de la sección de La Haya del GIK (Grupo de Comunistas Internacionalistas). En septiembre de 1933 Cajo adhirió a las posiciones del grupo, diciendo luego que la experiencia fue como “pasar directamente de la guardería a la Universidad”. Por medio de este grupo Cajo desarrollo una relación directa con Antón Pannekoek y fue influenciado por escritores como Paul Mattick y Karl Korsch. En 1935, tras la separación del GIK de los grupos de Leiden, La Haya y Groningen por considerarlos demasiado “teóricos”, Cajo publicó con el grupo de La Haya el periódico Proletariër y, en 1937-1938 el Proletarische Beschiuwingen (Consideraciones Proletarias). Entre finales de 1938 y 1939 escribió semanalmente un artículo para el periódico anarquista De Vrije Socialist ( El Socialista Libre). Movilizado al Ejército en 1940, en las II Guerra Mudial, Cajo difundió un panfleto internacionalista entre sus companeros de armas. Tras su traslado a Berlín como prisionero de guerra, volvió a los Países Bajos de forma clandestina. Tras la guerra trabajó como periodista en Utrecht, y en 1952 se afilió al Communistenbond Spartacus, de cuya redacción formó parte. En la decada siguiente, escribió un gran número de artículos y folletos. El GIK se dividió en 1964 y Brendel se unió al grupo escindido que publicó a partir de 1965 el periódico Daad en Gedatche “consagrado a los problemas de la lucha obrera autónoma”. En 2005, de avanzada edad y ya retirado de la vida politica, fue trasladado a una casa de reposo. Fallecio el 25 de junio de 2007, a los 92 años de edad.

 

«Supongamos que la dirección central es capaz de distribuir todo lo que se ha producido de forma justa. Incluso entonces, el hecho es que los productores no tienen a su disposición la maquinaria de producción. Esta maquinaria no es suya, sino que se utiliza para disponer de ellos. La consecuencia inevitable es que los grupos que se oponen a la dirección existente serán oprimidos por la fuerza. El poder económico central está en manos de quienes, al mismo tiempo, ejercen el poder político. Cualquier oposición que piense de forma diferente sobre los problemas políticos y económicos será oprimida con cualquier medio posible. Esto significa que en lugar de una asociación de productores libres e iguales, como la definió Marx, existe una casa de corrección como nadie ha visto antes».

Esta cita, traducida libremente de un texto de hace setenta años, explica que las relaciones de producción, tal como se desarrollaron en Rusia después de octubre de 1917, no tienen nada que ver con lo que Marx y Engels entendían por comunismo. En la época en que se publicó el panfleto que acabamos de citar, el terror de los años treinta estaba por llegar. Era sólo una profecía. No hubo ningún acontecimiento político que provocara esta crítica de la sociedad soviética; esta crítica surgió de un análisis económico. Sobre esta base se entendía el estalinismo naciente como la expresión política de un sistema económico que pertenecía a una explotación capitalista de Estado, y esto contaba no sólo para el estalinismo.

El texto que acabamos de mencionar era obra de un grupo cuyos autores pertenecían a una corriente que surgió en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y adquirió un significado permanente. Esta corriente se caracterizaba por una aguda crítica tanto de la socialdemocracia como del bolchevismo. Era una corriente que analizaba detenidamente las experiencias cotidianas de la clase obrera, y así llegó a nuevas ideas sobre la lucha de clases. La corriente veía la socialdemocracia y el bolchevismo como el «viejo movimiento obrero»; la contradicción de esto era «un nuevo movimiento de los trabajadores». Sigue leyendo

Junio de 1953 – Levantamiento proletario en Alemania Oriental

Autor – Nosotros proletarios

La realidad de la lucha proletaria frente a los mitos obreristas

Era el 17 de junio de 1953. Amplios sectores del proletariado se sublevaron en Berlín Este, antes de que la revuelta se extendiera a toda la “República Democrática Alemana” y fuera sofocada por la intervención del Ejército Rojo (por la sangre de los proletarios insurrectos).

En este breve texto, no vamos a desarrollar en detalle cómo se expresó este movimiento. Sólo queremos esbozar sus principales puntos fuertes y débiles, que se repiten históricamente de una lucha a otra, a pesar de las condiciones particulares que hacen que una lucha surja en un lugar y en un momento y no en otros. Nuestro objetivo no es contar una historia, sino extraer lecciones programáticas de luchas anteriores para futuras insurrecciones. No obstante, invitamos a los camaradas a leer el panfleto de Cajo Brendel “El levantamiento de la clase obrera en Alemania Oriental, junio de 1953” (que fue fuente de inspiración entre otros) a pesar de todas las reservas que tenemos sobre el marco ideológico (consejismo) postulado por este militante y que criticamos en el curso de este texto.

Esta sublevación, pocas semanas después de la muerte de Stalin, devolvió al primer plano de la historia el antagonismo visceral entre dos clases sociales con intereses y programas antagónicos y contradictorios. Y esto es así independientemente de la forma que adopte la burguesía para controlar a los proletarios. Porque es siempre con fuerza que el proletariado plantea su existencia como clase desposeída de todo y su necesidad de acabar con este viejo mundo, cualquiera que sea la naturaleza de la renovación de la fachada o el color (rojo, blanco, marrón…) con que se haya repintado nuestra explotación. En el apogeo de la contrarrevolución, en el momento en que nuestros enemigos han saqueado nuestras banderas, en que su Estado se proclama “Estado obrero” y pretenden gobernarnos en nombre de la “dictadura del proletariado” (que en realidad nunca existió y ha sido sustituida por su dictadura sobre el proletariado), son las contradicciones internas de la relación social las que están poniendo en primer plano la lucha de clases.

La fuerza de este levantamiento es que ha desmontado prácticamente todos los grandes mitos del “socialismo real” sobre los que la burguesía había construido su modelo local de gestión capitalista. Este modelo de acumulación fue, durante varias décadas, la respuesta más contundente del Capital (considerado en su singularidad global) a la más importante oleada de luchas (1917-21) que el proletariado ha impuesto hasta la fecha. A este tipo de modelo que impone la defensa de una “patria socialista”, de un “campo socialista” contra un enemigo exterior, de sacrificios a realizar para “construir el socialismo” y completar las previsiones del Plan, a todos estos mitos que son muy reales ya que son la concretización de nuestra explotación, el proletariado sólo podía responder con sus armas de clase: la huelga, el sabotaje, el levantamiento.

La insurrección obrera que estalló el 17 de junio de 1953 fue una verdadera conmoción para todos los sectores de la burguesía, tanto del Este como del Oeste. Frente al enorme poder del Estado y del Partido (bolcheviques), los proletarios insurrectos sólo podían parecer locos. Locos porque atacaban a ese autoproclamado “Estado obrero”, locos porque parecía una “locura” destruir lo que les pertenecía, locos porque la propia lucha sólo podía verse desde fuera como un acto “irracional”. Pero para el proletariado sublevado, todo sucedía según criterios diferentes que para los ciudadanos que aún no se les habían unido.

A pesar del manto de plomo que cubre nuestras luchas, de las masacres de la guerra y de la imposición total de la paz social, siempre es el proletariado el que resurge. Los proletarios atomizados y derrotados están siempre determinados por las circunstancias históricas y el desarrollo social. Si hoy nuestra clase puede parecer indiferente, apática y sumisa, mañana puede levantarse (¡se levantará!) y podrá mostrar la mayor audacia. Nuestro movimiento de abolición del orden social no tiene nada que ver con ninguna fotografía fija, sino que son las leyes del desarrollo social las que provocan esas convulsiones tan temidas por todos los gestores de nuestra miseria. La lucha contra la explotación y contra la condición obrera está incluida en el desarrollo de las relaciones capitalistas. Cuando esta lucha toma la forma de insurrección o revolución, esta ley del desarrollo social pasa a primer plano y destruye radicalmente todos los mitos e ilusiones. Sigue leyendo

LA PAZ, ES LA GUERRA / Gilles Dauvé

«Por la patria hay que vivir!»

«Los países pequeños como Bélgica harían bien en unirse al país más fuerte si quieren mantener su independencia.» (Emperador Guillermo II al Rey de los belgas, noviembre de 1913)

 

«Una gran guerra es inevitable en las primeras décadas del siglo XXI, pero implicará una crisis económica en fase de maduración, una sobreproducción a gran escala, una fuerte caída de la rentabilidad, una exacerbación de los conflictos sociales y de los antagonismos comerciales, lo que exigirá tanto la redivisión del mundo como la regeneración de todo el sistema. […] No más que en el pasado, ningún reformismo impedirá la marcha hacia un conflicto, si no planetario, al menos más que regional.» (10 + 1 questions sur la guerre du Kosovo, 1999)

 

«No te creas la propaganda, aquí te están mintiendo.» (Marina Ovsiannikova, interrumpiendo las noticias en uno de los principales canales rusos, 14 de marzo de 2022)

* * *

«La guerra por la paz»… «la causa de los débiles contra los fuertes»… «Crímenes contra la humanidad en el corazón de Europa… una lucha por la civilización»… «genocidio en curso en Ucrania».

La primera cita es del periódico socialista Le Droit du Peuple, y la segunda del burgués Times de Londres, ambas escritas en 1914; la tercera del Primer Ministro francés durante la guerra de Kosovo en 1999, y la última del Primer Ministro ucraniano el 9 de marzo de 2022.

Los medios de comunicación franceses nunca hablarán de la dictadura chadiana (apoyada por Francia) como lo hacen de la dictadura bielorrusa (apoyada por Rusia). Tampoco mencionarán los millones de civiles asesinados por los ejércitos francés y estadounidense en las guerras de Indochina y Vietnam, al igual que las masacres de civiles por parte del ejército ruso en Ucrania.

Hay pocas novedades en el lavado de cerebro, salvo que la propaganda se intensifica a medida que la guerra se acerca al corazón de Europa. Rusia lo niega, prohibiendo las palabras «guerra» e «invasión» (el Estado francés esperó hasta 1999 para reconocer oficialmente que entre 1945 y 1962 había librado una «guerra» en Argelia y no sólo «operaciones»). Occidente entrega eufemísticamente armas a Ucrania a través del Fondo Europeo para la Paz.

Cuando las palabras se hinchan, su significado estalla. En particular, genocidio se convierte en sinónimo de masacre, mientras que la palabra se refiere al exterminio de un pueblo como pueblo: Hitler lo hizo con los judíos, pero ni Stalin pretendía la eliminación del pueblo ucraniano a principios de los años 30, ni posteriormente Pol Pot la del pueblo camboyano. Putin tampoco pretendía eliminar al pueblo ucraniano.

 Pero, antes de ser mental, la confusión está en la práctica. Si las ideologías se confunden, si todo el mundo ha podido proclamarse socialista, comunista, proletario, revolucionario (título del libro publicado en 2017 por el actual presidente de la república francesa), es porque hasta ahora los movimientos sociales no han realizado un programa que rompa con el orden de las cosas. Así que, en la mitología y el discurso político, todo vale. Como el socialismo era nacional en 1914, los nazis podían reivindicarlo como propio: el nazi es el «nacional socialista» (nationalsozialist).

Cuando nos vemos reducidos a la pasividad por luchas fallidas o desviadas, recibimos información e imágenes como espectadores de una realidad contra la que no podemos reaccionar temporalmente. Sigue leyendo

Anábasis RadioQK- #159: Radicalismo en Japón, 1945-72

Conversamos con el compañero Ferran de Vargas, autor del libro Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (1945-1972) (Bellaterra, Barcelona, 2020).

Frente al mito de un país armónico y conservador, la Historia de Japón puede explicarse en buena medida por la articulación del conflicto social. Con los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasiki, se ponía fin a la II Guerra Mundial y las fuerzas estadounidenses pasaban a administrar el país. El movimiento obrero retoma a la superficie y protagoniza un importante ciclo de protestas. Tras una serie de titubeos y en el contexto geopolítico explosivo de los albores de la Guerra Fría, el destino de Japón quedaba establecido: dique de contención del comunismo en Asia, cuyo estreno tendrá lugar durante la Guerra de Corea.

El Partido Comunista Japonés sale de la clandestinidad y de las cárceles como una pequeña fuerza que tiene, no obstante, la aureola de la resistencia antifascista. Sus estrategias en la inmediata posguerra se modifican continuamente de manera turbulenta al calor de las directrices que recibe, primero de Moscú y, después, de Pekín: pasa del apoyo a las políticas estadounidenses de democratización del país al impulso de la lucha armada a finales de 1950, inaugurando la «Era del cóctel molotov», para volver a centrarse, ya de manera definitiva, en el ámbito institucional y el apoyo a las políticas desarrollistas que van a convertir a Japón en una de las primeras potencias industriales.

De las contradicciones de estos virajes, así como por el influjo de la represión del levantamiento húngaro de 1956, emergen a finales de los años 50 los primeros grupos a la izquierda del PCJ: la Liga Comunista Revolucionaria y la Liga Comunista (Bund), cuyo espíritu de lucha radical y estrategias de confrontación marcarán toda la década de los años 60. Tendrán ocasión de foguearse en la lucha de Sunagawa así como en la campaña contra la renovación del Tratado de Cooperación y Seguridad Mutuas entre Estados Unidos y Japón (ANPO, 1959-60), auténtico hito de la movilización social, mientras van ganando posiciones en la federación de asociaciones estudiantiles, en la Zengakuren. La ratificación del Tratado marca, no obstante, su declive en los siguientes años y un panorama desolador en el ámbito militante.

El estallido de la Guerra de Vietnam vuelve a llevar al primer plano el rol geopolítico del Estado japonés: la mayoría de los bombardeos parten de las islas y allí se lleva al grueso de los soldados estadounidenses heridos. Sale a la luz de manera definitiva la «Nueva Izquierda»: se asiste la eclosión del fenómeno grupuscular, con decenas de grupos en la estela de la LCR y el Bund, con concepciones políticas variadas (marxista-leninistas, maoístas, trotskistas, consejistas, anarquistas…), confrontados entre sí, peleando por el control de la Zengakuren, sólo unidos en una práctica de violencia de masas y de confrontación insurreccional en conflictos emblemáticos (Sasebo, Ogi, Sanrizuka…) así como en su oposición frontal al PCJ; pero también emergen potentes movimientos asamblearios como la alianza ciudadanista Beheiren y los Hansen del proletariado juvenil.

Otro movimiento asambleario, en las universidades, «la revuelta de los Zenkyoto» da el verdadero y definitivo tono al 68 japonés, que supone la práctica paralización del sistema de enseñanza durante meses y cuyas ocupaciones de centros contemplan verdaderos combates contra la fuerzas del orden, donde se pasó de las peticiones de democratización de la universidad al cuestionamiento de la misma y del mundo que la necesitaba.

A pesar de ser uno de los 68 más calientes del mundo, la incapacidad efectiva de transformar la sociedad, sobre todo en relación a un proletariado fuertemente encuadrado en las políticas desarrollistas de industrialización acelerada, llevan a una huida hacia adelante de muchos militantes y a la desesperación armada, a la violencia sórdida entre los propios grupúsculos y a la experiencia, nefasta, del Rengo Sekigun, el Ejército Rojo Unido, que pone la puntilla al panorama general de desmovilización social desde los primeros años de la década de los 70.

[Folleto] LA COMUNA DE PARÍS, a 150 años

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En el año del 150° aniversario de la Comuna de París, desde Lazo Ediciones publicamos un artículo de Rodrigo Vescovi (Acción directa en Uruguay 1968-1973) acerca de este fundamental suceso en la lucha por la revolución social. Esta publicación se suma a la edición que realizamos del libro La Comuna de París. Revolución y contrarevolución (1870-1871) de Proletarios Internacionalistas en junio de 2017, cuya lectura recomendamos para ampliar sobre el tema.

«La Comuna de París fue un breve, aunque imponente, proceso insurreccional desatado en el contexto de una cruenta guerra entre Francia y Prusia. Con una población sitiada y hambreada, y un gobierno progresista que, como de costumbre, no colmó las necesidades de la gente, el 18 de marzo de 1871 se produjo la revuelta y la proclamación de la Comuna, iniciando un proceso de profunda transformación social. Aunque ahogado brutalmente en la represión, este suceso significó para el proletariado internacional que la revolución era posible y, con ella, una sociedad sin clases, Estado ni propiedad privada.»

El folleto incluye también un mapa infográfico acerca de la situación político militar de París del 22 de mayo de 1871.

El imperialismo ruso, en el choque con el imperialismo estadounidense y los imperialismos europeos, mueve sus tropas a la reconquista territorial de las áreas estratégicas de Ucrania: después de Crimea ¿el Donbass y luego Odessa?

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

24/02/2022

Desde hace 8 años, en la región de Donbass, en particular en las provincias de Lugansk y Donesk, se producen enfrentamientos armados entre los separatistas de habla rusa y el ejército ucraniano, a pesar de los aclamados acuerdos de Minsk de 2014 y Minsk II de 2015 que implicaron a Ucrania, Rusia, la OSCE, los representantes de las dos autoproclamadas Repúblicas Populares de Lungansk y Donetsk y, en los acuerdos de Minsk II, también Francia y Alemania. Según datos reportados por los medios, los muertos en estos 8 años de guerra de “baja intensidad” habrían sido nada menos que 22.000.

Que estos acuerdos serían respetados por ninguna de las partes directamente implicadas -Ucrania, Rusia, separatistas de habla rusa- quedó claro desde el principio, tanto que hizo falta un Minsk II que, en todo caso, no trajo paz. Por parte de Kiev, no se respetó el compromiso de reconocer a las dos «repúblicas» de Lugansk y Doneck esa gran autonomía prometida y acordada, manteniendo una fuerte presencia de su propio ejército; por parte de estas dos «repúblicas», con Rusia jugando el papel de verdadero contendiente detrás de ellas, los ataques armados contra el ejército ucraniano considerado «ocupante» de la parte occidental de las provincias de Lugansk y Donetsk nunca han cesado. En realidad, como destacamos en nuestra posición del pasado 25 de diciembre (1), la verdadera causa del conflicto en el Donbass se encuentra en el hecho de que esta región es absolutamente estratégica tanto para Rusia como para Ucrania desde el punto de vista económico y político y, desde el punto de vista de los contrastes interimperialistas, también para los imperialismos europeo y americano. Lo es, de hecho, para la OTAN y la Unión Europea, ya que, en 1991, tras el colapso de la URSS, todos los países que formaban parte del imperio ruso se separaron, independizándose de Moscú. Pero en la era imperialista, la independencia de un país de todos los demás, y sobre todo del imperialismo que antes lo dominaba, sigue siendo un anhelo abstracto; son tantos los aspectos de carácter económico, financiero, político y militar que determinan la política interior y exterior de cada estado, que cada país está obligado -sobre todo si se inserta en áreas geopolíticas de gran interés en la competencia entre imperialismos-, como Europa del Este- a alquilar su «independencia», y por lo tanto su territorio, su economía y su gobierno, a uno de los polos imperialistas que mejor puede favorecer sus intereses nacionales o, al menos, protegerlos de ataques de países enemigos. Sigue leyendo

N+1 – Notas sobre el 68

Traducción de Barbaria; las notas son de una charla sobre los años 70 en Italia que hicieron hace unos años los compañeros de n+1

La primera fase del obrerismo u operaísmo[1] italiano fue anarcosindicalista y tuvo lugar entre la crisis de la Primera Internacional (1872) y la fundación del Partido Socialista Italiano (1892). La segunda, en parte superpuesta a la primera, fue la socialista y gramsciana, que fue desde la fundación del Partido Obrero Italiano (1882) hasta la catástrofe degenerativa de la Internacional Comunista (1926). La tercera, que comenzó en 1958-59 con un intento de contraataque frente al largo periodo contrarrevolucionario estalinista en plena reconstrucción de posguerra. Fue sobre todo el producto de un fuerte impulso de los obreros industriales, que también agitó a grupos de jóvenes militantes de los partidos y sindicatos tradicionales, a los que se unieron elementos de la intelectualidad universitaria pequeñoburguesa. Sigue leyendo

[Libro] Sobre la revolución y contrarrevolución en la región española

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El presente material es la síntesis de una serie de discusiones abordadas por el grupo Barbaria, las cuales se centran en los hechos revolucionarios que agitaron la región española en la década de los años 30s del siglo pasado, poniendo mayor énfasis en el clímax del periodo que en la historia oficial se conoce como “la guerra civil”.

El antifascismo y el republicanismo, de la mano de la URSS, lejos de ser los bastiones heroicos y la “avanzada revolucionaria” que la socialdemocracia moderna nos presenta con nostalgia. En realidad fueron los que se encargaron de aniquilar los objetivos revolucionarios del proletariado, canalizándolos hacia la guerra interburguesa, es decir, un enfrascamiento en el mero conflicto militar –que fue antesala de la II Guerra Mundial- cuyo exclusivo beneficio correspondió a los intereses del capitalismo.

Pese a todo, la lucha de clases no cesa, y en consecuencia, a más de 80 años de aquella derrota, a los explotados que damos continuidad al antagonismo contra esta sociedad de la mercancía, nos corresponde hacer los respectivos balances críticos de este episodio, no para que estos desemboquen en letra muerta de los recintos académicos, sino para convertirlos en aprendizaje y experiencias de lucha para los combates que mundialmente se desencadenan y también se tornan venideros.

[Libro] Militancia y pensamiento político de Amadeo Bordiga de 1910 a 1930 – Vol. I, II y III

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De 1912 a 1926 la acción y pensamiento político de Amadeo Bordiga encarnaron la lucha del marxismo revolucionario en Italia.

Ya antes de la Primera Guerra Mundial, la izquierda marxista del PSI expresó en los congresos de Reggio Emilia (1912) y Ancona (1914), el surgimiento de una mayoría capaz de enfrentarse al reformismo, el sindicalismo y el nacionalismo.

Dentro de esta ambigua mayoría (de la Fracción Intransigente) se delineó la formación de una extrema izquierda (la Fracción Intransigente Revolucionaria), que tendió siempre a soluciones más radicales y clasistas. Esta extrema izquierda del PSI, en los congresos de Bolonia (mayo de 2015), Roma (febrero de 1917) y Florencia (noviembre de 1917) sostuvo posiciones muy próximas a las de los bolcheviques, como fueron la negación de la ayuda obrera a las tareas de defensa nacional y la consigna de derrotismo revolucionario, lanzada por Bordiga tras Caporetto (derrota italiana de octubre de 1917).

La fundación de Il Soviet (diciembre de 1918), órgano de la Fracción Abstencionista, supuso la defensa decidida de la revolución rusa y de la dictadura del proletariado, así como un claro planteamiento de la función del partido revolucionario.

La Fracción Abstencionista se planteó, desde el primer momento, la escisión del PSI de los revolucionarios. Su objetivo y su tarea principal en los años 1919 y 1920 fue extender la fracción a nivel nacional para fundar el Partido Comunista. En el II Congreso de la Internacional Comunista, la Fracción Abstencionista abandonó el abstencionismo como criterio táctico fundamental, y Amadeo Bordiga tuvo una intervención decisiva en el endurecimiento de las condiciones de admisión a la Tercera Internacional.

En todo momento, la acción y el pensamiento de Amadeo Bordiga tienen un marco italiano e internacional, íntimamente entrelazados, como correspondía a la militancia en el movimiento comunista internacional.

En enero de 1921, en el Congreso de Livorno del PSI, Bordiga dirigió y protagonizó la escisión de los comunistas y la fundación del PCI. Fue el máximo dirigente del PCI desde su fundación hasta el IV Congreso de la IC (diciembre de 1923).

La asimilación de los clásicos marxistas constituye una impronta imborrable y una constante referencia en los textos programáticos bordiguistas. Este dominio teórico, unido a la experiencia adquirida por Bordiga en la lucha contra el oportunismo imperante en la Segunda Internacional, le prepararon para enfrentarse a las crecientes disidencias entre el PCI y la IC con una capacidad crítica excepcional, dotada de una característica coherencia, rigor e intransigencia que la hacían temible y respetada a la vez.

El nuevo oportunismo, que hacía mella en la Internacional Comunista, se caracterizaba por una permanente adecuación del análisis histórico del capitalismo al cambio producido en las condiciones y situaciones inmediatas de la lucha del proletariado.

Amadeo Bordiga comprendió, analizó y denunció el carácter del oportunismo comunista. Del mismo modo, supo captar los primeros síntomas de abandono de los principios programáticos comunistas. Y se enfrentó hasta el último momento, en el seno de la propia Internacional, a la progresiva degeneración oportunista y contrarrevolucionaria del movimiento comunista internacional. No porque creyera que aún era posible evitar la derrota de la oleada revolucionaria iniciada en 1917, sino para dar testimonio y facilitar en el futuro la restauración teórica y organizativa del partido revolucionario.

En 1926, la Izquierda del PCI había culminado un largo proceso de formación ideológico y programático, caracterizado por las tensiones y enfrentamientos con la Internacional Comunista.

Estas divergencias no se resolvieron mediante una escisión, con ocasión de la acusación de fraccionalismo hecha al Comité de Entente (junio de 1925), a causa de la decidida oposición de Bordiga, contrario a la ruptura definitiva con el PCI y la IC.

El Congreso de Lyon del PCI (enero de 1926), supuso la definitiva derrota organizativa de la Izquierda, dada su imposibilidad de presentarse como fracción o tendencia en el seno del partido, así como de defender sus posiciones políticas.

La intervención de Amadeo Bordiga en el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional fue la última posibilidad que tuvo la Izquierda del PCI de utilizar una tribuna internacional para defender el programa comunista fundacional. El brusco enfrentamiento entre Stalin y Bordiga, en torno a la cuestión rusa y la teoría del socialismo en un solo país, señalaba la definitiva derrota de las concepciones revolucionarias en el seno del movimiento comunista internacional.

Bordiga constató que la llamarada revolucionaria internacional iniciada con el Octubre ruso había sido definitivamente apagada por el alud contrarrevolucionario. Reconocida esta derrota histórica del proletariado, rechazó todo activismo y mística de la vanguardia y la organización, abrazó una concepción férreamente determinista de las posibilidades revolucionarias y personalmente consideró inútil su militancia activa en la clandestinidad impuesta por el fascismo. Sigue leyendo

[Libro] Combate por la Historia – Balance Cuadernos de historia del movimiento obrero

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Compilación de textos de la revista Balance.

Combate por la Historia 1.1  Combate por la Historia 1.2  ¿Qué es el Estado? Capitalismo ¿Nación o Clase? Proletariado y clases sociales, hoy  ¿Qué fue el estalinismo? ¿Qué hacer? (Controversia con Octavio Alberola) APÉNDICES Ni revolución traicionada, ni ética pacifista “Durruti en el laberinto” Reseña de otro libro de Amorós

En la actualidad (2019), desvanecida de la memoria colectiva cualquier referencia conflictiva, antagónica, o que pusiera de manifiesto que la Guerra civil fue también una guerra de clases, ha culminado ya la tarea de su recuperación como episodio de la historia burguesa. Los mandarines de la Historia Oficial, minimizado, oculto e ignorado el carácter proletario y revolucionario de la Guerra civil, acometen la recuperación del pasado como relato de la formación y consolidación histórica de la democracia representativa, o en las autonomías históricas, como justificación de su constitución en nación.

La objetividad, como idea platónica, no existe en la realidad de una sociedad dividida en clases sociales. En el caso concreto de la Guerra civil, la Historia Oficial se caracteriza por su extraordinaria ineptitud y su no menos extravagante actitud. La ineptitud radica en su incapacidad absoluta para alcanzar, o siquiera intentarlo, un mínimo rigor científico. La actitud viene dada por su consciente negación de la existencia de un potentísimo movimiento revolucionario, mayoritariamente libertario, que condicionó, se quiera o no, todos los aspectos de la Guerra civil.

La Historia Oficial plantea la Guerra civil como una dicotomía entre fascismo y antifascismo, que facilita el consenso entre los historiadores académicos de izquierda y derecha, los nacional-catalanistas y los neoestalinistas que, todos juntos, coinciden en descargar el fracaso republicano en el radicalismo de anarquistas, poumistas y masas revolucionarias, convertidas así en chivo expiatorio.

Con la ignorancia, omisión o minimización de las connotaciones proletarias y revolucionarias que caracterizaron el período republicano y la Guerra civil, la Historia Oficial consigue ponerlo todo del revés, de forma que sus principales popes se imponen la tarea de reescribirlo todo de nuevo, y consumar de este modo la expropiación de la memoria histórica.

La derrota política (que no militar) de los anarquistas en mayo de 1937, en Barcelona y en toda Cataluña, y la represión contra el movimiento libertario durante el verano de 1937 fue acompañada por una campaña de infamias, degradaciones, falacias, insultos y criminalización, que sustituyó la realidad social e histórica por una nueva realidad: la leyenda negra antilibertaria. Por primera vez en la historia una campaña de propaganda política sustituía la realidad de lo acaecido por una realidad inexistente, artificialmente construida. George Orwell, testigo y víctima de esa campaña denigrante de falsedades y demonización, llevó a sus novelas al omnipotente Gran Hermano. Como escribía en su novela 1984: “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”.

Hay una contradicción flagrante entre el oficio de recuperación de la memoria histórica, y la profesión de servidores de la Historia Oficial, que necesita olvidar y borrar la existencia en el pasado, y por lo tanto la posibilidad en el futuro, de un temible movimiento obrero revolucionario de masas. Esta contradicción entre el oficio y la profesión se resuelve mediante la ignorancia de aquello que saben o deberían saber; y eso les convierte en INÚTILES. La Historia Oficial pretende ser objetiva, imparcial y global. Pero se caracteriza por su incapacidad para reconocer el carácter clasista de su pretendida objetividad. Es necesariamente parcial, y no puede adoptar más perspectiva que la perspectiva de clase de la burguesía. Excluye del pasado, del futuro y del presente a la clase obrera. La Sociología Oficial insiste en convencernos que ya no existe la clase obrera, ni el proletariado, ni la lucha de clases; a la Historia Oficial le toca convencernos de que nunca existió. Un presente perpetuo, complaciente y acrítico banaliza el pasado y destruye la conciencia histórica. Mejor trapero y coleccionista de papeles viejos que historiador.

Entrevista a Amadeo Bordiga

Retrato de prontuario de A. Bordiga, en 1926

Lo que sigue es una entrevista que Amadeo Bordiga respondió por escrito al periodista Edek Osser en junio de 1970, poco antes de su muerte. El texto fue publicado originalmente en Storia Contemporanea número 3, en septiembre de 1973. Bordiga también habló con Edek Osser para una entrevista filmada, cuyos extractos aparecen en un documental sobre el ascenso del fascismo. Traducción: A. V.  https://rentry.co/entrevbordiga

***

En noviembre de 1917, usted participó en Florencia en una conferencia secreta de la corriente «revolucionaria intransigente» del Partido Socialista. En esa ocasión, usted exhortó a los socialistas a aprovechar la crisis militar y a tomar las armas para asestar un golpe decisivo a la burguesía. ¿Cuál fue el resultado de su propuesta? En su opinión, ¿la situación revolucionaria había alcanzado su madurez en Italia?

Sí, en noviembre de 1917 participé en Florencia en la conferencia secreta de la fracción «revolucionaria intransigente» del Partido Socialista. Esta fracción había constituido la mayoría del PSI y le había impuesto su dirección desde 1914. La dirección del Partido, al ser informada sobre esta conferencia, no sólo no la impugnó sino que, de hecho, envió a sus propios representantes. Fue en esa ocasión que conocí a Antonio Gramsci, quien mostró gran interés en mi discurso. Mi impresión hasta el día de hoy es que su inteligencia poco común le llevó, por una parte, a compartir y estar completamente de acuerdo con mis propuestas marxistas radicales, las que parecía haber oído por primera vez; y, por otra, a articular una crítica sutil, precisa y polémica, que ya se desprendía de las diferencias de fondo entre las posiciones de nuestros respectivos periódicos: Il Soviet, con sede en Nápoles, del que yo era editor, y L’Ordine Nuovo que Gramsci dirigía en Turín. La oposición de nuestros puntos de vista había quedado clara para mí desde que anuncié en nuestro periódico la fundación de la revista de Gramsci. En ese breve artículo señalé que su declarado pragmatismo revelaba una tendencia gradualista que sin duda le llevaría a hacer concesiones a un nuevo tipo de reformismo, e incluso al oportunismo de derecha.

Mi lectura de las fuerzas en juego en ese momento no se refería sólo a Italia, sino a toda la situación europea. Obviamente, entonces condené sin vacilaciones a los partidos socialistas de Francia, Alemania y demás, que habían traicionado abiertamente las enseñanzas marxistas sobre la lucha de clases, optando en cambio por la nefasta política de armonía nacional, unidad sagrada y apoyo a la guerra emprendida por los gobiernos burgueses. Mi discurso puso al descubierto, de manera doctrinaria, la falsa justificación ideológica que se esgrimía para apoyar la guerra impulsada por la Entente contra las Potencias Centrales, a la que nuestro enemigo jurado, el intervencionismo militar italiano, se había adherido. La base de mi posición era repudiar la falsa preferencia que los belicistas de todas las naciones mostraban por las democracias parlamentarias de los regímenes burgueses, en contra de los llamados regímenes feudales, autocráticos y reaccionarios de Berlín y Viena, por no hablar del régimen moscovita. Tal como había venido haciendo en el movimiento durante décadas, seguí la crítica formulada por Marx y Engels, intentando mostrar lo estúpido que era esperar que una futura Europa democrática surgiera del triunfo militar de la Entente.

La posición que tomé en ese momento coincide con lo que Lenin llamó «derrotismo y repudio a la defensa de la madre patria». Planteé la afirmación de que la revolución proletaria podría haber triunfado si los ejércitos de los estados burgueses hubieran sido derrotados por sus enemigos extranjeros, predicción que la historia confirmaría luego en Rusia en 1917. Es cierto, entonces, que en Florencia propuse que debíamos aprovechar los desastres militares de nuestro Estado monárquico y burgués para impulsar la revolución de clases.

Nuestra propuesta no coincidía con la línea política de la dirección del partido, que se había atascado en la vergonzosa fórmula acuñada por Lazzari de «ni apoyo ni sabotaje». Sin embargo, los participantes en la conferencia (que ya constituían de facto el ala izquierda del Partido Socialista) parecían apoyarla totalmente. Para nosotros, el hecho de que el partido italiano no se adhiriese a la política de guerra del gobierno, negándose a darle su voto de confianza o a apoyar la financiación militar correspondiente, no bastaba. No tenía sentido afirmar esa línea y al mismo tiempo oponerse al sabotaje, que Lenin describiría más tarde como «transformación de la guerra entre Estados en guerra civil entre proletariado y burguesía». Mi posición, por lo tanto, no era exactamente que en Italia existieran las condiciones para librar una guerra armada contra el poder de las clases propietarias; sino más bien otra, mucho más amplia, que fue confirmada más tarde por el curso de la historia: a saber, que mientras la guerra se libraba en Europa nosotros podíamos y debíamos intensificar el conflicto revolucionario en los frentes más oportunos (esos que Lenin llamaría luego «el eslabón más débil de la cadena»). El conflicto se extendería sin duda a todos los demás países. El mencionado falso mérito del partido italiano, en su empeño por negarse a apoyar la guerra mientras que al mismo tiempo rechazaba el sabotaje revolucionario, fue más tarde invocado de manera espuria por Serrati y sus seguidores, cuando se opusieron a expulsar a la derecha reformista (que era, de hecho, tanto socialdemócrata como socialpatriota) durante la fundación de una nueva Internacional que pudiese redimir el vergonzoso fracaso de la Segunda (un resultado que yo había previsto en nombre de los socialistas de izquierda en el Congreso de Roma en febrero de 1916). Esto queda demostrado por el hecho de que el PSI se había negado a seguir el único camino estratégico que, desde que Lenin, de regreso a Rusia, articuló sus tesis clásicas en abril de 1917, cumplía las predicciones doctrinarias y los objetivos históricos del marxismo revolucionario. Desde un punto de vista histórico, lo que parece indiscutible es que si los delegados de la conferencia de Florencia hubieran decidido ir a votar, habrían apoyado la audaz tesis de torpedear de cualquier manera posible la política de guerra del Estado capitalista. Dado que las conclusiones de una consulta como la que proponíamos tendrían que haber implicado a los órganos centrales del partido, mi propuesta habría conducido -en un giro saludable- a aplicar en la práctica las medidas correctas. Pero no podíamos esperar que la dirección emprendiera tal curso de acción, pues ya se había negado a convocar en mayo de 1915 una huelga general contra los preparativos de guerra, tal como lo habíamos exigido; porque ya había levantado la consigna de «no apoyar ni sabotear»; y porque había tolerado, en un momento crucial de la guerra, que la bancada parlamentaria socialista siguiera a su líder, Turati, voceando la consigna chovinista: «Nuestra patria está en el Monte Grappa», comportamiento que no se diferenciaba del de los socialtraidores franceses y alemanes. Sigue leyendo

¿Qué paguen los ricos?

Panfleto del FOR-Fomento Obrero Revolucionario-, donde militaba Grandizo Munis, distribuido en España durante 1977 y reproducido en el boletín «Alarma», a propósito de la crisis.

Nosotros decimos tajantemente NO, porque esa consigna forma parte del arsenal de embaucos de una pseudo-izquierda cuyo propósito es reanudar el funcionamiento expansivo del sistema en que vivimos.

La expansión económica del capitalismo, sea privado, sea estatal, retiene al proletariado bajo una explotación creciente, y por lo tanto bajo su dictadura política.La lucha obrera tiene que enderezarse a terminar con la explotación y con la dictadura política. Por lo tanto, cualquier proyecto anti-crisis, o siquiera anti-depresión, caso actual, es reaccionario. El paro obrero y la compresión de los salarios resultantes de una disminución del crecimiento industrial, y en proporciones mucho mayores de las llamadas crisis de sobreproducción, los trabajadores tienen que combatirlos atacando directamente la estructura funcional de la explotación, no por reclamaciones que la revigoricen.

Trabajando, el obrero produce mercancías cuyo valor es superior a su salario. Ese valor excedente o plusvalía, es la explotación. En cuando el mismo obrero entra en paro, deja de ser explotado pero cae en la miseria. Esa cruda realidad del sistema actual, constante cualquiera sea su régimen político, sugiere espontáneamente el remedio: impedir el paro y la explotación. El valor superior a la paga de cada obrero y el de la clase toda, valor gigantesco que el capital se embolsa, gasta o utiliza a su capricho, ha de hacerlo pasar a manos de quienes lo crean. La producción sería entonces directamente para el consumo sin negocio y lejos de haber paro disminuiría las horas de trabajo al mismo tiempo que aumentaría los bienes de que cada uno dispone. Y en mayor proporción inversa menguarían aquellas y se multiplicarían estos incorporando al trabajo útil los millones de personas que cobran desempeñando funciones parasitarias, negativas unas, criminales otras. Asi pues, la regla general de nuestra lucha: debe ser:

MENOS TRABAJO Y MAYOR CONSUMO sin ningún parado

Por ahí se llegará, no a que los ricos paguen para poner en orden su economía y ser luego aún más ricos, sino a la apropiación de toda la riqueza por la clase trabajadora y en fin de cuentas por la sociedad.

El embuste demagógico «que paguen los ricos» salta a los ojos. Impuestos fiscales, Seguridad Social, o lo que sea, lo cargan a los gastos de producción y los que en definitiva pagan son los explotados».

[Libro] Mayo de 1937 – La barricada de la revolución VV.AA.

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En mayo de 1937 el proletariado levantó barricadas en Barcelona y en diversas localidades de Cataluña manifestando su antagonismo frente al Estado republicano y todos sus representantes. La revolución se jugaba su última carta en esa contienda y fue derrotada. La contrarrevolución triunfó asestando el golpe definitivo a un proletariado indomable. El Estado republicano liquidó esta revuelta y con ella la perspectiva de una transformación social. Las checas, los asesinatos, las torturas y las desapariciones de los revolucionarios, administradas desde el gobierno del Frente Popular, fueron la moneda corriente desde entonces.

La presente obra selecciona seis textos que ayudan a com prender y profundizar en los sucesos ocurridos en esa primera semana de mayo de 1937. La mayoría de los autores de los textos fueron protagonistas directos de esos sucesos y nos revelan una situación muy diferente a la que nos cuenta la historia oficial. Lejos de relatarnos una simple guerra entre fascistas y antifascistas, entre franquistas y republicanos, nos desvelan a unos combatientes que se lanzaron a las barricadas para defender una revolución que no sólo se contraponía al fascismo, sino también a la República.

La lucha de nuestra clase contra el capitalismo, por la comunidad humana, entendida como un cuerpo en movimiento, con la experiencia de los golpes recibidos, de las caídas… ha de servir necesariamente para hacernos más fuertes. Por esa razón se hace necesario no dejar que se borren nuestras cicatrices.

Apoderarse de las luchas del pasado, reescribir cada pasaje de la historia según los intereses del capital, ha sido siempre una preocupación primordial de la burguesía para mantener su dominación. Lo que no ha sido ocultado, ha sido tergiversado, desfigurando nuestras luchas para integrarlas en el horizonte capitalista.

Nos encontramos así con que las revueltas que hicieron temblar los cimientos del capitalismo eran luchas por la democracia, por el fin del feudalismo, por la liberación nacional; que el comunismo por el que dieron sus vidas las masas proletarias no consistía en el aniquilamiento del trabajo asalariado, la mercancía y el Estado, sino que su esencia era el capitalismo adornado con banderas rojas, hoces y martillos; que el anarquismo era un ideal surgido en los cerebros de ciertos intelectuales, etc. La burguesía nos cuenta así, de su puño y letra, nuestra propia historia, maquillada y puesta al servicio de la dictadura democrática del Capital, adaptándola para el consumo responsable de las masas. La revolución social se convierte así en un reajuste entre la ganancia burguesa y el salario, es decir, el capitalismo ideal depurado de sus contradicciones con el que sueña el poder.

La llamada “guerra civil española” es un claro ejemplo de todo esto. Mucho se ha hablado y se ha escrito de la “revolución española”, de las colectividades, de las “conquistas”, de las “traiciones”, de las milicias y de toda serie de cuestiones relacionadas con ese inmenso y generoso proceso revolucionario que se desarrolló en España en la década de los treinta del siglo XX.

Sin embargo, casi la totalidad de este vasto material proviene, de una u otra forma, de las diversas expresiones e ideologías que contribuyeron a tumbar la enorme fuerza social que ese movimiento contenía. Nos estamos refiriendo no sólo a las posiciones más toscas realizadas por nuestro enemigo de clase (como pueden ser toda la propaganda franquista, republicana o estalinista) y que pese a todo siguen siendo las ideas dominantes, sino a las más sutiles y que son más peligrosas pues se nos presentan como revolucionarias.

Efectivamente, sigue siendo dominante en todas partes que lo que hubo en España fue exclusivamente una guerra entre franquistas y republicanos. Sin embargo, también sigue siendo dominante oponer a esta visión otra visión del enemigo, otra serie de mitos y de falsificaciones que impiden precisamente reapropiarnos de las lecciones fundamentales de ese episodio de lucha. Y esto es lo más peligroso y trágico pues no hace más que balancearnos entre falsas oposiciones. Denunciar al Frente Popular y su política exculpando a la cnt o al poum que fueron parte de él, criticar la militarización de las milicias obviando el proceso de sometimiento de las milicias a la guerra imperialista, criticar “la destrucción estalinista de las conquistas de la revolución” sin criticar su destrucción por la trampa antifascista, afirmar que los “comunistas” reprimieron a los “anarquistas”, reducir el problema a un problema de dirigentes, elogiar las colectividades obviando la continuidad de las relaciones de producción capitalistas… forma parte de toda una concepción que se guía por una política de falsificación histórica. Sin romper con esta visión de la historia estamos abocados a defender intereses que no son los nuestros.

Las lecciones a extraer de la lucha de clases en España en la década de los treinta son amplias y notoriamente importantes. Si hemos decidido centrarnos en una fecha como mayo del 37, dentro de esa década de luchas, es porque es en ese momento donde de forma más cristalina se contraponen las dos barricadas que forman la lucha por la revolución social, donde con mayor claridad el proletariado se posiciona enfrentado a todos y esbozando su autonomía de clase. La derrota que sufrió el proletariado en este enfrentamiento pone punto y final a la fuertísima oleada de luchas internacionales que comenzaron en el año 1917, y abre la puerta a la masacre de la “Segunda Guerra Mundial”, en las que el proletariado dará su sangre y será masacrado por las banderas de sus enemigos.

REAPROPIACIÓN EDICIONES

Abril de 2018

Notas sobre el ser del capital y sus separaciones

1) La base de la relación social capitalista es la separación entre una multiplicidad de átomos mercantiles escindidos de la reproducción material de su vida y que, por tanto, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo. Esta escisión conlleva la separación capitalista entre economía y política y es en ella donde se inserta el derecho como expresión jurídica de los átomos individualizados mercantiles.

2) La separación entre economía y política implica que la democracia, el Estado, como metamorfosis política del ser del capital (del valor), unifica lo escindido, previamente, como comunidad ficticia.

3) Esto supone una ruptura decisiva con las formas de dominio clasistas previas al capitalismo, que tendían a mezclar las instancias de dominio económico, político, religioso, etc. Por ejemplo, en la Edad Media el señor feudal tenía al mismo tiempo atribuciones económicas y políticas. Así, para seguir con el ejemplo, la relación con el poder político y las formas estatales estaba determinada directamente por la pertenencia a un estatus social dado. Del mismo modo, las formas impropias, no plenamente desarrolladas en el sentido moderno, de derecho implicaban privilegio, nunca igualdad como en las relaciones mercantiles capitalistas. En función al estamento de pertenencia, se tenían derechos diferentes y los mismos tribunales se encontraban separados. Cada estamento social tenía una representación diferenciada en el cuerpo político: Cortes, Estamentos Generales, Cámaras…

4) De este modo solo se puede hablar con una cierta propiedad de economía, política y derecho, como formas separadas y unidas por el valor como relación social, bajo el dominio capitalista. Como indicaba Marx en la introducción de 1857 de los Grundrisse, las formas simples de la dominación clasista tienen existencia antes del capitalismo, pero sin el desarrollo de todas sus determinaciones concretas, basta pensar por ejemplo el dinero. Así, podemos hablar de formas antidiluvianas de capital previamente al capitalismo (formas usurarias o formas mercantiles)  que no desarrollan todas las particularidades que contienen lógicamente en el capital. Y esto es normal, ya que aún no son producto y resultado de las relaciones sociales capitalistas y de su sustancia social, el trabajo abstracto. Una relación social que opera a través de la igualación alienante y fetichista de todas las actividades humanas, las cualesson identificadas y reducidas a una misma medida de tiempo de trabajo socialmente necesario. Es decir, es solo a partir del capitalismo que podemos entender, en todas sus determinaciones, la esencia lógica e histórica del capital. Sigue leyendo