1918: Revueltas del arroz y huelgas en Japón

Suzuki shoten quemado durante los disturbios de 1918

Entre julio y septiembre de 1918, Japón se vio arrasado por una ola de disturbios que se extendió desde las aldeas pesqueras hasta los grandes centros industriales y los yacimientos de carbón, en lo que constituyó la mayor agitación en Japón hasta la fecha, y los disturbios populares de mayor alcance desde los disturbios durante la restauración Meiji de 1868.

Entre 1905 y 1918 se vivió en Japón la llamada Era de la Violencia Popular (民衆騒擾期, minshû sôjô ki). Comenzó con el Incidente Incendiario de Hibiya (日比谷焼討事件, Hibiya Yakiuchi Jiken), una revuelta en toda la ciudad de Tokio que comenzó con una protesta prohibida en el parque de Hibiya; contra los términos del Tratado de Portsmouth que puso fin a la guerra ruso-japonesa de 1904-1905. También hubo grandes huelgas de tranvías y disturbios en 1911 en Tokio, y una revuelta de tres días en 1914 en Nagoya, contra la que fue necesario un gran contingente de tropas para reprimirla. Las huelgas también aumentaron masivamente durante la Primera Guerra Mundial, pasando de 49 huelgas de 5.763 trabajadores en 1914 a 108 huelgas de 8.413 trabajadores en 1916 y 417 huelgas de 66.457 trabajadores en 1918. [1]

La subida de los precios y la importación del anarquismo se avivan mutuamente y darán lugar a una gran revolución social. Los maestros de primaria, la policía y los pequeños burócratas son socialistas en ciernes… No os podéis imaginar hasta qué punto están confundidos el pensamiento y los ideales de los jóvenes de hoy. Estoy convencido de ello… Por favor, destruye esta carta. Tokutomi Soho a Yamagata Aritomo, 9 de febrero de 1920 [2]

Los disturbios de 1918 fueron una respuesta a la inflación de los tiempos de guerra, los bajos salarios y la especulación con los productos básicos. El precio del arroz se duplicó en poco tiempo, y los precios de otros bienes de consumo también eran altos, mientras que los salarios seguían siendo bajos. Japón también sufrió una pandemia de gripe en 1918-1919, como gran parte del resto del mundo. Sin embargo, los disturbios no se produjeron necesariamente en las zonas más pobres, ni entre los trabajadores más pobres o los burakamin (marginados). La mayoría de los alborotadores eran trabajadores con empleos modernos y, por lo general, pertenecían a grupos de ingresos medios y no a los peor pagados; incluso en las zonas rurales atrasadas se produjo una rápida industrialización y los campesinos a menudo tenían segundas ocupaciones en la industria manufacturera. Aunque en Japón escaseaba el arroz, no había hambruna, y los disturbios solían consistir en una «autorreducción» de los precios a los niveles anteriores a la inflación, más que en saqueos generalizados. Sigue leyendo

Anábasis RadioQK- #159: Radicalismo en Japón, 1945-72

Conversamos con el compañero Ferran de Vargas, autor del libro Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (1945-1972) (Bellaterra, Barcelona, 2020).

Frente al mito de un país armónico y conservador, la Historia de Japón puede explicarse en buena medida por la articulación del conflicto social. Con los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasiki, se ponía fin a la II Guerra Mundial y las fuerzas estadounidenses pasaban a administrar el país. El movimiento obrero retoma a la superficie y protagoniza un importante ciclo de protestas. Tras una serie de titubeos y en el contexto geopolítico explosivo de los albores de la Guerra Fría, el destino de Japón quedaba establecido: dique de contención del comunismo en Asia, cuyo estreno tendrá lugar durante la Guerra de Corea.

El Partido Comunista Japonés sale de la clandestinidad y de las cárceles como una pequeña fuerza que tiene, no obstante, la aureola de la resistencia antifascista. Sus estrategias en la inmediata posguerra se modifican continuamente de manera turbulenta al calor de las directrices que recibe, primero de Moscú y, después, de Pekín: pasa del apoyo a las políticas estadounidenses de democratización del país al impulso de la lucha armada a finales de 1950, inaugurando la «Era del cóctel molotov», para volver a centrarse, ya de manera definitiva, en el ámbito institucional y el apoyo a las políticas desarrollistas que van a convertir a Japón en una de las primeras potencias industriales.

De las contradicciones de estos virajes, así como por el influjo de la represión del levantamiento húngaro de 1956, emergen a finales de los años 50 los primeros grupos a la izquierda del PCJ: la Liga Comunista Revolucionaria y la Liga Comunista (Bund), cuyo espíritu de lucha radical y estrategias de confrontación marcarán toda la década de los años 60. Tendrán ocasión de foguearse en la lucha de Sunagawa así como en la campaña contra la renovación del Tratado de Cooperación y Seguridad Mutuas entre Estados Unidos y Japón (ANPO, 1959-60), auténtico hito de la movilización social, mientras van ganando posiciones en la federación de asociaciones estudiantiles, en la Zengakuren. La ratificación del Tratado marca, no obstante, su declive en los siguientes años y un panorama desolador en el ámbito militante.

El estallido de la Guerra de Vietnam vuelve a llevar al primer plano el rol geopolítico del Estado japonés: la mayoría de los bombardeos parten de las islas y allí se lleva al grueso de los soldados estadounidenses heridos. Sale a la luz de manera definitiva la «Nueva Izquierda»: se asiste la eclosión del fenómeno grupuscular, con decenas de grupos en la estela de la LCR y el Bund, con concepciones políticas variadas (marxista-leninistas, maoístas, trotskistas, consejistas, anarquistas…), confrontados entre sí, peleando por el control de la Zengakuren, sólo unidos en una práctica de violencia de masas y de confrontación insurreccional en conflictos emblemáticos (Sasebo, Ogi, Sanrizuka…) así como en su oposición frontal al PCJ; pero también emergen potentes movimientos asamblearios como la alianza ciudadanista Beheiren y los Hansen del proletariado juvenil.

Otro movimiento asambleario, en las universidades, «la revuelta de los Zenkyoto» da el verdadero y definitivo tono al 68 japonés, que supone la práctica paralización del sistema de enseñanza durante meses y cuyas ocupaciones de centros contemplan verdaderos combates contra la fuerzas del orden, donde se pasó de las peticiones de democratización de la universidad al cuestionamiento de la misma y del mundo que la necesitaba.

A pesar de ser uno de los 68 más calientes del mundo, la incapacidad efectiva de transformar la sociedad, sobre todo en relación a un proletariado fuertemente encuadrado en las políticas desarrollistas de industrialización acelerada, llevan a una huida hacia adelante de muchos militantes y a la desesperación armada, a la violencia sórdida entre los propios grupúsculos y a la experiencia, nefasta, del Rengo Sekigun, el Ejército Rojo Unido, que pone la puntilla al panorama general de desmovilización social desde los primeros años de la década de los 70.