[Octavilla] No nos callarán. Hablaremos por nuestros muertos.

No. Lo sabemos bien. Los centenares de muertos y desaparecidos no son producto de la naturaleza descontrolada. No es el resultado de una fatalidad ante la que nada se podía hacer.

No nos contentamos con la explicación “meteorológica”, los litros caídos, los ríos desbordadosLas causas son profundas, tienen que ver con los fundamentos del capitalismo: cómo hacina a los trabajadores en zonas marginales y de menor renta de las ciudades para mejor explotarlos, o cómo protege y privilegia la actividad productiva y comercial, sin importarle dejar a todas las personas desprotegidas, al albur de su suerte en medio del temporal.

También están sus “gestores”, diferentes perros con el mismo collar. En esta ocasión, estos mierdas, estos donnadie, se llamen Mazón o Sánchez, más algún Borbón, suman a sus títulos habituales de lacayos el ser responsables de las muertes y la tragedia vivida. No nos olvidaremos de sus nombres, y en la primera ocasión se lo haremos pagar.

MOTIVOS DE LA MASACRE

Entre los elementos que propician la masacre, que en otro tipo de sistema social podría haberse evitado, se encuentran el desarrollismo y la construcción absurda y desaforada, que es la forma que tiene el capital de acercar a los trabajadores a las urbes donde se concentra el trabajo y el consumo, sin importar dónde y cómo se construyó, con calidades ínfimas y en espacios naturales por donde el agua y los ríos han fluido siempre naturalmente. También está la tendencia catastrófica a que nos conduce el capitalismo con el cambio climático, porque aunque la gota fría ha existido siempre en estas regiones, las elevadas temperaturas del mar Mediterráneo debidas al calentamiento climático hacen que la intensidad y la frecuencia de las lluvias torrenciales sean cada vez mayores. La falta de prevención también ha formado parte de la masacre, una de las partes más crueles y al mismo tiempo que más evidencia las prioridades de todos los Estados en el capitalismo: que los proletarios vayan a trabajar, que sus hijos vayan a la escuela y que el mundo de la mercancía y el valor no se altere, caiga quien caiga.

Y una vez consumado el crimen, se remata con el caos en la atención a las víctimas, sin apenas ayuda estatal hasta el 5º día y poniendo trabas a la autoorganización. El Estado deja a las claras que su función no es el “cuidado” de la gente sino el cuidado del mundo del dinero,

de la mercancía y de las clases dominantes, y en cualquier caso el control y la represión de cualquier intento de organización desde abajo, de la solidaridad humana.

AUTOORGANIZACIÓN ESPONTÁNEA

El capital y sus medios no se cansan de repetir que los seres humanos somos egoístas por naturaleza. Quieren poner en nosotros lo que ellos son, lo que su sistema de explotación, su sistema de clase, representa.

Lo que no van a poder ocultar es la acción solidaria y la autoorganización de la gente en medio de la tragedia frente a la brutalidad de un sistema que odia la vida. Contrariamente a lo que predican, hemos visto miles de hombres y mujeres ofrecer su ayuda desinteresada y apasionada en las zonas afectadas. No pueden soportar ver cómo en los pueblos y ciudades la gente se organiza para satisfacer sus necesidades sin esperar a que el Estado haya dado la voz de mando. Esto es lo que les asusta: que no suene la caja registradora, que muchas mercancías se hayan convertido en valor de uso, para ser disfrutadas sin ser compradas. Los capitalistas y sus medios de comunicación, esa carroña servil y bien pagada, han salido rápidamente a denunciar el robo y el saqueo de sus propiedades. El Estado solo aparece para defender a sangre y fuego la propiedad privada.

¿ESTO NOS PASA POR UN GOBIERNO FACHA?

A estas alturas la respuesta es obvia, esto nos pasa por vivir bajo la bota del sistema capitalista, sean sus gestores políticos de derechas o de izquierda.

Quienes ahora convocan manifestaciones contra el gobierno “facha” de la Generalitat desde la izquierda del capital son oportunistas que tratan de sacar rédito político de nuestros muertos, de nuestra miseria. Tanto partidos políticos de izquierda como sindicatos son igualmente culpables y responsables de fomentar y gestionar un desarrollismo desaforado, de espaldas al territorio natural, en el que lo único importante es acumular capital y extraer plusvalía a costa del proletariado. Ambos son los intermediarios necesarios tanto política como ideológicamente, fomentando la ilusión de que este sistema se puede reformar y hacerlo más “humano”. No se les puede pedir que sean otra cosa que lo que son.

Toca llorar a los seres queridos desaparecidos, recuperar sus cuerpos, dar digna sepultura a los fallecidos. Toca también apretar los puños y los dientes. Pero por encima del aluvión de sentimientos, toca comprender en profundidad las causas reales que han provocado la tragedia. Lo esencial es que el capitalismo no puede parar la actividad, los trabajadores deben producir en sus puestos de trabajo, y los “ciudadanos” consumir las mercancías producidas. La rueda de la valorización capitalista no puede ser parada, al precio que sea, incluso convirtiendo los pueblos en inmensas ratoneras.

Ante tanto dolor, tanto sufrimiento, reconforta ver la solidaridad que se ha extendido por todos los sitios. Por fuera del Estado y todo tipo de administraciones, las personas se reconocen como iguales, como hermanos en la desgracia. Necesitamos focalizar bien esta energía. Vienen días complicados, en los que a la impotencia ante tanta destrucción se añadirá la acción de todos los sostenedores del sistema, desde la extrema derecha con sus soluciones “nacionales” y racistas, enarbolando un supuesto “pueblo” que nos engloba a todos, a la extrema izquierda, con “nuevas” propuestas de reformas “radicales” y su acoso a la derecha.

Pero hay otra opción. Llevar la reflexión a nuestro entorno, en el trabajo, en clase, entre amigos y familiares. La tragedia nos concierne en lo que somos como proletariado, no importa de qué sector. Discutir a fondo las causas reales, situando el análisis sobre las leyes capitalistas en el centro del debate. No hay medias tintas, no hay soluciones intermedias. Todo lo que no sea atacar de raíz al sistema capitalista es perpetuar sus efectos devastadores en todas y cada una de sus manifestaciones.

El barro será limpiado, los coches y mobiliario retirado. Ojalá de ahí emerja una nueva conciencia de clase que honre a todos los muertos, actuales y pasados, que grite a nuestros enemigos, toda esa cohorte de politicastros, policías, empresarios y mendigos del sistema capitalista, que lo que queremos es una comunidad sin capital, sin dinero ni mercancías, sin Estado. Que queremos el comunismo.

Porque a nosotros no nos callarán, nosotros hablaremos por nuestros muertos.

Grupo Barbaria – Noviembre 2024

Fragmentando el imperialismo: el derrotismo revolucionario y sus enemigos

Presentación de GdC – Tridni Valka:

Publicamos aquí (y traducimos al inglés y al francés) la última contribución del grupo Barbaria sobre la guerra en Ucrania y la lucha contra ambos bandos burgueses del conflicto. Barbaria reafirma muy correctamente la única alternativa proletaria a la negación de nuestra humanidad, ya sea en el trabajo o en la guerra: el derrotismo revolucionario y la transformación de la guerra capitalista entre Estados en una guerra revolucionaria entre clases.

Sin embargo, hay un problema que nos cuesta digerir: nos negamos a seguir a los camaradas del grupo Barbaria cuando citan a Lenin (aunque la citación pueda ser correcta), como si esta figura hubiera sido un camarada de nuestra clase, de nuestro partido, como si no lo hubiera sido (él y su partido como estructuración política), en todos los procesos en los que nuestra clase intenta emerger del vacío de su alienación, uno de los elementos más radicales de la socialdemocracia histórica (es decir, del partido burgués para los obreros) y, por tanto, de la reconstitución del Estado en la Rusia sacudida por la ola de insurrección proletaria.

Por otra parte, con respecto al papel de Lenin en la lucha contra la guerra, simplemente afirmamos esto: ni la Conferencia de Zimmerwald, que fue de hecho una reunión de la socialdemocracia internacional “no belicista” y pacifista, ni siquiera la llamada “Izquierda de Zimmerwald”, que sólo tenía el color de la revolución sin tener realmente ninguno de sus atributos, representaron ninguna respuesta real de nuestra clase a la carnicería mundial. Por otra parte, reivindicamos todas las rupturas comunistas (y/o anarquistas) que se afirmarán fuera y contra la represión del proletariado.

Y como consecuencia de esto, también nos negamos a considerar al grupo Matériaux critiques (Materiales Críticos) como “camaradas”, como afirma el texto de Barbaria. Cualquiera que sea la importancia de ciertas afirmaciones hechas por este grupo, nunca, jamás rompió realmente con el leninismo, con el bolchevismo, ¡todo lo contrario!

Dicho esto, esperamos que disfrute leyendo esta contribución…

Guerra de Clases – 29 de mayo 2023 Sigue leyendo

CATÁSTROFE CAPITALISTA Y TEORÍA REVOLUCIONARIA

A lo largo de estas líneas queremos explicitar el esquema general que preside nuestra concepción del proceso revolucionario y que está germinando ya a partir de las contradicciones del capitalismo. Las bases de esta concepción residen, cómo no, en las bases del materialismo histórico, pero queremos centrarnos en lo desarrollado por un importante texto de la izquierda italiana de 1951, Teoría y acción en la doctrina marxista, un texto en el que se desarrolla el esquema de la inversión de la praxis al que hemos aludido en algunas de nuestras aportaciones. Para ello, además, haremos uso de numerosos textos de los compañeros de n+1, que son los que mejor han ido desarrollando las implicaciones teóricas y prácticas de este esquema.

Visiones gradualistas de la revolución

La perspectiva que existe generalmente de la revolución es diametralmente opuesta a la que defenderemos aquí. La podemos resumir como sigue: se trata de una concepción que parte de una visión cultural y voluntarista según la cual las revoluciones, los movimientos, las luchas y los partidos se hacen gracias a la inteligencia y la voluntad humana. De ahí se desarrolla una visión que le da mucha importancia al activismo inmediato por parte de los militantes, que son los que crean las condiciones que hacen posible la revolución a través de la creación de nuevas instituciones que nacen del activismo. De esta concepción nace la idea de que hay que ser lo suficientemente inteligente como para adecuar las alianzas, los frentes, las tácticas y los programas a las variaciones que viven las situaciones contingentes. Este tipo de teorías se presentan en un abanico amplio de corrientes que, más allá de sus diferencias, coinciden en una aproximación voluntarista de la idea de la revolución. Se trata de una idea del cambio social radical que se hace gracias a minorías que logran arrastrar y educar a las masas hacia la toma del poder. Pueden variar las tácticas que se aplican, pero estalinistas, trotskistas y anarquistas, más allá de sus indudables diferencias teóricas y estratégicas, comparten este esquema de fondo de tipo voluntarista. Sigue leyendo

Francia, Grecia, Reino Unido… Proletarios de todo el mundo ¡quememos el capitalismo!

Las protestas en Francia contra la subida de la edad de la jubilación a 64 años han sido encabezadas, organizadas y dirigidas por los sindicatos franceses organizados en la intersindical y, por tanto, organizadas al modo sindical, es decir como bomberos y apagafuegos de la lucha de clases: por medio de huelgas un día a la semana (evitando las huelgas indefinidas), a través del rechazo a las asambleas de los trabajadores o de los cortes de carretera. Los sindicatos se oponen siempre a la autoorganización y la generalización de la lucha por parte de los proletarios. Es una lección que están aprendiendo en sus carnes una minoría de proletarios que estos días están desencadenando en Francia huelgas sin el control sindical. De este modo la semana pasada la rabia explotaba en las calles de las grandes ciudades de Francia:  la reforma de las pensiones, que obliga a los trabajadores/as de Francia a alargar su explotación directa, era el detonante de toda una rabia acumulada, que acumula la clase obrera a lo largo del planeta. Arde París, arde Nantes… El fuego no es suficiente para apagar las llamas de los infinitos ataques y humillaciones que sufrimos a diario por un sistema para el que no somos más que mercancía y carne de cañón. El fuego no es suficiente, necesitamos más. Pero ese fuego anticipa lo que, como proletarios, aún no podemos expresar masiva y unitariamente en palabras, asambleas, como clase. La rabia no es suficiente, necesitamos organización, recuperar nuestras posiciones, nuestro programa. Porque estos momentos inflamados de virus, de crisis, de guerra, de miseria, son también momentos donde la revolución comunista aparecerá con cada vez más fuerza como la única perspectiva posible y realista.

Es el enésimo ataque a los trabajadores en Francia, no el más grave, seguro que no el último. La burguesía, a través de su Estado, quiere reducir el coste de las pensiones alargando la edad de jubilación, una jubilación que para muchos/as trabajadores/as (precarios/as, en negro, domésticos…) es, fue siempre, una quimera. Tiene algo de simbólico, el aumento de la condena a trabajar (como el tótem supremo de la explotación) hace explotar la rabia, incluso de aquellos que nunca tendrán “derecho” a jubilarse.

Demasiadas veces el proletariado se mueve con una clarividencia que aún no es capaz de expresar racionalmente, por un impulso, por la misma necesidad que se materializa en rabia. No era el primer ataque y no será el último, no lo es en Francia, no lo es para los trabajadores franceses, lo es en todo el mundo, lo es para todos los proletarios.

Nunca hemos dejado de luchar, aun cuando las condiciones no eran propicias, no dejamos de luchar como clase explotada, demasiadas veces no nos queda otra opción. Y, sin embargo, venimos de una larga contrarrevolución histórica desde hace 100 años. Estamos viviendo, en los últimos años, una situación anfibia, un tiempo bisagra, en que nuestra clase está luchando en defensa de sus necesidades humanas. Luchas que expresan una tendencia a la polarización social producto de un mundo, el del capital, que se agota y solo puede atacar nuestras condiciones de vida como proletarios: luchas en Chile, Kazajistán, Sri Lanka, Irán… por recordar algunas de las últimas. A estas hay que añadir el reguero de huelgas salvajes en Reino Unido en los últimos 9 meses, las movilizaciones de la juventud en Grecia[i]. De diferente manera todas expresan el rechazo a las imposiciones del mundo de la mercancía, un mundo que se reafirma en cada ataque a nuestras condiciones de vida y reafirma nuestra necesidad de luchar contra su miseria.

Las condiciones históricas e internacionales en estos momentos son terribles: aún bajo la larga sombra del Covid, la guerra imperialista en Ucrania, viene a agravar la debacle capitalista y su eterna crisis histórica, la brutal subida de los precios, unido a un reguero de medidas que socaban aún más las condiciones de vida de los más pobres. A ello se suma, problemas nunca resueltos (problemas rentables) como la migración de cientos de miles de trabajadores huyendo de la miseria y la guerra y que se topan con muros y porras, y más miseria en caso de superarlos.

Y es esa condición terrible, esa situación internacional, donde encontramos la esperanza. Vivimos un momento histórico en que una chispa puede empezar a encender el mundo, porque todas esas revueltas y luchas puedan llegar a mirarse a los ojos, como parte de un mismo proyecto, de una misma necesidad humana de imponerse sobre la miseria y la guerra.

Ni en Francia, ni el Reino Unido, ni en Grecia se está expresando hoy día ni mucho menos una revolución. Son movimientos además donde es muy fuerte la presencia política y sindical de la izquierda del capital. Se expresa una respuesta frente a una agresión constante, una respuesta necesaria frente a aquellas medidas del capital que nos roba la vida. Expresando una contradicción de base: el capital solo puede sobrevivir a nuestra costa, y nosotros/as solo podemos vivir destruyendo el capital.

Las respuestas inmediatas contra las medidas de austeridad y crisis, son automáticas y son necesarias, a través de las luchas inmediatas podemos formarnos, unirnos, adquirir conciencia y confianza y, sí, podemos parar ciertas medidas, pero debemos saber que cualquier victoria parcial, no es más que retrasar lo inevitable: la imposición de los intereses del capital sobre las necesidades humanas. Para parar toda esta brutalidad debemos ir más allá, debemos cuestionar todo el sistema.

En las recientes movilizaciones en Grecia en protesta por el accidente del tren que ha matado a más de medio centenar de proletarios, los manifestantes gritaban: “sois asesinos, sois hipócritas, el sistema que habéis organizado nos quita la vida”, y con toda razón eran profundamente conscientes que este sistema está organizado para quitarnos la vida y la única salvación, es acabar con él.

El proletariado tiene un largo camino para reencontrarse con su programa histórico, con su capacidad revolucionaria, es un camino que empezó desde que el primer ser humano se levantó contra el poder y la explotación. Pero es un camino que hoy nos asfalta el capitalismo, creando las condiciones que hacen nuestra lucha inevitable, eso no quiere decir que nos lo ponga fácil, quiere decir que no puede hacer otra cosa, su desarrollo brutal, nos obliga a luchar.

Y en ese camino nos encontramos con todo tipo de policías que trataran de detenernos, apalearnos, convencernos de lo que es mejor para nosotros, reorientarnos. Policías de uniforme, policías sindicales, policías políticos de cualquier color, policías psicólogos, policías demócratas… todos ellos empeñados en hacer su trabajo, salvar el culo de un sistema que hace aguas (fecales).

Contra todos esos policías, debemos recuperar nuestras armas, las que a través de la lucha histórica hemos ido forjando:

    *El internacionalismo proletario, en cualquier parte del mundo, cuando luchamos, lo hacemos como una misma clase, superando cualquier división nacional que solo beneficia a nuestros verdugos.

    *La autonomía proletaria. La dirección de la lucha es de los propios proletarios, fuera y contra cualquier organismo que pretenda encuadrarnos. Luchamos de forma independiente, por nosotros/as mismas.

    *La autoorganización, crear nuestra propia organización y espacios de lucha, debate y reflexión. Nuestros órganos masivos de poder como clase y nuestra organización de vanguardia que agrupe a las minorías revolucionarias.

   * La unidad por encima de cualquier separación impuesta por las categorías del capital: independientemente de la edad, del trabajo, de estar en paro, de ser estudiante o pensionista, hombre o mujer, joven o viejo/a… somos una misma Clase expresando una misma necesidad: superar el mundo de la explotación, instaurar una sociedad realmente humana.

    *La extensión de la lucha por encima de sectores laborales, barrios, pueblos, ciudades, naciones. Extender la lucha bajo la consigna de que todas las luchas hacen parte de la misma lucha y todas son necesarias para seguir luchando, para vencer. La solidaridad, no es una palabra bonita, es un arma cargada.

Con distintas intensidades y aún con mucho camino por recorrer, pero ya arden Francia, Reino Unido, Grecia… y nosotros saludamos esos incendios, no por lo que queman sino porque históricamente son una chispa entre miles, que más pronto que tarde superarán sus límites y  prenderán el mundo de esperanza y revolución.

Por el comunismo

Barbaria

https://barbaria.net/

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[i] Aprovechamos  para saludar a “los/as encapuchados/as” de Exarquia que le partieron la jeta a Varoufakis, el penúltimo pelele izquierdista de la burguesía y alentamos para que estos ejemplos se extiendan.

RAZA, RACISMO, RACIALIZACIÓN: UNA PERSPECTIVA COMUNISTA

Por Barbaria

No es lo mismo ser proletario o mujer en Ruanda que en Suecia. Tampoco es igual en un mismo país ser un proletario o una mujer de raza blanca que no serlo. Por tanto, es evidente que el sistema en el que vivimos se organiza racialmente, que las opresiones económicas o patriarcales solo pueden pensarse en función de la categoría de raza y que la lucha contra ellas debe partir en primer orden del color de la piel o del lugar de origen, según el caso. A fin de cuentas, las mujeres y el proletariado occidentales se benefician de la explotación de los racializados de todo el mundo: ¿no compran los europeos la comida más barata gracias a la explotación de los jornaleros y las jornaleras magrebíes? ¿No hay por tanto un interés común, un privilegio común a los blancos sean de la clase que sean contra los racializados, sean de la clase que sean? ¿No son el blanco al racializado y Occidente al resto de naciones lo que el burgués al proletario, pero con mayor entidad, puesto que el primer antagonismo tiene carácter mundial mientras que el segundo se da solo en el plano nacional? La raza —es decir, la nación— tiene primacía sobre la clase. Dado que el proletariado mundial está dividido racialmente e incluso tiene intereses contrapuestos, es necesario concluir que no hay nada material que le empuje a luchar por lo mismo. La revolución mundial es una quimera idealista, sin suelo bajo los pies, o peor aún: el señuelo de una teoría que en sus pretensiones de universalidad solo oculta un interés particular, el de la dominación colonial del pueblo blanco sobre el resto.

Si la primera afirmación es una evidencia que parte de la realidad, el hilo de razonamientos nos lleva a una conclusión falsa y profundamente reaccionaria. El objetivo de este texto consiste en explicar por qué.

Por desgracia, este hilo se recorre a menudo en los medios radicales. Hace tiempo que cuando se habla de racismo ya no se discute sobre cómo el proletariado puede luchar contra las separaciones que este sistema genera en su seno, sino sobre cómo el proletariado occidental debe deconstruirse y renunciar a su privilegio blanco, esto es, a sus intereses materiales, que mantienen la explotación del resto del planeta. Y al hablar así sobre el racismo, se sea consciente o no, se está bebiendo del fango de la contrarrevolución.

Qué hay detrás del privilegio blanco

Como explicamos en ¿Interseccionando el capitalismo?, la posmodernidad «piensa la contrarrevolución desde las categorías de la contrarrevolución», es decir, reacciona a la ideología estalinista partiendo de sus mismas categorías. Esto es tanto o más aplicable a su variante poscolonial[1] y a su antecesora, la corriente de la dependencia. Ambas reaccionan a la visión etapista del estalinismo, que caracteriza como feudal toda la periferia capitalista y plantea la necesidad de una revolución burguesa en cada territorio antes de establecer siquiera la posibilidad de una lucha autónoma del proletariado. Pero reaccionan desde los mismos fundamentos de la liberación nacional y la lucha antiimperialista, que hacen pasar los intereses de la burguesía regional por los del proletariado y lo preparan así para su uso como carne de cañón. Este planteamiento, más fundado en los propios intereses imperialistas de la URSS y la China capitalistas que en un inocente error teórico, se estrenó en 1927 con la masacre del proletario chino a manos del Kuomintang, el partido nacionalista de Chiang Kai-shek, con la connivencia criminal de Stalin. Mao no será sino el ilustre continuador de esta contrarrevolución a lo largo de las siguientes décadas. Sigue leyendo

Konflikt – El verdadero fin de la historia es el fin de la guerra

Traducción del texto del grupo búlgaro Konflikt realizada por grupo Barbaria, cuyo contenido destaca por sus posiciones claramente internacionalistas contra la guerra capitalista y contra el uso del proletariado, sea del bando que sea, como carne de cañón para el mantenimiento del sistema.


«Lo que podríamos estar presenciando no sólo es el fin de la guerra fría, o la culminación de un período específico de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano».

Francis Fukuyama, 1989

Nos han mentido. Y no ha sido sorpresa. Lo han hecho antes, lo están haciendo ahora mismo y lo harán en el futuro. Nada nuevo bajo el sol. A pesar de esto nos engañaron. Un académico americano no muy conocido declaró el fin de la historia y se convirtió en el altavoz del Nuevo Orden Mundial. “El conflicto ha terminado”, declaró él. Nos dijeron que esto era “el final de la guerra y del horror del viejo mundo”. Desde McDonalds han constatado que entre dos países que venden sus hamburguesas nunca había habido guerra. Los ideólogos gritaban por una “nueva era de prosperidad occidental”. Se suponía que esto sería el “final de la pobreza”. Todo esto no era más que otra mentira.

Mientras la tinta del ensayo propagandístico de Francis Fukuyama apenas se había secado, el mundo estaba hundido de nuevo en la guerra. En 1991 América comenzó la primera de la serie de “guerras contra el terror” en Irak y el “mundo musulmán”. Mientras tanto, la desintegración de Yugoslavia trajo de vuelto a la guerra a Europa por primera vez desde 1945. Aquella guerra duró casi once años. No nos esperaba la “paz mundial”. Esto fue otra mentira.

Otra mentira fue la de “prosperidad universal”. La reconstrucción capitalista en Europa del Este ha llevado a la unificación de millones de personas. En toda Europa del Este los trabajadores han pagado el precio de esta reestructuración, mientras los ricos de la parte occidental ganaban millones. En Rusia esto fue totalmente catastrófico. La estimación media de vida disminuyó seis años. Millones de personas se quedaron sin trabajo ya que alcanzaron “prosperidad”.

Hoy también, más de tres décadas después del denominado “fin de la historia”, más de treinta años después de “la paz y la prosperidad”, la guerra ha vuelto a Europa. A unos pocos cientos de kilómetros más allá de nuestras costas obreros se matan entre sí por las ganancias de los ricos. Las acciones de las empresas armamentísticas crecen, mientras hospitales son bombardeados y niños asesinados. Los millonarios que llamamos oligarcas en Rusia y los oligarcas a los que llamamos millonarios en Occidente, festejan como vampiros con la sangre de los trabajadores de Rusia y Ucrania. Sigue leyendo

Mujer, patriarcado y capitalismo

Si se echa la vista atrás en la historia, cabría preguntarse si acaso el capitalismo no está acabando con el patriarcado. Igualdad jurídica entre mujeres y hombres, independencia económica creciente de las primeras respecto a los segundos, división sexual del trabajo cada vez menos marcada, disminución de la homofobia, cuestionamiento de la transfobia, actitudes más abiertas respecto a la sexualidad: al mirar estos fenómenos, que se evidencian con claridad en los países de viejo capitalismo pero que van ganando extensión mundial conforme se desarrolla históricamente este sistema, resulta sugerente pensar que el patriarcado quedó en el pasado con las sociedades precapitalistas, cuando el destino de la mujer y de los niños estaba marcado por el patriarca familiar. Hay quien llega a reducirlo a los tiempos bíblicos, considerando más apropiado hablar de sistema sexo/género como concepto neutral y ahistórico.

Pero si es esto es así, surge una nueva dificultad: al acabar con el patriarcado, ¿el capitalismo estaría acabando con la desigualdad real entre hombres y mujeres? ¿O habría que definir un nuevo concepto, una nueva teorización sin solución de continuidad con las sociedades anteriores? ¿Cómo se explicarían entonces los rasgos comunes entre unas y otras? ¿Y las diferencias? ¿Cuáles son las causas que reproducen esta desigualdad?

Adelantaremos ya que para nosotros el patriarcado sigue siendo un rasgo estructural en el capitalismo. También creemos que sigue siendo un concepto válido para entender la situación de la mujer, la compresión de la sexualidad, el papel social de la infancia, el cuidado en la enfermedad, la dependencia y la vejez y, en general, la organización de la reproducción biológica del ser humano en toda sociedad de clases y los imaginarios, roles e identidades que se producen en ella. Sigue leyendo

El porqué del derrotismo revolucionario

Esta NO es nuestra guerra

Por Barbaria

El desarrollo de la guerra imperialista entre Rusia y Ucrania ha vuelto a colocar, de modo meridiano, la importancia de las consignas invariantes y tradicionales del movimiento revolucionario frente a la guerra del capital: la fraternización entre los proletarios en uniforme de ambos frentes, contra todas las patrias por el internacionalismo proletario, dirigir las armas contra la propia burguesía, el derrotismo revolucionario y la transformación de la guerra imperialista en guerra de clases. En el cuaderno que editamos aquí publicamos una serie de textos que hemos ido sacando como grupo al calor del recrudecimiento de la guerra imperialista y otros materiales, que nos parece importante sacar también en papel, de compañeros que se ubican en un mismo terreno de intransigencia de clase e internacionalista. Han circulado numerosos comunicados defendiendo una perspectiva análoga a la nuestra. Los compañeros de la revista Controverses han publicado la mayoría de estos comunicados en francés, inglés y castellano y se puede consultar en su página web[1]. También los compañeros argentinos de Panfletos subversivos o los compañeros checos de Tridni Valka han desarrollado una labor muy importante para hacer conocer las reacciones internacionalistas frente a la guerra que minorías de todo el mundo estamos llevando a cabo de modo claro y cabal[2]. Sigue leyendo

El capitalismo de Stalin / Notas sobre las teorías del capitalismo de Estado

La discusión que queremos introducir en este texto no es académica. Cuando era “Medianoche en el siglo”, para utilizar la afortunada y evocadora expresión de Víctor Serge, un puñado de compañeros y compañeras se atrevieron a pensar cuál era la raíz social de la Rusia de Stalin. En ese momento, tratar de discernir la verdad sobre ese fenómeno contrarrevolucionario era literalmente jugarse la vida. Muchos de estos compañeros y compañeras fueron perseguidos por ese motivo, algunos de ellos fueron asesinados por los sicarios del capital, en su forma “nacional-comunista”, “fascista” o “democrática”. Obviamente estas contribuciones, en las que colaboraron directa o indirectamente gente que hoy recibe los parabienes de la cultura dominante como Simone Weil o George Orwell, no fueron publicadas en libros académicos ni recibieron los elogios de los dominicales de la prensa burguesa. En esos momentos, en la década de los años treinta, Stalin era aliado de las principales potencias imperialistas de la época. Era uno más en la mesa de los depredadores imperialistas que se reparten la sangre del proletariado mundial. El embajador norteamericano en Moscú, Joseph Davis, compartía con Stalin no solo su nombre de pila sino la reivindicación de los Procesos de Moscú como un ejemplo de justicia universal. Para el resto de los Estados capitalistas mundiales, Stalin era un buen sueño, que les libera del espectro de la peor de sus pesadillas, la revolución proletaria mundial. Por eso un escritor hoy famoso, entonces un paria perseguido y que hacía parte de las listas negras de los eliminables, George Orwell, no podía ver publicado su Rebelión en la Granja. Ninguna casa editorial quería publicar un libro que criticaba al aliado en la II Guerra Mundial del Reino Unido y de Estados Unidos. Los aliados de clase, en una guerra imperialista, son sagrados para las burguesías. Nadie quería publicar al autor de Homenaje en Cataluña, un libro que no habla de nacionalismo a pesar de lo que pueda pensar algún docto despistado, sino de los sueños e intentos de revolución social masacrados por el stalinismo, el principal agente burgués en la España republicana de la época. La República, hoy evocada con nostalgia por tantos izquierdistas, no fue sino una enorme fosa común para miles de revolucionarios.

Como decimos, estas aportaciones no vieron la luz en los libros oficiales, sino en documentos internos, periódicos con tiradas reducidas, campos de concentración y cárceles desde Estados Unidos a Italia, desde la URSS de Stalin a la Barcelona de la II República. Así se construye nuestro partido de clase, a través de minorías revolucionarias que mantienen a contracorriente la importancia y la centralidad de nuestro programa y nuestros objetivos, la necesidad de luchar de un modo intransigente por una sociedad de mujeres y hombres libres, sin dinero ni clases sociales, sin mercancía ni Estado. Como veremos al final de este pequeño texto, esta es la tesis central de este trabajo. La centralidad del comunismo como negación de todas las categorías del capital, la comprensión de que la Rusia de Stalin no podía ser sino capitalista en la medida en que había mercancías, clases sociales, dinero, salario, empresas, un Estado en hiperinflación totalitaria… Sigue leyendo

[Libro] Sobre la revolución y contrarrevolución en la región española

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El presente material es la síntesis de una serie de discusiones abordadas por el grupo Barbaria, las cuales se centran en los hechos revolucionarios que agitaron la región española en la década de los años 30s del siglo pasado, poniendo mayor énfasis en el clímax del periodo que en la historia oficial se conoce como “la guerra civil”.

El antifascismo y el republicanismo, de la mano de la URSS, lejos de ser los bastiones heroicos y la “avanzada revolucionaria” que la socialdemocracia moderna nos presenta con nostalgia. En realidad fueron los que se encargaron de aniquilar los objetivos revolucionarios del proletariado, canalizándolos hacia la guerra interburguesa, es decir, un enfrascamiento en el mero conflicto militar –que fue antesala de la II Guerra Mundial- cuyo exclusivo beneficio correspondió a los intereses del capitalismo.

Pese a todo, la lucha de clases no cesa, y en consecuencia, a más de 80 años de aquella derrota, a los explotados que damos continuidad al antagonismo contra esta sociedad de la mercancía, nos corresponde hacer los respectivos balances críticos de este episodio, no para que estos desemboquen en letra muerta de los recintos académicos, sino para convertirlos en aprendizaje y experiencias de lucha para los combates que mundialmente se desencadenan y también se tornan venideros.

El espíritu posmoderno del capitalismo

Publicamos la transcripción de la charla que dimos en la ciudad de Valparaíso (Chile) en agosto de 2020 sobre la crítica a la posmodernidad, como una ideología que expresa y radicaliza las categorías propias de la sociedad capitalista. [Barbaria]

Muchas gracias a vosotras y vosotros por la invitación y por poder estar aquí. Nosotros somos un grupo de compañeros y compañeras que venimos de Madrid y París. Estamos en esta región del mundo, en Argentina y en el Estado chileno, y hemos aprovechado sobre todo para poder conocer a toda una serie de compañeros y compañeras con las que estamos en contacto y con los que tenemos bastantes afinidades desde el punto de vista de las posiciones. Y al mismo tiempo para poder hacer presentaciones sobre algunos temas (lo comentábamos antes de manera informal) en relación a la lucha de los chalecos amarillos que está ocurriendo en Francia, y también acerca de nuestro cuaderno para una crítica a la posmodernidad.

Entonces, el sentido de esta discusión para nosotros es el de una crítica que no es académica, que no es universitaria, sino al contrario, que entiende que hoy en día hay un gran problema en los medios más radicales, anarquistas, revolucionarios, que tiene que ver con el peso que la universidad tiene en las elaboraciones de un pensamiento de crítica social. Es desde este tipo de perspectiva donde cobra su sentido el cuaderno que hemos editado y que tiene un aspecto queridamente polémico, porque creemos que puede ayudar también a discutir de una determinada manera.

Así, hay un primer aspecto que consiste en el mismo origen del término posmodernidad. La primera vez que aparece el término de posmodernidad tiene que ver con un libro de Lyotard que se llama La condición posmoderna y que se publica en el año 1979. Lyotard era un profesor universitario, un académico francés que produce este libro que va a ser un auténtico best-seller desde un punto de vista académico. Pero Lyotard no era solamente un profesor universitario. O sea, era un profesor universitario en ese momento, pero originariamente en realidad había sido miembro de una organización de la región francesa muy interesante que era Socialismo o Barbarie. Junto a él había otros compañeros bastante conocidos como Claude Lefort o como Castoriadis, que habían desarrollado ese tipo de perspectiva, que es una de las más interesantes, para nosotros, de lo que sería la ultraizquierda francesa.

Ese tipo de extrema izquierda antiestalinista y antileninista se va a desarrollar en los años 50 y en los años 60. En muchas cosas tienen aspectos parecidos a los nuestros o que rescatamos, como la misma crítica por ejemplo a la dicotomía izquierda-derecha o la crítica a la Unión Soviética, en su caso como una forma de colectivismo burocrático, o la reivindicación de la autonomía de las luchas obreras. Un montón de aspectos que nos parecen muy interesantes. Cuando Socialismo o Barbarie se disuelve, además, Lyotard lo que hace es desarrollar otra organización con otros compañeros y compañeras: Poder Obrero. Para que nos hagamos una idea, en torno a ese tipo de organización va a haber autores y compañeros que siguen siendo muy interesantes a día de hoy como Gilles Dauvé.

Entonces, ¿por qué creemos que es interesante esta anécdota? Porque en cierto modo lo que Lyotard hace desde un punto de vista teórico y autobiográfico tiene que ver con una dimensión mucho más colectiva, de época. Lo que se desarrolla en realidad en los años 70 y 80 es una derrota histórica de las luchas que para nosotros son luchas de clase, luchas proletarias, y que se van a dar en los años 60 y 70 a lo largo de todo el mundo. De la misma manera que del 17 al 23 había habido en el mundo una primera oleada de luchas, en los años 70 hay una segunda oleada de luchas, que además en algunos casos van a implicar reivindicaciones nuevas o mucho más radicales por parte de esos movimientos que se van a desarrollar internacionalmente. Sigue leyendo

Nuestro horizonte es el mundo

La parcialidad

Cuando hace años escribimos un texto llamado Por qué no somos feministas y nos comenzamos a posicionar abiertamente en contra del feminismo, yo tenía mis dudas. Muchas dudas. Es complicado tomar la decisión de ser crítica con aquello con lo que te identificas casi ciegamente y que ha formado tu ADN militante. Es difícil enfrentarse a la honestidad que supone ponerse en cuestión a uno mismo en lugar de dejarse arrastrar por los mantras aparentemente bienintencionados de alrededor. ¿Quién quiere que se le acuse de no defender a las mujeres, de no luchar por su “liberación”? ¿Quién desea ser señalado como alguien que excluye a las personas trans y justifica así la violencia contra ellas? ¿Quién querría que se le identificara con la peor ralea machista y casposa de esta sociedad? Nadie. Y queriendo huir de esta censura reaccionaria, es fácil defender de forma acrítica todo tipo de dogmas. Con los ojos cerrados, con el carnet entre los dientes y los pantalones bajados.

Pero hay que negarse. Hay que negarse a ser acríticos, porque no es gratuito. El feminismo es una de las principales ideologías parciales que triunfan actualmente en nuestra sociedad. Que sea una ideología, una lucha, parcial significa que no persigue un cambio total del mundo en que vivimos, que no tiene una visión integral de la explotación, dominación y opresión de los seres humanos viendo la vinculación entre estas relaciones de explotación y dominación en su conjunto, sin negarlas. En cambio, se centra en un aspecto concreto de esta opresión, tomándolo como motivo vertebrador de la lucha. Esto conlleva la defensa de la reforma en lo tocante al interés concreto de cada movimiento, en lugar de la afirmación de la revolución para construir otro mundo. Por lo tanto y a pesar de que en muchas ocasiones nace de una honesta voluntad de lucha, esta es, entre otras cosas, una forma de colaborar con la separación entre unos seres y otros, con la atomización que nos impone el capitalismo.

Según mi propia experiencia, una característica recurrente en todo tipo de asambleas y grupos feministas es la ausencia de contenido. No se habla de contenido. No se debate lo importante. Incluso en los grupos que tienen una posición clara con respecto a alguno de los temas candentes, no hay lugar para el cuestionamiento reflexivo, para analizar y pensar juntas de dónde vienen y hacia dónde van las mujeres de este mundo. Un poco por miedo a no estar de acuerdo en nada, un poco por preservar la falacia de la unidad de las mujeres, un poco por la lógica activista. Y cuando, de casualidad y “arriesgando la vida”, se pone sobre la mesa alguna pregunta, solo caben dos posiciones: se desata el cisma. Sigue leyendo

Dinero que incuba dinero

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Aquí el texto completo en formato .docx y .pdf

A modo de prólogo .La mercancía .El dinero 1) Medida de valor 2) Medio de circulación 3) Medio de atesoramiento 4) Medio de pago 5) Dinero mundial El capital que devenga interés 1) El dinero como mercancía 2) El dinero como capital que devenga interés 3) El dinero de crédito 4) El dinero como capital ficticio 5) El juego de espejos .Un mundo sin dinero .Anexo I: Contribución a la crítica de la economía política .Antítesis mercancía-dinero .Medida de valor .Medio de circulación .Medio de atesoramiento .Medio de pago .Dinero mundial .Anexo II: El capital, sección quinta .El capital como mercancía .Funciones del crédito y del sistema bancario .Capital que devenga interés .Capital ficticio .Abolición de la propiedad con el desarrollo del crédito

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No sabemos si perturba o no su sueño, pero la burguesía lleva décadas manteniendo vivo el capitalismo a base de imprimir deuda. Casi se puede decir que esa ha sido su actividad principal. Emitir enormes masas de dinero crediticio, dinero sin una base real de valor, para sortear la crisis de liquidez, estimular la economía, cerrar los ojos y confiar en que todo irá mejor en el futuro. Pero en el futuro las cosas sólo empeoran.

Con la crisis que ha detonado el COVID-19 los burgueses empiezan a encajar algunas piezas del puzzle. Si no hubo una verdadera recuperación económica tras la anterior crisis, quizás tampoco la haya en esta. Si las condiciones que provocaron el coronavirus no van a cambiar, quizás tampoco sea ésta la última pandemia. Quizás la miseria que se agranda a cada crisis vaya a desembocar pronto en fuertes luchas sociales. Quizás las medidas extraordinarias que se tomaron para paliar la crisis de 2008 se están volviendo un poco más ordinarias, por eso aquellos que siempre se han opuesto a aumentar el déficit presupuestario comienzan a ceder. Se prevé una caída del PIB mundial del 3%, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, 195 millones de parados más en todo el mundo y una nueva crisis alimentaria de enormes proporciones. ¿Quién podría oponerse a emitir deuda si eso ayuda a aguantar el temporal?

Pero entonces la izquierda, que siempre es la parte menos avispada de la burguesía, añade: sí, pero puestos a emitir deuda, hágase en la economía real. El Estado tiene la capacidad de imprimir cuantos billetes quiera. Pues que lo haga, pero no en favor de los más ricos, sino de la gente común. A fin de cuentas, ¿qué es el dinero? Papel, impulsos electrónicos: nada. Una excusa para intercambiar mercancías. O mejor: un instrumento que en las manos adecuadas puede resolver los males del capitalismo, aumentar la capacidad adquisitiva de la población y conseguir el pleno empleo. La autonomía de la política y las virtudes de la democracia se demuestran con una política monetaria que sea social y redistributiva, dirigida a remontar los males que nos aquejan actualmente, como la expulsión de enormes masas de trabajo por la automatización de la economía o la difícil transición energética para paliar la catástrofe ecológica que estamos viviendo. Así pues, adelante la deuda. Que fluyan los billetes. Mañana ya veremos qué pasa.

Lo que no entiende la izquierda es que lo que funciona para un grupo de ladrones en la televisión quizá no le sea tan útil a un Estado. Porque el Estado capitalista, mal que le pese, no puede violar la ley del valor. Ciertamente, el dinero de curso forzoso permite un cierto margen de maniobra para falsear los datos y generar una sensación temporal de riqueza, pero la economía acaba por imponerse. Para que el Estado pueda emitir dinero sin que su moneda se desvalorice por completo y ya nadie quiera usarla más que para lo que está obligado, es decir, para pagar impuestos, entonces tendrá que emitir deuda pública. Una parte de esta deuda puede ser comprada por su propio banco central, pero otra parte importante ha de ser ofrecida en los mercados financieros. El carácter nacional de la moneda provoca la apariencia de una cierta autonomía de la política, pero cuando llega al mercado mundial esta apariencia tarda poco en caer. Una moneda emitida en exceso es una moneda devaluada, una moneda a la que le costará más adquirir productos extranjeros y pagar los intereses de su deuda, porque se pagan con dinero mundial. Así que el Estado no puede emitir dinero así, sin más ni más: para hacerlo tiene que emitir deuda y pagar sus intereses.

Pero los acreedores, como el mercader de Venecia, también piden su libra de carne. Cuando se emite dinero crediticio se confía al futuro la producción de valor, esto es, se hipoteca el valor que se producirá en el futuro para poder consumirlo en el presente. Pero esto ha de ser un ejercicio creíble: por ello, un acreedor razonable como el FMI o el mercado de deuda no podrá más que solicitar un aumento de la explotación del trabajo, la única base del valor, a cambio de su préstamo.

Los estados intentaron inyectar liquidez en la economía real tras la crisis de 2008, pero la economía real no podía absorber más liquidez: ya no daba más de sí. El dinero no podía utilizarse para invertir nuevos capitales que continuaran con la producción de valor, porque el valor se está agotando, las ganancias son cada vez más escuetas y antes que nada hay que saldar las deudas que ya se tienen. El endeudamiento es un agujero negro que no deja de absorber la sufrida economía real. Antes del confinamiento, entre el 10% y el 20% de las empresas de Estados Unidos y Europa sólo ganaban para pagar su propio funcionamiento y las deudas contraídas. En el caso de las pequeñas y medianas empresas, la tasa de ganancia es por tanto muy reducida. De ahí que la Fed y el BCE hayan tenido que comprar por primera vez bonos basura de las empresas a punto de quebrar. En el caso de las grandes, no se puede decir que la cosa vaya mucho mejor. Podemos poner como ejemplo a Nestlé, que utilizó los bajos tipos de interés para recomprar sus propias acciones y remontar así su valor bursátil, dado que su deuda triplica las ganancias anuales. Y esto sin hablar del crédito al consumo. Una familia estadounidense necesitaría ahorrar más de dos años para costear un mes sin ingresos. Endeudarse es la única receta económica para un capitalismo que agoniza.

Así, la deuda en relación al PIB mundial pasará posiblemente del 322% al 342% con esta nueva crisis. Esto quiere decir que la masa de dinero crediticio que circula por el mundo triplica ya con mucho el dinero basado en la producción y circulación de mercancías. En definitiva, la deuda llegó para quedarse. Pero no ahora: desde los años 70 el capitalismo ha ido haciendo de la emisión de dinero de crédito y del capital ficticio su único motor. Romper con el tipo de cambio fijo respecto al oro en los años 70 fue al mismo tiempo la consumación de un proceso de varias décadas y el requisito imprescindible para seguir dotando a la economía de liquidez, de oxígeno. Una liquidez que, sin embargo, es cada vez más ficticia.

Aquello que parece su elemento más fuerte, la emisión de dinero crediticio para seguir tirando la pelota hacia adelante, no es sino el punto más débil del capitalismo. Por eso el mercado bursátil se derrumbó antes de que llegara el verdadero parón de la economía con el confinamiento ante la pandemia. Una economía que respira gracias a la mera expectativa de ganancias futuras, muchas de las cuales jamás se realizarán, es una economía de enorme fragilidad. Un castillo de naipes a punto de derrumbarse. Un sistema social que agoniza.

Por eso necesitamos estudiar qué papel cumple el dinero en el capitalismo. Lo haremos desde la perspectiva más general, desde sus categorías más invariantes, hasta la realidad concreta de una catástrofe que no deja ampliarse. Hoy el dinero crediticio es el único órgano de respiración artificial que tiene este cuerpo moribundo. Todo lo que le queda al capitalismo es una casa de papel.

Barbaria   –   mayo de 2020

No es la crisis del virus, es la crisis del capital

Con más de un tercio de la población mundial en confinamiento y buena parte de la producción y circulación de mercancías detenida a nivel mundial, nos situamos en un contexto que pareciera completamente nuevo. Sin embargo, sería imposible tratar de explicar la situación actual sin comprender la crisis irresoluble en la que se encuentra el sistema capitalista. Crisis tras crisis este sistema ha dado salidas inmediatistas a los obstáculos a los que se ha ido enfrentando. Estas salidas van acumulando una serie de contradicciones en el seno del capitalismo que antes o después saltarán por los aires. Es imprescindible acercarnos al análisis del contexto actual desde una perspectiva que sitúe la crisis del coronavirus como otro hito histórico más que se amontona a todas las cuentas pendientes que se han ido dejando por el camino.

La fragilidad del capital

El coronavirus no solo ha detenido de forma repentina los procesos de valorización del capital a nivel internacional, sino que además ha revelado cuan frágil es la economía capitalista. Desde hace unas semanas asistimos a una crisis histórica de las bolsas de todo el mundo cuyo único causante a primera vista podría parecer este virus. Sin embargo, vivimos en un sistema que se caracteriza por su lógica abstracta e impersonal, y, por tanto, el análisis que hagamos no puede ser meramente fenomenológico, sino que tiene que ir más allá de lo concreto con el objetivo de entender la invarianza que determina a este sistema.

El objetivo de la circulación del capital es su propio crecimiento, no tiene límite ni final. Por tanto, lo que define al capitalismo es precisamente esta repetición imprescindible de los ciclos de acumulación. Por otro lado, la naturaleza competitiva del capitalismo le impulsa a innovar los procesos de producción, lo que provoca la expulsión de trabajo asalariado, reduciendo en la misma medida la capacidad de producir valor. Nos encontramos, así, en un contexto en el que la repetición de los ciclos de acumulación es indispensable para garantizar la supervivencia del sistema capitalista, pero a su vez, las dificultades que sufre el capital para valorizarse son cada vez mayores. En esta encrucijada en la que la riqueza social cada vez depende menos del trabajo asalariado, el capital ficticio será un elemento fundamental no solo para sustentar, sino para impulsar el ciclo de valorización del capital.

Aunque el capital ficticio en la época de Marx tenía una importancia menor, esta cuestión se trata en el libro III de El Capital, poniendo el foco en el carácter ficticio de los títulos de deuda pública, las acciones y los depósitos bancarios. En el caso de la deuda pública, es capital que nunca se invierte, puesto que el dinero que recoge el Estado no entra en ningún circuito de valorización, solo da derecho a una participación en los impuestos que recaude. Con respecto al capital accionario, son títulos de propiedad que dan derecho a participar en el plusvalor producido por el capital.  Las acciones tienen un componente de capital real (el dinero recaudado en la emisión inicial que se invierte en forma de capital) y un componente de capital ficticio que se origina a través de la mercantilización de estos títulos, ya que adquieren autonomía, y su valor comercial se despega del valor nominal sin modificar la valorización del capital subyacente. Por último, los depósitos de los bancos constituyen en su mayoría capital ficticio, ya que los créditos concedidos por el banco no existen como depósitos. De modo que el capital ficticio es aquel que está desconectado del proceso real de valorización de capital. Su sustento es la expectativa de una generación de plusvalía en el futuro, y cuando estas expectativas desaparecen, su naturaleza ilusoria queda al descubierto. Sigue leyendo

Es el capital quien nos impide respirar

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El pasado 25 de mayo en Minneapolis, George Floyd fue arrestado por un miserable billete falso de 20 dólares. Tras esposarlo y ponerlo boca abajo, un policía, con la ayuda del resto de la patrulla, le presiona en el cuello con la rodilla impidiendo que respire. 8 minutos y 46 segundos después, George Floyd muere asfixiado tras repetir en múltiples ocasiones que no puede respirar.

El asesinato de Floyd se añade a un gran problema que es histórico y sistémico. Es la gota que ha colmado el vaso. El proletariado negro sufre en mayor medida la explotación del capital. En Estados Unidos el ingreso medio de los hogares negros es un 40% más bajo que el de los hogares blancos, y a pesar de que los negros son el 12% del país, representan el 30% de la población carcelaria. La pandemia mundial que vivimos en la actualidad ha profundizado en esta brecha. No es casual que siendo la población negra alrededor del 30% de la población total en lugares como Washington, Chicago, Mississippi, Luisiana, o Georgia, más del 70% de los muertos por coronavirus sean precisamente personas negras. La cuestión racial es hoy, y de una manera cada vez más evidente, una cuestión social.

Indudablemente, tanto esta como los cientos de agresiones que se producen a consecuencia de la violencia policial están motivados por cuestiones raciales. Pero también es innegable que la policía es el arma que el Estado utiliza para defender los intereses de la burguesía como clase. Una respuesta a este conflicto fundamentada únicamente en la cuestión racial, es decir, bajo una perspectiva antirracista, es una respuesta estéril puesto que es una respuesta parcial. La policía actúa como brazo armado del Estado, no es un ente autónomo. La represión que ejerce es el medio que tiene para gestionar la miseria que el capitalismo provoca por su propia lógica y de forma cada vez más generalizada. La única forma de tener un mundo donde la policía no mate a los negros por ser negros es tener un mundo en el que no exista el capitalismo. Un mundo en el que no exista el Estado. La única respuesta efectiva, la única respuesta que va a la raíz del problema, es la respuesta que podemos dar como clase.

El maltrato de las personas negras por parte de los aparatos estatales no es un hecho restringido a los Estados Unidos. Estas semanas hemos visto cómo 200 temporeros que han acudido a trabajar, un año más, a Lleida se ven obligados a dormir en la calle. El racismo de Estado no es un conflicto nacional, es un problema inherente a la lógica del capitalismo. Al mismo tiempo que han surgido las protestas en torno a la muerte de Floyd, se han sucedido otras luchas en distintas partes del mundo que tratan de dar respuesta a las distintas expresiones de brutalidad que el capitalismo ejerce sobre el proletariado. No es casualidad tampoco que simultáneamente se activen lugares tan dispares como Estados Unidos, Francia, Líbano, Chile o Irak, muchos de los cuales ya hacían parte de la oleada internacional de luchas que se inició en 2018 y que ahora vemos reanudarse. Existe un denominador común en torno a estas luchas. Es el capitalismo quien nos impide respirar, y solo una respuesta del conjunto del proletariado a nivel internacional puede devolvernos el aliento.

Barbaria 2020

Los títeres del capital

Hay de todo y para todos los gustos. En uno de los extremos están las versiones más espectaculares, en las que Trump habría introducido el coronavirus en China con ánimo de ganar la guerra comercial. O China lo habría hecho para extenderlo a otros países, recuperarse de la crisis sanitaria la primera y dominar el mundo. O habrían sido directamente los gobiernos en sus propios países, preocupados por la cuestión de las pensiones, que habrían aplicado la típica solución maltusiana de quitarse la mayor parte de viejos de encima. El otro de los extremos, más sutil y también mucho más extendido en determinados medios, afirma que la gravedad del coronavirus, si no un invento mediático, al menos sí que está siendo conscientemente exagerada por la burguesía para aumentar su control represivo sobre nosotros. A fin de cuentas, la gripe común mata a más gente. ¿No es sospechoso que los gobiernos estén decretando estados de excepción, llevando al ejército a las calles, aumentando las patrullas policiales y poniendo multas altísimas ante una enfermedad que no llega al número de muertos anuales de la gripe común? Sea como sea, aquí hay algo raro.

Es lógico que en el capitalismo surjan discursos y formas de pensar como estos. Se trata de ideologías que emanan espontáneamente de las relaciones sociales organizadas en torno a la mercancía. Todas ellas se basan, en última instancia, en la idea de que todos nosotros seríamos títeres al albur de las decisiones de un grupo todopoderoso de personas que, conscientemente, dirigen nuestras vidas para su propio interés. Esta idea de fondo, que parecería sólo atribuible a las teorías de la conspiración, en verdad está muy extendida: es la que funda la propia democracia.

Los dos cuerpos del rey

Es una cosa particular la manera en la que nos relacionamos en una sociedad organizada por la mercancía. Inédita en la historia, de hecho. La primera y la última forma de organizar la vida social que nada tiene que ver con las necesidades humanas. Por supuesto, antes del capitalismo había sociedades de clase, pero incluso en ellas la explotación estaba organizada con el fin de satisfacer las necesidades ―en sentido amplio― de la clase dominante. En el capitalismo la burguesía sólo lo es en la medida en que sea una buena funcionaria del capital. Ningún burgués puede seguir siéndolo si no obtiene ganancias no para su consumo, que es un efecto colateral, sino para invertirlas de nuevo como capital: dinero para obtener dinero para obtener dinero. Valor hinchado de valor, en perpetuo movimiento. Cuando hablamos del fetichismo de la mercancía, damos cuenta de una relación impersonal en la que no importa quién la ejerza ―un burgués, un antiguo proletario venido a más, una cooperativa, un Estado―, porque lo importante es que la producción de mercancías persista en una rueda automática que no puede dejar de girar. La pandemia actual está mostrándonos lo que pasa cuando esa rueda amenaza con pararse. Sigue leyendo