CATÁSTROFE CAPITALISTA Y TEORÍA REVOLUCIONARIA

A lo largo de estas líneas queremos explicitar el esquema general que preside nuestra concepción del proceso revolucionario y que está germinando ya a partir de las contradicciones del capitalismo. Las bases de esta concepción residen, cómo no, en las bases del materialismo histórico, pero queremos centrarnos en lo desarrollado por un importante texto de la izquierda italiana de 1951, Teoría y acción en la doctrina marxista, un texto en el que se desarrolla el esquema de la inversión de la praxis al que hemos aludido en algunas de nuestras aportaciones. Para ello, además, haremos uso de numerosos textos de los compañeros de n+1, que son los que mejor han ido desarrollando las implicaciones teóricas y prácticas de este esquema.

Visiones gradualistas de la revolución

La perspectiva que existe generalmente de la revolución es diametralmente opuesta a la que defenderemos aquí. La podemos resumir como sigue: se trata de una concepción que parte de una visión cultural y voluntarista según la cual las revoluciones, los movimientos, las luchas y los partidos se hacen gracias a la inteligencia y la voluntad humana. De ahí se desarrolla una visión que le da mucha importancia al activismo inmediato por parte de los militantes, que son los que crean las condiciones que hacen posible la revolución a través de la creación de nuevas instituciones que nacen del activismo. De esta concepción nace la idea de que hay que ser lo suficientemente inteligente como para adecuar las alianzas, los frentes, las tácticas y los programas a las variaciones que viven las situaciones contingentes. Este tipo de teorías se presentan en un abanico amplio de corrientes que, más allá de sus diferencias, coinciden en una aproximación voluntarista de la idea de la revolución. Se trata de una idea del cambio social radical que se hace gracias a minorías que logran arrastrar y educar a las masas hacia la toma del poder. Pueden variar las tácticas que se aplican, pero estalinistas, trotskistas y anarquistas, más allá de sus indudables diferencias teóricas y estratégicas, comparten este esquema de fondo de tipo voluntarista.

Para este tipo de visiones es central la capacidad contracultural que tengan sus aparatos políticos de intervenir sobre la realidad existente para crear una hegemonía alternativa a la capitalista. Se trata de una lucha de subjetividad contra subjetividad, de voluntad contra voluntad, de poder versus contrapoder social. Las estrategias y tácticas pueden cambiar, pero tienen de fondo este tipo de percepción, que nosotros situamos en la III Internacional en reflujo. Los maoístas pueden ser partidarios de crear una guerra popular revolucionaria en el campo, los gramscianos de construir hegemonía cultural o consejos a partir de la voluntad de su organización, los trotskistas de hacer entrismo en los partidos de masas tradicionales de la izquierda y muchas de estas corrientes izquierdistas pueden ser partidarias de una participación en los sindicatos, porque hay que estar en contacto con la clase obrera… Lo que tienen casi todas estas concepciones en común es la idea de que la revolución será el resultado de aplicar una voluntad determinada a lo que ya existe, a la clase obrera tal y como es. Y no podemos olvidar que en las épocas de paz social el proletariado es una clase para el capital.

Este tipo de concepciones tienen una visión gradualista del cambio revolucionario. De lo que se trata es de tener el suficiente impulso y determinación para crear las condiciones que hagan posible la revolución. Esta será el resultado del crecimiento gradual, momento a momento, de la fuerza de los revolucionarios organizados. Para muchas de estas concepciones, como el trotskismo, las condiciones objetivas para la revolución existen siempre, solo falta tener la voluntad y el método correcto para crear el instrumento que falta, el partido. Sin embargo, como se señaló en Teoría y acción en la doctrina marxista:

“No tiene sentido el pretendido análisis según el cual existen todas las condiciones revolucionarias, pero falta una dirección revolucionaria. Es exacto decir que el órgano de dirección es indispensable, pero su aparición depende de las propias condiciones generales de la lucha, jamás de la genialidad o del valor de un líder o de una vanguardia”.

Son análisis que separan siempre las condiciones objetivas y las subjetivas. No entienden que, precisamente, ya que no existe el partido como expresión de los fines comunistas del proletariado es por lo que la situación no es revolucionaria. Y no tiene sentido que, como revolucionarios y comunistas, nos demos permanentemente cabezazos contra la pared del capital. No es nuestra mera voluntad la que cambiará las circunstancias. Más bien al contrario, lo que sucede es que el izquierdismo se adapta y es homologado por el ambiente existente y descubre su verdadera esencia y función, ser la izquierda del capital.

Varias tácticas de oportunismo histórico del movimiento obrero se encuentran en esta visión gradualista: desde el activismo que pretende construir viejos y nuevos movimientos sociales al parlamentarismo que busca usar el altavoz político para difundir las ideas revolucionarias en las masas proletarias, o al sindicalismo “de clase, revolucionario y/o anticapitalista” que busca enraizarse en las luchas inmediatas y salariales del proletariado y que, finalmente, acaba por transformarse en un defensor corporativo de las categorías del capital.

Y es que no hay voluntad que construya por sí misma, y de modo primario, la lucha del proletariado por la revolución comunista. El izquierdismo descubre su verdadera esencia, integrar a las lógicas del capital y a los aparatos corporativos del Estado a las minorías que influencian y hegemonizan.

Entonces ¿cómo podemos revertir e invertir la praxis del curso contrarrevolucionario del capitalismo?

La historia avanza a saltos

El esquema evolutivo antes descrito es típico de una visión burguesa del cambio social. Los individuos y su determinación son el alfa y el omega, los protagonistas indiscutibles del cambio social. Se pueden organizar colectivamente, pero será su sacrificio o su creatividad lo que constituirá el elemento decisivo en el que se juegue todo.

Nuestro esquema, siguiendo los desarrollos de Marx y Engels, es dialéctico. La historia avanza a saltos, a través de una acumulación continua de contradicciones que, cuando supera un umbral determinado, transforma radicalmente la situación y la fase. Supone una transformación de la cantidad en una nueva calidad.

Ya sabemos con Marx en su famosa Introducción a la Contribución de 1859:

“El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social”.

En primer lugar, y frente al voluntarismo antes descrito, es la producción (y reproducción) de la vida material lo que condiciona la voluntad y la conciencia de las personas y no al revés, como pretende el esquema gradualista. Ya Marx había anticipado más de diez años antes, en La Ideología Alemana, que la conciencia es la conciencia de la clase dominante. Con su teoría del fetichismo de la mercancía no haría sino explicar mejor el fundamento de esta tesis. Los izquierdistas que pretenden invertir el esquema materialista se convierten en apéndices funcionales a la lógica material e ideológica del capital. ¿Cómo se puede modificar el ambiente social? Esa es en realidad la pregunta importante. No a través de la voluntad, sino que, como dice Marx en la cita anterior, al llegar a una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad, estas entran en contradicción con las relaciones sociales capitalistas y con sus mismas expresiones políticas e ideológicas y, de esta manera, se abre una época de revolución social.

O sea, no todo tiempo y toda época permite una transformación revolucionaria del capitalismo. La curva de la sociedad capitalista no encuentra tangentes en todos los puntos que puedan quebrar su dinámica, sino solo algunos momentos de crisis catastróficas que cambian la fase y el recorrido histórico. De este modo, frente a una perspectiva continua y evolutiva del capitalismo, en Marx existe una visión catastrófica de la evolución del sistema, una perspectiva marcada por el desarrollo de equilibrios intermitentes e interrumpidos debido a dinámicas de crisis cada vez más fuertes y convulsas. Nuestra perspectiva, revolucionaria y comunista, privilegia la discontinuidad sobre la continuidad, la quiebra improvisada de la realidad por encima de la evolución lineal. En el fondo, como desarrolló ampliamente Bordiga durante los años 50 y 60 del siglo XX, esta contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción lo que expresa es un choque entre dos modos de producción: uno que pierde cada vez más energía social, el capitalismo, y otro que avanza en la disolución de lo viejo, el comunismo.

Como Marx avanzó en muchos fragmentos de sus trabajos semi-elaborados, la dinámica de competencia entre los muchos capitales es consustancial al mismo desarrollo capitalista. Esta dinámica tiende a sustituir el trabajo vivo por el trabajo muerto para poder aumentar la productividad de los capitales particulares y favorecer su competencia privada. Lo que es racional desde el punto de vista del capitalista individual tiende a causar una catástrofe para el desarrollo del capitalismo en su conjunto al acentuar en un primer momento la disminución de la tasa de ganancia y, con el tiempo, una expulsión de trabajo vivo cada vez más marcada.

Estamos ya en esta fase del desarrollo capitalista anticipada por Marx en los Grundrisse:

“El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparada con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así‌ como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la pro­ducción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la nece­sidad apremiante y el antagonismo. Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de tra­bajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos. El capital mismo es la contra­dicción en proceso, [por el hecho de] que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza”.

Estamos entrando ya en esta fase histórica del capitalismo senil descrito por Marx. Esta fase está caracterizada por los procesos de sustitución de trabajo vivo por trabajo muerto a través de la automatización cada vez más generalizada en la producción de bienes y servicios. Todo esto hace que el robo del tiempo de trabajo ajeno sobre el que se funda la riqueza capitalista, es decir, el plusvalor, sea una base miserable y parasitaria. La riqueza humana no se adecúa ya a su medida mercantil a partir de la forma valor. Entramos en una época marcada cada vez más por los desplomes de la producción fundada por el valor de cambio, como señala Marx más arriba, es decir, por crisis de sobreacumulación de capital. El enorme desarrollo del capital ficticio encubre este proceso, solo para provocar sacudidas cada vez más fuertes en las futuras crisis. El capitalismo lanza la pelota hacia delante para encubrir su crisis, pero solo gana tiempo a costa de sacudidas más intensas en el futuro. Como dice Marx al final de la cita que estamos comentando, asistimos esencialmente a un choque entre modos de producción: el capital pierde la base sobre la que camina su movimiento impersonal, el tiempo de trabajo socialmente necesario, y el tiempo libre aparece como la única medida y fuente posible para la riqueza humana. Estamos entrando en esta época histórica. Es el desarrollo de las bases materiales del comunismo lo que causa crisis cada vez más globales y convulsas para el modo de producción capitalista.

Obviamente, el capitalismo no morirá solo, a partir del desarrollo fatalista de sus contradicciones. El fatalismo no es sino la otra cara de la moneda del gradualismo, puesto que comparten el mismo esquema evolutivo del desarrollo capitalista. El proletariado es el enterrador histórico del capital, como Marx anticipó en su famosa cita del Manifiesto del Partido Comunista. Esto significa que el capitalismo es un cadáver que todavía camina, pierde energía social y causa crisis cada vez más convulsas, pero solo la revolución comunista y la dictadura del proletariado pueden acabar con esa contradicción en proceso que es el capitalismo.

El capitalismo no morirá de muerte natural. No se verá sustituido por el comunismo de modo pacífico o racional. Tampoco desaparecerá de la faz de la tierra para dar lugar a otro modo de producción más arcaico. La dinámica impersonal del capital, su movimiento automático, se reproducirá de un modo cada vez más convulso, con sacudidas cada vez más intensas y catastróficas. El capitalismo solo puede desaparecer gracias a una revolución comunista mundial.

Un mundo cada vez más polarizado

Vivimos en una época bisagra marcada por el agotamiento histórico de la contrarrevolución que acabó con la oleada revolucionaria del proletariado hace 100 años, la de 1917-1923. El estalinismo, que fue esa bandera roja que usó el capital para derrotar física, política e ideológicamente a nuestra clase, se fue ya erosionado en los años 70 y vivió su golpe definitivo en 1989-1991, con la caída de los países capitalistas del mal llamado ”socialismo real”. Ya sabemos que revolución y contrarrevolución son inseparables, y que el nuevo ascenso del proletariado se encontrará con viejas y nuevas formas de contrarrevolución, que actualizan las respuestas del capital contra la revolución que avanza. Lo que estamos diciendo es que no es algo menor la casi desaparición de esos grandes partidos anticomunistas de masas, que habían arrojado al proletariado mundial a los pies del capital. La derrota nominal del “comunismo” no es sino un elemento muy positivo para la época que se abre, y que favorece la clarificación por parte del proletariado.

Nos encontramos entonces en una época bisagra caracterizada por el inicio de procesos de polarización social cada vez más intensos, procesos que acompañan a la pérdida de energía del capitalismo como relación social. Como dicen los compañeros de n+1:

“Desde hace algún tiempo asistimos a procesos de ionización de las moléculas sociales en distintos continentes, que muestran una relación directa entre la precariedad, la miseria y la «vida sin sentido» a la que están sometidas millones de personas, y el hecho de que el marasmo social va en aumento. El movimiento de los chalecos amarillos nació contra la subida del precio de la gasolina, pero las manifestaciones continúan a pesar de que se ha retirado el impuesto.”

Los compañeros aluden a diferentes movimientos que antes del COVID expresaban esta tendencia a la polarización social, no solo el de los chalecos amarillos sino también en Hong Kong y en Chile. Podríamos hablar de distintos movimientos que, al menos desde 2011, expresan esta tendencia a un mundo cada vez más polarizado:

“Este nuevo ciclo de luchas, iniciado hace unos meses, es mucho más amplio que el de 2011, que comenzó con la Primavera Árabe y llegó primero a España y luego a EEUU. La historia del capitalismo, la flecha en el tiempo de su desarrollo irreversible, lleva a la maduración de ciertos fenómenos, más allá de la conciencia que los hombres tengan de ello. El partido revolucionario, ese organismo político en sintonía con el «movimiento real», extrae sus tareas de la forma social futura y es un potencial anticipado.”

Ya volveremos sobre el partido como potencial anticipado y prefiguración del comunismo. Ahora nos interesa detenernos en la relación entre una flecha del tiempo del desarrollo capitalista, marcado por el agotamiento de su tiempo histórico como ya hemos visto, y cómo esto empieza a expresar una reacción inicial del proletariado mundial frente a esta vida sin sentido. Obviamente sabemos que estamos aún muy lejos de vivir situaciones revolucionarias o revoluciones. El tiempo de la contrarrevolución domina aún nuestras vidas. Estamos muy lejos de la claridad teórica y programática que permite luchar por el comunismo, como sociedad sin mercancía ni clases sociales. Lo que afirmamos es que estamos entrando en un período histórico que creará necesariamente las bifurcaciones históricas que harán esto posible. Vamos hacia futuros escenarios cada vez más catastróficos. Estamos iniciando una época que erosiona rápidamente la situación muerta o amorfa del pasado:

“Dejando a un lado «distinciones» pedantes, podemos preguntarnos en qué situación objetiva se encuentra la sociedad de hoy. Ciertamente la respuesta es que estamos en la peor situación posible y que gran parte del proletariado, más que ser golpeado por la burguesía, está controlado por los partidos que trabajan al servicio de esta e impiden al proletariado todo movimiento clasista revolucionario, de modo que no se puede prever cuánto tiempo transcurrirá hasta que en esta situación muerta y amorfa, llegue lo que otras veces definimos como «polarización» o «ionización» de las moléculas sociales que precederá a la explosión del gran antagonismo de clase.”

La crisis aguda del capitalismo senil, el cambio climático, la dinámica de guerra imperialista, un mundo que pierde el sentido… son dinámicas que actúan como un carburante social para los nuevos movimientos de lucha del proletariado mundial. La burguesía mundial solo es capaz de ver la fotografía del momento. Sin embargo, es importante que seamos capaces de ver la dialéctica del proceso histórico, la película y no la escena del instante, que es donde se concentran los analistas de la coyuntura. Estos movimientos expresan una tendencia a la polarización y a la ionización de las moléculas sociales, que acumulan cada vez más fuerza y experiencia para las explosiones del futuro, para el gran antagonismo entre las clases que se prepara.

Los comunistas analizamos lo que sucede desde la perspectiva del futuro, como expresión de un movimiento real que tiende a negar y superar lo existente. Es la antiforma del comunismo, como negación de todas las categorías del capital, la que necesariamente a partir del nivel previo toma fuerzas para avanzar e ir más allá. Y es que las nuevas generaciones de proletarios estarán cada vez más en movimiento, agregándose de modo explosivo frente a la miseria creciente y la ausencia de futuro de un mundo que se está derrumbando, generaciones que se hacen cada vez más preguntas y encontrarán las respuestas que el movimiento histórico del proletariado ya ha dado, empezando por el Manifiesto del Partido Comunista de 1848.

¿Qué supone la polarización social en curso? Una tendencia a que las moléculas sociales se ubiquen en torno a polos opuestos: de una parte el polo de la conservación social, de otra el polo de la antiforma, del comunismo. Este proceso de gran antagonismo de clase es precedido por una situación de inestabilidad estructural por parte del capitalismo, que ya es incapaz de dar respuestas que equilibren sus contradicciones. En estos momentos, la atmósfera social se encuentra electrificada, ionizada, y el aire se convierte cada vez más en un aislante que conduce a la polarización entre las clases.

“La polarización se produce cuando los elementos de un «campo» o «sistema» se disponen según orientaciones particulares en torno a dos polos opuestos. Nuestra corriente utilizó esta metáfora para definir la típica crisis revolucionaria, en la que las tendencias entre conservación y cambio se disponen en extremos opuestos. En esos momentos, el estado particular de las moléculas sociales es similar al que encontramos justo antes de una descarga eléctrica: entre los dos polos se produce una ionización del aire, una situación de inestabilidad catastrófica que trastoca sus características, por lo que el propio aire de aislante se convierte en conductor, dando lugar a una violenta descarga eléctrica.”

Este proceso de inicio de polarización social, que hemos visto a nivel mundial en numerosos países a lo largo de los últimos años y más recientemente en Kazajistán, Sri Lanka o en Irán, tiende a generar formas de autoorganización social por parte del proletariado en lucha. La ocupación de las plazas y la institución de dinámicas colectivas y asambleas territoriales es algo que se repite en todos los últimos movimientos de los últimos años. Y esto no puede ser casualidad. Obedece a una causalidad profunda:

“Nuestra corriente describe la «polarización» o la «ionización» de las moléculas sociales como una dinámica imprevisible (para la burguesía) resultante de un choque material en el trasfondo de la sociedad, un malestar profundo que está más allá del desencadenante concreto. Las manifestaciones sincronizadas y autoorganizadas presuponen una ley subyacente que obliga a millones de personas a moverse, espontáneamente, prescindiendo de organizaciones y organizadores. La clase dirigente puede ejercer una feroz represión, pero corre el peligro de que ésta actúe como detonante en lugar de disuadir.”

Es muy importante cómo relacionamos este proceso de polarización e ionización social de las moléculas sociales con el esquema de la inversión de la praxis:

“Los expertos en geopolítica confían en el buen Dios para salir del caos, nosotros, en cambio, creemos que son los procesos de autoorganización social los que rompen el equilibrio anterior, haciendo que la humanidad dé un salto adelante. A partir de cierto umbral, se produce una «polarización» o «ionización» de las moléculas sociales, que precede a la explosión del gran antagonismo de clases (…) Cuando hablamos de autoorganización no lo hacemos a la manera de los anarquistas y no nos referimos a huelgas o luchas por reivindicaciones salariales, sino que nos remitimos al esquema marxista de la inversión de la praxis (Teoría y acción en la doctrina marxista, 1951). Los movimientos de individuos o pequeños grupos tienden a anularse mutuamente, mientras que los movimientos de masas dan lugar a una concomitancia de estímulos y reacciones que son la premisa para la formación de estructuras organizativas capaces de intervenir en la historia. El proceso revolucionario se prepara a sí mismo, es un fenómeno autopoiético (Maturana y Varela).”

La inversión de la praxis

La última cita es muy importante para la continuación de nuestra reflexión y para proseguir con la crítica a los esquemas gradualistas y evolutivos de la lucha de clases. Los procesos de polarización social se constituyen a sí mismos. Se trata de movimientos que en la fase actual de desarrollo del capitalismo pueden nacer a partir de diferentes reivindicaciones inmediatas (la subida del precio del metro en Chile, la subida de la gasolina en el caso de los chalecos amarillos, etc.), pero que rápidamente tienden a extenderse, generalizarse y autoorganizarse. Estos procesos de autoorganización rompen con el equilibrio anterior del capitalismo y tienden a superar las organismos y organizaciones políticas y sindicales previas, creando nuevos organismos intermedios en los que se expresa el proletariado insurgente que rompe con el período histórico precedente y con la reproducción pacífica del tejido social del capitalismo.

Como podemos ver, las luchas auténticas del proletariado no se crean por la voluntad conspirativa de unos pocos individuos. Esos procesos solo se encuentran en la mitología que une a burgueses e izquierdistas. La crisis y el agotamiento histórico del capital tienden a romper los equilibrios previos a través de movimientos de masas que actúan de un modo muy diferente a las moléculas aisladas en tiempos de paz social. En los tiempos de paz social existen estructuras y prácticas que son acordes con esos momentos. La preeminencia de la lógica política y sindical, la primacía de la lucha electoral y del corporativismo de los sindicatos, generan estos tiempos en que prima el individualismo, el arribismo, la tendencia de cada molécula (individuo) a ir hacia donde le lleva su voluntad inmediata. Sin embargo, los grandes movimientos de masas tienden a nuclear a las moléculas sociales en torno a vectores de polarización social. Es lo que hemos visto con los movimientos de las plazas de los últimos años.

Estos nuevos organismos intermedios de masas constituyen un terreno fundamental para la vinculación de las minorías revolucionarias con la clase en movimiento. A fin de cuentas, este es el motivo de nuestra crítica al gradualismo de las concepciones voluntaristas y culturalistas. Ellos se imaginan la fotografía de la paz social aislada del proceso global y en movimiento. Tienden entonces a ver el único terreno de actuación de las minorías revolucionarias en torno a lo que hay, a lo que existe, y de este modo se homologan con el mundo del capital, se conforman a él. La única manera de negar ese mundo es a través de la antiforma, del movimiento real que niega el orden del capital y que expresa el futuro comunista que avanza en el choque entre modos de producción.

Obviamente, somos muy conscientes de los enormes límites de la ola de protestas y de luchas actuales: el interclasismo que permea muchos de estos movimientos, sus esperanzas democráticas y ciudadanistas en algunos casos, la confusión que reina en torno a los objetivos y finalidades conscientes. Y ¿cómo podría ser de otra manera? No se pasa instantáneamente de una época contrarrevolucionaria de décadas a situaciones revolucionarias. El proletariado tiene que ir creando con paciencia su órgano de clase, el partido, que no es el resultado de la voluntad de una minoría separada de la clase, sino el producto más avanzado del mismo movimiento de polarización social. Es el movimiento real el que produce el partido comunista. Es el movimiento real, objetivo, el que se encarga de hacer único el proceso de desarrollo, ya sea de la combatividad de la clase que de la presencia del partido.

Y aquí entramos de lleno en el esquema de la inversión de la praxis:

La voluntad y la conciencia nunca pueden preceder a la acción. Primero se lucha sin saber por qué se lucha. El instinto y los impulsos del proletariado vienen siempre antes. Los procesos de polarización social en curso tienen a electrificar el ambiente social y a activar la acción colectiva de la clase, acción que crea nuevos organismos intermedios de lucha a través de la ocupación de plazas, calles, rotondas, fábricas, etc. Estos organismos activan la determinación y la voluntad del proletariado extendiendo y autoorganizando la lucha. La influencia conservadora del capital sigue siendo prevaleciente sobre este tipo de situaciones, la influencia revolucionaria se encuentra prácticamente ausente debido a la debilidad de las minorías revolucionarias y, sin embargo, las determinaciones materiales y económicas de la crisis del capital tienden a activar los impulsos que llevan a cada vez más proletarios a ver una necesidad de clarificarse teórica y conciencialmente. Para ello es fundamental la participación de las minorías revolucionarias en los procesos y organismos intermedios que el proletariado crea en su lucha. De esta manera, se refuerzan los impulsos que tienden a unificarse en el partido comunista. Este es un producto de la lucha del proletariado pero, al mismo tiempo y gracias a ella, se convierte en un factor sobre la lucha de clases, contraponiéndose a las influencias conservadoras y reformistas del capital.

Como podemos ver, existe una unidad dialéctica profunda entre clase y partido. El partido no es un instrumento en manos de un grupo de personas que interviene sobre la lucha de clases y crea condiciones nuevas gracias al uso de la táctica. El partido en su sentido formal, material, aparece como resultado de la polarización social y la lucha de clases. Por eso es tan importante arrancarse las ropas del activismo, que pretende crear movimientos, partidos y revoluciones. La clase presupone el partido y el partido no puede desarrollarse sin el movimiento de la clase. Existe una relación de interdependencia dialéctica. Decir que la clase produce en su movimiento el partido y que el proletariado solo se constituye en clase cuando consigue generar su partido no es sino una forma distinta de volver a entender que el partido es un producto de la lucha de clases, y desde ahí se convierte con cada vez más fuerza en factor de esta.

El desarrollo del proletariado como clase para sí, en el que deja de ser clase para el capital, exige su propio automovimiento, y este no puede ser inducido por otros. A partir de ahí, se inicia un proceso en que son decisivos los impulsos que convergen hacia el partido, es decir, hacia el programa histórico del proletariado como negación del mundo del capital y de las clases sociales. Esos impulsos de abajo hacia arriba implican también un proceso recíproco en sentido inverso. Existe una relación de doble movimiento entre el proletariado y las minorías revolucionarias que intervienen en la clase para favorecer el proceso de clarificación programática, ya sea a un nivel teórico que de acción. Lo importante es entender que existe una unidad en proceso (en el desarrollo dialéctico de la lucha de clases) entre la clase y el partido. Este es un órgano vital del proletariado para catalizar el desarrollo de su programa histórico, pero es un órgano del cuerpo global de la clase. No existe sin el movimiento de esta. De ahí lo absurdo de proclamarse partido formal sin un movimiento del proletariado para constituirse como clase para sí, o de las visiones que priman la forma sobre el contenido del programa comunista y se llegan incluso a contraponer violentamente al proletariado. El partido no es tal si no tiene ligámenes con la clase en movimiento, y la clase no se puede considerar tal, en su sentido histórico y para sí, sino expresa su órgano específico, el partido:

“La relación dialéctica reside en el hecho de que, en tanto el partido revolucionario es un factor consciente y voluntario de los acontecimientos, es también un resultado de los mismos y del conflicto que contienen entre las antiguas formas de producción y las nuevas fuerzas productivas. Tal función teórica y activa del partido caería, sin embargo, si se cortaran sus lazos materiales con la aportación del ambiente social, de la primordial, material y física lucha de clases.”

Como decíamos anteriormente, y como señalan los compañeros de n+1, la clase presupone el partido para poder negarse a sí misma y a la sociedad del capital, ya que para poder luchar por su perspectiva tiene que tener una doctrina de la historia y una finalidad a alcanzar en su lucha. Por eso la organización y el programa teórico no bastan por sí mismos. Se debe llevar a cabo un ligamen entre el partido y una situación de polarización social. El programa histórico comunista tiene necesidad de vivificarse, de hacerse carne y hueso, en su vinculación con el proletariado rebelde durante los períodos en que la tensión irresistible les determina a combatir.

No existe en realidad un antes y un después en esta relación dialéctica entre clase y partido. No es que haya que esperar al gran momento de la revolución pura para actuar, como minorías revolucionarias, en las luchas y organismos en que se expresa la actividad y voluntad del proletariado. Como ya decíamos antes este esquema, el de la relación dialéctica entre clase y partido, implica un doble movimiento constante. Es nuestra participación en las luchas actuales que tienden a polarizar el mundo lo que va a permitir reforzar nuestra presencia en las luchas por venir y poder convertirnos realmente en un factor activo para el futuro. Los comunistas no podemos convertirnos en ese factor de un momento para otro, y es que partimos de luchas que son débiles precisamente por la ausencia de una perspectiva clara. Sin embargo, las luchas actuales, que tienden a la autoorganización y a la creación de nuevos organismos de lucha, sí permiten nuestra intervención como comunistas, organizando en torno a nuestro programa histórico a minorías cada vez más significativas de la clase. La relación entre los impulsos del proletariado hacia el partido y su clarificación, y los del partido hacia ser un factor activo, se dan constantemente en estos momentos de lucha. Nuestros esfuerzos, aparentemente pequeños en su incidencia actual, preparan la gran bifurcación del mañana. En ese sentido, podemos hablar de una estructura fractal de las revoluciones en que las luchas actuales están preparando, en una escala inferior y más reducida, los grandes antagonismos sociales del futuro.

Lo que sí nos parece decisivo es la crítica a la idea de que en todo tiempo y momento es posible ser un factor activo para transformar la Historia, ya sea en los organismos intermedios que se encuentran sometidos a la lógica del capital (como los sindicatos o los aparatos que participan en la contienda electoral), ya sea con el intento de crearlos ex novo a través del impulso de minorías organizadas. Son un esfuerzo vacuo, digno de Sísifo. La piedra nos arrastrará una y otra vez hacia abajo. Y es que la energía que hay que dirigir es la de los millones de proletarios que se activarán con cada vez más fuerza, formando estructuras organizativas que intervendrán con cada vez más determinación en la historia. Estas luchas verán que en los medios de los que se dota su combate se encuentran ya los fines del comunismo. En estos momentos emergerá con fuerza una contrasociedad que no reivindicará nada porque quiere negar la totalidad de la sociedad capitalista. Es esa la energía la que hay que orientar, la de la antiforma del capitalismo y no la que se conforma a él en Estados, partidos y sindicatos. Se trata de acompañar al futuro que niega el pasado, y no de dejarnos arrastrar por el pasado que oprime como una pesadilla el cerebro y la pasión de los vivos.

Barbaria – Mayo 2023

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