Bordiga versus Pannekoek

Escrito por Antagonism Press

Entre los años 2000 -2001 (Tomado de Libcom)

 

Introducción a un folleto que examina cómo las izquierdas comunistas italiana y Germano-holandesa abordaron las cuestiones de la organización comunista, la conciencia y la clase.

Este artículo se publicó originalmente con, y hace referencia a, los artículos:

«Partido y clase», de Amadeo Bordiga/Partido y clase, de Anton Pannekoek Disponibles en PDF Aquí

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Partido, clase y comunismo

2001, ha pasado más de una década desde la caída del muro de Berlín, y el anuncio entonces del «Fin de la Historia» parece ahora no sólo ideológico, sino despreciable. La guerra abierta vuelve a Europa, no como un episodio aislado, sino endémico como una antigua enfermedad resistente a los antibióticos modernos. La economía mundial se precipita hacia la recesión. Muchas de las instituciones políticas del capitalismo internacional (G8, FMI, Banco Mundial) están más desacreditadas y suscitan más protestas que nunca. Al mismo tiempo, el desarrollo del capital no ha visto, como muchos esperaban, la construcción de más y más grandes fábricas en los países capitalistas más antiguos, sino el cierre no sólo de fábricas, sino de industrias enteras. Como consecuencia, ha disminuido el porcentaje de la población que aparece como el arquetipo de los trabajadores de la tradición marxista o sindicalista. Esto ha llevado a muchos a considerar la clase como una idea anticuada. Hablar de «partido» se considera a menudo aún más irrelevante por su asociación con el parlamentarismo (cada vez más gente, con razón, no vota y no ve por qué debería hacerlo) o el leninismo (cuando el legado bolchevique de la URSS/Europa del Este se ha desintegrado). Sigue leyendo

¿Qué es eso del antifascismo revolucionario?

Al hilo del tiempo

AYER

Amadeo Bordiga abordó el tema del fascismo en numerosos artículos, entre 1921 y 1926. El fascismo era el problema número uno que el Partido Comunista de Italia (PCd´I ) debía afrontar en su acción durante estos años.

Ante todo, para comprender las tesis de Bordiga sobre el fascismo, es preciso diferenciar su pensamiento de la ideología antifascista.

Para el antifascismo, el fascismo se caracteriza esencialmente por la supresión violenta de la legalidad y las libertades políticas democráticas. Para Bordiga, dentro de la más pura ortodoxia marxista, el uso abierto de la violencia no caracteriza nada. La violencia en sí carece de significación precisa. Lo importante es analizar y concretar qué clase utiliza la violencia contra qué otra clase. Para Bordiga, el ABC más elemental del marxismo enseña que, en toda sociedad dividida en clases, la clase dominante ejerce la violencia para someter a la clase dominada.

Bordiga consideraba que la ideología que caracteriza el fascismo como una regresión a formas precapitalistas es ajena a la teoría marxista.

Las formas políticas no varían con la moda, sino que vienen determinadas por el conjunto de relaciones sociales imperantes, y su evolución depende no del azar, el capricho o la voluntad, sino del desarrollo económico y social de esa sociedad, esto es, de los cambios que se operan en esa estructura de relaciones sociales en su contacto con los acontecimientos históricos.

En el pensamiento de Bordiga, la aceptación por el proletariado de la ideología antifascista suponía defender la democracia, renunciando a sus intereses de clase, o lo que es lo mismo, renunciando a afirmarse como clase revolucionaria. Sigue leyendo

El capitalismo de Stalin / Notas sobre las teorías del capitalismo de Estado

La discusión que queremos introducir en este texto no es académica. Cuando era “Medianoche en el siglo”, para utilizar la afortunada y evocadora expresión de Víctor Serge, un puñado de compañeros y compañeras se atrevieron a pensar cuál era la raíz social de la Rusia de Stalin. En ese momento, tratar de discernir la verdad sobre ese fenómeno contrarrevolucionario era literalmente jugarse la vida. Muchos de estos compañeros y compañeras fueron perseguidos por ese motivo, algunos de ellos fueron asesinados por los sicarios del capital, en su forma “nacional-comunista”, “fascista” o “democrática”. Obviamente estas contribuciones, en las que colaboraron directa o indirectamente gente que hoy recibe los parabienes de la cultura dominante como Simone Weil o George Orwell, no fueron publicadas en libros académicos ni recibieron los elogios de los dominicales de la prensa burguesa. En esos momentos, en la década de los años treinta, Stalin era aliado de las principales potencias imperialistas de la época. Era uno más en la mesa de los depredadores imperialistas que se reparten la sangre del proletariado mundial. El embajador norteamericano en Moscú, Joseph Davis, compartía con Stalin no solo su nombre de pila sino la reivindicación de los Procesos de Moscú como un ejemplo de justicia universal. Para el resto de los Estados capitalistas mundiales, Stalin era un buen sueño, que les libera del espectro de la peor de sus pesadillas, la revolución proletaria mundial. Por eso un escritor hoy famoso, entonces un paria perseguido y que hacía parte de las listas negras de los eliminables, George Orwell, no podía ver publicado su Rebelión en la Granja. Ninguna casa editorial quería publicar un libro que criticaba al aliado en la II Guerra Mundial del Reino Unido y de Estados Unidos. Los aliados de clase, en una guerra imperialista, son sagrados para las burguesías. Nadie quería publicar al autor de Homenaje en Cataluña, un libro que no habla de nacionalismo a pesar de lo que pueda pensar algún docto despistado, sino de los sueños e intentos de revolución social masacrados por el stalinismo, el principal agente burgués en la España republicana de la época. La República, hoy evocada con nostalgia por tantos izquierdistas, no fue sino una enorme fosa común para miles de revolucionarios.

Como decimos, estas aportaciones no vieron la luz en los libros oficiales, sino en documentos internos, periódicos con tiradas reducidas, campos de concentración y cárceles desde Estados Unidos a Italia, desde la URSS de Stalin a la Barcelona de la II República. Así se construye nuestro partido de clase, a través de minorías revolucionarias que mantienen a contracorriente la importancia y la centralidad de nuestro programa y nuestros objetivos, la necesidad de luchar de un modo intransigente por una sociedad de mujeres y hombres libres, sin dinero ni clases sociales, sin mercancía ni Estado. Como veremos al final de este pequeño texto, esta es la tesis central de este trabajo. La centralidad del comunismo como negación de todas las categorías del capital, la comprensión de que la Rusia de Stalin no podía ser sino capitalista en la medida en que había mercancías, clases sociales, dinero, salario, empresas, un Estado en hiperinflación totalitaria… Sigue leyendo

El comunismo es la comunidad humana material: Amadeo Bordiga hoy

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Loren Goldner, 1991

Traducción: Non Lavoro

Biblioteca de Cuadernos de Negación

El siguiente artículo presenta las poco conocidas visiones del marxista italiano Amadeo Bordiga (mejor recordado, cuando se le recuerda, como uno de los «ultraizquierdistas» denunciados por Lenin en «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo»), sobre la naturaleza de la Unión Soviética y, en general, considera la tesis de que la cuestión agraria, fundamental para Bordiga en la caracterización del capitalismo, es la clave actual y poco discutida de la historia, tanto de la socialdemocracia como del estalinismo, las dos deformaciones del marxismo que han dominado el siglo XX. Propone la tesis de que la propia socialdemocracia europea (y sobre todo la alemana), incluso cuando hablaba un lenguaje ostensiblemente marxista, era una distorsión estatista del proyecto marxista, y, más bien, una escuela para una etapa superior del capitalismo, el emergente estado de bienestar keynesiano.

Durante muchas décadas, los marxistas revolucionarios han entendido las realidades sociales de la Unión Soviética, China y otras sociedades llamadas “socialistas”, como la negación del proyecto de Marx de la emancipación de la clase trabajadora y de la humanidad. Muchos teóricos, comenzando con Rosa Luxemburg en su «La Revolución Rusa» de 1918 , y seguidos por Mattick, Korsch, Bordiga, Trotsky, Schachtman o CLR James (por nombrar sólo algunos), han dedicado grandes energías a resolver la famosa “cuestión rusa”: el significado específico, para los marxistas, de la derrota de la revolución rusa y el éxito internacional del estalinismo. La diversidad de visiones desarrolladas en este debate parece confirmar, por sobre otras, la caracterización de un muy alejado del marxismo y la izquierda, Winston Churchill, para quien el sistema soviético era un “acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Los herederos contemporáneos de las teorías del “estado obrero degenerado”, el “socialismo de estado”, el “colectivismo burocrático”, el “capitalismo de estado” o la “sociedad de transición”, tienen todos sus análisis y explicaciones — muchas de ellas consoladoras — de la descentralización del bloque del Este después de 1989. Con un optimismo moderado, característico de la tradición marxista, la mayoría de estas corrientes tendieron a asumir (como lo hizo este autor) que el principal contendiente inmediato por el poder de la moribunda burocracia estalinista sería la clase obrera revolucionaria, que lucharía por fin por el socialismo real. Pocos previeron — más particularmente, pero no únicamente, los trotskistas, para quienes el bloque del Este aparentemente descansaba sobre cimientos socialmente superiores a Occidente — que el principal contendiente por la sucesión post-estalinista no sería el marxismo revolucionario sino un neo-liberalismo ciegamente pro-occidental inspirado por von Hayek y Milton Friedman, y las corrientes derechistas autoritarias resurgentes de entreguerras (con ex-estalinistas prominentes en ambas corrientes). Menos aún previeron que la desaparición de los fundamentos sociales del estalinismo implicaría una profunda crisis del marxismo mismo.

Amadeo Bordiga; un dinosaurio del comunismo

Publicamos nuestro prólogo al libro El principio democrático democrático y otros textos de Amadeo Bordiga, editado a cargo de los compañeros chilenos Pensamiento y batalla. [Barbaria]

Así se refirió al protagonista de nuestro libro Palmiro Togliatti, el dirigente máximo del nacional-comunismo estalinista en Italia. El objetivo era denigratorio pero obviamente a Bordiga esta provocación no podía sino gustarle. Nos parece escucharle afirmando “por supuesto, un dinosaurio del comunismo, al igual que éste, un movimiento real que abole y supera el estado de cosas presente”. El comunismo no es sino el principio y el final del ciclo histórico de la especie, una tensión antropológica humana que ha recorrido todas las sociedades de clase a través de las revueltas milenarias que las han atravesado tratando de afirmar las necesidades humanas frente a todo tipo de opresión. Este es el sentido de la invarianza comunista, como nos recuerda Jacques Camatte en sus escritos que retornan a este concepto tan importante del comunista napolitano. Por una parte invarianza como tensión antropológica, por otra parte invarianza como permanencia de las categorías abstractas del capital que recoge y transforma los invariantes de la opresión: las clases, el Estado, la familia, el patriarcado, el dinero… El comunismo es ese movimiento real que anula estas categorías para afirmar la comunidad humana universal. Entonces, sí, dinosaurios del comunismo.

Amadeo Bordiga se afilia a los 21 años a la sección napolitana del PSI, rápidamente se enfrenta al reformismo de la sección local enfangada en la masonería y el parlamentarismo. Nada que ver con el programa comunista que él había entrevisto en sus lecturas del Manifiesto del Partido Comunista de 1848. Eran tiempos de revuelta dentro de la socialdemocracia italiana, se empieza a construir a nivel nacional una fracción intransigente junto a otros socialistas como Lazzari o Mussolini, frente a los reformistas que habían apoyado la Guerra en Libia de 1911. En 1912, se expulsa a Bonomi y Bissolati, que se habían solidarizado con el Rey de Italia, superviviente de un atentado realizado por un compañero anarquista. En fin, se trata de una actitud típica del reformismo de toda época, invariantes también a su modo.

Bordiga empezará a ser conocido, sobre todo entre la juventud italiana, debido a su batalla anticulturalista que le enfrentará a uno de los principales líderes del futuro ordinovismo italiano (el grupo torinés construido en torno a Gramsci y Togliatti), Angelo Tasca. Tasca planteaba la necesidad de que la juventud se educase, estudiara, se formara a través de lecturas y escuelas, en definitiva una concepción ilustrada y conciencial del comunismo. Frente a esta visión ilustrada, Bordiga defenderá que lo que se necesitaba es instinto revolucionario. La revolución es un hecho de fe, de lucha, material, físico, no surge del mundo de las ideas y de la cultura. Este aspecto antiilustrado será una de las contribuciones más importantes y permanentes del comunista internacionalista ya desde su juventud. Al igual que la necesidad de construir un ambiente comunista en el asociacionismo proletario que prefigure el comunismo por el que se lucha y combate, sobre esta misma idea volverá en sus Tesis sobre la organización más de cincuenta años más tarde.

Durante la I Guerra Mundial, Amadeo desarrollará posiciones de derrotismo revolucionario. Lo que le enfrentará no solo a aquellos que como Mussolini defenderán la guerra imperialista bajo premisas democráticas (defensa de la democrática Francia frente al absolutismo prusiano), sino también a la tibieza de la socialdemocracia italiana que no apoyará la Guerra imperialista pero tampoco fomentará el sabotaje proletario con su cínico lema Né aderire, né sabotare. Bordiga, defenderá el sabotaje proletario y el derrotismo revolucionario, posición invariante que será central a lo largo de toda su trayectoria militante.

En el contexto de la I Guerra Mundial, construirá una Fracción Intransigente Revolucionaria que lanzará consignas derrotistas y en diciembre de 1918 fundará Il Soviet  que será el portavoz de la futura Fracción Abstencionista. Serán años signados por la oleada revolucionaria mundial que va desde 1917 a 1923 y que tendrá en Italia uno de sus centros más importantes en el llamado Bienio Rosso (1919-1920). El Bienio Rosso se extiende a través de un período muy intenso de luchas que va desde las huelgas del 20 y 21 de julio de 1919 hasta septiembre de 1920 y que verá su momento más destacado en marzo de 1920 en la conocido huelga delle lancette: cuando los proletarios de las fábricas de Turín adelanten las manijas de los relojes para no salir de noche, una revuelta proletaria contra la imposición del tiempo abstracto del cronómetro.  En el proceso de ocupación de las fábricas italianas será muy conocida su polémica con Antonio Gramsci, mientras el sardo defendía una perspectiva autogestionaria en el proceso de ocupación de las fábricas, el internacionalista napolitano explicaba que la burguesía italiana no tenía ningún problema con que los obreros se encerrasen en las fábricas o a través de los representantes socialistas en escaños en el parlamento italiano (en ese momento el PSI había vencido las elecciones generales y municipales) pero lo que había que hacer era la insurrección proletaria, asaltar los cuarteles, las comisarías y el Estado italiano. No había que tomar la fábrica sino tomar el poder destruyendo el Estado burgués, no eran tiempos de elecciones políticas sino de insurrección proletaria. Había que transformar el proceso revolucionario en situación revolucionaria. Y esto será el meollo de la actividad revolucionaria del comunista napolitano durante esos meses. Este documento será muy importante para los internacionalistas italianos que en los años treinta del siglo XX dirigirán, en el exilio francés y belga, la publicación Bilan. Sigue leyendo

Espacio contra cemento – Amadeo Bordiga

Il Programma Comunista, nº 1 del 8 al 24 de enero de 1953

[Traducción Grupo Barbaria]

Estamos en un apuro, ¿de acuerdo?

La tierra, en cuya corteza vivimos, tiene forma de bola o esfera. Hagamos un paréntesis: este concepto, que durante miles de años ha sido extremadamente difícil de entender incluso para los científicos más brillantes, es ahora familiar para un niño de siete años; esto muestra lo estúpida que es la distinción entre lo fácil y lo difícil de entender. Por eso, una doctrina que afirma la existencia de un gran curso de la historia, realizado a grandes saltos por la nueva generación de clases, carecería de sentido si se dejara frenar por la preocupación de presentar a la clase avanzada y revolucionaria solo píldoras de conceptos fáciles.

A diferencia de Silvio Gigli[1], vamos a plantearles algunos problemas muy, muy difíciles. Pero les daremos las preguntas y las respuestas.

Así, esta esfera, la Tierra, tiene un diámetro de unos 12.700 kilómetros, que hemos calculado midiendo su vientre, sobre el que hemos trasladado cuarenta millones de veces el metro estándar de platino que se conserva en París en el Instituto Internacional de Pesos y Medidas. ¿Cómo hicieron al llegar al agua? Pero dejemos de lado las bromas y dejemos de imitar a los que hablan difícil por ser difíciles, para poder decir de ellos: ¡Qué cultos! ¡Realmente no entiendes nada! Esta oscuridad es la base de la gloria del noventa y nueve por ciento de los grandes hombres.

Por lo tanto, mediante un pequeño cálculo (nivel de cuarto de primaria), establecemos que la superficie de la Tierra es de quinientos millones de kilómetros cuadrados. Los mares ocupan más de dos tercios de ella, y sólo quedan 150 millones para caminar sobre ella en seco. Entre ellos están los casquetes polares, los desiertos, las altísimas montañas, por lo que se supone que la especie humana ―la única que ahora vive en todas las áreas de la esfera junto con sus animales domésticos― se queda con 125 millones.

Como hoy los libros dicen que «somos» unos 2.500 millones, nosotros los animales humanos que metemos las narices en todo, está claro que, en promedio, nuestra especie tiene un kilómetro cuadrado por cada veinte de sus miembros.

En la escuela, por lo tanto, decimos: densidad de población media de las tierras habitadas: veinte almas (de hecho no contamos los cadáveres de los muertos, que son mucho más numerosos) por metro cuadrado.

Todos tenemos una idea de lo que representan veinte personas; en cuanto al kilómetro cuadrado, no es difícil de imaginar. Estamos en Milán: es el espacio que ocupa el Parque entre el Arco del Sempione y el Castello Sforzesco, incluyendo la Arena. Como cincuenta mil personas consiguen colarse en el estadio de la Arena para los grandes partidos de fútbol, un kilómetro cuadrado puede albergar, con una  multitud compacta (mítines de Mussolini, Togliatti y otros) cinco millones de almas más que la población conjunta de Milán, Roma y Nápoles, 250.000 veces más que la densidad media de la tierra.

Por lo tanto, si los veinte desafortunados hombres promedio se pararan con su existencia simbólica en las intersecciones de una red de mallas iguales, estarían a 223 metros de distancia el uno del otro. Ni siquiera podrían hablarse entre ellos. Qué desastre sería si fueran mujeres, y más aún si fueran candidatas al Parlamento.

Pero el hombre no está enraizado en el suelo como los árboles, ni se amontona en colonias como los corales de madréporas de los que hablábamos la última vez, y, al moverse de mil maneras, se ha establecido de forma muy irregular en los diferentes espacios que componen la corteza del planeta.

En Italia, la densidad de población es de 140 personas por kilómetro cuadrado, lo que es siete veces mayor que la media general. La provincia más densamente poblada es Nápoles: 1.500 personas por kilómetro cuadrado, 55 veces la media de la Tierra. Los países con mayor densidad en Europa (y en el mundo) son Bélgica, Holanda e Inglaterra (excluida Escocia), que tienen alrededor de 300, es decir, 15 veces la densidad media. El país europeo con menor densidad es, junto con Suecia y Noruega, Rusia: 29 habitantes por kilómetro cuadrado para la parte europea, apenas más que la media mundial.

La densidad de los distintos continentes es de 53 para Europa y 30 para Asia. Pero entonces hay una impresionante caída por debajo de la media: América Central y del Norte: 8,5; África: 6,7; América del Sur: 6,3; Australia-Oceanía: 1,5. Esto es trece veces menos que la densidad media mundial. La densidad de los Estados Unidos es de 19, que es menor que la de la Rusia europea (es decir, hasta los Urales y el Cáucaso). Esto coincide perfectamente con la media de la Tierra: ¿es por eso que lo quieren todo para ellos?

Dicho esto, en los Estados Unidos la población está distribuida de manera extremadamente desigual: incluso sin tener en cuenta los pequeños distritos, va de 0,5 en el desierto de Nevada a 240 en la abarrotada Nueva Jersey, que es un poco más pequeña que la de Lombardía.

Por último, hay que señalar que la densidad de población en la RSFSR, que incluye a Siberia, es sólo de 6,8. En cuanto a la URSS en su conjunto, su densidad es de 9 habitantes por kilómetro cuadrado, y la más poblada de las repúblicas federadas es Ucrania, situada en el oeste, con 70 habitantes por kilómetro cuadrado.

Las colmenas humanas

Si dejamos a un lado la población «dispersa», principalmente rural, y si sólo tenemos en cuenta a los hombres «aglomerados» en las ciudades, podemos observar, como ya hemos señalado, un salto en la densidad, siendo las cifras en las ciudades unas mil veces superiores a la media mundial: como dicen los científicos, pasamos a otro orden de magnitud. No es difícil comprender que la población del campo, considerada aisladamente, en cada distrito, ya sea grande o pequeño, es, por el contrario, menos densa que la media. Sigue leyendo

[Libro] Militancia y pensamiento político de Amadeo Bordiga de 1910 a 1930 – Vol. I, II y III

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De 1912 a 1926 la acción y pensamiento político de Amadeo Bordiga encarnaron la lucha del marxismo revolucionario en Italia.

Ya antes de la Primera Guerra Mundial, la izquierda marxista del PSI expresó en los congresos de Reggio Emilia (1912) y Ancona (1914), el surgimiento de una mayoría capaz de enfrentarse al reformismo, el sindicalismo y el nacionalismo.

Dentro de esta ambigua mayoría (de la Fracción Intransigente) se delineó la formación de una extrema izquierda (la Fracción Intransigente Revolucionaria), que tendió siempre a soluciones más radicales y clasistas. Esta extrema izquierda del PSI, en los congresos de Bolonia (mayo de 2015), Roma (febrero de 1917) y Florencia (noviembre de 1917) sostuvo posiciones muy próximas a las de los bolcheviques, como fueron la negación de la ayuda obrera a las tareas de defensa nacional y la consigna de derrotismo revolucionario, lanzada por Bordiga tras Caporetto (derrota italiana de octubre de 1917).

La fundación de Il Soviet (diciembre de 1918), órgano de la Fracción Abstencionista, supuso la defensa decidida de la revolución rusa y de la dictadura del proletariado, así como un claro planteamiento de la función del partido revolucionario.

La Fracción Abstencionista se planteó, desde el primer momento, la escisión del PSI de los revolucionarios. Su objetivo y su tarea principal en los años 1919 y 1920 fue extender la fracción a nivel nacional para fundar el Partido Comunista. En el II Congreso de la Internacional Comunista, la Fracción Abstencionista abandonó el abstencionismo como criterio táctico fundamental, y Amadeo Bordiga tuvo una intervención decisiva en el endurecimiento de las condiciones de admisión a la Tercera Internacional.

En todo momento, la acción y el pensamiento de Amadeo Bordiga tienen un marco italiano e internacional, íntimamente entrelazados, como correspondía a la militancia en el movimiento comunista internacional.

En enero de 1921, en el Congreso de Livorno del PSI, Bordiga dirigió y protagonizó la escisión de los comunistas y la fundación del PCI. Fue el máximo dirigente del PCI desde su fundación hasta el IV Congreso de la IC (diciembre de 1923).

La asimilación de los clásicos marxistas constituye una impronta imborrable y una constante referencia en los textos programáticos bordiguistas. Este dominio teórico, unido a la experiencia adquirida por Bordiga en la lucha contra el oportunismo imperante en la Segunda Internacional, le prepararon para enfrentarse a las crecientes disidencias entre el PCI y la IC con una capacidad crítica excepcional, dotada de una característica coherencia, rigor e intransigencia que la hacían temible y respetada a la vez.

El nuevo oportunismo, que hacía mella en la Internacional Comunista, se caracterizaba por una permanente adecuación del análisis histórico del capitalismo al cambio producido en las condiciones y situaciones inmediatas de la lucha del proletariado.

Amadeo Bordiga comprendió, analizó y denunció el carácter del oportunismo comunista. Del mismo modo, supo captar los primeros síntomas de abandono de los principios programáticos comunistas. Y se enfrentó hasta el último momento, en el seno de la propia Internacional, a la progresiva degeneración oportunista y contrarrevolucionaria del movimiento comunista internacional. No porque creyera que aún era posible evitar la derrota de la oleada revolucionaria iniciada en 1917, sino para dar testimonio y facilitar en el futuro la restauración teórica y organizativa del partido revolucionario.

En 1926, la Izquierda del PCI había culminado un largo proceso de formación ideológico y programático, caracterizado por las tensiones y enfrentamientos con la Internacional Comunista.

Estas divergencias no se resolvieron mediante una escisión, con ocasión de la acusación de fraccionalismo hecha al Comité de Entente (junio de 1925), a causa de la decidida oposición de Bordiga, contrario a la ruptura definitiva con el PCI y la IC.

El Congreso de Lyon del PCI (enero de 1926), supuso la definitiva derrota organizativa de la Izquierda, dada su imposibilidad de presentarse como fracción o tendencia en el seno del partido, así como de defender sus posiciones políticas.

La intervención de Amadeo Bordiga en el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional fue la última posibilidad que tuvo la Izquierda del PCI de utilizar una tribuna internacional para defender el programa comunista fundacional. El brusco enfrentamiento entre Stalin y Bordiga, en torno a la cuestión rusa y la teoría del socialismo en un solo país, señalaba la definitiva derrota de las concepciones revolucionarias en el seno del movimiento comunista internacional.

Bordiga constató que la llamarada revolucionaria internacional iniciada con el Octubre ruso había sido definitivamente apagada por el alud contrarrevolucionario. Reconocida esta derrota histórica del proletariado, rechazó todo activismo y mística de la vanguardia y la organización, abrazó una concepción férreamente determinista de las posibilidades revolucionarias y personalmente consideró inútil su militancia activa en la clandestinidad impuesta por el fascismo. Sigue leyendo

[Libro] COMUNIDAD Y COMUNISMO EN RUSIA – Jacques Camatte

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Publicado originalmente en Invariance nro.4 (1974) se trata de una serie de artículos sobre la revolución rusa pero no de una cronología o historización de los sucesos. Sino sobre las pocisiones de Amadeo Bordiga en cuanto a la cuestión rusa, la cuestión de la comunidad en Rusia (mir y posibilidades de revolución), campesinos, subsunción, partido, soviets y la correspondencia entre Karl Marx y Vera Zasulich sobre las posibilidades de la revolución en Rusia sin atravesar un período de transición capitalista.

“El capital sin clase capitalista es lo único que puede realizar el Modo de Producción Capitalista, como lo afirman Ricardo, Marx y Bordiga. En occidente no es posible eso hasta que el capital se ha constituido en comunidad material y ha derruido los viejos presupuestos estatales. En la U.R.S.S. ha sido la restauración del despotismo, el medio, por así decirlo, para escamotear a la clase capitalista (en el área asiática la tendencia es idéntica), de forma que no domine según su propio ser; pero la intervención cada vez mayor del capital mundial, a través sobre todo de los EE.UU., tenderá a realizar una adecuación más rigurosa entre él (el capital) y el poder de dominación sobre la sociedad.”

La rabia «negra» ha sacudido los pilares podridos de la «civilización» burguesa y democrática.

Amadeo Bordiga

Il Programma Comunista, 10 de septiembre de 1965 (A propósito de la revuelta negra californiana de Watts)

Traducido por Barbaria

Una vez pasado el aguacero de la «revuelta negra» en California, antes de que el conformismo internacional enterrara el acontecimiento bajo el «abrazo» de un grueso manto de silencio; cuando la burguesía «ilustrada» todavía buscaba ansiosamente descubrir las «misteriosas» causas que habían obstaculizado el funcionamiento «regular y pacífico» del mecanismo democrático en ese país, algunos observadores de ambos lados del Atlántico se consolaron recordando que, después de todo, las explosiones de violencia colectiva por parte de «gente de color» no son nada nuevo en América y que, por ejemplo, una explosión tan grave tuvo lugar en Detroit en 1943, sin ningún tipo de seguimiento.

Pero algo profundamente nuevo ocurrió en este ardiente episodio de rabia, no de naturaleza vagamente popular sino proletaria, que fue seguido no con fría objetividad sino con pasión y esperanza. Y esto es lo que nos hace decir: la revuelta negra ha sido aplastada: ¡viva la revuelta negra!

La novedad – para la historia de las luchas por la emancipación de los asalariados y subasalariados negros, y no para la historia de las luchas de clase en general – es la casi perfecta coincidencia entre la pomposa y retórica promulgación presidencial de los derechos políticos y civiles, y el estallido de una furia subversiva anónima, colectiva e «incivil» por parte de los «beneficiarios» del gesto «magnánimo»; entre el enésimo intento de atraer al esclavo torturado con una zanahoria miserable que no cuesta nada, y el inmediato e instintivo rechazo del esclavo a dejarse vendar los ojos y a doblar de nuevo la espalda.

Rudamente, educados por nadie – ni por sus líderes que son más gandhianos que el mismo Gandhi; ni por el «comunismo» al estilo de la URSS que, como L’Unità (2) se apresuró a recordarnos, repele y condena la violencia – pero educados por la dura lección de los hechos de la vida social, los negros de California han gritado al mundo, sin tener la conciencia teórica de ello, sin necesidad de expresarlo en un lenguaje elaborado, pero proclamando en el calor del momento, la simple y terrible verdad de que la igualdad jurídica y política no es nada mientras persista la desigualdad económica; y que no es posible ponerle fin mediante leyes, decretos, sermones u homilías, sino sólo derribando por la fuerza los cimientos de una sociedad dividida en clases. Es este abrupto desgarro del velo de las ficciones legales y de las hipocresías democráticas lo que ha desconcertado y sólo podría desconcertar a la burguesía; es esto lo que ha entusiasmado a los marxistas; es esto lo que debe hacer pensar a los proletarios, dormidos en los falsos forros de las metrópolis de un capitalismo nacido históricamente bajo una piel blanca.

Cuando el Norteamericano, ya en el camino hacia el capitalismo pleno, lanzó una cruzada por la abolición de la esclavitud en el Sur, lo hizo no por razones humanitarias, ni por respeto a los principios eternos de 1789, sino porque era necesario desarraigar una economía patriarcal pre-capitalista y «liberar» su fuerza de trabajo para que se convirtiera en un recurso gigantesco para el monstruo capitalista codicioso. Ya antes de la Guerra Civil, el Norte alentó la huida de los esclavos de las plantaciones del Sur, demasiado atraído por una mano de obra que se habría ofrecido a bajo precio en el mercado laboral y que, además de esta ventaja directa, le habría permitido comprimir el salario de la mano de obra ya pagada, o al menos no dejar que aumentara. Durante y después de esta guerra el proceso se aceleró rápidamente y se generalizó. Sigue leyendo

Entrevista a Amadeo Bordiga

Retrato de prontuario de A. Bordiga, en 1926

Lo que sigue es una entrevista que Amadeo Bordiga respondió por escrito al periodista Edek Osser en junio de 1970, poco antes de su muerte. El texto fue publicado originalmente en Storia Contemporanea número 3, en septiembre de 1973. Bordiga también habló con Edek Osser para una entrevista filmada, cuyos extractos aparecen en un documental sobre el ascenso del fascismo. Traducción: A. V.  https://rentry.co/entrevbordiga

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En noviembre de 1917, usted participó en Florencia en una conferencia secreta de la corriente «revolucionaria intransigente» del Partido Socialista. En esa ocasión, usted exhortó a los socialistas a aprovechar la crisis militar y a tomar las armas para asestar un golpe decisivo a la burguesía. ¿Cuál fue el resultado de su propuesta? En su opinión, ¿la situación revolucionaria había alcanzado su madurez en Italia?

Sí, en noviembre de 1917 participé en Florencia en la conferencia secreta de la fracción «revolucionaria intransigente» del Partido Socialista. Esta fracción había constituido la mayoría del PSI y le había impuesto su dirección desde 1914. La dirección del Partido, al ser informada sobre esta conferencia, no sólo no la impugnó sino que, de hecho, envió a sus propios representantes. Fue en esa ocasión que conocí a Antonio Gramsci, quien mostró gran interés en mi discurso. Mi impresión hasta el día de hoy es que su inteligencia poco común le llevó, por una parte, a compartir y estar completamente de acuerdo con mis propuestas marxistas radicales, las que parecía haber oído por primera vez; y, por otra, a articular una crítica sutil, precisa y polémica, que ya se desprendía de las diferencias de fondo entre las posiciones de nuestros respectivos periódicos: Il Soviet, con sede en Nápoles, del que yo era editor, y L’Ordine Nuovo que Gramsci dirigía en Turín. La oposición de nuestros puntos de vista había quedado clara para mí desde que anuncié en nuestro periódico la fundación de la revista de Gramsci. En ese breve artículo señalé que su declarado pragmatismo revelaba una tendencia gradualista que sin duda le llevaría a hacer concesiones a un nuevo tipo de reformismo, e incluso al oportunismo de derecha.

Mi lectura de las fuerzas en juego en ese momento no se refería sólo a Italia, sino a toda la situación europea. Obviamente, entonces condené sin vacilaciones a los partidos socialistas de Francia, Alemania y demás, que habían traicionado abiertamente las enseñanzas marxistas sobre la lucha de clases, optando en cambio por la nefasta política de armonía nacional, unidad sagrada y apoyo a la guerra emprendida por los gobiernos burgueses. Mi discurso puso al descubierto, de manera doctrinaria, la falsa justificación ideológica que se esgrimía para apoyar la guerra impulsada por la Entente contra las Potencias Centrales, a la que nuestro enemigo jurado, el intervencionismo militar italiano, se había adherido. La base de mi posición era repudiar la falsa preferencia que los belicistas de todas las naciones mostraban por las democracias parlamentarias de los regímenes burgueses, en contra de los llamados regímenes feudales, autocráticos y reaccionarios de Berlín y Viena, por no hablar del régimen moscovita. Tal como había venido haciendo en el movimiento durante décadas, seguí la crítica formulada por Marx y Engels, intentando mostrar lo estúpido que era esperar que una futura Europa democrática surgiera del triunfo militar de la Entente.

La posición que tomé en ese momento coincide con lo que Lenin llamó «derrotismo y repudio a la defensa de la madre patria». Planteé la afirmación de que la revolución proletaria podría haber triunfado si los ejércitos de los estados burgueses hubieran sido derrotados por sus enemigos extranjeros, predicción que la historia confirmaría luego en Rusia en 1917. Es cierto, entonces, que en Florencia propuse que debíamos aprovechar los desastres militares de nuestro Estado monárquico y burgués para impulsar la revolución de clases.

Nuestra propuesta no coincidía con la línea política de la dirección del partido, que se había atascado en la vergonzosa fórmula acuñada por Lazzari de «ni apoyo ni sabotaje». Sin embargo, los participantes en la conferencia (que ya constituían de facto el ala izquierda del Partido Socialista) parecían apoyarla totalmente. Para nosotros, el hecho de que el partido italiano no se adhiriese a la política de guerra del gobierno, negándose a darle su voto de confianza o a apoyar la financiación militar correspondiente, no bastaba. No tenía sentido afirmar esa línea y al mismo tiempo oponerse al sabotaje, que Lenin describiría más tarde como «transformación de la guerra entre Estados en guerra civil entre proletariado y burguesía». Mi posición, por lo tanto, no era exactamente que en Italia existieran las condiciones para librar una guerra armada contra el poder de las clases propietarias; sino más bien otra, mucho más amplia, que fue confirmada más tarde por el curso de la historia: a saber, que mientras la guerra se libraba en Europa nosotros podíamos y debíamos intensificar el conflicto revolucionario en los frentes más oportunos (esos que Lenin llamaría luego «el eslabón más débil de la cadena»). El conflicto se extendería sin duda a todos los demás países. El mencionado falso mérito del partido italiano, en su empeño por negarse a apoyar la guerra mientras que al mismo tiempo rechazaba el sabotaje revolucionario, fue más tarde invocado de manera espuria por Serrati y sus seguidores, cuando se opusieron a expulsar a la derecha reformista (que era, de hecho, tanto socialdemócrata como socialpatriota) durante la fundación de una nueva Internacional que pudiese redimir el vergonzoso fracaso de la Segunda (un resultado que yo había previsto en nombre de los socialistas de izquierda en el Congreso de Roma en febrero de 1916). Esto queda demostrado por el hecho de que el PSI se había negado a seguir el único camino estratégico que, desde que Lenin, de regreso a Rusia, articuló sus tesis clásicas en abril de 1917, cumplía las predicciones doctrinarias y los objetivos históricos del marxismo revolucionario. Desde un punto de vista histórico, lo que parece indiscutible es que si los delegados de la conferencia de Florencia hubieran decidido ir a votar, habrían apoyado la audaz tesis de torpedear de cualquier manera posible la política de guerra del Estado capitalista. Dado que las conclusiones de una consulta como la que proponíamos tendrían que haber implicado a los órganos centrales del partido, mi propuesta habría conducido -en un giro saludable- a aplicar en la práctica las medidas correctas. Pero no podíamos esperar que la dirección emprendiera tal curso de acción, pues ya se había negado a convocar en mayo de 1915 una huelga general contra los preparativos de guerra, tal como lo habíamos exigido; porque ya había levantado la consigna de «no apoyar ni sabotear»; y porque había tolerado, en un momento crucial de la guerra, que la bancada parlamentaria socialista siguiera a su líder, Turati, voceando la consigna chovinista: «Nuestra patria está en el Monte Grappa», comportamiento que no se diferenciaba del de los socialtraidores franceses y alemanes. Sigue leyendo

VALOR, TIEMPO DE TRABAJO Y COMUNISMO: UNA RELECTURA DE MARX – GILLES DAUVÉ

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Value, Labour Time & Communism: Re-Reading Marx (2014)

Texto publicado en el sitio Troploin. troploin.fr/node/81

Traducción: Antiforma

Biblioteca de Cuadernos de Negación bibliotecacuadernosdenegacion.blogspot.com

Volver a Marx no tiene nada que ver con escarbar en capas de pensamientos y hacer un balance del mérito: unas pocas nociones abstractas esenciales – valor, trabajo, tiempo, tiempo de trabajo y productividad – bastan para indicar lo que queremos cambiar en este mundo, y cómo.

 

  1. El origen del valor

El Volumen I de El Capital no comienza con una definición de lo que es el capitalismo, sino de cómo se presenta: «una inmensa acumulación de mercancías». Este enfoque señala la elección de una perspectiva en particular. Marx aborda el tema partiendo con el encuentro entre productores independientes que se reúnen en el mercado para intercambiar sus mercancías. Ya que el capital/trabajo es el núcleo de todo el asunto, como señala el propio Marx, y ya que no está escribiendo un libro de historia, ¿por qué no empezó con el encuentro entre el asalariado y el capitalista? Su investigación sobre el trabajo asalariado toma como punto de partida la división del trabajo entre productores autónomos (el campesino se encuentra con el fabricante de ropa), y procede a analizar la doble naturaleza del trabajo: concreto (el trabajo tiene valor de uso) y abstracto (produce valor de intercambio).

Si seguimos la lógica del primer capítulo de El Capital, el valor de uso adquiere el carácter de valor de cambio una vez que entra en el mercado. Aunque Marx nos da las claves para entender que en la relación «valor de uso + valor de cambio», el uso se halla determinado por el intercambio, porque la producción se estandariza de tal manera que crea un ítem intercambiable, por otro lado describe el proceso como si el valor, en lugar de nacer de un tipo de producción muy específico, apareciese después del momento productivo y se impusiera sobre el trabajo como una restricción exterior.

Si así fuera, la tarea de la revolución sería liberar a los productores de esta restricción.

Aunque Marx constantemente vincula el valor con el trabajo, no insiste en su origen en la producción, a partir de un determinado tipo de producción, en la que cada artículo se fabrica para y de acuerdo con el tiempo de trabajo necesario para realizarlo.

El comunismo, tal como lo ve Marx, es un mundo sin dinero basado en el trabajo comunal: el problema es que el trabajo es mucho más que la gente que se reúne en un taller para fabricar objetos. La producción de estos objetos se rige por el tiempo medio de trabajo incorporado en ellos.

Esto implica cuantificar el tiempo promedio de trabajo necesario para producir tal o cual objeto: en otras palabras, implica medir lo que Marx llama, con razón, valor. El valor es el tiempo, y la producción se rige por el tiempo, es decir, por la productividad: los procedimientos de fabricación se organizan para obtener el mayor rendimiento posible por unidad de tiempo. El trabajo es una actividad basada en el conteo de tiempo, y el conteo implica acortamiento.

Sin embargo, Marx trata el valor de uso como un resultado natural de la actividad humana, y le gustaría tener valores de uso sin valor de cambio. Pero el valor de uso es una categoría analítica que al mismo tiempo se opone al valor de cambio y lo supone: es imposible eliminar uno sin eliminar el otro. Sigue leyendo