VALOR, TIEMPO DE TRABAJO Y COMUNISMO: UNA RELECTURA DE MARX – GILLES DAUVÉ

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Value, Labour Time & Communism: Re-Reading Marx (2014)

Texto publicado en el sitio Troploin. troploin.fr/node/81

Traducción: Antiforma

Biblioteca de Cuadernos de Negación bibliotecacuadernosdenegacion.blogspot.com

Volver a Marx no tiene nada que ver con escarbar en capas de pensamientos y hacer un balance del mérito: unas pocas nociones abstractas esenciales – valor, trabajo, tiempo, tiempo de trabajo y productividad – bastan para indicar lo que queremos cambiar en este mundo, y cómo.

 

  1. El origen del valor

El Volumen I de El Capital no comienza con una definición de lo que es el capitalismo, sino de cómo se presenta: «una inmensa acumulación de mercancías». Este enfoque señala la elección de una perspectiva en particular. Marx aborda el tema partiendo con el encuentro entre productores independientes que se reúnen en el mercado para intercambiar sus mercancías. Ya que el capital/trabajo es el núcleo de todo el asunto, como señala el propio Marx, y ya que no está escribiendo un libro de historia, ¿por qué no empezó con el encuentro entre el asalariado y el capitalista? Su investigación sobre el trabajo asalariado toma como punto de partida la división del trabajo entre productores autónomos (el campesino se encuentra con el fabricante de ropa), y procede a analizar la doble naturaleza del trabajo: concreto (el trabajo tiene valor de uso) y abstracto (produce valor de intercambio).

Si seguimos la lógica del primer capítulo de El Capital, el valor de uso adquiere el carácter de valor de cambio una vez que entra en el mercado. Aunque Marx nos da las claves para entender que en la relación «valor de uso + valor de cambio», el uso se halla determinado por el intercambio, porque la producción se estandariza de tal manera que crea un ítem intercambiable, por otro lado describe el proceso como si el valor, en lugar de nacer de un tipo de producción muy específico, apareciese después del momento productivo y se impusiera sobre el trabajo como una restricción exterior.

Si así fuera, la tarea de la revolución sería liberar a los productores de esta restricción.

Aunque Marx constantemente vincula el valor con el trabajo, no insiste en su origen en la producción, a partir de un determinado tipo de producción, en la que cada artículo se fabrica para y de acuerdo con el tiempo de trabajo necesario para realizarlo.

El comunismo, tal como lo ve Marx, es un mundo sin dinero basado en el trabajo comunal: el problema es que el trabajo es mucho más que la gente que se reúne en un taller para fabricar objetos. La producción de estos objetos se rige por el tiempo medio de trabajo incorporado en ellos.

Esto implica cuantificar el tiempo promedio de trabajo necesario para producir tal o cual objeto: en otras palabras, implica medir lo que Marx llama, con razón, valor. El valor es el tiempo, y la producción se rige por el tiempo, es decir, por la productividad: los procedimientos de fabricación se organizan para obtener el mayor rendimiento posible por unidad de tiempo. El trabajo es una actividad basada en el conteo de tiempo, y el conteo implica acortamiento.

Sin embargo, Marx trata el valor de uso como un resultado natural de la actividad humana, y le gustaría tener valores de uso sin valor de cambio. Pero el valor de uso es una categoría analítica que al mismo tiempo se opone al valor de cambio y lo supone: es imposible eliminar uno sin eliminar el otro.

La emancipación humana significa poner fin a las limitaciones de tiempo sobre la actividad productiva (y sobre toda la vida).

¿Por qué tal variación (o contradicción) en el desarrollo del pensamiento de Marx?

 «Marx ofreció mucho más de lo que era estrictamente necesario para la conducción práctica de la guerra de clases. No es cierto que Marx ya no sea suficiente para nuestras necesidades. Al contrario, nuestras necesidades no son todavía adecuadas para la utilización de las ideas de Marx.» (Rosa Luxemburgo, Estancamiento y progreso del marxismo, 1903)

 Esa idea no tan obvia, sugerida por Rosa Luxemburgo hace más de un siglo, se ha vuelto hoy mucho más relevante de lo que ella creía. Debido a los límites históricos del movimiento proletario de su época, debido a que «la humanidad siempre se fija sólo las tareas que puede resolver», Marx no pudo llevar sus propias intuiciones hasta sus últimas consecuencias. Ofreció todos los elementos necesarios para comprender que el valor se origina en la producción y se manifiesta en el intercambio, pero aún así presentó el intercambio -el mercado- como si determinara todo el proceso: por lo tanto, una producción sin mercado, es decir, un trabajo asociado, sería la clave de la emancipación. De ahí las variaciones en la crítica del trabajo hecha por Marx:

  1. ¿Abolir el trabajo o desearlo por sobre todo?

 En 1846 Marx afirmó que «la revolución comunista se dirige contra el modo de actividad precedente» y «elimina el trabajo» (La ideología alemana, Parte I, D).

En esto distaba mucho de identificar al hombre como homo faber, o como un «fabricante de herramientas» (B. Franklin).

Veinte años más tarde tiene lugar un cambio de énfasis: «Por lo tanto, en la medida en que el trabajo es creador de valor de uso, es trabajo útil, es una condición necesaria, independiente de toda forma de sociedad, para la existencia del género humano; es una necesidad eterna impuesta por la naturaleza, sin la cual no puede haber intercambios materiales entre el hombre y la naturaleza, y por lo tanto no puede haber vida». (El Capital, 1867, cap. 1, 2).

 En el primer capítulo de El Capital se afirma que el trabajo (no el trabajo asalariado, sino el trabajo en general) es algo que ha existido desde los albores de la humanidad y en casi todas las sociedades. Al ser abordado el metabolismo «hombre y naturaleza» como objeto de investigación bajo la categoría de «trabajo», el trabajo se convierte en un hecho natural eterno. Nos queda así la idea de que el trabajo, no el trabajo como lo conocemos hoy, sino lo que pudo haber sido en tiempos muy antiguos, antes de la propiedad privada, antes del dinero, las clases, etc., y lo que podría llegar a ser en el comunismo, es decir, el trabajo sin mercado de trabajo, es positivo y necesario.

En la Crítica del Programa Gotha (1875) se describe «una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva.»

Aquí Marx soltó lo que habría de convertirse en el ABC del marxismo: el proletario deja de serlo (es decir, un asalariado explotado por un patrón) cuando todo el mundo trabaja. Ahora bien, ¿cuál trabajo? ¿el trabajo asalariado? Marx procede como si la cuestión fuera irrelevante: en cuanto todos pertenezcamos a la comunidad del trabajo y ya no haya burgueses, extender el trabajo a todos resolverá la cuestión social. Deshacerse del capitalismo no es visto como la abolición del binomio capital/trabajo, sino como liberar el trabajo del capital, de su prisión alienada.

En los años 1840 Marx partió de un punto de vista radical que era completamente inaceptable en su tiempo (y ha permanecido así hasta ahora). Treinta años y unas cuantas derrotas proletarias más tarde, al decir que el trabajo debía volverse «la primera necesidad de la vida» ciertamente se refería a una completa reconfiguración de la actividad creadora, y si se da el caso de que rechazó lo que ahora llamamos «productivismo», no lo hizo de forma explícita. Para él, la emancipación de las clases trabajadoras requería un mayor desarrollo de las «fuerzas productivas». El hilo histórico que Marx estaba tejiendo en los años 1840 se demostró en contradicción con el movimiento obrero tal como se estaba desarrollando realmente (sindicatos, partidos, acción parlamentaria, etc.). Triste, pero lógicamente, la visión tardía de Marx siguió siendo obstaculizada por las imágenes capitalistas del futuro: sólo un crecimiento económico dirigido por los trabajadores liberaría finalmente a la humanidad.

  1. El tiempo como medida

 La medición (= acortamiento) es una necesidad resultante de la explotación de la mano de obra: productividad significa obtener más valor por unidad de tiempo. Marx es perfectamente consciente de que en el capitalismo, la competencia obliga a cada empresa a ser más competitiva que sus rivales, es decir, más capaz de recortar el costo de la mano de obra. Sin embargo, pese a ello escribe como si cuantificar la relación entre lo que entra y lo que sale en el proceso de producción fuese una constante humana:

«En todos los tipos de sociedad necesariamente hubo de interesar al hombre el tiempo de trabajo que insume la producción de los medios de subsistencia, aunque ese interés no fuera uniforme en los diversos estadios del desarrollo.» (El Capital, volumen I, cap.1, 4)

 Los manuscritos de 1857-58 (los Grundrisse) tienen la reputación de ser muy diferentes de los que forman El Capital. En muchos aspectos lo son, especialmente porque vinculan la explotación con la alienación. Sin embargo, en las páginas de los Grundrisse encontramos las mismas contradicciones que en los escritos publicados de Marx, tanto en lo que respecta al trabajo como en lo tocante al tiempo, conceptos que están de hecho entrelazados. El trabajo es explotación.  El tiempo es la medida del rendimiento de la explotación.

 «La verdadera economía -el ahorro- consiste en el ahorro de tiempo de trabajo (mínimo –y minimización- de los costos de producción). El ahorro de tiempo de trabajo [es] igual a un aumento del tiempo libre, es decir, tiempo para el pleno desarrollo del individuo (…)»

 «Ni qué decir tiene, por lo demás, que el mismo tiempo de trabajo inmediato no puede permanecer en la antítesis abstracta con el tiempo libre -tal como se presenta éste desde el punto de vista de la economía burguesa-. Al contrario de lo que quiere Fourier, el trabajo no puede volverse juego, pero a aquél le cabe el gran mérito de haber señalado que el objetivo último no era abolir la distribución, sino el modo de producción, incluso en su forma superior.»

 Es cierto que la vida y, desde luego, los actos productivos, requieren «el uso práctico de las manos y el libre movimiento corporal», e implican esfuerzo y fatiga, y debemos tenerlo en cuenta, especialmente contra el mito de la libertad inducida por la automatización. Sin embargo, la oposición entre trabajo y juego es un callejón sin salida: se trata de categorías históricas, no naturales.

No todo puede convertirse en diversión. De acuerdo. Pero dado que hay una diferencia entre producción y economía, la necesidad de esfuerzo no significa que éste tenga que tomar la forma de trabajo. No siempre es más agradable comer que cocinar. ¿Y lavar los platos? Si esta labor se convierte en un fastidio es por la naturaleza mecánica de las tareas domésticas (el 80% de las cuales siguen siendo realizadas por mujeres en Europa Occidental y Norteamérica), que reciben la doble presión del ahorro de tiempo y de la vida familiar tal y como la conocemos.

La reapropiación y modificación de nuestras condiciones de existencia implican nuevas relaciones entre hombre/mujer, pero también entre padre/hijo, adulto/joven, relaciones que requerirán otro hábitat, otra educación, etc.

Lo que leemos en los Grundrisse es tan profundo como ambiguo:

 «El capital mismo es la contradicción en proceso, [por el hecho de que] tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone el tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza.»

 «Cuanto más se desarrolla esta contradicción, tanto más evidente se hace que el crecimiento de las fuerzas de producción ya no puede estar ligado a la apropiación de trabajo excedente ajeno, sino que la masa obrera misma debe apropiarse de su plustrabajo. Una vez que haga – y con ello el tiempo disponible cesará de tener una existencia antitética -, por una parte el tiempo de trabajo necesario encontrará su medida en las necesidades del individuo social y por otra el desarrollo de la fuerza productiva social será tan rápido que, aunque ahora la producción se calcula en función de la riqueza común, crecerá el tiempo disponible de todos.»

El capitalismo «es así, a pesar de sí mismo, instrumental en la creación de los medios de tiempo social disponible, para reducir a un mínimo decreciente el tiempo de trabajo de toda la sociedad y así, volver libre el tiempo de todos para el propio desarrollo de los mismos. Su tendencia, empero, es siempre por un lado la de crear tiempo disponible, por otro la de convertirlo en trabajo excedente.»

 «Ya que la riqueza real es la fuerza productiva desarrollada de todos los individuos. Ya no es, en modo alguno, el tiempo de trabajo, la medida de la riqueza, sino el tiempo disponible.»

 Por definición, tiempo disponible es el que no ha sido empleado todavía, es todavía potencial, por lo tanto imposible de medir. Hay una diferencia entre decir «trabajaré en tu jardín mañana de 2 a 4», como diría alguien afiliado a un Sistema de Cambio Local (como intercambio de crédito sin intereses, este sistema se basa en la contabilización del tiempo de trabajo), que decir «te ayudaré en la jardinería mañana por la tarde», como diría un amigo. De modo que el tiempo disponible descrito por Marx parece romper con el valor. Pero la pregunta sigue siendo: en una sociedad futura, ¿este tiempo disponible se convertirá en la totalidad del tiempo, o simplemente se añadirá a un tiempo de trabajo siempre presente, incluso reducido a un par de horas al día? Más adelante, Marx define el «tiempo libre» como «el tiempo ocioso y también el que se dedica a una actividad más elevada», lo cual no nos ilumina mucho.

Marx planteó la cuestión de la «contabilidad del tiempo» (que es fundamental para la cuestión del trabajo), pero no pudo resolverla porque al abordarla no cuestionó todo lo que implica el tiempo (y su cálculo).

El tiempo es, en efecto, la dimensión de la liberación humana, siempre y cuando la medición del tiempo no se convierta en la medición del mundo y de nosotros mismos según el tiempo.

En la primera noche de la insurrección de París de 1830, «las esferas de las torres de relojes fueron tiroteadas al mismo tiempo e independientemente en varios lugares» (W. Benjamin), tal como relató poéticamente un testigo ocular que describió ese impulso a «disparar a las esferas de los relojes para hacer que el día se detuviera». Hoy en día, los primitivistas a veces se niegan a usar un reloj y no acuerdan una hora de encuentro a las 10 de la mañana o a las 4 de la tarde, sólo al amanecer o al atardecer. Es posible que una sociedad futura todavía prefiera usar relojes, relojes de calle o relojes de sol, pero los insurgentes de 1830 se hacían ya una idea de la tiranía del tiempo computarizado que se avecinaba.

  1. Planificación de la comunidad

 «Imaginémonos (…) una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social. El producto todo de la asociación es un producto social. (…) A los meros efectos de mantener el paralelo con la producción de mercancías, supongamos que la participación de cada productor en los medios de subsistencia esté determinada por su tiempo de trabajo.» (Capital, volumen I, cap. 1, 4)

Si Marx asume que el tiempo de trabajo regulará la producción, «a los meros efectos de mantener el paralelo con la producción de mercancías», esto es porque la suposición opuesta sería casi impensable. Aún cuando lo haga para permitir una comparación, su perspectiva consiste, de hecho, en reemplazar a los pequeños productores privados por el trabajo social, el dominio burgués por el dominio de la comunidad, y la anarquía y el despilfarro por la planificación democrática.

Todo el plan depende de la transparencia y la auto-comprensión: en el futuro, los seres humanos serán conscientes de lo que hacen. En el presente, la burguesía no sabe a qué equivale el tiempo de trabajo y no quiere saberlo, porque un cálculo exacto del tiempo de trabajo revelaría el alcance de la explotación al que es sometido. Exactamente lo contrario en el comunismo: en opinión de Marx, los productores asociados podrán computar el tiempo de trabajo necesario para cualquier cosa que fabriquen.

Marx se negó reiteradamente a dibujar planos para el futuro. Por esto resulta significativo que al abordar el tema en su Crítica del Programa de Gotha (1875), haya sugerido que en la «fase inferior» del comunismo se utilizaran bonos de trabajo, equivalentes a un valor sin dinero.

  1. Comunismo de consejos y tiempo de trabajo

En 1930 el grupo comunista de consejos holandés GIK (Grupo de Comunistas Internacionalistas de Holanda) publicó Principios fundamentales de la producción y distribución comunistas.

Después de haber sido miembro activo del KAPD, el alemán Jan Appel (1890-1985) tuvo que mudarse a Holanda donde se unió al GIK. Él había escrito un primer borrador del texto, que más tarde sería desarrollado en detalle por Paul Mattick.

El principio fundamental de esta elaboración es la «introducción de la Hora Social Media de Trabajo como unidad de regulación y control económico. (…) Todo el dinero será declarado sin valor y sólo los bonos de trabajo darán derecho al producto social. Este «dinero certificado» sólo podrá ser canjeado en las tiendas y almacenes cooperativos. La abolición repentina del dinero provocará una situación en la que, de forma igualmente súbita, todos los productos deberán tener su correspondiente TMRS (Tiempo Medio de Reproducción Social) estampado sobre ellos.» (Edición de 1930, Epílogo, § 2: «Del dinero al cálculo del tiempo de trabajo»)

Ahora bien, si el GIK le asignó un papel clave a la contabilidad del tiempo de trabajo, no lo hizo desde el punto de vista de un economista o de un técnico, porque ese método sería más eficiente o mejor adaptado a la industria moderna. En una breve nota autobiográfica (disponible en libcom.org escrita en 1966, Jan Appel dejó claro cuál era la idea que sustentaba el plan:

«(…) la contradicción más profunda e intensa de la sociedad humana reside en el hecho de que (…) el derecho de decisión sobre las condiciones de producción, sobre qué y cuánto se produce y en qué cantidad, es arrebatado a los propios productores y puesto en manos de órganos de poder altamente centralizados. Esta división básica de la sociedad humana sólo podrá ser superada cuando los productores asuman su derecho a ejercer control sobre las condiciones de su propia actividad, sobre lo que producen y cómo lo producen. (…) Constituye asimismo una concepción totalmente nueva el concentrar la atención (…) en el ejercicio del poder por parte de las organizaciones de fábrica, los Consejos Obreros, en su control sobre las fábricas y los lugares de trabajo; de modo tal que de ello derivase la unidad denominada Tiempo Medio de Reproducción Social, medida de los tiempos de producción de todos los bienes y servicios tanto en la producción como en la distribución.»

 Esto pone de relieve el objetivo principal del esquema: asegurarse de que todos los productores puedan entender cómo funciona la producción y así puedan tomar auténticas decisiones colectivas. Sólo los productores están en la mejor posición para saber lo que implica la producción en términos de recursos materiales y humanos, y la única manera de sintetizar todos los factores productivos es reducirlos a su común denominador: el trabajo humano, medido en tiempo, TMRS, el gran y justo simplificador. Por lo tanto, será necesario «adoptar como punto nodal de toda la actividad económica la duración del tiempo de trabajo empleado en la producción de todos los valores de uso, como medida equivalente que sustituya a los valores monetarios, y en torno a la cual girará toda la vida económica.»

Como se ha visto en los apartados 1 y 3, Marx estaba en contradicción consigo mismo cuando presentaba el tiempo de trabajo social como algo diferente y opuesto al valor, pero sus notas no llegaron a formular la idea de un plan definitivo completo. El TMRS implementado por el comunismo de consejos lleva esta contradicción a un grado en que resulta insostenible.

El burgués no sabe lo que es el valor: sólo se preocupa por la ganancia, el interés o la renta, y cuando los economistas discuten sobre el valor, se refieren a estas tres formas, no al valor marxista.

Sin embargo, según los comunistas de consejos, los productores asociados podrían evaluar la energía física-mental individual y colectiva necesaria para producir objetos, y medir ese esfuerzo en el tiempo. Olvidan que el tiempo de trabajo, por ser un promedio social, es difícilmente computable para una tarea u objeto específico. El valor existe, pero no como instrumento de técnica de gestión.

La utopía sin dinero llega muy lejos: mientras que el dinero es la herramienta natural de los ricos, la gente común en cambio quiere un estándar que provenga de ellos mismos, de quienes forjan las cosas reales, los creadores de las riquezas. Después de todo, cualquier esfuerzo puede ser reducido a un cierto esfuerzo medible en el tiempo (considerando la intensidad de la tarea y la habilidad involucrada). Con tal de ampliar el tiempo «libre», el objetivo es detectar cuáles son las «horas de trabajo» y reducirlas todo cuanto sea posible.

En relación con este asunto los comunistas de consejos propusieron una variante proletaria. Para evitar caer en el utopismo, el plan parte de tres postulados: la producción debe llevarse a cabo, no puede convertirse en juego, y su proceso es tan complejo que requiere planificación. La economía basada en el tiempo de trabajo cumple los tres requisitos. Permitiría la gestión por parte de de los propios trabajadores, a la vez que haría imposible la explotación: se puede acumular oro, monedas o billetes para contratar mano de obra, pero no se pueden acumular los bonos de tiempo de trabajo. Además, una economía basada en el tiempo de trabajo eliminaría el despilfarro y conciliaría la equidad con la eficiencia.

Un ensayo de 1994 describe «una sociedad basada en el tiempo de trabajo»:

 «La única manera en que el tiempo puede llegar a ser ‘libre’ es haciendo que los productos de ese tiempo también sean libres. Los productos de nuestro trabajo pueden ser comparados entre sí en términos del tiempo que se gasta en producirlos. Así que ahora podemos, si queremos, suprimir los precios, los mercados, etc. y hacer que la distribución de todos los productos sea «gratuita» a cambio del «tiempo» de los productores. Sólo cuando los propios productores conozcan los verdaderos costos de producción podrán controlar o gestionar el proceso de producción.» (El contenido de Socialismo/Comunismo, por D.G.: se puede leer en http://left-dis.nl/)

En tales planes, a pesar de la completa democracia obrera política y económica, el trabajo en tanto tal, como algo distinto del resto de la vida, no desaparece. Tampoco desaparece la economía como sistema social que eternamente opone y reconcilia los recursos y las necesidades. La izquierda holandesa y alemana no tuvo en cuenta que la economía no es lo mismo que la producción: la economía es la dominación de la producción (para el valor) sobre la sociedad.

El GIK situaba explícitamente a la empresa como una unidad económica ubicada al centro del sistema. Por supuesto, los comunistas de consejos eran conscientes del hecho ineludible de que algunas empresas, y algunos trabajadores dentro de cada empresa, serían más productivos que otros: pensaban que esto podría ser compensado con un complejo mecanismo regulador que Mattick había explicado en detalle en ¿Qué es el comunismo? (Correspondencia del Consejo Internacional, # 1, oct. 1934). Los diferenciales de productividad son compensados sin mayor dificultad sin que sea necesario obligar a ninguna empresa a aumentar su eficiencia productiva, porque todo el plan parte del supuesto de que ningún consejo de trabajadores a cargo de una empresa adulterará sus resultados y cifras: cuando el trabajo está al mando, actúa bien y es justo.

Lamentablemente, si el elemento regulador es el tiempo de trabajo, esto implica la obligación de ser productivos, y la productividad no es ningún sirviente: gobierna la producción. El taller pronto perdería el control sobre sus supervisores elegidos, y los co-organizadores designados democráticamente terminarían actuando como jefes. El sistema de consejos sobreviviría como una ilusión, y la gestión obrera llevaría de vuelta al capitalismo, o mejor dicho… el capitalismo nunca habría desaparecido. No podemos tener las dos cosas: o mantenemos el fundamento del valor, o prescindimos de él. No se puede cuadrar el círculo.

Este esquema es lo más cerca que se puede llegar de preservar las bases del capitalismo, pero poniéndolas bajo el control total de los trabajadores.

 

  1. Crítica de Bordiga

La visión del GIK y de Pannekoek nació como contrapunto a la Rusia leninista y luego estalinista, y se debió en gran medida al estado de ánimo que prevalecía a causa de la Depresión de los años 30. A lo largo de todo el espectro político, Otto Rühle, Bruno Rizzi, los trotskistas disidentes Burnham y Schachtman, los no marxistas Bérle y Means y muchos otros, estaban convencidos de que el capitalismo marchaba por su propio impulso hacia la planificación, la burocratización y la nacionalización. Durante la guerra, J. Schumpeter anunció el fin de la era de los empresarios privados, y para él la cuestión era si una nueva economía socializada estaría bajo un gobierno democrático o uno dictatorial. Después de 1945, esta percepción se vio reforzada por el creciente poder de la URSS y la victoria de Mao en China. Hoy en día la revista Socialisme ou Barbarie es reconocida como una eminente teorizadora de la burocratización mundial, pero opiniones como la suya eran frecuentes en ese período. Karl Korsch escribió en 1950 :

 «El control de los trabajadores sobre la producción de sus propias vidas no vendrá de que ocupen las posiciones, en el mercado internacional y mundial, abandonadas a causa de la competencia autodestructiva y supuestamente libre entre los dueños monopolistas de los medios de producción.

Tal control sólo puede resultar de la intervención planificada de todas las clases hoy excluidas de él en una producción que hoy ya tiende en todos los sentidos a ser regulada de forma monopolística y planificada.». (Diez tesis sobre el marxismo hoy)

Para los comunistas de consejos la cuestión revolucionaria se convirtió en cómo el trabajo podía tomar la dirección de un capitalismo cada vez más «organizado», para transformarlo en una economía socialista/comunista. Rusia jugó el papel de contramodelo. Tal como reza una de las ediciones del texto del GIK, el objetivo era que «una vez que los trabajadores hayan ganado el poder a través de sus organizaciones de masas», estarán en condiciones de «mantenerse en ese poder.».

 Bordiga se mantuvo al margen de estos debates, porque rechazó la noción de «burocracia» como nuevo agente social que vendría a desempeñar en el siglo XX un papel comparable al que había tenido la burguesía en la época anterior.

Aunque su teoría del partido difería de la de Lenin, mantuvo una constante posición pro-leninista. Esa persistencia le ayudó paradójicamente a comprender la naturaleza del capitalismo y del comunismo. Si le tomó tanto tiempo darse cuenta de que Rusia era un país capitalista y la Comintern una organización antirrevolucionaria, fue principalmente porque para él la oposición burocracia/bases nunca fue una cuestión central. No le dio crédito alguno a la teoría del «capitalismo burocrático»: la economía dirigida por el partido-estado en Rusia no difería en naturaleza del capitalismo occidental dirigido por la burguesía. El enigma no era la burocracia, sino las leyes económicas que la burocracia tenía que obedecer, y para Bordiga estas leyes eran tal como aparecen descritas en El Capital: acumulación de valor, intercambio de mercancías, disminución de la tasa de ganancia, etc. Sólo un relativo atraso impedía a Rusia exhibir las «usuales» manifestaciones de sobreproducción, que de todos modos se expresaba, sobre todo en el despilfarro. Durante la Guerra Fría, mientras muchos comunistas de consejos describían los regímenes burocráticos como el probable futuro del capitalismo en su conjunto, Bordiga previó que el dólar estadounidense penetraría en Rusia y terminaría por derribar los muros del Kremlin.

La izquierda germano-holandesa tenía razón al definir a la URSS como capitalista: lo erróneo era la razón por la que la definía como capitalista. Debido a que no había burguesía privada ni negocios de propiedad privada, y debido a que la competencia parecía inexistente, los comunistas de consejos creían que la Rusia de Stalin había alterado por lo menos algunos de los fundamentos descritos por

Marx. La izquierda germano-holandesa insistió en que la economía estaba bajo control de la burocracia, oponiendo a ello la consigna de gestión obrera. Bordiga por su parte afirmó que no había necesidad de un nuevo programa: la gestión obrera es un asunto secundario, lo central es que los trabajadores sólo podrán gestionar la economía si se suprimen las relaciones de mercado y de valor.

No hace falta decir que las contundentes objeciones de Bordiga quedaron sin respuesta, en parte porque provenían de un firme defensor de Lenin.

Pero el debate va mucho más allá del análisis del capitalismo burocrático o de Estado.

En su época marxista, C. Castoriadis (que entonces escribía como P. Chaulieu) consideraba el valor como un mero instrumento de medida, un concepto útil, no como la realidad del capital. En Marx y Keynes (1969), Mattick interpretó el análisis del valor como una crítica a la naturaleza superficial de la economía clásica: no lo vio como un mecanismo social que es propio del capitalismo.

Aunque es esencial para el capitalismo, el valor no nació con él. El valor es el resultado de la división social del trabajo entre productores privados independientes. Permite la intercambiabilidad de los productos. En el mundo capitalista de las empresas competidoras, cada una de las cuales trata de maximizar sus beneficios, el valor funciona como un mecanismo de regulación.

Para Bordiga el trabajo asalariado y el valor eran esenciales en la definición de capitalismo, y es por esto que pudo entender mejor lo que era la URSS. Al mismo tiempo, al desestimar las teorías sobre la burocracia o sobre el capitalismo de Estado, no prestó atención al problema burocrático, que es real, no en el sentido germano-holandés que le da preeminencia, sino en el sentido de que no habrá revolución sin auto-actividad proletaria. «El movimiento proletario es el movimiento autoconsciente e independiente de la inmensa mayoría, en interés de la inmensa mayoría.» (Manifiesto Comunista, capítulo 1, el subrayado es nuestro). La izquierda holandesa y alemana fue una de las pocas que se tomó estas palabras en serio. En resumen, Bordiga pensaba que el comunismo se podía lograr de arriba hacia abajo. El consejismo priorizó la democracia obrera (y algunos como Castoriadis, al final, la democracia a secas). Bordiga priorizó la dictadura. Sin embargo, su consistencia en definir el comunismo no como una cuestión de conciencia ni como un asunto de gestión, sigue siendo válida y esencial (sin olvidar que el comunismo de Bordiga difiere del nuestro. Él quería eliminar el valor, pero perdió de vista la conexión entre el valor y el tiempo, el valor y la productividad. Su visión sigue siendo la de una comunidad de productores que consigue ajustar los recursos y las necesidades gracias a una planificación global eficiente. Bordiga no hizo ninguna crítica de la economía en cuanto tal).

  1. ¿Se suprime a sí mismo el valor?

 Un episodio más en la saga del valor…

Si la revolución es una ruptura completa con el capitalismo, esto plantea la pregunta de qué es lo que la desencadena. El proletariado hace la revolución, sin duda, pero Marx a menudo presenta la acción proletaria como un efecto colateral de la industrialización, como si el desarrollo de las fuerzas productivas no sólo contribuyera a la revolución, sino que fuera su causa principal. Esto es lo que Marx sugiere en relación con las primeras máquinas automatizadas, con especial referencia al pionero de la informática Ch. Babbage :

 «Así como con el desarrollo de la gran industria la base sobre la que ésta se funda -la apropiación del tiempo de trabajo ajeno- cesa de constituir o crear la riqueza, del mismo modo el trabajo inmediato cesa, con aquélla, de ser, en cuanto tal, base de la producción, por un lado porque se transforma en una actividad más vigilante y reguladora, pero también porque el producto deja de ser producto del trabajo inmediato, aislado, y más bien y es la combinación de la actividad social la que se presenta como la productora.» (Grundrisse)

 «Tan pronto como el trabajo en forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de uso. (…) Con ello se desploma la producción basada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo.» (Grundrisse)

 En otras palabras, cuando se hace imposible rastrear la contribución personal de cada trabajador individual a la creación de riqueza, la ley del valor (la regulación de la producción y la circulación de bienes por la cantidad de tiempo de trabajo medio necesario para producirlos) obstaculiza el progreso económico y muta en un absurdo que desencadena el cambio histórico.

En el pasado, el creciente poder mercantil había hecho saltar los grilletes feudales y había reemplazado a la aristocracia por el dominio burgués. Pronto el empuje industrial, la socialización económica y la concentración de las masas de trabajadores resultaría incompatible con la propiedad privada y la dominación burguesa. La revolución proletaria era concebida según el modelo de la revolución burguesa democrática. El autor de El Capital participó de la creencia de su época en el progreso histórico, añadiendo un giro revolucionario: el desarrollo capitalista lleva al comunismo.

No se puede simplistamente reducir a Marx a esta posición, pero en su obra hay suficiente para garantizarla. En su análisis está presente la tensión de la época del triunfo burgués: el «trabajo social» implica la posibilidad de rechazar toda forma de práctica alienada, pero el concepto osciló entre la utopía de los años 1840 y la política práctica de los años siguientes. Más o menos al mismo tiempo que los Grundrisse, Marx escribía que

«Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes (…) De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella…» (prefacio a su Contribución a la Crítica de la Economía Política, publicada en 1859)

En ese linaje se ha hablado mucho del cambio que inevitablemente causaría la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Ya sea en su versión antigua (los propietarios privados no pueden gestionar grandes empresas industriales, por lo tanto el trabajo tendrá que obligadamente tomar el control), o en términos más modernos (los banqueros y comerciantes no pueden gestionar la economía del conocimiento, por lo que nosotros, el 99%, pronto nos haremos cargo del mundo), esta contradicción sigue presentándose como la fuerza motriz de la historia y el medio definitivo e inexorable de la emancipación.  Esto sale de los escritos de Marx y Engels: tal como se explica en la conclusión del volumen I de El Capital, «la producción capitalista engendra, con la inexorabilidad de una ley de la Naturaleza, su propia negación.»

Esta «expropiación de unos pocos usurpadores por la masa del pueblo» será posible cuando el desarrollo capitalista ( = el desarrollo de las fuerzas productivas) haga inútil y absurda la coexistencia de clases explotadoras y explotados. Los Grundrisse exponen la misma dialéctica:

 «Así como el sistema de la economía burguesa para nosotros se ha desarrollado tan sólo poco a poco, otro tanto ocurre con la negacióndel sistema mismo, negación que es el resultado último de esa economía.»

 Muchos pensadores (son legión) se han esforzado por demostrar cómo la «ley del valor» tiende a abolirse a sí misma (la palabra ley es típica del declive de la crítica en la ciencia). Esos teóricos anuncian el advenimiento de una época en que el tiempo medio de trabajo social se transformará en una medida inadecuada y en un regulador ineficaz. Tarde o temprano, la propia socialización del trabajo asalariado hará caer el sistema como un marco ya anticuado.

Esto es lo mismo que un cambio revolucionario sin revolución.

No. No existe un punto de inflexión en el que el sistema de trabajo asalariado se anularía a sí mismo. No esperemos que las contradicciones capitalistas resuelvan las del proletariado, porque el proletariado también es una contradicción: está situado tanto en el corazón como fuera del capitalismo. Las teorías de la autodestrucción (violenta o gradual) del capital esquivan esta contradicción, que tiene que ver con la lucha de clases. En particular, dado que ningún gasto de esfuerzo físico o mental puede desglosarse con precisión en segundos y minutos, el sometimiento completo del trabajo por parte del capital es imposible. La lucha de los proletarios contra el capital se basa en su resistencia a quedar reducidos a aquello en lo que la burguesía los convierte: actividad encadenada y ceñida al tiempo productivo.

 Marx como marxista

 Para distinguir entre Marx y sus muchos sucesores no revolucionarios, los radicales han dicho a menudo que el propio Marx fue la primera y probablemente la mejor crítica al marxismo (yo también lo dije).

A veces el camino hacia el error está pavimentado con buenas intenciones.

Tan pronto como surgió el «marxismo», los marxistas empezaron a revisar los escritos de Marx para encontrar la demostración de que un día la propia socialización capitalista impediría que el capitalismo se perpetuara. Esta podría ser una buena definición del marxismo, en realidad: reemplazar la acción proletaria por una evolución pacífica o por una catástrofe beneficiosa, pero en todo caso un proceso cuasi-natural. A finales del siglo XIX, este límite estructural era percibido en la contradicción entre la propiedad burguesa y un florecimiento productivo tan grande que incluso los cárteles y fideicomisos serían incapaces de dominarlo. Cuando se publicaron los volúmenes II y III de El Capital, éstos fueron leídos como prueba de que la reproducción ampliada del capital llegaría inevitablemente a un punto de ruptura.

Hoy en día, el análisis pasa de la crisis económica a la social, y del trabajador al pueblo como agente de cambio. Gracias a la disponibilidad de los manuscritos de 1857-58, se dice que hoy el límite está dado por las actuales fuentes de riqueza, que excederían tan ampliamente la estructura capitalista que estarían llamando sin más a su supresión, como una tela que se revienta por las costuras. Toni Negri no será el último en leer en los Grundrisse que el valor (la regulación de la producción por el tiempo de trabajo, por la búsqueda del mínimo costo de producción) ya ha dejado de regir la sociedad moderna: según T. Negri, el mundo depende ahora del intelecto general o social (Marx más allá de Marx. Lecciones sobre los Grundrisse, Autonomedia, 1991). Todo lo que tendríamos que hacer (y probablemente esto incluiría a más o menos el 99% de la población) es tomar conciencia de esta discrepancia histórica, convertir la evolución potencial en un cambio efectivo, y la sociedad se transformaría.

En términos sencillos: tanto en el siglo XXI como en 1900, las fuerzas productivas aparecen como antagonistas del valor y el trabajo asalariado, y a punto de escapar al control burgués.

Esta interpretación es parcial pero, como se explicó anteriormente, no es infiel a la letra y el espíritu de Marx.

Se trata de más que un simple contraste entre el joven Marx y el viejo. En sus escritos las contradicciones abundaban (y los impulsaban) de principio a fin. Siguió un camino consistente y discontinuo desde los manuscritos inéditos de 1840 hasta los manuscritos (a menudo igualmente inéditos) de los años posteriores. En la década de 1860, al mismo tiempo que expresó una visión de largo alcance en lo que se conoce como los Grundrisse, no llegó nunca a terminar su obra maestra, El Capital. El título señala claramente la prioridad de Marx: un esfuerzo de 20 o 30 años para sumergirse en los entresijos del capitalismo a fin de comprender su posible derrocamiento. El medio se convirtió en un fin: cuanto más intentaba llegar a lo esencial del proletariado, más se adentraba en el estudio del capitalismo. La procrastinación es con frecuencia una señal de que el problema y la solución se hallan indisolublemente mezclados.

No hay duda de que, si criticamos a Marx, es con la ayuda del propio Marx; y de que los textos

Marxianos tienen que leerse como «una descripción de los rasgos de la sociedad comunista», como escribió Bordiga hace más de 50 años. Este es uno de los comentarios más esclarecedores que se han hecho acerca de Marx, sin dejar de advertir que ya no podemos concebir el comunismo tal como lo hizo Bordiga (ver nuestro comentario al final del § 6). Dicho esto, ¿qué fue lo que dominó la vida y la obra de Marx? No sólo dejó de lado sus intuiciones literalmente cegadoras, sino que incluso esas intuiciones le llevaron a mezclar la superación de la economía con el proyecto de una economía comunitaria (ver arriba el § 4). Marx fue más crítico con el dinero y la mercancía que con el trabajo y la productividad. Si le dio menos importancia a la revitalización comunista de la comuna campesina rusa que a la industrialización mundial, fue porque el avance capitalista iba de la mano de un movimiento obrero ascendente que él veía como esencial.

 «(…) el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Y sólo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a favor del libre cambio.» (Discurso sobre el libre cambio, enero de 1848)

Nadie está libre de los límites de la época en que le tocó vivir, y nosotros somos tan obsolescentes como lo fueron Marx y Engels.

Entender el comunismo implica distinguir a Marx del marxismo sin negar el vínculo entre ambos. De lo contrario, nos arriesgaríamos a inventar un Marx acorde con nuestros deseos, o (peor) con los aires de nuestro tiempo. Ya se ha escrito sobre un Marx que fue ecologista antes de la ecología. Tal vez pronto nos hablen de un Marx esotérico que teorizó sobre el género.

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