[Chile] El reformismo nunca ha hecho revoluciones

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 Panfleto difundido en las calles durante la jornada de conmemoración de un nuevo 11 de septiembre. Con la memoria viva hasta conquistar nuestro futuro. Quienes hacen revoluciones a medias cavan su propia tumba.

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EL REFORMISMO NUNCA HA HECHO REVOLUCIONES

Cuando l@s explotad@s deciden confiar el destino de sus vidas en sus propias manos, todos aquellos sectores cuya existencia depende de la explotación se unen en su contra, aplicando diversas estrategias para contenerl@s y derrotarl@s. Así, se comprometen de derecha a izquierda todos los partidos que defienden las categorías fundamentales de la civilización capitalista.

En los años 60-70 se vivía una inmensa oleada revolucionaria internacional, y en Chile se gestaba un proceso que captaba la atención del mundo entero. Este proceso no se encontraba acotado a los avatares de la alianza reformista de la Unidad Popular, con Allende a la cabeza. Por el contrario, emergía de un creciente movimiento social que se expresaba heterogéneamente en ocupaciones de fábricas, tomas de fundos y terrenos, comedores populares, asociaciones culturales, y una amplia gama de experiencias comunitarias y anticapitalistas. Como sucede en estos casos, este movimiento chocaba tanto contra limitaciones que surgían y se potenciaban desde su propia dinámica interna, como contra la continua y feroz represión estatal (se registraron varias matanzas en pocos años, como la de Pampa Irigoin en Puerto Montt en 1969, bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva, cuando 11 poblador@s son asesinad@s, incluyendo un lactante de 3 meses) y el encuadramiento reformista.

Apoyada en estas luchas, la UP logra llegar al gobierno en 1970, para aplicar un programa socialdemócrata mientras combatía abiertamente a quienes rompían por debajo con los marcos de la legalidad burguesa y se atrevían a actuar autónomamente.

Durante tres años la actividad autónoma de obrer@s, campesin@s y poblador@s, que daba frutos con la conformación de los cordones industriales, la expropiación de fundos a un ritmo que la UP no podía —a pesar de sus esfuerzos— controlar, o los comandos comunales y las juntas de abastecimiento y precios (JAP), se fue haciendo cada vez más intolerable para la clase capitalista.

El sanguinario golpe militar ocurre entonces como última medida para resguardar a la clase dominante, enmarcándose en la respuesta contrarrevolucionaria que en todo el globo reestructuraba al Capital en crisis. Pero su éxito en derrotar al proletariado no se explica sin la constante labor reaccionaria de la propia izquierda, que lo desorganiza, reprime y literalmente desarma.

«Cuarenta y cinco días antes del golpe Allende consideraba que los principales problemas del país eran las demandas salariales excesivas de los obreros, su ‘economicismo’, y el ‘paralelismo sindical’ de los cordones industriales. Pronunció un severo sermón contra la clase obrera y aclaró tajantemente: ‘ESTE PAIS VIVE UN PROCESO CAPITALISTA’; anunció una severa política salarial advirtiendo que en el año próximo los reajustes de sueldos podrían ser inferiores al alza del costo de la vida, aclaró que las FF.AA. seguirían aplicando estrictamente la ley de control de armas y sugirió, en medio de una ovación de sus anfitriones ‘comunistas’ que el MIR podría estar actuando en complicidad con la CIA. Como vemos, una excelente política para preparar al proletariado para los enfrentamientos que se avecinaban»[1].

Se hace ineludible ponderar entonces el rol desmovilizador de la izquierda del capital, que se mueve dentro del marco político burgués y que no se propone otra cosa que el reacomodo de las lógicas mercantiles, haciendo por tanto un balance de su papel en los 70 y el que ha desempeñado desde la revuelta de 2019, principalmente  través de los partidos hoy en el gobierno (P”C” y FA), pero también de aquellos grupos que le entregan su “apoyo crítico”, secundándolos en su maniobras con la pretensión “ingenua” de “desbordarlos”. De esta manera, a partir del “Pacto por la Paz y la Nueva Constitución” firmado por la casi totalidad de partidos políticos con representación parlamentaria el 15 de noviembre de 2019, todo el partido del orden se ha dedicado a diluir la potencia del imponente movimiento desarrollado desde las jornadas históricas del 18-19 de octubre. Su objetivo explícito fue salvar la institucionalidad, gobierno y congreso principalmente, a través de sucesivos eventos electorales que secuestraron la autoactividad de la clase, saboteando las nacientes Asambleas Territoriales, y potenciando el sentido común propio de esta sociedad organizada en torno a la explotación  y dominación social y, por tanto, del fetichismo estatal. Este es el objetivo declarado del proceso constituyente. Su rol fue ciertamente efectivo: las campañas electorales, primero para el plebiscito de entrada, y luego para la elección de constituyentes y otras más (entre las que destaca la presidencial de 2021) sirvieron al propósito de despejar relativamente las calles, quitar fuerza a varias expresiones de autoorganización y luchas reivindicativas, además de otorgar impunidad a los responsables del terrorismo estatal y reafirmar la prisión política para decenas de pres@s de la revuelta. Pero para las ilusiones de un amplio sector que veía en la confección de una nueva constitución una vía para acceder a derechos sociales, este camino resultó en un estrepitoso fracaso, consumado el pasado 4 de septiembre.

El proletariado no se moviliza tras consignas ideológicas ni promesas que se le presentan como ajenas, sino por sus necesidades concretas, lo que no significa que no pueda actuar de forma consciente. La reducción y codificación de las luchas reivindicativas proletarias en categorías propias de los nichos del mercado académico no tienen otro efecto que fragmentar las luchas, aislarlas y finalmente desconectarlas de su sentido original, imponiéndolas luego como algo externo y sembrando la decepción e impotencia. Este es uno de los factores que se encuentra tras la apabullante derrota electoral del “apruebismo”. Además de una pésima campaña, los grupos políticos reaccionarios supieron sacar mejor provecho de temas como la unidad nacional, la seguridad y el orden, que son “propios” de su “ámbito”. Temas que la izquierda del capital no busca nunca tratar en profundidad, sino que, hermanada con sus rivales de derecha, utiliza también de forma proselitista. Consignas patrioteras, respuestas a las mentiras y “campañas del terror” de la derecha que hacen todo lo posible por desmarcarse de cualquier amenaza real al poder y sus lacayos, centralidad de la familia y otros valores rancios, incluyendo el sexismo, racismo y homofobia, son elementos muy comunes de observar en sectores supuestamente críticos, lo que llegó al paroxismo luego del reciente triunfo del “rechazo”, en la que se observó una verdadera ola de desprecio hacia el “populacho” por quienes pretendían luchar en su nombre.

Tanto los procesos de los años 70 como los de 2019 en adelante, interrumpen su extensión y profundización cuando no dirigen sus críticas y sus luchas contra el núcleo de las relaciones capitalistas (trabajo, dinero, valor) y al Estado como tal. Las lecciones evidentes acerca del papel de los sectores reformistas, que no son solo una versión moderada dentro de las luchas contra el capital, sino que poseen objetivos radicalmente distintos (preservación del orden social capitalista versus su negación radical y superación), no deben ser escondidas bajo la alfombra para volver a desfilar hacia el matadero.

Nuestro camino no es la integración en la política actual sino su destrucción. Esta es una necesidad que surge de las mismas experiencias. Seguir dándose de cabeza contra el muro institucional, pidiendo una y otra vez una “verdadera y democrática” asamblea constituyente y nueva constitución, en lugar de crear y potenciar nuestros propios espacios, fortalecer los lazos y las discusiones fraternas entre individuos y colectividades, y conformar relaciones solidarias que respondan a nuestras necesidades más acuciantes e inmediatas, no puede ser la senda a seguir.

No olvidamos a nuestr@s caíd@s. No perdonamos a l@s asesin@s, torturador@s y sus cómplices de derecha e izquierda.                  

¡QUE LA MEMORIA HISTÓRICA SEPULTE A QUIENES CONDENAN LA VIOLENCIA PROLETARIA!

Vamos Hacia la Vida – septiembre 2022

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Notas                                                                

[1]     Helios Prieto (1973) Chile: los gorilas estaban entre nosotros. Se puede descargar junto a otros materiales relacionados desde acá: http://el-radical-libre.blogspot.com/2019/09/la-dictadura-del-capital-es-permanente.html

Chile: El fin de la UP y la reemergencia del proletariado

La Unidad Popular y el golpe de septiembre de 1973

Pocos días antes del “golpe” de setiembre de 1973 los Cordones Industriales, dirigían una carta a Allende en la que se le decía que de continuar la línea política aplicada hasta el momento, “será responsable de llevar al país, no a una guerra civil que ya está en pleno desarrollo, sino a la masacre fría, planificada de la clase obrera” (1).

Sin más, eso fue lo que sucedió en 1973. No fue una guerra de clases la que hubo luego de septiembre, sino la masacre de un proletariado desorganizado, desarmado, desorientado. La guerra de clases, la burguesía ya la había ganado. En efecto lo decisivo en la guerra, había sido aquella desorganización, y no la ejecución de los desarmados que –como luego de septiembre de 1973- es siempre una consecuencia inevitable.

El reparto del trabajo entre los distintos componentes del Estado burgués (Democracia Cristiana, Unidad Popular, Ejército…) había sido perfecto, salvo casos marginales, no hubo ataque frontal y organizado contra el Estado del capital.

Sin embargo, la Unidad Popular (2) había cumplido su función histórica, había sido decisiva en la preparación de la masacre, pero lamentablemente para ella, el proletariado lo había sentido, intuido y en algunos casos comprendido explícitamente. El hecho de que se le gritase abiertamente al “compañero Allende” que su política preparaba el camino, no para la guerra civil, sino para la masacre planificada de la clase obrera, indicaba al mismo tiempo que la hora había llegado para los de la Unidad Popular: su juego había quedado al descubierto.

Para realizar la masacre, el capital prefirió a los pinochetistas, lo que permitiría enviar las otras fracciones políticas de la burguesía e intentar una cura de credibilización en la oposición. Sigue leyendo

A 40 años del golpe: Desmitificar nuestra historia, romper con toda idolatría y continuar la lucha revolucionaria por fuera y en contra de la institucionalidad capitalista.

Pinochet fue designado comandante en jefe del Ejército de Chile el 23 de agosto de 1973 por el socialdemocrata antifascista Salvador Allende.

“En cambio, las revoluciones proletarias (…) se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Hic Rhodus, hic salta!

¡Aquí está la rosa, baila aquí!” (K. Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1852)

La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimiento histórico. En Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como la clase vengadora que lleva hasta el final la obra de liberación en nombre de generaciones vencidas. Esta consciencia (…) le ha resultado desde siempre chabacana a la socialdemocracia (…). Se ha complacido en cambio en asignar a la clase obrera el papel de redentora de generaciones futuras. Con ello ha cortado los nervios de su fuerza mejor. La clase desaprendió en esta escuela tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Puesto que ambos se alimentan de la imagen de los antecesores esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados.” (W. Benjamin, Tesis de filosofía de la historia, 1940)

“Y si queremos en la próxima revolución dejar las puertas abiertas a la reacción (…), no tenemos más que confiar nuestros asuntos a un gobierno representativo, a un ministerio armado de todos los poderes que hoy posee. La dictadura reaccionaria, roja en un principio, palideciendo a medida que se siente más fuerte sobre su asiento, no se hará esperar, porque tendrá a su disposición todos los instrumentos de dominación y los pondrá inmediatamente a su servicio”. (P. Kropotkin, El gobierno representativo, 1880)

No podemos, como explotadas/os que aspiramos a dejar de ser tales, relegar nuestra historia a la mera cronología de sucesos aparentemente aislados, a la mitificación nostálgica del pasado, a la recuperación ideológica que pretenden perpetrar las decenas de versiones (de izquierda y derecha) en que se presenta el “partido del orden”[1]. Nuestra mirada de las distintas experiencias que a través de los años han cuestionado el orden social impuesto, a partir de las cuales se ha llegado a comprender la necesidad ineludible del derribamiento revolucionario de las relaciones e instituciones capitalistas, responsables del mantenimiento de las condiciones de miseria general, debe posicionarse en ruptura con todos esos intentos de deformación histórica, si es que sinceramente deseamos extraer del pasado lecciones útiles para encarar el presente. Esto, por cierto, no significa clamar por una revisión “objetiva” de los procesos históricos. Tal pretensión academicista requeriría situarse en una posición neutral que simplemente no existe. Por el contrario, aspiramos a un examen crítico de la historia que sea capaz de comprender las verdaderas potencialidades que encarnaban ciertos fenómenos y experiencias, a la vez que intenta vislumbrar sus errores y límites, sin dejar de lado el contexto social-histórico dentro del que surgen. Y, ante todo, no buscamos las respuestas a las derrotas de nuestra clase en los “errores” en que las camarillas políticas, arrogándose la representación del “pueblo”, hayan podido incurrir, sino precisamente en aquellas/os en cuyo nombre se pretendía actuar. Es en este sentido que rescatamos la herencia rebelde de aquella experiencia subversiva que agitó las frías aguas de la sociedad capitalista chilena durante los años 60 y 70, obligando a la reacción a utilizar sus recursos más sanguinarios para ponerle freno -como parte de la reacción mundial frente a la gran oleada revolucionaria que sacudió a todo el mundo durante aquel periodo-, mediante el golpe militar y la represión más dura ejercida por los aparatos de seguridad de la dictadura. Lo importante, en cualquier caso, es comprender que tal derrota se vio inmensamente favorecida por la desactivación de las experiencias radicales llevada a cabo por la social-democracia durante los años previos, proceso que compromete a prácticamente todo el aparataje político que se hacía llamar revolucionario, participando directamente en el estado burgués, o actuando como su ala izquierdista “crítica”. Sigue leyendo

Extraña derrota: La revolución chilena, 1973 – PointBlank!

PointBlank! fue un agrupamiento revolucionario de inspiración situacionista y consejista que existió en Estados Unidos durante los años 70. El documento reproducido más abajo, cuya traducción realizada por Columna Negra hemos levemente modificado en esta edición, constata vehementemente algunas lúcidas posiciones frente al proceso revolucionario experimentado bajo el gobierno de la social-demócrata Unidad Popular y el posterior golpe militar. Además del valor que tiene en sí mismo, como evidencia de las coetáneas críticas revolucionarias a la actividad reaccionaria del reformismo representado por la UP y su ala izquierdista, el contenido defendido  en las siguientes líneas refleja en general la necesidad vital del proletariado de realizar sus luchas autónomamente hasta alcanzar su real emancipación, por tanto lo certero de su críticas y sus posiciones no dejan de estar vigentes. No obstante, este no es un documento historiográfico, y fue realizado en fechas inmediatamente posteriores al golpe, por compañeros geográficamente lejanos. Por lo mismo, pueden existir unas cuantas inconsistencias históricas, las que esperamos sepan ser criticadas y comprendidas en su contexto. El documento original en inglés puede ser descargado desde el sitio libcom.org.

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I

En la arena espectacular de los acontecimientos reconocidos como “noticias”, el funeral de la social-democracia en Chile ha sido orquestado como un gran drama por aquellos que entienden el ascenso y caída de los gobiernos de forma más intuitiva: otros especialistas del poder. Las últimas escenas en el guión chileno han sido escritas en varios campos políticos de acuerdo con los requerimientos de ideologías particulares. Algunos han venido a enterrar a Allende, otros a alabarlo. Aún otros claman un reconocimiento ex post facto de sus errores. Cualesquiera sean los sentimientos expresados, estos obituarios han sido escritos con mucha antelación. Los organizadores de la “opinión pública” sólo pueden reaccionar reflexivamente y con una distorsión característica de los propios acontecimientos.

En tanto los respectivos bloques de la opinión mundial “escogen su lado”, la tragedia chilena es reproducida como farsa a una escala internacional; la lucha de clases en Chile es disimulada como un seudo-conflicto entre ideologías rivales. En las discusiones ideológicas nada será oído de aquellos/as para los/as que el “socialismo” del régimen de Allende estaba supuestamente dirigido: los/as trabajadores/as y campesinos/as. Su silencio ha sido asegurado no sólo por quienes los ametrallaron en sus fábricas, campos y casas, sino también por quienes pretendieron (y continúan pretendiendo) representar sus “intereses”. Pese a mil falsificaciones, las fuerzas que estuvieron involucradas en el “experimento chileno” todavía no se han agotado. Su contenido real será establecido sólo cuando las formas de su interpretación hayan sido desmitificadas.

Por encima de todo, Chile ha fascinado a la llamada Izquierda en cada país. Y documentando las atrocidades de la presente junta, cada partido y secta intenta conciliar las estupideces de sus análisis previos. Desde los burócratas-en-el-poder en Moscú, Pekín y La Habana, a los burócratas-en-el-exilio de los movimientos trotskistas, un coro litúrgico de pretendientes izquierdistas ofrecen sus evaluaciones post-mortem de Chile, con conclusiones tan previsibles como su retórica. Las diferencias entre ellos sólo son de matiz jerárquico; comparten una terminología leninista que expresa 50 años de contrarrevolución a lo largo del mundo.

Los partidos estalinistas de Occidente y los estados “socialistas” ven, con justa razón, la derrota de Allende como su propia derrota: él era uno de los suyos –un hombre de Estado. Con la falsa lógica que constituye un mecanismo esencial de su poder, aquellos que saben mucho sobre el Estado y (derrota de) la Revolución condenan el derrocamiento de un régimen burgués, constitucional. Por su parte, los impostores “izquierdistas” del trotskismo y maoísmo sólo pueden lamentar la ausencia de un “partido de vanguardia” –el deus ex machina del bolchevismo senil- en Chile. Aquellos quienes han heredado la derrota de la revolución en Kronstadt y Shangai saben de lo que hablan: el proyecto leninista requiere la imposición absoluta de una deformada “conciencia de clase” (la conciencia de una burocrática clase dominante) sobre quienes en sus designios son sólo “las masas”.

Las dimensiones de la “revolución chilena” se encuentran fuera de los límites de cualquier doctrina particular. Mientras los “anti-imperialistas” del mundo denuncian –desde una segura distancia – los espantajos muy convenientes de la CIA, las razones reales de la derrota del proletariado chileno deben ser buscadas en otra parte. Allende, el mártir, fue el mismo Allende que desarmó las milicias obreras de Santiago y Valparaíso en las semanas previas al golpe y las dejó indefensas ante los militares, cuyos oficiales ya estaban en su gabinete. Estas acciones no pueden simplemente ser explicadas como “colaboración de clase” o una “traición”. Las condiciones para la extraña derrota de la Unidad Popular fueron preparadas con mucha antelación. Las contradicciones sociales que emergieron en las calles y campos de Chile durante agosto y septiembre no fueron simplemente divisiones entre “Izquierda” y “Derecha”, sino que involucraban una contradicción entre el proletariado chileno y los políticos de todos los partidos, incluyendo aquellos que posaban como los más “revolucionarios”. En un país “subdesarrollado”, una lucha de clases altamente desarrollada había surgido, amenazando las posiciones de todos aquellos que deseaban mantener el subdesarrollo, tanto económicamente a través de la dominación imperialista continuada, como políticamente a través del retardo de un auténtico poder proletario en Chile.

II

En todas partes, la expansión del capital crea su aparente oposición en la forma de movimientos nacionalistas que persiguen apropiarse de los medios de producción “en nombre” de los/as explotados/as y, de este modo, apropiarse del poder social y político para sí mismos. La extracción imperialista de plusvalor tiene sus consecuencias sociales y políticas no sólo en la pobreza forzada de las personas que deben convertirse en sus trabajadores/as, sino también en el rol secundario asignado a la burguesía local, que es incapaz de establecer su hegemonía completa sobre la sociedad. Es precisamente este vacío el que los movimientos de «liberación nacional» buscan ocupar, asumiendo así el rol dirigencial no cumplido por la burguesía dependiente. Este proceso  ha tomado muchas formas –desde la xenofobia religiosa de Gadafi a la religión burocrática de Mao-, pero en cada instancia las órdenes de marcha del “anti-imperialismo” son las mismas, y quienes las dan están en idénticas posiciones de mando.

La distorsión imperialista de la economía chilena proveyó una apertura para un movimiento popular que pretendía establecer una base de capital nacional. No obstante, el estatus económico relativamente avanzado de chile, impidió el tipo de desarrollo burocrático que ha llegado al poder por la fuerza de las armas en otras áreas del “Tercer Mundo” (un término que ha sido usado para conciliar las reales divisiones de clase en esos países). El hecho de que la “progresista” Unidad Popular fuese capaz de lograr una victoria electoral como una coalición reformista, fue un reflejo de la peculiar estructura social en Chile, que era en muchos aspectos similar a aquella de los países capitalistas avanzados. Al mismo tiempo, la industrialización capitalista creó las condiciones para  la posible superación de esta alternativa burocrática en la forma de un proletariado rural y urbano, que emergió como la clase más importante y con aspiraciones revolucionarias. En Chile, demócrata-cristianos y social-demócratas debían ser los adversarios de cualquier solución radical a los problemas existentes. Sigue leyendo

[Libro] CHILE: LOS GORILAS ESTABAN ENTRE NOSOTROS – HELIOS PRIETO

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Editorial Viejo Topo.
Santiago de Chile, octubre 2014.

Pese a haber transcurrido casi medio siglo desde la “vía chilena al socialismo” y su fracaso, esos acontecimientos siguen siendo en su mayor parte indescifrables para el sentido común. Este libro ofrece una explicación plausible y a la vez un testimonio desgarrador de uno de los episodios más trágicos del movimiento revolucionario del siglo veinte. En este libro, escrito pocas semanas después del golpe de 1973, Helios Prieto (Rosario, 1936–2009) hizo una crítica sin concesiones a las ilusiones reformistas dominantes en ese tiempo. Con ello se anticipó por mucho a un tipo de contestación radical que en Latinoamérica recién en años recientes empezó a ser expresada por una generación de luchadores que entonces ni habían nacido.

«…Lo que distingue al texto de Prieto de los demás es el modo en que emplea la crítica: no la usa para sugerir un cambio de rumbo que de cualquier forma los sectores gobernantes no podían adoptar sin traicionar a sus propios intereses de clase. Tampoco quiere ofrecer un punto de vista “objetivo” elaborada al margen de las tensiones que desgarraban la convivencia entre grupos antagónicos. La cualidad que distingue a Helios Prieto de los otros comentaristas de la época, es que tanto la forma como el contenido de su texto reflejan pasión combativa qué está ausente en los análisis más bien “fríos” sobre la economía política allendista. Desde la primera a la última línea, Prieto examina el período de la UP con una ironía punzante y bien argumentada, aportando no sólo una poderosa clarificación de lo que significó dicho proceso, sino también la textura y el sabor de una experiencia vivida en primera persona.»

«…Parecía que Chile había tenido dos ejércitos: uno hasta 1970 y otro de allí en adelante. Sin embrago el gobierno de Allende, cumpliendo escrupulosamente con el Estatuto de Garantías Constitucionales que suscribió con sus aliados demócratas cristianos en el Congreso Nacional en octubre de 1970, no efectuó ningún movimiento importante de jefes ni en las FFAA ni en Carabineros y pese a que proclamó la disolución del odiado “Grupo Móvil” (cuerpo especializado en la represión callejera) se limitó a cambiarle el nombre, llamándole de allí en adelante “Grupo Especial”. El aparato de represión siguió intacto y son los generales “allendistas” los que hoy masacran el pueblo chileno.»

«…Esta es una crónica de los hechos más importantes de la lucha de clases en los meses anteriores al derrocamiento de Allende que trata de explicar las causas directas de su caída y el salvajismo de la Junta Militar. Las causas de fondo se encuentran en el “modelo de transición al socialismo” que eligieron los reformistas chilenos y en la política económica que aplicaron en los dos primeros años de gobierno.»

«…Las fuerzas que trabajan para el capitalismo en el seno de la clase obrera cobijadas bajo la bandera el “comunismo” son muy poderosas: hoy los partidos comunista reformistas tratan de convencer en la mayor parte del mundo a las masas para que repitan todos lo errores que se cometieron en Chile.»