Poner al trabajo doméstico, o mejor dicho el trabajo de reproducción de la fuerza de trabajo, en el lugar que corresponde significa vincular inmediatamente la opresión particular de las mujeres a su fundamento material: la reproducción capitalista. Se trata necesariamente de poner en cuestión la familia, la monogamia, la sexualidad y los cuidados, sin aislar todo esto del trabajo, el salario, el antagonismo social y el Estado.
Esto nos da también una indicación para la lucha, donde la opresión y la explotación se encuentran indisolublemente vinculadas. No para hacer el trabajo doméstico más eficiente sino para asumir su condición de clase y de sexo. Para que no haya ni clases ni división sexual del trabajo.
Luchar para ver más allá de las cuatro paredes de los hogares, pero también dentro de ellos.
Contenido:
Presentación. Post-data 1. Post-data 2. Trabajo doméstico o la reproducción de la fuerza de trabajo. ¿Socialización del trabajo doméstico? Electrodomésticos. Mujeres y trabajo… asalariado o no. Prostitución. Trabajo y familia. Ni clase, ni casta. Sobre la brecha salarial. ¿Pero es trabajo el trabajo doméstico? No considerarle trabajo.. Considerarle trabajo… ¿Entonces? ¿Productivo o improductivo?. Tradición, familia y propiedad. Maternidad. Familia y Estado. Perlas de la burguesía. Monogamia seriada. El culto a la virginidad femenina: moral y propiedad. Monogamia y propiedad privada. Amor romántico y liberalismo amoroso. Hetero y homo. Sexualidad e identidad. Homocapitalismo global. ¿Cuidados? Crisis de los cuidados. ¿Eso que llaman amor es trabajo impago?
Cada vez más, en ciertos ámbitos anarquistas, feministas, militantes o
de lucha en general, resuena el concepto de deconstrucción. Para muchos
pareciera un elemento ineludible y necesario, el camino hacia un grado
de mayor conciencia y puesta en práctica efectiva, que si alguna vez
llegara a generalizarse haría posible un cambio social real. Se lo
propone como una especie de autoanálisis y de toma de conciencia de
privilegios, que dependerían y responderían a una serie de
“interseccionalidades” (sexo, género, edad, raza, clase, etc.) que
definen la identidad de cada individuo diferenciándolos de los demás y
llevándolos a reproducir comportamientos y posiciones de poder o
subordinación en relación a otros individuos. Es así que una persona en
proceso de deconstrucción sería aquella que se está cuestionando sus
“privilegios” y cambiando su forma de comportarse y relacionarse,
intentando no reproducir ciertas formas, lógicas, comportamientos… de no
oprimir con su existencia a otras personas.
Ahora bien, esta
idea de que, de alguna manera, todos seríamos al mismo tiempo opresores y
oprimidos ya que por todos lados hay relaciones de poder y es imposible
escapar de ellas, muy simpática debe caerle a quienes se encuentran en
altas posiciones de poder.
No es casualidad que estas ideas no
deriven de las luchas ni de los balances de sus propios protagonistas
sino de académicos, filósofos, intelectuales, así como tampoco lo es que
estén tan presentes en ámbitos universitarios y de charlatanes a
sueldo, perpetuadores del orden existente. De repente, nos hacen saber
que el problema está en nuestro interior. El problema no es que nuestras
vidas estén sometidas al trabajo, a los tiempos mercantiles, a la
dictadura de la economía, del dinero y los relojes. Para los defensores
de la deconstrucción, son a lo sumo condicionantes, pero no condiciones
materiales a superar. Pareciera que lo más importante a resolver serían
las relaciones de poder entre pares, quizás porque sea lo único que se
presenta como posible. Así, todos podemos ser mejores con una simple
toma de conciencia. Pero creer que es posible que la sociedad cambie
por una toma de conciencia generalizada es tan ingenuo como creer que un
funcionario del Estado, un político, un cura, un empresario, un
policía, dejarían de beneficiarse de sus “privilegios” por hacerse
conscientes de ellos.
De alguna manera, en todo esto, está
implícita la actitud subjetivista, tan posmoderna, en donde la realidad
ya no existe y todo se enfoca cada vez más en las percepciones y
sensibilidades individuales. Así, se termina igualando la opresión del
Estado con los “micropoderes” que ejerce cada quien. No es casualidad
tampoco que este tipo de modas aparezcan en un momento de atomización
absoluta, de susceptibilidad generalizada, de victimización
paternalista. Luchar contra los que nos oprimen está pasado de moda y
ahora nos oprimimos todos entre todos, incluso somos enemigos de
nosotros mismos.
Tiempos de autoayuda, autosuperación,
eliminación de malas influencias y energías dañinas para el progreso
personal. Alimentación consciente, lenguaje inclusivo, conciencia sobre
contaminación, estilos de vida. Todo está en nosotros como individuos y
depende de nosotros como individuos. Y si fallamos, somos condenados
como individuos y culpables. Otra vez, lo viejo se hace pasar por nuevo.
La
teoría de la deconstrucción, supone que existen identidades o
determinaciones de las cuales podríamos desprendernos por simple
voluntad, como si estas fuesen una elección y no estuviesen definidas
por un proceso de cientos de años y millones de personas. Además de
la cuestión del individuo, surge la idea de que uno es lo que es porque
lo elije, en otras palabras, porque quiere. Es así que una estudiante
universitaria puede dedicarle más tiempo a su deconstrucción que una
madre de cinco hijos. La perspectiva, en ciertos ámbitos de lucha,
pareciera haber dejado de orientarse hacia un cambio social real para
enfocarse en la creación de espacios seguros, donde no haya
incomodidades ni conflictos, donde nadie se sienta discriminado ni
excluido.
Con todo esto no estamos negado la importancia del cambio subjetivo o personal, ni del modo en que nos comportamos en lo cotidiano. Porque esto nos parece un elemento fundamental para la lucha revolucionaria y hasta una cuestión de supervivencia. Decir que «quienes hablan de revolución sin hacerla real en sus propias vidas cotidianas, hablan con un cadáver en la boca» es muy diferente a perder de vista el hecho de que todo aquello que reproducimos es parte de una relación social (no interpersonal) que debe ser destruida de raíz y superada. Y no por gusto, sino porque es la única manera. Porque justamente, si decimos que somos una “construcción”, esta construcción es social y social será su destrucción. Es de vital importancia comprender que lo que somos, muchas de las actitudes de mierda que reproducimos y que tenemos que destruir (no deconstruir) son producto de una vida que está sometida a las necesidades de otros, a las necesidades de la economía antihumana que muchas veces nos vuelve inhumanos. Y mientras eso perdure, nos podemos hacer conscientes de ello y tensionar al máximo las posibilidades de no reproducción de sus lógicas. Eso no implica generar una atomización y desconfianza cada vez mayores que justifiquen y continúen reproduciendo los modos que nos impone el capitalismo.
En este texto pretendemos realizar una crítica somera a algunos de los lugares comunes ideológicos de nuestra época, lugares comunes que por comodidad llamamos postmodernos. De manera general, se pueden reconocer por la idea de que cualquier intento de buscar una emancipación radical sería un meta-relato, que buscar algún criterio de verdad u objetividad sería prueba de prepotencia y voluntad de dominio. Que no existen criterios generales y universales por los que definir la realidad del mundo y por ende no existe una búsqueda de una liberación general. Que todo es subjetivo, que la única lucha posible es la que se da desde lo cotidiano, en la microfísica de poderes, sin el riesgo de caer en esencialismos y definiciones seguras siempre peligrosas, etc.
Este texto lo escribimos desde una práctica revolucionaria y la crítica la realizamos desde la influencia que este tipo de planteamientos y autores tienen dentro de los activistas radicales que tratan de luchar contra este mundo. Por eso nos parece importante poder discutir acerca de las imposturas que se desprenden de este tipo de autores. La corriente que más ha introducido este tipo de perspectiva en “los movimientos sociales” es una versión light y reformista del movimiento autónomo histórico que tiene en Toni Negri uno de sus principales referencias y que ha hecho de las obras de Deleuze, Foucault, Guattari… presuntos manuales de radicalidad por la que tendrían que pasar los activistas “instruidos”. El reciente libro de Marina Garcés, una profesora de filosofía de la universidad y representante de este tipo de corrientes e ideas, expresa perfectamente aquello que queremos criticar. Una radicalidad aparente en formas y en los discursos que dicen querer deconstruirlo todo y una impotencia que nace desde las premisas como ella misma reconoce en el inicio del prólogo de su libro, Ciudad Princesa (pág. 11): Sigue leyendo →
«El orden moral tradicional es opresivo y como tal debe ser criticado y combatido. Pero hay que tener claro que si hoy ese orden está en crisis, no es porque nosotros amemos la libertad más que nuestros antepasados. Está en crisis porque la moral burguesa se está mostrando incapaz de adaptarse a las modernas condiciones de producción y circulación de mercancías. Lo que sucede, es que a medida que todo se va convirtiendo en mercancía, todas las reglas morales van quedando obsoletas
La cuestión no es cómo evitar el conflicto y las normas, sino cómo cambiar la relación fraudulenta que hoy tenemos con las normas. El objetivo –y todo el problema– consistiría, y algún día consistirá, en vivir una norma que no esté separada de mis y de nuestras acciones.»