CON LA IZQUIERDA O CON LA DERECHA, UNA VICTORIA DE LA DEMOCRACIA ES UNA DERROTA DEL PROLETARIADO
Por tercera vez, en el breve plazo de tres años, se han convocado elecciones generales en España. Después de que el gobierno del PSOE, en minoría en el Parlamento y el Senado y por tanto dependiente de alianzas extremadamente frágiles para gobernar, no fuese capaz de sacar adelante los presupuestos generales del Estado durante el pasado invierno, una nueva crisis parlamentaria ha dado como resultado la disolución de las Cortes y la puesta en marcha de otro circo electoral en el que, de nuevo también, todos los voceros y propagandistas de uno u otro signo político repiten hasta la náusea que “todo está en juego”.
Ahora que el bipartidismo está
roto (mentira: únicamente el PP y el PSOE tienen opciones reales de gobernar y
el resto de partidos aspiran sólo a ser, si acaso, sus muletas) y que un coro
de nuevos partidos ha irrumpido en la escena (nueva mentira: a la izquierda del
PSOE sólo hay un refrito de la antigua Izquierda Unida y a la derecha del PP
una escisión del mismo PP y un viejo partido regional) la democracia española
avanza por derroteros completamente inéditos, según afirman los voceros del
periodismo hooligan político que los Florentino Pérez y los Roures pusieron en
marcha hace unos años como acompañamiento de sus nuevas marcas políticas.
Pero, ¿qué significan realmente
estas nuevas elecciones? Aún sin dejarse arrastrar por las campañas
publicitarias y por los recursos de marketing político, es imposible pasar por
alto que la situación en España está muy lejos de ser normal, si por normalidad
entendemos los casi cuarenta años de alternancia pacífica en el poder de PSOE y
PP. De hecho, la situación es tremendamente anómala si tenemos en cuenta que el
ordenamiento jurídico y político posterior a la Constitución de 1978 se diseñó
como copia actualizada del sistema de cambio político de finales del siglo XIX
y principios del XX: en este caso, una gran socialdemocracia levantada con los
marcos del Bundesbank y los dólares de la Reserva Federal y una amplia derecha
que aunaba tanto a los sectores ultras del Régimen de Franco como a las
pequeñas burguesías regionales, se disputaron el poder durante varias décadas
alternándose para llevar a cabo, en primer lugar, las medidas más acuciantes de
modernización económica del país y, después, aquellas que permitiesen a la
burguesía nacional competir con sus rivales extranjeros. Este equilibrio,
basado en un sistema de turnos naturales, en los que un partido abandonaba el
gobierno cuando se volvía incapaz de gestionar la creciente tensión social a
que había conducido su política, parecía el más adecuado para un país en el que
la burguesía se había negado durante décadas a aceptar incluso las más mínimas
reformas sociales que tan buen resultado, en el sentido de apaciguar a los
proletarios, habían dado en otros países. Fue un equilibrio surgido del pacto
social que realizaron todos los sectores de la burguesía y la pequeña burguesía
después de la muerte de Franco, cuando la crisis capitalista mundial de
mediados de los años ´70 arrasaba los principales países europeos y americanos…
y ha durado, precisamente, hasta que una nueva crisis económica ha golpeado con
dureza similar. Fue en ese momento cuando las fuerzas sociales que
permanecieron adormiladas durante décadas emergieron con energía renovada. Y
fue también entonces cuando se fraguó la crisis política que vivimos hoy y en
nombre de la cual se llama de nuevo al voto.
A la derecha, la aparición de
Ciudadanos, un partido político que comenzó su existencia circunscrito
prácticamente a las ciudades de Cataluña como representante de una pequeña
burguesía local, profesional y “cosmopolita” que salía perjudicada por el
enfrentamiento entre el gobierno catalán y el gobierno español, como gran
fuerza nacional organizada en pocos meses como alternativa a un Partido Popular
desgastado por los escándalos de corrupción, es una muestra de la agitación y
del malestar que reina entre la pequeña burguesía de prácticamente todas las
grandes ciudades españolas, en las que el partido de gobierno (PP o PSOE) ha
tomado, durante los últimos diez años, las medidas necesarias para resguardar
de la crisis a la burguesía local dejando de lado a los sectores pequeño
burgueses que han visto sus negocios hundirse, su nivel de vida caer y, sobre
todo, el riesgo de no poder mantener el estatus privilegiado que han ostentado
durante tanto tiempo. El “problema catalán” ha dado a esta pequeña burguesía
local una proyección nacional, ejemplificando en la incapacidad del gobierno
del PP para acabar con las corrientes nacionalistas, todos los males que para
esta clase deben ser solucionados.
Más a la derecha aún, la escisión
del Partido Popular, dirigida por Santiago Abascal, ha recogido al sector
típicamente ultra que tuvo en el PP, hasta hace unos años, una casa que
compartir con otros sectores más moderados. Una tupida red de altos
funcionarios del Estado, militares de carrera, mandos de la policía, etc.,
junto con otros elementos patrocinados por la burguesía rentista (la antigua
aristocracia reconvertida en parásitos del Estado) han vuelto al enfrentamiento
abierto y explícito no sólo contra las fuerzas nacionalistas de Cataluña sino
contra el propio Partido Popular y el ordenamiento constitucional de 1978. Este
partido, Vox, lejos de ser una corriente de tipo fascista, como se ha
apresurado a gritar el conjunto de la izquierda parlamentaria y extra
parlamentaria, es una reacción típicamente nacionalista y ultra conservadora
que se ha precipitado a la arena política no para imponer su programa, sino
para espolear a las otras dos fuerzas de la derecha a ser más duras: les
proporciona una fuerza de choque electoral, parlamentaria, mediática… e incluso
callejera para llegar allí donde no podían llegar. Es significativo ver cómo
organizaciones policiales como Jusapol, creadas bajo la protección de Ciudadanos
para organizar a miembros de los tres cuerpos de la Policía como fuerza de
presión, han orbitado rápidamente hacia Vox en un exquisito reparto de tareas.
Vox no es una amenaza fascista, su programa electoral es exponente de las
exigencias más rudimentarias y básicas de la burguesía y como tal representante
de la burguesía que se ha animado a hacer explícitas sus exigencias, muestra a
los proletarios la cara más dura del enemigo de clase… pero esto no es nada que
cuarenta años de democracia no hayan mostrado abiertamente.
A la izquierda, la implosión de
Podemos en varios grupos separados, la fragmentación de la corriente de
izquierdas fraguada en 2014 y la definitiva convergencia con el PSOE, que
después de ser el enemigo a abatir es el hermano al que ayudar contra el
“fascismo” de la derecha, es el final lógico para este tipo de formaciones.
Entre 2013 y principios de 2014, el periodo de movilizaciones más intensas
contra la crisis económica, el esfuerzo combinado de las grandes corporaciones
mediáticas e importantes industriales, puso en marcha la marca electoral
Podemos, aupándola desde la marginalidad extra parlamentaria hasta los
Ayuntamientos de Madrid, Barcelona y Cádiz. La tensión social se recondujo
hacia el juego electoral: unos pocos escaños en el Congreso y alguna victoria
local sirvieron para desalojar las calles y recuperar la confianza en el juego
democrático. Cuatro años después, la clase proletaria sigue soportando sobre
sus espaldas el peso de la recuperación económica, los grandes Ayuntamientos en
manos de Podemos y sus aliados locales siguen siendo las grandes corporaciones
regionales de la gran burguesía, que hace sus negocios con la seguridad de
quien sabe que velan por sus intereses día y noche, incluso los aspectos más
llamativos de estos negocios, los pelotazos urbanísticos y la reestructuración
urbana que necesitan los nuevos tipos de empresas siguen su curso sin
interrupciones… mientras que los partidos “del cambio” se han convertido en
depredadores voraces que se han adaptado rápidamente al juego político de “la
casta”.
En las elecciones del próximo 28
de abril no está en juego un cambio radical de la situación política, económica
y social del país. No serán unas “elecciones constituyentes” como ha dicho el
líder de Podemos ni una “reconquista” como quiere el jefe de Vox. Más allá de
los diferentes programas políticos, de las estridencias mediáticas de cada una
de las corrientes que compiten por el voto, hay un denominador común para todas
ellas: la defensa de la nación, de la democracia, del sistema electoral y
parlamentario. La fragmentación de la izquierda y la derecha en diferentes
tendencias refleja tanto las dificultades por la que la burguesía pasa a la
hora de organizar sus tendencias como un inmenso esfuerzo por su parte para
mantener la estabilidad básica en torno al orden democrático.
El principal foco de tensión, del
que se alimentan todos los demás en la sociedad capitalista, es el que existe
como consecuencia del enfrentamiento continuo entre la clase proletaria y la
clase burguesa. Ante la crisis económica, ante la inestabilidad de las formas
constitucionales y políticas, la burguesía en su conjunto lanza una consigna:
democracia. El voto, las elecciones, el Parlamento, el respeto a la legalidad,
la colaboración entre clases representada por el Estado de derecho, la defensa
de la economía nacional, ese es el programa único del conjunto de la burguesía.
En la medida en que logra imponérselo a la clase proletaria, que consigue
forzarla a dejar de lado la lucha por sus intereses de clase, tanto en el
terreno económico más inmediato como en el terreno general de la lucha
política, la burguesía (toda la burguesía arropada por sus clases satélites)
vence.
El nacionalismo de grupos como
Vox, el nuevo “patriotismo” de Podemos, el independentismo de los partidos
regionalistas vasco y catalán, llama a los proletarios a unirse en un frente
único con la burguesía en defensa de los intereses nacionales, es decir, llama
a los proletarios a soportar todos los sacrificios y todas las exigencias que
los intereses nacionales les imponen. Y lo hace sobre la base de la
participación democrática, de la colaboración electoral entre clases… ¿Frente
al “independentismo” racista e indentitario? ¡Democracia! ¿Frente al
nacionalismo tradicionalista español? ¡Democracia! ¿Frente al fascismo?… ¡Más
democracia!
Mientras que los proletarios
acepten este terreno, la burguesía respira tranquila, la democracia es, por el
momento, la garantía de su dominio de clase. Y mañana, cuando la tensión social
latente comience a salir a la superficie, cuando estas escaramuzas entre
corrientes burguesas se transformen en enfrentamientos a una escala mayor, este
hábito de participación democrática, de confianza en las instituciones, le será
muy útil a la clase burguesa, que logrará debilitar la necesaria reanudación de
la lucha de clase proletaria recurriendo ya no a la participación democrática
sino a la defensa y salvaguardia de la democracia misma. Con el circo electoral
permanente, la burguesía no sólo disipa la tensión social hoy, sino que agudiza
la parálisis del cuerpo social proletario, que se hará especialmente aguda
cuando la próxima crisis económica vuelva infinitamente más violentas las
exigencias que la burguesía le imponga. Entonces, quizá sí, deba recurrir a
métodos de gobierno extremadamente autoritarios, deba suprimir realmente las
libertades que hoy tolera, deba, en fin, convertir a los proletarios en carne
de cañón en cualquier enfrentamiento interburgués. Y para todo ello, el
adoctrinamiento democrático, electoral y parlamentario de los últimos cuarenta
años le será de gran ayuda.
En el esperpento electoral de
estos años, los proletarios no deben ver otra cosa que todas las fuerzas de la
clase enemiga coaligadas para imponerle el respeto al Estado burgués, su
legalidad y sus instituciones. Cuanto más se habla de democracia, cuando más
intensos son los llamados a la participación electoral, más necesita la
burguesía que el proletariado se olvide de sus verdaderas necesidades, que sólo
pueden ser satisfechas mediante la lucha de clase, para dar su apoyo, en forma
de defensa de un candidato u otro, al orden capitalista. Así sucedió en 1978,
cuando la crisis económica mundial forzó a la burguesía parapetada durante
varias décadas detrás de Franco, a establecer un régimen parlamentario que
pudiese facilitar la colaboración entre clases. Y así sucede hoy, cuando una
crisis aún más fuerte, ha barrido el orden de entonces.
Para los proletarios de hoy y de
mañana sólo hay un dilema: o se acepta el juego democrático y se fortalece con
ello el dominio de la clase burguesa, o se lucha sobre el terreno de clase.
¡Por el retorno de la clase
proletaria al terreno de la lucha de clase, antidemocrática, antiparlamentaria
y antielectoral!
¡Por la reconstitución del
partido comunista internacional e internacionalista!
Partido Comunista Internacional (El Proletario) – 20 de abril de 2019
POR LA REANUDACIÓN DE LA LUCHA DE CLASE