[Extraído de la revista Ellos no pueden parar la revuelta #4]
“Pensábamos que iba a haber una revolución y nos estábamos preparando; cuando se abrieran los portones de la cárcel, íbamos a estar listos para salir a tumbar todo este sistema.”
El camarada X, sobre los sucesos de 1971.
“Después de la rebelión muchos quedaron muertos o heridos. Pero nadie se arrepintió. Es más, si se nos hubiera presentado otra oportunidad, lo hubiéramos vuelto a hacer. Porque era mejor eso a que nos trataran como animales”.
Uno de los Hermanos de Attica.
Las condiciones infrahumanas bajo las cuales los presos subsisten en cada cárcel de esta sociedad capitalista no son ninguna novedad; comida podrida, escasez de agua, palizas por parte de los guardias, celdas en aislamiento, dormitorios atestados de suciedad, explotación intensificada en el trabajo asalariado… forman parte de la dura cotidianidad en la que sobreviven los reos en las prisiones. Sin embargo, estas condiciones constituyen a su vez un incentivo para la lucha y el asociacionismo de parte de los proletarios reclusos en contra de la prisión. La rebelión en el centro de exterminio de Attica fue un episodio más de la materialización de la crítica, no solo hacia la institución carcelaria, sino a la totalidad del sistema que la sostiene de raíz.
En un contexto de álgida lucha proletaria que recorría todo el globo, la burguesía de Estados Unidos también experimentó en carne propia el temor de que en el interior de sus fronteras se desarrollaran los mismos síntomas convulsos que tenían lugar en otras latitudes: agitación, grupos, núcleos, propaganda, estructuras de solidaridad con presos, enfrentamiento armado, etc. Ese temor se hizo realidad y debía ser contrarrestado, por consiguiente el terrorismo de Estado no demoró en aplicarse contra todos aquellos que fueron considerados “elementos desestabilizadores” o, en términos conspiranoicos “agentes del comunismo”. Sigue leyendo