No estaría de más recordar que el continente europeo estuvo habitado durante cientos de miles de años por pueblos ancestrales de numerosos orígenes étnicos, lenguas y costumbres. Que esos pueblos fueron masacrados, esclavizados y civilizados a sangre y fuego por diversas élites imperiales. Que esa destrucción material, cultural y étnica se modernizó hasta adquirir la fisionomía de una división de la sociedad en clases, basada en un sistema productor de mercancías que no es europeo sino mundial. Que las actuales clases explotadas de Europa tienen con nosotros mucho más en común que lo que tenemos en común con las clases explotadoras de «nuestra América morena». Y que si hay que criticar a la niña Greta no es porque sea europea, o rubia o de origen acomodado, sino por el contenido político de su discurso, que es el de la socialdemocracia internacional empeñada en salvar de sí mismo a ese sistema productor de mercancías en su crisis catastrófica definitiva.
Tampoco vale criticarla porque se le ha dado más visibilidad que a las activistas del tercer mundo, porque esa asimetría es solo un efecto colateral de su discurso eco-keynesiano, aún cuando la mayoría de los activistas ecosociales del tercer mundo tampoco han roto con ese enfoque reformista. Formular la crítica en términos chovinistas (no es del sur), racistas (no es morena) o clasistas (no es pobre) es sólo una forma rebuscada de eludir la única crítica que tendría efectos decisivos: la crítica del programa socialdemócrata que busca salvar a toda costa las relaciones de explotación salarial, la producción de mercancías y el dinero como mediación social universal. Sólo teniendo esto en mente dejaremos de hablar weás.
Reflexión de un compañero de la región chilena