DEFORESTACIÓN

Los incendios en la selva amazónica comenzaron la primera semana del mes de julio de 2019. Estos incendios, sumados a los anteriores del mismo año, conforman la mayor cantidad de fuegos registrados en la región desde que se comenzó a llevar registro en 2013 y un 80% más respecto al año pasado. Cuando hablamos de deforestación nos referimos también a las más de 40.000 especies de plantas, 1.300 tipos de aves, 426 diferentes de mamíferos que viven en la selva tropical del Amazonas, la más grande del mundo, con 6,7 millones de kilómetros cuadrados. A aquella cantidad de mamíferos que intentan ilustrar un “santuario natural” hay que agregarle uno más: las personas que habitan allí, y no solo comunidades indígenas.

La magnitud de las miles y miles de hectáreas quemadas es tal que el humo cubrió el cielo de la ciudad de São Paulo provocando una oscuridad general en plena tarde. Por aquellos días las cenizas se vieron incluso en la ciudad de Rosario al amanecer. Desde la percepción urbana el humo y las cenizas son un indicador de una gravedad que no alcanzamos a dimensionar.

Salir a rebatir que la destrucción del área selvática más importante del planeta no es consecuencia del gobierno de Bolsonaro, sino del capitalismo, parecería a estas alturas cuanto menos ridículo. Cualquiera que lea un par de noticias despegando los ojos de la televisión o de los memes que llegan a la pantalla del celular podría sacar esta conclusión, pero no. Resulta que la ideología dominante no es dominante por que sí. Lo que se nos aparece abiertamente como la mayor destrucción de la naturaleza de estos tiempos no es sino un episodio más en la relación que este sistema de producción tiene con el mundo, su forma de concebirlo: como un recurso de donde extraer más y más valor, más ganancia, más capital. El pulmón de la Tierra está ardiendo y no podemos revertirlo. Quizás por eso, los primeros días del incendio, desde la impotencia llamaron a rezar por la Amazonía.

Está claro que a los políticos en oposición, en pleno o futuro mandato, no les importa la selva, ni su deforestación. La tierra es mercancía tanto para quienes la deforestan como para quienes operan políticamente con el discurso sobre la irresponsabilidad de la deforestación. El señalamiento del criminal sirve para ganar la próxima elección, la “preocupación por la Amazonía”, también. Pero hay un “pequeño problema”: el discurso se puede seguir reinventando, sin embargo, el bosque arrasado no regresa por incluirlo en un nuevo discurso.

Desde el progresismo, el populismo o la izquierda del capital, reducen la catástrofe a una oposición política, a un “fuera Bolsonaro”. Y desde el ecologismo posmoderno nos incitan a aportar individualmente, votando mejor, no comprando a grandes empresas, modificando el consumo. «Los consumidores deben reducir sus posibilidades humanas de protesta colectiva y lucha social a una actitud individual: consumir o no consumir, consumir más o menos. En ambos casos el problema que se desprende es uno y el mismo: cuando se habla con el lenguaje del amo necesariamente se defienden sus reglas… En perfecta igualdad democrática un proletario cualquiera y un burgués de la industria química tienen la misma responsabilidad según la visión de quienes destruyen el planeta y de los ecologistas que administran la catástrofe.» (La Oveja Negra nro. 41, Ahorro energético y disciplinamiento)

Sin entrar en un análisis pormenorizado, una vez más vemos cómo se desvanece la “oposición” entre los distintos gobiernos que se presentan como progresistas o de izquierda, por un lado, y de derecha o fascistas, por el otro. Uno de los focos del actual incendio afecta la zona del Bosque Seco Chiquitano, en la región dominada por el Estado de Bolivia, cuyo presidente Evo Morales aprobó un decreto supremo el 10 de julio pasado autorizado en los departamentos de Santa Cruz y Beni el desmonte para actividades agropecuarias, el que se suma a una ley de 2016 que permite la quema de hasta veinte hectáreas de pastizales para pequeñas propiedades y propiedades comunitarias.

En el año 2009 el gobierno de Lula Da Silva privatizó 670.000 km cuadrados de la selva amazónica. El mecanismo progresista de entregarles gratuitamente parte de estas tierras a pequeños productores (y vender el resto) hoy muestra los resultados reales. El objetivo es ampliar las fronteras agrícolas, ampliar la zona explotable para el Capital. Bien aclaró el propio Bolsonaro frente a los intentos de “proteger” la Amazonía por parte de Europa, y especialmente del gobierno francés: «si seguimos con áreas protegidas y regiones indígenas se termina el agronegocio en Brasil y si se acaba el agronegocio se acaba nuestra economía».

Sin ir más lejos, durante toda la “década ganada” nuestra región sufrió el récord de desmonte por motivos agropecuarios, mientras se daba la bienvenida a nuevas inversiones de Monsanto y la minera Barrick Gold. Pero esto tampoco es propio de un gobierno en particular. En la Provincia de Santa Fe, por ejemplo, se pasó de tener casi 6.000.000 de hectáreas de bosques en 1935 a 840.000 en 2002, es decir, en ochenta años se “perdió” un 82% de bosques nativos. «Nada se pierde todo se transforma» dirán los eslóganes apaciguadores de la autoayuda, y en algo tienen razón, bajo la lógica de este sistema no se pierde nada mientras se transforme en valor: esos bosques fueron sistemáticamente destruidos para la ganancia.

Remarcar lo mismo a veces es necesario frente a lo invariable del Capital. En marzo de 2012, en el segundo número de este boletín, podíamos leer: «La producción capitalista es intrínsecamente depredatoria con el medio en que se desarrolla. Desde la génesis misma de este sistema perverso, la explotación de elementos naturales tenidos en cuenta como meros “recursos” (carbón, caucho, petróleo, entre los primeros) es una constante que arrasa la biodiversidad por doquier. En la región argentina, como país casi exclusivamente agroexportador, la modificación del bioma ha sido constante desde finales del siglo XIX. La región pampeana ha sido modificada en más de un 90% como causa de la explotación agropecuaria.»

Cuando se nos incita a echarle la culpa a Bolsonaro lo que se está haciendo es invisibilizar esta parte del problema, que la productividad del Capital se basa en este tipo de desposesiones y destrucciones, que todos los gobiernos son capitalistas, y que esto significa más desalojos, más asesinados, más desaparecidos. Nos llevaría varias páginas recordar todos los militantes, activistas y comunidades hostigadas y perseguidas por la defensa de la tierra. Por no hablar de los asesinados que hoy no están para defender la selva de las garras de la ganancia, desde la región mexicana hasta la Patagonia a ambos lados de las fronteras, pasando por Colombia con el triste récord de tener la mayor cantidad de referentes sociales asesinados en este continente durante los últimos años.

Hacia fines del año pasado advertíamos, como adelantándonos a estos tristes días de destrucción y de renovada indignación: «Fue bajo los gobiernos del PT, y no bajo gobiernos fascistas, que la deforestación de la Amazonía alcanzó el “punto de no retorno”. Bolsonaro ha llegado a poner orden luego de que la socialdemocracia progresista trabajó duramente justamente para el progreso ¡del Capital! Que la próxima vez no nos sorprenda tanto. No se trata de sabérselas todas ni de extremismos, sino de la posibilidad de hacer algo a tiempo y no lamentarse cuando ya es demasiado tarde» (La Oveja Negra nro. 59, Brasil: Progreso y orden). Lo que nos seguimos preguntando es ¿cuándo será demasiado tarde? Porque así como la indignación y la sorpresa se renuevan también lo hace nuestro margen de soportar lo insoportable.

«Los últimos años de gobiernos progresistas en la región latinoamericana han demostrado la profunda implicación de la izquierda y el progresismo en el desarrollo capitalista. No solo no han cuestionado los modelos productivos heredados, sino que los han profundizado enormemente. El extractivismo con monocultivos transgénicos y agrotóxicos, la carrera energética que desconoce todo tipo de límites e impulsa proyectos como el de Vaca Muerta en la cuenca Neuquina, y planes megalómanos de infraestructura para el transporte como el IIRSA,(1) son algunos de los principales ejemplos… La huida desbocada y hacia adelante que nos presenta el capitalismo, no es obra de la mente de unos pocos millonarios de derecha o de izquierda. Ellos mismos están subidos a un caballo incontrolable con sed de ganancias. Controlarlo tirando las riendas más a la derecha o más a la izquierda, es una fantasía. El Capital se dirige hacia nuestra ruina en su carrera por multiplicarse, porque si deja de crecer muere. 

La raíz de los problemas no es cuestionada y nuestra imaginación es destruida. Nos llaman a opinar sobre cada detalle, para que así no tengamos una noción de la totalidad. Nuestros enemigos más evidentes y nuestras acciones más directas se diluyen en problemas de expertos.» (Estos párrafos son extractos de un folleto que repartimos en la ciudad de Rosario durante el acto del 1° de Mayo del 2017).

Lo más aterrador de estos momentos no es ver arder la selva, es que el fuego no se prenda en barricadas que hagan frente a la destrucción, es seguir aguantando lo inaguantable, es seguir eligiendo el mal menor. Lo más preocupante es la incapacidad de los seres humanos de imaginar algo distinto a la vida en el capitalismo, justo en el momento en que esta forma de vida se está cayendo a pedazos. La deforestación de la imaginación es tan peligrosa como la deforestación de la Amazonía, porque la deforestación de la imaginación significa la deforestación de una imaginación antagonista. Solo es posible una deforestación de la Amazonía sobre una avanzada deforestación de la rebeldía, de la imaginación en acción.

Nota:
(1) El plan IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana) se propone trazar líneas para el transporte de mercancías sobre las tierras y aguas de Suramérica como si se tratase de un mapa. Todo esto es impulsado por la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) cuyo presidente en 2017 fue Nicolás Maduro y en la actualidad es Evo Morales.
La oveja negra N° 65