La discusión que queremos introducir en este texto no es académica. Cuando era “Medianoche en el siglo”, para utilizar la afortunada y evocadora expresión de Víctor Serge, un puñado de compañeros y compañeras se atrevieron a pensar cuál era la raíz social de la Rusia de Stalin. En ese momento, tratar de discernir la verdad sobre ese fenómeno contrarrevolucionario era literalmente jugarse la vida. Muchos de estos compañeros y compañeras fueron perseguidos por ese motivo, algunos de ellos fueron asesinados por los sicarios del capital, en su forma “nacional-comunista”, “fascista” o “democrática”. Obviamente estas contribuciones, en las que colaboraron directa o indirectamente gente que hoy recibe los parabienes de la cultura dominante como Simone Weil o George Orwell, no fueron publicadas en libros académicos ni recibieron los elogios de los dominicales de la prensa burguesa. En esos momentos, en la década de los años treinta, Stalin era aliado de las principales potencias imperialistas de la época. Era uno más en la mesa de los depredadores imperialistas que se reparten la sangre del proletariado mundial. El embajador norteamericano en Moscú, Joseph Davis, compartía con Stalin no solo su nombre de pila sino la reivindicación de los Procesos de Moscú como un ejemplo de justicia universal. Para el resto de los Estados capitalistas mundiales, Stalin era un buen sueño, que les libera del espectro de la peor de sus pesadillas, la revolución proletaria mundial. Por eso un escritor hoy famoso, entonces un paria perseguido y que hacía parte de las listas negras de los eliminables, George Orwell, no podía ver publicado su Rebelión en la Granja. Ninguna casa editorial quería publicar un libro que criticaba al aliado en la II Guerra Mundial del Reino Unido y de Estados Unidos. Los aliados de clase, en una guerra imperialista, son sagrados para las burguesías. Nadie quería publicar al autor de Homenaje en Cataluña, un libro que no habla de nacionalismo a pesar de lo que pueda pensar algún docto despistado, sino de los sueños e intentos de revolución social masacrados por el stalinismo, el principal agente burgués en la España republicana de la época. La República, hoy evocada con nostalgia por tantos izquierdistas, no fue sino una enorme fosa común para miles de revolucionarios.
Como decimos, estas aportaciones no vieron la luz en los libros oficiales, sino en documentos internos, periódicos con tiradas reducidas, campos de concentración y cárceles desde Estados Unidos a Italia, desde la URSS de Stalin a la Barcelona de la II República. Así se construye nuestro partido de clase, a través de minorías revolucionarias que mantienen a contracorriente la importancia y la centralidad de nuestro programa y nuestros objetivos, la necesidad de luchar de un modo intransigente por una sociedad de mujeres y hombres libres, sin dinero ni clases sociales, sin mercancía ni Estado. Como veremos al final de este pequeño texto, esta es la tesis central de este trabajo. La centralidad del comunismo como negación de todas las categorías del capital, la comprensión de que la Rusia de Stalin no podía ser sino capitalista en la medida en que había mercancías, clases sociales, dinero, salario, empresas, un Estado en hiperinflación totalitaria…
Además, estos compañeros nos ayudan a romper uno de los lugares comunes habituales que se repiten en los textos escolares de todos los institutos y universidades del mundo. Un cuento que viene a decir lo siguiente: en el siglo XIX reinaba un mundo muy malo, hecho de desigualdades extremas, entre ricos y pobres, burgueses y proletarios. Este mundo no era otro que el mundo del capitalismo y de la economía de mercado. Las condiciones de vida del proletariado eran dramáticas y las desigualdades sociales extremas. El capitalismo es un mundo donde reina la propiedad privada y el Estado apenas interviene en la economía. A ese mundo se le contrapuso otro, el mundo socialista. Todo ello fue gracias a la Revolución rusa y de su economía planificada. El socialismo se caracteriza por la intervención del Estado en la economía y hoy rige en países como Corea del Norte o Cuba. Bien está que para educar a los chavales, aún no ciudadanos, se les muestre algún vídeo sobre Corea del Norte para que lo vean con sus propios ojos. Todo ello cuando además existen grupos “nacional comunistas”, contrarrevolucionarios, que utilizan las simplificaciones ideológicas del capitalismo para reivindicar y tratar de reconstruir o reconstituir el comunismo realmente existente en la URSS de Stalin, en la Albania de Hoxha o quizás en los delirios sangrientos nacidos en las universidades de la sierra peruana. El mundo en el que sueñan está hecho con todos los aderezos de las pesadillas capitalistas. Nuestra contraposición a estas formas de stalinismo redivivo no puede ser más plena, este texto puede ayudar a entender que el stalinismo no es solo un monstruo criminal y totalitario sino que es un monstruo capitalista cuyos crímenes son, en primer lugar, contra el proletariado revolucionario.
Estamos llegando ya al final del relato oficial, nos encontramos ante dos extremos y ya se sabe, lo decía Aristóteles, que en el medio se encuentra la virtud. Frente a las desigualdades extremas del capitalismo y la ineficiencia burocrática y totalitaria del socialismo, encontramos la solución, como humanidad, en la economía mixta. Un tipo de economía que recoge lo mejor del capitalismo (la eficacia del mercado) y lo mejor del socialismo (la distribución de la riqueza). Así se relata sin mucha simplificación el relato apologético del mundo de mierda en que nos ha tocado vivir. Un mundo azotado por una desigualdad extrema, una pobreza humana y antropológica además de económica, un mundo que está colapsando de modo inevitable porque no es sino el mundo dominado por el capital, es decir, el capitalismo en la pureza de sus categorías. Pues bien, esta discusión que vamos a plantear a partir de este texto nos resulta muy importante porque supone un misil a la línea de flotación de esta ideología. No existe una economía socialista en la URSS y el resto de países del llamado “socialismo real”. Y es que socialismo o/y comunismo son comunidades humanas sin mercancía ni dinero. Sin funcionamiento de la ley básica de la sociedad capitalista, la ley del valor. Por otro lado, planificación y capitalismo no son incompatibles. El capitalismo ha tratado con un éxito parcial de controlar su dinámica impersonal a partir de los años treinta del siglo XX, para empezar a reconocer, por lo menos desde 1973-1975, el fracaso de estas tentativas. Hoy nos encontramos en el momento en que el capitalismo ha llegado al límite interno de su desarrollo, a una situación cada vez más catastrófica. Estudiar el carácter capitalista de la URSS nos sirve, por lo tanto, para reconocer y entender las categorías fundamentales del capitalismo. El capitalismo no es un sistema que se base en la propiedad privada de los medios de producción sino en una relación social que excluye del dominio de la producción y reproducción de la vida a la inmensa mayoría de la humanidad, reducida a la condición proletaria. Una fuerza social impersonal (no dominada por ende por los burgueses típicos del expresionismo, los burgueses gordos y que fuman puros) que contrapone el trabajo muerto al trabajo vivo, que nos somete a una inercia catastrófica y suicida.
Pero demos paso ya a las reflexiones de algunos compañeros y compañeras que lucharon contra los efectos de la “Medianoche en el siglo”.
Trotsky y el trotskismo
La reflexión de Trotsky se encontró siempre marcada por el rol que tuvo dentro del régimen bolchevique de la Revolución rusa. Para él, a diferencia de Lenin, la Rusia soviética era una sociedad postcapitalista en transición al socialismo. Una formación social que suponía un avance progresivo en relación al capitalismo, una conquista para el proletariado. Todo ello le llevará a defender, ya en los debates de inicios de los años 20, que los sindicatos se tenían que someter al Estado bolchevique, pues en pura lógica, si el Estado ruso era un Estado proletario, éste no tenía que defenderse de un Estado dominado por él como clase. De este modo, Trotsky se contrapone a cualquier aspecto de autonomía de clase del proletariado frente al Estado ruso desde los inicios de la revolución, es lo que marcará su oposición a las huelgas obreras de Moscú y Petrogrado de 1921, o su justificación de la matanza de Kronstadt a manos del Estado bolchevique.
La posterior reacción de Trotsky frente a la degeneración totalitaria, que llevará a cabo Stalin, se encontrará siempre con este límite. La incapacidad de reconocer la naturaleza capitalista de la formación social soviética, ya desde el inicio, lastrará para siempre la perspectiva de Trotsky en su oposición a Stalin. Cuando el poder proletario surgido de la revolución de Octubre acabe degenerando definitivamente ante el fracaso de la extensión de la revolución mundial, Trotsky reconocerá dicha degeneración política, pero no verá los problemas que desde los inicios se encontraban en una formación social condenada a un desarrollo capitalista sin la ayuda de la revolución proletaria mundial. Como sostendrá con fuerza la izquierda italiana desde el inicio y Bilan en los años 30, el socialismo en un solo país es imposible. La revolución rusa era una revolución proletaria por sus objetivos y finalidades pero éstos solo podían llevarse a cabo a través de la extensión de la revolución mundial, solo un poder proletario triunfante a nivel mundial puede llevar a cabo las tareas globales de la revolución comunista. Por lo tanto, la formación social rusa siempre fue capitalista. Y el poder proletario, sin esa extensión mundial de la revolución, estaba condenado a la degeneración. Los aportes de Bilan son fundamentales para la comprensión de esta interrelación entre revolución mundial y el aislamiento de la revolución en Rusia. El proceso de identificación entre el partido bolchevique y el Estado, y la violencia ejercida por ambos contra los movimientos autónomos del proletariado ruso, no fueron sino la estocada mortal al proceso revolucionario ruso, que acabó desembocando en el estalinismo y la contrarrevolución. En cualquier caso, la revolución aislada por el fracaso mundial de la oledada proletaria mundial (1923 en Alemania, 1927 en China por utilizar dos fechas emblemáticas), estaba ya condenada. Solo la revolución mundial podía salvar al proletariado. Trotsky mantuvo un instinto internacionalista que le permitió reaccionar frente a la degeneración estalinista pero dicho instinto estaba enormemente lastrado por sus límites teóricos y sobre todo prácticos, por el rol de primer plano que había tenido en la construcción del Estado ruso y, por lo tanto, por los inicios contrarrevolucionarios de éste.
Posteriormente, para el Trotsky de los años 30, y para todo el movimiento trotskysta ortodoxo desde entonces, la formación social rusa era un Estado obrero degenerado burocráticamente. Ello se debe a que la economía se encuentra socializada al haberse estatalizado la producción y distribución de la riqueza social, mientras que el poder político está controlado por una casta burocrática que hay que derribar. Por eso, la economía rusa (lo que el trotskismo oficial extenderá tras la II Guerra Mundial al resto de economías del llamado “socialismo real”) es progresiva y postcapitalista (la propiedad jurídica pública de los medios de producción supone una conquista socialista) pero el aspecto limitado y reaccionario, contrarrevolucionario a partir de los años 30, es el control político del Estado por parte de la burocracia. La burocracia no es una clase autónoma e independiente, sino una casta. Por ello no tiene una capacidad de decidir sobre la estructura social rusa y vive de modo parasitario de las conquistas revolucionarias del octubre soviético, de la economía planificada y estatalizada. Conquistas que el proletariado tiene que defender. Ahora bien, para Trotsky, desde 1933 con la llegada a Hitler al poder se acabaron las posibilidades de reforma del Estado ruso, y de lo que se trata es de llevar a cabo una revolución política que acabe violentamente con la clique burocrática estalinista. Eso sí, se trata de una revolución política y no de una revolución social pues no se atentaría contra la estructura social, que ya está en transición al socialismo, que es postcapitalista, sino solo contra la degeneración burocrática y política que impide el desarrollo pleno de las posibilidades de la economía planificada y socialista soviéticas.
Esta tesis será expuesta con claridad por Trotsky en su importante libro La revolución traicionada (1936). En los primeros cuatro capítulos sostendrá con fuerza la verificación material de la superioridad de la economía socialista sobre la economía capitalista, a partir de los avances en la producción industrial llevados a cabo por los planes quinquenales de la economía stalinizada. Es decir, para Trotsky, la economía rusa se encuentra lastrada por la ineficacia burocrática, por los métodos brutales y criminales de Stalin, pero al fin y al cabo su estructura es socialista con lo que los avances en las estadísticas de aumento de la producción se encuentran en el carácter socialista de la economía rusa. Trotsky hace pasar el carácter capitalista de la producción rusa por una naturaleza socialista, como podemos ver en él se da una identificación de la naturaleza de una formación social a partir de las relaciones jurídicas de propiedad. Como la propiedad es del Estado la economía rusa no puede ser capitalista, lo contrario de lo que ha de ser un método materialista y comunista: son las relaciones sociales las que determinan el sentido de una formación social. En el caso del capitalismo, como veremos al final de este texto, las relaciones sociales se caracterizan por la separación de la vida humana de los medios de producción y reproducción de la existencia, lo que origina la aparición del proletariado (como humanidad separada de la tierra, suspendida en el aire) y la necesidad de vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Lo que determina la oposición entre trabajo vivo y trabajo muerto, es decir, capital. Esto es lo que ubica el carácter capitalista de la formación social rusa y la de todas las economías del llamado “socialismo real”, y no un fetichismo jurídico como el de la propiedad privada o estatal de los medios de producción.
Como podemos ver Trotsky cae en un error común a buena parte de la izquierda del capital, pero más grave aún en alguien como el revolucionario bolchevique, la identificación del Estado como algo progresivo frente a la propiedad privada de los medios de producción como algo característico de la economía capitalista. Como desarrollará Bordiga, a partir de la crítica de la economía política de Marx, no es la propiedad privada lo que caracteriza al capitalismo, sino el hecho de que es una fuerza social impersonal que necesita producir y acumular cada vez más riqueza y que hace de todos nosotros engranajes de su maquinaria ilimitada y aparentemente infinita. Sin embargo, para los trotskistas, no puede haber capitalismo de Estado pues éste debe ejercerse en favor de una burguesía concreta, lo que no existía en la URSS. La propiedad en la URSS no era burguesa y sus contradicciones sociales son compatibles con los de toda sociedad de transición: producción socialista, distribución capitalista.
Si por una parte Trotsky reduce la estructura económica a una realidad progresiva y postcapitalista, por otra parte, reduce la política del Estado ruso a una mera degeneración burocrática. Por eso se trata de que el proletariado realice una mera revolución política y no social (lo que si hay que hacer en los países capitalistas). En última instancia, en este esquema, la burocracia tiene algo de progresivo y de mejor que el resto de los países capitalistas. Y en caso de guerra o conflicto habría que defender estos Estados frente al resto de las potencias imperialistas. Este hecho, la de la defensa del Estado obrero, será uno de los pilares del trotskismo desde siempre, lo que le ubica como una parte de la izquierda del capital. Es lo que a día de hoy le lleva a defender, por lo general, a gobiernos de izquierda socialdemócrata frente a partidos de derechas o conservadores debido a este juego dentro de la institucionalidad burguesa. Esta dualidad trotskysta, entre economía socialista y degeneración política, esconde buena parte de los impasses del trotskismo como corriente política socialdemócrata.
La izquierda germano-holandesa y el consejismo
La izquierda germano-holandesa fue, dentro del marxismo revolucionario, la primera corriente que caracterizó como capitalista a la Rusia soviética. Lo que es un mérito indudable. Ya desde 1923 la Internacional Comunista Obrera (KAI, ruptura con la III Internacional a partir del KAPD alemán) analiza la Revolución rusa como una doble revolución, proletaria por sus fines pero burguesa por sus métodos y algunas de sus características. Esta tesis es elaborada por Herman Gorter pero rápidamente evoluciona en otros comunistas de izquierdas alemanes como en el caso de Otto Rühle. Para el comunista alemán, la Revolución rusa estaba condenada a degenerar rápida e inevitablemente. El Estado ruso era un Estado capitalista burgués nacido de una revolución burguesa. En 1926 diferentes dirigentes opositores del KPD son expulsados (Korsch, Scholem, Maslow, Fischer, Katz…). Algunos de ellos, como Korsch, evolucionarán rápidamente hacia las posiciones consejistas que irá adoptando la izquierda germano-holandesa. Iwan Katz definirá, por ejemplo, a Stalin como el “Rey de los campesinos” y a Rusia como una potencia capitalista. Karl Korsch en agosto de 1926 considera que la URSS es el producto de una revolución radical-burguesa pero en 1928 es ya la expresión de un régimen capitalista-fascista al que la estructura jacobina de la organización y filosofía bolchevique dieron forma.
El texto más elaborado por parte de esta corriente son las Tesis sobre el bolchevismo (1934) elaboradas por el comunista de izquierdas alemán Helmut Wagner. Publicadas en la revista Rotte Kämpfer, en ellas se indica que Rusia vivió un tránsito desde el zarismo absolutista al bolchevismo absolutista. Entre el proletariado y el campesinado se eleva una burocracia que se constituye en clase dominante. No una mera casta impotente y subordinada al carácter estatal de la economía rusa, como en Trotsky, sino una cepa social dominante, por sí misma autónoma y que configura un capitalismo sin burguesía. Un sistema caracterizado por una “producción de Estado con métodos capitalistas”.
Helmut Wagner será aquél que hará la contribución más elaborada dentro de la izquierda germano-holandesa acerca de la naturaleza capitalista de la URSS. Sin embargo, otros compañeros cercanos a las posiciones consejistas fueron elaborando textos y artículos en que defendían la naturaleza contrarrevolucionaria de la URSS. Por ejemplo el periódico Réveil Communiste alrededor de Pappalardi (un comunista de izquierdas italiano que se fue acercando cada vez más hacia posiciones consejistas) habla de un Estado de clase antiproletario, o el dirigente del Grupo Obrero ruso Miasnikov publicará un libro en París, El engaño de turno, donde defiende que el Estado ruso es “social-burocrático con estructura capitalista de Estado”.
Acabamos esta parte refiriéndonos a dos de los consejistas más importantes: Paul Mattick y Anton Pannekoek. Mattick vincula el estalinismo al III Reich o al New Deal de Roosevelt e identifica a la burocracia con la burguesía, aunque según el período habla indistintamente de capitalismo y de socialismo de Estado. Por ejemplo, en su importante libro, Marx y Keynes, sostiene que la economía soviética, con una estatalización casi total, era muy diferente al capitalismo occidental. Lo que quita mucha fuerza, obviamente, a su caracterización de la economía rusa como capitalista.
Algo similar ocurre en el caso de Pannekoek que en un texto publicado en 1946 (aunque redactado durante la II Guerra Mundial) hablaba también de socialismo de Estado, al mismo tiempo que insistía en el carácter progresivo del régimen soviético. Otros militantes, aunque desde perspectivas y orígenes trotskistas, sostendrán también la caracterización de socialismo de Estado para la URSS. Nos referimos al importante economista de origen ucraniano Roman Rosdolsky y al ex surrealista Pierre Naville en su voluminosa obra Le Nouveau Léviatan. Para Rosdolsky el aislamiento de la revolución dará lugar a la industrialización de Rusia por medio de la burocracia y en el caso de Naville existe un salario socialista a partir de las cooperativas, donde los proletarios se autoexplotan. Para ambos su posición es un equilibrio intermedio entre la concepción de Trotsky y las del capitalismo de Estado de las que hablaremos un poco más adelante.
En cualquier caso, las visiones consejistas si bien tienen el mérito de definir desde principios de los años 20 el carácter capitalista de la URSS, se caracterizan por una falta de profundidad en su reflexión. Son una muestra importante de instinto y de reacción de clase, pero también se caracterizan por una falta de rigurosidad de las categorías que no les permiten explicar con más detenimiento y hondura el porqué de esta caracterización. Es lo que a algunos de estos compañeros, como Pannekoek o Mattick, les lleva a utilizar de un modo indistinto los términos capitalismo y socialismo de Estado. Lo que, en última instancia, no permite entender en qué sentido el derrumbe de la URSS fue una muestra de la crisis más general del capitalismo mundial.
Los teóricos del Tercer campo: el colectivismo burocrático
Algunos compañeros y compañeras de este período plantearán que la Rusia de Stalin no sería ni un Estado obrero degenerado burocráticamente, como sostenía Trotsky, ni una forma de capitalismo sino una tercera forma de opresión social, ni capitalista ni obrera. Para muchos de estos compañeros el stalinismo, como forma social, era concordante con las transformaciones más generales que estaba viviendo el capitalismo y que abolían la propiedad privada de los medios de producción frente a un nuevo dominio de la técnica, de los managers, de la burocracia.
Pero vayamos por orden, los primeros atisbos de estas concepciones surgen en los entornos del grupo del revolucionario francés alrededor de Boris Souvarine. En concreto, será el comunista austriaco Lucien Laurat, nombre de pluma de Otto Maschl, para el que la Revolución rusa aislada de la revolución mundial estaba siendo reemplazada por los burócratas stalinistas que se estaban aprovechando también de las debilidades internas del proceso ruso. Para Laurat no existe capitalismo pues no hay clase propietaria privada, por lo que su análisis se encuentra muy focalizado por los análisis sobre las formas jurídicas de propiedad. La burocracia es una clase parasitaria y se trata de analizar una nueva forma social que se desarrolla al calor del maquinismo y la tecnología, con nuevas formas de planificación tecnocrática. Italia y Alemania desarrollarían, a partir de sus formas fascistas, estas formas de plutocracia y de burotecnocracia que para Laurat expresarían la decadencia de la burguesía como clase capitalista.
Será la filósofa y militante francesa, en esa época, Simone Weil quien siga las elaboraciones de Laurat, en un texto publicado en La Révolution Prolétarienne (nº 138): ¿Vamos hacia una revolución proletaria? En el que sostendrá que el crecimiento de managers y tecnócratas acompaña a la división social del trabajo, a la división entre administradores y trabajadores intelectuales frente a trabajadores manuales, vinculando este proceso a Alemania, Estados Unidos de Roosevelt, etc. De ahí llega a la conclusión de que la lucha de clases entre proletariado y burguesía se ve sustituida por una contraposición mucho más amplia entre trabajo manual y trabajo técnico, y entre la humanidad y el desarrollo de la técnica. Por lo que en este texto y en otros posteriores, como Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social Simone Weil defendió la imposibilidad de la revolución proletaria y cómo el marxismo, como cosmovisión teórica, prosigue con los mitos progresistas del capital. Cualquier tentativa revolucionaria o de reforma social profunda se hace imposible ante el avance de la técnica. Imaginar que se puede desviar la historia en un sentido diferente a base de reformas o revoluciones es soñar despierto, llegará a decir literalmente. No es este el lugar para realizar una crítica a esa perspectiva que se va a encontrar en otros autores contemporáneos y posteriores, como Lewis Mumford, Jacques Ellul o Bernard Charbonneau. Simplemente podemos indicar que la reducción del capitalismo a una megamáquina o a un sistema industrial y tecnocrático tiende a fetichizar, a partir de la tecnología y las máquinas, las relaciones sociales capitalistas. Es decir, la tecnología no es sino la expresión, materializada, de ese diablo en el cuerpo de las máquinas que es el capital y que mueve en su deseo de crecimiento ilimitado a la misma tecnología capitalista. Por otro lado, visiones como las de Simone Weil clausuran muy pronto la historia, nada menos que hace casi 100 años. Desde entonces hemos asistido a luchas de clases enormemente importantes, como las de la década de los años sesenta y setenta, y aún nos quedan importantes luchas por vivir que determinarán en un sentido o en otro nuestro futuro como especie. La lucha entre comunismo o extinción de la especie es la dicotomía de nuestro tiempo y sigue abierta en una lucha decisiva para las próximas décadas.
Otros compañeros que continuarán en esta perspectiva se van a focalizar en los entornos del trotskismo. En primer lugar, el militante italiano Bruno Rizzi, ex del PCdI, cercano a los ambientes de la IV Internacional en los años 30. Escribirá un libro llamado La burocratización del mundo en el que argumentará la marcha irreversible del mundo hacia un poder burocrático en ascenso. Esta discusión planteará ya los inicios de las teorías sobre un colectivismo burocrático como una tercera forma social que se afirma de modo inevitable a partir de la tensión entre una explotación individual que declina en beneficio de una opresión colectiva. Una forma de opresión totalitaria (que recuerda las nociones de 1984 en Orwell o las concepciones sobre el totalitarismo y la libertad del último Víctor Serge, para hablar de dos compañeros influenciados por estas lecturas dentro del medio revolucionario) donde no hay posibilidad de elegir, donde los trabajadores rusos son prisioneros. La única diferencia que tendrían con los esclavos griegos es su acceso al servicio militar. En cualquier caso, el colectivismo burocrático, en Bruno Rizzi, sustituye al capitalismo como nueva etapa del desarrollo histórico y la tecnocracia como la última clase dominante del mundo.
En las filas del trotskysmo esta discusión se dará dentro del SWP norteamericano. A partir de la guerra rusofinlandesa, por la invasión soviética de Finlandia en noviembre de 1939. Trotsky y una mayoría reducida del SWP norteamericano (el principal partido trotskysta de la época) defenderán a la URSS como un Estado obrero en dicha guerra pero a ellos se contrapondrá una minoría de casi el 50% de la organización, encabezados por Max Schachtman, que criticarán el defensivismo de Trotsky hacia la URSS. Para ellos se trata de una guerra imperialista donde no hay ningún campo que defender. Esta perspectiva de independencia de clase se verá acompañada por un análisis que conducirá a defender la naturaleza social de la URSS como una tercera forma social, ni proletaria ni capitalista, sino como colectivismo burocrático.
La primera contribución en este sentido será la de James Burnham que era uno de los teóricos de la escisión que dará nacimiento al Workers Party. Al poco de la ruptura acaba rompiendo con la organización y más tarde con el marxismo y publica en 1941 un libro importante: The Managerial Revolution. Las tesis de Burnham son muy parecidas a las de Bruno Rizzi, de hecho este último le acusará de haberle copiado la idea. Sostiene, Burnham, que una nueva burocracia se convierte en la clase dominante y este hecho es inexorable a nivel mundial. Estamos asistiendo en los años treinta a una transición del capitalismo a una nueva sociedad, managerial, pues está dominada no por propietarios de los medios de producción sino por managers, ejecutivos, técnicos, ingenieros, administradores, jefes de oficina… A diferencia de Rizzi para Burnham esta transición no conduciría a una revolución socialista futura sino que marca una nueva era histórica definitiva.
Otros compañeros, dentro de una perspectiva aún revolucionaria, continuarán defendiendo estas posiciones dentro del Workers Party. Ante todo Max Schachtman que en Is Russia a Workers’State? Diferencia entre formas de propiedad (a partir del dominio jurídico del Estado) y relaciones de producción de cara a Rusia. Las primeras son progresivas, las segundas no porque las controla la burocracia. Lo central es, por ende, quién controla el Estado y si la burocracia es una clase autónoma e independiente o no. En cualquier caso, como las formas de propiedad son progresivas en relación a la propiedad privada de los medios de producción, típicas del capitalismo occidental, habría que defender esas formas frente a una posible restauración capitalista. Otros compañeros de su partido como Joseph Carter, el que acuñará en primer lugar el término colectivismo burocrático, criticarán la idea de que las formas de propiedad de la URSS fueran algo progresivo. Para Carter no tiene sentido. De lo que se trata es de saber si el proletariado controla o no los medios de producción por lo que no se puede defender la propiedad nacionalizada como algo positivo, por fuera de este aspecto de control obrero de la producción.
Como veremos al final de estas notas, este tipo de posiciones se caracterizan por una profunda incomprensión de la naturaleza del capitalismo, puesto que lo reducen a una propiedad privada sobre los medios de producción. No entienden el capitalismo como una relación social que se caracteriza por la separación de los proletarios de los medios de producción, sino como una forma de dominio y control privado sobre los medios de producción. En el fondo, buena parte de los contendientes en este debate están de acuerdo sobre este aspecto, el de reducir el capitalismo a su forma jurídica. Es lo que a Trotsky le llevará a sostener el carácter socialista de la URSS y lo que, por el contrario, llevará a Schachtman y sus compañeros a defender la idea del colectivismo burocrático en la URSS. En la actualidad, son pocos los que sostienen estas posiciones, del colectivismo burocrático. En el caso del Workers’ Party acabarán disolviéndose en el Partido Socialista norteamericano y Schachtman acabará apoyando a Estados Unidos en la Guerra de Vietnam. En última instancia, son concepciones que tienen una dificultad de posicionarse desde una neta independencia de clase. La exageración y confusión sobre el carácter específico de la formación social rusa conllevará focalizar sobre sus rasgos totalitarios particulares y ver como un mal menor al capitalismo occidental. Es lo que le ocurrirá no solo a Schachtman, sino a otros compañeros de la época como George Orwell, por referirnos a uno de los más conocidos.
Hoy en día existe un grupo trotskysta que reivindica con fuerza a los teóricos del Tercer campo. Nos referimos al Workers’ Liberty, cuya figura teórica más conocida es Sean Matgamna. Tiene numerosas publicaciones en inglés al respecto, lo que no deja de ser una fuente interesante para conocer la génesis de estos debates. En cualquier caso, es emblemático que este grupo trotskysta (y de una rama no especialmente radical del trotskismo, como expresa su apoyo entusiasta a Corbyn en el Partido Laborista a través de su entrismo en el partido socialdemócrata) no tenga problemas en vincular sus posiciones clásicas propias del trotskismo socialdemócrata (defensa del frente único, gobierno obrero, carácter proletario de los partidos socialdemócratas tradicionales) con la defensa del colectivismo burocrático de cara a la URSS y los países del llamado “socialismo real”.
La URSS como capitalismo de Estado
Nos acercamos ahora a los compañeros y compañeras que van a entender el carácter capitalista de la URSS a partir de los años 40 del siglo XX. Algunos de ellos proceden de organizaciones vinculadas a la izquierda comunista y otros romperán con distintos grados de profundidad con el trotskismo.
De cara a los primeros destacan las figuras de Marc Chiric (fundador de la CCI) y Onorato Damen (dirigente de Battaglia Comunista). Ambos defenderán las posiciones del capitalismo de Estado entendiendo que el Estado pasa a un primer plano de las relaciones sociales de producción en el intento de controlar totalitariamente las dinámicas del capital. La URSS sería, de este modo, un ejemplo de las dinámicas más generales del desarrollo del capitalismo y, al menos para el segundo, el desarrollo de la URSS lo pone a la cabeza del progreso capitalista. Ambos serán criticados por Bordiga debido a esta caracterización. Para él, el Estado nunca puede controlar la dinámica del capitalismo, por eso tiene muchos reparos al uso del término capitalismo de Estado si a partir de este concepto se entiende la primacía del Estado sobre la dinámica del capital. Al comunista de origen moldavo, Chiric, lo criticará implícitamente en su texto El diablo en el cuerpo y al segundo en una correspondencia particular que conllevará la ruptura de ambos, y la división dentro de la izquierda italiana entre Battaglia Comunista y Programma Comunista (para hacer referencias a los periódicos de ambas organizaciones). Esa correspondencia será publicada por el mismo Damen en su libro titulado: Bordiga, más allá del mito.
En cuanto a las rupturas dentro del trotskismo con las versiones oficiales y el despliegue de las posiciones del capitalismo de Estado, encuentran un precedente en el trotskysta de izquierdas británico de los años 30 Ryan Worrall a partir de su texto ¿Estado proletario o Estado capitalista?. Worrall anticipa a partir del desarrollo capitalista la abolición de la propiedad privada por la propia dinámica del capital (véase más adelante lo que vamos a comentar acerca de Bordiga). La propiedad privada no caracteriza al capitalismo, a diferencia de lo que pensaba Trotsky, y la URSS sería una expresión de un capitalista colectivo a través del Estado. Sin embargo, Worrall no considera que la URSS sea un Estado imperialista como otros Estados capitalistas y además sostiene que es un tipo de formación social más cercana al socialismo que los capitalismos occidentales. Su texto será criticado por el famoso economista socialdemócrata Rudolf Hilferding quien sostendrá una posición cercana al colectivismo burocrático. La URSS expresaría un sistema económico nuevo de carácter totalitario, en el que la economía se somete a las necesidades del Estado.
A partir de los años 40 del siglo XX se dan diferentes rupturas dentro del trotskismo que expresan una reacción proletaria e internacionalista frente a la participación del trotskismo oficial en la guerra imperialista conocida como II Guerra Mundial. Las secciones oficiales del trotskismo llevarán a cabo una defensa de la política militar proletaria y una participación activa en las resistencias nacionales contra el fascismo, que les llevará a ser parte activa de uno de los campos en liza en dicha guerra imperialista. Estas posiciones serán enfrentadas desde dentro por parte de algunos compañeros nucleados en torno a las secciones española (dirigida por Grandizo Munis y Benjamin Péret), griega (de Agis Stinas donde militará un joven Castoriadis) y la vietnamita en torno a Ngo Van que posteriormente evolucionaría hacia posiciones consejistas.
Lo importante de todas estas reacciones es que suponen una defensa de posiciones internacionalistas y de independencia de clase frente al rol socialdemócrata y reformista del trotskismo, que se ubica claramente en otro terreno de clase desde los años 40 al defender uno de los campos en liza de la guerra imperialista además de reiterar su sostén a la URSS como Estado obrero degenerado burocráticamente. Caracterización que extenderá al resto de los países del llamado socialismo real, como estados obreros deformados burocráticamente y no degenerados, en este caso.
Estos compañeros no solo defenderán estas posiciones internacionalistas sino que profundizarán acerca de la caracterización capitalista de la URSS. En primer lugar, nos referimos a Munis que escribirá junto a Benjamin Péret y a la compañera de Trotsky, Natalia Sedova, un texto ya en 1946 donde defendían el carácter capitalista de la URSS. Estas posiciones, junto a un internacionalismo consecuente, los llevará a romper con la IV Internacional en 1951. Para Munis, la contrarrevolución burguesa stalinista triunfa desde el pacto Molotov- Von Ribbentrov. Lo que implica el desarrollo de un capitalismo de Estado sin una clase dominante madura a diferencia de los países occidentales. El capitalismo de Estado implica un antagonismo entre trabajo muerto y trabajo vivo, entre capital y trabajo donde prevalece la acumulación de capital constante frente al salario de los obreros. El carácter capitalista de la URSS se ve en definitiva, para Munis, en que lo que domina en la planificación rusa son las necesidades de acumulación del capital y de la industria pesada y no las necesidades humanas de los proletarios, su consumo social, la necesidad de reducir su jornada de trabajo y ampliar el grado de satisfacción de las necesidades humanas, que es lo que implicaría una auténtica planificación comunista y no capitalista.
También defienden una perspectiva de caracterización social de la URSS como capitalismo de Estado la conocida como tendencia Johnson y Forest. Encabezada en realidad por CLR James, Raya Dunaievskaya y Grace Lee. Será sobre todo Raya Dunaievskaya quien dé una aportación decisiva por su dominio de la lengua rusa (era una judía de origen ucraniano nacida en una zona de frontera), lo que le permitirá consultar las estadísticas oficiales de primera mano. Sin embargo, a diferencia de Munis o de los compañeros griegos y vietnamitas, la Tendencia Johnson-Forest no realizará una denuncia clara y neta del rol burgués del trotskismo al haber defendido uno de los campos imperialistas en la II Guerra Mundial. Esta ausencia es muy importante porque permite entender la evolución ulterior del grupo o algunas de las posiciones actuales de los seguidores norteamericanos de Dunaievskaya, que han defendido una lógica antifascista frente al gobierno de Trump. Para los revolucionarios norteamericanos de la Tendencia lo que era central es su defesa de la caracterización de la URSS como un régimen capitalista de Estado. Esto los llevará a romper en 1947 con el Workers Party de Max Schachtman y Carter y entrar en el SWP norteamericano, a partir de la perspectiva de que se acercaba una nueva oleada revolucionaria tras la II Guerra Mundial. En 1951 acabaron por romper también con el SWP a partir del documento, escrito en su mayor parte por CLR James, State capitalism and World Revolution.
Dunaievskaya individualiza el funcionamiento del valor en la sociedad soviética a partir de las estadísticas oficiales. Igual que Bordiga, le dará mucha importancia al texto de Stalin, escrito en 1952, sobre Los problemas económicos de la URSS donde el dictador georgiano reconoce el funcionamiento de la ley del valor en la sociedad rusa. Dunaievskaya defiende que a través del mercado mundial opera la ley del valor en la sociedad rusa, con lo que serán las categorías del capital las que muevan la producción y distribución de la economía rusa. Para ello, polemizará con famosos economistas prosoviéticos y stalinistas (aún hoy con una gran e inmerecida fama) como Paul Baran u Oskar Lange. La ley del valor es, pues, el motor de la economía rusa lo que además se expresa en la contraposición entre trabajo muerto y trabajo vivo, entre acumulación de capital constante frente al sometimiento despótico del trabajo vivo. Dunaievskaya a diferencia de Bordiga no le dará tanta importancia a cómo sigue operando en la economía rusa una lógica de empresa a partir de distintas unidades productivas que siguen lógicas propias e irracionales. Pero, en cualquier caso, individualiza clara e insistentemente que el capitalismo es una relación social, que la burocracia rusa es la agente del capital en su Estado y que no puede ser la propiedad jurídica oficial lo que defina las relaciones sociales de una formación social. Su análisis es pues de los más claros acerca del capitalismo soviético.
Otra tendencia que desarrollará posiciones internacionalistas durante este período son los compañeros alrededor de la revista Socialismo o Barbarie. Cornelius Castoriadis y Claude Lefort fueron sus principales dirigentes. El grupo nace a partir de una escisión en 1946 del Partido Comunista Internacionalista francés, la sección de la IV Internacional. Castoriadis se encontraba profundamente marcado por su militancia con el internacionalista griego Agis Stinas durante la II Guerra Mundial. Donde defendieron posiciones internacionalistas y de derrotismo revolucionario que los ubicaron por fuera de la capitulación trotskysta en relación a los campos democráticos durante dicha guerra imperialista (además sostuvieron una crítica neta a la URSS como potencia imperialista). En el II Congreso de la IV Internacional Castoriadis actúa como representante del grupo griego de Stinas junto a otros compañeros franceses como Montal (pseudónimo de Claude Lefort). Durante los primeros números de Socialismo o Barbarie, y de cara al tema que nos compete en nuestro texto, los social-bárbaros parecen caracterizar a la URSS como un colectivismo burocrático, pero desde 1948-1949 se refieren a su perspectiva sobre la naturaleza de la URSS como capitalismo burocrático (en este caso, se notará la relación privilegiada que tendrán con el grupo norteamericano de Dunaievskaya, James y Grace Lee), donde la burocracia controla los medios de producción y el excedente social con lo que consiguen establecer un régimen totalitario sin casi límites, una explotación global. De este modo la burocracia se convierte en una clase autónoma, agente auténtico del dominio social en su beneficio. Es este hecho el que criticará con acierto Amadeo Bordiga en una serie de textos publicados bajo el nombre de Clase, partido y Estado en la teoría marxista.
Por último nos vamos a referir al grupo vinculado al trotskysta de origen judío Tony Cliff. En este caso, se trata de una corriente que será ortodoxamente trotskysta en todas las posiciones excepto por su defensa del carácter capitalista de la URSS, lo que le ubicará a la izquierda del trotskismo oficial, y por su defensa de que la teoría-programa de la revolución permanente se encontraba desviada desde la Postguerra y conducía al desarrollo de formas de capitalismo de Estado, como en el caso de la China maoísta. Cliff escribirá su libro sobre El capitalismo de Estado en el año 1947. Este grupo británico al principio coqueteará con posiciones a la izquierda del trotskismo, a partir de un acercamiento a la figura de Rosa Luxemburgo, pero desde los años 70 y con el nacimiento del Socialist Workers Party (SWP) recogerá todas las posiciones programáticas típicamente trotskistas (defensa del frente único, del papel de la izquierda como más progresivo que la derecha, defensa del sindicalismo, de los gobiernos obreros…). Y, de hecho, hoy es una de las corrientes más a la derecha del trotskismo, cercana en algunas de sus planteamientos a la corriente europea vinculada históricamente a Ernest Mandel (lo que antes se conocía como SU de la IV Internacional).
Volviendo a las posiciones sobre el capitalismo de Estado, para Cliff es central la idea de autoemancipación del proletariado para definir que la URSS no puede ser un régimen socialista. Los planes quinquenales stalinistas son una forma de revolución burguesa donde se desarrollan los procesos de acumulación de capital en el campo ruso. Aunque en un principio Cliff sostenía la importancia del mercado mundial para explicar cómo el valor actuaba sobre la sociedad rusa y, por ende, su carácter capitalista, con el paso del tiempo sustituirá esta concepción por la de la economía permanente de armamentos. La competencia mundial, en tiempos de la Guerra Fría, entre la URSS y Estados Unidos obligará al primero a una lógica competitiva que tendrá un carácter capitalista sobre su economía, para el trotskysta afincado en el Reino Unido. En cualquier caso, se trata de un régimen que tiene importantes diferencias con el capitalismo occidental: los precios no se establecen por medio del mercado sino a través del aparato del Estado (como pensaba también Hilferding, por ejemplo), no hay empresas individuales independientes sino subordinación al plan del Estado (como defendía también Dunaievskaya y a diferencia de Bordiga). La URSS es de este modo una gran empresa vinculada al mercado mundial aunque el monopolio del comercio exterior limita estos efectos. Lo hace, como decíamos más arriba, a través de la política de armamentos. Además Cliff se negaba a la idea de que los trabajadores rusos fueran proletarios asalariados modernos porque no habría mercado laboral, sería algo en cualquier caso compatible con el capitalismo al igual que una plantación de esclavos. Esta posición será criticada por compañeros suyos importantes, como Alex Callinicos y Duncan Hallas, a partir de la evidencia de la existencia de salarios como el medio que tenían para obtener la riqueza social por parte de los proletarios de los países del llamado “socialismo real”. Además para ellos negar la existencia del trabajo asalariado como mercancía en la URSS sería lo mismo que sostener que no habría proletariado en la URSS y, por lo tanto, tampoco capital.
Bordiga: el capital como fuerza social impersonal
Los años oscuros de Bordiga son aquellos de su aislamiento político, los veinte años que van desde 1926 (cuando es encarcelado por el régimen fascista italiano) hasta que retoma el contacto con sus compañeros del norte de Italia, en 1945, y se reincorpora a las discusiones de la izquierda comunista italiana. Esos años no fueron unos lustros perdidos para el comunista napolitano, por el contrario son los años que le permitirán volver de modo sistemático a Marx y realizar contribuciones teóricas esenciales para nuestro programa revolucionario. Uno de los aspectos centrales en que se concentrará su contribución es en explicar el carácter capitalista de la sociedad rusa. A esta discusión, Bordiga dedicará centenares de páginas en los años 40 y 50. Un aspecto novedoso, como reconocía el mismo Amadeo, marcado por la degeneración interna de la revolución proletaria en Rusia, pero que requería un estudio serio y sistemático que solo podía ser hecho desde una comprensión rigurosa del método y la teoría de Marx. Para Bordiga, solo comprendiendo lo que es el capitalismo se puede entender por qué Rusia fue capitalista. Esa es su gran contribución al respecto y lo que le diferencia radicalmente del resto de las aportaciones hasta ahora comentadas. Para ello, se tomará todo el tiempo necesario, no solo porque el paso de los años ayudaba a entender mucho mejor el fenómeno ruso sino por la misma necesidad de combatir el impresionismo teórico que destilaba en muchas de las contribuciones de otros compañeros.
¿Qué es el capital para Bordiga? Una fuerza social impersonal movida por un impulso automático a acumular capital sin fin. Y es que en el capitalismo el sistema de apropiación del producto es social y se hace, a diferencia del pasado, no por el objetivo del consumo personal de los capitalistas sino de la acumulación de capital como finalidad primaria y exclusiva. Esto es lo que hace que Bordiga ubique en sus justos términos el problema de la clase dominante bajo el capitalismo, y no esté preocupado por la obsesión que atenaza a otros compañeros de cara a descubrir si hay o no una burguesía rusa. Este nuevo sistema social de opresión no se caracteriza por una nueva forma de propiedad privada personal sino por su carácter social. En el caso del esclavismo o del feudalismo, las clases dominantes se apropiaban del plusproducto individual creado por el esclavo o el siervo para su propio consumo personal, pero con el capitalismo esto no sucede. Es el capital el que somete a los capitalistas, los subsume como si estuvieran poseídos, como si llevasen al diablo en el cuerpo. El capital es un sistema social en continuo crecimiento, en realidad no es sino esto, valor hinchado de valor, valor en continuo incremento. El dinero subsume trabajo asalariado en el proceso de producción lo que produce dinero extra, plusvalor, D’: D-M-D’ es el esquema con que Marx explica el movimiento continuo del capital. Los capitalistas que no se sometan a este movimiento simplemente desaparecen por no encontrarse a la altura del propio proceso, del propio movimiento. Por eso Bordiga explica, siguiendo a Marx, que los burgueses no son sino funcionarios del capital. La función se impone sobre la persona. En esto el capitalista es muy diferente a otros explotadores del pasado, la apropiación ante todo privada, que controla para sus propias necesidades de reproducción el señor feudal o el dueño de los esclavos, desaparece porque lo que domina a todo y a todos es un movimiento automático que se impone con una fuerza aparentemente natural y omnisciente, incuestionable. Es por todo esto que el capital es un sistema social, y no de propiedad personal, y que el poder del capitalista no se mide sobre la base de la propiedad de la que es jurídicamente titular sino de la masa de capital y de trabajo social acumulado de la que dispone y a la que se somete él mismo aunque no lo sepa. Por eso, y a modo de resumen, podemos afirmar que el capital es una potencia social impersonal, un valor hinchado de valor y en continuo crecimiento.
Bien, el capitalismo es una relación social. ¿Pero qué significa esto? Que presupone la separación entre el trabajador y los medios de producción y reproducción de la vida. Con ello se elimina la propiedad privada personal sobre la tierra (que tenían los campesinos en la Edad Media) y se obliga a los trabajadores a vender su fuerza de trabajo para acceder a la riqueza por medio del salario. La riqueza no se expresa de modo directo, a través del autoconsumo de lo que se produce, sino siempre indirectamente a través del mercado. Pero eso hace que la producción capitalista sea siempre (indirectamente) social y producida como valor de cambio que se vende en el mercado. Todo adquiere una función social en el capitalismo, ya sea el trabajo (me reproduzco vendiendo mi fuerza de trabajo para producir unas mercancías y consumir otras diferentes), que la función del capitalista. Ser capitalista no es ya una posición personal sino social y, del mismo modo, la propiedad privada no es tanto una forma jurídica o personal sino una apropiación social de la producción. También por esto en el capitalismo las clases son formas sociales abiertas (uno puede nacer proletario y devenir capitalista, en muy pocos casos, o pasar de ser un pequeño burgués a un proletario), a diferencia del carácter cerrado de los estamentos feudales. Las clases se caracterizan por su ser social y no por sus figuras personales.
Siguiendo con la explicación del capitalismo como relación social, el valor no es sino la forma en que se presentan a los productores las condiciones de su producción. Una fuerza exterior encarnada en maquinaria y empresas a la que tengo que vender mi fuerza de trabajo si quiero acceder a la riqueza. Eso es lo que hace que el capital imponga su poder sobre el trabajo social y lo haga con un despotismo aparentemente natural. Lo que es una relación social e histórica, la expulsión de los campesinos de la tierra y la compulsión a devenir proletarios vendiendo la fuerza de trabajo como una posesión, necesidad imperativa para no morirse de hambre, se naturaliza y aparece como una simple relaciones entre cosas. Las personas nos encontramos mediados y sometidos a cosas (máquinas, empresas, objetos de consumo, dinero…) y las cosas se convierten en personas, las verdaderas protagonistas del movimiento y la dinámica social. Es el dominio del trabajo muerto (maquinaria, herramientas, fábricas, trabajo acumulado en el pasado) sobre el trabajo vivo. Este es el análisis del capital que hace Marx y que Bordiga recupera para entender porque la URSS es un Estado capitalista.
Muchas son las consecuencias de este análisis. Si los objetos producidos por las relaciones sociales nos aparecen como los auténticos sujetos, pero estas relaciones sociales se encuentran ocultadas por la dinámica social (o sea por el fetichismo de la mercancía y del capital), los productos de las relaciones sociales se autonomizan de los individuos, no los necesita, no requiere de su voluntad consciente. El capitalismo no se caracteriza, por ende, por la voluntad de los seres humanos, sino que al contrario es él el que define y configura dicha voluntad. Eso es lo que hace que el capitalista en la historia pueda adquirir diversas figuras y ropajes, pueda prescindir, el capital, de algunas de sus encarnaciones y sustituirla por otras (una sociedad de clases y no de estamentos cerrados), ya que lo que define al capitalista no es su personalidad y voluntad sino el hecho de ser una mera personificación de la dinámica y las necesidades del capital. Es la función la que determina el órgano. Bordiga explica que no solo es esto la sustancia del análisis de Marx, sino que la misma dinámica del capitalismo en el siglo XX, lejos de alejarse de la descripción que hizo en El capital, tiende a afirmarla con cada vez mayor fuerza. El mito del burgués gordo y con puro, típico de las caricaturas expresionistas de un George Grosz, por ejemplo, que domina y explota a los trabajadores por su sed insaciable de riqueza, no es el análisis que Marx hace de lo que es el capitalismo. Y, además, son caricaturas que no expresan la verdadera naturaleza del capitalismo. El capitalismo en la medida en que se desarrolla e impone su fuerza social tiende a despersonalizarse, la figura del empresario individual desaparece en nombre de la concentración y centralización del capital. Con el despliegue de las sociedades anónimas, del capital financiero, de las grandes empresas. El propietario individual se extingue y aparece un propietario colectivo encarnado por muchos accionistas o el mismo Estado. Y es que lo que define al capital no es la propiedad jurídica personal sino la relación social, el hecho de que el capital es trabajo acumulado que subsume y se enfrenta al trabajo vivo. Con el desarrollo del capitalismo se da una separación cada vez más neta entre la propiedad (cada vez más colectiva, por acciones o por el capital público del Estado) y la gestión del capital llevado a cabo por medio de managers, ejecutivos, técnicos… Era este hecho sobre el que reflexionaban de un modo impresionista los teóricos del colectivismo burocrático. Un hecho que no supone una nueva era marcada por el dominio de la técnica, que vaya más allá del capitalismo, sino simplemente la expresión cada vez más pura y acendrada de la lógica capitalista en su contraposición contra el trabajo vivo, contra la humanidad desnuda de toda propiedad que no sea su fuerza de trabajo. Se da entonces un divorcio entre propiedad y capital. Desaparece entonces el capitalista como figura física que dispone en exclusiva del capital sobre su fábrica, y es cada vez más un emprendedor que interviene y se somete al proceso de autovalorización del capital a través de la explotación de la fuerza de trabajo. Bordiga hablará así del capitalista como un emprendedor puro y la empresa como una institución social sin propiedad encarnada, como en el pasado, por una persona individual. Se trata de un sistema de intereses que se fundan sobre funciones de tipo capitalista, cada vez más impersonales. El otro es importante por lo que tiene o posee, por aquello que puedo intercambiar con él y no por lo que es. Lo que define a la burguesía como clase es su vinculación a una fuerza social que lo posee, y no las dependencias personales que caracterizaban en el pasado a los señores feudales o a los dueños de los esclavos.
A partir de todo lo dicho, podemos entender la importancia de definir al capital como una potencia social, donde la sociedad no es sino un capitalista abstracto que contiene al mismo Estado. El Estado es una expresión social del mismo capitalismo, no es una fuerza social distinta o mucho menos contrapuesta. Es un resultado más del hacerse social del capital y del proceso más general de separación y contraposición entre trabajo acumulado y trabajo vivo. Por eso, es tan importante definir el capitalismo desde sus relaciones sociales y no desde la propiedad jurídica de los medios de producción. El que una empresa sea pública o privada no quita ni un solo ápice a su esencia igualmente capitalista. De ahí el absurdo de tratar de ver en la propiedad nacionalizada un ejemplo de la naturaleza anticapitalista de la sociedad rusa como hacían y hacen los trotskistas.
Entonces sí, la URSS de Stalin era capitalista. Estaba sometida a las dinámicas del valor en su misma esencia: a través del mercado mundial, que generaba una imperiosa necesidad de competir, pero en primer lugar por cómo se mantenían y desplegaban todas las categorías típicas del capital en la era capitalista: dinero, empresa, trabajo asalariado, mercado… Solo el análisis de estas categorías permite entender la naturaleza de la sociedad rusa y evitar los errores de otros compañeros, fruto de una comprensión insuficiente del carácter capitalista de la URSS (ya que entendían por capitalismo de Estado un capital sometido en realidad a la dinámica del Estado, lo que es imposible), o de los compañeros que defendían el poder omnímodo de la burocracia (cuando en realidad la burocracia se sometía al poder del capital, no era sino su personalización impotente). En realidad, ambas visiones erradas coincidían en lo fundamental, en entender que había una cierta contraposición entre Estado y capital, entre propiedad nacionalizada (que expresa una lógica no capitalista) y capitalismo (que sería identificable con la mera propiedad privada). La comprensión profunda de lo que es el capitalismo le permite a Bordiga superar los impasses de todas estas teorías, al mismo tiempo que rompe con la visión trotskysta que no dejaba de compartir el fundamento de las otras con su obsesión, en este caso positiva, por la propiedad nacionalizada.
Dos cuestiones para ir acabando este ya largo artículo. Bordiga desarrollará miles de páginas al respecto de este análisis y para ello utilizará un montón de estadísticas de los planes quinquenales rusos. Ello le permitirá entrar en muchísimos pormenores a la hora de explicar cómo se expresaban concretamente las relaciones mercantiles en la sociedad rusa. Para ello además desmontará el peso asfixiante que tendría la propiedad estatal en Rusia. Argumentará, por ejemplo, que en el campo la inmensa mayoría de la propiedad era privada, en forma de cooperativa, a través de los koljoses. A lo que hay que añadir que los cooperativistas tenían una parte de la tierra para su propio uso, en forma de pequeños lotes. De este modo, y como el mismo Stalin reconocía en un texto de 1952 con el que polemizará el mismo Bordiga en su Diálogo con Stalin, se da una relación mercantil entre ciudad y campo, entre las industrias de Estado y un campo repleto de cooperativas privadas. Además, y a pesar de los intentos de centralización a través de los planes quinquenales, en la industria regía también una lógica privada. No solo por la dinámica del valor a través del mercado mundial, sino por cómo subsistían planes y lógicas propias de cada empresa que se contraponían y competían entre sí. Y porque casi el 53% de los gastos del Estado en infraestructuras y obras se daba por medio de contratas y subcontratas a pequeñas y medianas empresas, según datos del V Plan Quinquenal de la URSS (1951-1955). Es decir, también en la industria, y junto a empresas estatales capitalistas, existía una amplia red de pequeñas y medianas empresas privadas.
El reconocimiento de la existencia de relaciones mercantiles en Rusia, ya sea entre campo y ciudad como a nivel del mercado mundial, lo reconocerá el mismo Stalin en su texto de 1952: Los problemas económicos en la URSS. Interesante no solo por lo que reconoce, en medio de todas sus imposturas, como Bordiga demuestra en su Diálogo con Stalin ya mencionado. Stalin reconoce que en la URSS funciona la ley del valor, la lógica de empresa, los salarios, la mercancía, el dinero… Luego trata de salir del paso argumentando que la ley del valor en este caso es socialista y que lo que caracteriza al capitalismo es la existencia de monopolios, de malos monopolios que obtienen beneficios extraordinarios y no justos. O sea, puros lugares comunes que no están tan alejados de un pensamiento reformista al uso hoy en día. Ahora bien, es importante afirmar con Bordiga que el análisis del capital de Marx es una necrológica de las categorías de esta sociedad inmunda. Una necrológica de sus categorías destinadas a perecer con la afirmación del comunismo. El análisis de Bordiga del carácter capitalista de la URSS acaba precisamente de este modo. Delineando que siempre que en tiempos modernos veamos la existencia de mercados, dinero, mercancía, salarios, empresas, propiedad, Estado… estamos hablando de una sociedad en que existe el capitalismo. Y, por ende, el comunismo como movimiento real que niega lo existente no sería sino el reverso positivo de esta sociedad inmunda. Una comunidad humana, Gemeinwesen, sin empresas, sin dinero, sin propiedad (usufructo para la especie, para ésta y las futuras generaciones), sin contabilidad, sin trabajo asalariado, sin Estado… Una sociedad sin capital: el comunismo.
Grupo Barbaria – Diciembre 2020
Lecturas recomendadas para profundizar:
Amadeo Bordiga: Diálogo con Stalin.
Liliana Grilli: Amadeo Bordiga, capitalismo sovietico e comunismo.
Arturo Peregalli y Riccardo Tacchinardi: L’URSS e la teoría del capitalismo di Stato.
Marcel van der Linden: Western Marxism and the Soviet Union.