Materiales acerca de los últimos acontecimientos en Francia

“¿CHUSMA? ¡PUES BIEN, SOMOS PARTE DE ELLA!” El ministro del interior francés, Sarkozy lanzó una campaña de represión, en 2005, contra los proletarios de los suburbios en lucha, calificándolos de “racaille”… un término francés que en castellano puede traducirse por: chusma, infame, escoria, ruin, basura desechable, gentuza, hampa, gente que se desprecia.

Compilamos algunos textos acerca de los motines callejeros y disturbios desatados masivamente en Francía a raíz de la muerte del joven Nahel a manos de la policía. También consideramos esencial para esta compilación incluír viejos textos de la revuelta que casualmente tuvo lugar en ese mismo país en el año 2005, debido a la similitud y estrecha relación que guardan entre sí.

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Francia: revueltas en los barrios proletarios

El capitalismo es responsable de los crímenes de la policía, de la opresión y de la miseria.

¡Es al capitalismo al que se debe combatir! ¡Es al capitalismo al que se debe abatir!

Una tercera noche de disturbios acaba de sacudir el país. Se han producido enfrentamientos más o menos violentos en prácticamente todos los municipios de la región parisina (y también en el París central) y se extendieron a numerosas ciudades de provincia grandes o medianas: Lille, Roubaix, Estrasburgo, Grenoble, Lyon, Saint Etienne, Marsella, Burdeos, Toulouse, Tours, Rennes, Ruán, Nantes, Nancy, Niza, Brest, Pau, Amiens, Annecy, Macon… la lista es demasiado larga para mencionarlas todas. La movilización masiva de los diferentes cuerpos de policía (40.000 policías y gendarmes según cifras oficiales), el bloqueo de los transportes públicos o los toques de queda decretados en ocasiones no consiguieron mantener el orden en los barrios proletarios. Decenas de edificios públicos, comisarías de policía, etc. fueron atacados por jóvenes con cócteles molotov o petardos y fuegos artificiales, se saquearon comercios, se quemaron vehículos, mientras la policía disparaba granadas de gas lacrimógeno y balas de goma contra los alborotadores; casi 900 personas fueron detenidas…

 La causa de esta ira es sabida. El joven Nahel (17 años) fue tiroteado a quemarropa durante un control de tráfico en Nanterre por un policía invocando la «legítima defensa»; pero un vídeo aficionado demostró que el policía no estaba amenazado y que su compañero gritó «¡mátalo!»: se trató, por tanto, de un crimen. Informaciones posteriores de fuentes policiales afirmaban que Nahel tenía antecedentes penales («tan largos como su brazo», según un periodista de extrema derecha de C. News), dando a entender que era un matón de poca monta que sólo había obtenido lo que se merecía: esta «información» era falsa.

Cuando se demostró la mentira de la policía, el gobierno, recordando las 3 semanas de disturbios durante la «revuelta de los suburbios» de 2005, intentó calmar los ánimos. Así, Macron calificó el acto del policía de «inexplicable e injustificable», suscitando las iras de la extrema derecha y del sindicato policial «Alianza», y organizó un minuto de silencio en el Parlamento. Pero estas payasadas no tuvieron ningún efecto sobre la cólera de los vecinos.

Los jóvenes hacen bien en rebelarse

Tal es la reacción de muchos proletarios de estos barrios que declararon ante las cámaras. Tras los primeros disturbios, Macron declaró que estaban «marcados por escenas de violencia (…) contra las instituciones y la República» que eran «injustificables». Pero para los proletarios, jóvenes o viejos, lo que es injustificable y cada vez más insoportable es la situación a la que se ven obligados por estas instituciones y esta República burguesa. Más allá del crimen policial, es esta situación la que genera la revuelta.

Los demócratas culpan a una ley del gobierno socialista aprobada en 2017 para facilitar el uso de armas por parte de la policía durante los controles de carretera y piden, no se rían, una mejor «formación de los policías en la defensa de los derechos humanos». Si bien es cierto que desde entonces ha sido asesinada una persona al mes, de media, por la policía en Francia en estas circunstancias (¡frente a una persona cada 10 años en Alemania!), los crímenes policiales no necesitan de esa ley para cometerse: prueba de ello son los numerosos casos de violencia policial que periódicamente saltan a los titulares y que la mayoría de las veces terminan con la absolución de los policías. Hablar de cosas como una «policía al servicio de los ciudadanos» no son más que tristes frases vacías: el papel fundamental de la policía es defender el orden burgués con violencia, potencial o abierta, y está al servicio de la violencia de las relaciones sociales capitalistas explotadoras.

La lucha contra la violencia policial es inseparable de la lucha contra el capitalismo. El poderoso estallido de la revuelta juvenil en los barrios proletarios es una rotunda desautorización de las políticas legalistas y pacifistas de las organizaciones sindicales y de las políticas reformistas que propugnan la colaboración interclasista. Estas políticas causantes de todas las derrotas obreras son las responsables de la impotencia del proletariado frente a la burguesía y su Estado. Pero para ser algo más que un brillante destello en la sartén, un arrebato momentáneo de ira, la revuelta tendrá que encontrar el camino de la lucha revolucionaria organizada, de la lucha de clases contra todo este sistema de miseria, opresión y represión que sólo puede vengar a todas las víctimas.

Esto no puede hacerse de la noche a la mañana; sin contar la represión, habrá muchos obstáculos que superar, recuperaciones que evitar, falsos amigos «izquierdistas» o «democráticos» que eliminar; pero, al desgarrar la asfixiante paz social al menos temporalmente, el actual levantamiento espontáneo contribuye objetivamente a acercar esta perspectiva.

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

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La banlieue [El suburbio] es el mundo

Se dice polarización cuando los elementos de un «campo» o «sistema» se disponen según orientaciones particulares entorno a dos polos opuestos. Nuestra corriente usó esta metáfora para definir la típica crisis revolucionaria donde la tendencia entre conservación y cambio se disponen en los extremos opuestos. En aquellos momentos, el particular estado de las moléculas sociales es similar a aquel que encontramos poco antes de una descarga eléctrica; entre los dos polos se verifica una ionización del aire, una situación de inestabilidad catastrófica que cambia las características, por la cual el agua misma de aislante se convierte en conductora, con la consiguiente descarga eléctrica violenta.

La sociedad moderna tiende a exacerbar sus extremos y nos ofrece la verificación experimental de la ley marxista de la miseria relativa creciente. En un polo está la clase burguesa con sus representantes, al otro quien está alineado contra y no tiene representación de clase dentro del sistema. En medio hormiguea una ciénaga social que cuenta solamente como carne de consumo, y de ficha electoral. El área de en medio está compuesta de átomos de una atmósfera todavía no ionizada. Ellos forman la media clase y no-clase: comerciantes, profesionales, estudiantes, propietarios asalariados e integrados, intelectuales confusos que tratan de explicar todo con una filosofía de compromiso, determinada materialmente de su condición, aplastados de los vértices de la civilización y tomados a mazazos, no siempre metafóricamente, de la base salvaje.

Los confines se han esfumado, pero de un poco de tiempo a esta parte, especialmente en Francia, la polarización ha separado de un modo del todo evidente a los representantes del Capital de los condenados del capitalismo. Y la ciénaga de las moléculas inestables que está en medio se agita revindicando de existir, de no ser precipitados entre los condenados. Porque estas moléculas pueden soñar de meterse al servicio del Capital antes de dar la cara, pero de aquella parte el acceso está racionalizado, mientras las autovías hacia la condena son amplias y de peaje libre.

Los capitalistas son fáciles de definir y los condenados también. Lograr hacerlo con el cenagal de en medio, parecería más difícil. Pero es una impresión. Porque es fácil definir los polos extremos, es también fácil definir, por exclusión, la atmósfera intermedia que va ionizándose. La historia nos simplifica las cosas, por ejemplo cortándonos de raíz la servidumbre tradicional, el lumpenproletariado (subproletariado), el «patrón de los ferriere» -las forjas- (convertido en un arrendatario o accionista que delega sus antiguas prerrogativas a los técnicos asalariados), y también el proletario ideal, aquel heroico autor de historia inventado de una Internacional comunista degenerada y que comparece en la fantasía de muchos. Tenemos por tanto una sociedad que se polariza siempre más entorno a dos únicas importantes clases sociales, y nos basta decir que todo aquello que no corresponde a la vieja buena definición de clase está en medio, es una papilla interclasista. Y es espantosamente desproporcionada respecto al total de la población de un país moderno. Por exclusión diremos que no está hecha de:1) Proletarios que viven exclusivamente del propio salario o son despedidos o no han encontrado nunca un trabajo. 2) Representantes físicos del Capital, propietarios o menos.

Hace unos 50 años, en respuesta a los habituales y aburridísimos debates entorno a que era proletario y que no, verdadera manía del sociólogo burgués que quiere fichar policialmente una realidad dinámica y compleja, nuestra corriente dice que la cuenta no se hace con el registro (nacido en fábrica; ojos castaños; profesión proletario) sino sobre la base de un conjunto coherente que abraza al asalariado, el precario y quien no tiene trabajo-asalariado pero podría tener sólo aquello.

Una vez establecido este criterio, no tiene ninguna importancia más la búsqueda sociológica entorno a la figura del banlieusard (habitante de las afueras) que incendia automóviles. Es al fin demasiado evidente que por aquella vía se mete en el pastel, porque de un lado la racaille (chusma), la hez, representa una rebelión en los enfrentamientos del capitalismo pero del otro es también aquello que dice el Ministro del Interior Sarkozy, un tropel de gamberros que queman y rompen sin tan siquiera un rastro de reivindicación y de representación. Aquello que interesa es el fenómeno general determinado de la susodicha cuenta de clase y no de la psicología de cada individual chiquillo incendiario hijo de inmigrantes, marginado, no integrado, frustrado, etc., etc. Interesa la explosión de un fenómeno urbano que se verifica en uno de los países más industrializados del mundo, enfermo no por cierto de subdesarrollo sino de industrialización.

El anónimo participante a uno de tantos foros en Internet sobre los hechos franceses hacía notar que es bien extraño definir «fenómeno urbano postmoderno» la lucha salvaje y espontánea de los banlieusards, mientas normalmente viene llamado «huelga salvaje» cada lucha obrera bien organizada pero no obediente a las ordenes sindicales. En realidad ambos son fenómenos «postmodernos», en el sentido que sean los banlieusards, que sean los obreros en lucha per sé deben romper cada vínculo con el orden existente, producto del capitalismo ultranuevo. En el primer caso rechazando la asegurada política de integración del gobierno francés con sus vueltas a la beneficencia y el uso de banlieusards traidores, en el segundo caso chocando con la política nacional corporativa del monstruoso bloque social industrial-gobierno-sindicatos.

En cada uno de los dos casos la rotura con el orden constitutivo debe pasar a través de alguna forma de auto-organización sobre bases materiales preexistentes. No se incendian las capitales de un país avanzado como Francia y otro centenar de ciudades sin que sean utilizados en modo del todo natural la red de comunicaciones -de los móviles e Internet – parte integrante del mismo sistema industrial que catapulta los «gamberros salvajes» en la calle a desencadenar la guerrilla por 3 semanas. No se organizan huelgas espontáneas, sería una contradicción en término: sobre la base de las organizaciones de fábrica las huelgas así dichas espontáneas nacen organizadas.

Cuando estalla el incendio del banlieues teníamos desde hace poco publicado el artículo Una vida sin sentido, donde atribuíamos al desastre capitalista no sólo las revueltas urbanas sino también otros fenómenos entre los cuales las grandiosas manifestaciones reivindicativas con raíces reales pero objetivos falsos. Apenas había sido truncada la oleada incendiaria, que se alzaba, siempre en Francia, una oleada reivindicativa con millones de personas en plaza, repetidamente. Se está manifestando contra una ley específica (el CPE, contrato primer empleo), pero se entiende muy bien que esa de por sí no era nada de especial, era sólo un chivo expiatorio sobre el cual volcar el descontento de un estrato social. Ni una de las doce (¡doce!) delegaciones interclasistas «de bien» recibidas de Sarkozy – improvisados mediadores después de haber hecho la parte del verdugo- ha probado de alguna manera de representar el descontento real. Ha triunfado en cambio su manifestación reformista exterior, la impotencia administrativa frente a las cifras, el «tran tran» de la política. Ningún decreto gubernativo puede modificar el estado de cosas existentes, dado que toma simplemente nota (malamente) de aquello que ya ha sucedido, como para nosotros el caso de la Ley Baggi y , todavía antes, del art. 18, que han movilizado millones y millones de personas «para nada». De otro lado la clase obrera francesa no estaba sobre las plazas y los mismos sindicatos han dejado que la huelga en las fábricas no saliera bien. Por contra, la falta de reivindicaciones, la rebelión pura, no canalizada de los banlieusards, parecería más significativa.

Todavía el millón de manifestantes proletarios o no, han sido movidos de un mal estar profundo, de una inseguridad total, de la percepción de que no se puede más. Una situación que lleva a millones de personas a la plaza no es para devaluarla, y el enlace con las huelgas obreras, conseguido o no, lo hace todavía más contradictoria y significativa. La aparente semejanza con un 68 en el que los exponentes nosotros hemos ya criticado a su tiempo no deben engañar, así como no debe engañar la aparente continuidad con los movimientos de los banlieues. El conjunto de estas manifestaciones es más importante de los movimientos del 68 por la razón material que está en la base, pero la lucha contra el CPE no está en continuidad con los choques en los banlieues, son complementarios, lo integra, proceden en paralelo sin por ahora encontrarse.

Los banlieues han explotado porque a un proletariado extremo, desocupado, excluido también por factores étnicos, bastaba una pequeña chispa para hacer emerger la propia rabia. Los millones en lucha contra el CPE han protestado en cambio no tanto por sus condiciones actuales como por la incertidumbre reservada en el futuro, canalizando la rabia en una forma institucional. Mientras los banlieusards han obligado incluso al ministro de policía a invocar en frente del parlamento la construcción de una nueva sociedad, los estudiantes y los trabajadores han reivindicado la conservación de la sociedad existente contra una amenaza futura. Según The Economist, que cita un no muy sorprendente sondeo, el 75 % de los jóvenes franceses ambicionaría un puesto seguro en el empleo público. Frente a un sondeo con tales solicitudes un banlieusard debería simplemente responder aquello que efectivamente fue gritado a Sarkozy durante una de las inspecciones sobre el terreno: «Va niquer ta mère» (¡Ve a joder a tu madre!). Es inútil predicar que se querría otra cosa, que los banlieusards no son proletarios, que si también lo fuesen se querría el partido, que si también estuviese el partido debería ser aquel específico entre el millar, de quien está hablando o escribiendo en aquel momento. Encontramos que este uso abstracto de terminología desligada de la realidad no sea en absoluto expresión del polo revolucionario, sino de la ciénaga del medio. El hecho empírico de un desarrollo de acontecimientos según los esquemas clásicos de las catástrofes sociales, y no según el guión metafísico que hay en la cabeza de los intelectuales, demuestra clarísimamente como es de potente el efecto polarización previsto y ya repetidamente verificado en nuestra doctrina.

La secuencia es impresionante pero de una clareza cristalina: los condenados sin-reserva de las metrópolis se alzan; el Estado por medio de su ministro de policía Sarkozy declara el toque de queda y pide leyes excepcionales. Los estados del medio se movilizan preventivamente para no acabar en el grupo de los condenados, por tanto por los mismos motivos sociales, y desencadenando una lucha suya específica y separada, en forma de futuros desocupados; el Estado desautoriza al intransigente jefe de gobierno en cargo de Villepin y activa una línea de negociación conducida por el mismo Sarkozy que ha realizado la represión despiadada en los enfrentamientos de los condenados. Los dos campos, mientras, son diversos, imponen elecciones diversas, piden y reciben tratamientos diversos, por tanto permanecen inexorablemente distantes y separados. Los banlieus no han participado en las grandes manifestaciones reformistas prolo-estudiantes. En la Sorbona había mucha agitación, pero en la Facultad de París-VIII en Seine-Saint-Denis todo era tranquilo: para un banlieusard la universidad no es un punto de partida sino de llegada. No hay que sorprenderse tanto si bandas de condenados verdaderos asaltan las cortes y roban todo aquello que se presenta, de los teléfono s a las zapatillas de deporte, reforzando la polarización. No hay que sorprenderse, si los servicios de orden sindical e incluso de «extremistas» izquierdosos se arman de bastones y flanquean la policía en las represiones.

Prensa y televisión instigan, y la espantosa mezcla de en medio es obligada finalmente a ionizarse, esto es a ser sacudida de una parte a otra hasta romperse. Ahora alguno puede (quizás) entender un gamberro de la periferia, más allá de ser un producto degenerado de un capitalismo putrefacto, es al mismo tiempo un elemento igualmente material, factor de rotura, de aclaración, de polarización. Esto ha ocurrido, porque el gamberro ha obligado a todos a aclararse, dilatando la banlieue al mundo entero. No todos han casado la tesis de la ciénaga y cogen distancia de los incendios: no todos de izquierda han alegado repelentes justificaciones para su búsqueda de una revolución «angelical» del inexistente proletario puro. Han aceptado, como se acepta en meteorología, que junto a los rayos, esto es a la polarización evidente, «limpia», hay los fenómenos «sucios» Como el agua de los aluviones que muge violenta y arrolla todo.

Revista N+1 (2005)

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«¡Es la guerra!»

En Vitry-sur-Seine (Val-de-Marne), durante los motines del jueves 29 de junio, saquearon una armería y robaron al menos dos escopetas de bombeo y tres rifles de caza. Hace quince años, la Mafia K’1 Fry, cuyos miembros proceden en su mayoría de Vitry-sur-Seine, pronunció en una famosa canción de rap: «¡Es la guerra!». Y aquí estamos.

«Negarse a acatar las órdenes», el argumento asesino. Hay incluso una ley, aprobada en 2017, que lo oficializa. El pasado 14 de junio, en Angulema, Alhoussein Camara, un guineano de 19 años, murió de un disparo durante un control policial cuando se dirigía a su trabajo a las 4 de la madrugada, sin que hubiera testigos a esa hora tan temprana. Un detalle alucinante que dice mucho de la supuesta independencia de la justicia: mientras que la muerte de una persona conlleva automáticamente el archivo de las investigaciones, la fiscalía de Angulema abrió inmediatamente una instrucción contra el fallecido por «negativa a acatar las órdenes y violencia con arma», un procedimiento puramente mediático para desprestigiar a la víctima y justificar el asesinato. El 27 de junio en Nanterre, para mala suerte de los policías, había alguien que filmaba y grababa las palabras.1 «No te muevas o te meto una bala en la cabeza», «¡Dispárale!». Es la guerra.

También es una guerra civil. Porque, desde el 27 de junio, los franceses promedio que aprueban el asesinato de Nahel vierten a diario su racismo y sus neurosis de seguridad en las redes asociales, y la simple convivencia con estas personas es cada vez más problemática. Un fondo de apoyo a su asesino ha recaudado 850 000 euros de un objetivo de 50 000. En un país en el que Cyril Hanouna y Éric Zemmour hacen estallar los índices de audiencia, no podíamos esperar nada mejor que oírles repetir a coro, como los canallas pavlovianos que son, la cantinela de que los jóvenes rebeldes de los barrios son dealers, cuando los jefes del carbón siempre se han opuesto a la revuelta que perturba sus negocios.[2] No podemos ni imaginar lo que algunos policías estarán tentados de hacer si el mensaje es matar a alguien para conseguir un premio gordo de un millón de euros.

Desde principios de año se han producido en Francia dos secuencias muy diferentes. En los primeros meses, hubo manifestaciones masivas contra la reforma de las pensiones, que, según los sondeos, era rechazada por tres cuartas partes de la población. Siguieron itinerarios acordados y procedimientos bien conocidos, y se repitieron cada mes, en cada día de acción, hasta el inevitable y esperado agotamiento. Salvo algunas manifestaciones salvajes y bloqueos, todo se desarrolló según lo previsto, hasta el punto de que el gobierno quiso saludar el civismo de las organizaciones sindicales. El espectáculo de una protesta digna y responsable, expresada con toda civilidad y legalidad, dio al gobierno todo el margen para sacar adelante su proyecto de ley, permitiéndose el lujo de burlarse abiertamente de la representación nacional y de sus desafortunados votantes, a los que ahora no les queda más remedio que tragarse la vergüenza.

Y de repente, a principios de verano, estalla brutalmente una revuelta incontrolada, tras un crimen policial de más, que supera a las fuerzas del orden y deja por el camino a todos los rackets o chanchullos políticos. Aquí no hay protesta, hay venganza por doquier. Y a diferencia de lo que ocurrió en 2005, no sólo está ocurriendo en las urbanizaciones, sino también en los centros de las ciudades, e incluso en los pueblos pequeños. Se han incendiado gendarmerías en ciudades de 5000 habitantes… Una revuelta que cuenta con la simpatía de una gran parte de los jóvenes, más allá de los barrios populares, causa consternación entre algunos adultos. Esto se debe a que, como comentó una vez uno de nuestros compañeros, «los chicos tienen una extraña capacidad para pensar fuera de las estructuras simbólicas que nos confinan». Esta potencia escapa a todos los rackets, aunque inevitablemente se agote ante la represión policial. Expresión de una rabia más que legítima, este desahogo colectivo adquirió también aspectos carnavalescos, subrayados por los fuegos artificiales y la alegría de los saqueos.[3]

La Francia bien pensante puede al menos deplorar la muerte de Nahel —¡incluso Macron dijo que era «inexcusable»!—, pero juzga severamente el estallido de cólera que le siguió. «Si estás enfadado es porque no eres capaz de razonar lógicamente, porque, al menos en Occidente, la ira es enemiga de la reflexión, eso es algo paternalista, sabes, esas formas de decir básicamente que eres primitivo, no sabes organizar tus pensamientos, es una forma de descalificarte, de descalificar el discurso y también es una forma de asegurarte una cierta comodidad, es decir, no me importa escucharte pero dímelo amablemente para que no sea incómodo: no, a veces lo que quiero es escupirte en la cara para que lo entiendas, eso es la verdad, así es…» señalaba la rapera Casey hace unos años.

En eso estamos ahora, con toda esta gente en el poder deplorando la muerte de Nahel pero condenando la violencia. Después de la ejecución sumaria de un chico de 17 años, ¿habrían querido que los jóvenes se reunieran con la policía con una rama de olivo en la mano? ¿Después de todas las muertes y mutilaciones? Pero a fuerza de repetirlo una y otra vez, el llamamiento a la calma ha quedado definitivamente rayado.

Cada vez que asesinan a un policía, vemos salir de nuevo a los partidarios del statu quo, a todos esos mediadores profesionales; SOS Racisme, por supuesto, que no dejó de emitir su comunicado de prensa, firmado por personas que no hacen más que llamar a la calma desde hace cuarenta años. No pasa un mes sin que haya policías a los que se les ha dado el derecho de hacer cualquier cosa ejecutando a alguien, casi siempre una persona racializada, con el apoyo de sus colegas y de toda la jerarquía.

La violencia no traerá de vuelta a Nahel, seguimos oyendo. Pero al menos tendrá el mérito de alimentar la memoria, y eso ya ha contribuido mucho a inaugurar una tradición política de revueltas. Si no, ¿quién se acordaría todavía de Zyed y Bouna? Los adultos, tan razonables y en realidad tan resignados, deploran la violencia ciega de la revuelta, pero ¿qué han transmitido a los jóvenes, a esta generación en revuelta por la muerte de uno de los suyos? Nada más que un vacío político total que descalifica inmediatamente sus juicios moralistas.

En Marsella, la revuelta desembocó en una ola de saqueos sistemáticos, varios centenares de comercios según la prensa, indignando incluso a gente que creíamos cercana. Hace treinta años, la escena del rap marsellés cantaba a «los bad boys de Marsella». Pues bien, aquí están, los bad boys en cuestión, en la calle, y ¿cuánta gente, incluso en el mundo del rap, los repudia ahora por sus excesos? «El rap representa», por utilizar una expresión tan común en los círculos del hip-hop, pero ya no se trata de representar, se vive directamente.

Por eso oímos llorar a los tenderos, la mayoría de los cuales no han visto más allá del contenido de su caja registradora y no pierden ocasión de pedir más policía: pero no habíamos oído demasiado de ellos, los que pedían calma y dignidad, los que lloraban por los escaparates rotos y la mercancía saqueada, por el asesinato de Zineb Redouane a manos de las CRS el 1 de diciembre de 2018, durante otro motín en la ciudad. Sin embargo, el recuerdo sigue vivo entre nosotros…

Por otro lado, se oye a la gente quejarse de que estos días se saquean y/o incendian tiendas Lidl y Aldi en las banlieues, argumentando que probablemente sea gente de barrios populares la que trabaja ahí: es curioso porque, utilizando este mismo argumento, se puede llegar a la conclusión contraria, es decir, que algunos de los saqueadores e incendiarios actuaron precisamente PORQUE TRABAJABAN AHÍ. ¿Destrucción ciega? En el Quartiers Nord, unos jóvenes incendiaron un Aldi y atacaron el centro comercial Grand Littoral, pero nadie tocó el Après-M.[4] Aprovechemos para saludar la destrucción sistemática de las cámaras de vídeovigilancia.

Se culpa a estos actos porque atacan «al barrio». Como si el barrio fuera una Arcadia dichosa, como si no fuera también un lugar de conflicto, donde se ejerce la explotación y reina la frustración. Sin embargo, no es tan difícil comprender que para los jóvenes que viven en las urbanizaciones, esas grandes tiendas de descuento son un entorno hostil, sospechoso desde el momento en que entran, bajo la atenta mirada de guardias de seguridad y cámaras, condenados a salir con sus deseos elementales insatisfechos. Es el lugar donde la privación se ha enriquecido. Ahorrémosles las lecciones de moral más indecentes que nunca, viniendo de gente a la que nunca le ha faltado de nada. Además, no se contentaron con adquirir pantallas planas y pares de Nike. En Montreuil, donde todos los grandes almacenes han sido saqueados, los adultos pueden dar fe: «Los vi anoche, gente muy joven, saliendo con bolsas de comida llenas hasta los topes, era impactante». «¡Era como si estuvieran comprando para sus madres!». «Se lo han llevado todo, la tienda está vacía», dice el guardia de seguridad de una tienda Auchan de Montreuil: en estos tiempos de inflación galopante, ¿a quién le puede sorprender?

Mientras tanto, otros jóvenes, que en realidad no tienen el mismo perfil, alzan la voz: «Todo se desmorona», «Estoy en el final de mi vida»… No porque hayan asesinado a Nahel, sino porque han cancelado el concierto de Mylène Farmer a causa de los disturbios. «Mylène, vuelve pronto con nosotros, estoy tan triste y desolada, no he parado de llorar desde el viernes»… La abyección de una época puede medirse por sucesos como éstos. Entre eso y el fondo recaudado para el policía asesino…

Vehículos blindados en las calles, empezábamos a acostumbrarnos, desde el ataque a la ZAD en la primavera de 2018 y la represión de los chalecos amarillos. Pero cruzamos un umbral con la intervención del RAID, una unidad especializada contra los terroristas. ¡Vimos a robocops armados con fusiles de asalto de alta gama intervenir para detener a unos jóvenes que acababan de buscar dulces y refrescos en una tienda destrozada! «¡Es la guerra!».

Son los mismos policías que, no hace mucho, se tomaron la libertad de manifestarse en París en plena noche, encapuchados y con sus armas de servicio, a la llamada de sus sindicatos abiertamente facciosos, exigiendo de nuevo el derecho a matar y recibiendo el apoyo de casi todos los representantes electos, desde Éric Ciotti a Fabien Roussel. Son los niños mimados de este régimen, que ven satisfechos todos sus caprichos represivos y están equipados con todos los últimos juguetes tecnológicos diseñados para mutilar y matar.

Esta policía, que se constituye cada vez más como un poder autónomo dentro del propio Estado y reivindica plenos poderes sobre una justicia que ya está en gran medida a sus órdenes, se verá reforzada en las calles por grupos fascistas (Identitaires, GUD, AF, etc.). En varias ciudades, sobre todo del oeste de Francia, grupos de «patriotas» han organizado ataques multitudinarios para complementar a las fuerzas policiales desbordadas, e incluso han realizado detenciones. Si se tiene en cuenta hasta qué punto la extrema derecha y algunos policías están implicados en el tráfico de armas, en un contexto de complicidad ideológica, es preocupante.

También hay que saludar la valentía política de los participantes en el anulado Orgullo de Marsella, que se manifestaron el domingo a pesar de la prohibición de la prefectura. «No es una fiesta, estamos de luto»: reunidxs en la Porte d’Aix, los participantes recorrieron la ciudad bajo una pancarta en la que se leía: «Ningún orgullo para los policías y ningún policía en nuestro Orgullo» y al grito de «Nahel, Souheil, Zineb y Adama, no olvidamos, no perdonamos», «Ni justicia, ni paz. Muerte al Estado policial», «Darmanin, te bloqueamos de Marsella a Mayotte», a veces con el eco de los espectadores.

Porque, desde los chalecos amarillos hasta la manifestación de Sainte Soline, la experiencia de la violencia de Estado es hoy ampliamente compartida y ésta es una base sobre la que debería ser posible construir alianzas. Porque esta violencia no es anecdótica, como quieren hacer creer los que llaman a la calma y abogan por una policía republicana que respete a los ciudadanos. La policía, que siempre ha sido el brazo armado de la clase dominante, es el último pilar de estos debilitados regímenes liberal-autoritarios.

La gente objetará que no es lo mismo sufrir el hostigamiento policial a diario y estar en peligro de muerte en cada control policial, que sufrir la represión durante acciones puntuales como una marcha de chalecos amarillos o el bloqueo de una obra ecomonstruosa. Pero para las personas que quedaron desfiguradas o mutiladas durante estas acciones, y que lo llevarán el resto de sus vidas, para sus seres queridos, para sus compañeros, es algo que nunca desaparecerá.

La revuelta que estalló en varias ciudades estadounidenses tras el asesinato de George Floyd en mayo de 2020 llevó a plantear públicamente la cuestión de la disolución de la policía. En Francia, es una cuestión que nadie se ha atrevido a plantear todavía, y es una lástima. Porque cuando un régimen sólo se mantiene gracias a su policía, significa que una situación decisiva está a punto de llegar, y que hay que reflexionar sobre ella sin demasiada demora.

Alèssi Dell’Umbria / 1 de julio de 2023 /

publicado en lundimatin, núm. 390, 3 de julio de 2023.

NOTAS

1- «Si la información espectacular nos hace insensibles al mundo, bastó que una adolescente tuviera el valor de filmar con su smartphone el asesinato de George Floyd el 25 de mayo de 2020 en Minneapolis para hacer sensible una realidad que suele estar fuera de la pantalla. Que los afroestadounidenses son víctimas de la violencia policial no es, desde luego, ninguna novedad, pero las imágenes de un hombre asfixiado hasta la muerte por un policía impasible destilan mucho más que poder informativo. La deshumanización de la víctima y la inhumanidad de su asesino aparecen con tal fuerza en estas crudas imágenes que bastan para establecer un auténtico plano narrativo: funcionan como señal de lo reprimido […]. Y la obscenidad de mostrar la muerte de un ser humano se invierte entonces: es la obscenidad de la condición de los afroamericanos lo que emerge a través de esta terrible escena. Y es notable que la emoción provocada por estas imágenes tomara inmediatamente una forma común en la calle», Alèssi Dell’Umbria, Antimatrix, París, La Tempête, 2021, tesis 305.

2- Por cierto, lo que la propaganda de Zemmourian no menciona es que, si bien la mayoría de los traficantes de drogas están racializados, la mayoría de sus clientes son blancos…

3- «En tiempos de reunión, uno no debe elegir su camino arbitrariamente. Existen fuerzas secretas que conducen juntos a quienes tienen afinidades entre sí. Debemos entregarnos a tal atracción; entonces no cometeremos falta alguna». I Ching, Libro de los Cambios.

4- Este ex-McDonald’s, situado en el corazón de los Quartiers Nord de Saint-Barthélemy, estuvo ocupado por sus empleados durante mucho tiempo después de que la dirección ordenara su cierre. Era uno de los pocos lugares de socialización de estos barrios degradados. Los propios ocupantes, procedentes de las viviendas sociales de los alrededores, consiguieron finalmente convertirlo en un restaurante autogestionado en 2020.

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[Libro] LA LLAMA DEL SUBURBIO

PROLETARIOS INTERNACIONALISTAS (2013)

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Hoy, cuando el capitalismo está convirtiendo al planeta en una inmensa cloaca a cielo abierto, donde la vida se hace cada vez más insostenible, los suburbios, como materialización palpable de esta realidad, lejos de ser un exponente extraño de la civilización capitalista se consolida como su producto más generalizado en cada región del mundo del que ni siquiera los polos de mayor acumulación de capital se salvan como si se hubiesen salvado alguna vez, por el contrario, es allí donde se expresan con toda su fuerza y potencia. Esto se puede interpretar de otra forma, polos de acumulación=paises desarrollados…. La importancia de reapropiarnos y hacer balance de las luchas que nuestra clase desarrolla, ante esa brutal degradación de todos los aspectos de la vida, es fundamental. De ahí que queramos reseñar el libro “la llama del suburbio” publicado por los compañeros de Proletarios Internacionalistas que, teniendo como eje el balance de las luchas acontecida en otoño de 2005 en los suburbios franceses, realizan un balance histórico de la lucha de clases en los suburbios de todo el mundo.

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La chusma del suburbio, terminología que la burguesía francesa siempre empleó contra el proletariado en lucha, desempolvó en otoño de 2005 el «traje» de la guerra social que había pasado a formar parte de las reliquias guardadas en el fondo del baúl de la nación francesa. Fue una revuelta en toda regla que amenazó mediante tintes insurreccionales con romper la paz social en toda Francia.

A lo largo de este libro hacemos frente al desprecio y a las falsificaciones de la que fue objeto esta revuelta, no sólo por parte de los defensores del mundo de la mercancía, sino también de muchos que pretenden combatirlo. Al mismo tiempo subrayamos la fuerza y debilidades que se materializaron, extraemos lecciones y difundimos material desconocido en castellano proveniente de la revuelta con el único objetivo de reapropiarnos de nuestra propia experiencia y trazar directrices para las futuras luchas que ya se abren paso.

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FRANCIA: LA PAZ SOCIAL EN CRISIS

Sabemos muy bien que el conjunto de contradicciones de clase que se acumulan irremediablemente en el capitalismo exigen un desenlace más o menos violento a no muy largo plazo. Para poder inclinar la balanza del lado de nuestra clase es necesaria la actividad constante de los revolucionarios. Entre otras cosas es muy importante abordar el análisis, balance, y las perspectivas que cada batalla aporta a la totalidad de la guerra. Solo así es factible poner en evidencia las condiciones que son necesarias para despachar a nuestro enemigo. Subrayar los logros, advertir los errores, señalar a los enemigos… todo ello es imprescindible en el sendero hacia la revolución para no darse de bruces contra el mismo árbol. Por todo ello, las luchas que desde finales de Octubre traen de cabeza en Francia a nuestros enemigos, tienen que ser difundidas, criticadas, discutidas. Desde aquí agregamos nuestro granito de arena en todo esto.

El invierno caliente

Hartos de aguantar una supervivencia insoportable, hacinados como cerillas pero en cajas de hormigón, machacados en colegios o institutos, explotados en trabajos cada vez más miserables si es que tienen la suerte (!) de vender el pellejo, humillados rutinariamente por la policía, masacrados por la mercancía… los proletarios que habitan los suburbios desataron toda la cólera acumulada en respuesta a la muerte de dos jóvenes a manos de la policía.

Lo importante de esta revuelta es en primer lugar que tras años y paños de paz social en Europa, de imbecilidad, de demencia y de repugnante sumisión, el proletariado levanta la cabeza respondiendo de forma ininterrumpida durante casi un mes a la violencia del capital con la violencia de su clase. Como si de una epidemia se tratara, la revuelta se extendió por toda Francia, e incluso más allá de sus fronteras. (1) Comisarías, bancos, centros de formación, iglesias de todas las religiones, supermercados, transportes… toda personificación mercantil fue pasto de las llamas. (2) Ningún tentáculo del capital que estuviera al alcance se libró de la incineración. Nada se les puede objetar a estos jóvenes en cuanto a decisión y valentía. De todo esto sobró, y mucho. (3) Pero además de esta aptitud predominante en la lucha hay que destacar:

La autonomía que esbozó la lucha, desbordando imparablemente el lienzo de la socialdemocracia en sus diversas formas. Partidos, sindicatos, ONGs e imanes se quedaron pasmados viendo como la revuelta les pasaba por encima La ausencia de reivindicación. No se pedía nada, no podía existir mediador cuando no había nada que mediar. El objetivo era reducir a cenizas todo el acondicionamiento capitalista, suprimir todo lo que nos impide vivir.

La unidad de clase dentro de los suburbios. Las férreas divisiones entre bandas de los suburbios se esfumaron como si nunca hubieran existido. Los proletarios se encontraban codo con codo en las calles enfrentándose a la policía u organizando algún tipo de acción.

Ahora bien, si esto es suficiente, incluso en el mejor de los casos, para llevar a cabo una insurrección victoriosa, no es ni será suficiente para crear una situación revolucionaria. Se necesita contrarrestar la grave debilidad programática y organizativa que impidió concretar una dirección revolucionaria que abriera perspectivas a la lucha; se precisa romper de forma general la división y el aislamiento de nuestra clase como quedó patente ante la lucha solitaria de los suburbios; se requiere mantener y desarrollar las organizaciones que se crean en la lucha, recordar a los compañeros, a los enemigos, a los “traidores”, luchar de forma eficaz para arrancar a los compañeros de las pezuñas de la represión. Todo esto debe estar presente para tratar de superarlo en próximos envites.

¿Y la primavera?

Cuando todavía la humareda de la revuelta invernal y el olor a pólvora perduran en los suburbios franceses, y sin tiempo a que la taquicardia coronaria de algunos burgueses se haya extinguido, las hasta hace poco tediosas y frías calles de Francia vuelven a encenderse. El detonante esta vez se llama CPE, un ingrediente más en la receta de empeoramiento de nuestras condiciones de explotación. La reacción del proletariado ante esta medida ha estado torpedeada por los bonzos sindicales y por las tan cacareadas asambleas de delegados elegidos y revocables en todo momento.

Tan cercanos estaban los sucesos de noviembre que la violencia proletaria emergió de nuevo en las calles. Se ocuparon y bloquearon universidades usando piquetes, se bloquearon calles, se sucedieron enfrentamientos con la policía… Sin embargo desde el principio la situación transcurre de forma diferente a noviembre. Los sindicatos tienen en el CPE la puerta de entrada para su participación. La existencia de una reivindicación particular que centre las protestas hace más accesible la mesa de negociación y el encuadramiento proletario. Podemos ver como los sindicatos ganan terreno organizando manifestaciones rodeadas por sus cordones policiales (servicios del orden) o reprimiendo y ayudando a la policía a detener a los proletarios combativos.

Por otro lado las asambleas y sus delegados extendidos por las universidades francesas no dejan de ser otra herramienta contra la lucha proletaria. No solamente porque muchas de ellas son meros apéndices sindicales, sino porque inclusive sin participación sindical su aportación sólo es positiva para el capital. En realidad las asambleas sólo son órganos proletarios en tanto que polos de reagrupamiento, de conspiración y lucha contra el capital.

Fuera de este contexto solo aportan fuerza al enemigo. Podemos ver como en Francia mientras algunos proletarios se están partiendo la cara en la calle, otros entusiasmados universitarios se dedican a discutir y decidir democráticamente en sus asambleas cosas tan importantes para la lucha como: ¿Cuántos delegados por asamblea de universidad ocupada? ¿y por la no ocupada? ¿Cuál es el mejor modelo de funcionamiento asambleario? ¿Qué ruta elegir para hacer la manifestación? ¿Crear o no un servicio del orden? (¡!) ¿Si se crea, quienes lo componen?… Horas y horas de discusión para ahogar al movimiento. Eso sí, democráticamente. Qué bonito.

A pesar de lo dicho el proletariado no ha sido vencido todavía y existen aspectos que se deberán de tener en cuenta para próximas confrontaciones. Podemos comprobar como al margen de las asambleas se han organizado acciones o concentraciones, se han preparado ciertos bloqueos de estaciones trenes (siendo los propios servicios del orden de las manifestaciones los que han desbloqueado la vía). También hemos visto como en numerosas ocasiones grupos organizados se han enfrentado a los servicios del orden de las manifestaciones (tanto al sindical como al asambleario) o como se llevaban su merecido quienes filmaban las caras de los que ejercían la violencia.

Publicación La Lumbre / 2006 / Xixon Asturies

Notas

1 – En otros países de Europa otros proletarios se identificaron rápidamente en la lucha y salieron a las calles a unirse a ella.

2 – Por supuesto la prensa informaría básicamente de la quema de coches para tratar de hacer partícipe en la defensa de la propiedad privada atacada al resto del proletariado. Sin duda, la quema de otras cosas puede causar una simpatía y complicidad peligrosa en el resto del proletariado, sin embargo, la quema de coches puede causar rechazo al creerse propietario, al creer que puede perder lo poco que tiene. Claro que jurídicamente el coche puede ser propiedad de un proletario, sin embargo la realidad es que tanto el coche como el proletario es propiedad del capital.

3 – Debido a ello el Estado francés se vio obligado a declarar el estado de sitio por un periodo de tres meses, medida sin precedentes en la historia de Francia.

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