En 1948 el proceso de ocupación del territorio palestino para la creación del Estado de Israel supuso el abandono forzoso de los habitantes de sus tierras y hogares. Durante décadas, esta ocupación territorial se ha ido extendiendo bajo distintas formas de violencia sistemática. En estas últimas semanas, y tras una rápida escalada del conflicto, nos encontramos ante una brutal continuación de la Nakba. Con los habitantes de Gaza desplazados, bajo un asedio continuo mediante bombardeos, incursiones terrestres, y bloqueando el acceso de la población al agua, alimentos, sanidad, electricidad y comunicación.
Mientras tanto, los funcionarios de Estado de los países occidentales únicamente condenan el ataque del 7 de octubre para alinearse con la masacre que está llevando a cabo Israel con el apoyo de EE.UU. De igual modo proceden la mayoría de los medios masivos de (in)comunicación occidentales, que asimilan cualquier protesta a antisemitismo y cualquier reivindicación de la resistencia del proletariado palestino, incluso la mera condena al ataque llevado a cabo por Israel, con el apoyo a Hamás.
Con más de 15.000 muertos, la expulsión de 800.000 árabes palestinos en 1948 fue un acto de violencia y desplazamiento en masa sin precedentes en la historia de la región. La mayoría de los refugiados palestinos se asentaron precariamente en la Franja de Gaza (en ese entonces ocupada por Egipto) y en Cisjordania (ocupada por Transjordania, hoy Jordania), así como en Siria, Líbano, Egipto, Irak. La Nakba no se ha detenido, como el nuevo éxodo que sufrieron alrededor de 300.000 refugiados palestinos en 1967 durante la Guerra de los Seis Días, cuando Israel ocupó la Franja de Gaza y Cisjordania. Hoy asistimos en vivo y en directo a otro episodio de esta catástrofe, mientras la mayor parte del mundo mira para otro lado.
Pese a la distancia geográfica, no escribimos estas palabras a la ligera, con indiferencia ante el sufrimiento de las víctimas y sus seres queridos. Sin embargo, para el análisis de los acontecimientos debemos, por momentos, no partir de las emociones para apreciar adecuadamente lo sucedido. Este puñado de reflexiones, tienen como objetivo denunciar la presente matanza en Palestina así como comprender la situación actual.
En su ataque a Gaza, Israel ha proclamado abiertamente una intención genocida. El 31 de octubre y el 1 de noviembre Israel arrasó Jabalía, antiguo campo de refugiados ya urbanizado, al norte de Gaza, dejando unos 190 muertos. Ante este suceso renunció un alto funcionario de la ONU quien declaro: «sé bien que el concepto de genocidio a menudo ha sido objeto de abuso político, pero la actual matanza generalizada del pueblo palestino, arraigada en una ideología colonial etnonacionalista de colonos, la continuación de décadas de su persecución y purga sistemáticas, basada en su condición de árabes y sumada a declaraciones explicitas de intenciones por parte de los líderes del gobierno y ejercito israelíes, no deja lugar a dudas.» Hasta la misma ONU declaró que «Gaza es un cementerio de niños». Al cierre de este boletín, el número de asesinados en la Franja de Gaza asciende a más de 11.000, de los cuales alrededor de 5.000 son niños. Estas cifras oficiales continúan creciendo, con miles de desaparecidos y heridos. De los 2.3 millones de habitantes en la Franja, se estima que 1.6 millones se han debido desplazar a causa de los ataques, siempre al interior del reducido territorio, principalmente desde el norte hacia el sur.
Ahora bien, la definición de genocidio propia del derecho internacional puede hacernos perder de vista los motivos de clase detrás de un ataque étnico, nacionalista y religioso sobre una población. Israel funciona como un Estado confesional, brindando ciudadanía al “pueblo judío”, y más aun brindando apoyo económico y militar a los colonos en su afán expansionista. Evidentemente, los beneficios no son por igual, se trata de una sociedad profundamente estratificada (y zonificada) incluso entre la población judía, y fundamentalmente respecto de la población árabe (dejamos de lado aquí la inmigración como mano de obra barata proveniente de países como Tailandia). Israel fomenta la etnificación de parte del proletariado en tanto judíos, enfrentándolos al resto del proletariado etnificado en tanto árabe.
Desde este boletín hemos criticado la noción de pueblo desde nuestra propia realidad como “argentinos”. Decíamos en el nro. 86: «La población existe, sin embargo, la forma de categorizarla no es natural, la manera de designarla es política. No existe a la espera de ser reconocida y tener significado, es algo totalmente construido. Sin lo que “pasionalmente” conocemos como pueblo, la razón de Estado carecería de sentido. Los propios límites geográficos gracias a los cuales se puede definir “el pueblo argentino” se establecen a partir del Estado argentino. Primero el Estado después su pueblo, jamás al revés. Es de esta manera que decenas de poblaciones y comunidades quedan encerradas en las fronteras de la Argentina. En su acepción más corriente, para que exista un territorio determinado debe existir un Estado determinado. “El pueblo” no es un dato de la naturaleza, ni una clase social, siquiera un grupo sociológico, hay que construirlo y representarlo. Acontecimientos como las guerras, los mundiales o ciertos sucesos culturales refuerzan el concepto y ayudan a experimentarlo como realidad.»
En este caso, es el Estado Israelí el que ha construido una forma bien determinada de lo que significa ser “judío” y “palestino”, reforzadas por los frustrados intentos de un Estado Palestino separado. Desde una perspectiva anticapitalista no es necesario negar diferencias étnicas, culturales, religiosas entre proletarios para hablar de clases sociales, sino comprender cómo estas son abordadas, transformadas e impuestas por los Estados.
La población palestina segregada en Gaza y Cisjordania, ha sido empleada tras la anexión de estos territorios como mano de obra barata en Israel principalmente en los sectores de la construcción y la agricultura, lo cual fue mermando con las décadas, sobre todo en el caso de los habitantes de la Franja que se fue convirtiendo cada vez más en una cárcel gigante de población sobrante para el Capital. La limpieza étnica llevada históricamente adelante por el Estado de Israel es aberrante, y en términos de contradicción de clase significa una matanza de fuerza de trabajo sobrante y opositora, con una tradición de lucha inquebrantable.
En cuanto a la situación geopolítica, se señala la intención de Hamás con su ataque de interceder sobre los avances en las negociaciones entre Arabia Saudita e Israel, así como la brutal respuesta de Israel y EE.UU. buscando preservar cierto equilibrio de fuerzas en Medio Oriente, de igual modo que la OTAN interviene en Ucrania frente a Rusia. En estos tiempos de marcado nacionalismo tanto en derechas como izquierdas, es importante no confundir el análisis geopolítico con posicionamiento en favor de uno de sus bloques. La situación geopolítica debe analizarse en el conjunto del Capital mundial, sus transformaciones y sus dificultades de valorización. La vinculación entre economías nacionales no funciona como un mero agregado de disputas y alianzas, son partes inseparables de una economía mundial, de la división internacional del trabajo de esta sociedad de clases. Y sus transformaciones no son más que cambios en ciertos aspectos de la explotación y valorización mundial, y de la reproducción de la fuerza de trabajo. La fragmentación y el conflicto interno son tendencias de los capitales, la competencia interburguesa dinamiza este modo de producción mundial.
En esta división global del trabajo, Israel es uno de los mayores proveedores de armamento y sistemas de seguridad para las clases dominantes del mundo. Aun siendo una sociedad muy pequeña, en 2007 su industria armamentista cubrió el 10% del mercado mundial, abasteciendo a 145 Estados. La industria bélica de Israel es una pieza clave en la represión y control de los movimientos sociales y en la repartición de los territorios para su explotación.
No existe, ni existió, ni existirán “buenos” o “malos” dirigentes burgueses, “buenos” o “malos” partidos burgueses; ni tampoco tiene sentido hablar de “buenas” o “malas” naciones o Estados. Ayer, hoy y mañana, el interés de la clase burguesa se encuentra y se encontrará siempre en guerra contra el proletariado. El trabajo, la explotación, la miseria y la guerra son las formas concretas de ese interés.
… A LA INTIFADAH
Desde Israel y sus países aliados en todo el mundo remarcan en estos días que el antisionismo es igual al antisemitismo. Una mentira de patas muy cortas, que no resiste el menor estudio de la historia contemporánea. Desde la creación misma del proyecto sionista a fines del siglo XIX, judíos de todo el mundo se han opuesto al mismo, en un amplio abanico que incluye tanto posiciones revolucionarias como democráticas o religiosas. Asimismo, vemos en estos días cómo en diferentes países miles de judíos salen a la calle contra las matanzas que está perpetuando Israel.
Otra de las mentiras que intentan imponer los sionistas es que la resistencia palestina es igual a Hamás, así como en su momento se la asimilaba a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Aquellos que somos críticos de la ideología de liberación nacional y los procesos de lucha en torno a la misma, hayan sido derrotados o exitosos, cuestionamos tanto el accionar de la OLP y otras expresiones “laicas y socialistas”, como sus oposiciones o canalizaciones fundamentalistas en Medio Oriente, incluida Hamás. Estos grupos, que llamaron y llaman a los palestinos a “martirizarse” por la nación, tienen una clara historia de represión de las luchas obreras a punta de pistola, de opresión de mujeres y disidencias sexuales, y de difusión de las doctrinas virulentamente reaccionarias del nacionalismo y el islamismo. No podemos ignorar que Hamás y su proyecto de Estado islámico tenga participantes y adherentes entre los proletarios palestinos, sumidos en el terror y la desposesión durante décadas, pero también es necesario remarcar que históricamente su lucha y combatividad ha excedido por mucho a cualquier grupo que se la quiera adjudicar.
La primer Intifada, en diciembre de 1987, es el gran ejemplo de eso. ¿Y con qué salieron a luchar los proletarios palestinos por aquellos días? Con lo mismo que lo hacen sus hermanos de todo el mundo: con huelgas, piedras y disturbios callejeros, pero también con asambleas, huertas, canciones y pinceles. Todo se trastornó, incluso a nivel familiar, cuando las mujeres empezaron a participar en los disturbios y protestas. «Intifada» en árabe significa justamente eso: agitar, transgredir.
Yasser Arafat, sempiterno líder de la OLP fallecido en 2004, apareció para la claudicación, los llamados “Acuerdos de Oslo” en 1993 auspiciados por Bill Clinton. La OLP abandonaba su programa de creación de un Estado laico mientras Israel reafirmaba su poder de control; a los palestinos se les concedía tener quien los gobierne al interior de Israel, la llamada Autoridad Nacional Palestina y su propia policía…
Desde 1993, entonces, la resistencia en el cotidiano no es solo contra el ejército israelí sino también contra la policía palestina. Nuevas revueltas han estallado en estas décadas, siendo la más reciente la de los años 2018-2019, conocida como la Gran Marcha del Retorno, donde miles de palestinos se concentraban en la frontera Gaza-Israel para enfrentarse al ejército sionista. Uno de los días de mayor violencia fue el 14 de mayo del 2018, con decenas de muertos y miles de heridos en la frontera, día en que EE.UU. trasladó su embajada hacia Jerusalén.
La lucha cotidiana en Gaza, Cisjordania y los barrios árabes de Israel no puede quedar reducida al encuadramiento militarista. Molotovs y hondas, túneles para mover alimentos y medicamentos, solidaridad en las fronteras entre explotados nacidos aquí y allá, asambleas y poesía, deserción y desobediencia. La llegada de la noche para desgastar a soldados y colonos. De eso estamos hablando.
En el año 2013, durante una manifestación apareció una pintada en los muros de la cárcel de Ofer, Cisjornadia, llena de presos políticos. Allí se leía: «Global Intifada». La mejor solidaridad es entonces dentro de “nuestras” propias fronteras. Internacionalmente: de la Nakba a la Intifada. De la catástrofe global a la revuelta global.
Sin lugar a dudas hoy en día el proletariado en Israel no tiene aún la capacidad de desarrollar una práctica revolucionaria que se articule en torno a estas audaces formulaciones. Ni en Palestina, ni en la pacífica Argentina o en el resto del mundo. Pero saludamos las rupturas fugaces e incipientes de los trabajadores que en diversos rincones del planeta se niegan a producir y distribuir armas, así como a extraer los minerales necesarios para la industria armamentística y el envío de combustible para esta masacre, de los estudiantes que hacen huelga en Cisjordania, de los miles y miles de manifestantes que salen en todo el mundo a visibilizar y a protestar contra estas matanzas.
Quedará para otra ocasión profundizar en la crítica de la ideología de liberación nacional, así como continuar combatiendo la ignorancia de quienes suponen que la usura, el comercio o el accionar terrorista sean propios de un pueblo u otro, definidos en función de su etnia o religión. El sionismo y el islamismo en Medio Oriente son al mismo tiempo encuadramientos burgueses y justificaciones de las masacres sobre el proletariado que habita en la región.
Es en estas crueles y sangrientas ocasiones cuando queda claro, más allá de las consignas panfletarias, que estas guerras y estas masacres solo pueden tener fin acabando con las fronteras, las naciones y la sed de dinero que genera el modo de producción capitalista.
DOS RELATOS
A veces estar loca es así. Hace tres días hay un niño palestino llorando en el patio de mi casa. No es una metáfora. Tiene entre nueve y diez años. Se abraza las rodillas en un rincón. Está sucio y tiene miedo. De día sólo solloza, casi sin hacer ruido, avergonzado de su dolor. Las lágrimas limpian la tierra de sus cachetes, dibujan líneas blancas. De noche me despierta su llanto. No es una idea, no es una representación: me despierta el ruido real del llanto aterrado del niño palestino que ahora vive en el patio de mi casa. Llama a su hermanita, sabe que no va a encontrarla, la sigue llamando. No sé cómo entiendo todo esto, no habla español, ni siquiera estoy segura de que hable un idioma humano. Sea como sea lo sé. De la misma forma en que las abuelas saben cuándo va a llover aunque los números del servicio meteorológico no puedan detectarlo. A veces estar loca es así. Yo agradezco estos dones oscuros. Y maldigo la cordura de las bombas cayendo sobre Gaza y maldigo la cordura de los medios y sus mentiras y maldigo la cordura de los mercados internacionales especulando con el precio del petróleo y maldigo la cordura de este genocidio transmitido en vivo y en directo. Hace tres días hay un niño palestino llorando en el patio de mi casa. Llama a su hermanita. No se va a dar por vencido. No es una metáfora.
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Toda la noche cargamos cuerpos. Cuerpos envueltos en una bolsa de tela blanca. Algunos cuerpos son pesados, se niegan a abandonar la consistencia de la vida. Otros cuerpos son diminutos, pasaron por la tierra en un suspiro.
Cada vez que cerramos los ojos, vamos y volvemos por un corredor de escombros, cargando cuerpos que están tejidos con la misma carne de nuestros cuerpos vivos. Cargando cuerpos muertos a miles de kilómetros de distancia.
Lo que intuimos en el centro de la panza, los poderosos lo saben de memoria: somos igual de prescindibles que los cadáveres que cargamos. Esta lección de horror es personal y está dirigida también a nosotrxs.
Los cuerpos de los niños muertos que cargamos con dulzura entre nuestras manos vacías, son intercambiables con los cuerpos vivos de nuestrxs niñxs. Esta es la lección que quieren que ignoremos, esta es la lección que no vamos a aceptar.
Porque sabemos que cuando cambie el viento, que cuando lluevan acá las mismas bombas que los matan en Gaza, ellxs también van a cerrar los ojos y a cargar a nuestros muertos. Ellos también van a gritar nuestro dolor, que es el mismo que el suyo. Ellos también van a luchar, aunque todo parezca impotencia.
MEKOROT: EL APARTHEID DEL AGUA
El apoyo oficial del Estado argentino al israelí no es un secreto. En eso están de acuerdo las principales fuerzas políticas. En el acto organizado por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) asistieron dirigentes de La Libertad Avanza, Bullrich y Massa.
Por estos días en Argentina hay quienes se llenan la boca hablando de ascenso del fascismo, de la defensa de la vida, pero a fin de cuentas pareciera que solo están haciendo campaña por un candidato. Queda en evidencia cómo para estos defensores de la democracia local, la lucha contra el terror de la guerra a miles de kilómetros es un detalle. Es decir, hay miles de vidas que no significarían nada, solo una cuestión de discursos. Así estamos.
El apoyo no es solo simbólico, están los negociados. La compra de armas y seguridad al Estado israelí. Ahora se suma el acuerdo con Mekorot («fuente» en hebreo), compañía nacional del agua de Israel, que ha sido denunciada incluso por la ONU, Amnistía Internacional y distintos organismos de derechos humanos por restringir el suministro de agua a la población palestina, en lo que se ha dado en llamar “apartheid del agua”.
Mekorot no tiene un acuerdo directo con el gobierno nacional de Argentina, sino a través del Consejo Federal de Inversiones y convenios con distintas provincias, donde Santa Fe es una de ellas. El objetivo es la implementación de un Plan Maestro del Sector Hídrico que supone el control del agua por parte de esta empresa. De momento no sabemos qué harán en esta región.
No estamos denunciando que “se llevan nuestros recursos”. Primeramente, porque el agua es una necesidad vital reducida a un mero recurso en esta sociedad mercantil. Y, en segundo lugar, porque en tanto recurso no puede ser nuestra, sino de “nuestra” burguesía. En Argentina, Palestina o en cualquier lugar del planeta el agua es una necesidad humana básica.
Mientras tanto, en Gaza, entre el 90% y el 95% del suministro de agua está contaminado y no es apto para el consumo humano. Israel no permite el traslado de agua de Cisjordania a Gaza y la única fuente de agua dulce, el acuífero costero, es insuficiente para satisfacer las necesidades de la población. Este se está agotando gradualmente debido a la extracción excesiva y está contaminado por aguas residuales y por la infiltración de agua del mar.
Si aquí señalamos el caso de Mekorot no es para sumarlo a una lista de empresas a boicotear (se trataría de una lista imposiblemente larga como para enfrentar empresa por empresa), sino porque constituye un buen ejemplo de los múltiples aspectos del asedio israelí.
Según denuncias de organismos internacionales, Israel controla incluso la acumulación de agua de lluvia en la mayor parte de Cisjordania, y es frecuente que el ejército israelí destruya las cisternas que para este fin poseen allí los habitantes palestinos. Asimismo, Mekorot vende parte del agua a Palestina pero el gobierno israelí decide las cantidades. La compra de agua puede significar la mitad de los ingresos mensuales de una familia. Por su parte, los colonos israelíes, que viven junto a los palestinos, en algunos casos separados por unos cientos de metros, no sufren estas restricciones, ni la escasez de agua.
Así funciona el modo de producción capitalista, ni más ni menos. Los argumentos de estos capitalistas particulares son étnicos, pero es solo un discurso para justificar su sed de ganancia.