Escrito por Antagonism Press
Entre los años 2000 -2001 (Tomado de Libcom)
Introducción a un folleto que examina cómo las izquierdas comunistas italiana y Germano-holandesa abordaron las cuestiones de la organización comunista, la conciencia y la clase.
Este artículo se publicó originalmente con, y hace referencia a, los artículos:
«Partido y clase», de Amadeo Bordiga/Partido y clase, de Anton Pannekoek Disponibles en PDF Aquí
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2001, ha pasado más de una década desde la caída del muro de Berlín, y el anuncio entonces del «Fin de la Historia» parece ahora no sólo ideológico, sino despreciable. La guerra abierta vuelve a Europa, no como un episodio aislado, sino endémico como una antigua enfermedad resistente a los antibióticos modernos. La economía mundial se precipita hacia la recesión. Muchas de las instituciones políticas del capitalismo internacional (G8, FMI, Banco Mundial) están más desacreditadas y suscitan más protestas que nunca. Al mismo tiempo, el desarrollo del capital no ha visto, como muchos esperaban, la construcción de más y más grandes fábricas en los países capitalistas más antiguos, sino el cierre no sólo de fábricas, sino de industrias enteras. Como consecuencia, ha disminuido el porcentaje de la población que aparece como el arquetipo de los trabajadores de la tradición marxista o sindicalista. Esto ha llevado a muchos a considerar la clase como una idea anticuada. Hablar de «partido» se considera a menudo aún más irrelevante por su asociación con el parlamentarismo (cada vez más gente, con razón, no vota y no ve por qué debería hacerlo) o el leninismo (cuando el legado bolchevique de la URSS/Europa del Este se ha desintegrado).
Sin embargo, la división fundamental de la sociedad en clases se mantiene. El poder y la riqueza se concentran cada vez más, y no menos, en forma de capital bajo el control de una pequeña minoría. Y cualesquiera que sean los cambios en los modelos de trabajo, la cultura y la identidad, hay más gente que nunca que sólo puede sobrevivir intercambiando su vida por un salario y, por tanto, está sometida a los vaivenes de la economía. Aunque individuos con orígenes en otras clases también pueden formar parte de un movimiento revolucionario, la abolición del capitalismo es inconcebible sin un movimiento de la masa de esta clase de desposeídos, el proletariado, que tenga un interés material en el cambio. En la actualidad, como en la mayoría de los periodos históricos, sólo una pequeña minoría participa activamente en la oposición al capitalismo sobre una base revolucionaria. Tanto si se definen como «movimiento», «organización», «partido», o incluso si rechazan toda organización formal, la cuestión de cómo se relaciona una minoría radicalizada con el resto del proletariado es crucial. Es precisamente esta cuestión la que abordan Bordiga y Pannekoek en los siguientes textos.
Los dos artículos que presentamos aquí, ambos titulados Partido y clase, fueron escritos en momentos y lugares diferentes, y representan dos puntos de vista distintos, y en cierto modo opuestos, sobre la relación entre organización comunista, conciencia y clase. De hecho, también presentan diferentes puntos de vista sobre lo que es la clase. Estas cuestiones han seguido siendo importantes y controvertidas. Todas las tendencias radicales las han abordado de un modo u otro, al menos tangencialmente. Este es el caso incluso de las tendencias que rechazan el concepto de partido revolucionario. Por ejemplo, muchos anarquistas de la lucha de clases intentan abordar el problema designando a su partido como «la organización revolucionaria», asumiendo que cambiando el nombre exorcizan a la bestia. A partir de entonces pueden confundir su propia organización con la organización de la clase. Las izquierdas comunistas italiana y alemana trataron directamente estas cuestiones, pero cada una a su manera.
En 1921, cuando Bordiga escribió Partido y clase como texto del Partido Comunista Italiano, los revolucionarios de todo el mundo miraban a Rusia como el primer ejemplo de revolución proletaria. Aunque tanto la izquierda italiana como la holandesa/alemana ya habían discrepado con los bolcheviques sobre «táctica», y habían sido denunciadas por Lenin, ambas tendencias seguían viéndose a sí mismas como parte del mismo movimiento. Para cuando Pannekoek escribió su artículo sobre el mismo tema, tanto la izquierda alemana como la italiana habían reconocido la naturaleza capitalista de la Rusia «soviética». El hecho de que Partido y clase de Bordiga fuera escrito en 1921, en su momento más «bolchevique», y el de Pannekoek veinte años más tarde, en su momento más «consejista», acentúa las disimilitudes de las dos tendencias. Esto facilita la comparación de sus diferencias, pero quizás oscurece algunas de sus convergencias subyacentes.
La labor de Bordiga y de la izquierda italiana puede considerarse, al menos hasta cierto punto, como la representación de un polo de una dialéctica continua dentro del movimiento comunista. El comunismo teórico y organizado basa sus ideas y su práctica en el movimiento real del proletariado en su lucha antagónica contra el capital. El comunismo teórico es un intento de destilar las lecciones aprendidas por la lucha proletaria. Sin embargo, existe una contradicción continua en este esfuerzo. El aprendizaje de las lecciones de las luchas anteriores tiende hacia una teoría cada vez más coherente que se manifiesta como un programa de principios. Pero la adhesión a este programa significa necesariamente mantener una actitud crítica frente a las luchas proletarias. En consecuencia, los comunistas principistas tienden a distanciarse cada vez más de la lucha real de los proletarios. El «bordiguismo», en algunas de sus manifestaciones, como movimiento principista basado en un programa «invariante» es uno de los ejemplos más puros de este polo.
Pannekoek y la izquierda germano-holandesa aparecen en el polo opuesto de esta dialéctica, al igual que movimientos como el «autonomismo». Estas tendencias intentan mantener su teoría en contacto con las últimas luchas del proletariado y los cambios en la organización del capital. Desgraciadamente, esto puede conducir a una revisión continua de las posiciones políticas (o más bien a negarse a mantener cualquier posición), o bien puede conducir a un obrerismo inmediatista o espontaneísta.
Lo que es necesario es ir más allá de cualquier falsa oposición de programa versus espontaneidad. El comunismo es a la vez la autoactividad del proletariado y la crítica teórica rigurosa que la expresa y la anticipa.
Orígenes de las izquierdas
Si las izquierdas alemana e italiana, en sus encarnaciones finales, representan dos momentos recurrentes en la lucha de clases, entonces surge la pregunta de por qué es así. Al fin y al cabo, ambos movimientos se originaron al mismo tiempo, en Estados europeos que habían sufrido sacudidas revolucionarias tras la Primera Guerra Mundial. ¿Cuáles son las diferencias materiales que conducen a actitudes en cierto modo diferentes? La izquierda italiana y la alemana pueden considerarse productos de la historia del movimiento proletario en sus respectivos países y de los partidos socialdemócratas de los que surgieron.
Tanto Bordiga como Pannekoek ya habían luchado contra el «revisionismo» (reformismo) antes de la Primera Guerra Mundial, y los radicales holandeses ya habían formado su propio partido. La diferencia crucial entre los partidos socialistas italiano y alemán era su actitud ante la Primera Guerra Mundial, y estas diferencias reflejaban el nivel de cohesión de sus respectivas sociedades. Tanto Alemania como Italia se habían unificado hacía poco como estados nacionales. Italia era una potencia relativamente débil con una política exterior vacilante. Esto significaba que había un gran cuestionamiento de la guerra en la sociedad italiana en general. Alemania era una potencia mucho más fuerte, con una economía industrial moderna y un estado centralizado con un poderoso ejército. El apoyo a los objetivos bélicos del Estado era, por tanto, mucho más generalizado. La dirección del Partido Socialdemócrata de Alemania (SDP) apoyó la guerra, con la oposición, en primer lugar, de una pequeña izquierda radical, que fue creciendo a medida que se prolongaba la guerra. Tras fracasar en su intento de ganarse al partido, la izquierda se vio obligada a dividirse y formar sus propias organizaciones. El énfasis de Pannekoek en el «espíritu» de la clase, más allá de las formas organizativas particulares, puede verse originado aquí, al igual que el énfasis consejista en las escisiones. El Partido Socialista Italiano, por otra parte, se opuso a la guerra, aunque de forma poco entusiasta y vacilante, y sólo una minoría disidente en torno a Mussolini la apoyó y se marchó para fundar el fascismo. La izquierda sólo se dividió organizativamente al romper por principios entre revolucionarios y maximalistas [1] para formar su propio partido comunista en 1921. Tal vez sea éste el origen del énfasis de la izquierda italiana en la continuidad organizativa y programática. Del mismo modo, es posible discernir razones materiales en sus respectivas historias para sus actitudes tan diferentes hacia la democracia. La lucha de Bordiga contra los masones dentro del Partido Socialista Italiano, que eran un elemento democrático dentro del partido, pero en ningún caso marxistas, fue el comienzo de una lucha contra la democracia como tal. Por otra parte, el apoyo de Pannekoek a las bases combativas contra los dirigentes revisionistas puede considerarse el origen de su espontaneísmo y democratismo.
Pannekoek
Pannekoek fue un comunista holandés activo en los partidos socialdemócratas holandeses y alemanes y, más tarde, en el Partido Comunista de Holanda y en el Grupo de Comunistas Internacionales (GIK). Influyó en el movimiento comunista de izquierdas, especialmente en Alemania, pero también en otros países. Su obra debe considerarse como una teorización del movimiento proletario revolucionario alemán/holandés, en sus puntos fuertes y débiles, más que como el producto de un solo intelectual. Su obra es un ejemplo de una tendencia particular y recurrente en los movimientos radicales. Esta tendencia se caracteriza por términos como consejismo, obrerismo, «en el punto de producción», inmediatismo y énfasis en la espontaneidad. Estos aspectos reaparecen una y otra vez en diferentes contextos y en diferentes movimientos: Autonomía Obrera, ideas situacionistas, los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), algunas corrientes anarquistas, y en el comunismo de izquierdas alemán, holandés y británico.
La Primera Internacional había declarado que «la emancipación de las clases trabajadoras debe ser conquistada por las propias clases trabajadoras…». Esta declaración aparentemente directa, a la que se adhieren casi todas las tendencias marxistas modernas, se interpreta en realidad de formas sutilmente diferentes. ¿Deben emanciparse grupos particulares de trabajadores, o incluso trabajadores individuales, o se emancipa la clase como entidad? ¿Cada lucha de un grupo de trabajadores tiene la posibilidad de recrear el programa comunista, o el desarrollo de la conciencia de clase requiere un debate y una experiencia más amplios? Los comunistas de consejos confiaban en «los propios trabajadores» y tendían a asumir que el comunismo era inmanente a todas las luchas en el lugar de trabajo. Esta creencia tenía una serie de corolarios importantes. Constituía la base de su crítica a los grupos políticos: ¿cuál es su papel positivo si los trabajadores pueden recrear la crítica comunista en cualquier lucha? Era la base de su democratismo y autogestión: como los trabajadores son inherentemente comunistas, dar el poder a los trabajadores era lo mismo que destruir el capital. Por último, apuntalaba su obrerismo: si las luchas en el lugar de trabajo son inherentemente comunistas, todo lo demás puede subordinarse a ellas.
Hay una tensión básica en la creencia de que los trabajadores se convierten en revolucionarios espontáneamente, puramente a partir de sus propias experiencias individuales y el hecho de que esta creencia en sí misma sea sostenida y propagada por una minoría de concejales políticamente activos (por ejemplo). Las concepciones de los consejistas no se desarrollaron espontáneamente, sino a través de una confrontación con Marx, Luxemburgo, Kautsky, Lenin, a través de la lectura, y la discusión política, y no sólo la participación en una huelga, o movimiento huelguístico. La tensión entre espontaneidad y minorías conscientes ha sido una problemática continua para la izquierda alemana, y ha tendido a encontrar una resolución en la liquidación. Los concejales se teorizan a sí mismos.
La conciencia se desarrolla de forma desigual; a menudo se desarrolla en primer lugar en las minorías y estas minorías pueden desempeñar un papel positivo, «aportan claridad», como dice Pannekoek. Estas minorías son los «órganos de autoilustración de la clase obrera». Pero, ¿puede esa «autoilustración» ser simplemente un cambio de conciencia, como él da a entender? Seguramente se trata también de una «iluminación» sobre la táctica y la acción. Es decir, las minorías que forman el partido material (véase más adelante) también pueden dirigir a la clase en el sentido de definir un curso que los elementos más combativos de la clase vean como el mejor a seguir. En este sentido, el partido se convierte en el «órgano de la clase» (Bordiga) y desaparece cualquier distinción dura entre las minorías comunistas y la masa del proletariado.
El partido y la clase de Pannekoek
Cuando Pannekoek afirma que «el viejo movimiento obrero está organizado en partidos», está claro que utiliza la palabra «partido» principalmente para referirse a las organizaciones formales. Distingue el partido de la clase, y no tiene el concepto de partido «histórico» o material como producto de la clase.
Según Pannekoek, «Los trabajadores deben… pensar y decidir por sí mismos». Pero los trabajadores, individuos empleados en miles de empresas separadas, piensan, actúan y deciden individualmente, o en el mejor de los casos seccionalmente, en su mayor parte. Sólo cuando los trabajadores empiezan a combinarse como clase para sí mismos, actuando de común acuerdo, políticamente, pueden empezar a pensar, actuar y decidir colectivamente de una manera coherente que anticipe el comunismo. En circunstancias normales, el único acuerdo que tienen es el de la ciudadanía burguesa.
Para Pannekoek, «las clases son agrupaciones en función de intereses económicos». Pero, ¿qué importancia tienen los intereses económicos? ¿Por qué fijarse en una clase, los obreros, y no en otra, los campesinos, pongamos por caso? ¿O por qué elegir nuestra clase, en lugar de nuestro sexo, nación, color de piel o de ojos? Lo importante es el comunismo, la lucha de clases, los antagonismos de esta sociedad que tienden a resolverse en el comunismo. La clase se define en primer lugar a través de la lucha de clases, una lucha de los alienados, los proletarios, contra las fuerzas alienantes: el capital, su Estado, las relaciones de trabajo asalariado, el aislamiento, etcétera. Los intereses económicos son un elemento determinante pero no definitorio; el punto de partida es la lucha, el antagonismo práctico. El consejismo comete el error de sobredimensionar las condiciones objetivas, la clase en sí misma. Partiendo de ese punto de partida, desemboca en el obrerismo, el democratismo y el espontaneísmo. Bordiga, en Partido y Clase, comete el error opuesto de hacer demasiado hincapié en la condición subjetiva, la clase en lucha, la clase por sí misma. [2] Este énfasis excesivo en el elemento subjetivo da como resultado un sesgo idealista en su análisis, y un énfasis excesivo en lo político en la táctica. La clase debe ser comprendida en su unidad dialéctica, de clase para sí y clase en sí, de sus condiciones económicas como fundamento de su posición antagónica dentro de la sociedad. La posición de los trabajadores como elementos de la producción no es el punto definitorio de la lucha de clases, y del comunismo, sino que forma parte de su base material.
Pannekoek señala un punto de vista erróneo del antiguo movimiento obrero: «Durante el ascenso de la socialdemocracia parecía que ésta abarcaría gradualmente a toda la clase obrera… porque la teoría marxiana declaraba que intereses similares engendran puntos de vista similares…» La concepción que ataca Pannekoek era efectivamente errónea. Pretendía que toda la clase en sí (definida, según Pannekoek, por los intereses económicos) se convirtiera en la clase para sí (definida por su lucha contra el capital) y que lo hiciera formalmente, antes que realmente, es decir, la unidad organizativa primero, la unidad en la lucha revolucionaria después. En realidad, algunos cuyos intereses económicos residen en el comunismo seguirán siendo contrarrevolucionarios hasta el final. Pannekoek tiene razón al ver que la clase obrera será la fuente principal del movimiento hacia el comunismo. Sin embargo, sigue aferrado al ideal mecanicista de que todos los trabajadores -o todos los trabajadores manuales- se convertirán en masa en socialistas, lo cual es un disparate. Pannekoek ataca una estrategia fallida basada en este punto de partida, pero no ataca el punto de partida erróneo en sí. La sociedad, como él dice, se desarrolla efectivamente en «conflictos y contradicciones», y por eso estallan luchas revolucionarias sin que todos los trabajadores se hagan comunistas. Aquí Pannekoek mantiene un punto de vista democrático, sociológico, obrerista, en contradicción con la realidad.
Pannekoek asume que los partidos actuales quieren sustituir a la clase y, de hecho, gobernar sobre los trabajadores (algo a lo que Bordiga se opone). Sin embargo, Pannekoek admite la posibilidad de agrupaciones políticas «totalmente diferentes… de las actuales». Subraya correctamente la necesidad de la acción de clase, tanto durante la revolución como después de ella, como necesaria para derrotar a la burguesía y asegurar la victoria (con o sin el partido formal). También alude a la necesidad de la participación de las masas como método de desarrollo de la conciencia. Aquí se hace eco de lo que Marx argumentó en la Ideología de Alemania:
«Tanto para la producción a escala de masas de esta conciencia comunista, como para el éxito de la causa misma, es necesaria la alteración de los hombres a escala de masas, una alteración que sólo puede tener lugar en un movimiento práctico, una revolución; esta revolución es necesaria, por tanto, no sólo porque la clase dominante no puede ser derrocada de ninguna otra manera, sino también porque la clase que la derroca sólo puede en una revolución conseguir librarse de toda la porquería de épocas y hacerse apta para fundar de nuevo la sociedad.»
Autogestión
Un elemento del comunismo de consejos en general es la reivindicación de la «autogestión de las empresas» (Pannekoek). Este producto del obrerismo democrático de la izquierda alemana, es uno de los elementos más débiles de esta tendencia. Los comunistas de consejos tenían como objetivo que los obreros se hicieran cargo de las fábricas y las dirigieran ellos mismos. El resultado es una visión miope de la revolución, que busca cambios en la gestión, en lugar de la transformación total de la sociedad.
La autogestión, la gestión de la empresa por los trabajadores empleados en ella, sólo cambia la propiedad y la gestión de la empresa. En la sociedad capitalista, en la que las diferentes empresas operan a través de mecanismos de mercado como elementos de un único capital social, no importa si una empresa es propiedad privada, de una sociedad anónima, del Estado o de sus empleados. Del mismo modo, el hecho de que la gestión sea jerárquica o democrática no cambia la naturaleza de la empresa como elemento de la sociedad capitalista. La autogestión se reduce a la autogestión por los proletarios de su propia explotación. Peor aún, como medida que se introduce a menudo en empresas no rentables y en quiebra, por parte de los trabajadores que intentan evitar el cierre y su propio desempleo, la autogestión implica a menudo un nivel de explotación superior al de una empresa normal. Los trabajadores «eligen libremente» (bajo la presión del mercado) trabajar más por menos dinero, con el fin de mantener la empresa en funcionamiento. La autogestión funciona, por tanto, como un arma de gestión capitalista de crisis. La naturaleza capitalista de las empresas autogestionadas no sólo se ha demostrado teóricamente, sino que se ha puesto de manifiesto en el hecho de que la autogestión ha sido retomada por grupos capitalistas de vez en cuando. [3]
El problema de la autogestión ya fue captado por Bordiga en 1920, aunque con una perspectiva estatista. «La fábrica será conquistada por la clase obrera -y no sólo por la fuerza de trabajo empleada en ella, que sería demasiado débil y no comunista- sólo después de que la clase obrera en su conjunto haya conquistado el poder político. A menos que lo haya hecho, la Guardia Real, la policía militar, etc. – en otras palabras, el mecanismo de fuerza y opresión de que dispone la burguesía, su aparato de poder político- se encargará de disipar todas las ilusiones.» [4]
El resultado práctico de la perspectiva autogestionaria se demostró en Francia en 1968. El movimiento de ocupaciones comenzó en las universidades, que fueron transformadas por los revolucionarios en espacios sociales (y no en universidades colectivas). Como describen dos participantes en el movimiento:
«La escalada llegó hasta la formación de asambleas generales de sectores de la población dentro de las universidades ocupadas. Los ocupantes organizaron sus propias actividades.
«Sin embargo, las personas que ‘socializaron’ las universidades no veían las fábricas como medios de producción SOCIALES; no veían que estas fábricas no han sido creadas por los trabajadores empleados en ellas, sino por generaciones de trabajadores». [5]
Los que mantenían esta perspectiva «apoyaban» a los trabajadores, pero se preocupaban de sustituir la actividad de los trabajadores por la suya propia. Así pues, se confiaba en que los trabajadores se liberaran aisladamente, fábrica por fábrica:
«Al decirse a sí mismos que ‘dependía de los obreros’ tomar las fábricas, se produjo de hecho una ‘sustitución’, pero fue la ‘sustitución’ opuesta a la que temían los anarquistas. Los militantes sustituyeron la inacción (o más bien la acción burocrática) de las burocracias obreras, que era la única ‘acción’ que los trabajadores estaban dispuestos a emprender, por su propia acción.» [6]
«El 21 de mayo, segundo día de la ocupación, los militantes del comité de acción encontraron todas las puertas de la fábrica cerradas, y los delegados sindicales defendieron las entradas contra los ‘provocadores'». [7]
La huelga de mineros de 1984-85 en el Reino Unido volvió a poner sobre el tapete la cuestión de la empresa y la lucha de clases, tanto desde el punto de vista práctico como teórico. Como argumentó Wildcat «Cualquier lucha en el lugar de trabajo puede caer en la trampa del corporativismo mientras siga siendo sólo una lucha en el lugar de trabajo. … En la huelga de los mineros … los puntos álgidos se produjeron cuando toda la clase obrera de una zona concreta se implicó, por ejemplo, en la defensa de los pueblos de las minas contra la policía. El «territorio» incluye los lugares de trabajo y a menudo es estratégicamente muy importante interrumpirlos, tomarlos y/o destruirlos. Las ocupaciones de lugares de trabajo, por ejemplo, son una oportunidad importante para socavar el papel del lugar de trabajo como «empresa» separada del resto de la sociedad -invitando a otros proletarios al lugar además de los que normalmente trabajan allí, reapropiándose de recursos como la imprenta y las comunicaciones, regalando productos útiles almacenados en el lugar….». [8]
Los verdaderos puntos álgidos de la lucha de clases se dan cuando los trabajadores salen de las empresas y luchan en el terreno de la sociedad. Ejemplos de ello son la Comuna de París de 1871, Kronstadt 1921. Esto contrasta fuertemente con la actividad de los izquierdistas de diversos tipos que siempre intentan entrar en las fábricas.
Sindicatos, organizaciones de fábrica y soviets
La III Internacional sostenía que el movimiento obrero había evolucionado de una división en partido, sindicato y cooperativa a una división «a la que nos acercamos en todas partes» de partido, soviets y sindicatos. De hecho, el movimiento real se desarrolló de forma diferente en los países donde el movimiento estaba más avanzado, Rusia y Alemania. La forma real del movimiento fue una división en partido, soviets y organizaciones de fábrica. Las organizaciones de fábrica adoptaron la forma de comités de fábrica en Rusia, consejos de fábrica en Italia y Betriebsraete, y más tarde Unionen, en Alemania. La distinción entre organizaciones de fábrica, por un lado, y consejos obreros, por otro, fue a veces borrosa tanto de hecho como en teoría, pero se expuso más claramente en la polémica de Bordiga contra Gramsci. Gramsci se había lanzado con entusiasmo a apoyar el movimiento de los consejos de fábrica en Turín, identificándolo como el inicio de un movimiento de soviets. Bordiga subrayó la diferencia entre los consejos de fábrica, basados en empresas concretas, y los consejos obreros, que agrupaban territorialmente a todos los proletarios. Vio correctamente que las organizaciones de fábrica no podían desempeñar el mismo papel radical que los soviets, que no podían transformar toda la sociedad. Bordiga vio que tenían algunos de los mismos puntos débiles que los sindicatos, como el seccionalismo y el obrerismo, por lo que, erróneamente, los descartó por ser esencialmente una nueva forma de sindicato. Este rechazo es más comprensible en el contexto italiano, donde los consejos de fábrica sólo podían elegir delegados sindicales. En Alemania, donde los comunistas de las organizaciones de fábrica pedían a los trabajadores que abandonaran los sindicatos, tal desestimación sería mucho más difícil de hacer.
Los comunistas de los consejos, como Gramsci, tendían a confundir las organizaciones de fábrica con los consejos obreros. De hecho, en sus peores momentos, adoptaron una forma extrema de obrerismo que negaba la existencia del proletariado fuera de la fábrica. «Sólo en la fábrica es el obrero de hoy un verdadero proletario… Fuera de la fábrica es un pequeño burgués… » [9]. Por otra parte, el movimiento revolucionario posterior a la Primera Guerra Mundial en Gran Bretaña reclamó soviets sociales, en parte como resultado del aumento del desempleo que expulsó a los revolucionarios del lugar de trabajo. Esto puede haber influido en la posición mantenida por Sylvia Pankhurst, que pedía un sistema de soviets que agrupara a todos los proletarios, incluidos los que estaban fuera de las empresas, como las amas de casa. [10] En contraste con la confusión generalizada sobre los soviets, esto representaba un importante reconocimiento de que eran sociales y proletarios, y no simplemente organizaciones obreras.
Composición de clase
Los soviets y las organizaciones de fábrica aparecieron al final de una fase de acumulación de capital basada en el obrero cualificado de fábrica y al principio de una fase basada en el obrero de masas.[11] Las organizaciones de fábrica tendían a representar a este sector de la clase, el obrero cualificado. Los soviets, o consejos obreros, que tienen su origen en la comuna campesina rusa [12], agrupan territorialmente a los proletarios. En potencia, son la autoorganización no sólo de los trabajadores, sino de toda la clase, incluidos los grupos que pueden estar parcialmente excluidos del lugar de trabajo pero que siguen implicados en la lucha, como (en algunas circunstancias) los soldados, las mujeres y los estudiantes.
En sus mejores momentos, las organizaciones de fábrica eran organizaciones de lucha de los trabajadores; luchaban contra los sindicatos, que se habían vuelto más conservadores y se habían integrado en el Estado durante la Primera Guerra Mundial. Expresaban el desarrollo de la clase en sí misma a la clase para sí misma. Los soviets eran, al menos potencialmente, organizaciones de lucha de toda la clase y constituían un poder alternativo al Estado burgués. Representaban, por tanto, la transición de la clase para sí a la autoabolición del proletariado, a una humanidad comunista.
Bordiga tenía razón al señalar las deficiencias de las organizaciones de fábrica. Partiendo de lo económico no pueden dirigirse a la totalidad, ni ser la organización de la clase en su conjunto. Pero después de hacer esta crítica válida, las descarta y no ve qué hay de positivo en ellas en contraposición a los sindicatos. Entre sus puntos fuertes: el rechazo de la negociación (por parte de los Unionen), la ruptura de las barreras entre los distintos oficios, el abandono de los dirigentes reaccionarios y de la burocracia sindical, y la agrupación de trabajadores revolucionarios y combativos en una organización con un programa radical. Aunque la transformación social no puede detenerse a las puertas de la fábrica, la lucha en el lugar de la explotación sigue siendo fundamental para el poder subversivo del proletariado. Las organizaciones de fábrica fueron formadas por trabajadores radicales en una situación revolucionaria, y representaron una ruptura radical con los sindicatos que se habían integrado en el capital a través de años de acción pacífica y fragmentaria.
En Alemania, los Consejos Obreros o Räte estaban dominados por los socialdemócratas, el partido de la contrarrevolución, que neutralizó estos consejos y preparó la creación de la República de Weimar. En esta situación, las organizaciones de fábrica proporcionaron una base para la oposición revolucionaria. Hay aquí una ironía de la historia. La tendencia comunista de los consejos apareció allí donde los consejos obreros no lograron hacer la revolución, y los comunistas de los consejos se organizaron característicamente en las organizaciones de fábrica. Esto puede explicar que los comunistas de consejo confundan las organizaciones de fábrica con los consejos obreros.
La formación de soviets no garantiza en absoluto el éxito de la revolución. El hecho de que los soviets operen en el terreno social, y no sólo en el económico, puede significar que son incluso más objeto de manipulación por parte de las tendencias políticas que las organizaciones de fábrica (aunque estas últimas estaban lejos de ser inmunes a tal manipulación). En Rusia y Alemania, el proletariado formó ambos tipos de organizaciones (además de partidos) quizá porque ninguna forma organizativa resultaba adecuada.
La oposición soviet/factoría-organización, que apareció en las revoluciones alemana y rusa, ha tendido a ser sustituida en ciertos momentos álgidos de la lucha de clases. Esto puede verse en los ejemplos de algunas luchas organizadas por asambleas de masas, por ejemplo en España en el periodo 1976-78. Un caso particular de un conflicto de esta forma fue la lucha de los estibadores en Gijón, en el norte de España, entre 1983 y 1985. La lucha se organizó a través de una asamblea que se reunió en un cine en desuso. Todos los implicados en la lucha participaban en la asamblea, independientemente de si eran estibadores, mineros, estudiantes técnicos o cualquier otro proletario. Por lo tanto, la asamblea ya no estaba basada en el lugar de trabajo, sino que agrupaba a todos los proletarios combativos en una lucha violenta en el terreno social.
Bordiga
Bordiga fue un destacado miembro de la izquierda del Partido Socialista Italiano, y durante un tiempo el jefe del Partido Comunista Italiano. Después de la Segunda Guerra Mundial, y hasta su muerte en 1970, estuvo asociado primero al Partido Comunista Internacionalista y luego al Partido Comunista Internacional [13]. Su obra fue más que el producto de un individuo, sino que fue importante para expresar el movimiento revolucionario autoconsciente en Italia después de la Primera Guerra Mundial.
En la época en que se escribió Partido y Clase, Bordiga consideraba a los bolcheviques y a la III Internacional como verdaderos partidos comunistas. Más tarde se opondría a la política de bolchevización, que ordenaba una unidad mecánica, impuesta por los «altos ejecutivos», prefiriendo un «centralismo orgánico» en el que todos los miembros debían participar activamente. «Sería un error fatal considerar al partido como divisible en dos grupos, uno de los cuales se dedica al estudio y el otro a la acción; tal distinción es mortal para el cuerpo del partido, así como para el militante individual».[14] Más tarde aún criticaría a Lenin. No obstante, al ver al PCI, el partido formal existente, como la esencia del proletariado como clase revolucionaria, conservó elementos de una posición bolchevique durante toda su vida.
Pero los bolcheviques, de hecho, formaban parte de la izquierda del movimiento socialdemócrata, y adoptaron una posición revolucionaria sólo porque la vía democrática al poder favorecida por la mayoría de la II Internacional no era una opción en la Rusia zarista. Los bolcheviques eran revolucionarios frente a la autocracia rusa, pero conservaron el programa organizativo y económico, es decir, capitalista, de la II Internacional. Tras la revolución de octubre, adoptaron rápidamente una posición contrarrevolucionaria, primero contra las masas rusas y luego contra el proletariado a escala internacional, incluidos los elementos revolucionarios de los partidos comunistas. De hecho, la actitud de Bordiga era más subversiva que la de los bolcheviques, por mucho que se considerara de acuerdo con Lenin. Su idea del partido no debe confundirse con una posición sustitucionista pura.
Para Bordiga, el partido era visto en primer lugar como una parte de la clase, es decir, una minoría y no toda la clase. Más tarde, enfatizó el partido como un órgano de la clase, no simplemente como una parte, es decir, como no representativo:
«En cuanto a la naturaleza del partido, sostenemos que es un ‘órgano’ de la clase obrera. Sostener que el partido es una ‘parte’ y no un ‘órgano’ indica una preocupación por identificar al partido y a la clase de manera estadística, y es sintomático de una desviación oportunista. La identificación estadística de partido y clase ha sido siempre una de las características del obrerismo oportunista». [15]
Bordiga veía la clase como un movimiento y no como un puro hecho estadístico. Aquí sigue la actitud de Marx, quien al preguntarse al final del tercer volumen de El Capital «¿Qué constituye una clase?» rechaza «la identidad de ingresos y fuentes de ingresos» como criterio. La «infinita fragmentación de intereses y rangos en que la división del trabajo social divide tanto a los obreros como a los capitalistas y terratenientes» implicaría en ese caso un número infinito de clases. Lejos de ser categorías sociológicas, las clases son dinámicas, alineadas unas contra otras. En un pasaje central de Partido y clase Bordiga escribe:
«En lugar de tomar una instantánea de la sociedad en un momento dado (como el viejo método metafísico) y estudiarla después para distinguir las diferentes categorías en que deben clasificarse los individuos que la componen, el método dialéctico ve la historia como una película que desenrolla sus escenas sucesivas; la clase debe buscarse y distinguirse en los rasgos llamativos de este movimiento. Al utilizar el primer método seríamos objeto de mil objeciones por parte de estadísticos y demógrafos puros… que reexaminarían nuestras divisiones y observarían que no hay dos clases, ni siquiera tres o cuatro, sino que puede haber diez, cien o incluso mil clases separadas por gradaciones sucesivas y zonas de transición indefinibles. Con el segundo método, sin embargo, utilizamos criterios muy diferentes para distinguir… la clase, y para definir sus características, sus acciones y sus objetivos, que se concretan en rasgos evidentemente uniformes entre una multitud de hechos cambiantes; mientras tanto, el pobre fotógrafo de la estadística sólo los registra como una fría serie de datos sin vida. Por lo tanto, para afirmar que una clase existe y actúa en un momento dado de la historia, no bastará con saber… cuántos comerciantes había en París bajo Luis XIV, o el número de terratenientes ingleses en el siglo XVIII, o el número de trabajadores de la industria manufacturera belga a principios del siglo XIX. En lugar de ello, tendremos que someter todo un período histórico a nuestras investigaciones lógicas; tendremos que conformar un movimiento social, y por lo tanto político, que busque su camino a través de los altibajos, los errores y los aciertos, todo ello adhiriéndose obviamente al conjunto de intereses de un estrato de personas que han sido colocadas en una situación particular por el modo de producción y por sus desarrollos.»
Para Bordiga, la conciencia aparece en primer lugar en pequeños grupos de trabajadores. Cuando la masa se lanza a la acción, estos pequeños grupos dirigen al resto. El partido material es el conjunto de pequeños grupos dirigentes, las minorías radicales. El movimiento que define una clase, también necesita un partido. Pero ese partido puede existir materialmente pero no formalmente. Es decir, el movimiento político de la clase no está necesariamente agrupado en una organización formal concreta, llamada partido, con carnés de afiliación, objetivos y principios, un boletín interno. El partido puede existir como un movimiento más difuso, quizás de varios grupos, todos o ninguno de los cuales pueden llamarse partidos. O puede consistir en fracciones de tales grupos, o en conexiones informales entre individuos que no son miembros de ningún grupo. Este aspecto del punto de vista de Bordiga sobre el partido fue desarrollado posteriormente por Camatte, en contraste con el fetichismo organizativo de algunos grupos de la izquierda italiana. Está claro que este punto de vista está muy alejado del de Kautsky y Lenin de que la conciencia socialista sólo podía ser llevada a los trabajadores «desde fuera» por la «intelligentsia burguesa «. [16]
Bordiga argumentaba que «el ‘colapso de los partidos socialdemócratas de la II Internacional no fue en absoluto el colapso de los partidos proletarios en general’ sino, si se nos permite decirlo, el fracaso de organismos que habían olvidado que eran partidos porque habían dejado de serlo». Es decir, el partido formal había dejado de ser el partido material. Este fenómeno volvería a repetirse con la degeneración de los partidos comunistas.
En la mayoría de las situaciones, los miembros de las minorías radicales no se agrupan todos en las mismas organizaciones. En el periodo posterior a la revolución rusa, los diferentes grupos minoritarios tendieron, de hecho, a cohesionarse en un partido formal. El decreto de la III Internacional de que «en cada país debe haber un solo Partido Comunista» expresaba formalmente esta tendencia. Sin embargo, tras la degeneración de la revolución rusa y la victoria de la contrarrevolución en Europa Occidental, esta tendencia a la cohesión se invirtió. El partido ruso favoreció cada vez más a las alas derechas de las distintas secciones nacionales de la Internacional y buscó un acomodo con las potencias capitalistas, especialmente a través de una alianza con los partidos socialdemócratas. La izquierda de los partidos, a veces la mayoría de la militancia, tendió a partir de entonces a escindirse de los PC para formar agrupaciones comunistas de izquierda. Los Partidos Comunistas dejaron de ser agrupaciones revolucionarias para convertirse en partidos estalinistas y capitalistas. El partido material tiene una relación dialéctica con el movimiento de clase, y no puede seguir existiendo como organización de masas al margen de un movimiento de masas. Los partidos formales degeneran a medida que el movimiento decae, y las minorías radicales tienen que reagruparse, como fracciones o en organizaciones separadas. En algunos aspectos, Bordiga se acerca a Pannekoek en esta cuestión:
«La organización del proletariado -su fuente de fuerza más importante- no debe confundirse con las formas actuales de organización… La naturaleza de esta organización es algo espiritual, nada menos que la transformación completa de la mentalidad proletaria.» [17]
Ambos se hicieron eco de los sentimientos de Marx en ciertos puntos: «La Liga, como la Sociedad de Amigos de París y un centenar de otras asociaciones, fue sólo un episodio en la historia del partido que crece en todas partes espontáneamente del suelo de la sociedad moderna… Bajo el término ‘partido’, entiendo partido en el gran sentido histórico.» [18]
Bordiga describió así el desarrollo del partido: se origina dinámicamente a partir de la actividad de la clase. Una vez formado, concentra la conciencia y la voluntad revolucionarias de la clase. A partir de aquí, el partido dirige a la clase, utilizando otras organizaciones como mera correa de transmisión. La progresión de este argumento hace que la relación del partido con la clase pase de producto dinámico, a esencia, a dominador, en una palabra, a bolchevismo. La unidad dialéctica entre clase y partido, explícita en el origen del argumento, cede el paso al final a una simple jerarquía y cadena de mando. Sin duda, una organización disciplinada centralizada es un elemento esencial en ciertos momentos, como la organización de una insurrección.[19] Sin embargo, Bordiga va demasiado lejos al proponer la forma centralizada como la forma general del partido. El partido material es un producto de la clase, y sólo puede seguir siéndolo. La ruptura de la interacción bidireccional entre proletariado y partido, y su sustitución por el monólogo del partido, señala la degeneración del partido.
Democracia obrera y dictadura proletaria
Bordiga señala que los intereses de la clase no son los mismos que los de un sector o gremio. Por lo tanto, los intereses de la clase sólo pueden expresarse mediante una agrupación de todas las minorías radicales procedentes de todas las categorías. Esto es el partido. El partido reúne todas las tendencias de la clase, tanto socialmente, agrupando diferentes categorías, como geográficamente, agrupando diferentes localidades.
Sin embargo, Bordiga no entra en detalles sobre cómo puede producirse esta unificación. De hecho, la formación de la clase, como clase y también como partido, puede implicar incoherencias, contradicciones y conflictos entre diferentes secciones de proletarios sobre la base del salario, la habilidad, el trabajo o el no trabajo, la división sexual del trabajo, la «raza», etcétera. Estos problemas complejos, pero vitales, de recomposición política de la clase han sido uno de los principales focos de atención de la corriente marxista autonomista. Las diferentes formas en que los sectores del proletariado luchan por sus propios intereses, comunican su experiencia y luchan por sus necesidades dentro de la clase más amplia, así como contra el capital, desafían continuamente las verdades establecidas de la «teoría revolucionaria». La contribución de las diversas corrientes «autonomistas» es esencial, pero también problemática, ya que la voluntad de ir en contra de cualquier «ortodoxia» también corre el riesgo de abandonar completamente el terreno de clase.[20] En cualquier caso, la unidad de clase sólo puede ser un producto de la lucha, y no un problema de representación estadística.
Si sólo una minoría de la clase es consciente de su posición, de sus intereses y de su objetivo revolucionario y posee la voluntad de alcanzarlo, entonces la mayoría de la clase no posee estos atributos. El punto de vista democrático que pondría el poder en manos de la mayoría de la clase pondría el poder en manos de quienes no tienen conciencia de clase ni voluntad revolucionaria. Pero como Marx argumentó en la Ideología Alemana, las «ideas de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes», y las
«ideas dominantes no son más que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, de las relaciones materiales dominantes captadas como ideas; por tanto, de las relaciones que hacen de una clase la dominante, por tanto, de las ideas de su dominación».
Por tanto, un poder democrático, incluso un poder obrero democrático, pondría el poder en manos del capital. El comunismo rechaza la democracia obrera y el poder obrero, y sólo apoya su propio movimiento de clase. Las minorías comunistas, es decir, el partido material, lucha intransigentemente para realizar el comunismo.
Bordiga sostenía que la disciplina interna del partido era un antídoto contra la degeneración. Esta actitud era muy errónea, como demostró la degeneración tanto del partido bolchevique como del Partido Comunista Italiano. Este error fue sorprendente ya que Bordiga argumentó correctamente que «la revolución no es una forma de organización». De hecho, no hay garantías contra la degeneración. Si la revolución fracasa, las organizaciones de masas (partido, consejo, organización de fábrica) no pueden coexistir indefinidamente con el capital sin acomodarse a él y acabar siendo absorbidas. Para un partido formal, la elección es la traición, la reducción a una secta insignificante o la disolución. No hay disciplina interna que pueda evitarlo. La forja de un partido centralizado disciplinado, lejos de impedir que el partido se pasara a la contrarrevolución, de hecho simplemente proporcionó a la contrarrevolución un partido centralizado disciplinado.
Bordiga denunció la fe sindicalista (y consejista) en las organizaciones económicas como democráticas. También señaló que la descentralización de la economía era burguesa (porque las empresas separadas son una forma específicamente capitalista). La organización de los trabajadores en sindicatos es aceptada tanto por la burguesía democrática como por la fascista, y tanto en la teoría como en la práctica
Frente al énfasis excesivo en la lucha económica, Bordiga hace hincapié en el acto político de la revolución, la destrucción del Estado burgués y su sustitución por la dictadura del proletariado, que identifica como una forma de Estado. Pero el comunismo tiene una crítica de la política, tanto práctica como teórica. Marx :
«Cuanto más desarrollada y amplia sea la comprensión política de una nación, tanto más malgastará el proletariado sus energías -al menos en las fases iniciales del movimiento- en insensatos e inútiles levantamientos que se ahogarán en sangre. Porque piensa en términos políticos, considera la voluntad como la causa de todos los males y la fuerza y el derrocamiento de una forma particular de Estado como el remedio universal. Prueba de ello: los primeros estallidos del proletariado francés. Los obreros de Lyon imaginaban que sus objetivos eran enteramente políticos, se veían a sí mismos puramente como soldados de la república, mientras que en realidad eran los soldados del socialismo. Así, su comprensión política oscurecía las raíces de su miseria social, falseaba su visión de su verdadero objetivo, su comprensión política engañaba a sus instintos sociales.» [21]
La propia crítica comunista de la política deriva de la situación real del proletariado:
«la comunidad de la que está aislado el obrero es una comunidad de realidad y alcance muy diferentes a los de la comunidad política. … La comunidad de la que le separa su propio trabajo es la vida misma, la vida física y espiritual, la moral humana, la actividad humana, el goce humano, la naturaleza humana.» [22]
Es precisamente el énfasis excesivo de Bordiga en lo político lo que resulta en una falta de interés por las luchas de clase en curso, y resulta, por ejemplo, en un fracaso a la hora de criticar adecuadamente a los sindicatos. Bordiga veía la revolución en primera instancia como la transferencia del poder estatal de la burguesía al partido. Cualquier transformación social real debía comenzar sólo después de este punto. Por el contrario, la izquierda germano-holandesa buscaba una transferencia de poder dentro de las fábricas de los patronos a los obreros, descuidando la cuestión del Estado. Cada una de las izquierdas comunistas veía sólo la mitad del cuadro. Ni el poder estatal ni el control obrero son una base real para la transformación social. La revolución es la comunización de la sociedad, el desarrollo de la lucha de clases mediante la reapropiación de toda la sociedad, una desalienación en la que el asalto político centralizado al Estado es sólo un acto, aunque decisivo. El proletariado no aspira a convertirse en el amo del Estado (rechazando una interpretación estatista de la «dictadura del proletariado») ni en el amo de la empresa (rechazando la autogestión), sino que suprime sus propias condiciones de existencia y, por tanto, a sí mismo como clase.
Marx sobre la clase
Las izquierdas italiana y alemana, en los textos aquí presentados, parecen haber retomado cada una sólo un lado de la visión dialéctica del proletariado analizada por Marx: «La combinación del capital ha creado para esta masa una situación común, intereses comunes. La clase, definida por intereses comunes, existe como objeto, como factor del capital, pero también con intereses separados del capital y contra el capital. Es decir, el proletariado se opone (potencialmente) al capital y no específicamente a la burguesía. Esto fue importante en el análisis de la Unión Soviética, una sociedad con capital, pero sin una burguesía (local) como tal. Como argumentaba Bordiga, «nos preocupa la forma extremadamente desarrollada del capital, no el capitalista. Este director no necesita gente fija» [24] . Marx continúa: «En la lucha, de la que sólo hemos señalado algunas fases, esta masa se une y se constituye como clase para sí misma». Sólo en la lucha de clases el proletariado se constituye como sujeto, como actor histórico, sólo entonces existe realmente como factor activo del desarrollo social. La distinción entre clase en sí y clase para sí es análoga a la que hacían los autonomistas italianos en su análisis de la fuerza de trabajo (factor de producción) y la clase obrera (composición política). La «ultraizquierda» francesa hizo una distinción similar entre clase obrera (esta vez como factor del capital) y proletariado (como sujeto revolucionario). Estas diferentes terminologías son obviamente incompatibles, pero no obstante se reconoce en cada caso la tendencia real del proletariado.
La clase se define objetivamente como aquellos separados de los medios de procurarse lo necesario para vivir, y que no tienen más remedio que vender repetidamente su actividad vital para obtenerlo.
«La fuerza de trabajo se encuentra en un estado de separación de sus medios de producción (incluidos los medios de subsistencia como medios de producción de la propia fuerza de trabajo), y porque esta separación sólo puede superarse mediante la venta de la fuerza de trabajo al propietario de los medios de producción.» [25]
Bordiga resumió esta condición con la frase «sin reservas» para indicar la reproducción del proletariado, y la reproducción cíclica y dinámica de la pobreza. Los trabajadores reciben un salario, quizás un salario alto, pero tan pronto como este salario se gasta, vuelven a la condición inicial de no tener forma de vivir excepto a través de la venta de su actividad vital:
«Con su acumulación primitiva, el capitalismo vacía los bolsos, las casas, los campos y las tiendas de todos, y convierte a todos en indigentes, sin reservas, sin propiedades, en número creciente. Los reduce a ser, en el sentido de Marx, «esclavos asalariados». La pobreza [miseria] crece y la riqueza se concentra, porque aumenta desproporcionadamente el número absoluto y relativo de proletarios sin propiedad que deben comer cada día lo que cada día ganan. El fenómeno económico no se altera si algún día los salarios de algunos de ellos, en ciertos oficios, en ciertos países, les permiten el burdel, el cine y, alegría de alegrías, una suscripción a Unita.[26] El proletariado no es más pobre si los salarios bajan, como no es más rico si los salarios suben y los precios bajan. No es más rico cuando trabaja que cuando está en paro. Quien ha caído en la clase de los asalariados [salariato] es pobre de manera absoluta». [27]
Esta comprensión de la riqueza y la pobreza como algo distinto del mero nivel de consumo es sugerente del análisis situacionista de la «nueva pobreza» que existe entre los proletarios de las sociedades modernas junto a los frigoríficos, los televisores en color y los viajes organizados.
Marx argumentó en la «Crítica a la filosofía del derecho de Hegel. Introducción», que «el proletariado… se… forma… a partir de la masa de gente que surge de la aguda desintegración de la sociedad y, en particular, de las filas de la clase media». Esta identificación del origen de clase media del proletariado enlaza con los comentarios de los «Manuscritos económicos y filosóficos» sobre la alienación de los trabajadores del producto de su trabajo.
«…el hombre se reproduce a sí mismo no sólo intelectualmente, en su conciencia, sino activa y realmente, por lo que puede contemplarse a sí mismo en un mundo que él mismo ha creado. Al arrancarle al hombre el objeto de su producción, el trabajo enajenado le arranca, por tanto, su especie-vida…»
Esta idea de que los trabajadores se crean a sí mismos en la creación de su producto es casi incomprensible en la industria realmente moderna. La mayoría de los trabajadores apenas ven el producto que fabrican colectivamente. Cuando realmente participan directamente en su producción, la división del trabajo es tan aguda que no tienen espacio para afirmar su individualidad en el proceso productivo. Esto no era así en tiempos de Marx. En esa época, los productores pequeñoburgueses se agrupaban para producir como proletarios para un solo capitalista en la industria manufacturera. O bien se reunían los trabajadores pequeñoburgueses o manufactureros en la nueva institución social de la fábrica. Estos nuevos proletarios, surgidos de la desintegración de la sociedad de clase media, habrían sentido realmente de forma directa la alienación del producto de su trabajo, que antes ellos mismos habrían poseído, pero que ahora era poseído por el capitalista. De aquí se desprende la importancia de la alienación, por delante del simple empobrecimiento en la teoría de Marx. La alienación sigue siendo la condición previa crucial para el proletariado, pero hoy adopta formas aún más agudas. Hoy en día, el trabajador está alienado de su producto hasta tal punto que apenas lo reconoce como su propio producto. El proceso de producirse a sí mismo a través de su producto es en sí mismo un concepto casi ajeno. Pertenece a otro mundo.
Hacia el siglo XXI
Al analizar artículos escritos en los años veinte o cuarenta, por importantes que sean y por emblemáticos que sean de los verdaderos movimientos de clase de la época, se establecen limitaciones particulares. Ciertamente, es posible observar las diferentes tendencias e intentar ir más allá de ellas de alguna manera, pero no se puede ignorar que son expresiones de un tiempo ya pasado. La sociedad capitalista se ha desarrollado enormemente en las décadas transcurridas desde que las izquierdas alemana e italiana la analizaron, tanto cuantitativa como cualitativamente. Podrían señalarse muchas diferencias, con respecto a la guerra, la televisión, los medios de transporte, el desarrollo de la socialdemocracia, la historia de la Unión «Soviética», el fin del colonialismo. Una característica importante de las dos últimas décadas que es particularmente relevante aquí es el desarrollo de la «nueva economía» de la producción ajustada, de la flexibilización, con su aumento de la mano de obra temporal y contratada, y la disminución general de la seguridad en el empleo. Estos cambios han sido introducidos por el capital como forma de optimizar la explotación de la mano de obra a corto plazo.
Estos cambios en la organización del trabajo, junto con otros cambios sociales, culturales y políticos, tienen como corolario una disminución de la autoidentificación del trabajador con su trabajo, una disminución de la conciencia de productor. Hoy en día, al menos en países como EE.UU. y el Reino Unido, es menos común que la gente se identifique como «trabajador de fábrica» o «impresor» o incluso «obrero». Los trabajadores tienden menos a encontrar sentido a su oficio o a su industria. En su lugar, más que nunca, los trabajadores ven el trabajo simplemente como un medio para alcanzar un fin. La eventualización fue promovida por el capital como una forma de debilitar sus «responsabilidades» hacia los trabajadores, pero también ha tenido como resultado que los trabajadores son mucho menos propensos a identificarse, aunque sea críticamente, con «su» jefe, o «su» trabajo. De este modo, el capital ya ha empezado a disolver parte de lo que significaba el término «clase obrera» o incluso «proletariado» (si se entiende en un sentido parcialmente sociológico). Si ese es el caso, entonces ¿qué pasa con «Partido y Clase», qué pasa con «la Dictadura del Proletariado»?
El comunismo siempre tuvo como objetivo la abolición de todas las clases, mediante la abolición del proletariado de sí mismo. El capitalismo, al universalizarse, siempre ha tendido a disolver las clases (la pequeña burguesía, el campesinado, la aristocracia, etc.). Esta disolución de clases, en el sentido sociológico, ha continuado dejándonos no con clase obrera y burguesía, sino con un proletariado cada vez mayor y una humanidad cada vez más proletarizada frente al capital y sus funcionarios (directores generales, directores, altos funcionarios del Estado, etc.), que como individuos son cada vez más desechables. Cualquier intento de resucitar una identidad obrera, un orgullo por los valores del trabajo, del lado positivo del trabajo, es conservador, y anticomunista. El comunismo siempre ha sido el movimiento de los que no son nada y deben serlo todo, de los alienados que sólo pueden liberarse liberando a toda la sociedad.
Observaciones finales
Bordiga y Pannekoek teorizaron los puntos más altos de los movimientos proletarios en Italia y Alemania respectivamente. Los fallos tácticos de Bordiga (por ejemplo, en la cuestión de los sindicatos), al igual que sus puntos fuertes (como la crítica de la democracia), son producto del movimiento proletario. Lo incompleto de la crítica de la izquierda italiana, y su necesidad de modificación por las tesis de la izquierda germano holandesa, son consecuencia de la base nacional de su experiencia, y de la forma particular que adoptó la lucha de clases en Italia. Del mismo modo, los textos de Pannekoek, que analizó el movimiento en Alemania y fue uno de los principales teóricos del KAPD, no deben tratarse como las ideas de un individuo, sino como la expresión del movimiento de la clase obrera alemana y holandesa. A pesar de todo el internacionalismo del PCI, no pasaron por las mismas luchas de clases que los del movimiento alemán, por lo que no generaron la misma teorización, especialmente con respecto a los sindicatos. Estas insuficiencias tácticas verifican de hecho elementos de la teoría del partido de Bordiga. El partido necesita agrupar a proletarios de todos los sectores de la clase y sintetizar todas las tendencias radicales de la clase. La base nacional del PCI, y del KAPD, es la causa de la particularidad de su teoría, incluidas las limitaciones.
Un examen de estas dos tendencias, entre las más radicales del siglo XX, apunta más allá de sus respectivas limitaciones. El comunismo no es ni «el poder de los consejos obreros» ni la dictadura del partido de vanguardia, ni depende de ninguna otra forma organizativa predeterminada. El comunismo no es ni la «autoactividad de los trabajadores» ni el «programa», sino específicamente una autoactividad proletaria que se reapropia o recrea el programa comunista. Lo importante no es la forma de organización, sino qué es exactamente lo que se organiza; lo esencial es la comunización, la reapropiación colectiva por parte de la humanidad y la transformación de la totalidad de la vida ahora alienada a través del capital. Pero las cuestiones aquí tratadas, organización (partido, sindicato, soviet), conciencia, clase, no pueden resolverse en el plano teórico. Es posible aprender de la teoría desarrollada por movimientos de clase anteriores, pero sólo un movimiento futuro puede resolver o superar los dilemas que Pannekoek y Bordiga plantean. «El comunismo no es para nosotros un estado de cosas por establecer, un ideal al que la realidad tendrá que ajustarse. Llamamos comunismo al movimiento real que suprime el actual estado de cosas. Las condiciones de este movimiento resultan de premisas ahora existentes». [28] El rechazo de las luchas existentes en favor de la pureza de lo principal es un rechazo del comunismo, de la revolución. «Cada paso del movimiento real es más importante que una docena de programas » [29]. La revolución no es la aparición en el mundo real de las utopías que ahora sólo viven en la literatura o en la cabeza de la gente. No es la manifestación de uno o varios principios absolutos. El comunismo es la creación de la humanidad, una creación que ya está en marcha, desplegándose ante nuestros ojos. El proletariado no «aprende» simplemente de las luchas que realiza. Estas luchas, enraizadas en la necesidad, son en sí mismas un elemento esencial del movimiento comunista, la transformación tanto de la sociedad como de la conciencia. Pannekoek y Bordiga, a pesar de sus debilidades, a pesar del cambio de circunstancias en los años transcurridos desde que se escribieron estos textos, siguen siendo importantes precisamente porque fueron capaces de expresar los movimientos reales de su tiempo.
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NOTAS
1 – En la Italia de la época, el término maximalismo se refería a los reformistas con fraseología revolucionaria. Esto contrasta con Rusia, donde el maximalismo era una tendencia revolucionaria.
2 – Este error se corrigió después de la Segunda Guerra Mundial en el análisis del proletariado como clase «sin reservas», por ejemplo en Marxismo e Miseria. Véase más abajo.
3 – Véase Lip y la contrarrevolución autogestionaria por negación, para una larga discusión de la política y la economía política de la autogestión.
4 – ¿Tomar el poder o tomar la fábrica?
5 – F. Perlman y F. Gregoire, Comités de acción obrero-estudiantiles.
6 – ibid.
7 – ibid.
8 – Wildcat, Fuera y contra los sindicatos.
9 – O. Rühle, De la revolución burguesa a la revolución proletaria.
10 – B. Winslow, Syliva Pankurst, Política sexual y activismo político
11 – S. Bologna, La composición de clase y la teoría del partido en los orígenes del movimiento de los consejos obreros
12 – J. Camatte, [url= http://libcom.org/library/community-communism-russia-jacques-camatte Comunidad y comunismo en Rusia[/url].
13 – Véase La izquierda comunista italiana para más detalles sobre las diversas escisiones y cambios de nombre.
14 – A. Bordiga, Consideraciones sobre la actividad orgánica del partido cuando la situación general es históricamente desfavorable, 1965.
15 – Bordiga, 1926, Intervento alla commissione politica per il congresso di Lione. Una traducción ligeramente diferente de este pasaje aparece en Gramsci, Escritos políticos 1920-1926.
16 – Véase Lenin, ¿Qué hacer?
17 – Pannekoek, Massenaktion und Revolution, 1912, en Bricaner, p126.
18 – Marx a Freiligrath, 1860
19 – Véase, por ejemplo, La revuelta de Wilhelmshaven, donde un comunista del Consejo relata desde dentro cómo se organizó un motín naval de forma estrictamente centralizada.
20 – La tendencia asociada a la revista Race Traitor ha llevado a cabo algunos trabajos importantes. Véase How the Irish Became White, Ignatiev. Otra tendencia interesante es Wages for Housework, y especialmente los escritos de S. James y Dalla Costa. Éstos tienen puntos fuertes similares, al examinar detenidamente los conflictos dentro del proletariado, pero debilidades similares al tender a hacer demasiado hincapié en su propio grupo de interés especial.
21 – Marx, Notas críticas al artículo «El rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano»
22 – ibid.
23 – Marx, La miseria de la filosofía
24 – Bordiga, Doctrina del cuerpo poseído por el diablo
25 – Marx, El Capital, tomo II, capítulo 1
26 – El diario del Partido Comunista
27 – Bordiga, Marxismo e Miseria
28 – Marx y Engels, La ideología alemana
29 – Marx, Carta a Bracke, 1875
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Bibliografía
He aquí algunos de los libros que nos han resultado útiles para la investigación de la introducción. No hemos incluido información sobre las obras de Marx, ya que hay muchas ediciones diferentes y fácilmente disponibles, pero hemos dado detalles de dos colecciones útiles.
Answeiler, Oskar, Los soviets: The Russian Workers, Peasants, and Soldiers Councils 1905-1921, Pantheon, 1974.
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Bricianer, Serge, Pannekoek y los consejos obreros, Telos Press, 1978
Camatte, Jacques, Comunidad y comunismo en Rusia
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