El texto que publicamos a continuación es parte del próximo número de nuestra revista Revolución, dedicado a la guerra imperialista y al derrotismo revolucionario.
Hemos decidido adelantar su difusión tanto por el retraso que tenemos con la revista, así como por la importancia de este documento en las discusiones que se están dando en sectores de nuestra comunidad de lucha que asumen las tareas internacionalistas del derrotismo revolucionario.
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No puede extrañarnos, en absoluto, que el derrotismo revolucionario vuelva a estar a la orden del día en nuestra comunidad de lucha. Sólo hay que echar un vistazo a cómo vivimos hoy buena parte del proletariado: bajo las bombas. Y los “privilegiados” que no viven pendientes del sonido de los cazas o del crujir de las botas de los milicos, sufren en sus carnes el dolor de sus hermanos de clase y el esfuerzo de guerra desarrollado por todos los Estados.
Es totalmente natural que, ante el baño de sangre que inunda el viejo mundo, nuestra clase no sólo se resista a ser carne de cañón, sino que manifieste también su rechazo apuntando con sus armas a los agentes directos de la carnicería. Frente a las banderas hediondas de la patria, bajo cuyos pliegues son masacrados miles de proletarios, la amenaza de derrotismo revolucionario atormenta a los ejércitos de la burguesía.
Aclaremos ya, antes de nada, contra las concepciones caricaturales emanadas del medio podrido izquierdista o ultraizquierdista, que el derrotismo revolucionario no es un ideal a alcanzar, una bonita consigna lanzada por revolucionarios para que los proletarios dejen de matarse entre ellos y vuelvan sus fusiles contra “sus” propios oficiales, ni una concepción que algunos “revolucionarios”, aportadores de conciencia, importan desde el exterior a la clase proletaria. El derrotismo revolucionario es una práctica social, o mejor aún, una determinación primaria que emana de las contradicciones sociales que genera la guerra imperialista en nuestra clase. Si vuelve al centro de las preocupaciones de la comunidad de lucha contra el capital, desplazando otra serie de cuestiones, no es porque aparezca en la “agenda” de algunos militantes revolucionarios, sino porque la generalización de la guerra espolea a nuestra clase a contraponerse a la misma.
Existen, evidentemente, números obstáculos materiales para la organización y el desarrollo de la práctica derrotista, como puede comprobarse por el desarrollo impresionante de la guerra imperialista. Se trata de un conjunto de límites que obstaculizan el desencadenamiento de esa fuerza imponente, y que configuran el estado actual en el que se encuentra el proletariado como clase. En general, son los mismos límites y debilidades que afectan en todos los ámbitos de la lucha proletaria, desde la más elemental defensa material de sus condiciones de vida hasta las revueltas de nuestra época. El principal límite lo constituye la correlación de fuerzas internacional, producto de la derrota histórica de nuestra clase, de la cual no ha conseguido zafarse todavía. Esa derrota contiene una serie de implicaciones (desgarramiento de su experiencia, debilitamiento de su asociacionismo, descomposición de su fuerza unitaria, ideologización de su programa revolucionario…) que sólo pueden ser enfrentadas en el desarrollo mismo de la lucha contra el capital, al empujar a los explotados a hacerse cargo de su propia derrota para vencer al enemigo. La revolución social es un proceso histórico en el que la derrota es parte de su proceso contradictorio de afirmación.
La estructuración como dirección revolucionaria de su propia experiencia de lucha, catalizada a través de sus minorías de vanguardia, ha marcado siempre el devenir de la guerra contra la burguesía en los momentos de crisis generalizada. Creer que puede surgir una perspectiva revolucionaria al margen de la lucha proletaria inmediata contra la explotación y su inherente dimensión histórica, o peor aún, considerar que la misma se circunscribe al interior de la reproducción capitalista, y por lo tanto no puede aspirar a ninguna ruptura con la relación social vigente, significa remar en favor del desarrollo de la guerra imperialista y el mantenimiento de la esclavitud asalariada.
Por consiguiente, el derrotismo revolucionario, como contraposición proletaria a la guerra, no puede escindir su acción actual de su práctica histórica. Zarandea a todos aquellos que se colocan en su perspectiva para que profundicen en el conocimiento de su propia praxis y sus límites, en la complejidad de los laberintos que propone el enemigo, precisando cada vez con mayor claridad el arduo camino que descompone a los ejércitos de la burguesía, poniendo entre la espada y la pared el orden social existente. Es en el seno de esa práctica derrotista, de las discusiones desarrolladas al interior de nuestra comunidad de lucha, fuera y contra del espectáculo escolástico y doctrinario, donde enmarcamos esta pequeña contribución.
Partiendo del ABC del derrotismo de nuestra clase, queremos precisar algunas cuestiones que se contraponen a las caricaturas y análisis reduccionistas que se levantan bajo su bandera. El objeto del texto es claro, contribuir a delimitar el terreno derrotista revolucionario de los diversos simulacros y eventos teológicos, especialmente de lo que denominamos “derrotismo simplista”, y, al mismo tiempo, impulsar a todos los militantes revolucionarios a centralizar juntos las tareas que nos exige el momento actual.
Por el estado de borrador en el que se encuentra esta contribución, inmersa en discusiones y clarificaciones, hemos preferido presentar el documento en forma de tesis.
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El derrotismo revolucionario no parte de un conjunto de ideas o consignas, sino que es el resultado de las condiciones materiales de existencia del proletariado bajo la guerra imperialista. Es una práctica inmediata, primaria, surgida de las necesidades e intereses materiales de los proletarios que alberga diversos niveles de materialización y desarrollo, y cuya base es, como siempre, la lucha contra la explotación, y, por tanto, la lucha contra “su” propia burguesía1. La derrota de “su” propia burguesía equivale a la derrota de “su” propio ejército, de “su” propio Estado.
Esta práctica no depende de lo que piense tal o cual proletario, pues es el conjunto de sus intereses materiales lo que le empuja a contraponerse a la guerra imperialista y a los distintos ejércitos de la burguesía. El derrotismo está determinado por los golpes que recibe nuestra clase en la guerra, por los muertos, los heridos, las violaciones, la represión, el hambre, la desmoralización, el desgaste, el sacrificio, las humillaciones, el “esfuerzo de guerra” …, es decir, por la exacerbación de las contradicciones sociales. Sólo de ahí surge, límpidamente, como producto material inherente al proletariado, la necesidad y la posibilidad del derrotismo revolucionario.
Por lo tanto, no se trata de un “desembarco”, desde el mundo de los cielos, de un proletariado “puro” que, apareciendo como clase internacionalista autónoma y revolucionaria frente a las guerras, no dejará lugar a la religión, nacionalismo u otras ideologías de la burguesía. Esa posición caricatural ve la lucha de clases como un momento concreto, el del desarrollo voluntario y organizado de la actividad subversiva del proletariado, y no como una realidad permanente del modo de producción capitalista, de los antagonismos que genera esta sociedad. Se hace surgir al derrotismo revolucionario de la nada, sin ver que es del desarrollo de la guerra imperialista de donde surge ¡y no del cielo! En contraposición a la visión teológica, el derrotismo revolucionario es el producto del desarrollo de las contradicciones de la guerra, que empuja al proletariado a defender sus necesidades materiales, y, como todos los aspectos del programa revolucionario, parte de sus determinaciones como clase, del determinismo histórico y no de elementos que se introducirían desde el exterior.
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Las consignas y directrices que expresan el derrotismo revolucionario son la formulación necesaria y material de los intereses objetivos del proletariado que sus minorías más decididas sintetizan en tales fórmulas. La lucha contra “su” propia burguesía, disparar contra “sus” oficiales, rechazar todo “esfuerzo de guerra”, sabotear la producción, etc., no son directivas que partan de lo que debieran hacer los proletarios, del mundo del deber ser, sino materializaciones de la contraposición práctica del proletariado. La articulación del movimiento proletario en torno a esas consignas y directrices manifiesta la tendencia a la centralización de su actividad y de su fuerza social.
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La consigna de luchar contra “su propia” burguesía sintetiza la práctica y directriz central sobre la que se articula el derrotismo revolucionario. Lejos de ser algo excepcional, es la práctica cotidiana de los explotados. La lucha contra el capitalismo se desenvuelve en la lucha inmediata contra la explotación, y la misma asume necesariamente una lucha contra “su” propia burguesía, contra “su” propio explotador, contra los represores que tiene delante, contra “su” propio Estado. Claro que esto no tiene nada que ver con la nacionalidad de los burgueses o el gobierno que asume dicha función. En ningún momento el derrotismo revolucionario se reduce a la “lucha contra la burguesía nacional”. Se trata de insistir en la lucha contra los burgueses inmediatos y las fuerzas inmediatas de represión, pero como parte de la lucha mundial del proletariado contra la burguesía mundial.
Luchar contra “la propia” burguesía es la únicamanera de luchar contra la burguesía mundial. Es fundamental insistir que este es el único terreno de la lucha internacionalista. La lucha del proletariado no puede descansar en ningún intermediario, en ninguna mediación que no sea él mismo, y es precisamente por eso que la lucha contra el capital es siempre una lucha inmediata contra la explotación directa y la represión estatal que la defiende. La misma ataca las bases de la acumulación global de capital y del Estado mundial. Para decirlo de otra manera, la característica central de la lucha del proletariado es la centralidad orgánica de su acción directa contra el capital, por la cual, incluso si esa lucha tiene lugar en un solo barrio, en un solo distrito, en una sola ciudad, ésta contiene la totalidad y representa, independientemente de la conciencia de sus protagonistas, los intereses orgánicos del proletariado mundial.
Las consignas de “lucha revolucionaria contra la guerra burguesa” u otras como “contra la guerra, guerra de clases”, son totalmente insuficientes y centristas si no van acompañada de cómo se concreta, es decir, de la reivindicación de la lucha abierta contra “la propia” burguesía, por la derrota del “propio” Estado. Decir que se lucha contra “toda burguesía, sea cual sea” o llamar a la “lucha revolucionaria contra la guerra” sin tomar medidas concretas para la derrota de la “propia” burguesía, es caer en la propaganda y poner la bandeja de plata al chovinismo. Somos totalmente conscientes de que algunos compañeros y expresiones de nuestra comunidad de lucha tratan de expresar en esas consignas, la necesidad de que nuestra clase se delimite de encuadramientos que se desarrollan sobre el terreno, pero sin una clara defensa de la lucha proletaria inmediata se colabora en desarmar al proletariado.
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La práctica derrotista tiene diversos momentos de desarrollo, así como formas diferentes de materializarse, dependiendo del desarrollo mismo de la guerra imperialista. Pero en todos los momentos el derrotismo revolucionario asume el mismo contenido, la misma dirección, sintetizada en esa consigna central de luchar contra “su” propia burguesía, por mucho que evidentemente se implementen, como resultado de esa práctica concreta, otras consignas particulares subsumidas a ésta. Sin embargo, la consideración simplista de que el derrotismo revolucionario sólo acontece como práctica del proletariado uniformado contra “su” propio ejército, contra “sus” propios oficiales, en el contexto de un enfrentamiento interburgués, oculta una distinción fundamental inducida por los momentos de desarrollo de la guerra imperialista, y se presenta como un arma arrojadiza contra las formas que asume la lucha contra “la propia” burguesía en esos otros momentos.
Así es, la guerra imperialista se expresa como una guerra interburguesa con dos campos bien definidos, con sus frentes y retaguardias, típica guerra de frentes, de trincheras, de posiciones2, pero también como una guerra de ocupación, caracterizada por la ocupación militar de una región por parte de un ejército proveniente de otro país. Pero eso no es todo. La guerra imperialista también se expresa como guerra de gendarmería o guerra policial, es decir, como la operación de un gendarme del capital de un país para reprimir la revuelta del proletariado en otro país. Evidentemente, este último momento alberga un contenido y determinaciones muy semejantes a la guerra de ocupación.
Dicho lo cual, y antes de abordar estos diferentes momentos, queremos subrayar que no se trata, ni mucho menos, de situaciones puras y mutuamente excluyentes, de elementos que se presentarían aislados, sino de momentos sobre los que se articula la guerra imperialista. No aparecen como una situación nueva, que debería ser tratada de forma separada, sino como el desarrollo propio de la guerra imperialista que pone a uno u otro de esos momentos como elemento determinante y que evoluciona dinámicamente entre ellos. Es la propia lucha de clases y las necesidades de afirmación imperialista la que provoca el movimiento de uno a otro.
Por consiguiente, la guerra de frentes se muda en guerra de ocupación y de gendarmería; la guerra de ocupación asume la forma de guerra de frentes y/o de gendarmería; la forma de gendarmería conlleva la guerra de ocupación y/o de frentes, etc. La realidad material se presenta tan dinámica, que a veces es extremadamente difícil expresar cómo se articula el todo (guerra imperialista) y sus momentos particulares. En consecuencia, el derrotismo revolucionario puede considerarse de distinta manera dependiendo del nivel de abstracción donde se ubique la cuestión de la guerra. Efectivamente, esos momentos particulares se entrelazan a veces de tal forma que, dependiendo de donde se ponga la lupa en los acontecimientos, puede caracterizarse de forma diferente. Pero es necesario comprender esos niveles de abstracción para no mezclarlos y acabar determinando la totalidad concreta, -y las tareas a asumir- en base a un momento de la misma3.
Frente al “derrotismo simplista”, la consigna central del derrotismo revolucionario de luchar contra “su” propia burguesía se expresa y se afirma en los distintos tipos de situaciones en las que el proletariado se encuentra directamente enfrentado al ejército burgués. Evidentemente también se generan consignas y directrices particulares, pero como decíamos, las mismas parten del mismo contenido, de la misma dirección y, por lo tanto, están subsumidas a esa consigna central.
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El “derrotismo” simplista ni siquiera es capaz de expresar las necesidades materiales del proletariado en plena guerra de frentes, reduciendo todo a una “confraternización” que es una auténtica caricatura. Se reivindica la “confraternización” fuera de la dinámica global de la práctica derrotista, como premisa, en lugar de ser una consecuencia de aquella. Se trataría de un ideal que tendría que asumir un “soldado”, “proletario por encima de todo”, y una vez que lo hace, vuelve su fusil contra sus propios oficiales cuando se lo pidan (¿amablemente?) “desde el otro bando”.
En la realidad material las cosas suceden de una forma muy diferente. El derrotismo revolucionario nunca tiene como verdadero punto de partida la confraternización, como el pacifismo quiere hacernos creer. En su sentido revolucionario, y, por tanto, antipacifista, la consigna de confraternización viene determinada por la propia dinámica del momento, por la actitud (posición práctica) que tomen los soldados, independientemente del “campo” burgués en el que se encuentren. No se afirma el derrotismo blandiendo banderas blancas. Por el contrario, los proletarios sobre los que se edifica el derrotismo en el frente -en la retaguardia se afirma como cuestionamiento al “esfuerzo de guerra”-, que comienzan su actividad desobedeciendo a la cadena de mando, lejos de ofrecer su pecho descubierto a las balas de sus “hermanos en uniforme” del “otro bando”, los derriban (y la muerte de “hermanos” no es la forma más apetecible, desde luego). Esta acción da más determinación a aquellos que empiezan a desprenderse de su uniforme, no sólo por el rechazo a su función, sino angustiados por el destino que les tiene reservado el derrotismo revolucionario. Los proletarios consecuentes disparan contra las fuerzas represivas directas de la burguesía que tienen enfrente y quieren destruirlos, sean del “campo” que sean, tengan la nacionalidad que sea, pues asumen la función de someterlos. Son las fuerzas de “su” propia burguesía, de “su” propio Estado.
Lo decisivo en ese momento de afirmación del derrotismo revolucionario contra los frentes es la intransigencia de los proletarios en lucha (y por tanto en armas) contra “su” propia burguesía, es decir, intransigencia en su contraposición a los oficiales a sus espaladas, así como a todos los soldados que se opongan a la lucha, sea cual sea su “bando”. Esta intransigencia, que viene determinada por una serie de factores (correlación de fuerzas, reapropiación programa…), es la que marca el devenir del movimiento y los grados de autonomía que logra alcanzar el proletariado. A medida que esta se fortalece, y se expresa en todos los terrenos sociales, delimitándose de forma cada vez más clara de las distintas fracciones de la burguesía, el proletariado avanza en su proceso de constitución en clase, asumiendo niveles cada vez más importantes de derrotismo revolucionario, asumiendo abiertamente la guerra revolucionaria. Ese es el proceso material del derrotismo revolucionario aplicado en la guerra de frentes interburguesa, la transformación de la guerra imperialista en guerra de clases. La destrucción revolucionaria del ejército es obra del proletariado armado, su respuesta violenta.
Esta destrucción del ejército burgués, tomando como referencia la rebelión de los soldados en el frente, que aquí hemos sintetizado, no puede ocurrir de la noche a la mañana sin que las minorías más resueltas de su clase organicen la centralización en el tiempo y el espacio cientos de pequeñas acciones de terror revolucionario, de deserción, huida, insubordinación, rebelión, toma de rehenes, liquidación física de oficiales, consignas y directivas concretas sobre las que el movimiento se articula, etc., preparación a largo plazo durante el cual el proletariado va forjando la organización del derrotismo revolucionario.
Evidentemente, este proceso viene netamente marcado por la correlación de fuerzas internacionales entre clases. En una clara correlación favorable a la burguesía, el derrotismo revolucionario tiende a sucumbir en el aislamiento, sea fagocitado por una fracción burguesa, sea por la liquidación física a cargo del Estado mundial, o, generalmente, por ambos factores.
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La guerra de ocupación, al igual que la guerra de gendarmería, implica el desplazamiento del ejército de un país para instalarse y desplegarse en otro. De hecho, la guerra de gendarmería podría ser considerada como una situación particular de una guerra de ocupación. Digamos que el criterio que las diferencia, con todas las precauciones que hay que tener en este tipo de afirmaciones, es que en la de gendarmería el motivo de intervención, más allá de las contradicciones y pujas que la burguesía de uno u otro lugar puedan tener, es directamente el aplastamiento de la lucha proletaria que precede a la intervención, mientras que en la guerra de ocupación la cuestión inicial es un enfrentamiento interburgués.
Dicho lo cual, tanto en uno u otro momento de la guerra imperialista, lo determinante no es el enfrentamiento entre dos ejércitos en una línea de frente o en defensa de una frontera, sino el desarrollo de una operación militar que tiene como objetivo directo a los proletarios que viven allí. Este aspecto no es anecdótico, pues constituye un cambio cualitativo en los términos de operaciones militares, de guerra, desvaneciendo toda distinción entre “frente” y “retaguardia”, fijando como objetivo permanente todo el territorio ocupado, atacando a los proletarios directamente en su vida cotidiana y en sus hogares, cuestión que los determina a reaccionar.
En este escenario, donde el ejército de ocupación se afirma como enemigo directo que nuestra clase tiene enfrente, el encargado de imponer su sometimiento a la explotación capitalista, controlando sus movimientos, ejerciendo su represión, destruyendo sus hogares, sistematizando las violaciones, torturándolo, matándolo, etc., el derrotismo revolucionario parte, en primer lugar, de la lucha contra ese ejército, colocándose incuestionablemente en la lucha contra “su” propia burguesía.
Hay una vasta y rica experiencia histórica de nuestra clase en este sentido que ha sido sistemáticamente denigrada, tergiversada y ocultada bajo la manta de guerra interburguesa, denunciando cualquier tipo de práctica de confrontación del proletariado al ejército de ocupación bajo el expediente principal de lucha de liberación nacional. Nos estamos refiriendo, por ejemplo, a la lucha proletaria del siglo XVII-XVIII en toda América contra los ejércitos españoles, ingleses, portugueses…; en regiones de oriente y oriente medio contra el ejército inglés y el otomano; a las acontecidas en China en el siglo XIX contra la presencia del ejército de Inglaterra, Francia, Alemania – revueltas Taiping y Boxer; en Filipinas (desde 1898 hasta 1913) contra la presencia de tropas estadounidenses, en Brasil (revuelta de canudo, por tomar sólo un ejemplo), en India, en África (por ejemplo, la revuelta de Herero), y, muy especialmente, a las luchas que abrazaron al mundo después de 1945 (Asia, África Negra y el Magreb, América Latina). Colocadas en la pequeña casilla de “luchas de liberación nacional” estas confrontaciones fueron despreciadas como conflictos interburgueses4.
La opinión comúnmente aceptada es que estas luchas respondían exclusivamente a pujas al interior de la clase dominante por controlar esos territorios, una opinión ante todo difundida por la burguesía mundial y sus principales agentes de adoctrinamiento: medios de comunicación, historiadores, universidades, intelectuales… Por supuesto, todo el amplio espectro izquierdista y ultraizquierdista se hizo cargo de esa visión del mundo para fulminar a nuestra clase bajo la lucha de liberación nacional. Bajo esa óptica se oponían perspectivas en favor o en contra de la liberación nacional, pero ambas visiones hacían el juego al encuadramiento burgués de esas luchas que trataba de atraparlas en esa falsa disyuntiva. En última instancia, las dos daban cobertura a la guerra imperialista contra nuestra lucha, y, para gran alivio de sus posiciones contrarrevolucionarias, la misma acababa tarde o temprano (tras haber sido terriblemente reprimida) integrada por una fracción de la burguesía local, lo que les reconfortada en sus lamentables puntos de vista.
Al margen de otras concepciones socialdemócratas que reproducen el amplio abanico de grupúsculos izquierdistas, un aspecto decisivo que impide percibir la naturaleza proletaria de esas luchas es la separación ideológica entre “países desarrollados” y “países subdesarrollados”, o más sutil, “países centrales” y “países periféricos”. Si algunos no llegaban al punto irrisorio de asegurar que el proletariado era una fuerza insignificante en esas zonas, debido a un supuesto escaso desarrollo del capital, no dejaban de ratificar esa concepción quienes afirmaban que las luchas decisivas tenían que partir de los países centrales. Todo lo que acontecía en Asia, África, etc. no podía tener otro horizonte que el de una lucha nacionalista donde el proletariado servía de carne de cañón. Su punto de referencia parte de Europa y de una imagen mitificada del obrero industrial, presa del progreso, del desarrollismo y el obrerismo5.
Nuestra posición al respecto es clara, en la mayoría de las luchas catalogadas de “liberación nacional” se puede rastrear a un proletariado que trata de defender sus condiciones materiales de vida, luchar contra la explotación y las necesidades de valorización, que son gestionadas por el ejército de ocupación que asume la función de “su” propia burguesía. Ese es el único camino posible de la lucha proletaria en esas condiciones y, en consecuencia, para el desarrollo del derrotismo revolucionario: la lucha contra “su” propia burguesía, asestando golpes de contraterror, organizando y estructurando unidades de combate que se organizan en guerrillas y grupos armados, atacando en sus viviendas a los dirigentes de la represión y sus colaboradores, saboteando los suministros del enemigo, etc.
La descomposición del ejército de ocupación y la confraternización viene precisamente de la determinación de los ataques del proletariado contra ese ejército, atacando sin piedad a los proletarios uniformados que aceptan seguir matando, torturando, violando y reprimiendo. Es este escenario y las tareas organizativas que exige, donde se agudizan las contradicciones en el seno del ejército ocupante para destruirlo, creando complicidad y confraternizando con los soldados enemigos que rompen con “su propio” campo.
Amalgamar la lucha del proletariado contra el ejército de ocupación con la liberación nacional, tal y como hace el “derrotismo simplista”, contribuye objetivamente al aislamiento, desarme y canalización de su lucha6. Los llamados de ese “derrotismo” se contraponen a esta lucha elemental del proletariado contra “su” propia burguesía y las tareas que a ella corresponden, llamando sin sonrojarse a “confraternizar” con sus “hermanos en uniforme” que le torturan, le humillan, le violan, le masacran. La acción decidida del proletariado contra las fuerzas que le reprimen es colocada en el juego imperialista cuando en realidad es justamente la única práctica real de derrotismo. Como en la guerra de frentes, lo decisivo en esa práctica derrotista es la intransigencia de los proletarios en lucha, es decir, intransigencia en su contraposición contra el ejército de ocupación, pero también contra la fracción de la burguesía local que busca absorber su energía en un frente de liberación nacional. De ahí que la difusión de consignas y propaganda escrita denunciando el rol del ejército de ocupación, así como de las tentativas burguesas locales de canalizar la respuesta proletaria, alentado a la desobediencia y la deserción, así como la confraternización entre los refractarios, son una parte decisiva del desarrollo del combate de clases.
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El terreno de la contraposición armada nunca tiene como base la superioridad técnica y estrictamente militar, para poder acometer un enfrentamiento “aparato contra aparato”, “ejército contra ejército”. El contenido real de la lucha nunca está garantizado simplemente por el armamento (ciertamente indispensable) del proletariado, o por la forma particular que adopta el proletariado armado. Si bien es ineludible el enfrentamiento armado contra los soldados que cumplen su función de fuerzas armadas de la burguesía, esta realidad escapa de los frentes. El proletariado se organiza en destacamentos armados, guerrillas, cuya característica principal, frente al guerrillerismo aparatista, es su movilidad, la centralización de su dirección frente a la autonomía y dispersión de cada destacamento, así como su unidad con la “retaguardia”. Intenta dirigir sus ataques donde no le espera su enemigo, trata de eludir el combate directo cuando el enemigo es superior; evita la resistencia en puntos permanentes, utiliza la dispersión frente al avance del enemigo y la concentración sólo para golpear cuando nadie le espera; realiza operaciones selectivas para liquidar dirigentes de la represión. Su propia forma de proceder frente al enemigo, liquidando sin piedad a los oficiales y soldados conocidos por su crueldad, y desarrollando la propaganda derrotista entre el resto de soldados capturados, contribuye a quebrar la coherencia de ese cuerpo represivo y potencia su descomposición. Se impulsa así la acción de los proletarios que se niegan a cumplir las órdenes, que desertan, que vuelven sus armas contra sus propios oficiales, negándose a servir como carne de cañón o como verdugos de sus propios hermanos de clase en la lucha, empujando de esa forma al proceso revolucionario en todos los campos burgueses.
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Para la burguesía siempre se trata de transformar la guerra social en guerra interburguesa, sea por el aplastamiento y eliminación física del proletariado en lucha o/y por su canalización, es decir, por el encuadramiento del proletariado mediante un proceso que liquida los diversos grados de autonomía alcanzados por el proletariado y lo conduce a un frente interclasista. Bajo la calificación de guerra defensiva frente al invasor, de nación agredida contra el agresor, de nación oprimida frente al imperialismo, así como una larga serie de justificaciones, se trata de llevar al proletariado a una guerra entre fracciones de la clase dominante. En las situaciones históricas donde el proletariado resiste los cantos de sirena de la burguesía, y la correlación de fuerzas internacionales amenaza el orden existente, la paz social aparece como un horizonte sobre el que dividir y cimentar la derrota del proletariado. La paz de Brest-Litovsk es uno de los ejemplos más ilustrativos7.
Pero es la bandera de la liberación nacional la que se ha convertido en un gran baluarte contra el derrotismo revolucionario, especialmente cuando hay una confrontación contra un ejército de ocupación. La burguesía se sirve de ella para desviar la lucha de nuestra clase hacia sus intereses fraccionales en el mercado mundial, es decir, como forma de apropiarse de la gestión local de la explotación capitalista.
Ese proceso de encuadramiento se apoya en los diversos límites que contiene la autonomía de nuestra clase, lugar donde proliferan nefastas concesiones a la burguesía local que abonan el terreno para la conformación de un frente nacional bajo el que nuestra clase está perdida. Esta realidad se hace evidente cuando el antagonismo entre clases, que tiende a delimitar las fronteras de la lucha, se difumina bajo la presión de la ideología que abandera la burguesía local para arrastrar a los proletarios a matarse por intereses ajenos a los suyos.
Si bien en el derrotismo en plena guerra de frentes esta práctica de canalización de nuestro movimiento se expresa a través de una renovación de la burguesía local, que se presenta a sí misma como parte del movimiento derrotista del proletariado, en la guerra de ocupación se manifiesta siempre como la construcción de un frente interclasista que afianza la figura de un ejército nacional contra el ejército de ocupación, independientemente del argumento sobre el que se arme la cohesión (defensa nacional, religión, cultura…). Su materialización se consigue consolidando una comunidad de intereses ficticia de la burguesía local con “sus” proletarios, construida con una identificación en torno a una nación, pueblo, territorio, cultura, religión, etnia, lengua, o cualquier otro aspecto particular sobre el que se pueda sostener ideológicamente esa ficción. El antagonismo de clase sufre una idílica abstracción que en su materialización real significa la integración del proletariado en la guerra imperialista.
Como se quiere hacer creer, no existe una polarización entre imperialismo y liberación nacional, pues la liberación nacional es parte integral del imperialismo. La lógica imperialista del capital (inherente en cada partícula de valor que contiene) es la que da coherencia a las distintas fracciones burguesas en la lucha internacional por la repartición de las fuerzas productivas del planeta. La liberación nacional, concretada bajo diversas identidades ficticias, no es otra cosa que el mecanismo utilizado por la burguesía local para movilizar al proletariado en defensa de sus intereses fraccionales.
El proceso por el cual el proletariado va renunciando a la defensa de sus intereses materiales, y se deja atrapar en las redes interimperialistas, convierte a los explotados en carne de cañón, y en todos los casos la situación regresa a una guerra de frentes interburguesa, aunque la misma esté combinada con el despliegue del ejército de ocupación. La afirmación de la guerra imperialista se ve confirmada por el aplastamiento y liquidación del proletariado, que sólo puede revertir esta realidad por la ruptura de esa unidad interclasista mediante la reemergencia del derrotismo revolucionario, como respuesta a las condiciones brutales de explotación directa que son gestionadas por las distintas burguesías (ejército de ocupación, ejército o milicias de la burguesía local…). Sólo con el renacimiento de esa perspectiva el proletariado vuelve a contraponerse a los sacrificios de la unidad nacional, atacando a los proletarios uniformados que les siguen matando de ambos bandos, respondiendo y atacando a todas las fracciones burguesas que organizan directamente su explotación, especialmente a los distintos dirigentes político-militares. Fuera de esa perspectiva cava su propia fosa común para la reproducción saneada del capital.
Las minorías revolucionarias, como parte activa y dinamizadora de la perspectiva derrotista no sólo alientan, sino que organizan las diversas tareas que la misma requiere. Entre esas tareas se hace imprescindible también la investigación histórica de las experiencias de afirmación del derrotismo, de cómo se consiguió disolver los distintos grados de autonomía de clase en favor de una fracción del capital, resaltar el proceso que va de uno a otro y, en este proceso, resaltar los momentos donde se alcanzan los niveles más elevados de autonomía de clase, así como los momentos en que el proletariado cede a su enemigo y deja que la contrarrevolución lo vuelva a tomar bajo su control. Esa tarea de reapropiación de su propia acción histórica, aporta directrices precisas para la acción internacional del proletariado en base a su propia experiencia, delimitando con mayor claridad las fronteras de clase.
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La gran preocupación de la burguesía, tras las sucesivas experiencias históricas, es blindar a su ejército frente al derrotismo revolucionario que descompone su organización armada. De ahí que el tipo de reclutamiento mediante el cual se constituye un ejército (conscripción, voluntariado, mercenariado… y sus combinaciones mixtas) no es un tema baladí, pues este aspecto condiciona decisivamente las formas que adopta el derrotismo revolucionario.
Si tenemos que diferenciar los diferentes tipos de reclutamiento militar, tenemos que señalar que la burguesía mundial lleva mucho tiempo aprendiendo de las lecciones de la historia, corrigiendo aspectos constitutivos de sus ejércitos para combatir factores que promueven la indisciplina y el cuestionamiento del orden militar en un contexto donde las contradicciones tienden a aflorar. El ejemplo de Vietnam en los años 60, donde el ejército más poderoso del planeta sufrió un terrible proceso de descomposición con decenas de miles de soldados desertando y organizándose contra sus propios oficiales, llevando la guerra a casa con las revueltas en EE.UU. (Watts, etc.), fue tomado muy en serio. El “error” que cometió EE.UU. al enviar a la guerra a cientos de miles de soldados, enrolados como parte del servicio militar obligatorio, estalló cuando el gran porcentaje de uniformados de raza negra dentro de su ejército, un ejército que reproduce el racismo de la sociedad, se identificaron con los proletarios que en Vietnam eran tratados abyectamente como gooks8. Por eso, desde hace mucho tiempo, la clase dominante se esfuerza por reclutar y seleccionar las tropas enviadas bajo criterios que dificulten toda identificación y confraternización con el “enemigo”, para lo que se tiene en cuenta desde el idioma y la cultura, hasta el propio historial personal de cada recluta. Al mismo tiempo, principalmente a través de los EE.UU., y en menor medida de Francia (Magreb, África), Inglaterra (India, Birmania, Malasia), el capitalismo mundial ha desarrollado y perfeccionado el principio de la guerra dirigida primero por tropas especiales (en Vietnam, aparición de los Boinas Verdes, Rangers, Lurps, Sayeret, SRR…), entrenados para realizar operaciones rápidas, tomar tropas enemigas desde la retaguardia y supervisar a los soldados alistados como parte del reclutamiento para transformarlos en máquinas de matar. Evidentemente, la aplicación de estas medidas contiene límites infranqueables, determinados por las necesidades del desarrollo de la guerra, que obligan a la burguesía a asumir reclutamientos “peligrosos”, por ejemplo, cuando se ve forzada a recurrir al reclutamiento obligatorio y masivo.
Por consiguiente, el tipo de reclutamiento indica una determinada táctica burguesa, su margen de maniobra y la posición material del proletario bajo el uniforme. Influye en la cohesión de las tropas, en la capacidad de asumir la intervención, de matar y morir, en la posible resistencia a los riesgos de desmoralización, desmovilización o incluso de descomposición. No es difícil comprender, por lo tanto, que la práctica derrotista asume materializaciones diferentes en base al tipo de reclutamiento que no pueden ser ignoradas.
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El avance y desarrollo del derrotismo revolucionario siempre está fuertemente marcado por la correlación internacional de fuerzas. Esto es notoriamente evidente en el contexto de guerra imperialista localizada, donde una correlación desfavorable a nuestra clase permite el aislamiento de los proletarios en lucha. No cabe duda que las diversas luchas y momentos derrotistas, por muy imponentes que se presenten, se encuentran desprendidos de la perspectiva revolucionaria si no se opera una ruptura del aislamiento. Atrapadas en los cordones sanitarios que establece la burguesía, el resultado siempre es el mismo: derrota. Esta suele presentarse por una masacre ejecutada por el Estado mundial sobre el territorio, o por la neutralización y canalización del movimiento. Por lo tanto, el derrotismo revolucionario sólo alcanza su realización en tanto que movimiento expansivo, como guerra revolucionaria del proletariado mundial, es decir, como articulación internacional de la lucha contra “la propia” burguesía del proletariado de los diversos países.
Aunque la variación de la correlación de fuerzas y la ruptura del aislamiento puede acontecer por el impulso y decisión que alcanza el derrotismo en los países donde se concentra la guerra localizada, llevando la contradicción a todos los ejércitos en funciones, no obstante, el peso que tiene la lucha de clases desarrollada en los países que envían sus ejércitos, adquiere una importancia de primer orden. La cohesión y la paz social en la “retaguardia” permite a esos ejércitos despreocuparse del orden social en sus territorios y desplegar sus fuerzas por otras regiones. Por el contrario, el cuestionamiento y la ruptura de la paz social a sus espaldas, no sólo tiende a obligar esos ejércitos de ocupación a regresar a “casa”, para no ser barridos en la “retaguardia”, sino que debilita su propia cohesión. Por eso, el derrotismo revolucionario, una vez más, se expresa en esa situación y en esos países, en la lucha contra “su” propia burguesía, contra “su” propio Estado. Los llamados al “derrotismo” que no parten de esta cuestión esencial siguen abonados a la impotencia, a la contemplación y al idealismo.
No hay ninguna perspectiva de transformación social sin la generalización de la lucha proletaria. La experiencia histórica es una verificación de esa determinación invariable en la lucha entre el proletariado y la burguesía: todo proceso insurreccional acantonado en una ciudad, país o región tiende inevitablemente a sucumbir. No se puede destruir al capital en tal o cual lugar, sino en el planeta entero del que emana la reproducción social de esta sociedad, y para ello se requiere destruir el poder burgués en todas partes. De ahí que el internacionalismo no es un “principio” al que se inscriben las minorías revolucionarias, sino el contenido mismo del combate proletario.
Por consiguiente, si bien la lucha de proletariado se sintetiza en la lucha contra la burguesía que se tiene enfrente, combatiendo a los diversos agentes que despliega para reproducir la sociedad capitalista, es en la organización y centralización internacional de esa comunidad de lucha contra “su” propia burguesía donde se juega la cuestión decisiva que puede abrir el terreno a la revolución mundial. Las minorías revolucionarias inscriben su accionar en esa perspectiva, no sólo en lo que respecta a la acción derrotista, sino en cualquier combate cotidiano del proletariado. Se encuentra ahí el proceso mismo de constitución del proletariado en clase, en partido mundial para la destrucción del orden social existente.
Así pues, las minorías revolucionarias no son intérpretes ni cronistas de la realidad. Tampoco buscan “acuerdos teóricos” para actuar conjuntamente. Lo que caracteriza a las minorías comunistas es, independientemente de cómo éstas se autodenominen, asumir las diversas expresiones de la lucha como una misma y única comunidad de lucha internacional contra el capital y el Estado, poniendo todos sus esfuerzos y pasión en estructurar, organizar y centralizar las tareas que la misma requiere. Es en ese proceder, que implica una crítica implacable del reformismo, del activismo, del teoricismo, del centrismo…, es decir, de las distintas fuerzas socialdemócratas que minan nuestra comunidad de lucha, en el que la discusión y profundización programática, así como la delimitación entre revolución y contrarrevolución, se afirma como una verdadera praxis revolucionaria. En ese terreno de lucha, de confrontación, pero también de compañerismo y de vida, impulsamos a los militantes y grupos revolucionarios a centralizar sus esfuerzos con los nuestros en la organización del derrotismo revolucionario, y en general, en la organización de todas las tareas que exige la comunidad de lucha contra el capital, teniendo en cuenta, claro está, las capacidades y posibilidades que la coyuntura nos permite.
Octubre 2024
Proletarios Internacionalistas
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1 Nuestra concepción de la explotación no tiene nada que ver con la concepción obrerista de la misma que consiste en reducirla a un nivel de abstracción muy concreto, el proceso inmediato de producción en la industria, haciendo de este el lugar de la explotación, ocultando que se trata de un momento dentro de un proceso global. En realidad, la explotación capitalista se presenta como la apropiación del trabajo social del proletariado por parte del capital y determina cada momento vivido por nuestra clase (incluyendo el desempleo, evidentemente). El combate contra la explotación comprende, por lo tanto, la lucha directa desde cada uno de esos momentos.
2 Es cierto que, desde la generalización de la aviación militar, esa guerra de frentes adquiere nuevas logísticas militares, que relativiza la clásica guerra de frentes, pero con el objetivo de simplificar aquí usaremos dicha caracterización.
3 Expresamos esto con todas las dificultades y rigidez que tiene el lenguaje. Pongamos, para hacernos entender, el ejemplo actual de Palestina, teniendo en cuenta que la realidad siempre es más compleja. La guerra contra “su” propia burguesía asume un enfrentamiento contra el ejército de Israel en cuanto el proletariado se tiene que ver con un “ejército de ocupación”, que asume la función de su propia burguesía, de “su” represión directa, de “su” Estado. Pero, al mismo tiempo, en otros lugares o momentos, esa lucha contra “su” propia burguesía se articula contra Hamas o la ANP cuando esas fuerzas quieren utilizarlo como carne de cañón en la guerra interburguesa contra el Estado de Israel, o simplemente cuando asumen funciones para la gestión de su explotación. Negar la primera práctica derrotista en base a la existencia del segundo caso, o viceversa, afirmando en cada caso que se favorece a una fracción burguesa, supone abandonar el derrotismo revolucionario y apoyar, ahí sí -aunque sea implícitamente-, a uno de los campos del enemigo.
4 Podemos aplicar esta observación a la “resistencia” (sin mayúscula) proletaria durante el período 1939-45, por ejemplo, contra el ejército ocupante alemán (o italiano como en Grecia, en Albania), ya sea en Francia, Serbia, Grecia, Rusia. Cuestión que se resuelve con dos golpes de cuchara: sólo sería un choque entre dos campos burgueses, lo que es ante todo un insulto a todos los proletarios que se negaron a ser controlados, explotados y masacrados por estos ejércitos de ocupación y la burguesía local, muy celosa en su solidaridad con ese ejército de represión. También aquí, las sectas izquierdistas de todo tipo, son incapaces de ver al proletariado real y su lucha, en estas terribles condiciones, tras la gigantesca masacre y represión de los años 1917-23, pues no se desarrolló según el patrón clásico de “lucha proletaria” y “derrotismo revolucionario” que domina sus cerebros y han metido a calzador a las generaciones futuras como un dogma inamovible. Una vez más, edifican la realidad en base al encuadramiento final que la burguesía consiguió imponer, reduciendo los acontecimientos a una papilla única: en Francia, por ejemplo, la Resistencia con R mayúscula, controlada e institucionalizada por el Estado francés a través del PCF y el FFL, como si no hubiera habido resistencia… ¡proletaria!
5 Hasta militantes como Ngo Van, que nos han dejado materiales inestimables de la actividad de nuestra clase en esa “periferia” -baste citar “Vietnam: revolución y contrarrevolución bajo el dominio colonial”, o “En el país de la campana hendida”-, reproducen también la visión socialdemócrata que busca al proletariado en las concentraciones industriales. Lo que explica que en la revista “Informations et Correspondance Ouvrière” (ICO), en la que participó activamente desde su fundación, los artículos que escribió se refieran a las huelgas de los trabajadores en las ciudades, en particular en Saigón, en 1964 y 1970, limitándose a los acontecimientos “obreros”.
6 Algunos intentan combinar un nivel de abstracción, donde sólo entran en juego conceptos que se vuelven autónomos y desvinculados de la realidad, con un análisis más fino de los conflictos en curso, donde se evacua al proletariado (ya que “todo es capital”) y se tiene que “reinyectarlo” de forma pura, como les gustaría verlo, lo cual es más fácil y no requiere buscarlo donde está, es decir, luchando y enfrentándose a “su” propia burguesía. Esto les protege de tener que confrontar su confortable ideología con la dinámica y contradictoria realidad.
7 La paz y la guerra capitalista no son más que dos momentos de la guerra permanente que la burguesía libra contra el proletariado.
8 Tenemos que anotar que, obviamente, ese derrotismo venía determinado por la oleada de luchas internacionales de los años 60-70, y ese tipo de reclutamiento no hizo sino favorecer que esas luchas explotaran al interior de ese ejército.