Traducción del texto del grupo búlgaro Konflikt realizada por grupo Barbaria, cuyo contenido destaca por sus posiciones claramente internacionalistas contra la guerra capitalista y contra el uso del proletariado, sea del bando que sea, como carne de cañón para el mantenimiento del sistema.
«Lo que podríamos estar presenciando no sólo es el fin de la guerra fría, o la culminación de un período específico de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano».
Francis Fukuyama, 1989
Nos han mentido. Y no ha sido sorpresa. Lo han hecho antes, lo están haciendo ahora mismo y lo harán en el futuro. Nada nuevo bajo el sol. A pesar de esto nos engañaron. Un académico americano no muy conocido declaró el fin de la historia y se convirtió en el altavoz del Nuevo Orden Mundial. “El conflicto ha terminado”, declaró él. Nos dijeron que esto era “el final de la guerra y del horror del viejo mundo”. Desde McDonalds han constatado que entre dos países que venden sus hamburguesas nunca había habido guerra. Los ideólogos gritaban por una “nueva era de prosperidad occidental”. Se suponía que esto sería el “final de la pobreza”. Todo esto no era más que otra mentira.
Mientras la tinta del ensayo propagandístico de Francis Fukuyama apenas se había secado, el mundo estaba hundido de nuevo en la guerra. En 1991 América comenzó la primera de la serie de “guerras contra el terror” en Irak y el “mundo musulmán”. Mientras tanto, la desintegración de Yugoslavia trajo de vuelto a la guerra a Europa por primera vez desde 1945. Aquella guerra duró casi once años. No nos esperaba la “paz mundial”. Esto fue otra mentira.
Otra mentira fue la de “prosperidad universal”. La reconstrucción capitalista en Europa del Este ha llevado a la unificación de millones de personas. En toda Europa del Este los trabajadores han pagado el precio de esta reestructuración, mientras los ricos de la parte occidental ganaban millones. En Rusia esto fue totalmente catastrófico. La estimación media de vida disminuyó seis años. Millones de personas se quedaron sin trabajo ya que alcanzaron “prosperidad”.
Hoy también, más de tres décadas después del denominado “fin de la historia”, más de treinta años después de “la paz y la prosperidad”, la guerra ha vuelto a Europa. A unos pocos cientos de kilómetros más allá de nuestras costas obreros se matan entre sí por las ganancias de los ricos. Las acciones de las empresas armamentísticas crecen, mientras hospitales son bombardeados y niños asesinados. Los millonarios que llamamos oligarcas en Rusia y los oligarcas a los que llamamos millonarios en Occidente, festejan como vampiros con la sangre de los trabajadores de Rusia y Ucrania.
Y en nuestro país gozamos de “prosperidad”. La inflación ha alcanzado niveles nunca vistos desde el caos de la reestructuración. Los precios suben y — ya que la guerra profundiza la espiral inflacionaria — encarecen más y más. Ya son más los obreros búlgaros que trabajan en el extranjero que los que lo hacen en el propio país. La economía está tan mal que la gente no puede ni sacar su sustento. El desempleo se exporta pero esto no es una solución real al problema, sino un método más de explotación. Vivimos en un sistema que continuamente obliga a la gente a abandonar sus hogares, independientemente si huyen de la pobreza, de la represión política o de la guerra. Ahora, millones de refugiados huyen de la guerra en Ucrania, la mayoría llegan a Polonia, pero también decenas de miles vienen a Bulgaria. Por supuesto que están libres de los horrores inmediatos de la guerra. Hoy ellos están libres para disfrutar de nuestra “prosperidad”. Muchos de ellos lo harán siendo necesarios para los puestos de trabajos más explotadores en la industria turística de la costa del Mar Negro. Parece que incluso hubiera una jerarquía de explotación entre los refugiados y los trabajadores migrantes. Los refugiados ucranianos ya son tolerados, mientras que para los sirios aún es especialmente difícil entrar en Europa.
Nos han mentido. Todo esto era mentira.
Los socialistas y la guerra
“Friedrich Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie. ¿Qué significa “regresión a la barbarie” en la etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento, basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la civilización”
Rosa Luxemburgo, 1914
Hoy, más de 100 años más tarde, algunas de las palabras de Luxemburgo siguen retumbando. Otras parecen algo extrañas, como si vinieran de otro mundo. Todo aquel que preste atención a las noticias internacionales sabe que hoy la barbarie acecha. En este momento estamos asombrados no por un horror repugnante, desconocido e invisible. En países lejanos, lo que hoy está ocurriendo, es desde hace mucho su día a día. La guerra en Siria ha entrado en su undécimo año. Más de la mitad de la población siria ha sido obligada a abandonar su hogar, y la otra mitad son refugiados que se han marchado fuera del país. Lo chocante ahora no es la existencia de tal barbaridad en el mundo, sino que haya vuelto a Europa, o como los medios americanos quieren hacernos pensar, “casi en Europa”. “Saben, esta es una ciudad relativamente civilizada, relativamente europea”, dijeron por CBS News. No está ocurriendo en el umbral de su territorio y su desprecio es evidente.
Para los europeos, sin embargo, los asesinatos masivos, los crímenes de guerra y las atrocidades ya no son un bien solo de tierras lejanas. Para nosotros, aquí, ya ocurren apenas a unos cuantos miles de kilómetros. La parte de la cita, en la que Rosa Luxemburgo habla de barbarie, es actual hoy también.
El horror ha vuelto a Europa. Después de la Primera Guerra Mundial (“la guerra que pondrá fin a todas las guerras”, como por entonces afirmaban), después del horror de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, después de las Guerras de Yugoslavia, que dieron el final “al final de la historia”, la barbaria de nuevo ha alzado su rostro más feo en Europa.
Es evidente que la parte sobre la existencia de una alternativa nos resulta extraña en nuestros días. Hoy nadie se imagina que haya alternativa alguna al sistema actual. A pesar del hecho que mucha gente identifique el orden mundial como fundamentalmente injusto y que conduce a guerras, explotación y pobreza, la gente sigue sin creer en la posibilidad de salir de él. El capitalismo parece eterno. Parece que de tal horror no haya escapatoria.
En la víspera de la Primera Guerra Mundial, la gente aún se imaginaba un sistema alternativo. Todos ellos eran conscientes de la guerra que venía y los masivos partidos obreros de Europa prometían detenerla en todos los países en combate, desencadenando una huelga general de masas y negándose a matarse en ella. Esto parecía algo bastante simple. Sin embargo, cuando la guerra estalla, estos mismos partidos obreros olvidan totalmente la solidaridad internacional contra la guerra y se apresuran a apoyar los esfuerzos militares de sus propios estados, después de lo cuál comienza la matanza.
Sin embargo, pequeños grupos socialistas rechazaron participar y empezaron a organizarse contra ella. A pesar de los intentos de impedirlo, en septiembre de 1915 estos mismos grupos logran organizar una conferencia en la neutral Suiza. A ella asisten delegados de Italia, Francia, Holanda, Noruega, Suecia, Alemania, Rumanía, Bulgaria y Rusia, aunque los delegados de otros países se vieron obstaculizados por sus gobiernos. La conferencia condena los motivos imperialistas de la guerra y promete luchar contra ella.
A pesar de esto, el conflicto armado se prolonga y continúa. Hasta hoy nadie sabe cuánta gente murió exactamente. Los historiadores siguen discutiendo sobre este tema. Sin embargo, en general todos coinciden que murieron entre 15 y 22 millones de personas. Entre las afirmaciones jingoístas, según la cual “todo terminará antes de Navidad”, durante las primeras semanas de la guerra, parecía continuar indefinidamente. A fin de cuentas, sin embargo, es frustrada por la clase trabajadora, siendo algunos de los asistentes a la conferencia en Zimmerwald quienes desempeñarían un papel de liderazgo. Primero, los trabajadores y los militares hacen caer el gobierno zarista de Rusia y establecen un gobierno provisional que continúa las acciones militares hasta octubre. Los trabajadores, campesinos y militares se cansan. En octubre de 1917 llega la hora de tumbar también el gobierno provisional. El nuevo gobierno bolchevique se compromete a poner fin a la guerra.
Mientras tanto, en Occidente los ejércitos del Entente se desintegran, y Alemania está al borde de un levantamiento. Mientras gran parte de los ejércitos francés y británico se rebelan, el Entente logra llenar los vacíos con tropas frescas estadounidenses, que justo se habían unido a la acción. Sin embargo, los alemanes no encuentran nuevos aliados. Para ellos el final está cerca. La rebelión de los marineros del 3 de noviembre lleva al final de la guerra. La armada alemana planea enviar a todos a una muerte segura en una última batalla, pero para los marineros esto es ya inaguantable. No cumplen las órdenes, se rebelan y comienzan a difundir el movimiento en toda Alemania. El 9 de noviembre el káiser abdica, y el 11 de noviembre es firmada la tregua. Tras cuatro años de contienda los obreros detienen la guerra.
El movimiento de guerra
“LA GUERRA ES PAZ
LA LIBERTAD ES ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA”
George Orwell, 1984. 8 de junio de 1949.
En su famosa novela 1984, Orwell explica las consignas del partido gobernante. La primera de ellas, «LA GUERRA ES PAZ», parece especialmente apropiada para la situación actual. Ciudades de toda Europa y Norteamérica se llenan de «Manifestaciones por la Paz». Sin embargo, si son observadas con un poco más de atención, se verá que la «paz» es lo último que reclaman. Junto con las banderas nacionales amarillas y azules y los lemas «Paz ya», plantean tres exigencias principales: sanciones económicas contra Rusia, más apoyo militar a Ucrania y zona de exclusión aérea.
Es obvio que más apoyo militar y armar a Ucrania no son en interés de la paz. Se trata de apoyar a un bando en la guerra. Sin embargo, ¿qué significan las sanciones?
Es de suponer que ejercen una presión no violenta sobre un Estado para que cumpla los deseos de la «comunidad internacional». Suena razonable. Por desgracia, es otra mentira. Las sanciones son, de hecho, un arma de terror. Un informe de 1995 de la Asociación Médica Británica afirmaba que medio millón de niños iraquíes habían muerto a causa de las sanciones y que muchos más sufrían desnutrición. Algunos estiman que al prolongar las sanciones durante otros ocho años, hasta un millón y medio de personas han sido asesinadas durante todo su período. Las restricciones que piden las “manifestaciones por la paz” son en realidad armas de terror. Aparte de las consecuencias para la propia Rusia, la guerra y la interrupción de la producción de cereales provocarán un aumento de los precios y enormes dificultades para los más pobres del mundo. Por cierto, las sanciones también han fracasado por completo a la hora de eliminar al dictador iraquí Saddam Hussein, y los estadounidenses han tenido que invadir de nuevo Irak para deshacerse de él, a costa de aún más bajas.
Al igual que las sanciones, una zona de exclusión aérea también parece una buena idea a primera vista. La fuerza aérea rusa tiene una superioridad total sobre Ucrania y está cometiendo atrocidades contra los civiles. El horrible atentado contra un hospital es sólo el más notorio de ellos. ¿Qué tiene de malo una «zona de exclusión aérea» para detener este terror? Pero la realidad es que no se puede decir a la fuerza aérea rusa que deje de bombardear a la gente. Hay que controlar las zonas de exclusión aérea. Una zona de exclusión aérea significa que Estados Unidos y sus aliados pueden llevar a cabo misiones de combate contra los aviones rusos. Obviamente, Rusia responderá. Esto significa ampliar la guerra a nivel europeo y no es un llamamiento a la paz. Sino que es un llamamiento para que más países se unan a la guerra.
Los que marchan por la paz en Occidente piden sanciones que matan a los niños, apoyo militar para la continuación de la guerra y la expansión de la guerra, todo en nombre de la «paz». El movimiento «antiguerra» es en realidad un movimiento proguerra. Si alguien lo duda, basta con ver el mar de banderas amarillas y azules en todas estas manifestaciones. Desde luego, no son neutrales.
Por supuesto, no todos los que piden esta «paz» orwelliana son locos y belicistas. Muchos de ellos realmente creen que lo que hacen es en interés de la paz. Les han vuelto a mentir.
Esta vez la mentira es que el objetivo de esta guerra es la «libertad» de una pequeña nación. Por supuesto, nadie quiere que los países pequeños sean atacados y conquistados por los más grandes. En esta narrativa, las potencias occidentales son actores bienintencionados y desinteresados que apoyan la libertad de un pequeño país invadido por los imperialistas. Otra mentira.
No a la defensa de la nación
«Teníamos claro que, en lo que respecta al conflicto entre Serbia y Austria-Hungría, nuestro país estaba obviamente a la defensiva. Serbia defendía su vida e independencia, que Austria había amenazado constantemente desde antes del asesinato de Sarajevo. Y si la socialdemocracia tenía el derecho legítimo de votar a favor de la guerra en todas partes, éste era ciertamente el caso sobre todo en Serbia. Para nosotros, sin embargo, el hecho decisivo era que la guerra entre Serbia y Austria era sólo una pequeña parte de un todo, sólo el prólogo de una guerra europea total, y esta última -estábamos profundamente convencidos de ello- no podía dejar de tener un carácter claramente imperialista. En consecuencia, nosotros -como parte de la gran Internacional socialista y proletaria- consideramos nuestro deber oponernos resueltamente a la guerra.»
Dushan Popovich, 1915.
Volviendo brevemente a 1914, la guerra comenzó cuando Serbia fue invadida por el Imperio Austrohúngaro. Era un caso claro de un país pequeño invadido por otro mucho más grande, al igual que hoy. Pero los socialistas serbios no llamaron a la defensa de la nación. Estaban en contra de la guerra. Para entender por qué hoy debemos oponernos a los llamamientos para defender a Ucrania, tenemos que entender por qué lo hicieron.
Los socialistas más astutos de los primeros años del siglo pasado comprendieron que el mundo estaba dominado por una nueva realidad. Esto era el imperialismo. Descubrieron en él una nueva etapa en la que había entrado el capitalismo. No quedaban nuevas colonias para que las potencias europeas las absorbieran, por lo que las grandes potencias se vieron obligadas a entrar en conflicto directo por la necesidad de aumentar los beneficios. Esto llevó a la formación de bloques de poder. Dentro de este sistema resulta difícil, si no imposible, que las naciones pequeñas sean realmente independientes. Bulgaria es un claro ejemplo de ello. En los últimos cien años de la era imperialista, Bulgaria ha formado parte de tres bloques. En primer lugar, fue miembro del bloque alemán durante las dos guerras mundiales. A continuación, fue miembro del bloque ruso durante la Guerra Fría, y actualmente es miembro del bloque estadounidense. Este movimiento entre bloques no se decide por la «voluntad democrática del pueblo». Se determina ganando la guerra. En primer lugar, tras la victoria de Rusia en la Segunda Guerra Mundial, Bulgaria fue transferida al bloque soviético. Luego, después de la victoria de Occidente en la Guerra Fría, se incorporó al bloque americano.
A pesar de que el capitalismo moderno pretende ser civilizado, en realidad es un sistema basado en el terror y la guerra. La historia nos muestra todo su horror. Aunque los líderes mundiales hablan de paz, dirigen una situación en la que la guerra es endémica. Es el capitalismo y su insaciable afán de lucro lo que produce las guerras, y a lo largo de su historia. Es la necesidad de preservar los beneficios lo que lleva a los Estados a la guerra.
Lo que está ocurriendo en Ucrania debe verse en este contexto. Esta guerra no es la acción de un «actor irracional». Putin no empezó la guerra porque esté «loco». Forma parte de una larga lucha que se viene librando entre Estados Unidos y Rusia desde 1945. Después de 1989, parecía que Rusia estaba históricamente superada. Ciertamente, sufrió una gran derrota. El Pacto de Varsovia está obsoleto, incluso la propia Unión Soviética se está derrumbando. La OTAN y la UE se expandieron rápidamente para incluir a muchos de los nuevos estados «independientes». Ahora que el papel de Estados Unidos como única potencia mundial está disminuyendo, Rusia ve su oportunidad de reafirmar su poder sobre Ucrania. No es el acto de un solo «loco». Es una expresión de los intereses del capitalismo ruso. Así es como funciona el imperialismo.
Así, en medio de esta lucha entre dos gigantes imperialistas, se pide a los trabajadores ucranianos que defiendan «su» país. Las grandes potencias, no hace falta decirlo, no se enfrentan directamente. Como siempre, esta lucha se libra a través de una serie de pequeñas guerras, ya sea entre confidentes o con la intervención directa de una de las grandes potencias en un país determinado. Todo esto lo hemos visto antes: en Corea, Vietnam, Afganistán y en una serie de guerras subsidiarias en el «tercer mundo».
En la actual masacre, los trabajadores ucranianos están siendo movilizados por todo tipo de medios de propaganda. Muchos de los eslóganes suenan a «izquierda» y ambos bandos se unen tras las consignas del «antiimperialismo». Pero esto no es más que una cínica táctica para animar a los trabajadores a morir por un imperialismo contra el otro. El «antifascismo» se ha convertido en un llamamiento para unir a los belicistas de ambos bandos. Los estadounidenses acusan a Putin de ser «peor que Hitler» y los rusos acusan a los ucranianos de ser nazis.
Luego está el patriotismo. En tiempos de guerra, los estados-nación siempre se apoyan en el patriotismo. Rusia lo utiliza hoy en día, al igual que lo hizo durante la «Gran Guerra Patriótica». Ucrania también lo utiliza, llamando a los trabajadores a defender la nación y la libertad. En realidad, es un eslogan de los ricos. Los ricos son los dueños del país. Los ricos son los que cosechan los productos del trabajo de los trabajadores, y los ricos son los que pueden perder esas cosas si su país es tomado por otro. Si Ucrania consigue sobrevivir intacta, los ricos seguirán ganando dinero y cientos de miles de trabajadores habrán perdido la vida. Si Rusia obtiene algún tipo de victoria y se apodera de parte de Ucrania, seguirán muriendo cientos de miles de personas, y los trabajadores seguirán yendo a trabajar para enriquecer a otros jefes, quizá un poco más explotados. Pero una Ucrania victoriosa también requerirá que los trabajadores se sacrifiquen por la nación. ¿Realmente vale la pena morir por ella?
En cuanto a la libertad, la guerra siempre muestra lo ilusorio de este tipo de libertades. Hoy en día, en Ucrania, los hombres adultos tienen prohibido salir del país. Once partidos políticos están prohibidos, incluido uno de los principales partidos parlamentarios. Las personas consideradas insuficientemente patrióticas son torturadas y asesinadas. Esta es la «libertad» que se defiende. De nuevo nos preguntamos si realmente vale la pena morir por ello. Dejamos claro que los trabajadores no tienen interés en defender la nación. Como decían los socialistas serbios en 1914: se trata de un enfrentamiento entre rivales imperialistas. Los trabajadores no tienen interés en morir por ninguno de ellos.
Un verdadero movimiento antiguerra
«¡El enemigo principal de cada pueblo está
en su propio país!”
Karl Liebknecht, mayo de 1915.
Hoy, en medio del fervor patriótico de los primeros días de la guerra, casi nadie se posiciona en contra. La mayoría de los europeos, aunque desean sinceramente la paz, repiten como loros la propaganda de sus «propios» países, que no dudan en sacrificar sus vidas si es «necesario», y no dudan en pedir a los trabajadores que hagan sacrificios financieros por el bien de la nación y la economía.
Frente a estos patriotas se sitúan los que aparentemente rechazan los llamamientos de sus «propios» países al autosacrificio y llaman a los trabajadores a apoyar a Rusia. Aunque son relativamente pocos a nivel internacional, estas personas encuentran cierta resonancia para sus ideas en Bulgaria. Los hemos visto ondear banderas rusas en manifestaciones y en fiestas oficiales. Gente como esta ve claramente la propaganda de la alianza occidental. Ven la hipocresía de Estados Unidos, que condena el terror ruso en Ucrania pero ignora a diario el terror de sus propios aliados en Palestina y Yemen. En Bulgaria, las mismas personas aluden a los antiguos lazos con Rusia y a la proximidad cultural. Los mismos se niegan a aceptar las mentiras de su propio bloque imperialista. Sin embargo, esto es antiimperialismo para tontos. Aunque identifica correctamente los peligros del imperialismo occidental, ignora el imperialismo ruso. En el mejor de los casos esta gente son sólo eso, tontos. En la práctica, sin embargo, son apologistas de la matanza.
Hoy en día, hay pocos grupos políticos que tomen posiciones claras contra la guerra. Y los existentes son insignificantes. Esto no es sorprendente. En 1914, los que rechazaban la guerra eran también pequeños grupos. Pero esto no los disuadió. Lenta y pacientemente se dedicaron a su trabajo. Los grupos actuales son aún más pequeños, pero su trabajo no es menos importante. La tarea de construir un auténtico movimiento antiguerra debe comenzar ahora. En Bulgaria esta labor ya ha comenzado. LevFem y Diversia celebran reuniones contra la guerra en la capital. En Varna, los miembros de nuestro grupo Konflikt están discutiendo sobre la guerra y distribuyendo información en ucraniano y ruso con el objetivo de orientar a los refugiados, a quienes los capitalistas de la industria hotelera están ansiosos por explotar, mientras que la Federación de los Anarcocomunistas está organizando una reunión el 1 de Mayo para coordinar la oposición a la guerra. En comparación con toda la pasión pro-guerra, estas son pequeñas iniciativas, aunque son un comienzo. Otros países están trabajando en una dirección similar. Mientras que aquí tenemos que trabajar para construir una actividad antibélica, para ayudar a los refugiados de la guerra y para negarnos a pagar el precio económico de la matanza, el principal trabajo activo contra la guerra está ocurriendo en Ucrania y Rusia.
Todos hemos visto las imágenes de los valientes ciudadanos rusos manifestándose y oponiéndose a la guerra. Las manifestaciones masivas en las calles de Moscú, San Petersburgo y casi todas las ciudades rusas demuestran que en Rusia hay un gran número de personas que rechazan el horror. Por supuesto, hoy son una minoría. La mayoría de los rusos siguen apoyando al Estado. Sin embargo, en los primeros días de la Primera Guerra Mundial casi no hubo manifestaciones de descontento masivo. Esta oposición tampoco se limitó a la población civil. Hay numerosos informes de casos de soldados rusos que se niegan a luchar o de rendición en masa, y estos son sólo los que nos llegan. Todas estas realidades son avances positivos que, además de lo que ya estamos presenciando, se incrementarán en el futuro.
Todavía no hemos visto una oposición tan masiva en Ucrania. Lo que hemos visto es un flujo masivo de refugiados que aumenta a diario. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de cinco millones de ucranianos han huido del país desde que comenzaron los enfrentamientos, y muchos más son desplazados internos. Independientemente de lo que piensen estas personas, el hecho es que objetivamente se niegan a sacrificarse por la máquina de guerra. Con su práctica, también están diciendo no a la guerra. A medida que avanza, esperamos que cada vez más personas se nieguen a sacrificarse.
¿Qué nuevo tipo de orden mundial?
«Lo que está en juego es más que un pequeño país, es una gran idea: un nuevo orden mundial en el que diferentes naciones se unan en una causa común para lograr las aspiraciones universales de la humanidad: paz y seguridad, libertad y estado de derecho. Así es el mundo digno de nuestra lucha y del futuro de nuestros hijos”.
George Bush, 28 de enero de 1991.
En 1991, cuando se hablaba del «fin de la historia», George W. Bush hablaba de un «nuevo orden mundial». Esto era algo que se veía como un mundo mejor para nuestros hijos. Sabemos cómo se desarrolló su «nuevo orden mundial».
Se trataba del «nuevo orden mundial» del «fin de la historia». Trajo el terror y la guerra a los niños del mundo. Bush hablaba antes de que su guerra contra el terrorismo condujera a la devastación de Irak. Más tarde, después de que sus sanciones de paz mataran a cientos de miles de niños iraquíes, su hijo devolvió el terror estadounidense a Irak con una segunda guerra. En Europa, vimos el genocidio y las masacres en Yugoslavia, justo en nuestra puerta. Decían que la guerra en Europa no podía repetirse, pero lo hizo. Nos mintieron.
Vimos el estallido de ira de Estados Unidos tras la masacre de las Torres Gemelas de Nueva York. El mundo musulmán «sintió su ira en la ‘guerra contra el terror’». Afganistán, que sufrió durante años la ocupación estadounidense, tiene ahora un régimen religioso teocrático en el que las niñas no pueden ir a la escuela. En Libia, donde la OTAN intervino para deshacerse de un dictador «hitleriano», hemos asistido a una década de guerra civil y a la vuelta a los mercados de esclavos en el siglo XXI. En Siria, la guerra dura ya una segunda década. Allí, los sirios han visto los resultados del terror estatal estadounidense y ruso. Ahora el país está en ruinas. Los rusos, por supuesto, han cometido atrocidades en otros países. Estos crímenes de guerra no se limitan a Estados Unidos. Grozny ha sido destruida. Rusia mató hasta cien mil civiles en sus atrocidades en Chechenia. Las tropas rusas entraron recientemente en Kazajistán para sofocar sus protestas con total brutalidad.
En el ámbito económico, hemos visto un colapso tras otro. En todas las ocasiones se ha pedido a los trabajadores que se ajusten el cinturón. Siempre es a la clase trabajadora a la que se le exigen sacrificios. Desde la recuperación de Europa del Este hasta la crisis actual de inflación galopante. Son los trabajadores y los pobres los que están soportando los daños. No hay «prosperidad». Nos han vuelto a mentir.
Hoy, la guerra ha vuelto a Europa. ¿Es este el «mundo digno del futuro de nuestros hijos» que nos prometieron? Creemos que no. Nos han vuelto a mentir.
Así que, después de todas estas mentiras, después de todos estos engaños, después de todas estas masacres, después de todo este horror, tenemos que preguntarnos: ¿qué futuro se ofrece a nuestros hijos? El estado actual del mundo no da ninguna indicación de un futuro positivo. Lo describió Rosa Luxemburgo: es la barbarie.
Actualmente se están celebrando conversaciones de paz en Turquía. No esperamos resultados. Es casi seguro que la guerra continúe. No hay un final a la vista, ni una solución pacífica. Se alargará. Los asesinatos en masa continuarán. Los refugiados seguirán saliendo de Ucrania sin cesar. Este es el «nuevo orden mundial» en cuestión.
Cuando observamos la situación, no encontramos ningún fundamento sobre el que se pueda construir la paz. Estados Unidos es una potencia mundial en declive. No puede permitirse abandonar esta guerra. Si no puede proteger a este «amigo», ¿cómo se puede confiar en que proteja a otros «amigos»? Ya vemos grietas en el bloque americano. Fuera de Estados Unidos y Canadá, Europa, Japón y Australasia, no hay prácticamente nadie que apoye sus sanciones y su guerra. Los países de su bloque están vacilando. El mundo no está convencido de aceptar las sanciones terroristas estadounidenses. Incluso miembros de la OTAN como Turquía, por ejemplo, se niegan a apoyar al líder del bloque. Estados Unidos no puede comprometerse. Debe proteger a su «amigo». Biden dice que Putin debe irse. Aquí no hay ningún compromiso.