Al hilo del tiempo
AYER
Amadeo Bordiga abordó el tema del fascismo en numerosos artículos, entre 1921 y 1926. El fascismo era el problema número uno que el Partido Comunista de Italia (PCd´I ) debía afrontar en su acción durante estos años.
Ante todo, para comprender las tesis de Bordiga sobre el fascismo, es preciso diferenciar su pensamiento de la ideología antifascista.
Para el antifascismo, el fascismo se caracteriza esencialmente por la supresión violenta de la legalidad y las libertades políticas democráticas. Para Bordiga, dentro de la más pura ortodoxia marxista, el uso abierto de la violencia no caracteriza nada. La violencia en sí carece de significación precisa. Lo importante es analizar y concretar qué clase utiliza la violencia contra qué otra clase. Para Bordiga, el ABC más elemental del marxismo enseña que, en toda sociedad dividida en clases, la clase dominante ejerce la violencia para someter a la clase dominada.
Bordiga consideraba que la ideología que caracteriza el fascismo como una regresión a formas precapitalistas es ajena a la teoría marxista.
Las formas políticas no varían con la moda, sino que vienen determinadas por el conjunto de relaciones sociales imperantes, y su evolución depende no del azar, el capricho o la voluntad, sino del desarrollo económico y social de esa sociedad, esto es, de los cambios que se operan en esa estructura de relaciones sociales en su contacto con los acontecimientos históricos.
En el pensamiento de Bordiga, la aceptación por el proletariado de la ideología antifascista suponía defender la democracia, renunciando a sus intereses de clase, o lo que es lo mismo, renunciando a afirmarse como clase revolucionaria.
Así pues, la antítesis democracia/fascismo, para Bordiga era falsa. Democracia y fascismo no se oponen, sino que se complementan: esta sería una tesis fundamental y distintiva, no sólo para Bordiga, sino para la Fracción de Izquierda comunista italiana en los años treinta.
Tanto fascismo como democracia son, en los artículos de Bordiga, métodos de dominación de la gran burguesía, orientados al mantenimiento de las relaciones sociales de producción capitalistas.
Bordiga, abandonando las definiciones e ideas fetichistas del capital, esto es, el capital como cosa, ya sea dinero, fábricas, etc., retomaba la definición marxista del capital, definido como una relación social de producción, y precisamente aquella que se establece entre una clase social, caracterizada por su libertad (libertad para vender su fuerza de trabajo), y aquella otra clase social caracterizada por ser compradora de fuerza de trabajo asalariada.
Partiendo de la definición marxista del capital, Bordiga afirmó que la clase dominante, es decir, la caracterizada por comprar fuerza de trabajo, se servía alternativamente (o al unísono) del método democrático y/o del método fascista de dominación, para mantener vigentes las relaciones sociales de producción capitalistas, es decir, la compra-venta de fuerza de trabajo en un mercado regido por la ley de la oferta y la demanda.
Que la clase capitalista dominante recurrirse al método democrático o al método fascista no dependía de una opción ideológica; no era un acto voluntario, sino que dependía del grado de maduración de los conflictos sociales.
El método más hábil, el que dio mejores resultados en la Italia de 1920-1925, fue el empleo conjunto de la violencia fascista, alentada y apoyada desde las instituciones democráticas, junto al arma sutil y paralizante del reformismo social y la defensa de las libertades democráticas y la legalidad burguesa, como objetivo propuesto al movimiento obrero.
El fascismo no era para Bordiga una regresión hacia formas políticas precapitalistas, ni tampoco una forma política incompatible con los postulados democráticos, sino una contrarrevolución preventiva para conjurar la amenaza revolucionaria del proletariado.
Bordiga y sus partidarios en la dirección del PCd´I extrajeron sus tesis de la experiencia histórica vivida día a día por el proletariado en Italia.
Obra de la democracia parlamentaria fue la represión durante el bienio rojo de los movimientos populares surgidos a causa de la crisis económica de postguerra: inflación, reconversión industrial y paro, que golpearon duramente las condiciones de vida de la clase obrera.
Las milicias fascistas no intervinieron decisivamente sino con posterioridad a la liquidación del movimiento de ocupación de fábricas de septiembre de 1920, al final del bienio rojo.
El arma más eficaz, utilizada por Giolitti en la desmovilización del movimiento revolucionario, fue la CGL y el PSI, es decir, el reformismo sindicalista y socialista.
El Estado democrático, en colaboración con la socialdemocracia, había creado las condiciones para la aparición de un tercer factor contrarrevolucionario: las escuadras fascistas.
Su misión no fue la de aplastar un movimiento revolucionario, ya vencido por la represión del Estado democrático y el colaboracionismo del socialismo reformista, sino impedir su rebrote.
Un rasgo esencial del fascismo, para Bordiga, era su raíz industrial, y por tanto negaba el carácter de reacción feudal del movimiento fascista.
Bordiga afirmaba que el fascismo había nacido en las grandes ciudades industriales del norte de Italia, como Milán, donde Mussolini fundó los fascios en 1919. De ahí la temprana financiación del fascismo por parte de los grandes industriales, así como la aparición del Fascio como un gran movimiento unitario de la clase dominante. Su implantación en las grandes y ricas regiones rurales de Emilia-Romaña, anterior incluso al dominio de las grandes ciudades industriales, se produjo precisamente en las zonas rurales caracterizadas por una agricultura avanzada, plenamente capitalista, como la imperante en el Valle del Po. La gran burguesía terrateniente de Emilia-Romaña dio su total apoyo al fascismo, que apenas si tuvo eco en el atrasado sur de Italia.
Todavía fueron precisos dos años de auténtica guerra civil (1921 y 1922), la preciosa colaboración del socialismo reformista y la traición del sindicalismo de la CGL, para que el fascismo pudiera dominar los grandes centros industriales del norte de Italia. Pero una vez conseguido esto, tras el fracaso de la huelga general de agosto de 1922, la Marcha sobre Roma se convirtió en puro trámite.
Trámite en el que Bordiga no dejó de subrayar la toma democrática del poder por los fascistas, con el voto favorable de todas las formaciones políticas liberales y democráticas existentes entonces en el Parlamento.
HOY
Pasados cien años de la publicación de los artículos de Bordiga sobre el origen y auge del fascismo en Italia, podemos afirmar, sin duda alguna, que el antifascismo ha sido la peor consecuencia histórica e ideológica del fascismo y es. hoy, el último baluarte teórico del capital.
La esencia del antifascismo radica en promover la lucha contra el fascismo, fortaleciendo la democracia. Esto es, no apoya la lucha contra el capitalismo, sino sólo contra su forma fascista. No lucha por destruir el capitalismo, no lucha por la revolución proletaria, su objetivo es la caída del fascismo para restablecer la democracia burguesa.
El antifascismo conduce a la lucha por una opción burguesa, excluyendo toda alternativa revolucionaria y anticapitalista. Y esa exclusión es precisamente la función contrarrevolucionaria del antifascismo.
No existe un antifascismo revolucionario, más allá de la vacua retórica de un confuso oxímoron. El antifascismo siempre es democrático e integrador, nunca es antisistema, y siempre es objetivamente contrarrevolucionario.
Otra cosa es la imagen deforme y falsa que los militantes antifascistas creen y difunden de sí mismos como gallos peleones con un terrible espolón, cuando solo son desplumadas aves de corral, listas para ser degolladas y arrojadas al caldero.
Agustín Guillamón
Barcelona, julio de 2022