Por Barbaria
El capitalismo no es solo una forma de organizar la economía de una sociedad, es una relación social, es decir, una determinada manera de producir y reproducir globalmente la vida de la sociedad y, como tal, está atado al curso de la historia. Este sistema en el que vivimos acumula ya varios siglos, y su evolución ha trasladado su reflejo a todos los ámbitos que participan de esa relación social; ya sea la economía, la política, la organización productiva, la organización territorial, o incluso la propia vida cotidiana. En este sentido, el desarrollo histórico del capitalismo tiene también un innegable impacto en la forma en la que se expresan las tensiones y los conflictos bélicos. Por un lado, el desarrollo tecnológico exponencial de las últimas décadas abre un nuevo campo de batalla en la red. La dependencia de los sistemas informáticos y de internet, la influencia de las redes sociales, o la necesidad de proteger la información a través de la ciberseguridad, son nuevas variables que influyen en la forma en la que se desarrollan las pugnas imperialistas en el siglo XXI. Por otro lado, la creciente globalización y la deslocalización provocan que las cadenas de producción globales sean cada vez más fragmentadas y complejas, e involucren a cada vez más actores.
Las guerras imperialistas nunca se han librado únicamente en el ámbito militar, pero la tendencia a la expansión global y el desarrollo tecnológico, provocados por el propio desarrollo del capital, hacen que ahora más que en ningún otro momento de la historia los campos de batalla económico, tecnológico y mediático ocupen un lugar de primer orden. En los últimos días, se ha podido percibir muy claramente cómo el lenguaje bélico se ha trasladado rápidamente al escenario económico con el desarrollo de los acontecimientos y la invasión de Rusia en Ucrania. Un claro ejemplo: el pasado 1 de marzo, después de las numerosas sanciones que la UE ha anunciado para Rusia, el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, avisó de que Occidente iba a «provocar el hundimiento de la economía rusa», añadiendo que «vamos a librar una guerra económica y financiera total». Horas después el vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, le contestaba a través de Twitter: «Vigile su lengua, caballero. No olvide que, en la historia de la humanidad, las guerras económicas se convirtieron a menudo en guerras reales». Si bien es cierto que los países que conforman la OTAN no pueden permitirse el lujo de intervenir militarmente de forma directa en la guerra de Ucrania, sí están teniendo una actuación directa en términos económicos. A diferencia de la «guerra real», la guerra económica internacional ya es. Este sí es un campo de batalla en el que actores protagonistas del orden capitalista como Canadá, Australia, EEUU, Japón o la Unión Europea, pueden permitirse luchar.
El despliegue de armas
Hasta el día de hoy, son numerosas las sanciones que se han llevado a cabo contra Rusia, y fuerte el impacto que se está sintiendo en su economía, y en la economía mundial. Una de las principales medidas ha sido la denominada «arma nuclear financiera» por el ministro francés de finanzas, la desconexión sistema de pagos internacional (SWIFT). EEUU, Reino Unido, Canadá y la Unión Europea han acordado excluir a buena parte de los bancos rusos del sistema SWIFT, un sistema de mensajería que permite que los pagos internacionales se realicen de forma segura, y facilita las transacciones. Cabe mencionar que la desconexión no es de momento total. Se continúa permitiendo el pago de gas y petróleo, ya que Rusia produce el 10% del petróleo mundial, y, por lo tanto, con guerra o sin ella, la dependencia es altísima. Hay que tener en cuenta, además, que en el caso del gas aproximadamente el 40% del que se consume en Europa proviene de Rusia, llegando esta cifra hasta el 60% en Alemania. También durante esta última semana una larga lista de países (UE, Suiza, Japón, Canadá, EEUU, Reino Unido, etc.) han ido anunciando progresivamente su decisión de congelar los fondos rusos que se encuentran en sus distintos sistemas económicos. Esto implica excluir a los mayores bancos rusos de todos los sistemas económicos mencionados, e imposibilitar el acceso a pagos en euros, francos suizos, dólares o libras esterlinas. Por último, se han comunicado otra serie de sanciones relacionadas con las restricciones en el intercambio de mercancías y materias primas. Entre otros, Canadá ha prohibido las importaciones de petróleo, Japón impondrá controles a la exportaciones de semiconductores y de otros productos dirigidos al sector de la Defensa, la UE ha comunicado sanciones relacionadas con el control y la financiación de las exportaciones y la política de visados, y EEUU llevará a cabo limitaciones a la importación de material militar e informático al ministerio de Defensa ruso.
El objetivo de estas medidas relacionadas con la limitación de transacciones bancarias, el bloqueo de fondos en otros países o la restricción al comercio exterior, es el de tratar de estrangular las finanzas del país mediante su desconexión de los mercados internacionales. La directa y coordinada respuesta a la invasión rusa de Ucrania por los países mencionados y otros muchos más, ha tenido consecuencias inmediatas en la economía capitalista rusa y, por consiguiente, en la economía global. La obstaculización al acceso de las reservas internacionales en divisa eFxtranjera, la limitación a las transacciones bancarias y las restricciones al intercambio de mercancías suponen en realidad una dura caída en la demanda de rublos, y una fuerte obstrucción a la convertibilidad internacional de la moneda rusa.
La desconfianza generalizada sobre la capacidad económica de la moneda y la caída de la demanda han provocado que el rublo experimentara una caída histórica perdiendo un 30% de su valor en un solo día, el pasado lunes 28 de febrero. La pérdida de poder adquisitivo de la moneda tendrá como consecuencia un incremento de los precios de las mercancías en Rusia, debido al ascenso de los costes de producción, y la pérdida de beneficios empresariales de empresas extranjeras, que dependen del tipo de cambio del rublo para cobrar en su divisa nacional. El aumento de los costes de la tecnología está siendo un termómetro de la escalada de precios. Por ejemplo, el iPhone 13 ha incrementado su precio un 23% después de conocerse las sanciones. Han sido dos las reacciones inmediatas del Banco Central Ruso para evitar la caída libre que está experimentando su economía. Por un lado, subir los tipos de interés de los depósitos al 20%, para «compensar los riesgos de depreciación y de inflación, y proteger los ahorros de los ciudadanos de la devaluación», según un comunicado del organismo. Por otro lado, establecer un control de capital pidiendo a sus intermediarios que no satisfagan las ventas de deuda rusa. Es decir, si unos clientes quieren vender deuda rusa el banco rechazará esa orden de venta.
El capitalismo ruso tiene otras posibilidades fuera de las tradicionales herramientas de su Banco Central para tratar de mitigar el desplome de su economía en el medio-largo plazo, y aquí China puede tener un papel fundamental. China tiene su propio SWIFT, el CIPS, un sistema que ya cuenta con la participación de varios bancos rusos y que podría ayudar a eludir los inconvenientes de la expulsión del sistema SWIFT. Sin embargo, mientras alrededor del 40% de los pagos internacionales del mundo son en dólares, el CIPS tiene una cuota del 3%, por lo que, por el momento, no representaría una alternativa mundial. Las criptomonedas pueden ser otra opción para realizar pagos internacionales. Rusia está desarrollando su propio rublo digital, que espera poder utilizar para negociar directamente con otros países, sin necesidad de realizar una conversión a dólares, lo que le haría menos dependiente de los Estados Unidos, y más capaz de resistir a las sanciones. Asimismo, el yuan digital podría resultar una alternativa a la hora de facilitar los pagos transfronterizos mediante las criptomonedas.
Si bien es cierto que en los últimos días se ha hablado del papel de China a la hora de suavizar el duro golpe de las distintas sanciones, China está realizando equilibrismos tratando de evitar una confrontación con Rusia a la vez que marca sutiles distancias con el país. Si China inclinara claramente la balanza a favor de Rusia, entonces se podría enfrentar a la posibilidad de sanciones secundarias, o a un desgaste de su reputación tanto dentro de sus propias fronteras, como fuera. La contundencia y la sincronía de la reacción por parte del G7, o sea el conjunto de las principales potencias del imperialismo occidental, es un espejo en el que China no desea mirarse.
Una guerra contra el proletariado como clase mundial
En cualquier caso, a pesar de las maniobras que pueda efectuar el Banco Central Ruso, el respaldo que le pueda brindar el capitalismo chino, o el apoyo que encuentre en la expansión de las criptomonedas, es indiscutible que las sanciones impuestas van a tener unas durísimas consecuencias en la vida del proletariado ruso. Tanto es así, que el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, no titubeó al añadir en sus declaraciones que «el pueblo ruso también pagará las consecuencias» de esta guerra económica. Ya han comenzado las largas colas para obtener dinero en efectivo ante el desplome del rublo. La desconfianza de la gente aumenta ante el miedo a que las tarjetas dejen de funcionar o se establezcan límites de retirada de efectivo, en un contexto en el que ya hay serias complicaciones para conseguir dólares, y Rusia ha prohibido sacar del país más de 10.000 dólares en moneda extranjera en efectivo e instrumentos monetarios. Como consecuencia del hundimiento del rublo, se prevé que haya un incremento generalizado de los precios y, por tanto, una hiperinflación sostenida en el tiempo. Los precios de todos los medicamentos no regulados por el Estado aumentarán debido a que estos se importan en dólares y euros. El farmacéutico no será el único sector afectado, otros sectores estratégicos como el alimentario, el automovilístico o el tecnológico experimentarán un duro ascenso de los precios en las próximas semanas y meses.
Sí, la guerra económica que se ha iniciado a raíz del choque de tensiones imperialistas va a provocar graves consecuencias en el día a día del proletariado ruso, pero no únicamente. El capitalismo es un sistema lleno de contradicciones. Por un lado, su ADN le impulsa implacablemente a producir mercancías para obtener ganancias que sean invertidas nuevamente en generar nuevas mercancías, y así llevar el ciclo de producción de valor al infinito. Es precisamente esa necesidad vital por exprimir al máximo la ganancia la que explica la tendencia a la deslocalización que el capitalismo ha vivido en las últimas décadas, y que provoca que las cadenas de suministro sean cada vez más complejas, segmentadas, e incorporen cada vez a más eslabones. Por otro lado, es también un sistema inherentemente competitivo, los capitales luchan entre sí una y otra vez por acaparar una mayor ganancia que su rival. La mezcla de estas dos fuerzas opuestas, tiene como resultado un sistema social perpetuamente tensionado en el que los capitales necesitan expandirse y tienden a generar relaciones de dependencia en las que unos beben de otros; y al mismo tiempo, pugnan por destruir a su competidor.
Dependencia y necesidad de que el adversario exista, y a la par amenaza y tendencia a aniquilarlo. Eso es lo que ha quedado al descubierto estos últimos días con la declaración de la guerra económica a Rusia. El ministro de Economía de Alemania, país altamente dependiente del gas de Rusia lo explicaba claramente: «tenemos que asegurarnos de no imponer sanciones a Rusia que nosotros mismos no podemos soportar». Sí, esta es una guerra económica contra Rusia, contra el proletariado ruso, pero también contra el proletariado mundial, y es que no podemos olvidar que el capitalismo, inevitablemente, es un sistema mundial. No es un secreto. Tanto los medios de comunicación como distintos órganos institucionales de todo el mundo han acentuado en reiteradas ocasiones el efecto boomerang que tendrán las sanciones en la economía mundial. El miedo a la carestía de distintas materias primas ha provocado que el gas alcance máximos históricos en su cotización, que el barril del petróleo haya alcanzado precios no vistos desde el año 2014 y que el trigo se haya disparado a su máximo histórico en 14 años. Estos son solo algunos ejemplos, pero como hemos podido comprobar, el aumento de los precios en materias primas esenciales tiene una capacidad ineludible de propagar la escalada de precios a otro tipo de bienes. Insistimos, no es una cuestión de la guerra de Ucrania, de Rusia, o de la OTAN; la guerra económica afectará al proletariado como clase mundial. La subida del precio de la energía y una alta inflación global sostenida en el tiempo contienen el riesgo de llevar a cabo un efecto dominó de las sanciones que se podría sentir en otras regiones no involucradas en el conflicto, como Latinoamérica, donde los altos precios del petróleo podrían conducir a un deterioro comercial. Este es la razón por la que están llamando a su sacrosanta unidad nacional en nombre de la civilización democrática, lo que siempre oculta un ataque brutal a nuestras condiciones de vida.
Ni crisis, ni guerra. Fue, es y será lucha de clases
Existe otro elemento a tener en cuenta que es imprescindible para un análisis adecuado de la situación actual. El desarrollo de los acontecimientos históricos que acompañan a la vida del capitalismo no se puede analizar únicamente desde una perspectiva inmediata. Es necesaria una visión dinámica que nos permita entender la historia del capitalismo no como un conjunto de momentos, sino como el transcurso de un proceso. En este sentido, no es posible entender la crisis que se está gestando, sin echar la vista atrás para relacionarla con otros tantos elementos que están enterrados, pero que son visibles, porque el capital nunca resuelve sus contradicciones, sino que las eleva a una escala superior y las reproduce a una escala ampliada.
Ya lo dijimos en su momento: la crisis económica surgida a raíz del coronavirus no es una crisis distinta a la del año 2008. Tampoco lo será esta. Un ejemplo claro de la acumulación de estas contradicciones es la subida del precio de la gasolina y el diésel. Este miércoles 2 de marzo, la gasolina se ha llegado a pagar en España a una media de 1,65 euros por litro, y el diésel a 1,53 euros por litro. Efectivamente, la invasión de Ucrania ha ocasionado que los precios asciendan hasta llegar a su máximo histórico. Sin embargo, no debemos olvidar que ya a principios del pasado mes de febrero se batió su anterior récord histórico. Sí, la presión inflacionaria al alza es un hecho muy preocupante para el conjunto del proletariado, que ha venido a agravarse con el conflicto ucraniano, pero es una tendencia observable desde hace unos meses en el conjunto de la economía mundial.
Una publicación del mes pasado del Banco Mundial llegó a comentar que 15 de las 34 economías clasificadas como “economías avanzadas” tuvieron en el año 2021 una inflación por encima del 5%, un nivel no registrado en más de 20 años. En el caso de la economía española la inflación se disparó en el mes de febrero al 7,4%, una cifra que no se había visto desde el año 1989 y que no refleja el impacto de la guerra recién iniciada. Como intentamos explicar, la fuerte tendencia inflacionaria que sacude a la economía mundial desde hace unos meses no es fruto de un hecho concreto actual, como la invasión de Ucrania, sino que tiene como explicación la conjunción de toda una serie de factores que son profundamente estructurales y característicos de la descomposición que sufre el capitalismo en el periodo histórico actual. El imparable ascenso del precio de la luz, la carestía de algunas materias primas fundamentales, la tendencia a generar cuellos de botella en los procesos de producción y el desajuste de la oferta y la demanda de mercancías ocasionado por la pandemia, son algunos elementos que entran en juego a la hora de elevar el nivel de los precios generalizadamente. Lo que es evidente es que las perspectivas inflacionarias a nivel global no son nada alentadoras, ya que incluso el BCE ha llegado a abrir la puerta a la estanflación[1] tras la guerra de Ucrania, lo que se traduce en un brutal deterioro de las condiciones de vida materiales del proletariado a nivel mundial.
Solo partiendo de esa óptica panorámica, podemos observar el gran caldo de cultivo que está creando el capital con todos los elementos ya mencionados, que no representan otra cosa que un suma y sigue en las contradicciones que acumula este sistema. Esta óptica es importante, además, porque es necesaria una perspectiva que comprenda al capitalismo como sistema global, en el que la economía no es algo separado de lo territorial o lo militar. La escalada de las tensiones imperialistas entre Rusia y la OTAN y las contradicciones del capital se manifiestan de múltiples maneras, y esta es una de ellas. La máquina de propaganda se ha puesto en marcha, y hemos podido escuchar cómo el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, reconocía el 2 de marzo en el Congreso que las sanciones impuestas tendrán un impacto negativo en nuestro coste de vida, pero que el coste de la no respuesta sería aún mayor. Al mismo tiempo, Josep Borrell, encargado de coordinar la acción exterior de la UE, afirmaba taxativamente que la UE no está en guerra con Rusia. La guerra económica es una guerra real porque, sea con bombas o con sanciones, es el proletariado, como clase mundial, el que sufre la miseria y la muerte para que los capitalistas se repartan entre ellos los beneficios de su explotación. Es por ello esencial que, como comentábamos hace una semana, nos hagamos las preguntas adecuadas e identifiquemos cuál es nuestro terreno como revolucionarios. En esta pugna, ya sea en su forma militar o económica, no importan nuestras vidas, sino la supervivencia del capital. Lo militar y lo económico representan las dos caras de una misma moneda que es la guerra. La guerra de una clase dominante, la miseria y los muertos de la nuestra. Por todo ello, nuestra perspectiva es la de elegir el terreno que nos es propio y no el de la burguesía. Transformemos la guerra imperialista en guerra de clases.
[1] La estanflación es un concepto económico que implica la aceleración de la inflación coexistiendo con tasas de desempleo elevadas. El término fue acuñado en 1965 por el entonces ministro de Finanzas británico, Ian McLeod, como fusión de los vocablos estancamiento e inflación en un discurso en la Cámara de los Comunes: «We now have the worst of both worlds — not just inflation on the one side or stagnation on the other» (Ahora tenemos lo peor de ambos mundos: no solo la inflación, por un lado, sino también estancamiento por el otro).