Sobre el derrotismo revolucionario y el internacionalismo proletario en la actual guerra entre Rusia y Ucrania/OTAN

Proletarios Revolucionarios

06/03/2022, Quito, Ecuador

  • Introducción
  • El derrotismo revolucionario en contra y más allá de todo nacionalismo y militarismo. Teoría y práctica
  • El internacionalismo proletario en contra y más allá de los falsos antagonismos del antifascismo y del antiimperialismo. Teoría y práctica
  • A modo de conclusión. Algunas claridades revolucionarias en contra y más allá del confusionismo izquierdista frente a la guerra

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NI GUERRA ENTRE PUEBLOS NI PAZ ENTRE CLASES!

“La lucha de clases del proletariado internacional contra el genocidio imperialista internacional es el mandato socialista de la hora.
¡El enemigo principal de cada uno de los pueblos está en su propio país! […]
¡Que termine el genocidio!
Proletarios de todos los países… ¡únanse a la lucha de clases internacional contra la conspiración de la diplomacia secreta, contra el imperialismo, contra la guerra, por la paz, en el espíritu del socialismo!”

−Karl Liebknecht (mayo de 1915). El enemigo principal está en casa

Introducción

Para empezar y dejar claro el terreno en el que se desarrollan los hechos y el presente artículo, hay que responder la pregunta ¿para qué Rusia invade Ucrania? Para apoderarse de su posición geopolíticamente estratégica, sus recursos naturales, su infraestructura industrial-comercial y su fuerza de trabajo colectiva. Para expandir su mercado y su poder como potencia imperialista decadente en el plano del capitalismo mundial, teniendo a EE.UU./OTAN como principal adversario y a China como principal aliado. (Sí, Rusia es capitalista e imperialista… desde tiempos de la URSS hasta la fecha.) Para reactivar su economía en crisis o compensar la caída de su tasa de ganancia mediante la industria de la guerra, explotando trabajadores o extrayéndoles plusvalía en el frente de la producción y deshaciéndose asesinamente de proletarios sobrantes en el frente militar. De hecho, la repartición del mundo durante una guerra imperialista en el fondo es la repartición de la plusvalía mundial entre burguesías nacionales y regionales −en este caso, euroasiáticas y occidentales− mediante la explotación y la masacre de la clase trabajadora mundial. (Aunque, por otro lado, toda guerra es muy costosa y no se puede mantener por mucho tiempo.) Y, sobre todo, para prevenir nuevas revueltas e insurrecciones de los explotados y oprimidos en los territorios que domina: junto con la administración estatal represiva de la crisis sanitaria, esta guerra es una pieza clave de la contrarrevolución preventiva en curso, sobre todo después de la revuelta mundial del 2019. En síntesis: no hay capitalismo sin imperialismo, sin crisis y sin guerra; y toda guerra imperialista es siempre una guerra contra el proletariado.

Dicho esto, ahora sí se puede aterrizar la anterior cita del compañero histórico Liebknecht a la actual coyuntura mundial: significa que la manera más contundente y efectiva de combatir y vencer “desde abajo” la guerra imperialista entre Rusia y Ucrania/OTAN es la lucha de los proletarios de la región rusa contra la propia burguesía rusa y la lucha de los proletarios de la región ucraniana contra la propia burguesía ucraniana. Como dice un compañero de la región mexicana, “proletarios marchando contra Kiev y Moscú por igual”.

Lo cual incluye en primera línea a los proletarios con uniforme o soldados de ambos países en guerra: que dejen de disparar y matar a sus hermanos de clase “del otro lado” de la frontera nacional impuesta por la clase capitalista, que desobedezcan las órdenes de sus oficiales y generales burgueses, y que más bien apunten sus armas contra éstos últimos para defender sus vidas. Si lo decimos, es porque ya ha acontecido anteriormente en este tipo de coyunturas históricas (guerras mundiales y guerras civiles).

Yendo más allá todavía, significa que los proletarios con uniforme de ambos países fraternicen y se unan entre sí, deserten de las filas militares, entreguen armas a los proletarios sin uniforme en las calles, y participen juntos en una oleada de protestas y huelgas generales autoorganizadas mediante asambleas y consejos de trabajadores que ataquen, paralicen y subviertan las relaciones sociales capitalistas en todos los frentes (desde el frente de la producción hasta el frente militar); o sea, que hagan una insurrección que, autoempoderada de esa manera, tienda a la comunización de la vida en esos territorios.

Considerando las últimas revueltas, huelgas y protestas en dicha región del planeta (p. ej. Kazajstán en este año, Donbass en el 2021, Bielorrusia en el 2020, la misma Ucrania en el 2014, etc.), eso es lo que en el fondo temen los gobernantes burgueses tanto de Rusia como de Ucrania, y por eso hacen la guerra.

O, en su defecto, significa manifestaciones masivas contra la guerra y el reclutamiento para la misma, como las que de hecho ya están teniendo lugar y siendo reprimidas en ambos países. Así como también, las muestras de solidaridad internacionalista de clase que también han ido apareciendo contra esta guerra.

Sea como fuere, todo esto es, en la práctica, lo que se conoce como derrotismo revolucionario, que es la posición histórica e invariante de los comunistas y anarquistas internacionalistas frente a la guerra imperialista, como producto de la dura experiencia de millones de proletarios en las dos Guerras Mundiales.

El derrotismo revolucionario en contra y más allá de todo nacionalismo y militarismo. Teoría y práctica

¿Por qué derrotismo? Porque está a favor de la derrota de ambos Estados nacionales en guerra. ¿Por qué revolucionario? Porque está a favor de la revolución proletaria internacional. Entonces, ni Rusia ni Ucrania/OTAN: derrotismo revolucionario.

Eso es lo que significa concretamente ahora la consigna “ni guerra entre pueblos ni paz entre clases”. Aunque en el contexto histórico actual sea más complejo que en el contexto histórico en el que fue formulada, también significa “transformar la guerra imperialista en guerra de clases”… para abolir las clases sociales: dialécticamente hablando, sólo así, mediante la inevitable violencia revolucionaria contra la violencia capitalista y su cómplice que es el pacifismo ciudadanista, podrá existir paz real entre los seres humanos, una vez abolida la violenta sociedad de clases y mundialmente instaurada la comunidad humana real. Esta es la paz por la que luchamos los socialistas, comunistas o anarquistas revolucionarios.

¿Contradictorio? Sí, porque la realidad capitalista y de la lucha de clases es contradictoria. Contradicciones que hay que asumir para resolverlas o superarlas de modo revolucionario, puesto que el mismo desarrollo capitalista y la misma lucha de clases producen los elementos y las tendencias de la abolición de la sociedad de clases y de la gestación de la comunidad humana real. Elementos y tendencias que permanecen latentes durante la mayoría del tiempo histórico, pero que se hacen visibles en las excepcionales pero decisivas situaciones revolucionarias.

Ahora bien, de entrada, hay que reconocer la debilidad en la que se encuentra nuestra clase proletaria como movimiento real autónomo y antagonista frente al Capital-Estado en todo el mundo y, por tanto, en las regiones rusa y ucraniana. Debilidad que hace inevitable que los proletarios con uniforme de las regiones mencionadas se maten entre sí, y que los proletarios sin uniforme no posean todavía la fuerza social real como para derrotar la guerra desde adentro. Porque, bajo el efecto de la droga del nacionalismo o patriotismo y, sobre todo, por su debilidad actual como clase autónoma y antagonista, apoyan a sus respectivas burguesías nacionales, es decir a sus patrones y verdugos de clase.

Pero no por esta situación temporal en contra hay que renunciar ni mucho menos traicionar a nuestras posiciones fundamentales contra la guerra imperialista, como son el derrotismo revolucionario y el internacionalismo proletario −posiciones que, a su vez, son producto de la experiencia histórica e internacional de lucha de nuestra misma clase−, en beneficio de falsas concreciones y urgencias “tácticas” que en realidad sólo benefician a nuestro enemigo de clase, la burguesía internacional, aunque éste se disfrace de “aliado contra el fascismo y el imperialismo”.

Lo que entonces hay que tener claro son, al menos, dos cosas. Una, que en este este tipo de situaciones adversas dichas posiciones revolucionarias adoptan un carácter defensivo de las condiciones de vida inmediata de los proletarios, esto es de sus vidas mismas contra la máquina de muerte que es la guerra. Y dos, que la historia demuestra que los ataques y las guerras de la clase capitalista pueden producir inesperados o sorpresivos contrataques de la clase proletaria, los cuales incluso pueden devenir revolución o, al menos, revuelta. En ambos casos, se trata de cientos de miles de proletarios defendiendo y transformando materialmente sus vidas sin intermediarios ni representantes de ningún tipo.

Dicho de otra forma, por más defensivos que les toque ser en circunstancias adversas, si el internacionalismo proletario y el derrotismo revolucionario no se traducen en acciones autónomas de clase con capacidad de alterar la correlación de fuerzas real, entonces no son nada más que consignas abstractas e incluso delirantes (como las de cierto personaje izquierdista caribeño que ve “insurrecciones proletarias” en todas partes y emite “instructivos militares revolucionarios” a cada rato).

Lo cual, empero, no depende de la voluntad y ni siquiera de la actividad de las organizaciones y los militantes revolucionarios, sino de las actuales condiciones materiales de explotación, división, desorganización, represión y alienación capitalista en las que nos encontramos los proletarios como clase en todo el mundo. Por lo tanto, sólo el devenir de la misma catástrofe capitalista en curso y de la lucha de clases real puede alterar la correlación de fuerzas actual o crear las condiciones objetivas y subjetivas para una situación revolucionaria… o no.

A pesar de todo ello, a las minorías revolucionarias del proletariado nos corresponde mantener y agitar nuestras posiciones fundamentales a contracorriente, en donde y como podamos, a modo de memoria y consciencia viva de que nuestras necesidades inmediatas como explotados y oprimidos en el fondo son inseparables de nuestra necesidad de revolución social como especie humana, no sólo para vivir una vida que merezca ese nombre −al contrario de la guerra diaria y la muerte en vida que tenemos bajo el capitalismo−, sino para salvar el pellejo o dejar de morir tal como estamos muriendo en esta época. Sí, porque es la vida de nuestra especie y de nuestro planeta lo que está en juego. Y esto aplica tanto para el presente como para futuros conflictos bélicos.

Por consiguiente, sí tienen sentido y utilidad los llamamientos internacionalistas y derrotistas revolucionarios contra la guerra. Pero más sentido y utilidad tienen las acciones directas de los proletarios de las regiones rusa y ucraniana contra la guerra.

Entonces, hay que estar atentos a las acciones de esta naturaleza y su devenir por parte de los proletarios que habitan ambos países. Acciones que ya se están dando (protestas contra la guerra) y que probablemente se darán (deserciones de filas militares, fraternización y lucha conjunta de proletarios con y sin uniforme, etc.), no sólo por la agitación contra la guerra imperialista por parte de las minorías comunistas y anarquistas activas en esas regiones, sino principalmente para salvar sus vidas y las de los suyos, es decir por sus necesidades materiales inmediatas, ya que cada día que pasa la guerra los está masacrando sin piedad alguna (las noticias e imágenes al respecto son de terror gore).

Como revolucionarios de otros países, insistimos, hay que estar atentos y solidarizarse con tales acciones en caso de que se den, no sólo traduciéndolas, difundiéndolas y visibilizándolas, sino también luchando contra las burguesías de “nuestros propios” países; es decir, internacionalizando la lucha proletaria contra la guerra imperialista, porque el aislamiento de tales acciones las va a llevar inevitablemente a la derrota, y porque las burguesías de todos los países siempre toman partido a favor de uno u otro bloque imperialista en guerra, no sólo mediante declaraciones públicas, sino enviando soldados de sus países a ese gran matadero, tal como ha ocurrido durante este siglo en Irak, Siria, Haití, etc. En ese caso, también habría que luchar contra el apoyo de “nuestros propios” Estados a esta guerra, denunciándolo, boicoteándolo y saboteándolo como sea posible. Esto es lo que implicaría, en la práctica, el internacionalismo proletario y el derrotismo revolucionario en la actual coyuntura mundial por parte de los anticapitalistas de otros países.

Y si no es por ese lado, será por el lado de la inflación mundial o del aumento de precios de los productos básicos que produce la guerra, el cual afectará inmediata y directamente a los bolsillos y los estómagos de los proletarios de todas partes. Así pues, “si globalizan la miseria, globalizamos la resistencia”: si globalizan el hambre, globalizamos la protesta. Sólo la lucha del proletariado internacional puede derrotar el genocidio imperialista internacional.

En pocas palabras: esta es una lucha de clases mundial y no de naciones; por lo tanto, desde la perspectiva anticapitalista e internacionalista, contra la barbarie de las guerras del capitalismo la clave está en practicar la solidaridad de clase en todas partes y en todos los frentes o, dicho de otra forma, en autoconstituir comunidades proletarias de lucha al calor de la misma contra todos los Estados, los mercados, las patrias y las otras falsas comunidades (nacionales, étnicas, culturales, identitarias, políticas, religiosas, etc.) del Capital mundial, no por tal o cual ideología izquierdista o ultraizquierdista, sino por necesidad vital concreta.

El internacionalismo proletario en contra y más allá de los falsos antagonismos del antifascismo y del antiimperialismo. Teoría y práctica

Democracia y fascismo no se oponen, sino que se complementan; ya sea de forma alternativa o al unísono. […] se trata de someter el proletariado a la alternativa entre fascismo o antifascismo, obstruyendo cualquier vía revolucionaria y anticapitalista. […]
La función de la socialdemocracia […] es la de desviar las luchas del proletariado de su objetivo revolucionario y anticapitalista, para llevarlas a la defensa de la democracia burguesa. Es necesario preparar el altar de la sagrada unidad [nacional] antifascista, para proceder a efectuar todos los sacrificios necesarios […]
El antifascismo es la consecuencia más grave del fascismo. Sustituye la ALTERNATIVA revolucionaria CAPITALISMO/COMUNISMO, por la opción (siempre burguesa) DEMOCRACIA/FASCISMO. […]
Socialdemócratas, reformistas, populistas, nacionalistas de todas las patrias y estatistas de todo pelaje vendrán a implorarnos y defender que abandonemos nuestras luchas, que hagamos dejación de principios, que olvidemos nuestras reivindicaciones, que aceptemos nuestra derrota antes de que empiece el combate.
E intentarán ponerse a la cabeza de cualquier movimiento que pueda surgir, para desviarlo, desnaturalizarlo y derrotarlo. […]
La alternativa no es fascismo o antifascismo, porque ambos defienden el sistema capitalista, mientras nos engañan con un falso enfrentamiento.

−Agustín Guillamón (diciembre de 2018). Fascismo y antifascismo

Otra implicación del internacionalismo proletario en la práctica es no entramparse en el falso antagonismo “democracia vs. fascismo” que, a su vez, es parte del falso antagonismo “Rusia antifascista vs. imperialismo yanqui”, y que es propio de la burguesía progresista y la socialdemocracia histórica, es decir propio de la izquierda del Capital. Falso antagonismo que, por cierto, es el que está manipulando discursivamente el capitalista-imperialista-belicista Putin y con el que están delirando los estalinistas e incluso algunos “anarquistas” pro-rusos contra “el nazifascismo ucraniano” y “el imperialismo yanqui”, desde las “Repúblicas Populares” de Donetsk y Lugansk (Donbass) hasta las organizaciones marxistas-leninistas y antifascistas de Chile y Ecuador.

Mas no es el único bloque internacional de poder que lo hace. Tal como en ese meme de varios Spidermans acusándose entre sí, la prensa burguesa estadounidense y sus corifeos internacionales, en consonancia con los separatistas-populistas del Donbass y algunos “anarquistas” ucranianos, como buenos demócratas que son también acusan al régimen de Putin de “fascista”, lo asocian con Hitler y hasta le están llamando “Putler”.

En suma, tanto uno como otro bloque capitalista-imperialista actualmente en guerra presume ser “el salvador de la democracia” y acusa a su contrincante de ser “un monstruo fascista”. Justificando así su guerrerismo y delirando con repetir sus “glorias” de la Segunda Guerra Mundial. Suficiente como para darse cuenta de que “democracia vs. fascismo” es un falso antagonismo o, mejor dicho, una guerra interburguesa e interimperialista donde los proletarios no son más que carne de cañón.

¿Por qué es −y siempre ha sido− un falso antagonismo? Porque fascismo y democracia son las dos caras de la misma moneda: el capitalismo. Por un lado, en tanto sistema sociopolítico basado en la libertad y la igualdad mercantiles entre propietarios-ciudadanos, la democracia es y sólo puede ser capitalista (decir “democracia obrera, socialista, directa, etc.” es como decir abuelita virgen o café descafeinado), la sociedad capitalista es la sociedad mercantil generalizada y, por tanto, democrática. Además, en democracia el Estado burgués persigue, reprime, encarcela, tortura y asesina a los proletarios rebeldes. Por otro lado, el fascismo también es y sólo puede ser capitalista, porque es la forma histórico-política más autoritaria, brutal y despiadada de defender el Capital-Estado o cuando la dictadura de clase de la burguesía simplemente se quita la máscara y se muestra como lo que realmente es.

Históricamente, cuando a la burguesía le dejó de funcionar la democracia para combatir el avance de la lucha del proletariado, entonces recurrió al fascismo… y viceversa. Lógicamente, si bien no son iguales en la forma ni en la intensidad de la violencia ejercida por el Estado de los ricos y poderosos sobre los explotados y oprimidos, en esencia sí son lo mismo o, para usar una expresión gráfica, democracia y fascismo son dos tentáculos del mismo pulpo: la dictadura social del Capital sobre la humanidad proletarizada en todo el mundo. Por eso, al igual que izquierda y derecha, democracia y fascismo no son contrarias, son complementarias.

Cabe mencionar además que el fascismo sólo existió como régimen político específico, financiado por el capital industrial y bancario, durante la primera mitad del siglo XX en Europa; mientras que hoy en día, aunque sobrevive internacionalmente como corriente de ultraderecha del Capital, dicho término es usado a la ligera y hasta como fetiche político por los izquierdistas de todas partes, en especial por los antifascistas. Cosa que lo banaliza, pero que no es nada inocente: la izquierda del Capital se opone al fascismo y no a la democracia porque defiende a ésta última, es demócrata; mejor dicho, porque es social-demócrata o reformista, incluso si se autodenomina “marxista” (leninistas varios) o “anarquista” (anarquistas liberales).

Muy por el contrario, los comunistas y anarquistas revolucionarios siempre hemos denunciado y combatido a la dictadura de la burguesía llamada democracia (ser anticapitalista implica, pues, ser antidemocrático), así como también a su otra cara que es el fascismo. Teniendo siempre claro que el enemigo es el capitalismo en cualesquiera de sus formas o variantes, no el fascismo. Combatimos con intransigencia tanto a los fascistas como a los demócratas porque ambos son capitalistas. Por eso sólo los socialdemócratas de cualquier pelaje nos rebuznan “le hacen el juego al fascismo” o de plano nos calumnian de “fascistas” a los comunistas y anarquistas radicales. Y por eso mismo son falsos críticos del capitalismo, a los cuales también hay que denunciarlos y combatirlos como tales.

Lo mismo aplica para el antiimperialismo que, generalmente, es sólo contra el imperialismo de EE.UU. −su fetiche político−, pero no contra el imperialismo de otras potencias como Rusia o China, a las que termina subordinándose, so pretexto de que éstas son “socialistas”, lo cual es completamente falso porque fueron y son capitalistas. Otro falso antagonismo. El punto es que el antiimperialismo en cuanto tal sólo lucha contra el imperialismo yanqui, por la “liberación nacional” y la “autodeterminación de los pueblos oprimidos” del “Tercer Mundo”; es decir, lucha por un nuevo Estado-nación capitalista con máscara “socialista”, para así explotar y dominar “en mejores condiciones” al proletariado puertas adentro y competir “en mejores condiciones” con otros Estados-nación igual de capitalistas. Por tal razón, el antiimperialismo y el liberacionismo nacional no sólo son reformistas, sino contrarrevolucionarios.

Muy por el contrario, los comunistas y anarquistas revolucionarios entendemos que el imperialismo no es la “fase superior del capitalismo”, sino una de sus características inherentes y permanentes en tanto sistema histórico-mundial; que todo Estado-nación es imperialista, pero que existen jerarquías o diferentes niveles de poder imperialista entre los Estados; que la guerra imperialista es una competencia bélica entre Estados capitalistas con mayor nivel de poder imperialista y, sobre todo, una guerra de la burguesía internacional contra el proletariado internacional; que el enemigo no es el imperialismo, sino el capitalismo mundial; y, que la posición de los comunistas y anarquistas revolucionarios frente a toda guerra imperialista no es el antiimperialismo y la “liberación nacional”, sino el derrotismo revolucionario, el internacionalismo proletario y la revolución social mundial.

Por lo tanto, luchar “contra el fascismo” y “por la democracia” de una u otra potencia/bloque imperialista en competencia bélica, así como también luchar por “la liberación nacional” y “la autodeterminación de los pueblos oprimidos”, no sólo es luchar por “el mal menor”, sino que en realidad es luchar por los intereses materiales de una burguesía nacional o regional contra otra (acumulación de más territorio, recursos naturales y población trabajadora que explotar para así acumular más capital y poder mundial); y, sobre todo, es luchar contra el proletariado que no tiene patria, sí, porque los proletarios no tenemos patria: gane el Estado-nación que gane en esta guerra, sea por la vía militar sea por la vía diplomática, los proletarios de ambos países seguirán siendo oprimidos y explotados si no hacen la revolución social internacional.

En síntesis: la guerra “democracia vs. fascismo” es −y siempre ha sido− una pieza clave de la guerra imperialista y, por tanto, una guerra interburguesa que usa a proletarios combativos como carne de cañón, a fin de conservar y desarrollar las relaciones sociales capitalistas en todo el mundo, incluso con membretes no capitalistas o “socialistas”. Esto es lo que pasó en la “guerra civil española” y es lo que está pasando en la guerra entre Rusia y Ucrania en este momento: una vez más en la historia, el antifascismo está demostrando su naturaleza social-demócrata, nacionalista, militarista y contrarrevolucionaria.

Muy por el contrario, mientras en el largo plazo y en última instancia el internacionalismo proletario significa luchar por la revolución comunista mundial, en coyunturas desfavorables como la actual el internacionalismo proletario significa luchar de manera autónoma o directa, es decir sin intermediarios ni representantes, por defender los intereses materiales de nuestra clase (salvar la vida, alimentación, vivienda o al menos refugio, salud −física y mental−, educación, paz real, libertad real) en contra y más allá de cualquier interés nacional-estatal, por más democrático y antifascista que diga ser, como en este caso concreto lo son las “Repúblicas Populares” de Lugansk y Donetsk.

“Repúblicas Populares” que en realidad son patrocinadas y anexionadas por el capitalismo-imperialismo ruso a través de bandas armadas separatistas, en las cuales participan como compañeros de armas desde grupos ultraderechistas o nazis, eurasianistas y nacional-bolcheviques hasta, lastimosamente, combatientes proletarios de ideología antifascista. Decimos lastimosamente porque, por más que estos hermanos de clase crean y digan lo contrario, en realidad terminan siendo carne de cañón de esta guerra interburguesa e interimperialista. (La misma película con otros actores pasa en Kurdistán, porque éste también forma parte de las telarañas imperialistas del capitalismo histórico-mundial hoy en día, bajo la mistificación del antifascismo democrático y antiimperialista.)

Guerra que, además y hoy por hoy, es una “guerra híbrida”, es decir una guerra que usa ejércitos estatales regulares y ejércitos no estatales irregulares −como lo son estas milicias policlasistas y populistas donde participan los antifascistas−, así como también presiones económicas (sanciones, especulaciones financieras, etc.) y ataques informáticos, mediáticos y psicológicos, no sólo contra el otro Estado, sino contra la población civil desarmada.

El colmo de esta enfermedad militarista es decir que el asesinato de civiles desarmados es un “daño colateral” o un “sacrificio necesario” de “la guerra popular contra el fascismo y el imperialismo”. Cosa que rebuznan, no sólo los militares de ambos ejércitos, sino también algunos milicianos antifascistas, y no sólo en este momento, sino desde tiempos de la URSS y la 2da Guerra Mundial. Una constante nefasta del nacionalismo y el militarismo capitalistas, ya sea de derecha o de izquierda.

A modo de conclusión. Algunas claridades revolucionarias en contra y más allá del confusionismo izquierdista frente a la guerra

Aquí, pues, cabe recordar ¿para qué Rusia invade Ucrania? Para apoderarse de su posición geopolíticamente estratégica, sus recursos naturales, su infraestructura industrial-comercial y su fuerza de trabajo colectiva. Para expandir su mercado y su poder como potencia imperialista decadente en el plano del capitalismo mundial, teniendo a EE.UU./OTAN como principal adversario y a China como principal aliado. (Sí, Rusia es capitalista e imperialista… desde tiempos de la URSS hasta la fecha.) Para reactivar su economía en crisis o compensar la caída de su tasa de ganancia mediante la industria de la guerra, explotando trabajadores o extrayéndoles plusvalía en el frente de la producción y deshaciéndose asesinamente de proletarios sobrantes en el frente militar. De hecho, la repartición del mundo durante una guerra imperialista en el fondo es la repartición de la plusvalía mundial entre burguesías nacionales y regionales −en este caso, euroasiáticas y occidentales− mediante la explotación y la masacre de la clase trabajadora mundial. (Aunque, por otro lado, toda guerra es muy costosa y no se puede mantener por mucho tiempo.) Y, sobre todo, para prevenir nuevas revueltas e insurrecciones de los explotados y oprimidos en los territorios que domina: junto con la administración estatal represiva de la crisis sanitaria, esta guerra es una pieza clave de la contrarrevolución preventiva en curso, sobre todo después de la revuelta mundial del 2019. En síntesis: no hay capitalismo sin imperialismo, sin crisis y sin guerra; y toda guerra imperialista es siempre una guerra contra el proletariado.

Por su parte, el Estado ucraniano no es “mejor”, “menos malo”, ni más ni menos “fascista” o democrático que el Estado ruso, ya que no se diferencia cualitativamente sino sólo cuantitativamente de éste último, al ser más pequeño y con menos poder imperialista, pero igual de burgués y antiproletario; y ya que los mercenarios “nazifascistas”, financiados y armados tanto por el régimen de Putin como por la OTAN, están de ambos lados de la frontera ruso-ucraniana. Lo mismo aplica para las “Repúblicas Populares” o los mini-Estados burgueses emergentes de Donetsk y Lugansk.

Tanto el Estado burgués ruso como el Estado burgués ucraniano explotan y masacran brutalmente a los proletarios de ambos territorios bajo su dominio como si fuesen ganado que hoy llevan al matadero de la guerra, para luego imponer “la paz de los cementerios”. Por consiguiente, defender a uno u otro Estado en competencia bélica, incluso bajo las banderas del antiimperialismo y del antifascismo, es defender a sus verdugos de clase. En la guerra, los proletarios no tienen nada que ganar: por el contrario, van a morir por millares y su sangre sólo alimentará al Capital mundial. “El enemigo principal está en el propio país”, es de clase, y esta realidad es común a todas las naciones del planeta, porque el capitalismo es un sistema mundial y una relación social impersonal que nos aliena, explota, oprime y asesina a los proletarios de todas partes día tras día.

Entonces, una vez más: ni Rusia ni Ucrania/OTAN: internacionalismo proletario y derrotismo revolucionario contra la guerra imperialista. Ni fascismo ni democracia: autonomía proletaria contra todo tipo de Estado capitalista. Para acabar con la guerra hay que acabar con el capitalismo y la sociedad de clases, haciendo la revolución comunista mundial, no la “guerra antifascista y antiimperialista”. Contra todas las falsas comunidades del Capital mundial, comunidades de lucha, apoyo mutuo y solidaridad de clase en todas partes. Aunque parezcan abstractas y lejanas, por todo lo expuesto anteriormente estas son claridades revolucionarias concretas e inmediatas en la actual coyuntura mundial, puesto que las guerras simplifican y clarifican en los hechos los antagonismos sociales reales. “La lucha de clases del proletariado internacional contra el genocidio imperialista internacional es el mandato socialista de la hora.

El confusionismo que reina actualmente en las izquierdas frente a la guerra en Ucrania es consecuencia, entre otras razones, de la falta de tales claridades, no sólo por falta de formación en teoría revolucionaria o como consecuencia de una deformación ideológica izquierdista (leninista, antifascista, anarquista-liberal y/o postmoderna), sino principalmente por falta de experiencia de lucha en situaciones de guerra y revolución o, en su defecto, de revuelta. Y esto se debe, a su vez, a que las condiciones materiales del desarrollo capitalista y de la lucha de clases todavía no las han hecho situaciones fácticas y aleccionadoras para tales organizaciones e individuos de izquierdas. En resumen, el confusionismo izquierdista frente a esta guerra es consecuencia y síntoma del actual periodo histórico contrarrevolucionario.

El punto es que en tales coyunturas o situaciones-límite es cuando lo abstracto deviene nuevamente concreto y cuando se clarifican en los hechos las posiciones de clase que, en esta sociedad capitalista y de clases, son y sólo pueden ser dos: del lado de la burguesía internacional o del lado del proletariado internacional, del lado del capitalismo o del lado del comunismo y la anarquía, del lado de la contrarrevolución o del lado de la revolución. No hay ni puede haber medias tintas ni relativismos al respecto. Por lo tanto, así como el pacifismo ciudadanista termina siendo cómplice del guerrerismo capitalista, así también el negacionismo postmoderno de la lucha de clases termina siendo cómplice de la dominación de clase burguesa y, en esta coyuntura, de la guerra imperialista. Lo mismo aplica para el anti-imperialismo (ruso y yanqui) y el anti-fascismo (ucraniano y ruso).

El problema es que, dentro de este confusionismo izquierdista, el falso antagonismo “democracia vs. fascismo”, que a su vez es parte del falso antagonismo “Rusia antifascista vs. imperialismo yanqui”, funciona efectivamente como chantaje ideológico-político y emocional (“si apoyas a Ucrania, facho”, “si apoyas a Rusia, facho”, “si estás contra las dos, intelectual purista… ni chicha ni limonada”, etc.) para muchos proletarios de todas partes que se oponen a la guerra imperialista por sentido común o por instinto de clase, pero sin posiciones revolucionarias claras y firmes como son el internacionalismo proletario y el derrotismo revolucionario. De tal suerte que estos hermanos de clase terminan siendo repetidores acríticos de la opinión pública o, en el peor de los casos, carne de cañón en los campos de guerra. Otra consecuencia y síntoma del actual periodo histórico contrarrevolucionario.

Finalmente, decir que la guerra Rusia vs. Ucrania/OTAN no es la Tercera Guerra Mundial como tal, pero se podría decir que sí es el preludio de la misma o, como dice la prensa burguesa alemana, “el comienzo de una nueva y peligrosa época en la política mundial” en la que “si los europeos quieren sobrevivir en él, tienen que contraatacar”: no olvidemos, entre otras cosas, que Alemania, Francia e Italia le compran combustible a Rusia, y que el combustible es la sangre de la economía. Por su parte, EE.UU. y China, las dos superpotencias mundiales, miran, opinan y hacen “lobby” desde la ventana para cuando les toque bajarse de ahí y ser los protagonistas de un nuevo y más grande enfrentamiento militar. Además, no es la única región del planeta que está en guerra: también lo están Siria, Palestina, Yemen, Mozambique, Camerún. Países en los cuales es sabido que EE.UU. y la OTAN tienen injerencia, pero nada o muy poco dice la opinión pública al respecto. Y, sobre todo, no olvidemos que EE.UU. enfrenta una fuerte lucha de clases interna o una guerra social puertas adentro durante los últimos años. Igual que China.

El punto es que no hay capitalismo sin guerra, más aún en tiempos de crisis, con lo cual este sistema desenmascara una vez más su naturaleza violenta y catastrófica. Y que, en el contexto de la crisis capitalista actual, es posible una Tercera Guerra Mundial. La que, por cierto, no sería la guerra de tipo clásico, sino una guerra de nuevo tipo: “híbrida”, fragmentada, escalonada y, lo peor de todo, nuclear y devastadora. A lo que se suma la crisis ecológica global en curso. Poniendo así en serio riesgo de extinción a nuestra especie.

Por tales razones de tremendo peso, las consignas transformar la guerra imperialista en guerra de clases y comunismo o extinción ya no serían abstractas, sino concretas y urgentes para defender y regenerar la vida de la humanidad proletarizada que habita el planeta Tierra.

Decir también y sobre todo que, debido a la desfavorable correlación de fuerzas para nuestra clase en este momento o debido a su derrota después de la revuelta mundial del 2019 hasta la fecha, actualmente las posiciones de internacionalismo proletario y de derrotismo revolucionario no pueden ser ofensivas, esto es capaces de plantear como alternativa real y llevar a cabo la revolución proletaria mundial, pero sí defensivas. ¿Defensivas de qué? No de principios abstractos, sino de las vidas de carne y hueso de cientos de miles de proletarios de esas regiones en guerra. Vidas a ser defendidas por esos mismos proletarios, sin intermediarios ni representantes de ningún tipo.

Sin embargo, la historia contemporánea de la lucha de clases demuestra que la guerra imperialista puede ser un detonante de la revolución proletaria mundial, y que ésta es la única fuerza capaz de derrotar a aquélla. Los látigos de la contrarrevolución pueden hacer levantar y andar a los corceles de la revolución…

El capitalismo produce su propio sepulturero, porque la mayoría de la gente no quiere morir como ganado en el matadero de la guerra y porque, tarde o temprano, cuando hay explotación hay conflicto y cuando hay miseria hay rebelión, allá y en todas partes.

Lo cual obviamente es un proceso y no un suceso. Un proceso de desarrollo desigual, contradictorio, conflictivo e incierto. Sólo el devenir de la lucha de clases real, allá “donde las papas queman” y en todo el mundo, tiene la última palabra. La misma naturaleza de la guerra le hace imposible sostenerse por mucho tiempo antes de que el descontento social y la revuelta comiencen a hervir dentro de los países en conflicto. Y la globalización de la inflación y el hambre producida por la guerra, también globalizará la protesta social en su contra.

Pase lo que pase, hay que estar atentos y preparados como proletarios revolucionarios de todos los países frente a este contexto de catástrofe generalizada y descomposición acelerada del capitalismo que nos ha tocado vivir en el siglo XXI. Asimismo, la lucha de clases es y será la encargada de realizar dicha preparación revolucionaria, donde nuestras mejores armas, como siempre, son y serán el apoyo mutuo y la solidaridad de clase: en una palabra, la comunidad real. Aunque, siendo crudamente realistas, todavía faltan más guerras, catástrofes, revueltas e insurrecciones para ello.

Teniendo siempre claro que, en una situación de guerra como la presente, la verdadera lucha es de clases y no de naciones, por lo tanto, se trata de luchar de manera autónoma por defender nuestros intereses materiales de clase en contra y más allá de cualquier interés nacional; que, tanto para la ofensiva como para la resistencia proletaria, la clave está en autoconstituir comunidades de lucha al calor de la misma contra todos los Estados, los mercados, las patrias y las otras falsas comunidades del Capital mundial; que, en última instancia, para acabar con la guerra hay que acabar con el capitalismo y la sociedad de clases, haciendo la revolución social mundial, no “la guerra popular contra el fascismo y el imperialismo, por la liberación nacional y la autodeterminación de los pueblos”, ya que ésta no es más que otra guerra interburguesa e interimperialista; y, que la revolución social no radica en “coger los fierros y matar a todos los burgueses, los policías y los fascistas”, sino en un proceso de comunización de la vida que consiste en destruir y superar las relaciones sociales capitalistas (propiedad privada, mercancía, valor, trabajo asalariado, división del trabajo, clases sociales, Estados, mercados, naciones, “razas”, géneros…) por completo y desde la raíz, sustituyéndolas por relaciones de solidaridad y libertad reales entre los individuos de todas partes… sí, de todas partes, porque la revolución comunista y anárquica será mundial o no será.

Unos proletarios internacionalistas de la región ecuatoriana

Quito, 6 de marzo de 2022

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