Barbaria (Madrid), 25 de febrero de 2022
Acabó el juego del gato y el ratón. Y el ratón se comió al gato. No habían despuntado las luces del día cuando blindados y cuerpos de combate rusos entraron en suelo ucraniano. En esta ocasión a cara descubierta, con las insignias correspondientes a sus batallones y la bandera tricolor rusa visible. La farsa del 2014 ya no tenía sentido en esta ocasión. El capitalismo ruso ha lanzado a todo su ejército, toda su capacidad de fuego y destrucción, para recordarle al mundo entero que está dispuesto a competir con el resto de capitales por hacerse con la parte del botín que pueda, en un periodo histórico de reparto y reconfiguración de liderazgos del capitalismo mundial.
Naturalmente, el botín en disputa es la plusvalía mundialmente entendida, la suma total de esa parte que a cada uno de los trabajadores del mundo chupa el vampiro capitalista, inmerso en una crisis mortal. De Kiev a Moscú, pasando por Madrid, Dakar, Bombay, Chicago, Lima, Seúl, por los cuatro puntos cardinales del globo, el programa del capitalismo en crisis (y qué crisis: económica, ecológica, social, energética, todas ellas agravándose sin parar) es el mismo: guerra imperialista entre naciones y acrecentamiento sin límites de la explotación a la clase obrera.
La burguesía rusa apareció envuelta en el celofán de la Patria y la Bandera, vieja argucia de las clases decadentes. Pero en realidad lo único que defiende la burguesía, rusa y no rusa, son sus mercados. Por eso la intervención militar se abate indistintamente contra la clase trabajadora ucraniana y rusa. A ambas solo les cabe esperar el horror de la guerra y el terror policíaco que ya existen en Rusia. Conforme pasen los días y el humo de la batalla se disipe, a los trabajadores ucranianos y rusos más conscientes no les cabrá la duda de que, al margen del color de las banderas, las condiciones de vida entre ellos son idénticas, que la explotación es la misma, que ambos son la carne de cañón de sus respectivas burguesías. Y que cuando la refriega acabe y llegue el acuerdo, la burguesía victoriosa representará a la totalidad de explotadores.
En la batalla ideológica, los crápulas “occidentales” (con toda su la comitiva de profesores, expertos, periodistas, amén de sus organizaciones no gubernamentales) quieren hacernos creer que Putin es un chiflado con deseos de ser Zar, que la burguesía rusa no es tal sino “oligarcas” (como quien dice burgués de baja estopa) y Rusia un atavismo de tiempos ya pasados, con sus cúpulas doradas, banderas con águila y puertas gigantescas en los palacios. Nada más lejos de la realidad. Putin es un fiel y consciente heredero de Stalin y su régimen capitalista. Todos sus movimientos están orientados a convertir el capitalismo ruso en competitivo, con una sobreexplotación de la clase obrera en el suelo patrio, y la rapiña imperialista allí donde sea capaz de imponerse. Después del colapso de 1989 ha ido recomponiendo las piezas, hasta el punto al que ha podido, y lo ha hecho en consonancia con el capitalismo mundial. Para ello ha contado con las élites de la burguesía europea: si no, que le pregunten a los Schröder, Berlusconi, Fillon y tantos otros.
El ataque ruso a Ucrania está en la línea de dominio imperialista del capitalismo ruso, la misma que aplastó con sus tanques la revuelta en Berlín en 1953, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 o Afganistán en 1979. Recobrada su capacidad operativa ha intervenido en Georgia, Osetia, Siria, Kazajistán y en diversos lugares del mundo mediante fuerzas mercenarias. Es esta renovada capacidad de intervenir y competir con las burguesías occidentales lo que las tiene horrorizadas. Y lo hace con las mismas armas que ellos: guerra imperialista para garantizarse los suministros en materias primas y minerales necesarios y una acrecentada voluntad de incremento de plusvalía a todo desdichado que caiga en sus manos, esté en el país que esté. Eso sí, ahora quiere competir si es necesario en el mismo patio de las burguesías europeas. Mientras los cazas rusos bombardeaban las posiciones de los aliados occidentales en Siria, nada parecía ocurrir. Ahora, el rugido de sus motores les recuerda que su botín no está a buen recaudo, y que en la nueva situación mundial son codiciados por diferentes países capitalistas.
En una ironía de la historia, a la que desde Hegel sabemos cuánto le gustan estos juegos, el antiguo jefe de filas ha pasado a ser subordinado, y el lacayo de antaño jefe de filas. Las nuevas hechuras imperialistas rusas serían difíciles de sostener sin todo el apoyo brindado por China. Quienes se quedan en la superficie de los fenómenos políticos no están en condiciones de entender la naturaleza del capitalismo como una relación social abstracta: el capitalismo chino necesitó del apoyo americano en las décadas de los 70 y 80 del siglo XX para zafarse de la opresión del capitalismo ruso, sin importarle las “diferencias políticas”. Ahora el capitalismo chino le presta a su antiguo opresor ruso la ayuda para independizarse de los capitales occidentales. Lo esencial en todo ello, lo que verdaderamente se juega, es que el capitalismo va a continuar perpetuándose sin importarle un pepino las formas políticas, esa cáscara de nuez solo útil para el juego ideológico.
En nuestra declaración anterior decíamos:
El desarrollo del capitalismo implica, por un lado, la contradicción entre la necesidad de explotar trabajo y la necesidad de expulsarlo con nuevas tecnologías, que lo introduce en una crisis económica perenne, de agotamiento de su propio mecanismo para producir riqueza en los términos de la mercancía. Por otro lado, ese mismo desarrollo hace cada vez más dudosa la capacidad de una potencia capitalista para mantener su hegemonía sobre el resto o, siquiera, sobre un bloque estable y robusto, al mismo tiempo que impulsa a los distintos países a pugnar entre sí por convertirse en potencias regionales.
En este periodo histórico que vivimos, que nosotros consideramos de bisagra, estamos abocados a padecer el creciente enfrentamiento imperialista por todo el mundo, y a agravarse, si es posible más todavía, las condiciones de vida de la clase obrera mundial. Esto es cuanto el capitalismo es capaz de ofrecer a la humanidad.
La resolución inmediata del conflicto se resolverá con una negociación, siempre bajo la amenaza de nuevas reanudaciones bélicas. La propia complejidad y entrelazamiento de la economía capitalista mundial hará que el conjunto de las sanciones impuestas por la UE y EEUU parezca un chiste. No pueden castigar a Rusia sin castigarse, de pasada, ellos mismos. Es esta sensación de impotencia y frustración la que recorre a toda la clase política europea.
Pero no nos olvidamos. La canalla uniformada rusa está bombardeando ciudades, calles. Miles de personas huyendo de sus casas para salvar la vida. En el horizonte de todo esto están las negociaciones entre los dos gobiernos. Los trabajadores ucranianos y rusos no tienen nada que ganar en todo esto, y aunque estamos lejos de una situación donde la clase tenga claridad respecto a sus propios intereses, es importante señalar las manifestaciones que se dieron por toda Rusia ayer contra la guerra y que han dejado 1.800 detenidos. Que sea la clase obrera rusa la que impida que sus soldados salgan de Rusia, que sean los trabajadores ucranianos quienes tomen las riendas del país. Que se despojen de cualquier tentación nacionalista. ¡Abajo rusos y ucranianos! ¡Viva la acción conjunta del proletariado!
Desde 1914 los trabajadores del mundo entero solo pueden enarbolar una bandera: la del derrotismo revolucionario. Contra las guerras imperialistas, la necesidad de abatir en primer lugar a la propia burguesía. La solidaridad internacional entre los trabajadores. No hay otra tarea, por ingente y alejada que esté en este momento, que abatir las relaciones sociales capitalistas. Cualquier otra salida es un remedo a la situación presente.
Contra quienes enarbolan la bandera de la paz en las condiciones sociales actuales, les decimos que es perpetuar las condiciones de la guerra y la explotación. Es continuar con la degradación del capitalismo mundial. Contrariamente a esta visión de convivencia pacífica en el capitalismo, levantamos la bandera de ¡clase contra clase, explotados contra explotadores, comunismo contra capitalismo, revolución contra reacción!
Barbaria somos una pequeña agrupación sin capacidad de influir en la lucha de los acontecimientos. Pero estamos profundamente comprometidos con los proletarios que en este momento padecen el fuego y la metralla de dos ejércitos en combate. Nuestro pensamiento y corazón está con todos ellos.