Extraído de Proletarixs en Revuelta (Autor Anónimo)
«El mismo Marx señaló que el sistema abstracto del desarrollo capitalista no bastaba para hacer ninguna predicción acerca del mundo real. Todas las crisis en el capitalismo deben ser explicadas a partir de las condiciones dadas, empíricas, “a partir del movimiento real de la producción, de la competencia y del crédito capitalista”. El análisis en términos del concepto de valor del desarrollo capitalista postula “la posibilidad de crisis por una simple consideración de la naturaleza general del Capital, sin considerar las relaciones reales y adicionales que forman las condiciones del proceso de producción real”».
(Paul Mattick, “Marx y Keynes”, 1969)“El movimiento actual de la sociedad en general (hablamos del mundo entero) tiende a una descomposición de las tradicionales formas de dominación burguesa.
La paz social auspiciada por el crédito y el consumo de las últimas décadas hace tiempo que se ha visto quebrantada; el proletariado en distintas partes del globo ha ido accionando con fuerzas y debilidades, manifestándose en contra de sus condiciones de explotación, miseria y exclusión.[…] La descomposición social del capitalismo llevará necesariamente a un enfrentamiento entre el proletariado y el Estado.
[…] Esta re-estructuración capitalista (que lleva a una movilización de todas las capas de la sociedad) siempre se hace a costa del proletariado y éste por débil que sea subjetivamente en su fase actual, no lo dejará sin pelear en defensa de sus vidas”.
(Periódico ‘Anarquía y Comunismo’ Nº3, “La vieja y olvidada lucha de clases”, 2015
Al parecer, la crisis capitalista comienza por fin a reventar. Lo trágico para nosotrxs, es que revienta en nuestras caras. Y es que, si bien la crisis era una especie de lugar común para lxs entendidxs en economía capitalista que solo confirmaba la existencia de sus propios límites y su estado de descomposición, hoy se nos presenta sobrepasando cualquier lección que se pudiera sacar de sus manuales, haciendo a todo el mundo cuestionarse sobre su propia época histórica ¿será una crisis pasajera o será acaso el principio del fin? ¿Podrá la humanidad sobreponerse a los números económicos e imponer sus necesidades, o se prestará nuevamente como carne de cañón para la reestructuración del mercado?
Según vemos, y como siempre, son muchas las preguntas y pocas las respuestas.
Para empezar, la crisis de valor propiamente dicha se veía venir desde hace ya bastantes años y, como decíamos, se había convertido en una amenaza constante, incluso se podría decir que ésta nunca se fue desde que en 2008 explotara bajo la famosa crisis de Lehman Brothers. Desde ahí en adelante los economistas no han dejado de lamentarse y convivir con el lento crecimiento económico. Y si bien hace ya un tiempo se hablaba de su importante profundidad histórica, su forma de presentarse en la realidad diaria no fue sino la misma con la que fue desplegado todo el aparato militar de los Estados hasta el día de hoy, de una forma solapada y subterránea solo perceptible para lxs más críticxs o paranoicxs, como una normalidad impuesta a fuerza de pura costumbre. De la misma forma como la guerra mundial permanente, el despliegue terrorista del imperialismo económico, se impuso como una normalidad en la guerra al terrorismo en sus versiones Al Qaeda e Isis. Y así la guerra en Siria, lxs miles de refugiadxs que escaparon hacia el viejo continente, el Brexit y los descalabros de la guerra comercial que al tiempo provocó el ascenso de la economía China. El desarrollo productivo de esta última en cuanto a tecnología y a su ejército de proletarixs asalariadxs terminó de trastocar el “turbulento” panorama mundial, su mapa comercial y las viejas alianzas de la burguesía, a la vez que aceleró la volatilidad económica por la invasión de sus baratijas.
Todo esto se mostraba posible y próximo, pues como dice la vieja teoría marxista, solo el trabajo vivo crea valor; solo con relación a éste puede desplegarse el crédito y el capital financiero, y dado que la competencia capitalista expulsa de su seno a una siempre creciente masa de proletarixs remplazándolos por máquinas, era solo cosa de tiempo para que este sistema social se mostrara insostenible e incapaz de mantener las ganancias de la clase dominante. Las mieles del capitalismo parecían cada vez solo una rancia e insípida sustancia artificial.
En medio de este panorama (y aunque no se viera venir, dada la normalización cotidiana de la catástrofe) fue tomando fuerza la revuelta en Irán, Francia y China, pasó por Ecuador y terminó por reventar en este país en octubre pasado, salpicando por todos lados la miseria acumulada bajo la burbuja crediticia. En nuestro caso, se expresó como una fértil y alegre primavera que se extendió hasta el verano; llena de esperanzas y fraternidad, tanta que no dejaba de atemorizar el solo imaginar como se cobrarían aquellos hermosos actos de soberbia e irrespetuosidad proletaria sobre un futuro deplorable; desde ahí entendimos que efectivamente ya no había vuelta atrás. Los meses que siguieron y la vuelta en marzo no dejó de afirmar nuestra comprensión, sobre todo con las caóticas manifestaciones desde el Partido del Orden y su incapacidad de encuadrar el proceso.
O así lo pensábamos. Tras la segunda semana de marzo donde el proletariado realizó una importante demostración de fuerzas, el Estado juega su as bajo la manga declarando el Estado de catástrofe y luego el toque de queda. Si bien la posible llegada de la pandemia al país era ya sabida desde finales de 2019, el Gobierno de Piñera, abalado por todo su set de coalición y oposición, optó criminal y oportunistamente por poner manos en el asunto en marzo como respuesta a la coyuntura social, legitimando el despliegue policial y militar por todo el territorio bajo la excusa de su dictadura sanitaria.
Se puede pretender entender el fenómeno del coronavirus desde muchas perspectivas: como un arma biológica para eliminar proletarixs y así responder al siempre restringido requerimiento del capital de fuerza de trabajo; como una forma de enfrentar el problema mundial de las pensiones o como una forma directa de contra revolución y de justificación del terrorismo estatal. También podemos simplemente comprenderlo como un “accidente natural” (aprovechado eso sí en la medida de sus posibilidades por el Capital mundial) de la desastrosa e insalubre competencia mercantil (con sus tráficos humanos, animales y biológicos en general), y probablemente todas tengan una cuota de razón. Aún así, todas ellas chocan directamente con un solo límite: sus profundas y negativas consecuencias sobre la economía capitalista; y es que algo queda claro, el coronavirus no es una respuesta a la crisis, sino su consecuencia. El aislamiento y distanciamiento social en tanto fenómeno mundial es algo que ni el tele trabajo ni un aumento en la explotación dentro de los sectores que aún se mantienen productivos pueden compensar: la baja en la circulación, la quiebra de amplios sectores de pequeña y mediana empresa, el aumento explosivo del desempleo, entre otros, no son cosas que ningún Estado pueda planear, ni mucho menos sopesar cuando la mayoría de ellos optan por créditos billonarios que difícilmente puedan ser pagados en sintonía.
El coronavirus ha llevado la crisis capitalista a un nivel que la ciencia económica es incapaz de resolver por sí sola y en ese sentido la teoría de Marx acerca de los límites económicos no solo no se equivocó, sino que incluso -y lamentablemente- no pudo advertir la dantesca magnitud de su catástrofe[1].
Pero los capitalistas del mundo, aunque este sea un contexto desconocido, saben de contra tendencias y de la inevitabilidad del ciclo económico a la crisis, y en ese sentido saben -por lo menos en teoría- qué medidas aplicar para sopesar el descalabro económico y, por otro lado, saben también de la gravedad del asunto. Desde la crítica a la economía política se han identificado siempre 3 contra tendencias principales y, aunque como dice la cita inicial, no bastan para predecir ninguna cosa, vale la pena tenerlas en cuenta:
- La reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción de la clase trabajadora, o lo que es igual, el salario.
- La destrucción de fuerzas productivas: eliminación de proletarixs.
- Compensar la caída del plusvalor individual con el aumento de los volúmenes de valor, lo que significa expansión del mercado.
Estas 3 contra tendencias se evidenciaron claramente en las guerras mundiales con su enorme genocidio y el lucrativo efecto sobre la industria armamentista y la reconstrucción; en el papel no sería irracional pensar una posibilidad parecida para la realidad actual. Pero los tiempos “cambian”, y si los efectos de la crisis no pudieron ser previstos en su magnitud por el cálculo teórico, posiblemente tampoco se demuestren suficientes para el próximo intento de los capitalistas por salvar sus pellejos: se podría casi asegurar que el capital mundial jugará sus cartas sin pudor para poder reestructurar su orden económico, y en ese proceso obviamente aumentará la explotación, eliminarán proletarixs y buscarán fuentes de capital fresco para explotar, lo que es difícil imaginar es en qué grado. Es posible leer señales al respecto en el conflicto Colombia-Venezuela, la puesta de precio a las cabezas del Estado bolivariano y la respuesta de Irán poniéndole precio a la cabeza de Trump, o en la hace rato clara intención de lxs capitalistas de explotar el Amazonas (recordemos el proyecto IIRSA y la tendencia que representa Bolsonaro en Brasil)[2].
Aún así, nos es difícil pensar en una salida imperialista siguiendo el patrón de las dos primeras guerras mundiales y, dada las características de la forma en que se ha impuesto el despotismo capitalista en las últimas dos décadas[3], no podemos dejar de pensar en una forma parecida de imponer la guerra mundial, como una forma extrema y militar de control social cotidiano que contenga la respuesta proletaria a la profundización de la explotación y la miseria, y como forma de permitir el acceso al saqueo indiscriminado de las zonas vírgenes del planeta. Nos es difícil pensar en otra opción, pero no quita su posibilidad siempre latente.
Sea como sea, todo esto solo es una razón más para seguir luchando. El proletariado está condenado a luchar y enfrentarse al Estado y no tiene elección al respecto. Lo hará de manera digna, preparada y consciente o lo hará por hambre. Lo que puede elegir es no agachar la cabeza y buscar la victoria si se lo propone (esto lo vimos con nuestros propios ojos en nuestra revuelta e incipiente revolución). El capitalismo mundial puede jugar sus cartas, pero nadie le garantiza que le resulten pues su estado es grave y lxs proletarixs en los mismos países imperialistas y alrededor del mundo no se la darán fácil; el proletariado puede hacer la revolución mundial también si las posibilidades se le presentan[4].
Pero para todo esto debe comprender la urgencia de sus tareas, debe comprender que la destrucción del capitalismo no es una utopía o una consigna sino una necesidad. Romper con la política de las migajas y las demandas sociales para preparar el terreno para la lucha real y directa. Debe comprender que su fenómeno es internacional y de clase y que su compromiso es también en contra de sus propios Estados y contra cualquiera, por más izquierdista que se presente. Esto es lo que llamamos el programa proletario y es la única garantía de no caer en las trampas del enemigo que se presentarán siempre en la defensa nacionalista o de algún bloque burgués con capa colorada (por ejemplo, el caso de Venezuela con sus alianzas rusas y chinas).
El capitalismo está en crisis y querrá superarla por todos los medios a costa nuestra. Dependerá de nosotrxs dejar un mundo peor al que conocimos o formar parte de los primeros golpes mortales a este sistema de muerte.
A construir poder territorial, a desplegar la solidaridad y las redes comunitarias; el comunismo es una realidad presente en el seno de la catástrofe capitalista y solo en la medida en que se fortalezca podremos dejar atrás toda la vieja mierda acumulada por años y siglos. Ahora más que nunca es necesario extender la comunidad de lucha internacional contra el capitalismo genocida.
¡A construir la alternativa proletaria!
¡Vivir sin capitalismo es posible!
¡Vamos hacia la vida!
Notas:
[1] Aún así, podemos leer dentro del análisis marxiano un intento por comprender la economía desde esta visión más compleja y total. Al respecto resulta interesante la visión que hemos leído en el apartado Virus y Concepción materialista de Rolando Astarita, u otros aportes compañeros; si bien este intento de comprensión orgánica ha existido, el COVID-19 ha llevado a este análisis y al económico clásico de la crisis a un nivel hasta ahora no muy conocido.
[2] Cuando estamos terminando de escribir esto nos han llegado noticias de la movilización de tropas por parte del Estado venezolano a la frontera colombiana, a su vez que se anuncia una supuesta “destitución” de Bolsonaro por parte de los mandos militares, todas noticias en desarrollo.
[3] El control social cada vez más extremo, el despliegue policial y militar (recordemos las ya viejas alianzas y ejercicios militares del ejército de EE.UU. en Colombia y en este país, con su base militar en Con-con y el adiestramiento criminal del Comando Jungla en Colombia) y la inseguridad laboral con la excusa de la independencia y la “pequeña empresa”.
[4] Obviamente, cuando hablamos de revolución no hablamos de ella en el sentido del purismo ideológico; cuando nos referimos al concepto de revolución nos referimos a la cuestión práctica del trastrocamiento radical de la estructura dominante. El proletariado ha vivido varias revoluciones sin por eso haber llegado a eliminar el capitalismo, pero si han puesto en cuestión todo su orden y han representado una reorganización total de las estructuras sociales. Cuando hablamos de la revolución actual lo hablamos en estos mismos términos y así se ha demostrado con el tiempo, efectivamente ya no hay vuelta atrás y nada será como antes, lo que no sabemos es su resultado.