Otra vez la coyuntura. Interludios entre la desobediencia y la acción transformadora
Hace 100 años, interpelados por el desenlace de la guerra civil que decidiría los destinos de la república de los soviets en Rusia, personajes legendarios como Lenin, Kautsky y Trotsky darán lugar a un emblemático debate sobre el poder, la democracia y la dictadura en un proceso revolucionario. En el contexto de dicho intercambio, Kautsky le pregunta a Trotsky si se atrevería “a subir en una locomotora y ponerla en marcha, confiando en que durante el viaje aprendería a conducirla”, una pregunta retórica sin otro objetivo que advertirle que: “…antes de ponerse a dirigir una locomotora hay que saber manejarla. Antes de hacerse cargo de la producción, el proletariado necesita capacitarse para dirigirla. La producción económica no tolera ninguna paralización, ninguna interrupción…”.
Algunos meses más tarde, Trotsky le responderá en los siguientes términos: “Nadie ha aprendido a conducir una locomotora sin moverse de su despacho… nadie deja elegir al proletariado entre montar a caballo o no montar, entre conquistar el poder inmediatamente o dejarlo para más tarde”
Hoy por hoy, al otro lado del mundo, en un territorio aún más alejado que Rusia del suelo histórico europeo, la coyuntura se impone y obliga a las y los proletarios a hacerse cargo de sus destinos para poner en jaque el modelo económico que les condena y asola. Chile, emblema mundial del neoliberalismo y de la así llamada “paz social”, de la democracia y los éxitos del mercado autorregulado, ve cómo se desgarran esos velos de colores exitistas que ocultaban las marcadas desigualdades económicas, la frustración política y el endeudamiento. Una población anquilosada en la impotencia de ver cómo las alternativas se agotaban, decide salir a las calles, encontrarse y con una sola voz gritar que han aguantado demasiado, que en las condiciones actuales ya no se puede vivir en paz.
El proceso soviético sigue siendo una referencia obligada para pensar la transformación radical de la sociedad, pero no se puede soslayar los significativos cambios que ha experimentado el capitalismo a la fecha. Desde luego que es la misma sociedad productora de mercancías que hace 200 años, operando con el mismo trasfondo en todo el orbe, pero es en la misma coyuntura de la revuelta que esos cambios se dejan sentir. Ciertamente, a medida que se extiende la protesta, los saqueos y la contestación a los efectos de la represión, la preocupación por asegurar la producción y circulación de suministros vitales (agua, alimentos, energía), comienzan acosar a las consciencias menos desprevenidas los fantasmas de la deslocalización industrial, la tercerización de servicios, la automatización, la digitalización y la logística. Tal vez sea fácil especular sobre el bloqueo de la ruta de la locomotora, pero los requisitos para conducirla plantean nuevos problemas.
Sea como sea, a pesar de los militares en las calles, de las noticias sobre torturas, desapariciones y asesinatos, del pánico sobre turbas saqueando lo que encuentran a su paso y de una amenaza solapada de desabastecimiento, las demostraciones en calles y avenidas suman cada día más participantes, alcanzando a más de un millón este sábado 25 en el centro de Santiago. Las multitudes congregadas han desobedecido el toque de queda y no se han conformado con las irrisorias medidas anunciadas por el presidente, dramáticamente desconectadas de un malestar que alcanza a las bases del sistema. Pobladores, estudiantes, profesores, trabajadores portuarios, activistas de diversas corrientes, entre otros, comienzan a reunirse y organizarse para afrontar los próximos días y no permitir que las vidas perdidas sean en vano. Al principio las redes sociales posibilitaron la información, la coordinación, la convocatoria, el anuncio de que había llegado el momento de levantarse contra el modelo y transformar la desobediencia en acción transformadora. A partir de ahí se extendió por todo el país la noticia, potenciada en la ambivalencia de la transmisión de la protesta y la propagación del terror operada por la prensa.
De la desobediencia de algunos a la movilización de muchos
Si bien se ha destacado la espontaneidad de las manifestaciones y de la creciente convocatoria entre la población, no es posible desconocer que, tal como viene sucediendo desde el 2000 en adelante y más propiamente desde 2006, son específicamente las y los adolescentes quienes han organizado el malestar de cara a las fisuras del sistema imperante. En efecto, al igual que en 2006 con la así llamada “revolución pingüina” – que marca en Chile la emergencia en el espacio público del cuestionamiento al modelo educativo –, las y los estudiantes secundarios de liceos municipales (públicos)[1] fueron quienes difundieron el llamado a la desobediencia civil, reivindicado formalmente por colectivos y estudiantes asociados a la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (CoNES)[2].
En 2006 la sociedad chilena se vio sorprendida con la irrupción de los adolescentes y jóvenes en el escenario político del país, básicamente porque era de quienes menos se esperaba expresiones públicas y colectivas que canalizasen el alto grado de malestar social. Y si bien dicha coyuntura parecía circunscribirse al malestar respecto del sistema educativo heredado de la dictadura militar, paulatinamente derivó en el cuestionamiento al modelo económico en su conjunto, constituyéndose así en un precedente clave de la serie de movilizaciones que fueron incubando el estallido social de 2019. Efectivamente, durante el presente año los estudiantes secundarios han paralizado sus actividades y protagonizado manifestaciones que van desde la exigencia de la estatización de la educación a la implementación de protocolos sobre violencia de género y reformas curriculares. Se les ha criminalizado y castigado en consecuencia, lo que sin duda ha reforzado su rabia y su descontento.
Ahora bien, no deja de ser relevante pensar porqué son los estudiantes secundarios de liceos municipales quienes han catalizado el malestar y la demanda social. En ese sentido, las consignas que han circulado desde el 14 de octubre de 2019, cuando se supo de los primeros llamados a evadir el pago de la tarifa del metro, son ilustrativas: “Nosotros aguantamos los palos para que a usted no le falte para el pan, pase no más, hoy el metro es gratis”. Una y otra vez, porfiadamente, las y los estudiantes secundarios de liceos municipales desnudan aquello que todos tratan de morigerar: esta vida, no es vivible. Ponen el cuerpo, porque como ningún otro actor, pueden mirar descarnadamente el futuro que se les ofrece. Habitan ese momento vital donde son puestos a optar, donde las alternativas no son felices.
“¡Evade!” parece ser la continuación por otros medios del “No estoy ni ahí” de muchos de los padres de los secundarios, esa generación criada en dictadura que subsistía relativamente paralizada en un malestar sin vía de escape, en el conformismo y frustración de no tener más que aceptar la rutina. “¡Evade!” es un llamado derivado de la práctica cotidiana de sublevarse contra las coerciones económicas empotradas a tecnologías como el metro o los buses del Transantiago. Saltarse el torniquete en grupo, en el metro o en los buses, no pagar más por un servicio que ya no da abasto, es también ocupar la arteria de una rutina diaria que ni siquiera permite vislumbrar un futuro digno de ser vivido, más aún cuando su costo mensual por persona supera el 10% del sueldo mínimo. No fue el alza del precio del metro el detonante del “estallido social” sino que todos esos descontentos que se articulan en la experiencia de evadir: la miseria de un destino laboral coronado por el flagelo del sistema de pensiones, el reconocimiento de los estigmas de género, raza y clase que segregan y postergan a la mayoría, el cansancio de tolerar un orden político gobernado a capricho por el mercado y sus castas.
Para comprender la génesis del estallido social de octubre es insoslayable considerar la injerencia de iniciativas como la coordinadora “No más AFP”, el paro de los trabajadores portuarios a fines de 2018, las masivas movilizaciones convocadas por la coordinadora feminista 8M y el movimiento de oposición al tratado transpacífico, mejor conocido como TPP-11. También se puede incluir la difusión de las luchas por la usurpación del agua y de los territorios, la arrogancia e insensibilidad de las autoridades de gobierno respecto de la carestía de la vida y condiciones estructurales como las deficiencias y saturación del sistema de salud pública. Sin embargo, en lo que cabe focalizarse es en el momento en que dichas iniciativas convergen y cristalizan en la propagación del llamado a ocupar las calles y su posterior legitimación entre el grueso de la población. Es el momento excepcional en el que personas de diferentes edades, oficios y ciudades se comienzan a reconocer en la protesta que inunda las calles.
Escalas y escalada del descontento
A partir de las conversaciones con diferentes personas que han participado de las recientes demostraciones en ciudades como Santiago y Valparaíso, se puede colegir que la mayoría atribuye al uso de redes sociales como Twitter, Facebook, Instragram o Whatsapp la difusión, propagación y coordinación de las movilizaciones a través de todo el país. Por otro lado, no se puede perder de vista que la connotación de muchas de las consignas, convocatorias, denuncias, declaraciones y campañas impulsadas durante estas jornadas, son tributarias de los registros audiovisuales difundidos a través de las redes sociales, las cuales han operado como canales alternativos de información sobre lo que va sucediendo: notificación de detenciones, abusos, situación en barrios y ciudades, anuncios de actividades, asambleas y marchas, entre otros. En general, estas redes han operado a diferentes escalas, ya sea como redes de amigos, compañeros de trabajo o estudios, o como redes de comunicación de alcance público, tales como cuentas de Twitter y Facebook asociadas a colectivos o medios de comunicación.
Así, no cabe duda de que estas plataformas digitales se han constituido en el medio fundamental para la propagación de la protesta y la agitación social. No obstante, no resulta adecuado señalar que estamos ante el quid del asunto. Como se ha señalado, las jornadas de octubre de 2019 pueden ser comprendidas como el punto de ebullición de algo así como un proceso de “acumulación de movilizaciones”, tal vez separadas en sus motivaciones pero enlazadas en la multidimensionalidad del descontento. No es casualidad que la mayoría de las consignas que se han podido leer en las manifestaciones apunten a la impugnación generalizada del sistema, sugiriendo de son tantos los motivos para protestar que cuesta decidir por cual empezar.
Las organizaciones sociales han convocado reuniones con el objetivo de coordinar acciones a distintas escalas territoriales: nacional, comunal y barrial. No siempre han coincidido en el tenor de sus declaraciones, yendo de la demanda de reformas puntuales a la aseveración del colapso del sistema político y económico, pero sí han logrado cierta articulación estratégica enfocada hacia urgencias inmediatas tales como la exigencia del fin del estado de excepción, la denuncia de los abusos perpetrados por las fuerzas del orden y el llamado a la población a desconfiar de los medios oficiales y encontrarse con sus vecinos. Los ejemplos de instancias de coordinación territorial a lo largo del país son muchos. Entre estas se puede encontrar a los Cordones Comunitarios de Valparaíso (CCV), iniciativa donde convergen clubes deportivos, juntas de vecinos, cooperativas, espacios comunitarios, entre otros. Los CCV han difundido un comunicado cuya principal consigna es la convocatoria a una asamblea constituyente, como así también han organizado y coordinado diversos tipos de actividades en los distintos barrios de la ciudad, no restringiéndose así a la participación en marchas.
A escala nacional la iniciativa que ha intentado canalizar la protesta y la agitación social es la “Mesa de la unidad social”, instancia que aúna a entidades como la Central Unitaria de Trabajadores, la Coordinadora No Más AFP, la Asociación Nacional Empleados Fiscales, la Confederación Coordinadora de Sindicatos del Comercio y Servicios Financieros, el Colegio de Profesores, entre otras federaciones de trabajadores, y a la cual adhieren organizaciones estudiantiles como la CONES y la CONFECH, además de contar con el apoyo de representantes y parlamentarios del Frente Amplio y del Partido Comunista de Chile. Desde la mesa social se ha convocado abiertamente a la “huelga general” y se han presentado demandas concretas, tales como: fin al estado de emergencia, nuevo sistema de pensiones que garantice dignidad plena, salarios dignos, que superen la línea de la pobreza, y que sea en el marco de las 40 horas semanales, nueva constitución política, vía asamblea constituyente, el congelamiento de proyectos de ley que sólo favorecen a los más ricos, entre otros.
La “Mesa de la unidad social” ha proclamado el carácter ciudadano de sus propuestas, convocando a marchas pacíficas enfocadas a no claudicar ante las incitaciones del gobierno a deponer las movilizaciones, a coordinar la protesta a escala nacional, a masificar las convocatorias y enfocarlas hacia el logro de las demandas manifestadas por las diversas entidades movilizadas. Para los próximos días se han agendado marchas convocadas en nombre de las demandas concretas identificadas por la coordinadora: salud, AFP, impuesto específico, no más TAG y educación digna. Se trata de convocatorias difundidas a través de Twitter o Facebook, tal vez no las únicas ni tampoco excluyentes de otras actividades, tales como el llamado a participar en cabildos barriales y territoriales.
Las dinámicas seguidas en las calles han dependido en gran medida de factores como el día y la hora de la convocatoria, así como del nivel de provocación instigado por la presencia de las fuerzas militares y policiales. No obstante, ha sorprendido la participación de personas de diversas edades, quienes se han tomado el espacio para demostrar los motivos de su descontento y encontrarse con los diversos modos de expresarlo. Comparsas, conciertos, performances, ollas comunes, asambleas o el simple y nudo encuentro azaroso con los demás: esas son las lógicas de una movilización que más allá de los saqueos y las barricadas, vive la jovialidad de encontrarse en las calles a desobedecer la receta alguna vez naturalizada.
por Algunxs compañerxs en Chile
Chile, 29 de octubre de 2019
Notas:
[1] Cabe mencionar que en Chile, por diversos motivos, se ha ido instalando la distinción entre liceos municipalizados de enseñanza secundaria denominados “emblemáticos” y aquellos que simplemente no lo son. La categoría de “liceo emblemático” viene dada básicamente por constituir establecimientos educacionales con una larga tradición y, en muchos casos, con una fuerte impronta de formación de cuadros políticos. Asimismo, dentro de los colegios municipalizados, estos liceos tienen una mejor calidad educativa, lo que hace que tengan una demanda importante. Esta distinción también se expresa en términos espaciales y socioeconómicos. Estos liceos están ubicados en las comunas centrales de la Región Metropolitana y la mayor parte de las y los estudiantes que acceden a estos pertenece a los sectores medios. En contraste está la mayor parte de los establecimientos municipalizados ubicados en comunas de la periferia de la capital, que generalmente corresponden a zonas de bajos recursos. Debido a la municipalización de la educación, los liceos que corresponden a comunas pobres también reciben recursos limitados para su implementación. Esta distinción entre liceos emblemáticos y el resto, también se ha expresado en las formas organizativas del estudiantado de enseñanza secundario. En general, los “liceos emblemáticos” han respondido más a afiliaciones partidarias, a organizaciones más jerarquizadas y a acciones tendientes a establecer negociaciones y consensos con las autoridades. En cambio, en los liceos municipales de sectores populares las organizaciones estudiantiles han privilegiado formas organizativas no jerárquicas y han propiciado la “acción directa” y la idea de “tomarse la calle”.
[2] Durante 2006, esta coordinadora se distinguió de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) por convocar a estudiantes de colegios municipales (públicos) ubicados en la periferia y/o en regiones, cuyos dirigentes/voceras/os no estaban asociados a los partidos de la Concertación de Partidos por la Democracia –como si sucedía en la ACES- y que presentaba prácticas de acción política más radicales, asociadas a la acción directa.