1937; El fascismo de Moscú en España
El 17 de mayo de 1937 la C.N.T.-F.A.I. de Barcelona emitía la siguiente orden: «¡Las barricadas deben ser retiradas! Las horas de crisis han pasado. Hay que restablecer la calma. Pero están circulando rumores por la ciudad que contradicen los informes de una vuelta a la normalidad como la que ahora estamos ordenando. Las barricadas están contribuyendo a esa confusión. Ya no necesitamos las barricadas ahora que la lucha ha acabado. Las barricadas no tienen objeto ahora, y la continuación de su existencia puede dar la impresión de que deseamos volver al anterior estado de cosas —y eso no es verdad. Camaradas, cooperemos en el total restablecimiento de la vida civil normal. Todo lo que la impide volver a la normalidad debe desaparecer.»
Y entonces comenzó la vida normal es decir, el terror de los fascistas de Moscú. El asesinato y el apresamiento de los obreros revolucionarios. El desarme de las fuerzas revolucionarias, el silenciamiento de sus periódicos, emisoras, la eliminación de todos los puestos que habían alcanzado con anterioridad. La contrarrevolución triunfaba en Cataluña, donde, como aseguraban a menudo los líderes anarquistas y del POUM, se avanzaba hacia el Socialismo. Las fuerzas contrarrevolucionarias del Frente Popular fueron bien acogidas por los líderes anarquistas. Las víctimas aclamaban a sus verdugos. «Cuando hubo un intento de hallar una solución y restablecer el orden en Barcelona», leímos en un boletín de la C.N.T.: «la C.N.T. y la F.A.I. fueron las primeras en ofrecer su colaboración, fueron las primeras en pedir el alto el fuego e intentar la pacificación de Barcelona. Cuando el Gobierno Central asumió el orden público, la C.N.T. estuvo entre las primeras organizaciones que pusieron a disposición de los representantes del orden público todas las fuerzas bajo su control. Cuando el Gobierno Central decidió enviar fuerzas armadas a Barcelona con el fin de controlar las fuerzas políticas que no obedecían a las autoridades públicas, la CNT fue una vez más la única en ordenar a todos los distritos facilitar el paso de aquellas fuerzas, para que pudieran llegar a Barcelona y restablecer el orden.»
Sí, la C.N.T. ha hecho todo lo posible para ayudar a la contrarrevolución del Gobierno de Valencia en Barcelona. Los obreros detenidos pueden agradecer a sus líderes anarquistas su apresamiento, que conduce a los pelotones de fusilamiento de los fascistas de Moscú. Los obreros muertos son apartados de en medio junto con las barricadas; son silenciados para que sus líderes puedan continuar hablando. ¡Qué excitación por parte de los neo-bolcheviques! “Moscú ha asesinado a trabajadores revolucionarios», gritaron. «Por primera vez en su historia, la Tercera Internacional está disparando desde el otro lado de las barricadas. Antes, solamente había traicionado la causa, pero ahora está combatiendo abiertamente contra el comunismo.» ¿Y qué esperaban de la Rusia capitalista de estado y de su Legión Extranjera estos airados vocingleros? ¿Ayuda para los trabajadores españoles? El capitalismo en todas sus formas tiene solamente una respuesta para los trabajadores que se oponen a la explotación: la muerte. Un frente unido con los socialistas o con los «comunistas» de partido es un frente unido con el capitalismo, que sólo puede ser un frente unido por el capitalismo. Es inútil regañar a Moscú, no tiene sentido criticar a los socialistas: ambos han de ser combatidos hasta el fin. Pero ahora, los trabajadores revolucionarios deben reconocer también que los líderes anarquistas, que también los «apparatchiks» de la C.N.T. y F.A.I. se oponen a los intereses de los trabajadores, pertenecen al bando enemigo. Unidos al capitalismo tenían que servir al capitalismo; y donde las frases no valían para nada, la traición se convirtió en el orden del día. Mañana pueden ser ellos quienes disparen contra los trabajadores rebeldes como disparan hoy los verdugos «comunistas» del cuartel «Karl Marx». La contrarrevolución se extiende desde Franco a Santillán.
Una vez más, como tan a menudo antes, los decepcionados trabajadores revolucionarios denuncian la cobardía de sus líderes, y buscan nuevos y mejores líderes para una organización mejorada. Los «Amigos de Durruti» rompen con los líderes corruptos de la C.N.T. y la F.A.I. con el fin de restaurar el anarquismo original, para salvaguardar el ideal, para mantener la tradición revolucionaria. Han aprendido algo, pero no lo suficiente. Los obreros del POUM están profundamente decepcionados de Gorkin, Nin y compañía. Esos leninistas no fueron suficientemente leninistas, y los miembros del partido buscan mejores Lenines. Han aprendido, pero muy poco. La tradición del pasado pesa como una losa en torno a su cuello. Con un cambio de hombres y una revitalización de la organización no hay bastante. Una revolución comunista no la hacen los líderes y las organizaciones; sino los trabajadores, la clase. Una vez más los trabajadores esperan cambios en el Frente Popular que puedan llevar hacia un giro revolucionario. Largo Caballero, descartado por Moscú, puede volver a hombros de los miembros de la U.G.T. que han aprendido y han visto la luz. Moscú, defraudada porque no encuentra la ayuda apropiada de las naciones democráticas, puede volverse otra vez radical. ¡Todo esto no tiene ningún sentido! Las fuerzas del «Frente Popular», Largo Caballero y Moscú, son incapaces, incluso aunque quisieran, de derrotar el capitalismo en España. Las fuerzas capitalistas no pueden tener una política socialista. El Frente Popular no es un mal menor para los trabajadores, es simplemente otra forma de la dictadura capitalista que se suma al fascismo. La lucha debe ser contra el capitalismo.
La actitud actual de la C.N.T. no es nueva. Hace pocos meses el presidente catalán, Companys, dijo que la C.N.T.: «no tiene la intención de perjudicar el régimen democrático en España, sino mantener la legalidad y el orden». Como las otras organizaciones antifascistas españolas, la C.N.T., no obstante su fraseología radical, ha limitado su lucha a la guerra contra Franco. El programa de colectivizaciones, en parte realizado por las necesidades de la guerra, no perjudica los principios capitalistas o al capitalismo como tal. En lo que alcanza el objetivo final declarado por la C.N.T., recuerda a alguna forma modificada de capitalismo de Estado en la que la burocracia sindical y sus filosóficos amigos anarquistas tendrían el poder. Pero incluso este objetivo era para un futuro lejano. No se dio ningún paso real en esa dirección, pues un paso real, incluso hacia un sistema de capitalismo de Estado habría significado el final del Frente Popular, habría significado las barricadas en Cataluña y una guerra civil en el seno de la guerra civil. La contradicción entre su «teoría» y su «práctica» la explicaban los anarquistas a la manera de los farsantes: «que la teoría es una cosa y la práctica otra, y que la segunda nunca es tan armónica como la primera». La C.N.T. se dio cuenta de que no tenía un plan real de reconstrucción de la sociedad, se daba cuenta, además, de que no tenía a las masas españolas tras ella, sino solamente una parte de los trabajadores en una parte del país, se daba cuenta de su debilidad nacional e internacional, y su frases radicales estaban destinadas a ocultar la total debilidad del movimiento en las condiciones creadas por la guerra civil.
Hay muchas excusas posibles para la posición adoptada por los anarquistas, pero no hay ninguna para su programa de falsificación que oscureció el movimiento obrero y favoreció a los fascistas de Moscú. Intentando hacer creer que el socialismo estaba funcionando en Cataluña y que ello era posible sin romper con el Gobierno del Frente Popular, demostraban hasta qué punto el fortalecimiento del Frente Popular era capaz de hacer cumplir sus dictados a los trabajadores anarquistas españoles. El anarquismo en España aceptaba una forma de fascismo, disfrazado como movimiento democrático para ayudar a aplastar al fascismo franquista. No es cierto, como los anarquistas actualmente intentan hacer creer a sus seguidores, que no había otra altemativa y que, por eso, cualquier crítica contra la C.N.T. es injustificada. Los anarquistas, que habrían intentado, después del 19 de julio de 1936 establecer el poder de los trabajadores en Cataluña, también podían haber intentado aplastar las fuerzas del Gobierno en Barcelona en mayo de 1937.
Podrían haber marchado tanto contra los fascistas franquistas, como contra los fascistas de Moscú. Muy probablemente habrían sido derrotados, posiblemente Franco habría vencido y habría destrozado a los anarquistas, así como a sus competidores del «Frente Popular». La abierta intervención de los capitalistas puede que se hubiera producido. Pero había también otra posibilidad, aunque mucho menos probable. Los obreros franceses podrían haber ido más allá de la simple declaración de huelga; su intervención podría haber llevado a una guerra en la que todas las potencias se hubieran visto involucradas. La lucha habría tomado, de una vez por todas, un claro cariz entre Capitalismo y Comunismo. Cuales quiera que hubieran sido los acontecimientos, una cosa es segura: las caóticas condiciones del mundo capitalista se habrían vuelto aún más caóticas. Y sin catástrofes ningún cambio es posible en la sociedad. Cualquier ataque real contra el sistema capitalista podría haber acelerado una reacción, pero la reacción se producirá de todos modos, aunque con algún retraso. Este retraso costará más vidas obreras que cualquier otro intento prematuro para aplastar el sistema de explotación. Pero un ataque real contra el capitalismo podría haber creado unas condiciones más favorables para la acción internacional por parte de la clase obrera, o podría haber llevado a una situación en que habría agudizado todas las contradicciones capitalistas y, de ese modo, acelerar el desarrollo histórico hacia la quiebra del capitalismo. En el principio está la acción. Pero la C.N.T., se nos ha dicho, sintió demasiada responsabilidad por la vida de los trabajadores. Quiso evitar un baño de sangre innecesario. ¡Qué cinismo! Más de un millón de personas han muerto ya en la guerra civil. Si, de todos modos se ha de morir, mejor sería hacerlo por una causa que valga la pena.
La lucha contra el capitalismo, esa lucha que la C.N.T. quería evitar, es inevitable. La revolución obrera debe ser radical desde el comienzo, o se perderá. Era necesaria la total expropiación de las clases propietarias, la eliminación de todo poder que no fuera el de los trabajadores armados, y la lucha contra los elementos opositores. Al no hacer eso, las jornadas de Mayo de Barcelona y la eliminación de los elementos revolucionarios en España eran inevitables. La C.N.T. no se planteó nunca la cuestión de la revolución desde el punto de vista de la clase trabajadora, sino que su principal preocupación ha sido siempre la organización. Intervenía en favor de los trabajadores y con la ayuda de los trabajadores, pero no estaba interesada en la iniciativa autónoma y en la acción de los trabajadores independientes de intereses organizativos. Lo que contaba no era la revolución, sino la C.N.T. Y desde el punto de vista de los intereses de la C.N.T. los anarquistas tenían que distinguir entre Fascismo y Capitalismo, entre la Guerra y la Paz. Desde ese punto de vista, se vio forzada a participar en políticas nacional-capitalistas y tuvo que pedir a los trabajadores que colaborasen con un enemigo con el fin de aplastar a otro, con el fin de ser más tarde aplastados por el primero. Las palabras radicales de los anarquistas no se pronunciaban para que fueran seguidas; simplemente servían como un instrumento para el control de los trabajadores por el aparato de la C.N.T.; «sin la C.N.T.», escribían orgullosos, «la España antifascista sería ingobernable». Querían participar en el gobierno y la dominación de los trabajadores. Sólo pedían su parte del botín, una vez que reconocieron que no podían obtenerlo entero para ellos mismos. Al igual que los bolcheviques, identificaban sus propias necesidades organizativas con las necesidades e intereses de la clase trabajadora. Lo que decidían era lo correcto, no había necesidad de que los trabajadores pensaran y decidieran por sí mismos, ya que eso sólo contribuiría a perturbar la lucha y a crear confusión; los trabajadores simplemente tenían que seguir a sus salvadores. No hubo ningún intento de organizar y consolidar el poder real de la clase obrera. La C.N.T. hablaba en anarcosindicalista y obraba como bolchevique; es decir, como capitalista. Con el fin de dirigir, o de participar en la dirección, tenía que oponerse a cualquier iniciativa autónoma de los trabajadores y así tuvo que apoyar la legalidad, el orden y el Gobierno.
Pero hubo otras organizaciones en liza, y no hay identidad de intereses entre ellas. Cada una lucha por la supremacía contra las otras, por obtener el dominio exclusivo sobre los trabajadores. La cuota de poder que cada una obtenga no acaba con la lucha entre ellas. A veces todas las organizaciones se ven obligadas a colaborar, pero es sólo una manera de posponer el ajuste de cuentas final. Un grupo debe tener el control. Mientras los anarquistas iban de «éxito en éxito», su posición se iba socavando y debilitando. La afirmación de la C.N.T. en el sentido de que no quería imponerse a las demás organizaciones, ni combatirlas, era en realidad una excusa para no ser atacada por las otras, era el reconocimiento de su debilidad. Al estar comprometida en la política capitalista junto con sus aliados del Frente Popular, dejó a las grandes masas la posibilidad de escoger a sus representantes de entre los elementos burgueses. El que más ofreciera, era el que tenía mayores posibilidades. El fascismo de Moscú se puso de moda incluso en Cataluña. Las masas vieron en el apoyo de Moscú la fuerza necesaria para deshacerse de Franco y de la guerra. Moscú y su gobierno del Frente Popular significaban el apoyo del capitalismo internacional. Moscú se hizo más influyente, pues las grandes masas de España aún estaban a favor de mantener la sociedad de la explotación. Y se afirmaron en esta actitud porque los anarquistas no hicieron nada para aclarar la situación; es decir, mostrar que la ayuda de Moscú no significaba más que luchar por un capitalismo que complacía a algunas potencias imperialistas, aunque contrariaba a otras.
Los anarquistas se convirtieron en propagandistas de la versión del fascismo de Moscú, en servidores de esos intereses capitalistas que se oponen a los planes actuales de Franco en España. La revolución se convirtió en el terreno de juego de los rivales imperialistas. Las masas tenían que morir sin saber por quien o para qué. La situación dejó de ser un asunto de los trabajadores. Y ahora, también ha dejado de ser un asunto de la C.N.T. La guerra puede finalizar en cualquier momento mediante un acuerdo entre las potencias imperialistas. Puede acabar con la victoria o la derrota de Franco. Este puede abandonar a Italia y Alemania y volverse hacia Francia e Inglaterra. O aquellos países pueden perder su interés por apoyar a Franco. La situación en España se puede ver decisivamente modificada por la guerra que se incuba en el Extremo Oriente. Hay otras muchas probabilidades que se suman a la más probable: la victoria del fascismo de Franco. Pero ocurra lo que ocurra, a menos que los trabajadores no levanten nuevas barricadas también contra los Leales, a menos que no ataquen realmente al capitalismo, cualquiera que sea el resultado de la lucha en España, no tendrá una real significación para la clase obrera, que continuará explotada y oprimida. Un cambio en la situación militar en España, podría forzar una vez más al fascismo de Moscú a ponerse el traje revolucionario. Pero desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores españoles, al igual que el de los trabajadores del mundo, no existe diferencia entre el fascismo de Franco y el de Moscú, por muchas que sean las diferencias existentes entre Franco y Moscú. Las barricadas, si se levantasen otra vez, no deberían ser retiradas. La consigna revolucionaria para España es: «Abajo los fascistas, y también los Leales». Por inútil que pueda resultar el intento de luchar por el comunismo, dada la situación mundial actual, sigue siendo el único camino para los trabajadores. «Más vale seguir un camino verdadero, aunque aparentemente inútil, que desgastar las energías en falsos caminos. Al menos, preservaremos nuestro sentido de la verdad, de la razón a toda costa, aunque sea a costa de su inutilidad».
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Publicado en inglés como «The Barricades Must Be Torn Down: Moscow-Fascism in Spain» en International Council Correspondence, vol. 3, nos. 7-8 (aug. 1937), p. 25-29.
Digitalizado por la Revista Balance. Transcrito en HTML por Jonas Holmgren en 2011.