Del nuevo número del Boletín «La Oveja Negra«…
«Ha hecho falta lo de Charlie para sentirnos unidos. Sigamos» se podía leer en el suelo de la plaza de la República en París cuando, el 11 de enero pasado, más de tres millones de ciudadanos nutrieron la marcha republicana. Es la unidad de los buenos e indignados ciudadanos con las autoridades de Estados asesinos: Merkel, Rajoy, Hollande, Netanyahu, Cameron… Es la unidad entre explotadores y explotados. El Estado refuerza el espectáculo democrático, defendiendo las tan cacareadas libertad e igualdad, «hay que luchar por nuestro modo de vida» dice Rajoy. Un modo de vida que fue impuesto a miles y miles de personas a través del terror y la guerra bajo el nombre de civilización. ¿Se refiere acaso al que impusieron a lo ancho y largo del globo gracias a los 70 millones de exterminados por la conquista y colonización de América? ¿O a los 5 millones de cadáveres producto de las Cruzadas? ¿O acaso a los 28 millones de capturados y muertos para esclavos en África? ¿O a los 23 mil muertos por intentar llegar a Europa en los últimos trece años? ¿O quizás a los 620 palestinos muertos en quince días por el Estado de Israel? Podríamos seguir, pero son sólo cifras en un papel, a eso han quedado reducidas las vidas de todos esos seres humanos.
Civilización y brutalidad, democracia y dictadura, guerra y paz; no son polos opuestos, es como el capitalismo funciona, alternándolos en el tiempo o aplicando uno para salvaguardar el otro. Sin remontarnos muchas décadas atrás podemos pensar en la década del 70: Francia —la capital mundial de la libertad y la república— fue quien formó a militares de América Latina y Estados Unidos en métodos utilizados en Argelia e Indochina. «Los militares franceses descubrieron que había que sacar información de la población. Esto demandaba la tortura. Luego, a los torturados los hacían desaparecer» se comenta en el documental Escuadrones de la muerte, la escuela francesa.
Y esa misma burguesía, una vez más, viene a defender “el valor preciado de la libertad” frente a la supuesta barbarie de unos pocos. Así propone, no una guerra entre religiones sino contra el terrorismo… ¿pero qué terrorismo? El de los supuestos autores de la masacre y sus inspiradores, a quienes nos presentan como nuestros adversarios, quienes en sus países también oprimen y explotan, ya no en nombre de la república o la democracia sino del profeta, presentando como adversarios no a los opresores sino a los herejes. Y como toda religión, presta argumentos a la defensa de los intereses de algún sector de la clase dominante, pasando de simple fe a fuerza material para mantener la normalidad capitalista. En el fondo, sea con un arma en una mano y en la otra la Biblia, la Torah o el Corán, todos comparten un mismo dios: el dinero.
Y eso es lo que Charlie Hebdo y sus sátiras civilizatorias ocultan. En la tapa de su nro. 1099 se puede leer: «Matanza en Egipto. El Corán es una mierda: no detiene las balas» con una persona masacrada detrás. No se trata de un chiste, sino de la banalización de la muerte. Y luego del atentado, en pleno desenfreno antiterrorista, un joven de 16 años fue arrestado en Francia por parodiar dicha tapa y publicarla en su cuenta de Facebook. Se trataba del mismo dibujo, sólo que el masacrado era un periodista y el título expresaba «Matanza en París. Charlie Hebdo es una mierda: no detiene las balas». Allí queda patente ¡para quienes aún no han querido verla! la hipocresía de los poderosos y su corte de imbéciles con sus lamentos sobre la libertad de expresión, la barbarie islámica, la democracia, los valores occidentales y quién sabe qué más.
Sin embargo, cuántos explotados salen en todo el mundo con su cartelito «Je suis Charlie» («Yo soy Charlie») o lo copian en su muro de Facebook, lo envían por email, o lo sienten en silencio en algún momento de la agotadora jornada laboral. Porque se identifican con sus verdugos y no con sus semejantes. La ideología de la competencia y el triunfo individual cagándose en el resto hace amar y querer ser el deportista millonario, la presidenta, el gobernador, el candidato opositor, el actor de la última película… e impide identificarse con el pibe que mata la policía, la mujer asesinada por su marido, el albañil que cae muerto trabajando, el inmigrante masacrado intentando cruzar el mar, las personas bombardeadas en cualquier parte del mundo… El cénit de la tilinguería pudo verse en una manifestación del 19 de enero en Argentina con un cartel que rezaba «Je suis Nisman», donde miles de personas salieron a la calle a vociferar las mismas tonterías que escriben con sus teclados de computadoras o teléfonos móviles. (Ver El Estado asesina y pretende fingir suicidio)
La represión del Estado avanza a paso firme: Proyecto Indect
No sorprende que una vez más el Estado encuentre la excusa perfecta para aumentar la militarización, colmando las calles con fuerzas de seguridad en nombre de la guerra contra el terrorismo. Por orden del primer ministro francés Manuel Valls, el gobierno francés decidió elevar al máximo el nivel de alerta por atentados del llamado Plan Vigipirate, el sistema nacional de prevención contra amenazas a la seguridad ciudadana, incorporando 88.000 efectivos en toda la región. Entre ellos 5.000 policías para vigilar sinagogas y escuelas judías y 10.000 militares para reforzar el control de instalaciones y edificios “estratégicos”, sitios neurálgicos y transportes públicos, además del monitoreo constante de helicópteros como medida de prevención de posibles atentados.
Mientras tanto, los funcionarios de la Unión Europea ponen en vigencia el Proyecto Indect, que según su web oficial, sus principales objetivos son «desarrollar una plataforma para el registro y el intercambio de datos operativos, la adquisición de contenidos multimedia, procesamiento inteligente de toda la información y detección automática de amenazas y el reconocimiento de comportamiento anormal o violento». El proyecto, cuya fecha de desarrollo habría culminado en el año 2013, obtendría patrones de conducta sospechosos a través de varios canales de información, pero principalmente se habría puesto énfasis en aquellos datos recabados de la identificación facial obtenida por las videocámaras instaladas en las grandes ciudades y en los mensajes transmitidos a través de internet.
Por otro lado, el gobierno español propuso de inmediato un paquete de doce medidas para el futuro Código Penal, con las que pretende resguardarse del terrorismo jihadista. Las mismas prevén, entre otras cosas, la regulación de la figura del “lobo solitario” —desvinculando la figura legal de terrorismo del concepto de organización—, la elevación de las penas en función de la gravedad del delito, el castigo por adiestramiento pasivo y autorradicalización (conductas propias del combatiente retornado y del lobo solitario), la ampliación del concepto de pertenencia a organización terrorista, la elevación de la pena por enaltecimiento del terrorismo y su difusión en internet, etc.
Evidentemente el Estado se sigue armando militar y jurídicamente para responder no sólo a la guerra interburguesa imperialista sino también a las próximas explosiones de rabia y descontento que puedan suscitarse dentro de sus fronteras. Los conflictos generados a partir de la creciente inmigración en Europa despiertan desde hace años voces xenófobas y racistas. La crisis económica mundial, que esta vez sacudió también a la Eurozona, viene poniendo en riesgo la estabilidad gubernamental y financiera, así como la recuperación económica a pesar de los ajustes, medidas de austeridad que sólo aseguran las ganancias de los capitalistas a base de más paro, hambre y miseria de todos los demás.
Para terminar con el terrorismo islámico hay que acabar con el terrorismo de Estado, con el terrorismo cotidiano del sistema capitalista. Terminar con este sistema de muerte y explotación, acabar con el Capital y el Estado. Luchando, no por la libertad de prensa y la libertad de empresa, ni por una libertad que termine donde empieza la del otro, sino por una libertad que se expanda al infinito en la del otro como una sola potencia, para dejar de sentirlo como a un otro y comenzar a sentirlo como parte de un mismo ser colectivo.
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