Esta es la historia de Kurt Gustav Wilckens, anarquista. Hijo de August Wilckens y Johanna Harms. Nació un 3 de noviembre de 1886 en Bramstedt, distrito de Segeberg, provincia de Schlegwig-Holstein, en lo que fue la Alemania del Norte lindando con Dinamarca.
Aquel hombre, alto, de cabellos rubios, ojos color azul claro, y frente ancha, había estudiado jardinería, e ingresado en 1906 durante dos años, al servicio militar en la primera compañía del Garde-Schutzen-Bataillons prusiano. Luego en 1910, al viajar a los Estados Unidos para perfeccionarse en su oficio, conoce, trabajando junto a sus compañeros de aventuras en las cosechas, las ideas libertarias. Principalmente estudian las de Leon Tolstoi.
Antes de arribar a Buenos Aires el 29 de septiembre de 1920, Wilckens tiene un primer conflicto con los organismos represivos de Estados Unidos. En una fabrica de pescados, en donde él trabajaba, dirigió una acción realmente curiosa. Se envasaban pescados en escabeche y en conserva, pero había dos calidades de mercancía: los mejores iban a parar en envases de lujo a los almacenes de la burguesía, y el resto se colocaban en envases baratos para venderlos en barrios obreros. El mismo convenció a sus compañeros de fabrica y procedieron al revés: pusieron las mejores partes en los envases baratos y las destinaron a los barrios obreros. El alemán, fue expulsado y se fue a trabajar a las minas de carbón.
Desde 1916 enfrenta una seguidilla de huelgas, que posteriormente le costaran la deportación a su país natal el 27 de marzo de 1920. Al llegar nuevamente a Alemania, se pone en contacto con sus compañeros de ideas en Hamburgo, donde se entera que en la Argentina existe un ferviente movimiento obrero libertario.
Ya en nuestro país trabajo en las quintas frutales de Cipolletti, en Rió Negro, y luego como estibador donde tomo contacto con los trabajadores rurales y sus organizaciones obreras.
Ya en 1922, llegaban a Buenos Aires las noticias de lo que estaba sucediendo con las matanzas en la Patagonia: Wilckens seguirá con intensas expectativas el movimiento patagonico; apenas conocía el español pero se esforzaba por interpretar las noticias de la expedición del 10 de Caballería a cargo del Tte. Cnel. Héctor Benigno Varela.
El anarquista era corresponsal de dos periódicos alemanes: Alarm de Hamburgo (órgano oficial de la Federación Libertaria Anarquista y de las Comunidades Libertarias de trabajadores de Alemania) y Der Syndicalist de Berlin, correspondiente a la Unión de Trabajadores Libertarios de Alemania (anarco-sindicalista). Los informes sobre el fusilamiento de los trabajadores rurales patagónicos lo conmocionaron. La idea de los sufrimientos de esos pobres peones lo atormentaba. El había conocido al trabajador patagonico cuando estuvo en Rió Negro y en villa Iris, en el sur bonaerense. Los amaba entrañablemente por su sentido de la amistad, por su hospitalidad, por su humildad y sus pocas palabras. La injusticia que se engendraba en el fusilamiento de esos hombres de campo por profesar ideas libertarias, (además de que él comprendía de que solo querían el bien de la humanidad), determinaría definitiva y sentencialmente su accionar posterior.
Los obreros de Santa Cruz merecían justicia. Esa particular idea a la que los anarquistas llaman “justicia proletaria” comenzó a girarle en su cabeza. Suprimir a Varela, aquel militar responsable de los fusilamientos de 1922 de los 1.500 obreros patagónicos bajo la presidencia de Hipólito Yrigoyen, lo seducía desde hacia tiempo.
Cuando sus compañeros de cuarto estuvieron de viaje, pudo despistar a la policía acerca de su domicilio. Hasta los propios amigos pensaban que se había marchado a México o a Estados Unidos; pero la realidad era que el alemán estaba preparando, en silencio, el atentado, para que ningún otro compañero pueda salir perjudicado.
Andrés Vázquez Paredes, vinculado a los grupos expropiadores, será el que le dará el explosivo. Es evidente que Wilckens para llevar a la practica su atentado tomo contacto con estos grupos, que por ese entonces operaban dentro del anarquismo: él no tenia idea de como se fabricaba una bomba. A pesar de su formación tolstoiana y pacifista, comprendía a los compañeros mas violentos que no podían soportar la violencia de los patrones y gobiernos.
Entonces llego el momento. Alrededor de las 7 de la mañana del 25 de enero de 1923, Varela salió de su domicilio de la calle Fitz Roy y se encontró encarnada en el firme rostro de Wilckens, a la ferviente furia de los 1.500 obreros patagónicos asesinados bajo su mando. Diecisiete heridas graves: doce producidas por la bomba y cinco balazos en la parte superior del cuerpo, sentenciaron los médicos legalistas Klappernbach y del Solar. Al alemán no le tembló la mano, pero en su camino paso lo imprevisto: una niña se cruzo entre el “fusilador fusilado” y él. Se llamaba Maria Antonia Palazzo, de 10 años de edad. La actitud de cubrirla con su propio cuerpo para que no recibiera ninguna esquirla lo había perdido: las heridas recibidas en las piernas le impidieron la huida. Cuando noto que tenia huesos quebrados en las piernas vio que cualquier intento de escapar resultaría en vano y no resistió.
Ahora estaba allí, en la comisaría, en lo peor. Allí, indefenso, frente a los que querían y exigían saberlo todo: “Fui yo solo. Único autor. Yo fabrique la bomba sin ayuda. Acto individual.”, explico Wilckens, a lo que unos meses mas tarde agregará en una carta fechada el 21 de mayo de 1923; “No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intente herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. Pero la venganza es indigna de un anarquista!!. El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; afirma vida, amor, ciencia, trabajemos para apresurar ese día”.
Meses mas tarde Wilckens seria asesinado en la cárcel por un miembro de la Liga Patriótica Argentina, Ernesto Pérez Millán.
(Extraído de MundoHistoria)