Autor – Nosotros proletarios
La realidad de la lucha proletaria frente a los mitos obreristas
Era el 17 de junio de 1953. Amplios sectores del proletariado se sublevaron en Berlín Este, antes de que la revuelta se extendiera a toda la “República Democrática Alemana” y fuera sofocada por la intervención del Ejército Rojo (por la sangre de los proletarios insurrectos).
En este breve texto, no vamos a desarrollar en detalle cómo se expresó este movimiento. Sólo queremos esbozar sus principales puntos fuertes y débiles, que se repiten históricamente de una lucha a otra, a pesar de las condiciones particulares que hacen que una lucha surja en un lugar y en un momento y no en otros. Nuestro objetivo no es contar una historia, sino extraer lecciones programáticas de luchas anteriores para futuras insurrecciones. No obstante, invitamos a los camaradas a leer el panfleto de Cajo Brendel “El levantamiento de la clase obrera en Alemania Oriental, junio de 1953” (que fue fuente de inspiración entre otros) a pesar de todas las reservas que tenemos sobre el marco ideológico (consejismo) postulado por este militante y que criticamos en el curso de este texto.
Esta sublevación, pocas semanas después de la muerte de Stalin, devolvió al primer plano de la historia el antagonismo visceral entre dos clases sociales con intereses y programas antagónicos y contradictorios. Y esto es así independientemente de la forma que adopte la burguesía para controlar a los proletarios. Porque es siempre con fuerza que el proletariado plantea su existencia como clase desposeída de todo y su necesidad de acabar con este viejo mundo, cualquiera que sea la naturaleza de la renovación de la fachada o el color (rojo, blanco, marrón…) con que se haya repintado nuestra explotación. En el apogeo de la contrarrevolución, en el momento en que nuestros enemigos han saqueado nuestras banderas, en que su Estado se proclama “Estado obrero” y pretenden gobernarnos en nombre de la “dictadura del proletariado” (que en realidad nunca existió y ha sido sustituida por su dictadura sobre el proletariado), son las contradicciones internas de la relación social las que están poniendo en primer plano la lucha de clases.
La fuerza de este levantamiento es que ha desmontado prácticamente todos los grandes mitos del “socialismo real” sobre los que la burguesía había construido su modelo local de gestión capitalista. Este modelo de acumulación fue, durante varias décadas, la respuesta más contundente del Capital (considerado en su singularidad global) a la más importante oleada de luchas (1917-21) que el proletariado ha impuesto hasta la fecha. A este tipo de modelo que impone la defensa de una “patria socialista”, de un “campo socialista” contra un enemigo exterior, de sacrificios a realizar para “construir el socialismo” y completar las previsiones del Plan, a todos estos mitos que son muy reales ya que son la concretización de nuestra explotación, el proletariado sólo podía responder con sus armas de clase: la huelga, el sabotaje, el levantamiento.
La insurrección obrera que estalló el 17 de junio de 1953 fue una verdadera conmoción para todos los sectores de la burguesía, tanto del Este como del Oeste. Frente al enorme poder del Estado y del Partido (bolcheviques), los proletarios insurrectos sólo podían parecer locos. Locos porque atacaban a ese autoproclamado “Estado obrero”, locos porque parecía una “locura” destruir lo que les pertenecía, locos porque la propia lucha sólo podía verse desde fuera como un acto “irracional”. Pero para el proletariado sublevado, todo sucedía según criterios diferentes que para los ciudadanos que aún no se les habían unido.
A pesar del manto de plomo que cubre nuestras luchas, de las masacres de la guerra y de la imposición total de la paz social, siempre es el proletariado el que resurge. Los proletarios atomizados y derrotados están siempre determinados por las circunstancias históricas y el desarrollo social. Si hoy nuestra clase puede parecer indiferente, apática y sumisa, mañana puede levantarse (¡se levantará!) y podrá mostrar la mayor audacia. Nuestro movimiento de abolición del orden social no tiene nada que ver con ninguna fotografía fija, sino que son las leyes del desarrollo social las que provocan esas convulsiones tan temidas por todos los gestores de nuestra miseria. La lucha contra la explotación y contra la condición obrera está incluida en el desarrollo de las relaciones capitalistas. Cuando esta lucha toma la forma de insurrección o revolución, esta ley del desarrollo social pasa a primer plano y destruye radicalmente todos los mitos e ilusiones.
Los acontecimientos (tanto en 1953 como en otras épocas) muestran cómo pequeños grupos de trabajadores que luchan contra la degradación de sus condiciones de trabajo y de supervivencia se transforman en poco tiempo en una clase, en un ser colectivo (con sus fuerzas y sus debilidades, contradictoriamente) que actúa por objetivos mucho más amplios y radicales. En un proceso revolucionario de este tipo, las reivindicaciones iniciales cambian con enorme rapidez, y las consignas del momento son superadas y sustituidas poco después por consignas más radicales. En la lucha de clases, lo importante no es tanto lo que los proletarios imaginan que es su propia acción, sino lo que representan y lo que tienen que hacer por la fuerza de las circunstancias. Aunque la inadecuación del movimiento real del proletariado con las banderas que porta constituirá siempre una debilidad, una falta de reapropiación del programa invariable de destrucción de la comunidad del Capital. No somos fetichistas de las banderas ni de las reivindicaciones avanzadas, somos capaces como dialécticos de comprender en toda su amplitud las contradicciones que animan a este ser complejo que es el Capital, y por tanto también al proletariado como capital variable determinado por la relación social, y que en última instancia se determina a sí mismo ya no como simple objeto, sino como sujeto de su propia historia. No estamos, pues, apegados a las banderas, pero la revolución sólo podrá triunfar el día en que el movimiento real recupere su verdadera bandera, se reapropie de la totalidad de su programa, es decir, del comunismo…
Ya entonces, como siempre, todas las fracciones de izquierda intentaban desacreditar la lucha librada por los proletarios en la RDA en junio de 1953, imprimiéndole el sello de la espontaneidad. Lo único que estos fetichistas de la forma retienen fundamentalmente de este movimiento, como de tantos otros, es su explosión espontánea y la materialización formal de la lucha. Aunque reconocemos el carácter espontáneo de todos los movimientos y levantamientos de nuestra clase, no somos partidarios del espontaneísmo. En otras palabras, no transformamos un elemento de fuerza de la lucha de clases (la capacidad del proletariado de levantarse espontáneamente como resultado de los choques de intereses provocados por el propio capitalismo) en una debilidad de esa lucha. No separamos la espontaneidad del proletariado de la totalidad de sus tareas, y por tanto también de su necesidad de organizar y centralizar su acción, una vez que la “chispa de la lucha” ha incendiado el viejo mundo.
Porque incluso en la espontaneidad, siempre se tiende, para aumentar la eficacia del movimiento, a organizarlo para que vaya más allá de sí mismo. Como dice el refrán: “Quien no avanza, retrocede”. Lo mismo ocurre con la expresión de todas las fuerzas sociales. Detenerse ante las primeras explosiones de cólera proletaria es ya negar su verdadera sustancia. En última instancia, las necesidades de la lucha nos obligan a poner en el orden del día el proceso de construcción de nuestra clase como fuerza, la necesidad de organizarnos cada vez con más fuerza, de romper el mito de la fotografía congelada del movimiento. Es la oposición violenta al Estado, al orden existente, lo que tiende a la constitución de dos polos purificándose y dispuestos a enfrentarse aún más violentamente, hasta que uno venza al otro. La debilidad del proletariado será siempre su falta de organización y de centralización hacia el objetivo de destruir de arriba abajo el sistema que atacaba en la práctica.
El levantamiento de junio de 1953 tuvo que enfrentarse a más de 30 años de contrarrevolución, durante los cuales todas las fracciones burguesas se habían esforzado desde el reflujo de las luchas por borrar de la escena de la historia a los núcleos obreros que intentaban mantener el programa de nuestra clase. El trabajo de la burguesía será cortar a las nuevas generaciones de proletarios de las anteriores, de las que vivieron el proceso revolucionario de 1917-21, cortar el hilo rojo que nos une a las luchas del pasado e impedir así que marquemos la continuidad de la lucha de clases. Desde los socialdemócratas hasta los nazis y los estalinistas, todos se unieron para asesinar prácticamente a todos los trabajadores activos que sobrevivieron a la más formidable oleada de luchas. Por no hablar de todos los “veteranos” abandonados en los campos de batalla, muertos en los campos de concentración o aplastados bajo las bombas de los bombardeos terroristas de la aviación aliada.
Pero, a pesar de todo, minorías activas siguieron manteniendo a contracorriente la invariabilidad del programa de la revolución mundial, contra todas las fábulas consejistas que ensalzan la espontaneidad del proletariado. El movimiento revolucionario crea sus propias organizaciones en la conjunción de dos momentos: grupos de proletarios decididos surgen de la lucha que se desarrolla ante nuestros ojos, y se unen a otras minorías que han continuado sus actividades militantes una vez que el reflujo de la lucha se ha hecho realidad. La revolución nunca surge de un terreno virgen. Incluso en el peor período contrarrevolucionario, el proletariado nunca está muerto. La lucha nunca parte de cero, sino que cada movimiento de nuestra clase se desarrolla de nuevo, y sobre todo logra un salto cualitativo, sobre la base de la experiencia de los movimientos anteriores. Hay un pasado acumulado, una experiencia, lecciones aprendidas por el proletariado. La acción de las minorías, de las vanguardias (y rechazamos aquí cualquier concepción bolchevique de esta realidad) consiste precisamente en llevar estas lecciones extraídas del pasado, y armados con estas críticas, dirigir la revolución hacia su plena y última realización. Cuando, en junio de 1953, los obreros de la fábrica de Leuna convocaron una huelga, los “viejos” camaradas que habían luchado en 1918-21 volvieron a la acción, aportando su experiencia y las lecciones aprendidas a las “nuevas generaciones”. Ni una sola parcela de esta tierra escapó a las garras de esta realidad: en todas partes el proletariado se enfrentó a su enemigo hereditario en furiosas batallas, en todas partes había una memoria colectiva de nuestra clase. Como dice una vieja canción de lucha de la época: „In Leuna sind viele gefallen – in Leuna floss Arbeiterblut“ (“En Leuna han caído muchos – en Leuna ha corrido sangre obrera”). (Recordemos que en 1920-21 la fábrica de Leuna era un importante bastión proletario donde la intensidad de la guerra de clases está grabada en nuestra memoria. La mayoría de estos proletarios se organizaron en el seno del KAPD y de las Uniones revolucionarias, fuera y contra los partidos políticos en el sentido tradicional, fuera y contra los sindicatos…)
Existe, pues, una experiencia colectiva, una conciencia forjada a través de la lucha, una memoria de clase, propiedad intemporal del proletariado, que saca lecciones de la experiencia pasada. Los proletarios “vírgenes”, sin pasado, sin lucha, sin experiencia, sublevándose “espontáneamente”, sin vínculo con otras luchas, sólo existen en el trauma de nuestros actuales modernistas y otros consejistas.
Haciendo la apología de la espontaneidad (y convirtiéndose así en espontaneísmo), fetichizando la forma “consejo” (del mismo modo que otros socialdemócratas se fijan en la forma “partido”, que representa una forma en sí misma y no un contenido de subversión de este mundo), el consejismo (como ideología y, por tanto, como fuerza material) no puede evidentemente sino ignorar, o peor aún denigrar, toda tentativa autoritaria y dictatorial del proletariado de organizarse como clase y, por tanto, como partido. (Subrayemos aquí con toda claridad que toda autoridad y dictadura que el proletariado tendrá que ejercer será la que ejerza contra la explotación, la tiranía del valor y de la tasa de ganancia, y contra el Estado capitalista), o incluso necesaria para el surgimiento de un movimiento proletario, las necesidades de la lucha empujarán cada vez más a los proletarios a organizarlo, centralizarlo, extenderlo e internacionalizarlo, de lo contrario se marchitará. A la organización de la burguesía en clase, partido y Estado para defender y reproducir la relación social capitalista y su esclavitud asalariada, el proletariado sólo puede responder organizándose “en clase y, por tanto, en partido” para acabar con la negación de nuestra humanidad. El proletariado se constituye en clase, no para perpetuarse, como hace la burguesía, sino para dotarse de los medios materiales que le permitan constituirse en clase, y así abolir todas las clases y, por tanto, la sociedad de clases… El proletariado se constituye en partido, que no es un partido en el sentido tradicional, burgués, porque en esta sociedad hay un enfrentamiento a muerte entre dos partidos antagónicos: Por un lado, el “partido del orden”, como decía Marx, y por otro, el “partido de la anarquía”, es decir, el proletariado revolucionario… Y finalmente, el proletariado se constituye con toda su fuerza para enfrentarse al Estado capitalista, se organiza y se afirma como un contra-Estado, un anti-Estado… Al terror blanco hay que responder con el terror rojo. Al proyecto burgués de preservar el viejo mundo debe enfrentarse el contraproyecto proletario de subvertir y destruir el viejo mundo…
Es todo esto, es la reapropiación de nuestro programa histórico lo que el proletariado está decidido, y debe tener la fuerza, de imponer al mundo. Y los medios apropiados deben corresponder a este objetivo. Frente a esta necesidad de lucha, los consejistas sólo pueden ofrecernos sus anodinas apologías de la masividad del movimiento, de su espontaneidad y de la organización formal del proletariado en los míticos “consejos obreros”. Estos consejos son evidentemente UN MOMENTO de la lucha, una necesidad de organización y una expresión del asociacionismo obrero. Es por y para la lucha que los trabajadores, de ciudadanos atomizados e individualizados congelados en la muerte del trabajo y en las prisiones industriales, redescubren su verdadera humanidad, se funden en un proyecto colectivo de vida y dan los primeros pasos hacia la aplicación de la sentencia de muerte pronunciada por la historia contra esta pesadilla secular. Pero esos consejos obreros no eran garantía de la “pureza” del movimiento. Una vez que las necesidades de la lucha impusieron otras formalizaciones del partido proletario, las viejas estructuras tuvieron que desaparecer, como la piel de una serpiente que se desprende para dejar paso a otra…
El levantamiento de junio de 1953 se desarrolló en torno a varios aspectos clave de la lucha. Incluso yendo más allá de la formalización de las estructuras que el proletariado estaba poniendo en marcha, se tomaron algunas medidas elementales. Las huelgas se imponían por la fuerza si era necesario, y los insurrectos no esperaban a reunir a la mayoría de los trabajadores de una fábrica para ocuparla, parar las máquinas y declarar dictatorialmente la huelga. Y esto, de forma práctica, contra el consejismo, el democratismo y el asamblearismo, donde la fuerza del proletariado, la fuerza de la lucha, se diluye y se disuelve en la consulta democrática y el doblegamiento a la voluntad de “la mayoría”. Contra todo este veneno, minorías de proletarios se organizaron con fuerza.
Los huelguistas no sólo empezaron a organizar y centralizar sus acciones para que fueran más eficaces, para que se extendieran, sino que rompieron cada vez más con el localismo y el regionalismo para intentar centralizar la lucha con más fuerza. Así, el comité de huelga de Bitterfeld llamó a una huelga general en todo el país, marcando su voluntad de imponer la huelga no localmente, sino en toda la RDA, para dirigir el movimiento en su nivel más fuerte. Desgraciadamente, el proletariado sigue marcado por gigantescas debilidades y en este caso no se dará los medios para aplicar REAL Y PRÁCTICAMENTE lo que preconiza de palabra. Sin embargo, la intensidad de la lucha nos demuestra que la mera “espontaneidad” o el fetichismo formal de los “consejos obreros” no bastan para comprender los hechos, la lucha de nuestra clase. Fue esta misma lucha, la organización de su extensión, la que impulsó a las minorías a organizar precisamente la continuidad de la lucha. A pesar de la represión y de la imposición del estado de sitio (con todo lo que ello implica) el proletariado seguía siendo capaz no sólo de continuar la lucha, de convocar nuevas huelgas, sino también de seguir extendiendo su movimiento.
El proletariado en lucha, por las propias necesidades de la lucha, debe organizarse y aspirar a tener en cuenta todos los medios necesarios para la extensión de la lucha, y para el ataque más generalizado a este sistema mortífero. Aunque la burguesía de todos los sectores se complazca en describir a los proletarios “enfrentándose con sus propias manos a los tanques rusos” y muriendo “heroicamente”, es decir, desarmados, aplastados bajo las orugas de los tanques; a pesar de que el proletariado tuvo que enfrentarse a un gigantesco movimiento de inercia que intentaba congelarlo, fijarlo en posiciones de defensa y de reorganización (y por tanto de refuerzo) de la relación social; a pesar del despliegue de todas estas fuerzas materiales al servicio del Capital, los proletarios empezaron a organizar su necesidad de armarse. Se crearon estructuras de intervención rápida (como unidades motorizadas) para ocupar puntos estratégicos lo más rápidamente posible. Se practicaron actos de terrorismo proletario, como el sabotaje de las “herramientas de trabajo” con explosivos y el incendio de edificios.
La contradicción social y la envergadura de la sublevación hicieron que muchos actos de DERROTISMO se cebaran con las fuerzas del orden, tanto con la “Volkspolizei” como con el Ejército Rojo. El desarme y la disolución de los cuerpos de represión estaban a la orden del día. Muchas unidades se negaron a disparar, fueron desarmadas por los trabajadores o simplemente cruzaron al otro lado de la barricada social. En varias ocasiones, los huelguistas (como en Leuna) obligaron a la policía de fábrica a desarmarse. Como consecuencia, las reservas de armas pasaron a manos de los insurrectos, que las utilizaron en el momento álgido de la revuelta.
Sin embargo, tras unos días de vacilación, el Estado tomó cartas en el asunto y utilizó la fuerza y el terror, matando y asaltando los barrios obreros, para imponer la vuelta al trabajo. La correlación de fuerzas ya no estaba a favor del proletariado…
Se tomaron las medidas “clásicas” de todo levantamiento proletario, como el ataque y la destrucción de las cárceles, la liberación incondicional de TODOS los presos (contra todas las mentiras burguesas que afirman que sólo fueron liberados los “políticos”); la toma y ocupación por destacamentos de obreros de los puntos neurálgicos de la burguesía: centros estratégicos de comunicación, emisoras de radio y periódicos que los proletarios utilizarían para difundir su propaganda, etc.
Sin embargo, tras varias décadas de sangrienta contrarrevolución y terror, nuestra clase no ha salido indemne. Se han hecho numerosas concesiones al programa burgués, y gigantescas debilidades siguen frenando y desarmando nuestro movimiento de abolición del orden social existente. Gravísimos retrocesos en la ofensiva se reflejarán en posiciones defensivas, en retrocesos en supuestas “conquistas” que diluirán la fuerza del proletariado. Estas tendencias serán concretadas por ciertos dirigentes de comités de huelga que, convencidos de que la fuerza de los obreros se encontraba en las fábricas, llamarán a los proletarios que estaban en la calle a volver a sus fábricas para luchar allí por sus reivindicaciones. Esta ocupación de las fábricas, este confinamiento en un bastión, en una “base roja”, en un territorio que hay que defender, esta táctica significa la pérdida de nuestro movimiento que precisamente no tiene espacio que proteger. La guerra social total no tiene nada que ver con las estrategias clásicas de las guerras burguesas.
Por otra parte, y como consecuencia de lo anterior, a pesar de los grandes esfuerzos, el proletariado no dispone en todas partes de los medios para extender realmente la lucha. Demasiado a menudo, esta extensión se reduce a la expresión de una simple voluntad, no traducida en la práctica, al menos si tomamos el nivel más elevado, es decir, la extensión de la lucha a todas las regiones, a todos los sectores, e incluso la extensión internacional de la lucha. Demasiado a menudo, lo que predomina, como fijación del movimiento en posiciones de reconversión del Capital, son las concesiones al democratismo, el fetichismo de la masividad y de la forma que sería garantía de la pureza de la lucha. En Bitterfeld, por ejemplo, las ilusiones democráticas llegarán a proponer la participación de los trabajadores en el gobierno, lo que significa que a este nivel de compromiso y resignación en cuanto a las tareas reales que debe asumir el proletariado, es a una no destrucción del Estado a lo que participa nuestra clase. Allí donde los proletarios afirmen enérgicamente su no adhesión tanto al modelo de gestión occidental “liberal” como al modelo estalinista de “derechos de los trabajadores”, su debilidad se manifestará en forma de concesiones a la socialdemocracia formal (es decir, al SPD). Aunque el SPD no era precisamente alabado, constituía una alternativa que aún conservaba cierta credibilidad a pesar del papel contrarrevolucionario que había desempeñado no sólo desde la supresión de la oleada revolucionaria de 1917-21, sino también desde su nacimiento, desde su constitución…
Sin embargo, a pesar de todas estas contradicciones, de todas estas debilidades, a pesar de la implacable represión de la que fue víctima el proletariado después de junio de 1953, las contradicciones sociales de las que surgió la resistencia obrera permanecen, por supuesto. Las fuerzas que surgieron durante el levantamiento de junio no pueden ser destruidas. Mientras cualquier sociedad se base en el trabajo asalariado, una revuelta de sus esclavos es la espada de Damocles que pende sobre esa sociedad. Los trabajadores de la RDA demostraron precisamente cómo puede producirse una revuelta de este tipo.
Al igual que todas las fracciones locales de la burguesía mundial, el SED (el partido “comunista” que gobernaba Alemania Oriental en aquella época) se vio obligado, para mantener la paz social y estabilizar el orden, a hacer ciertas concesiones de carácter material para que la revuelta del proletariado no resurgiera en breve. Se revisarían a la baja las previsiones del Plan Quinquenal, la URSS anularía el pago del saldo de las reparaciones de guerra, devolvería las últimas empresas que aún administraba, entregaría a crédito grandes cantidades de alimentos y materias primas, etc. Se aumentarían los salarios de algunos trabajadores y la URSS se vería obligada a hacer ciertas concesiones. Se aumentarían los salarios de algunos trabajadores y se desarrollaría la producción de “bienes de consumo”. Así, con sus luchas, los proletarios de la RDA y del bloque soviético en general harán temblar los cimientos mismos del modelo “socialista” de acumulación, obligando a los gestores locales de nuestra miseria a tener siempre en cuenta nuestras necesidades y los riesgos que planteamos de arrasar su sistema. Para la burguesía, nuestras luchas significan que siempre tendrá que revisar a la baja sus previsiones de aceleración del proceso de acumulación de valor, que debe ser cada vez más valioso, pero que al mismo tiempo tiende inexorablemente a ser menos valioso. Esto es lo que llevará al Capital a su ruina por la explosión definitiva de sus contradicciones internas y mortales, de las cuales nuestra clase es la pieza clave para lograr su destrucción…
Posdata: El texto de Cajo Brendel, al que nos referíamos al principio de este texto, está disponible en https://www.marxists.org/espanol/brendel/1953/alemania-1953.pdf.