El pasado 25 de mayo en Minneapolis, George Floyd fue arrestado por un miserable billete falso de 20 dólares. Tras esposarlo y ponerlo boca abajo, un policía, con la ayuda del resto de la patrulla, le presiona en el cuello con la rodilla impidiendo que respire. 8 minutos y 46 segundos después, George Floyd muere asfixiado tras repetir en múltiples ocasiones que no puede respirar.
El asesinato de Floyd se añade a un gran problema que es histórico y sistémico. Es la gota que ha colmado el vaso. El proletariado negro sufre en mayor medida la explotación del capital. En Estados Unidos el ingreso medio de los hogares negros es un 40% más bajo que el de los hogares blancos, y a pesar de que los negros son el 12% del país, representan el 30% de la población carcelaria. La pandemia mundial que vivimos en la actualidad ha profundizado en esta brecha. No es casual que siendo la población negra alrededor del 30% de la población total en lugares como Washington, Chicago, Mississippi, Luisiana, o Georgia, más del 70% de los muertos por coronavirus sean precisamente personas negras. La cuestión racial es hoy, y de una manera cada vez más evidente, una cuestión social.
Indudablemente, tanto esta como los cientos de agresiones que se producen a consecuencia de la violencia policial están motivados por cuestiones raciales. Pero también es innegable que la policía es el arma que el Estado utiliza para defender los intereses de la burguesía como clase. Una respuesta a este conflicto fundamentada únicamente en la cuestión racial, es decir, bajo una perspectiva antirracista, es una respuesta estéril puesto que es una respuesta parcial. La policía actúa como brazo armado del Estado, no es un ente autónomo. La represión que ejerce es el medio que tiene para gestionar la miseria que el capitalismo provoca por su propia lógica y de forma cada vez más generalizada. La única forma de tener un mundo donde la policía no mate a los negros por ser negros es tener un mundo en el que no exista el capitalismo. Un mundo en el que no exista el Estado. La única respuesta efectiva, la única respuesta que va a la raíz del problema, es la respuesta que podemos dar como clase.
El maltrato de las personas negras por parte de los aparatos estatales no es un hecho restringido a los Estados Unidos. Estas semanas hemos visto cómo 200 temporeros que han acudido a trabajar, un año más, a Lleida se ven obligados a dormir en la calle. El racismo de Estado no es un conflicto nacional, es un problema inherente a la lógica del capitalismo. Al mismo tiempo que han surgido las protestas en torno a la muerte de Floyd, se han sucedido otras luchas en distintas partes del mundo que tratan de dar respuesta a las distintas expresiones de brutalidad que el capitalismo ejerce sobre el proletariado. No es casualidad tampoco que simultáneamente se activen lugares tan dispares como Estados Unidos, Francia, Líbano, Chile o Irak, muchos de los cuales ya hacían parte de la oleada internacional de luchas que se inició en 2018 y que ahora vemos reanudarse. Existe un denominador común en torno a estas luchas. Es el capitalismo quien nos impide respirar, y solo una respuesta del conjunto del proletariado a nivel internacional puede devolvernos el aliento.
Barbaria 2020