«Ellos son la burguesía –declaran–, nosotros el proletariado. Hablamos dos idiomas distintos y no tenemos nada que hacer juntos en ningún encuentro» (Alberto Ghiraldo). Encontramos esta cita sin más referencia en un libro de David Viñas titulado De los montoneros a los anarquistas. Escrito en 1971, el autor historiza las rebeliones populares en la región argentina desde mediados de 1800 a comienzos del 1900, fuera y contra las interpretaciones liberales más tradicionales así como de la perspectiva nacional/populista.
Esta misma sentencia se hace presente en muchos párrafos de nuestro boletín La Oveja Negra. La necesidad de no hablar el lenguaje de los amos, sino el de los rebeldes. Insistimos una y otra vez en no traducir nuestras necesidades con la letra muerta de la ley. Y encontrar muchos años después esta cita de Alberto Ghiraldo entre los libros de la biblioteca que lleva su nombre es una grata sorpresa.
Algo de eso ya habíamos leído en el texto anónimo Ai ferri corti. Romper con esta realidad, sus defensores y sus falsos críticos. Los compañeros desde Italia escribían: «Los explotados no tienen nada que autogestionar, a excepción de su propia negación como explotados. Solo así junto a ellos desaparecerán sus amos, sus guías, sus apologetas acicalados de las más diversas maneras. En esta “inmensa obra de demolición urgente” debe encontrarse, cuanto antes, la alegría. “Bárbaro”, para los griegos, no significaba solo “extranjero”, sino también “balbuceante”, tal como definía con desprecio a aquel que no hablaba correctamente la lengua de la polis. Lenguaje y territorio son dos realidades inseparables.»
Y hace algún tiempito unos compañeros en Madrid elegían nombrar su acción común como Barbaria: «Allí donde no llega el lenguaje de los amos».
La política del diálogo ha fracasado… luego de haberse demostrado ya inútil desde el comienzo. Porque no hay diálogo posible entre quienes quieren, necesitan, desean una cosa y quienes imponen lo contrario.
La huelga, por ejemplo, surgió con el objetivo de generar el mayor desorden y pérdidas económicas posibles, tratando de imponer las reivindicaciones a través de la fuerza, estableciendo el menor diálogo posible con la burguesía y el Estado, o al menos un diálogo desde un lenguaje propio. Las huelgas de las últimas décadas tienen una impronta totalmente diferente. Se las plantea como una forma de «hacer escuchar la voz de los trabajadores», cuando los únicos que hablan son los sindicalistas y hasta los periodistas en nuestro nombre, mientras el grueso de los explotados las perciben como feriados. Los burgueses se organizan lo mejor posible para disminuir el impacto de las huelgas, victimizarse y ajustar los cinturones. Para estos motivos fueron y son necesarios los intermediarios entre ambas clases. Es decir, los traductores que codifican nuestras necesidades en plegarias: partidos políticos, sindicatos, religiones.
A estas alturas ya hemos interiorizado a fuerza de rutina, castigo y pedagogía la lengua necesaria para mantener el orden. «Allí donde existe una necesidad existe un derecho» dicen los peronistas, astutos comprenden la existencia y urgencia de las necesidades y urgentemente las hacen entrar en el terreno de los derechos, del Estado. «Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado» decía Benito Mussolini.
Por eso la lucha contra el Estado y el Capital, es incomprensible para los representantes del Estado y el Capital. Y para dimensionarla hay que salirse al menos un poquito de sus estrechos márgenes de entendimiento.
Extraído de la Oveja Negra N° 63