(Extraído de Hommodolars.org)
Vivimos en el mundo de la producción de valor, todo lo que hacemos, nuestras actividades vitales como alimentarnos, relacionarnos con nuestros amigxs, hermanxs o vecinxs, o la forma en como proyectamos nuestros intereses personales, se han hecho prisioneros y convertido en ejecutantes de los intereses del valor. Para producir valor y acumularlo bajo la forma de dinero, el capitalismo necesita de nosotrxs, la inmensa mayoría que no tiene otra forma de sobrevivir más que vendiendo su fuerza de trabajo para obtener un sueldo que nos permita tener acceso al cúmulo de mercancías, a la vez que nosotrxs mismxs nos reproducimos como mercancía. Puesto que representa el único medio a través del cual procuramos nuestra supervivencia, el trabajo se nos presenta como algo natural, incluso como fuente moral para el desarrollo personal, o como algo que no posee un contenido más allá del sentido práctico de conseguir dinero para comprar mercancías. Sin embargo, el trabajo no se reduce simplemente a la actividad a través de la cual producimos cosas o prestamos servicios, trabajar significa antes que todo, la mediación social a través de la cual se producen y reproducen relaciones sobre la totalidad social, relaciones moldeadas y expresadas a través de la mercancía y el capital, relaciones que implican la subsunción de toda actividad a la dictadura de la acumulación de valor, relaciones creadas para el dominio de la clase burguesa.
Frente a esta realidad mistificada por la mediación-mediatización del trabajo en cuanto relación social, es indispensable para el proletariado recuperar una crítica radical del trabajo asalariado, dirigiéndose más allá de la crítica sometida exclusivamente al ámbito de la producción, entendiendo este como una dimensión separada del resto de la vida. En el capitalismo, producción, trabajo, consumo y tiempo de ocio, representan sólo distintos momentos de un mismo proceso, atravesado de principio a fin por la racionalidad mercantil. Esta transversalidad del dominio del trabajo, es lo que define, en la fase actual del capitalismo, nuestra situación actual de clase: la subjetividad fragmentada del proletariado.
El predominio de la mercancía sobre la vida tiene como resultado la banalización de la actividad humana, es decir, la pérdida del control y el significado de las esferas en las que deberíamos realizar colectivamente nuestra subjetividad. En este proceso las instituciones que regulan la vida social y política se reducen a instrumentos de control y administración de los intereses de la clase dominante. En al actual contexto de corrupción de la política burguesa, los análisis superficiales han reducido la problemática a la expresión de una supuesta “crisis de representatividad” o “crisis de liderazgo” al interior de los principales partidos políticos que actualmente detentan el control del Estado y sus aparatos. Sin embargo, lo que se encuentra detrás de los casos PENTA-SOQUIMICH o Luksic-Caval, no es otra cosa que la expresión más evidente del predominio de los intereses del capital sobre las instituciones políticas. En este sentido, el “problema de la corrupción” no correspondería sólo a una cuestión aislada y solucionable desde la misma institucionalidad democrática burguesa, sino que se constituye como parte intrínseca de una sociedad sometida a los caprichos de la ley del valor.
El momento actual de repliegue del proletariado como sujeto histórico en el ámbito de las luchas sociales, ha generado la apariencia del “fin de la lucha de clases”, sumado a la emergencia de nuevos actores sociales, que por cierto, surgen de la misma fragmentación de la vida impuesta por el capital. Esto ha facilitado el trabajo de los defensores del orden social, a favor de la anulación de la negatividad radical que se anida en el proletariado constituido como clase. Con esto no queremos caer en un enfoque de análisis economicista, que pasa por alto otras dimensiones relevantes que configuran la situación subjetiva y objetiva de los proletarios, como pudiesen ser la etnia, el género, etc., sino que enfatizar en las lógicas reformistas, que han coartado el accionar de los llamados “movimientos sociales” y sus luchas sectorializadas. No se trata de reducir la multiplicidad de las expresiones desde las cuales puede reactivarse la lucha social (qué habría sido de estos últimos años sin el dinamismo y la originalidad de la lucha estudiantil), sino insistir en que sin realizar la crítica radical y unitaria del trabajo asalariado y del dominio de la mercancía, la crítica del patriarcado o de la destrucción del medio ambiente se quedan estancadas en la aridez de las luchas parceladas.
Pese a lo anterior, en los últimos años ha sido posible observar la reemergencia de lxs asalariadxs como protagonistas de diversas expresiones de la lucha social. Sin duda 2011 provocó una ruptura en relación a los ciclos de la lucha de clases en la región hasta ese momento, posibilitando un avance en la configuración del proletariado en sujeto revolucionario. A pesar de su carácter limitado y reivindicativo, las movilizaciones del sector portuario o de los trabajadores del retail, han significado la generación de espacios a partir de los cuales lxs asalariadxs pueden cambiar la dinámica de sus relaciones y tomar conciencia de sus intereses de clase, es decir, el dejar de ser proletarios y auto-suprimirse como clase explotada. Frente a las potencialidades de radicalidad presentes en estas luchas, no es de extrañar que los sectores reformistas intenten contener estas expresiones, reforzando la integración del trabajo al capital por medio de reformas económicas favorables a la perpetuación del orden social. La reciente propuesta de reforma laboral, su orientación a delimitar y penalizar aquellas expresiones no institucionalizadas de las luchas, y su búsqueda por postergar lo más posible la instancia de huelga, dan cuenta de esto.
Es fundamental en este punto insistir en que la configuración del proletariado como sujeto revolucionario no se hace posible sólo a partir de la acumulación cuantitativa de experiencias sectoriales y reivindicativas. Por el contrario, requiere de cambios cualitativos en la forma de comprender los conflictos sociales, de manera de poder llegar a una situación de enfrentamiento directo entre clases. Puesto que el capitalismo no sólo constituye una determinada forma de organizar la economía, sino que implica, antes que nada, una determinada forma de relación social, la auto-emancipación del proletariado requiere de una resignificación radical a nivel de las relaciones sociales y de la liberación gradual de su actividad y potencialidades. Esto sólo es posible a partir de las instancias presentes en las luchas concretas y los procesos de esclarecimiento y aprendizaje que estas contienen. Finalmente, esta auto-emancipación jamás estará completa sin la abolición del trabajo, la forma-mercancía, y todos los engranajes de una reproducción de la vida sometida a la acumulación de valor de cambio: no se trata de gestionar de otra manera el modelo de producción, sino de superarlo.