PASE SANITARIO Y CUESTIÓN SOCIAL

Extraído del boletín La Oveja Negra #80

A partir del 1 de enero de 2022 el Estado argentino impuso el “pase sanitario”, similar al que ya viene aplicándose en diferentes partes del mundo. Aún es pronto para determinar cuál será su impacto local. Por el momento, continúa desviando la atención social principalmente hacia el coronavirus, y en particular hacia el abordaje que los Estados proponen: aislamiento, desconfianza ciudadana, control estatal y vacunación semiobligatoria.

De este modo, a su vez, se opta deliberadamente por responsabilizar a los no vacunados del nuevo pico de contagios. La frustración producto de esta nueva ola, que se desarrolla a pesar del alto nivel de vacunación y el largo acatamiento de medidas de confinamiento, no ha suscitado un pensamiento crítico, sino todo lo contrario.

Ante el empeoramiento de nuestra supervivencia los gobiernos proponen más control y mayor disciplina de la población. Desplazando discursivamente el enfrentamiento al terreno entre vacunados y no-vacunados. Parecieran querer decir que nuestros problemas no se deben a una sociedad dividida entre explotadores y explotados, sino a una nueva y democrática grieta: el esquema completo de vacunación.

Nuevas restricciones…

Según la reciente normativa nacional, mayores de 13 años deberán acreditar esquema de vacunación completo contra covid-19 para asistir a eventos masivos y viajes grupales, dejando abierta la posibilidad de extenderlo en cada provincia a otras actividades, ya sea gastronomía, gimnasios, centros comerciales, realización de trámites en organismos públicos o entidades privadas, etc. De hecho, varias provincias comenzaron con su aplicación algunas semanas antes y ampliaron su utilización, como es el caso de la gastronomía y entidades bancarias en provincia de Buenos Aires, o para la realización de diferentes trámites en las localidades de Santa Fe. Aunque la vacunación contra la covid-19 no es obligatoria en Argentina, comienza a darse una obligatoriedad de facto.

Aún no sabemos cuál va a ser el efecto de la medida en esta región en torno a cuestiones laborales, pero ya supone un problema en los sectores donde se aplica, como es el caso del gastronómico en provincia de Buenos Aires, donde no hay claridad sobre las exigencias de vacunación de los propios trabajadores, que incluso en algunos casos deben ser los encargados de exigir el pase a los clientes. Esta situación genera conflictos, con la vulnerabilidad característica de aquellos empleados de manera informal. Dirigentes sindicales junto a un grupo de empresarios plantearon, en una reunión realizada la primera semana de enero junto al ministro de economía y la ministra de salud, entre otros, la necesidad de un “pase sanitario laboral obligatorio” con el objetivo de no frenar la producción a causa de los contagios.

El chantaje que se impondrá a los trabajadores de los sectores público y privado sin esquema de vacunación completo ya ha comenzado en algunos países de Europa, donde existe la obligatoriedad en diferentes sectores, según el país, afectando principalmente a la sanidad y educación, aplicando sanciones, traslados forzosos e incluso despidos. Las empresas pretenden introducir despidos sin indemnización si se considera que un empleado no vacunado perjudica la rentabilidad, y el pase ya es un requisito de ingreso a diversos trabajos.

Mientras la obligatoriedad de la vacunación parecía imposible en un primer momento, ya se está barajando como posibilidad en la Unión Europea. Austria ya la anunció para el 1 de febrero y en Alemania se avanza en ese sentido. En Italia, por mencionar un ejemplo, se están aplicando multas de hasta 1000 euros a quien viole las normativas de utilización del pase, y las restricciones incluyen la utilización del transporte público. Allí donde se ha aplicado, no ha ido sino profundizándose. Creemos importante destacar una vez más cómo a partir del coronavirus se han globalizado ciertas medidas, perdiendo de vista cualquier especificidad regional y dejando de lado cualquier análisis social. Poco o nada se habla de lo estacional, de las condiciones de vida como la alimentación y lo habitacional, de la salud en un sentido amplio; si no de vacunas, aislamientos, estadísticas y responsabilidad individual.

En el caso de Argentina, al igual que en el resto de los países que han implementado la medida, se registra una alta tasa de vacunación completa, más del 70% (mayor aún si solo tenemos en cuenta la población adulta). El pase sanitario no es necesario para que la gente se vacune, sino que pareciera ser al revés. Como señaló Giorgio Agamben, frente a la aplicación del “green pass” en Italia, la vacuna es en realidad un medio para obligar a la población a tener un pase sanitario. Lo cual, cabe aclarar, afecta a la gran mayoría que está vacunada. En paralelo a la aplicación de la medida, los gobiernos de algunos países como España evalúan comenzar a tratar la enfermedad como una gripe endémica más.

La salud es un concepto cada día más extraño. La covid-19 (con las sucesivas variantes del virus) continúa desplazando la prevención y el tratamiento del resto de las enfermedades. La vacunación, según se asume oficialmente, no previene las nuevas cepas, ni el contagio, ni la enfermedad; aunque aseguran sí disminuye el número de internaciones y muertes. Quienes intentan debatir seriamente acerca de los efectos secundarios y a largo plazo de las vacunas, las nuevas tecnologías implementadas en muchas de sus versiones, su efectividad y la relación entre riesgos y beneficios, son censurados y amalgamados al conspiracionismo. No tenemos el conocimiento específico sobre vacunas para debatir sobre dichos aspectos, pero sí nos interesa remarcar que en tanto mercancía vinculada a la reproducción de la fuerza de trabajo y la “vuelta a la normalidad”, es necesario poder abordarla desde un panorama más amplio.

Ya hemos recibido otras vacunas, así como también empleamos dispositivos que permiten controlar y rastrear nuestros movimientos tanto físicos como virtuales. No se trata de paranoia, sino de una reflexión sobre las nuevas obligaciones y restricciones que nos imponen. Este sanitarismo punitivista se alimenta del miedo y la confusión reinantes, de la delegación y el individualismo. La historia nos demuestra que es muy posible que las medidas anunciadas como temporales estén acá para quedarse. Cabe recordar, como ejemplo más brutal y reciente, la lucha antiterrorista a nivel internacional. Esta trajo aparejada una serie de innovaciones en materia represiva y control social que se aplicaron sobre el conjunto de la población; las cuales, en su mayoría, son constitutivas de la normalidad actual.

 … viejas desorientaciones

La falta de respuestas, o siquiera un debate profundo acerca de los avances en el control social y las medidas pandémicas tras estos casi dos años, no pueden comprenderse sin atender el nivel de integración política del proletariado en esta región, inseparable de la forma que ha adquirido la reproducción de gran parte de la fuerza de trabajo, que depende cada vez más del Estado para subsistir cada vez peor, y que a su vez crece continuamente. Duro contraste con la lucha social de hace dos décadas, mientras nos aproximamos cada vez más a los niveles de desocupación y pobreza de aquellos años. Los sueldos y jubilaciones continúan disminuyendo brutalmente frente a la inflación, que en 2021 cerró con más de un 50% anual según datos oficiales. El aumento de los alquileres, por ley, incluso supera dicha cifra en muchos barrios de las principales ciudades del país, y lo mismo ha ocurrido a lo largo del 2021 con los alimentos de primera necesidad. Como siempre, los números no dan cuenta de la disminución de la calidad de los alimentos que producimos y consumimos masivamente, ni de los lugares que habitamos.

Como ya hemos señalado, las medidas tomadas a partir del coronavirus no fueron el origen sino el catalizador de una crisis anunciada tanto en Argentina como a nivel internacional. No es la intención aquí profundizar al respecto, pero cabe remarcar el carácter cíclico de la economía mundial, así como la tendencia, al menos localmente, a analizar la situación económica y social a muy corto plazo, sin poder evidenciar cómo tras cada crisis nunca se alcanzan los niveles económicos del ciclo anterior. Esto contribuye a la lógica del mal menor y las alternancias en el poder, como ocurrió con la gestión de Macri en el período 2015-2019, que le permitió al oficialismo desligarse de ciertas responsabilidades y recuperar circunstancialmente algo de credibilidad.

Amplios sectores del espectro de izquierda y el progresismo se hallan presos de lo políticamente correcto y el oportunismo. Se pretenden ecologistas pero participan, o así lo pretenden, de la gestión de una economía basada en la explotación de la naturaleza (ver texto Chubut: no es no). En lo relativo al coronavirus se olvidaron súbitamente sus lecciones foucaultianas en materia de biopoder o las cátedras de relativismo epistemológico. Decían querer criticarlo todo, y combatir al poder en sus mínimas expresiones, pero acabaron aceptando sin más un dogmatismo científico y estatal con pocos precedentes.

El “no al pago de la deuda” parece ser la consigna elegida para mantener las apariencias, mientras se continúa apoyando al gobierno y amplios sectores de la burguesía local en el mantenimiento del orden. El vaciamiento discursivo poco tiene que envidiarle a las movilizaciones en defensa de la “libertad”. Se trate de la OMS o el FMI, nos enfrentamos a simplificaciones abrumadoras que no contribuyen a la comprensión y el enfrentamiento del orden social.

Paranoia y movimientos sociales

Una ola de paranoia azota al planeta, unos se sienten rodeados de enemigos, posibles contagiadores por todas partes; otros ven conspiraciones cuasiextraterrestres, chips en las vacunas. Unos temen el advenimiento de dictaduras fascistas y los otros de dictaduras comunistas. Un fantasma reaccionario recorría las redes: “La última variante se llamará comunismo”.

En nuestro medio, e incluso más ampliamente, es común escuchar personas que le llaman fascismo a casi cada cosa que les desagrade políticamente o como insulto genérico. Los hay también quienes lo hacen con la palabra comunismo, lo cual para ellos puede representar Marx, Maduro o Bill Gates. Los segundos son ahora quienes, en general, protagonizan globalmente las manifestaciones contra las medidas de los gobiernos.

Nada muy diferente de las típicas manifestaciones de izquierda y progresistas: banderas nacionales, interclasismo, defensa de algún genocida, alguna que otra incoherencia, así como también un descontento bastante amplio sobre las condiciones de vida en el planeta.

Aquellos que llaman altruismo a su pánico y ya tenían ciertas tendencias agorafóbicas y disgusto por vincularse con seres humanos de carne y hueso no comprenden la desconfianza de grandes sectores de la población respecto de los organismos oficiales, los gobiernos y los medios masivos. Tal desconfianza tiene sus fundamentos, pero el problema no es ese, sino las conclusiones absurdas que en general suelen alcanzar. Conclusiones que, ante la ausencia de expresiones de lucha que permitan dinamizar otras discusiones, son rápidamente instrumentalizadas por la “nueva derecha”.

Como señala el colectivo italiano Wu Ming en una entrevista titulada Conspiración y lucha social: «Nos oponemos al enfoque típico del conspiracionismo, es decir, al enfoque idealista, liberal y cientificista. En este marco, desaparecen las clases sociales, las relaciones sociales, las estructuras de poder, las contradicciones del sistema (…) El efecto del conspiracionismo es desviar el descontento y canalizar las energías potencialmente revolucionarias hacia lugares donde se disipan o, peor aún, acaban alimentando proyectos reaccionarios.»

Lo que está ocurriendo con las manifestaciones contra el pase de movilidad puede ser un ejemplo de lo que pueden ser las futuras movilizaciones. A los Chalecos Amarillos en Francia también se los acusó de fascistas o reaccionarios. «Bello como una insurrección impura» escribían en las paredes de aquel país.

Siguiendo con Wu Ming: «Las luchas serán impuras porque los sujetos que las iniciarán carecen de los antecedentes con los que nos sentimos cómodos: memoria de las luchas obreras y de los movimientos sociales, conciencia de clase, tradición de conflicto social en la familia, etc. Sin embargo, paradójicamente, la falta de memoria también eximirá a esas luchas de seguir patrones preestablecidos (…) La mayoría de los miembros de la clase media precarizada, empobrecida y atemorizada nunca dominaron el lenguaje de la lucha social, no son herederos de tradiciones políticas con vocabularios establecidos, y esto tiene mucho que ver con la razón por la que articulan su ira por su propia degradación social en términos de “libertad”, o la injusticia que sienten que han sufrido por la forma en que se manejó la pandemia. Una cosa es el individualismo y el egoísmo, y otra la esfera de autonomía de la que debe gozar cada ser humano. Sobre todo, es importante decir que la gestión capitalista de la pandemia atacó toda la dimensión colectiva, la sociabilidad, las relaciones entre las personas, etc. En este contexto, “libertad” puede significar también la libertad de estar juntos, de actuar colectivamente, de manifestarse. Descartar todo esto como simplemente “fascista” es, como mínimo, una muestra de torpeza ideológica.»

Es necesaria una crítica de los derechos y libertades burguesas, defendidos a su manera tanto por socialdemócratas como liberales, lo que no se puede es criticar la sed de quien exige su “derecho al agua”.

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