Nota introductoria VHLV: Lo que difundimos a continuación, corresponde a la traducción que realizamos de un texto de Gilles Dauvé publicado el 22 de septiembre de 2020 en el blog DDT21 (ddt21.noblogs.org). El autor ha participado en proyectos como la librería La Vieille Taupe durante los años 60 en Francia, en publicaciones como La Guerre Sociale en los 70 (aunque termina rompiendo con esta), La Banquise y Le Brise-glace en los años 80, Troploin desde fines de los años 90 y más recientemente ha publicado sus escritos en el blog al que hacemos mención. Los grupos en que ha participado forman parte de la corriente comunizadora surgida a mitad de los 70, como una respuesta a las derrotas proletarias de ese entonces y la necesidad de repensar los procesos revolucionarios, definiendo como cuestiones centrales del cambio radical en las relaciones sociales, la superación del trabajo asalariado, el Estado, el productivismo, junto con todos los modos de vivir cotidianos que implica la reproducción de la sociedad del capital.
Así, el texto que presentamos explora desde esa perspectiva la proliferación del coronavirus a nivel global desde principios del 2020. Pero las raíces del fenómeno del covid-19 y sus efectos en la dominación capitalista y/o luchas o revueltas proletarias, no se pueden abordar desde su aspecto cuantitativo o reformista (ya sea abogando por un capitalismo verde o un mayor “Estado social”). Las causas profundas son sociales y medioambientales y tienen relación directa con la realización material de la utopía capitalista del “progreso”, por lo tanto su profundización en intensidad y extensión, su evolución normal en el futuro, sólo puede amplificar incesantemente la destructividad sobre la biosfera terrestre y por ello también del habitad humano. El Coronavirus y su tratamiento estatal es expresión de esta contradicción interna irresoluble, a la cual las clases dominantes no pueden responder más que con las mismas lógicas mercantiles, colocando la economía por sobre nuestras vidas y desplegando un Estado policial y militar generalizado. El problema es el propio modo de vida a que nos empuja la exigencia de crecimiento infinito del valor mercantil para reproducir su existencia, y como correlato, nuestras vidas integradas en aquel movimiento autodestructivo. Ni la digitalización y tele-existencia, ni un capitalismo sustentable, ni la ilusión democrática por una nueva constitución son salidas viables a esta actual enfermedad civilizada. Las catástrofes venideras de la crisis ecológica ya las predicen y calculan los propios científicos con antelación de décadas. Y si bien la pandemia actual o venidera expone y acentúa aún más las contradicciones, más vale desechar todo ensueño fetichista por las catástrofes como antes lo era la “crisis económica” en el sentido de apertura a una posibilidad revolucionaria. Las catástrofes venideras no harán por sí solas que las luchas se radicalicen y que apunten al corazón de la dominación mercantil: el trabajo asalariado, así como a pesar de la previsión de degradación a futuro en nuestras condiciones de vida (a medida que avanza el desarrollo capitalista) y por mucho que esto haga surgir revueltas en diferentes partes del globo, como ha ocurrido desde 2019, la “simultaneidad no es sincronización, la yuxtaposición no es confluencia, ni la unión es sinónimo de superación”, pues mientras el movimiento de la humanidad proletarizada en la lucha contra el capital se limite a reivindicaciones de reformas, y se mantenga la separación de las luchas en relación a los diferentes aspectos y dimensiones de la dominación social (clase/Estado, conflictos en el trabajo, relaciones de género, opresiones raciales, identitarias, destrucción ecológica) vertebrada hoy por la relación social capitalista, el porvenir parece ser predominantemente el de un Estado reforzado de forma creciente en cuanto a control social, político y policial/militar de la “población”, el cual se ampara en nuevas tecnologías. Es en este sentido particular que encontramos la importancia de discutir la cuestión de los contenidos en las luchas actuales contra el orden capitalista existente, para poder autocriticar y afilar nuestra propia práctica de auto-negación proletaria y afirmación comunista.
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Virus, el mundo de hoy
Hasta los primeros días de 2020, cuando oyó hablar de un “virus”, el occidental pensó primero en su computadora (el asiático estaba sin duda mejor informado). Por supuesto, nadie ignoraba el significado médico de la palabra, pero estos virus se mantenían alejados (Ébola), relativamente silenciosos a pesar de las 3 millones de muertes anuales por SIDA, incluso triviales (la gripe invernal, causa de “sólo” 10.000 muertes en Francia cada año, la mayoría, personas de edad avanzada y que padecen enfermedades crónicas). Y si la enfermedad golpeaba, la medicina hacía milagros. Incluso había abolido el espacio: desde Nueva York, un cirujano operaba a un paciente en Estrasburgo. En aquel entonces, eran más bien las máquinas las que se enfermaban.
Hasta los primeros días de 2020.
1 / ENFERMEDAD DE CIVILIZACIÓN
1.1 / Morimos como hemos vivimos
Una enfermedad contagiosa con una velocidad de propagación muy superior a la de la gripe, el covid-19 provoca pocos casos graves, pero su gravedad es extrema, sobre todo en las personas de riesgo (especialmente después de los 65 años), y requiere una hospitalización “intensa” de los pacientes en peligro mortal. De ahí también la necesidad (muy tardíamente realizada en Francia) de hacer exámenes masivos.
Las epidemias y pandemias no han esperado a la época contemporánea.
En el Imperio Romano, la peste habría cobrado casi 10 millones de víctimas entre 166 y 189. Tras la Primera Guerra Mundial, se atribuyeron entre 20 y 100 millones de muertes a la gripe “española” (que incluye entre 150.000 y 250.000 en Francia). Al mismo tiempo, el tifus, causado por una bacteria, mató a 3 millones de rusos durante la guerra civil. En 1957-1958, la gripe “asiática” originó la muerte de unos 3 a 4 millones de personas en todo el mundo (15.000 a 20.000 en Francia). Se estima que la gripe de “Hong Kong” provocó 1 millón de muertes a través del mundo entre el verano de 1968 y la primavera de 1970, de las cuales 31.000 fueron en Francia.
Muchas cifras pues, a veces muy inciertas (entre 20 millones y 100, la diferencia es enorme), siempre impresionantes, y que a menudo se refieren a episodios olvidados de la memoria colectiva: antes de febrero de 2020, ¿quién recordaba en Francia las muertes de 1968-1970? En ese momento, el Estado no había adoptado medidas generales de salud pública, y la prensa ignoraba o minimizaba la epidemia.
El covid-19 va acompañado de un aluvión de estadísticas que son tanto más difíciles de entender cuanto que sus criterios varían. Todo cambia según se registre el número total de muertes desde el comienzo de la epidemia o del día, los contagios, el aumento del número de contagios en comparación con una fecha determinada, la tasa de transmisión, las hospitalizaciones o las camas ocupadas en cuidados intensivos. En Francia, la multiplicación de exámenes (poco numerosos en los primeros meses) incrementa la cifra de contagios, mientras que el número de muertes diarias disminuye. Cuantos menos exámenes haga un país, menos casos contabiliza, lo que no significa que haya menos enfermos o muertos.
Ahora, se supone que todo el mundo sabe la diferencia entre morbilidad, mortalidad y letalidad. Sin embargo, es necesario distinguir entre tasa de letalidad aparente y real. Sólo la segunda indica la relación entre el número de muertes y los casos efectivamente testeados como positivos; la primera se basa únicamente sobre la estimación de los que se han infectado.
Por muy interesante que sea, esta contabilidad, inevitablemente incompleta, sólo revela un aspecto de la pandemia: su magnitud (probablemente un millón de muertes en todo el mundo en 2020). No dice prácticamente nada sobre sus causas sociales y sus efectos.
Como toda enfermedad grave, el covid-19 puede matar a personas debilitadas, por la edad, por otra enfermedad y/o por un modo de vida debilitante: mala alimentación, contaminación atmosférica y química —la que se encuentra en el aire mataría entre 7 y 9 millones de personas en el mundo, de 48.000 a 67.000 en Francia—, el sedentarismo, el aislamiento, la vejez sin trabajo y por lo tanto estando fuera de la sociedad —todos ellos factores que contribuyen a la diabetes y al cáncer… terreno favorable para el covid. De los 31.000 fallecimientos registrados en Francia a finales de agosto de 2020, se cree que al menos 7.500 se deben a una comorbilidad (vinculada en una cuarta parte de los casos a la hipertensión arterial y en una tercera parte a enfermedades cardíacas).
Factores diversos y no cuantificables se conjugan para crear un exceso de mortalidad, con una dimensión de clase: por ejemplo, los pobres comen más comida chatarra, y la obesidad es más frecuente entre ellos. Y la tuberculosis (1.500 millones de muertes en el mundo en 2014) ha reaparecido con el empobrecimiento y el hacinamiento urbano. Cuando estás enfermo, es mejor ser rico… y por lo general blanco. “Cuando un blanco está resfriado, un negro contrae neumonía”, dicen en los Estados Unidos. Sin olvidar, en este caso, el costo humano del confinamiento: desempleo, ansiedad, depresión, aislamiento para el residente de una EHPAD (Établissement d’hébergement pour personnes âgées dépendantes / Institución Residencial para Personas Mayores Dependientes)…
La civilización capitalista no creó el covid-19, pero favorece su difusión, a través de la circulación cada vez más extensa de seres humanos y mercancías, una urbanización mundial acelerada y a menudo insalubre, y la degradación de los mecanismos de seguridad social en los llamados países desarrollados. (Volveremos a esto en el §2.)
“Gobernar es prever”: una regla que la sociedad capitalista no ignora, pero que aplica según sus propias lógicas. Cuando prevenir es un obstáculo a la competencia entre empresas, a la búsqueda del coste mínimo de producción, al beneficio y a los intereses a corto plazo de la clase dominante, la prevención pasa a un segundo plano. El principio de precaución jamás será una prioridad en una sociedad que es capaz a lo sumo de gestionar una crisis sanitaria, pero no de prevenirla.
En nuestro mundo, sólo lo mensurable sería “científico”: los factores sociales y medioambientales que juegan un rol importante en la propagación de las enfermedades son difíciles de cuantificar, por lo que escapan al análisis estadístico.
En cualquier caso, el modo de vida occidental no parece ser una ventaja.
1.2 / Cronología de una gestión por expedientes
“Debemos comenzar reiterando, a riesgo de escandalizar hoy, que la pandemia del Covid-19 debería haber permanecido como lo que es: una pandemia ligeramente más viral y letal que la gripe estacional, cuyos efectos son leves en una gran mayoría de la población, pero muy graves en una pequeña fracción. En cambio, el desmantelamiento del sistema de salud europeo y norteamericano que comenzó hace más de una década, ha convertido este virus en una catástrofe sin precedentes en la historia de la humanidad que amenaza a nuestros sistemas económicos en su totalidad. […] Habría sido relativamente fácil contener la pandemia mediante la detección sistemática de las personas infectadas tan pronto como aparecieron los primeros casos, trazando sus desplazamientos y la colocando en cuarentena selectiva a las (muy pocas) personas afectadas. […] La técnica de los exámenes de detección no es nada complicada, sólo requiere la organización y el equipamiento que sabemos producir. […] Al mismo tiempo que se distribuyen mascarillas de forma masiva a toda la población susceptible de estar contaminada para reducir aún más los riesgos de diseminación”. (Gaël Giraud, 24 de marzo de 2020)
Obviamente, no es eso lo que estamos viviendo.
¿Por qué uno de cada tres terrícolas ha sido confinado durante semanas, y en riesgo de que sean confinados nuevamente si los Estados lo consideran necesario?
Si es cierto que la internacionalización del capitalismo lo hace vulnerable, esto no es suficiente para explicar la parálisis parcial de la economía mundial: ¿por qué se ha detenido la producción y la circulación? ¿Por qué la lucha contra el contagio ha tomado la forma de un encierro de las poblaciones, con el cierre forzoso de algunas empresas?
Primer momento: Advertencia
“A principios de 2018, en una reunión de la Organización Mundial de la Salud […] un grupo de expertos […] acuñó el término ‘enfermedad x’. Predijeron que la próxima pandemia sería causada por un nuevo patógeno desconocido que aún no había entrado en contacto con la población humana. La enfermedad x probablemente provendría de un virus de origen animal y surgiría en algún lugar del planeta donde el desarrollo económico favorece la interacción entre humanos y animales. Es probable que la enfermedad x se confundiera con otras enfermedades al inicio de la epidemia y se propagara rápida y silenciosamente […] explotando las redes de viajes y comercio […] La enfermedad x tendría una tasa de mortalidad más alta que la gripe estacional”. (Michael Roberts, 15 de marzo de 2020)
Segundo momento: Negación
Menos de dos años después, cuando apareció lo que tenía todas las características de esta enfermedad x, los Estados comenzaron a minimizar o negar el problema.
“Cuando, el 31 de diciembre de 2019, las autoridades de Taiwán advirtieron a la OMS sobre los peligros del virus de fácil transmisión, la dirección de la OMS cuestiona la gravedad de la situación y se hace portavoz de China. El 14 de enero […] la OMS niega que el virus sea contagioso entre los humanos. Por consiguiente, la pandemia resultante permaneció invisible por largo tiempo en los diversos países afectados, tanto en Asia como en Europa, que en general la detectaron varias semanas más tarde. El 30 de enero, el director de la OMS […] viajó a China donde afirmó que la situación estaba bajo control y felicitó a las autoridades chinas […] desaconseja también cualquier restricción de desplazamientos y viajes mientras que Taiwán ya está cerrado bajo control desde hace un mes”. (Jean-Paul Sardon, 28 de abril de 2020)
Privilegiando los intereses económicos, los Estados no han adoptado medidas de protección, por ejemplo, instaurando controles sanitarios en los puntos de entrada a su territorio.
En Francia, el domingo 14 de marzo de 2020, el buen ciudadano fue llamado a salir para ir votar en las elecciones municipales.
Tercer momento: La gestión sanitaria tiene prioridad sobre la economía
Ante la magnitud de la epidemia, los gobiernos no podían abstenerse de reaccionar, pero sólo según sus propias lógicas y con sus propios medios. En un país como Francia, el acontecimiento revela hasta qué punto la seudo-abundancia oculta una verdadera escasez: la “séptima potencia económica mundial” carece de enfermeras/os, de camas de hospital, de exámenes, de medios de protección… En marzo de 2020, el confinamiento generalizado —que condujo a la paralización parcial de la producción y el comercio— demostró ser el único medio disponible para limitar temporalmente una enfermedad cuya peligrosidad era poco conocida.
En Francia, el martes 16 de marzo, el buen ciudadano fue obligado a quedarse en casa bajo pena de castigo.
Cuarto momento: De vuelta al trabajo —casi— como siempre
Después de unos dos meses, la pandemia, lejos de haber terminado, y aún más mortífera en algunos países, parecía manejable sin desestabilizar las sociedades. Además, se constató que la gran mayoría de los muertos habían pasado la edad de ir a trabajar (en Francia, entre el 1 de marzo y el 28 de agosto, el 90% de los muertos superaban los 65 años), y que, para los trabajadores, la probabilidad de morir a causa del covid era baja: por lo tanto, era urgente enviarlos de vuelta al taller o a la oficina —con la promesa de una protección adecuada, por supuesto. Al mismo tiempo que se suavizan las restricciones y prohibiciones en la vida cotidiana (aunque a veces se empeoran en otros países).
1.3 / “¡Y bien! La guerra” (La Marquesa de Merteuil, Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas, 1782)
Los gobiernos e instituciones se proclaman en guerra contra un “enemigo invisible”. Tomémosles la palabra.
Tanto si un país gana como si pierde una guerra, para sus clases dirigentes el costo no es insignificante, y a menudo resulta ser exorbitante: pueden dejar toda o parte de su riqueza o poder atrás. Pero la racionalidad de un conflicto no puede comprenderse ni medirse en libras esterlinas o dólares. Un Estado no va a la guerra para ganar dinero, y lo que lo determina no es una lógica de negocios: es el resultado de fuerzas y (des)equilibrios sociales y políticos, al interior como al exterior del país. La decisión que se tome será, en última instancia, acorde al interés de las clases dominantes, tal como ellas lo conciben. Las élites dirigentes de los cuatro imperios (alemán, austriaco, ruso y otomano) que desaparecieron después de 1918 se habían lanzado en 1914 a una guerra de la que esperaban salir fortalecidos. En bastante menor grado, los invasores del Iraq en 2003 no habían previsto el Estado islámico.
Los gobiernos conocen desde hace décadas las causas y los efectos del calentamiento climático, contra los cuales sólo han proporcionado paliativos. ¿Por qué actuarían de otra manera ante una pandemia? Incapaces de tomar precauciones para las personas mayores que ya padecen enfermedades graves, de testear masivamente, de poner a cualquier persona infectada en cuarentena, y de hospitalizar en buenas condiciones los casos extremos, les quedaba la solución menos mala y más fácil para ellos: establecer una especie de “bloqueo social”.
Ante una crisis de la cual no podían ni querían tratar las causas (formaban parte de ella), las clases dominantes la administraron sin dejar de hacer todo lo posible por mantener su poder. Las respuestas han variado en extremo, desde Alemania hasta Brasil, con sanciones que van desde seis meses de prisión en Francia hasta siete años en Rusia. Pero en todos los casos, la gestión de la epidemia y el control de la población son una sola y misma cosa: en Francia, la salida al bosque se prohibió durante el confinamiento, porque sus amplios espacios, aunque favorecen el “distanciamiento físico”, hacen más difícil la vigilancia. El precio que deben pagar las clases dominantes (riesgo de descrédito político, pérdida de producción y, por tanto, de beneficios) no es pequeño, pero secundario en comparación con el imperativo de mantener el orden, social, político y sanitario al mismo tiempo.
Incluso Corea del Sur y Taiwán, a pesar de haber practicado masivamente exámenes y distribuido mascarillas, limitando así el confinamiento a los casos probados, tuvieron que frenar sus economías altamente orientadas a la exportación, ya que el resto del mundo se cerró. Del mismo modo, Alemania, a pesar de un confinamiento muy diferente al de Francia, por ejemplo, se vio obligada a limitar sus actividades comerciales.
El resultado, una huida hacia adelante finalmente muy racional: un gran número de países se inyectó una dosis (fuerte pero provisional, se espera) de reposo forzoso antes de volver en buena salud y más bello.
Pero en la novela de Laclos, la belicosa marquesa termina bastante mal.
2 / CADA CUAL SEGÚN SU CAPITALISMO
Si es cierto que el gobierno francés trata a su pueblo como niños, y el gobierno alemán como adultos, uno se sorprende por la oposición entre el carácter muy preventivo del sistema de salud en Alemania, en comparación con una Francia que sólo ha sido reactiva.
Tanto bajo gobiernos de derecha como de izquierda, entre 1993 y 2018, Francia recortó 100.000 camas de hospital, y al principio de la crisis sólo tenía capacidad para testear a 3.000 personas al día.
Alemania, por otro lado, fue capaz de testear 50.000. Este país está lejos de ser un paraíso del Estado de Bienestar: el trabajo precario está institucionalizado, la tasa de pobreza se aproxima a la del Reino Unido, y también allí el hospital está sujeto a imperativos de rentabilidad. Pero Alemania se beneficia del capitalismo más sólido de la Unión Europea, basado en su poder de exportación, que garantiza una mejor reproducción de la sociedad —y de la fuerza de trabajo— y permite evitar recortar demasiado los presupuestos sociales, en particular el gasto en atención sanitaria.
Como Francia no dispone de estas ventajas (la industria representa el 15% del PIB, frente al 25% en Alemania), al principio de la crisis disponía de 7.000 camas de cuidados intensivos (que luego aumentaron a 10.000), contra 25.000 en Alemania. La “gestión” de la empresa hace funcionar el hospital sobre la base del principio “justo a tiempo”: como en una fábrica textil o un supermercado, conservar en todo momento sólo lo estrictamente necesario (una cama desocupada las 24 horas del día es un despilfarro de dinero), tener a disposición una reserva de desempleados disponibles y, si es necesario, contratar personal temporal, bajo contrato y sin “estatuto”. En septiembre de 2019, unos meses antes de la crisis, se establecieron administradores de camas para “suavizar el flujo de pacientes que entran y salen de los distintos servicios”. El resultado es una medicina de punta que a veces es menos capaz de hacer frente a una epidemia que un país pobre de África.
Dado que se ha pasado por alto la detección, y que faltan los medios humanos y materiales, el confinamiento y los toques de queda ocupan el lugar de la protección. Por lo tanto, no es absurdo que el Estado adopte una retórica de guerra y trate de suscitar una unión sagrada habiendo sido sacudido por un largo tiempo el año anterior, por la grave crisis social de los Chalecos Amarillos. Al “consejo de defensa” contra el terrorismo, se añade el “consejo de defensa covid”, “consejo ecológico”… A la manera en que la defensa civil organizada por el Estado salva vidas tras un bombardeo, debido a la guerra desencadenada por el mismo Estado.
Si Corea del Sur y Taiwán han actuado de manera muy diferente, es sin duda porque han sufrido graves epidemias recientemente, pero también porque no han buscado sistemáticamente el “menor Estado posible”: no hay una sociedad capitalista estable sin un servicio público adecuado. En 2017, el número de camas de hospital por cada 1.000 habitantes en Corea del Sur era de 12,27, (3,18 en Italia). El gasto en educación y salud no es sólo un costo, sino una inversión necesaria para el conjunto del capital, de lo contrario este no asegura la reproducción de toda la sociedad de la que depende.
Así, “a fuerza de ahorrar en el sistema sanitario, un virus un poco más agresivo y mortal que la gripe habitual es suficiente para causar una pérdida de diez puntos del PIB. […] La integración entre el Estado y la empresa privada […] se ha hecho demasiado fuerte, incluso desde el punto de vista puramente capitalista de su funcionamiento óptimo [y] limita considerablemente la eficacia y la capacidad de respuesta de la acción estatal”. (Il Lato Cattivo)
Incapaces de abordar las causas de una crisis que han contribuido a crear, los gobernantes se ven obligados a asustar y a la vez tranquilizar, y el discurso alarmista consolida el control sobre la población, transmitido por diversas fuerzas: el gobierno central, la “comunidad científica” (cuyo asunto de Raoult tiene al menos el mérito de mostrar las cuestiones de poder y las incoherencias), así como los medios de comunicación, caja de resonancia de la sociedad.
3 / “ME VEO OBLIGADO A ADMITIR QUE TODO CONTINÚA”…
…escribió Hegel hace doscientos años.
3.1 / Preservar el status quo
El capitalismo no está hecho de objetos, seres humanos, máquinas, centros comerciales y tarjetas de crédito. Es la relación social que anima al trabajador portuario, a la vendedora, al carguero, a la boutique, a la grúa, a la máquina-herramienta y al cajero automático, con un dinamismo nunca alcanzado por los sistemas sociales anteriores. Por sí sola, la inmovilización temporal de una parte de las actividades productivas las interrumpe sin destruir lo que antes las ponía —y pronto las volverá a poner— en movimiento.
Incluso parcialmente suspendida, la relación de producción capitalista no deja de funcionar. El intercambio mercantil persiste, a pesar de que en la base exista una solidaridad en la que no “cuenta” el dinero y sus tiempos. Para algunos sectores, el beneficio debe y puede pasar parcialmente a un segundo plano, pero no desaparece. Algunas empresas se endeudan o quiebran, otras nacen (servicios en línea), o prosperan (Amazon…). La mayoría pierde dinero y se adapta.
Mientras que la crisis bancaria y financiera de 2008 había detenido parte de la producción, inmovilizando grupos de buques cargueros en los estuarios de los grandes ríos, esta vez es directamente la llamada economía real la que se ve afectada.
Sin embargo, decir que la crisis revelaría la realidad, porque demostraría cómo la sociedad sólo funciona gracias a la enfermera, el recolector de basura, el repartidor, el mecánico… es afirmar una verdad a medias.
Contra el mito de una economía basada en el conocimiento, son en efecto los trabajadores productivos ordinarios los que han mantenido a la sociedad en marcha durante el confinamiento: la crisis confirma la centralidad del trabajo… pero del trabajo asalariado. En la sociedad actual, el recolector de basura y la enfermera dependen del dinero como el comerciante. Lejos de revelar su quiebra, la crisis actual revela la resistencia de un sistema social que aún sabe hacerse indispensable. El dinero sigue siendo la mediación necesaria para nuestras vidas: a quien ha perdido su trabajo no le quedan nada más que sus ahorros, la ayuda familiar o la asistencia pública —todo ello expresado en dinero. Ni siquiera el apoyo mutuo está exento de ello: los que hacían mascarillas para sus vecinos a veces debían comprar telas o, más frecuentemente, los muy preciados elásticos. Y es a través de los préstamos a las empresas, y en menor medida a los particulares, que los Estados intervienen.
Pero, “Lo que llama la atención de estos enormes programas de rescate, es que gastan cantidades de dinero sin precedentes […] esencialmente para preservar el status quo —al menos inicialmente”. (“Difícil nacimiento – Crónica de una crisis en ciernes”)
Lo que se está extendiendo y seguirá acentuándose, es el libre-comercio moderado por un modesto retorno del Estado: se dará menos dinero público al sector privado sin compensación; y para algunas producciones consideradas estratégicas, una relocalización muy limitada, sin que cesen las cadenas de valor internacionales y “justo a tiempo”.
3.2 / Tres semanas ganadas para el planeta
A principios de 2020, estábamos preparando un texto sobre ecología, que pronto aparecerá en este blog. En cualquier caso, decimos que ninguna de las causas del calentamiento global será minimizada por el tratamiento de una crisis sanitaria que es un elemento de la crisis medioambiental. A diferencia de la “gripe española”, por cierto, más mortífera, la pandemia actual expresa la contradicción entre el modo de producción capitalista y sus indispensables bases naturales. La contaminación, el deterioro de la biodiversidad, la deforestación… persistirán, y, por ejemplo, la ganadería industrial continuará fomentando la aparición de nuevos virus y enfermedades a los que seremos vulnerables.
Sin duda, en el año 2020, la ralentización de la economía provocada por la pandemia habrá retrasado en tres semanas el “día del exceso”, fecha en la que la humanidad consume todos los recursos que los ecosistemas pueden producir en un año. Pero sería un error esperar que esta desaceleración de la producción se prolongue y conduzca a una “planificación” o “bifurcación” ecológica en el futuro. Los niños simplemente comerán más alimentos orgánicos en el comedor de la escuela, y sus padres comprarán más verduras locales en el Carrefour, vivirán en un eco-barrio, conducirán un automóvil eléctrico en una ciudad de “carbono cero” en un territorio de “energía positiva para el crecimiento verde”.
No frenaremos la urbanización del mundo, lo haremos verde. Londres, una típica metrópolis “globalizada” que representó un tercio de la creación de empleos en Inglaterra entre 2008 y 2019, reverdecerá sus edificios, prohibirá los vehículos de gasolina, introducirá autobuses y tranvías eléctricos, aumentará su “cinturón verde” y multiplicará el número de huertas para los habitantes de la ciudad. Mientras tanto, la alimentación de los londinenses no provendrá de la región, ni siquiera del país, sino del mundo entero: si hoy en Gran Bretaña una hectárea de tierra es cien veces más rentable cuando se utiliza para la construcción que para la agricultura, sólo una profunda agitación social podría poner fin a la ley del rendimiento.
Hay que ser ingenuo para escandalizarse por el hecho de que los gobiernos quieran sobre todo financiar (ampliamente) a las empresas (en particular a la aeronáutica y la industria automovilística) y ayudar (pero por poco tiempo) a los asalariados que trabajan a tiempo parcial. La competencia y el beneficio obligan, que sea normal subvencionar la producción a pesar de su efecto negativo sobre el medioambiente. En unas palabras, reducir las consecuencias mientras se alimentan sus causas. Ahorramos energía aquí para usar más energía allá. Ya en Francia, la energía nuclear era totalmente eléctrica: éste es, en efecto, el camino que se ha tomado, mediante un “mix” que mezcla dosis cada vez mayores de combustibles fósiles con una proporción creciente de energías renovables… sin renunciar a la energía nuclear. Utilizaremos menos envases de plástico, lo que no impedirá el crecimiento de la producción mundial de plástico. Etc.
Y esto en la ilusión de un capitalismo más ligero, por lo tanto, menos contaminante, ya que es digital. Pero en realidad, lo virtual pesa mucho: materias primas, combustible, fabricación, transporte, mantenimiento…
“El consumo energético mundial sigue creciendo (+2,3% en 2018), y más del 80% sigue procediendo de los combustibles fósiles. La cantidad de energía necesaria para producir energía también está creciendo, a medida que se explotan los yacimientos de menor calidad o los llamados hidrocarburos ‘no convencionales’, como las arenas petrolíferas. […] la ‘tasa de retorno energético’ sigue disminuyendo. […] El simple hecho de ver videos en línea, que están almacenados en enormes infraestructuras materiales, habría generado en 2018 tantas emisiones de gases de efecto invernadero que las de un país como España. […] Un proyecto estándar de aprendizaje automático emite hoy en día, unas 284 toneladas equivalentes de CO2, en todo su ciclo de desarrollo, cinco veces las emisiones de un automóvil desde su fabricación hasta el depósito de chatarra. […] Los gigantes de la tecnología tienen poco interés en implementar métodos más eficientes. Tampoco tienen interés en que sus usuarios adopten comportamientos ecológicos. Su futura prosperidad depende de que todos se acostumbren a encender la luz hablando con un altavoz conectado, en lugar de presionar un estúpido interruptor. El costo ecológico de estas dos operaciones está lejos de ser similar. El primero requiere un sofisticado dispositivo electrónico provisto de un asistente de voz, cuyo desarrollo ha consumido muchas materias primas, energía y trabajo. No tiene sentido abogar simultáneamente por el ‘Internet de las cosas’ y la lucha contra la crisis climática: el aumento del número de objetos conectados simplemente acelera la destrucción del medioambiente. Y se espera que las redes 5G dupliquen o tripliquen el consumo de energía de los operadores de telefonía móvil en los próximos cinco años”. (Sébastien Broca, “El carburo digital de carbón”).
Miles de millones de objetos “comunicantes” se disponen a irrumpir en nuestras vidas. El “tren del progreso” reanuda su curso por un momento suspendido. El calentamiento global está preparando nuevas pandemias tropicales. Habrá otros coronavirus.
Pero tranquilicémonos: Google informa que “los investigadores están utilizando la Inteligencia Artificial para reducir la contaminación del aire en Uganda”.
3.3 / Aceleración
Aunque el mundo se ha ralentizado temporalmente, sus tendencias subyacentes se ven reforzadas por la crisis, como en otras circunstancias por la guerra.
A las estadísticas diarias de los infectados y fallecidos, los medios de comunicación añaden las de la producción perdida, y predicen un colapso financiero. Es posible. Pero en los Estados Unidos, entre 1929 y 1932, las acciones en la Bolsa perdieron el 90% de su valor, y la producción industrial cayó en un 52% entre 1929 y 1933: en ese año había un 25% de desempleo y 2 millones de personas sin hogar en ese país. Sin embargo, el capitalismo continuó.
Ninguna epidemia gigantesca y devastadora por sí sola, a menos que elimine casi toda la población mundial, pondrá fin al capitalismo. Alterará los equilibrios, reorganizará las cartas políticas, geopolíticas y sociales en las direcciones más inesperadas y opuestas. La crisis de 1929 había llevado al New Deal, al nazismo y a los frentes populares, con la URSS fortaleciéndose y Suecia llevando al poder una socialdemocracia reformadora durante décadas.
“La reproducción de las relaciones sociales capitalistas exige a veces enormes sacrificios en sus soportes materiales (cosas y personas) […] por la misma razón, estas relaciones no se dejan modificar deliberadamente ni deshacer por un automatismo de la historia (un ‘colapso’ por ejemplo)”. (Il Lato Cattivo)
Con algunas correcciones, el reino del “justo a tiempo” y del “stock cero” continúa. La farmacia venderá algunos medicamentos fabricados en Lyon o Madrid, pero los europeos seguirán comprando un Smartphone enviado desde Asia en un barco cargado con 2.000 contenedores, y luego transportado en un camión o camioneta UPS. La computadora utilizada en la localidad de Mers-les-Bains no saldrá de fábricas alemanas u holandesas como de las que provenían anteriormente los equipos de radio y televisión de gran consumo vendidos por Grundig o Philips.
Podemos prever un retorno muy parcial al llamado Estado social. La burguesía ha ido demasiado lejos en los recortes presupuestarios, la privatización, la racionalización de los servicios públicos que se han hecho funcionar como empresas, todo el mercado y el menor Estado posible. El capitalismo presupone un espacio no-capitalista, y un Estado que opera con otras lógicas que no son puramente mercantiles.
Esto no disminuye la dominación burguesa, en particular de sus sectores financieros y bancarios. El coronavirus no detendrá la marcha hacia la disminución de las pensiones, la precariedad, la individualización del mercado laboral y la regresión de las protecciones sociales.
3.4 / ¿Habrá una vida sin Internet?
Lo que el coronavirus ha inaugurado, es el aprendizaje a gran escala de la tele-existencia. Quedarse en casa voluntariamente y por la fuerza ha demostrado la imposibilidad de una vida “normal” hoy en día sin la tecnología digital. Internet ha sido tanto un medio para que los Estados impongan el confinamiento como para que las poblaciones lo apoyen.
El acceso a los servicios públicos, la educación, las relaciones familiares y de amistad, la sexualidad (sitios de citas y pornografía), el ocio, las compras, el trabajo (aunque en menor medida de lo que se dice), incluso la actividad política… gracias al confinamiento, la evolución hacia lo totalmente digital ha dado un salto adelante. Comunicación mediante teléfonos inteligentes y la omnipresencia de las pantallas: la sociedad de los individuos los socializa a distancia.
Durante los últimos 30 años aproximadamente, las computadoras se han vuelto indispensables para la circulación de capital y mercancías —empezando por la fuerza de trabajo. Como el capitalismo ha colonizado la vida cotidiana, también está instalando lo digital en el dormitorio, en el automóvil, en la nevera, y se está preparando para implantarlo al interior de los cuerpos. Lo que se presentó como simplemente “más práctico y rápido” se está imponiendo ahora como necesario, antes de que sea obligatorio. El ser humano ahora vive “en línea”. Es posible que pronto tenga un asistente virtual capaz de vincular todos sus datos personales, hacer sus compras por él, vigilar su salud recordándole que tome sus medicamentos, gestionar su agenda, contactar a una persona con la que no habla desde hace tiempo, y así conocer sus necesidades mejor que él.
La desintoxicación digital no experimentará la moda de la comida lenta.
En menos de 15 años, el ordiphone (ordenador portátil) como dicen los Quebequenses, se ha convertido en una prótesis vital para al menos 3.000 millones de humanos, de los cuales se vendieron 1.500 millones de ejemplares en 2019. Por primera vez, una herramienta de trabajo es igualmente un objeto indispensable para la vida afectiva, familiar, intelectual, etc., y también un instrumento privilegiado de control social y político —y por lo tanto policial. Y siempre en nombre del bienestar colectivo: se dice que un lugar vigilado por cámaras está “bajo protección de video”. La palabra mágica “seguridad” se impone frente al delincuente como ante el terrorista y el virus, y la crisis sanitaria muestra hasta qué punto el Estado obtiene nuestra sumisión en nombre de la salud. Además del reconocimiento facial (en este campo, China es el porvenir del mundo), la radio-identificación tiene un brillante futuro por delante. Hoy en día más bien reservado a los animales domésticos, el micro-chip subcutáneo se implantará en los seres humanos, que portarán su historial médico, sus antecedentes penales, etc., y, aparte de algunos recalcitrantes, los ciudadanos modernos adoptarán este sistema como lo hicieron con el pasaporte biométrico o la declaración de la renta desmaterializada.
Sin alegrarse por ello, esto no debería ser sorprendente. Para que el usuario de Internet pudiera “en unos “pocos clics” conocer el pronóstico del tiempo en Vilnius o el nombre real de la persona que firmó “Barón Corvo”, fue necesario reunir y actualizar constantemente millones de datos, a los que esta búsqueda también añadirá sus rastros. No se puede saber todo sobre todo sin ser parte de ese todo, y ser “rastreado” en cada instante.
4 / BALANCE Y PERSPECTIVAS
4.1 / Distanciamiento
En Años y Años, serie emitida en la primavera de 2019, la Inglaterra de 2029 está dirigida por un gobierno autoritario (e incluso criminal) que, en medio de una epidemia transmitida por los monos, encierra los barrios “sensibles” detrás de barreras controladas por la policía y prohíbe el acceso por la noche.
Un año después del estreno de la serie, para 3.000 millones de personas, esta ficción política se hizo realidad: restricciones de desplazamiento, toques de queda, omnipresencia policial. Pero este experimento “biopolítico” a escala mundial (y globalmente exitoso) manifestó visiblemente lo que esencialmente ya existía: excepto para el EPHAD, el confinamiento no nos puso más a “distancia social” unos de otros que antes. Ni menos. Bajo arresto domiciliario, hemos perdido el control de nuestras vidas: pero, ¿cuál teníamos en febrero de 2020? La libertad de ir a trabajar, siempre que seamos contratados, y la libertad de ser budista o marxista, siempre y cuando esas convicciones permanezcan como opiniones que no tengan consecuencias en los fundamentos de la sociedad. Un comunista de la década de 1840 dijo que los proletarios dependían de causas ajenas a ellos mismos. En 2020, la aceptación masiva de una atomización forzada manifestó la desunión que es la suerte cotidiana de los proletarios, más aún en una época de división de las luchas e identidades separadas.
Una epidemia y su tratamiento estatal no son más aplastantes que, por ejemplo, la declaración de guerra del 14 de agosto, que paralizó casi todo el movimiento obrero y socialista en ese momento.
En el siglo XXI, a diferencia de la década de 1840, la gran mayoría de la humanidad no dispone de otro medio para vivir más que asalariarse —si es posible y bajo las condiciones impuestas.
Pero este destino común no es suficiente para reunir y unificar: es necesario que previamente las luchas sociales hayan comenzado a apuntar hacia una meta común. Ahora, aunque hay muchas luchas, probablemente más de las que uno imagina, y de una variedad más amplia que en el pasado —conflictos del trabajo, “de género”, ecológicos…— y si bien a veces estas luchas son victoriosas, siguen estando fragmentadas, incapaces de llegar al corazón del problema. La Pandemia, el paro de una parte de la economía y el confinamiento han interrumpido algunas luchas, y también han provocado otras. Pero la simultaneidad no es sincronización, la yuxtaposición no es confluencia, ni la unión es sinónimo de superación. Hasta aquí, las resistencias y los rechazos han coincidido como mucho en la exigencia de reformas.
La lucha por el salario y las condiciones de trabajo afecta a la relación salario/beneficio, pero no ataca automáticamente (y de hecho raramente) al propio salario. Del mismo modo, negarse a arriesgar la salud por un patrón, reivindicar medidas de protección, o incluso exigir que se le pague sin venir a trabajar mientras persista el peligro, no basta para cuestionar la coexistencia de la burguesía y el proletariado. De crítica del trabajo, hay muy poco, y aún menos de crítica del Estado en tanto que Estado, escribieron los autores de “Cueste lo que cueste. El Estado, el virus y nosotros”, en abril de 2020: la observación sigue siendo válida.
Podemos imaginar una reversión hacia el final de la pandemia, con todas las críticas separadas convergiendo para atacar la estructura fundamental, la que no crea las otras opresiones, sino que las mantiene y las reproduce: la relación capital/trabajo, burguesía/proletariado. Las diversas luchas se “precipitarían”, como decimos en la química, cuando los elementos heterogéneos que estaban hasta entonces dispersos se cristalizan en un bloque. La resistencia pasaría a la fase de un asalto a las bases de esta sociedad. Las élites dirigentes serían tanto más rechazadas cuanto que su gestión de la crisis las ha desacreditado y ha puesto a grandes sectores de la población en su contra. Aprovechando la paralización de una parte de la producción, los proletarios intentarían transformar la sociedad, rebelándose contra las fuerzas del Estado, atacando la dominación burguesa, rompiendo con la productividad y el intercambio mercantil, separando lo nocivo de lo útil, iniciando una desacumulación (decrecimiento), etc.
Esto no es imposible, pero no hay nada en la actualidad que indique que las luchas multiformes se estén moviendo en esta dirección. Más bien, los signos visibles muestran la supervivencia de divisiones categoriales, identitarias, locales, nacionales, religiosas y, a veces, la aparición de nuevas separaciones.
Y no hay ninguna receta para remediarlo.
4.2 / Hipótesis
El virus y su tratamiento no cambian nada fundamentalmente: revelan y acentúan las evoluciones. Un acontecimiento histórico, incluso a la escala de la pandemia actual, no revierte por sí mismo el curso de la historia. El covid suspende muchas cosas, no interrumpe el capitalismo ni su dominación, ni siquiera es seguro que cambie sus formas actuales como lo hizo con la Guerra del 1914-18 o la crisis de 1929.
No estamos viviendo el fin del mundo o el fin de un mundo. La pandemia refuerza el orden existente: como de costumbre, en tanto que clase, la burguesía muestra unas defensas inmunológicas bastante buenas.
El capitalismo tiene una (verdadera) fragilidad sólo en aquello que lo fundamenta: el proletariado. Más que cualquier otro sistema, este modo de producción se nutre de las crisis superadas, incluso graves, porque es sorprendentemente impersonal y plástico, y se conforma con lo esencial: la relación capital/trabajo, la empresa, la competencia… La relación social capitalista es al mismo tiempo “portadora de su propia superación o de su reproducción a un nivel superior”: de todas las relaciones “de explotación entre clases antagónicas” que han existido históricamente, es “la más contradictoria y, por tanto, la más dinámica”. (Il Lato Cattivo, “Covid-19 y más allá”, marzo de 2020).
Propondremos una “ley histórica” (que como cualquier ley admitiría sus excepciones):
En ausencia de un movimiento social preexistente ya radicalizado (es decir, tendiente a atacar los fundamentos de la sociedad), una catástrofe sólo puede favorecer el desencadenamiento de conflictos parciales, de intensidad variable, y obligar al orden establecido a evolucionar y, por tanto, a reforzarse.
Del coronavirus, todo el mundo sale reafirmado. La mujer de izquierda concluye que necesitamos verdaderos servicios públicos, el neoliberal que el Estado está demostrando su incompetencia, el votante de extrema derecha que las fronteras deben cerrarse, el ecologista que hay que multiplicar los pequeños pasos, el ecologista gubernamental que debemos reunir cualquier fuerza política que pueda trabajar por el clima, el transhumanista que es hora de avanzar hacia una mayor humanidad, el investigador que la investigación necesita créditos, el activista que es urgente impulsar las luchas, el resignado que todo se nos escapa, el colapsólogo que debemos acostumbrarnos a lo peor… ¿Y el proletario? ¿Qué ha corroborado? En cualquier caso, piensa y pensará lo que sus acciones y luchas le llevarán a entender.
Sólo nos hacemos las preguntas (teóricas) para las que ya hemos empezado a dar respuestas (prácticas).
Gilles Dauvé, 22 septiembre 2020.
Lecturas:
Michael Roberts, «It was the virus that did it», The Next Recession, 15 mars 2020.
Et «Lockdown!», The Next Recession, 24 mars 2020.
Jean-Paul Sardon. «De la longue histoire des épidémies au Covid-19», Les Analyses de Population & Avenir, 2020.
Jean-François Toussaint & Andy Marc, «Sortir d’un confinement aveugle», larecherche.fr, 22 avril 2020.
Gaël Giraud, «Dépister et fabriquer des masques, sinon le confinement n’aura servi à rien», reporterre.net, 24 mars 2020.
Giraud s’illusionne sur la possibilité de créer aujourd’hui «un système de santé publique digne de ce nom», non dominé par « une industrie médicale en voie de privatisation».
Jean-Dominique Michel, Covid: Anatomie d’une crise, HumenSciences, 2020, 224 p.
Comme Gaël Giraud, J.-D. Michel croit possible dans le monde actuel un système de santé qui serait autre chose qu’une industrie de la maladie.
Il Lato Cattivo, «Covid-19 et au-delà».
B.A. et R.F., «Accouchement difficile – Chronique d’une crise en devenir», hicsalta-communisation.com
Raffaele Sciortino, «Géopolitique du virus», acta.zone, 29 avril 2020.
Sébastien Broca, «Le numérique carbure au charbon», Le Monde diplomatique, mars 2020.
Tristan Leoni & Céline Alkamar, «Quoi qu’il en coûte. L’Etat, le virus et nous».
Sur les luttes actuelles et les nouvelles formes de réformisme : Tristan Leoni, «Abolir la police?», septembre 2020.
Site de Pièces & Main d’œuvre, notamment «Le virus à venir et le retour à l’anormal», et «Le virus de la contrainte».
Citation de Hegel : «Je vais avoir 50 ans. J’ai vécu trente ans dans une époque éternellement agitée, pleine de crainte et d’espoir et j’espérais qu’on pût un jour être quitte de la crainte et de l’espoir : je suis forcé d’admettre que tout continue » (Lettre à Friedrich Creuzer, 30 octobre 1819)
https://www.worldometers.info/coronavirus/
https://feverstruggle.net/category/reports/