¿¡Guerra y revolución!?

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Tridni Valka

Parece que fue ayer cuando por fin salimos de la «crisis pandémica de Covid-19» (aunque algunos dicen que nunca saldremos de ella) y ya hay una nueva «crisis». Según la narrativa burguesa dominante, la guerra en Ucrania es una nueva razón para que el proletariado deje de lado la satisfacción de sus necesidades. En su lugar, debemos unirnos al frente unido con las fuerzas de «nuestra» burguesía y sacrificarnos por un «bien mayor» de «defensa de la integridad territorial de Ucrania» o su «desnazificación» – dependiendo de donde vivamos.

 Nos obligan a convertirnos en carne de cañón en la «defensa de la nación», lo que significa sufrir y morir por los intereses de uno u otro bando burgués – como está ocurriendo ahora con los proletarios «rusos» y «ucranianos». O nos obligan a hacer sacrificios en el «frente interno»: aceptar el aumento de los precios de los productos básicos que permiten nuestra supervivencia cotidiana como la alimentación, la vivienda, la salud, la energía, el transporte, etc.; aceptar el aumento de la represión y la vigilancia; aceptar la militarización del trabajo y el aumento brutal de la tasa de nuestra explotación.

 La guerra es, por supuesto, parte integrante de la propia lógica de funcionamiento del capitalismo. Es la expresión de una necesidad de las facciones rivales del Capital de conquistar mutuamente sus mercados para realizar sus beneficios. En este sentido la guerra capitalista y la paz capitalista no son más que dos caras de la misma moneda y cualquier guerra no es más que una continuación de esta competición por medios militares.

 La guerra de 2022 en Ucrania (que es más bien una nueva fase abierta de la guerra que comenzó en 2014) no es una excepción. En las últimas décadas nos arrastraron a otras guerras increíblemente sangrientas, algunas de las cuales aún continúan: en Somalia, en la antigua Yugoslavia, en Afganistán, en Irak, en la región africana de los Grandes Lagos, en la región del Cáucaso, en Siria, en Yemen…. o recientemente en Etiopía… Todos esos conflictos nacieron de la competencia entre facciones burguesas locales, pero al mismo tiempo representaron guerras territoriales por poderes entre «las grandes potencias» y en todos ellos (como siempre) fueron los proletarios los masacrados.

 A pesar de ser tan brutales como lo es la guerra que actualmente asola Ucrania, estas guerras no permitieron a la burguesía movilizar al proletariado en apoyo de los intereses capitalistas a un nivel tan global. La razón principal es que esta vez la formación de los superbloques capitalistas capaces de una confrontación global está mucho más cerca y el choque de sus intereses faccionales opuestos es mucho más obvio y directo. Por lo tanto, es fácil para los ideólogos burgueses de ambos bandos fingir que se trata de «una guerra santa» del «Bien contra el Mal». Una vez más nos empujan hacia los campos de exterminio en nombre de la paz, esta vez hacia la guerra que puede acabar con toda la vida en este planeta.

Frente a la realidad de la movilización, la militarización de nuestras vidas, la propaganda nacionalista y la horrible carnicería de proletarios, la posición comunista siempre ha sido el rechazo revolucionario derrotista de ambos campos del conflicto burgués a favor del «tercer campo», ¡el campo de la revolución comunista global! Hemos abordado esto recientemente en nuestro folleto: ¡Proletarios en Rusia y en Ucrania! En el frente de producción y en el frente militar… ¡Camaradas! así como en una segunda contribución: Manifiesto internacionalista contra la guerra capitalista y la paz en Ucrania (ambos textos se encuentran en los anexos de este boletín).

 De forma similar a la «crisis de Covid-19», nosotros como comunistas rechazamos todas las falsificaciones burguesas de la realidad, ya que todas sirven al mismo propósito de mantener a nuestra clase subyugada a los intereses de la clase dominante e impedirle la realización de sus propios intereses de clase, es decir, abolir la sociedad basada en la explotación del trabajo humano. Tanto si la narrativa que intentan imponernos se basa en la ciencia y la medicina «sagradas» oficiales (que pretenden ser objetivas e imparciales) y en las estadísticas gubernamentales, como si se basa en la ciencia «disidente y prohibida» que el «Nuevo Orden Mundial no quiere que veáis» (y que, sin embargo, de alguna manera está por todo YouTube), nuestra única respuesta a esto es reafirmar la posición de subjetividad proletaria militante, es decir, analizar siempre la realidad material basándonos en el criterio de lo que hace avanzar u obstaculiza la lucha por nuestros intereses de clase. Y desde esta posición, y en confrontación con todas las falsificaciones mencionadas, intentamos descubrir siempre la corriente proletaria en toda esta agitación.

 Al igual que la anterior «crisis de los Covid-19», también se afirma que la guerra en Ucrania es la raíz de la aparente «crisis económica» y la justificación de la escasez y/o el aumento de los precios de muchos productos básicos. En realidad, ambas crisis simplemente desenmascararon la crisis subyacente de valorización.

No existe tal cosa en este planeta como la escasez de alimentos o energía. Es la lógica del capital la que crea la «escasez», ya que la única razón por la que se producen las mercancías en el capitalismo es para venderlas con el fin de obtener beneficios. Su valor de uso como alimentos, ropa, combustible, etc. sólo tiene sentido para el Capital como medio para este fin. Por lo tanto, es lógico dejar que la comida se pudra o quemar el combustible en lugar de dárselo a aquellos que no pueden pagarlo. Por tanto, el trigo de Ucrania o Rusia no se transportará por otras rutas ni se sustituirá por trigo u otro producto comestible de otros lugares para alimentar a los proletarios hambrientos de Egipto o Líbano o Sri Lanka, a menos que se pueda hacer rentable.

En las siguientes páginas intentamos analizar los movimientos proletarios que han estado sacudiendo el mundo a pesar del Covid-19 y los cierres relacionados y la guerra en Ucrania, contra la miseria de la vida en la sociedad capitalista y en oposición a los esfuerzos de movilización interclasista del Estado. Este texto no pretende ser una cronología de estos movimientos proletarios ni una relación exhaustiva y detallada de la actividad militante y organizativa cotidiana «sobre el terreno». Hay otros militantes, con una conexión más directa con estos movimientos que la nuestra, que han asumido bien estas tareas. Nos centramos en los movimientos que, según nosotros, representan el apogeo de la militancia proletaria reciente, manteniendo al mismo tiempo la continuidad militante, reapareciendo bajo otra forma después de haber sido reprimidos por el Estado, dando nacimiento a minorías militantes o dinamizando las ya existentes y creando potencialmente el espacio para las rupturas programáticas.

 Mencionemos aquí que planeamos cubrir las acciones revolucionarias derrotistas del proletariado en el territorio de Rusia y Ucrania contra la guerra capitalista (deserciones y motines en ambos bandos, ataques a los centros de reclutamiento, sabotaje de los esfuerzos de guerra, subversión de la reciente movilización en Rusia, etc.) en un material aparte. También tenemos que mencionar aquí los disturbios de enero en Kazajstán desencadenados por los altos precios del combustible, aunque no hablamos de ello en detalle en el siguiente texto. Fue una erupción muy fuerte de ira proletaria y contenía algunos momentos insurreccionales que llevaron a la burguesía local a pedir refuerzos de Rusia y otros países de la CTSO (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva) para aplastarla y evitar que se convirtiera en una insurrección proletaria a gran escala. Hemos publicado en nuestro blog una colección de materiales militantes de varios grupos que informan sobre el movimiento en Kazajstán.

 A veces todo tiene que cambiar para que todo siga igual…

La clase dominante mundial seguramente esperaba conseguir enmascarar la crisis estructural emergente del Capital convirtiendo una «crisis sanitaria» generalizada (enfermedades, comida basura, envenenamiento y destrucción del planeta, etc.) a través de todos los medios represivos, recuperativos e ideológicamente espectaculares en una pandemia de Covid-19, producto a su vez de la relación explotadora de la sociedad con el mundo natural derivada del modo de producción capitalista igualmente explotador (al igual que todos los demás «desastres naturales» anteriores). Seguramente también se esperaba que sirviera para tapar la caldera hirviente de la lucha de clases proletaria que estaba haciendo estragos en muchas partes del mundo en 2019. Una estrategia que al principio parecía tener más o menos éxito, pero que pronto quedó claro que la convirtió más bien en una olla a presión.

El toque de queda forzoso sirvió desde el principio de excusa a las fuerzas represivas del Estado para restablecer o confirmar y reforzar tanto su control social sobre el proletariado como su monopolio de la violencia, sórdida y vergonzosamente justificado como «protección del público» por medio de la propaganda. Llegó en diferentes formas – jactancia pública de violencia contra cualquiera que se atreviera a no respetar el toque de queda (incluyendo por ejemplo disparar y matar a niños por apoyar la manifestación callejera desde su balcón en Kenia), ejecución de ataques largamente planeados contra okupas y centros sociales en Alemania, Italia, Grecia, etc., limpieza de barrios proletarios para dejar paso a promotores inmobiliarios en Filipinas, Sudáfrica, Haití…, perfeccionamiento de los medios de espionaje electrónico (software Covid-19 Tracker utilizado por la policía para seguir a los manifestantes en Minneapolis, actualización del software de reconocimiento facial para ver a través de las máscaras). Sigue leyendo

Por qué lucha el proletariado en Colombia

Por: Barbaria

En las últimas semanas, la clase trabajadora colombiana se ha enfrentado con firmeza a los nuevos ataques de la burguesía, concretados esta última vez en una reforma fiscal del gobierno que busca incrementar la extracción de plusvalía por nuevas vías. El proletariado colombiano viene sufriendo agresiones continuas por parte de la burguesía, que se expresan en un deterioro progresivo de las condiciones de vida, fuertes desigualdades sociales y el empleo contundente de la violencia (militar y paramilitar) contra la movilización obrera y campesina. Los acuerdos de paz con la guerrilla han representado simplemente un mecanismo de integración de sus aparatos políticos contrarrevolucionarios en las instituciones democráticas del capital, habiéndose extendido por todo el país los ajustes de cuentas contra los líderes de las protestas populares, mientras la burguesía terrateniente relanza su ofensiva contra el proletariado rural. Las circunstancias generadas por la nueva pandemia del capital, el covid-19, han agravado todavía más la situación, en términos de desempleo, miseria y mayores impuestos. En realidad, esta reforma fiscal ha sido la gota que ha colmado el vaso para que se produjese un estallido social de enormes proporciones.

Pero nos equivocaríamos si intentásemos comprender este estallido social en términos exclusivamente nacionales. Todo lo contrario. La respuesta de la clase trabajadora colombiana a los planes de hambre y miseria de su burguesía es parte de la recomposición del proletariado mundial (y latinoamericano), en su lucha por sobrevivir a un capitalismo que ha agotado sus posibilidades de desarrollo orgánico. La radicalidad de las formas de lucha en las calles de las principales ciudades colombianas son una respuesta desde abajo a un capital mundial que es incapaz de articular el valor como relación social, que huye hacia adelante bajo expresiones cada vez más ficticias, extrayendo plusvalía a través de todo tipo de mecanismos imaginables y mediante el uso de la fuerza y la violencia de manera creciente.

A nivel mundial, estamos observando cómo el proletariado viene enfrentándose al capital desde los comienzos de la crisis de 2008. Al principio, como ocurrió con las revoluciones árabes de 2011 o el 15-M en España, con muchas ilusiones democráticas y ciudadanistas, de regeneración del sistema. En estas movilizaciones sociales, la clase media y sus guerras culturales posmodernas jugaban un rol hegemónico. Pero, con el paso del tiempo, la clase trabajadora ha radicalizado sus luchas, enfrentando más directamente las condiciones materiales que imponen los planes de explotación del capital. En 2019, los estallidos sociales en Chile, que tuvo como detonante la subida de los precios del transporte urbano, y en Ecuador, que también fue desencadenado por un agresivo ajuste fiscal, representaron un cambio de escenario en la lucha de clases en el subcontinente latinoamericano. Abrieron una fase de mayor radicalización en las luchas obreras, produciéndose un enfrentamiento más directo con el capital y sus gobiernos. Lo que está sucediendo en Colombia en las últimas semanas no puede entenderse sin aludir a este marco más global de mayor radicalización social.

Como sucedió anteriormente en Chile y en Ecuador, el proletariado colombiano ha dado muestras de enorme valentía y radicalidad en las calles, enfrentándose incluso a grupos paramilitares que han disparado fuego real, sin contemplaciones, a los manifestantes. En Cali, epicentro de las protestas, las comunas (los barrios) de la periferia de la ciudad se han organizado colectivamente no solamente para enfrentar la violencia de los cuerpos represivos. Además, han tenido que organizar el aprovisionamiento de víveres, la protección frente a los agentes infiltrados, el transporte colectivo, el cuidado de los heridos, etc., ya que el gobierno ha intentado rendirlos por hambre y cancelación de los servicios básicos. La respuesta de estas comunas, como Puerto Resistencia, es una muestra de la capacidad de nuestra clase para construir relaciones sociales al margen de las impuestas por el capital y sus Estados, donde a la par que se reorganizan las condiciones materiales de vida, se produce una revolución en los valores y en las relaciones humanas. El mundo deja de estar invertido, como sucede en el capitalismo, y las necesidades sociales pasan a ser prioritarias respecto a cualquier otro criterio (como la acumulación de capital sin límites) en las decisiones que las comunas toman en los usos de los recursos disponibles y en los esfuerzos que se dedican a lograrlos. Todo se da la vuelta, deja de estar al revés. Así, por ejemplo, una activista de las luchas medioambientales, que hasta entonces necesitaba escolta ante las múltiples amenazas y asesinatos cometidos por los paramilitares, ahora camina libre, sin miedo, entre sus vecinos. La movilización proletaria le ha devuelto su seguridad, ha frenado la violencia del capital en aquellos espacios donde nuestra clase ha impuesto su lógica de vida (frente la lógica de muerte del capital).

Son atisbos de una sociedad nueva, son destellos de comunismo, son los balbuceos, los comienzos, de la constitución revolucionaria de una clase que se resiste a sucumbir junto a un capitalismo moribundo. El comunismo no surgirá de la cabeza de ningún genio, ni de las directrices exógenas de ninguna vanguardia esclarecida. Es un movimiento histórico que emana de las entrañas de la sociedad, que surge en el fragor de las luchas del proletariado por garantizar sus condiciones de existencia, cuando el capital, en su intento desesperado por seguir incrementando sus beneficios, no le deja otra opción a nuestra clase que organizarse socialmente de una manera alternativa para garantizar sus condiciones de vida. Ciertamente, es todavía insuficiente lo que estamos viendo en las comunas de Cali o de Medellín, o en los barrios de Santiago en Chile, estas nuevas relaciones sociales solamente pueden imponerse a la lógica del capital a nivel mundial. Pero, sin duda, muestran el camino a seguir, son experiencias donde nuestra clase va aprendiendo a combatir al capitalismo en un plano real, material, no conformándose con las ilusiones culturales, democráticas, que le susurra la izquierda posmoderna.

Pero, como decimos, estamos en el comienzo de un proceso que es enormemente complejo, cargado de peligros. La propia izquierda colombiana, tanto a nivel político como sindical, está intentando desviar las luchas al terreno electoral y al de la negociación con el gobierno, enredando al proletariado en el laberinto tecnocrático de las reformas cosméticas de un capital que solamente puede ofrecer la catástrofe y una mayor explotación. Las falsas esperanzas de la socialdemocracia, expresadas en Colombia en la candidatura presidencial de Gustavo Petro o en la alcaldesa de Bogotá Claudia López, representan el mayor peligro para nuestra clase en su lucha por una vida mejor. La socialdemocracia, en su intento de gestionar la crisis del capital, en su burdo intento de conformar un capitalismo amable o inclusivo termina irremediablemente por convertirse en un títere más de la lógica del valor. Si el capital se encuentra en peligro por la movilización proletaria, sin ninguna duda estos personajes de la socialdemocracia colombiana no tendrán ningún remordimiento en actuar con la violencia y la misma contundencia con las que hoy actúa el presidente Iván Duque. En Colombia, como en el resto del mundo, el proletariado revolucionario buscará su vía independiente, como Karl Marx advirtió en el Manifesto comunista de 1848. El proletariado es la única clase social que dispone de las condiciones materiales para construir una sociedad por fuera de la lógica del valor. Es necesario combatir con todas las energías a la socialdemocracia, a las ilusiones democráticas que prometen una gestión benévola del capital, a las corrientes oportunistas que pretenden colocar a nuestra clase en la disyuntiva de elegir (con especial empeño en el terreno electoral) entre las formas más progresistas y más reaccionarias del capital. Es una falsa elección. Del capital en sus diferentes formas solamente podemos esperar miseria y desolación. Los trabajadores y las trabajadoras de las comunas colombianas nos indican un camino alternativo, real: el de la autodeterminación proletaria mediante la lucha de clases.