NARCOTRÁFICO Y CAPITAL

Extraído del boletín La oveja Negra #79

Es por sus aspectos más superficiales que el narcotráfico llega a la discusión pública y a la prensa. Intentaremos atravesar la superficialidad del asunto. El narcotráfico es un síntoma de la situación económica que está causando estragos en el tejido social a lo largo y ancho del país. Inseparable de los graves y generalizados problemas de adicciones, se trata de un fenómeno que crece en la sociedad capitalista. Buscaremos abordar este problema social desde un punto de vista de clase.

La droga es otra mercancía producida y distribuida según los criterios de la sociedad capitalista. De hecho, antes de ser prohibidas, algunas drogas eran producidas por laboratorios y vendidas como productos farmacéuticos.

La heroína y la cocaína, desde principios y mediados del siglo XIX respectivamente, fueron desarrolladas y producidas a escala industrial en decenas de países por empresas químicas y farmacéuticas. Ambas eran ampliamente prescritas, suministradas en hospitales y recomendadas por la medicina moderna, fundamentalmente para continuar con el trabajo o soportar dolores de heridas producidas durante las guerras. La fuerte dependencia fisiológica provocada por estas nuevas mercancías generó en los soldados y explotados en general, la veloz formación de un mercado cautivo. A través de las épocas y cambios culturales, el tráfico, las drogas legales e ilegales y los adictos han existido y tomado diversas formas hasta llegar al modo que hoy conocemos.

El tráfico de drogas en la actualidad es una rama más de la economía capitalista y, como en cualquier otra, la explotación, la muerte y la extorsión se hacen presentes. No es la primera ni la única rama productiva en la cual se emplea trabajo esclavizado o medios ilegales para eliminar a la competencia. Sin embargo, por su condición de casi absoluta ilegalidad, su escala internacional, sus consecuencias sobre una gran parte de la población y el abordaje mediático y estatal, la violencia toma una notoriedad mayor. Los productores y vendedores de droga deben asegurar su territorio, extorsionar, desalojar, tirotear, encargar asesinatos, explotar, invertir en negocios lícitos, contribuyendo a la economía. Según un estudio de la ONU el tráfico global de sustancias generó aproximadamente 321.6 miles de millones de dólares en 2003, aproximadamente un 1% del PBI mundial de ese mismo año.

… y Estado

La producción de miedo y la consecuente extensión del silencio garantizan importantes ganancias para los traficantes y sus socios, así como un efecto disciplinario en la población. Lo que hoy vivimos en Rosario ya ha sucedido o está sucediendo en otras ciudades del mundo. De hecho, ya se esperaba que esto ocurriese por parte de quienes “regulan” estas actividades. A mediados de los noventa, dos agentes especiales de la DEA (Drug Enforcement Administration: agencia estadounidense de “Administración para el Control de Drogas”) disertaron para una decena de oficiales de Inteligencia de Drogas Peligrosas de Santa Fe. Uno de ellos cerró la charla diciendo: «Todavía en la Argentina viven una relativa calma urbana con el delito de drogas. Pero esto se terminará no bien empiecen a instalarse cocinas de cocaína. Eso creará un rubro nuevo en la economía local, dará empleo, abaratará la mercadería y también la multiplicará. Cuando eso pase, tengan por seguro que habrá dos efectos: se diseminarán las muertes violentas y la corrupción policial alcanzará niveles que jamás vieron.»

Las mafias aprovechan la miseria y la complicidad estatal para actuar, lo cual no termina en las avenidas que separan los barrios del macrocentro. Hay que ser muy inocente para creer que los proyectos mafiosos que operan en una ciudad se encuentran fuera del territorio de dominio de los Estados, que ocurren donde hay un “Estado ausente”: este no mira para otro lado, ofrece protección e impunidad a los negocios. Es evidente que las mafias no podrían tener negocios millonarios sin recibir el apoyo de amplios sectores del Estado y de la burguesía, dentro y fuera de los gobiernos. Existe una fina línea entre la actividad legal e ilegal, y más delgada aún entre mafia y corrupción. Esto dificulta cada vez más la distinción entre aparato de gobierno y mafia, al igual que ocurre con sindicatos, partidos políticos y empresas.

Diferentes sectores hacen uso de la extorsión, la protección o la desprotección, el adulteramiento de mercancías, el robo y el fraude para hacer negocios. Y no se trata necesariamente de organizaciones ilegales. Quien las define o no como tales es la mafia estatal, para la criminalización de sus rivales menores o de aquellos que no trabajan con ella. Es el Estado el que tiene el poder de declarar legal o ilegal una mercancía o una práctica. En casos específicos, como las mafias del narco, estas pueden adquirir inmenso tamaño e influencia, adentrándose en la estructura estatal y no solo a través de la policía. Es conocido en Rosario que un grupo de narcos fue el encargado de desalojar a los vecinos que habitaban las tierras donde se iba a construir el casino City Center, uno de los más grande de Sudamérica, y un hotel cinco estrellas. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio para emprender negocios limpios, aportando tanto mano de obra como financiamiento.

Ley y moral

Los narcotraficantes son presentados como los enemigos de la salud pública y la sociedad en conjunto, y el gobierno como quien los combate. A esta simpleza se reduce la justificación del Estado en su embate contra el tráfico de drogas. Por su parte, la sociedad meritocrática del Capital admira a sus narcotraficantes triunfantes, sean los protagonistas de una serie o los reales devenidos en protagonistas de ficción. Y así sus caras se portan en remeras o se pintan en las paredes.

A menudo la moral está estrechamente relacionada con la ley. La ideología dominante no es más que la ideología de la clase dominante. La economía formal también produce y hace circular otros venenos para la salud, desde cigarrillos hasta comida chatarra. Dicho sea de paso, industrias como las del tabaco comercializan un tercio de su producción de manera ilegal para evadir impuestos. El narcotráfico, la “otra acumulación”, está entroncada estructuralmente con la economía capitalista tradicional. Un método adecuado para abordar este estudio, dejando de lado deliberadamente las formas habituales “moralistas” de realizarlo, es hacer a un lado los discursos y recordar que, tanto en esta como en otras cuestiones, no existen dos o más economías, sino solo una.

El narcotráfico precisa fuerza de trabajo que valorice el valor. ¿De dónde la adquiere? En general, de los desempleados del campo y la ciudad, o de los sectores más desvalidos y peor remunerados de la economía. La sociedad capitalista, además de ser una permanente fábrica de pobres, jamás puede ni podrá lograr el pleno empleo. La desocupación estructural hace que la fuerza de trabajo dependa de las ayudas sociales, se dirija hacia la emigración, la economía informal, o el narcotráfico. A pesar de los peligros que acarrea es una práctica atractiva para un sector joven de esa masa de población excedente, ya que, además de la retribución económica, puede brindar cierto estatus. Y en la corta expectativa de vida de estos proletarios la muerte no se presenta como mayor amenaza.

En el mundo…

Pero no todo se reduce a una villa, un barrio pobre, una zona rural o siquiera una ciudad. Al hablar del narcotráfico es preciso poner de relieve su carácter internacional. El avance del negocio de la droga en el mundo se dio conjuntamente con el de su supuesto control por parte de las fuerzas policíacas y militares. Hacia 1960 la lucha y colaboración internacional contra las drogas, así como contra la subversión se generalizaron. Ambas se cristalizaron en un modelo de seguridad y vigilancia estatal que se ha ido perfeccionando y adaptando a las oscilaciones de cada contexto pero, básicamente, lo que hace es operar en la construcción de la figura del enemigo interno que se esconde y se confunde con la población, legitimando el reforzamiento y la generalización policial-militar de técnicas y dispositivos de control de la población.

Países donde el narco es una referencia, como México o Colombia, no tienen su principal consumo o demanda en su interior, sino en Estados Unidos. Dicho país prohibió, entre los años ‘20 y ‘50 del siglo pasado, la distribución de heroína y cocaína, que en aquel entonces eran producidos principalmente por la industria farmacéutica de Alemania, enemigo que había que enfrentar tanto militar como económicamente. Estados Unidos tomó las riendas del movimiento prohibicionista mundial, sin que esto mejore en nada la situación de los barrios proletarios en sus zonas de influencia. De hecho, como puede comprobarse hasta el día de hoy, la ilegalización de una sustancia solo cambia las reglas del negocio, incluso aumentando su rentabilidad, pero claramente no lo suprime.

Por el contrario, su posición tenía como ventaja poder cuestionar e intervenir en los intereses económicos que otras grandes potencias capitalistas tenían en la producción y la distribución de ciertas drogas. Mientras tanto, la industria estadounidense desarrollaba otras sustancias energizantes o contra el dolor para sus soldados, tales como la morfina, la codeína, el café instantáneo, el tabaco, el alcohol, las metanfetaminas, etc.

Y fue así que el gendarme del continente comenzó a regular los negocios a través del ejército, la CIA o la DEA. Esta última, a la que nos referimos anteriormente, es la agencia del Departamento de Justicia de los Estados Unidos dedicada supuestamente a la lucha contra el contrabando y el consumo de drogas en los Estados Unidos, además del lavado de activos. Pese a compartir jurisdicción con el FBI en el ámbito interno, es la única agencia responsable de coordinar y perseguir las investigaciones antidroga en el extranjero. Sin ironías, sus siglas significan literalmente: Administración para el Control de Drogas.

Empresarios de la violencia

A diferencia del bandido, el mafioso es un empresario: no se limita a tomar una parte de la riqueza, sino que participa en su producción. Al interior de la burguesía, las capas mafiosas tienen su originalidad. En el caso del narcotráfico, sobre la base de la ilegalidad, existe un mayor control del mercado y los precios, posibilitando una enorme rentabilidad, sumado a las deplorables condiciones de explotación en que se suele realizar la producción y distribución de estas mercancías. Estas características hacen que la violencia sea un factor principal en la competencia, en comparación con otros sectores donde la productividad del trabajo y la innovación tecnológica son determinantes. Eso no quita que se busque ampliar aún más los márgenes de ganancia en la producción, fundamentalmente con la disminución de costos, como ocurre con la generalización de sustancias cada vez más nocivas para la salud. Un claro ejemplo es el notable crecimiento de muertes por sobredosis en los principales países consumidores, como Estados Unidos (cerca de cien mil en el último año), muchas de las cuales se atribuyen a la adulteración y disminución de la calidad de aquellas.

Con el narcotráfico, la competencia “desleal” y la violencia extraeconómica (coacción, patotas, secuestros, asesinatos, torturas), aplicada tanto entre mafias como hacia las poblaciones que explotan, someten, o sus consumidores, se ven a plena luz con su rostro más extremo. Pero esto no quiere decir que la competencia capitalista habitual esté exenta de los procedimientos extraeconómicos, así como la explotación de una clase por otra es fundamental en ambas expresiones burguesas.

El narcocapitalismo no puede hallarse separado del capitalismo tradicional, es su engendro y no puede dejar de establecer una innegable y permanente interinfluencia. Esto queda de manifiesto en la ineludible necesidad de lavar las cuantiosas sumas de dinero sucio producidas por el narcotráfico para contribuir a la reproducción del Capital en su conjunto.

Hay múltiples y cambiantes formas de lavar dinero. Una frecuente es entrar en complicidad con una empresa que opera legalmente en la economía formal, de manera tal que el dinero obtenido de las transacciones ilícitas se “mezcle” e incorpore al capital legal, cumpla sus obligaciones fiscales y oculte de esa manera su origen. Otra, es la creación de empresas fantasma, que directamente fingen realizar ciertas operaciones con el objetivo de lavar dinero. Con sus diversos procedimientos, este dinero contribuye a sus socios clandestinos de la banca, la bolsa de valores, empresas de todo tipo, e incrementan la recaudación estatal en países donde es tan habitual la evasión fiscal. Una parte del excedente capitalizado en el narcotráfico, además, se utiliza para sobornos y compra de conciencias, tanto de individuos como de instituciones, tanto con dinero sucio como lavado, dependiendo de las circunstancias en que se realizan dichas transacciones.

En el número anterior del boletín mencionábamos los vínculos del narcotráfico en la región con el desarrollo inmobiliario, las concesionarias de autos o la representación de jugadores de fútbol. A esto sumamos las casas de cambio, las “cuevas”, las financieras, cuyos vínculos son cada vez más evidentes. El lavado de dinero progresivamente aparece también asociado a la comercialización de criptomonedas por la posibilidad del anonimato y la virtualidad para mover grandes sumas, fenómeno ya generalizado en otras partes del mundo.

Un problema sin solución

El desarrollo del narcotráfico en las últimas décadas es inseparable de las dificultades para la obtención de grandes ganancias en diferentes ramas de la producción, así como de la desocupación que arrastra tanto al consumo como al trabajo en esta creciente industria. Se encuentra completamente arraigada en la reproducción del Capital, así como en la reproducción de la fuerza de trabajo.

En este sentido cabe preguntarse si, para las fuerzas del orden, es posible erradicarlo o no existe otro camino que el de ponerle límites. El gran problema en Rosario, asumido por periodistas y funcionarios, es que se trata de un crimen no muy bien organizado, principalmente descentralizado, de una competencia poco regulada y de una fuerza de trabajo poco controlada que no respeta los territorios asignados. En fin, se reclama una falta de monopolio para acabar, de momento, con la extrema violencia.

Los modos más visibles de combatir al narcotráfico por parte de los Estados pueden sintetizarse así: 1) Ataque frontal al avispero, que tiene como resultado no solo los severos daños “colaterales” con niveles de violencia y asesinatos cada vez más alarmantes, sino también, que la aprehensión y muerte de los capos produzca la dispersión, subdivisión y proliferación del narcotráfico, efecto que estamos sufriendo en esta ciudad en los últimos años. 2) Declarar públicamente que se continúa el ataque frontal, pero negociar bajo la mesa con los jefes de la “otra economía”. Esta política que, hasta cierto punto, puede restablecer la paz y corregir los aspectos más negativos del ataque frontal (destinado en realidad al fracaso) está lejos de eliminar la narcoeconomía. Más bien la protege, la alienta y le da un seguro de vida. Y al hacerlo, deja sin corregir los problemas de la salud pública aparejados a la existencia del narcotráfico. 3) Combatir, no tanto directa como indirectamente, al narcotráfico; es decir, dar prioridad a la lucha contra el lavado de dinero y todo lo que implica, en vez de enfrentarse directamente con los carteles productores y comercializadores de las drogas y estupefacientes de todo tipo. Esta táctica, de la que se habla mucho actualmente en la región, ha sido inútil o de efectos muy limitados donde ya fue aplicada, por la obvia e innegable razón de que el régimen capitalista tradicional (importantes sectores de la burguesía y una parte nada desdeñable del Estado) no está dispuesto a deshacerse en verdad de esos recursos económicos que benefician a ciertos particulares y al sistema tomado en conjunto. 4) Pugnar porque se legalicen las drogas, empezando por las menos dañinas, como por ejemplo la marihuana. Esto supone dos problemas: la desaparición abrupta de un sector de la narcoeconomía que acarrearía una crisis de impredecibles consecuencias; y agregamos la impredecible fuga de esas fuerzas narco a otros sectores que puedan producir ganancia. El otro obstáculo tiene que ver con la opinión pública. Su parte más conservadora está convencida de que la legalización de las drogas dañaría más que nunca la salud pública, razón por la cual cada vez que se habla de legalizar las drogas pone el grito en el cielo.

Por otro lado, en Rosario se ha aplicado en varias ocasiones la saturación de la región mediante fuerzas federales como Gendarmería, lo que ocurre actualmente una vez más. Su resultado es una relativa pacificación de breve duración en las zonas de mayor violencia y un efecto de tranquilidad en el humor social, pero no un enfrentamiento directo al narcotráfico, lo cual se evidencia en la falta de avance en las investigaciones, detenciones, incautaciones de droga, etc.

Sin minimizar la situación, tampoco queremos dar la imagen de un escenario apocalíptico. El futuro no está en el reinado de la ilegalidad y la violencia, sino en una mezcla creciente de norma y transgresión, de ilegalidad y legalidad. El llamado Estado de Derecho es una necesidad capitalista. Los negocios rompen las reglas, pero las reglas son necesarias, incluso para el comercio ilegal. Sin la prohibición, determinadas mercancías serían menos rentables. El auge de las mafias es ciertamente un signo de crisis, pero de una crisis que también produce la ilusión de un capitalismo que se ha vuelto ajeno a sí mismo: o virtual, o bárbaro, o en proceso de eliminación progresiva del Estado, y que ya no se basa en las relaciones de clase y en la explotación del trabajo, sino sólo en la depredación mediante la violencia.

De ahí la otra ilusión, la de querer “volver” a un capitalismo decente: virtuoso, pacificado o saneado. Porque la imagen del monstruo alimenta la esperanza de la posibilidad de un mal menor, de un ablandamiento democrático.

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