Venezuela: Capitalismo y Lucha de Clases

Los tres posicionamientos que aparecen a continuación, fueron publicados desde el año 2013 al 2015 por parte de diversos compañeros de lucha. Pese a que han transcurrido dos años desde entonces, estamos convencidos de que su contenido no carece de actualidad, y por el contrario, el balance que realizan corresponde bastante a lo que últimamente acontece en aquellas tierras del mar Caribe.

Como ya es de conocimiento común, los materiales que difundimos en éste blog siempre han apuntado a salirse de la rueda ideológica que está presente por igual en los medios de izquierda y derecha. Si nuestra realidad local generalmente nos rebasa, por consiguiente lo que ocurre fuera de nuestras fronteras aun más. No obstante, limitarse a abandonar todo esfuerzo por generar crítica, divulgarla y discutirla, no tiene razón de ser. Aportes como estos no deben entenderse como algo definitivo, sino como esfuerzos que son parte de un proceso continuo, simples (pero necesarias) contribuciones para forjar alternativas de lucha propias, autónomas y verdaderamente revolucionarias a partir de la crítica radical. Evidentemente, dar una respuesta certera a todas las implicaciones que conciernen al terreno práctico de la lucha, así como las innumerables tareas que conlleva organizarla; no se resolverán en unas líneas escritas, ni se conseguirán mecánicamente ni a corto plazo, ni mucho menos con voluntarismos inmediatistas. Fracasos y descalabros constantes tendrán que ocurrir en las calles para vislumbrar avances.

Mientras tanto, esbozando un poco sobre el tema que abordamos, vemos pertinente enfatizar y sintetizar lo siguiente: Encuadrarse bajo las banderas del falso antagonismo «imperialismo yankee vs democracia socialista latinoamericana» es aceptar ciegamente marchar hacia el desfiladero, es tomar parte en un simulacro de oposición que inevitablemente nos llevará a que las cosas sigan igual (o peor que antes); por ello, cuando enarbolamos la consigna “Ni chavismo ni oposición”, no estamos haciendo uso de un simple slogan disruptivo, lejos de eso, estamos exponiendo sin tapujos una realidad que durante años ha sido mistificada y tergiversada por todas las facciones de la burguesía.

La autodenominada revolución bolivariana no se contrapone en lo más mínimo al capitalismo. El Socialismo del Siglo XXI es reformismo a secas, enmarcado en la continuidad de las tareas democrático-burguesas, es decir: la defensa de la economía, del valor, del Estado, del la patria, del progreso y el desarrollismo.

Por otra parte, ni Hugo Chavez ni Maduro han sido dictadores fascistas, muy por el contrario, son tan demócratas como sus homólogos que exigen “la liberación de presos políticos en Venezuela” (obviamente se refieren exclusivamente a los presos de la MUD). Todos los ciudadanistas/derechistas/demócratas que cínica e hipócritamente se indignan y denuncian la represión policial que lleva a cabo el gobierno bolivariano, simultáneamente en “sus propios países” ellos también fungen como cómplices, delatores, auspiciadores y hasta participes directos en la represión y masacre a los proletarios precarios, pauperizados y marginados que luchan contra la explotación y el saqueo que realizan las empresas petroleras, gaseras y mineras.

La lucha revolucionaria que reivindicamos para destruir al Capital, ha de combatir en el mismo tenor a todos los Estados nacionales, reduciéndolos a menos que escombros; sin importar el adjetivo que les caracterice, la ideología que pregonen, o el personaje o grupo que esté a la cabeza; esa es una afirmación ineludible de nuestro programa histórico.

[Materiales]

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EL MITO DE LA IZQUIERDA SE CAE DE MADURO

La situación social y económica de Venezuela, tras 14 años de gobierno chavista y más de un año de gobierno madurista, no podía arrojar más que los resultados que estamos viendo hoy. Es necesario entonces hacer un repaso histórico para contextualizar el presente estallido social.

Esta sucesión de gobiernos “socialistas” y su crisis actual sólo puede entenderse y denunciarse a sabiendas de que el socialismo del que se habla es, sin lugar a dudas, un “socialismo” burgués. Es la socialdemocracia instaurando sus gobiernos “obreros”, reivindicando la soberanía nacional, la defensa de la economía nacional, pretendiendo gobernar para la clase a la que aplasta. Así, con estatizaciones, una gran renta proveniente del petróleo, una enorme burocracia, mucho nacionalismo y populismo, y palos y migajas para la mayoría del proletariado, se gesta la revolución bolivariana, constituyéndose Venezuela en el bastión del tan de moda Socialismo del Siglo XXI.

Ahora bien, el hecho de que los medios de producción sean estatales o no, no cambia nada. A los proletarios no nos hace ninguna diferencia que quien nos explote sea un dueño particular, el gobierno nacional o una multinacional. El Capital no posee un único método para reproducirse, utiliza aquél que le sirve a los fines de una mejor reproducción, a su propia valorización. En este sentido, si utiliza el intervencionismo estatal y la lógica pseudo “socialista” sólo lo hace en las ocasiones en que le resulta beneficioso, en tanto concilia los intereses antagónicos de las clases y le permite continuar desarrollándose, ampliándose y utilizando a la población con la excusa del crecimiento de la economía nacional. Como una gran falacia, el “socialismo” burgués pretende que exista el socialismo en un sólo país, lo cual en tanto interés nacionalista (regional, parcial) no puede ser más que interés de la burguesía que apunta a la atomización del proletariado. Sea bajo la forma que sea, todo Estado es imperialista. Toda disputa o alianza entre Estados no es más que la consecuencia del desarrollo de las economías nacionales, es decir, de intereses burgueses particulares y nunca intereses del proletariado.

Las crisis de Venezuela siempre fueron asociadas, tanto por Chávez como por Maduro, a intentos de golpes de Estado o complots yankees, y codificadas como la lucha contra la derecha o el “imperialismo”. En coherencia absoluta, el discurso de Nicolás Maduro reitera que enfrenta un “Golpe de Estado”, que sería similar a lo sucedido en abril del 2002 con Hugo Chávez. La falsa dicotomía de país socialista y potencia imperialista que denunciábamos más arriba se desnuda a su vez en los acuerdos comerciales entre dichos países. La búsqueda de ganancia, así como en otros contextos la necesidad de reprimir al proletariado en momentos de gran convulsión social, obliga a buscar algún nuevo vericueto discursivo para justificar alianzas y medidas. Así lo demuestran las medidas adoptadas por el chavismo frente a la producción de petróleo en su territorio.

Después del paro petrolero en 2002, el gobierno encabezado por Chávez se propuso recuperar las empresas petroleras del país. A partir del año 2005 se emprenden una serie de acciones para recuperar la Faja Petrolífera del Orinoco, considerada como el mayor depósito de hidrocarburos del planeta. Ya en 2007 se decreta la Ley 5.200, que instituye la nacionalización de la Faja. Se conforman numerosas empresas mixtas petroleras, en las que el Estado venezolano obtiene la mayoría accionaria mediante su empresa estatal de petróleo y gas natural Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA), recobrando de este modo el control -y gran parte de las regalías- de las empresas que estaban en manos de capitales internacionales.

A pesar de la exagerada y descabellada propaganda mediática contra el imperialismo estadounidense, un gran aliado en la conformación de estas empresas mixtas fue la multinacional Chevron, conocida por el desastre medioambiental que generó en Ecuador. Los defensores del “Socialismo del siglo XXI” como todos los defensores del capitalismo siempre tienen una justificación para estos negociados, cuando no es “estratégico” es simplemente “necesario”. En Venezuela el petróleo constituye la primordial fuente de ingresos. Los destinos de sus barriles de crudo son principalmente Estados Unidos y en menor medida Europa y algunos países latinoamericanos.

Los acuerdos económicos de las petroleras son disfrazados con discursos que apuntan a la «soberanía petrolífera» y a la promoción de las Misiones Sociales. Éstas surgen como iniciativa del gobierno nacional bolivariano y constituyen un conjunto de medidas para atender a los sectores populares del país. Su aparición ocurre dentro de un clima de conflicto social y económico, cuyos momentos más álgidos fueron el intento de Golpe de Estado en abril de 2002, el Paro petrolero de diciembre del mismo año y el Referendo Revocatorio de agosto de 2004. Al día de hoy, las empresas mixtas son reconocidas y vanagloriadas por «fortalecer la seguridad social del país» cuando crece el presupuesto asignado a las Misiones.

Si Venezuela consiguió durante mucho tiempo limitar el deterioro es porque su fuerza de choque petrolera le confiere una ventaja comercial y monetaria importante. Pero ésta no basta para garantizar la estabilidad de la moneda y la fuga de capitales, sumado a que la redistribución de la renta petrolera presentaba un riesgo inflacionario, hoy confirmado. Durante las últimas cuatro semanas el gobierno de Maduro anunció, prácticamente día tras día, nuevas medidas que prometen remediar la inflación y el desabastecimiento. Pero más allá de las apasionadas discusiones entre el gobierno y la oposición, el descontento se vivió en la calle.

Cuando la zanahoria se pudrió…

Ahora que todo estalló, que la inflación en Venezuela es la más alta de América Latina, que este gran cúmulo de hombres y mujeres arrojados a la miseria y sometidos al desabastecimiento y al hambre han salido a la calle, ya no puede dibujarse la situación con paliativos basados en medidas populares. Recientemente Maduro optó por decisiones similares con el objetivo de hacerle frente a lo que él denomina «guerra económica» o «sabotaje económico de facciones apátridas». Estas medidas, que van desde la Ley Habilitante de costos y precios justos, pasando por un nuevo sistema de subsidios para adquirir productos de primera necesidad, hasta la implementación de un nuevo sistema cambiario y la re-estructuración de la administración de las divisas en el país, apuntan al intervencionismo y a la estatización para reforzar la economía nacional. Tampoco servirán las disparatadas propagandas oficiales, movilizaciones pro-Maduro o las navidades y carnavales adelantados. Es momento entonces de mirar más de cerca qué es lo que sucede con el golpeado proletariado que habita la región venezolana.

El 4 de febrero se desataron protestas estudiantiles que tuvieron su génesis en la agresión sexual a una estudiante en la Universidad Nacional Experimental del Táchira. Algunos días después, el 12 de febrero, una manifestación estudiantil en Caracas desató una serie de revueltas en el país. Lo que comenzó como un reclamo estudiantil frente a la situación de inseguridad terminó con represión estatal y un saldo de 14 estudiantes detenidos. Las consiguientes protestas por la liberación de esos estudiantes fueron las que desataron la tensión que venía acumulándose en el contexto de la crisis económica, la situación de escasez de bienes de primera necesidad y de servicios básicos, así como el comienzo de la aplicación de un paquete de medidas económicas por parte del gobierno. Las manifestaciones se propagaron por otras ciudades, especialmente Mérida, Táchira y Trujillo y fueron igualmente reprimidas por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), además de los famosos grupos paramilitares financiados indirectamente e impulsados directamente por este Estado.

En este contexto, parte de la oposición, como los partidos encabezados por María Corina Machado y Leopoldo López, quisieron sacar provecho de la situación y llamaron a movilizar exigiendo, entre otras cosas, la renuncia de Maduro, en un intento de canalizar las protestas, legalizarlas, politizarlas. A su vez, los demás partidos opositores que forman la Mesa de la Unidad Democrática, especie de amalgama socialdemócrata, progresista cristiana, reformista, liberal (y podríamos seguir…) que constituye la principal oposición de Venezuela, se opusieron abiertamente a las protestas y realizaron un llamamiento a abandonar las movilizaciones durante tres días. Éste fue desoído por la gente que continuó en la calle, superando así la parcialidad de unos y la pasividad de otros, generalizando la protesta por gran parte de Venezuela.

Las movilizaciones se extendieron a muchos puntos del país y fueron convocadas en su mayoría mediante “redes sociales”. A su vez, en cada zona las opiniones y razones que impulsaron las movilizaciones varían. En el caso de Caracas fueron protagonizadas especialmente por sectores de clase media y universitarios, y los pedidos versaron sobre cuestiones políticas, como la renuncia de Maduro y la modificación del modelo social y económico. Al interior del país se sumaron sectores populares a la protesta, incorporando demandas sociales tales como la crítica a la inflación, la escasez y la falta de servicios básicos.

Luego de algunos días de relativa calma, el sábado 22 de marzo se reanudaron las manifestaciones y los enfrentamientos entre simpatizantes oficialistas y fuerzas opositoras. Esta jornada de marchas y contramarchas derivó nuevamente en disturbios y registró numerosos detenidos y tres fallecidos.

Las razones de la protesta van desde demandas en salud, vivienda, y abastecimiento de bienes de primera necesidad, hasta reclamos por la inseguridad. Sin embargo, estas jornadas de protesta, al margen de sus razones verbalizadas, de sus consignas en muchos casos limitadas, fueron crítica práctica y apuntaron a la destrucción de los símbolos e instituciones del Estado y del Capital. Hubo embestidas contra sedes de partidos políticos, tanto opositores como oficialistas; ataques a sedes de instituciones estatales y patrullas del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (principal órgano estatal de investigaciones penales). Además se registraron arremetidas al Hotel Venetur (de propiedad estatal) y asedios prolongados a la cadena de televisión pública Compañía Anónima Venezolana De Televisión (VTV). En Táchira hubo ataques contra la sede de la Fundación de la Familia Tachirense, en el municipio de Chacao contra el Banco Provincial y el Banco Venezuela, y en Barquisimeto, a la sede de la Compañía Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela (CANTV).

Ninguno de estos ataques es salvaguarda frente a la posible codificación de las protestas hacia el pedido de reformas parciales, pero las movilizaciones, guarimbas (barricadas urbanas) y arremetidas por parte del proletariado de la región venezolana denuncian con palos y furia, una vez más, la inhumanidad del Capital, de su faceta democrática y sus partidos, de sus medios de comunicación, su brazo represivo y sus fuerzas de choque. Esta y otras revueltas de las que somos testigos, que suceden en diversos lugares y aparentemente por motivos distintos, si bien muchas veces resultan efímeras, poseen una conexión de intereses y de lucha contra la explotación, como la respuesta más humana contra la civilización, como crítica práctica contra el orden y sus representantes, como muestra del intento de imponer las necesidades humanas frente a las del mercado y las relaciones sociales capitalistas.

Y, como siempre, cuando la zanahoria se pudre… sólo queda repartir palos. El brazo armado del Estado, defiende con prisión y tortura su incuestionable propiedad privada. La represión por parte de la GNB, la SEBIN y grupos paramilitares logra disolver algunas protestas al mismo tiempo que desata otras. La represión sin miramientos, la detención y tortura, la militarización de la ciudad de Táchira, los allanamientos ilegales, entre otras, han sido la respuesta preferida del Estado venezolano a esta serie de ataques y revueltas, dejando como saldo hasta el momento 36 muertos, cerca de 400 heridos y 1600 detenidos.

Ahora que la perorata del poder popular muestra su verdadera cara, es momento de insistir en lo espontáneo de estas revueltas, y en que más allá de las consignas en las que se verbalicen, son rupturas de la cotidianidad, expresión quizás parcial e incompleta, de una clase agotada de vivir y morir aplastada, ajena a su humanidad. Las diversas formas en las que estas condiciones se presentan bajo los diversos Estados no son más que las diversas caras de nuestra condición de proletarios. Comprender esto es comprender que somos parte del mismo ser, en tanto compartimos las mismas miserables condiciones de existencia y portamos la capacidad para terminar esta situación.

«Si el Socialismo del Siglo XXI solo quiere afianzar la democracia, el mercado y el nacionalismo, habría que preguntarse ¿por qué pensarlo como revolución? si solo está afirmando aquellos nauseabundos valores en que nos movemos todos los días. Tanto Correa y su revolución ciudadana como Chávez y la revolución bolivariana no hacen más que mostrar que el capitalismo cambia a una imagen bondadosa y popular pero no por ello abandona su esencia de muerte».

La Oveja Negra N° 15

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Venezuela: Crisis, protestas, pugna política interburguesa y amenaza de guerra imperialista

– Venezuela está en crisis porque el capitalismo está en crisis; o mejor dicho, la crisis capitalista mundial se expresa en forma desnuda, cruda y escandalosamente visible en Venezuela, no solo en lo económico, sino también en lo político, lo social, lo ideológico y, probablemente, en lo geopolítico-militar de aquí a futuro.

– La situación actual de Venezuela es una demostración del fracaso de los gobiernos del “socialismo del siglo XXI” en administrar con éxito la crisis capitalista. Lo que pasa es que el Capital y su crisis son ingobernables: es el Capital el que gobierna a la sociedad y por ende al Estado, no al revés. Creer lo contrario es iluso, mientras que pretender realizarlo es reformista.

– El gobierno del Partido Socialista Unificado de Venezuela-PSUV, como buen capitalista que es, no puede más que “descargar” o “hacer pagar los platos rotos” a los proletarios: desabastecimiento o escasez , inflación, subempleo, desempleo, empobrecimiento. Es decir, austeridad y miseria. Dando como lógica consecuencia nuevas protestas callejeras contra tales condiciones materiales de existencia, como las de febrero-abril de este año (y como las de febrero del año pasado, por supuesto). Entonces este gobierno, acorde a su papel, no puede más que optar por la represión: las leyes represivas “de excepción” aprobadas por el Congreso (la tal resolución 008610, que autoriza a la policía reprimir a balazo limpio las protestas), la consecuente muerte de algunos jóvenes manifestantes a manos de la policía, etc. A pesar de que se justifique diciendo que lo hace contra “la derecha desestabilizadora y golpista, en complot con el imperialismo yanqui” e incluso que “lamenta las muertes de esos estudiantes”, queda en evidencia que el gobierno de Maduro –al igual que todos los gobiernos de izquierda- no tiene ni un ápice de revolucionario. (Nuevamente, cabe mencionar que Rousseff y Correa hacen esencialmente lo mismo en sus respectivos países.)

– Aunque en las protestas del año pasado nuestra clase sí reivindicó sus necesidades materiales mediante acciones directas contra el Capital y el Estado (saqueos, barricadas, pedradas, ataques a sedes de partidos, etc.); aunque este año ha vuelto a salir a las calles a protestar contra la escasez y “contra el régimen”; y, aunque la miseria y represión que hoy sufre tal vez le haga sacudirse de tantos años de “chavismo” y “misiones sociales”, el problema es que el proletariado en Venezuela –como en muchas otras partes- todavía es débil; es decir, todavía no logra reorganizarse y actuar con autonomía y potencia, con reivindicaciones y organizaciones propias, como una fuerza social real, como clase de negación. Mas no por ello habría que descartar la posibilidad de una explosión de rabia proletaria incontrolable tanto para el gobierno como para la oposición, la emergencia de un proletariado salvaje en Venezuela precisamente por las duras condiciones en las que actualmente malvive nuestra clase allí. Al fin y al cabo, en todas partes nuestras necesidades humanas en tanto proletarios, insatisfechas o negadas por la propiedad privada y el dinero, se hallan en contraposición material y total con las necesidades de la acumulación y la administración del Capital; de manera que el antagonismo estructural y latente entre la clase capitalista y el proletariado puede, tarde o temprano, estallar; especialmente en situación de crisis, ya que ésta puede, a su vez, recalentar dicho “caldo de cultivo” de la lucha proletaria contra el Capital y su Estado.

– Desde los estudiantes de bajos recursos, pasando por los desempleados y los subempleados “informales” de las calles, que en Venezuela -y en América Latina en general- abundan en su miseria, y que además son los que residen en los suburbios y asentamientos periféricos. Así como los proletarios “indígenas” y “campesinos” de otras provincias, quienes ya se han enfrentado en repetidas ocasiones a las empresas petroleras, mineras, de carbón, todas ellas respaldadas por las fuerzas del orden del socialismo del siglo XXI; sin olvidar a los diversos sectores de la clase trabajadora que han protestado por cuestiones reivindicativas: despidos, salarios, servicios, etc. Todos ellos constituyen al proletariado en lucha, y su presencia en las calles configurando conatos de revuelta lo demuestra. Por consiguiente, es completamente estúpido generalizar las protestas como si se tratasen de una homogénea amalgama que exclusivamente obedece a los designios de la Mesa de la Unidad Democrática. “Oposición fascista” o “agentes imperialistas” son algunos de los motes ridículos que a diario vemos en todos los medios de la izquierda rancia para designar a los que se baten en lucha contra sus miserables condiciones de existencia… es necesario de una vez por todas, romper con todas esas falsas interpretaciones reduccionistas que solo defienden a toda costa el reformismo progresista adornado con banderas anticolonialistas.

– Hemos dicho que una revuelta proletaria en Venezuela es una posibilidad y no algo “inevitable”, porque pensar esto último sería mecanicista y guardar falsas expectativas. Además, porque sería absurdo e irresponsable no advertir que tanto el gobierno como la derecha venezolanos bien pueden -como siempre- pescar a río revuelto o encuadrar la movilización para desmovilizar todo el movimiento. El gobierno de Maduro porque, de hecho, ya está aprovechando la amenaza de EE.UU. contra Venezuela para blindar aún más su maquinaria estatal y para ocultar o hacer pasar a segundo plano su crisis y lucha de clases interna, llamando al “patriotismo”, la “soberanía”, la “solidaridad antiimperialista” y de paso exhortar a sacrificarse por “la economía nacional”. Y la derecha venezolana (representada en la llamada Mesa de Unidad Democrática-MUD), porque obviamente está respaldada por el imperialismo norteamericano y porque, en caso de invasión, éste la repondría en el poder político. La historia política regional y mundial demuestra que esto es así y no hay que engañarse al respecto. Frente a esto, aclaramos que la ruptura y autonomía proletarias que consideramos necesarias de aparecer en Venezuela, no sólo serían afuera y en contra del gobierno de izquierda de Maduro o de la burguesía “bolivariana”, sino también afuera y en contra de la oposición de derecha venezolana, de esa burguesía “oligárquica”, rancia y ultra-reaccionaria. No sólo afuera y en contra de tal o cual fracción del Capital-Estado, sino afuera y contra todo el Capital-Estado mismo. Todo lo cual en este caso concreto significa e implica no participar en la pugna política interburguesa gobierno vs oposición, no hacerle el juego, sino por el contrario: desbordarla, romperla, asumiendo la lucha de clases para defender, generalizar e imponer sus necesidades humanas sobre las del Capital, sus propias reivindicaciones de clase mediante sus propias estructuras de lucha. Lo que, a su vez, podría conducir(se) a una revuelta y luego a asumir la necesidad de luchar por la revolución social o total; no por una revolución política, parcial, burguesa (donde la derecha retome el poder político o que la izquierda lo mantenga), ni mucho menos para que desemboque en la guerra imperialista que haga al proletariado servir como carne de cañón (en caso de que EE.UU. invada Venezuela). De existir o de emerger minorías revolucionarias militantes y activas en Venezuela –de lo cual aún no tenemos señales reales y convincentes-, esa debería ser una de sus tareas principales del momento. ¿Ó será acaso que el proletariado en Venezuela –incluidas sus minorías radicales- sólo reaccionará y luchará contra sus enemigos mortales de clase cuando la guerra lo esté matando por miles en las calles y fronteras, ya no sólo de hambre sino a balazos por parte de ambos Estados? La lucha de clases real será la que tenga la última palabra.

– Todos los gobiernos socialistas, nacionalistas y antiimperialistas que han existido han sido, son y serán capitalistas, la “revolución bolivariana” deja intacto el Estado nacional, la propiedad privada y el comercio mercantil externo e interno, elementos fundamentales del sistema capitalista; los gobiernos de izquierda y progresistas son diferentes en forma pero no en contenido a sus rivales de derechas e imperialistas. Sus pugnas, incluidas sus guerras, son inherentes, inevitables y necesarias para que este sistema funcione y sobreviva: el capitalismo no puede existir o ser tal sin competencia y sin guerra. (Además, no ha habido guerra de defensa de la soberanía nacional o/y de liberación nacional que no haya sido parte de una guerra inter-imperialista.) Pero estas pugnas intercapitalistas sólo seguirán ocupando el papel protagónico hasta que el proletariado reaparezca en escena con fuerza y autonomía desafiando al orden existente. Entonces, ambos bandos burgueses ahora adversarios se unirían sin tapujos ni apariencias en un solo partido -el partido del orden, de la reacción y de la democracia- contra nuestra clase, porque antes preferirán aliarse que ver tambalear el sistema que les asegura el poder y la dominación

– Dicho cuadro en ciernes sería aún más catastrófico si China y Rusia decidiesen apoyar incluso militarmente a Venezuela, no por “afinidad ideológica” ni “antiimperialismo”, sino porque ambas potencias orientales en ascenso tienen fuertes intereses económicos y geoestratégicos que cuidar tanto en ese país como en Sudamérica en general. Por su parte, como en los últimos tiempos EE.UU. ha perdido terreno y poder en otras regiones, hoy regresa a ver a su “patio trasero” de siempre para usarlo como “comodín” de su política de supremacía “unipolar” en declive. Entonces, no sólo estaría en disputa el petróleo y el control territorial, sino parte de la misma hegemonía mundial. ¿Libia, Irak o/y Ucrania en Venezuela? Tal vez. Sea como fuere, suenan tambores de guerra imperialista en Sudamérica, mejor dicho de invasión militar estadounidense a territorio del Estado venezolano.

– La “violación a los derechos humanos” por parte de este gobierno de izquierda -¡Como si ningún Estado hiciera uso de sus terrorismo represivo! ¡Hipócritas!- no es más que un pretexto verosímil para enarbolar un discurso de “falta de libertad en Venezuela”. EE. UU. ya esgrimió similares excusas hace sólo unos años sobre Libia e Irak [y actualmente en Siria] para tal efecto –y lo hizo también en vísperas de algunas guerras durante el siglo XX. No, no es “falta de democracia”, sino que en todas partes es la misma democracia la que reprime, encarcela, tortura, asesina; porque la democracia en realidad es la dictadura “legal y legítima” del Capital sobre el proletariado. Recordemos que también con dicho pretexto EE. UU. ha hecho ya varias guerras en distintas regiones periféricas o “no-occidentales” del planeta. Entonces ¿lo quiere hacer por el petróleo? Claro que sí, considerando las grandes reservas de “oro negro” que posee Venezuela, así como también los grandes negocios petroleros entre la “boliburguesía” y Chevrón, en el sentido de monopolizar el mercado petrolero internacional en esta región (como decía Marx, competencia y monopolio no son polos antagónicos sino complementarios, los dos lados de la misma moneda. Y como suelen decir los burgueses y sus economistas: “en los negocios no hay amigos”). Más en el fondo aún, considerando que el petróleo es energía y la energía es la sangre de la economía, es decir sería un lucrativo negocio per se así como una válvula de escape para la actual crisis capitalista mundial. Algo que, sin embargo, le saldrá “más caro” y catastrófico a futuro debido a la actual “crisis del petróleo” y a todos los desastres y conflictos que éste acarrea. Con todo, el petróleo no es todavía la causa principal de este drama o tensión internacional en la región.

– La burguesía estadounidense y El Pentágono no son tontos ni se quedan de brazos cruzados. Todo lo contrario. Si ni un gobierno de izquierda ni la oposición de derecha han sido capaces de administrar la crisis capitalista en un pedazo importante de su “patio trasero”, existe también el “riesgo” de que en ese país el proletariado –ese “fantasma” que tanto teme toda burguesía- reemerja con explosividad y fuera de control, como una fuerza real, autónoma e indómita. ¿Acaso una potencial “revuelta del hambre” y contra el Estado en Venezuela? Ante semejante amenaza, EE.UU. no puede dejar de cumplir su rol de gendarme o policía mundial: he ahí una de las necesidades de intervención armada en Venezuela. Y tal vez no espere a que tal potencial revuelta acontezca, sino que anticiparía sus movimientos para “prevenirla”. En conclusión, la guerra imperialista se hace –como siempre- para aplastar toda tentativa revolucionaria y repolarizar el poder de la burguesía. La guerra es siempre guerra contra el proletariado. En este caso específico, se trata de “neutralizar” la contradicción fundamental y real, de fondo: el antagonismo de clases y toda tentativa de revolución radical.

– Además, no sólo por la amenaza de un proletariado salvaje en ese país EE.UU. haría la guerra imperialista a Venezuela, sino porque ya tiene un problema en potencia “en su propia casa”: el movimiento de protestas y disturbios desatado en las ciudades de Ferguson, Baltimore, Oakland y Charlotte en el lapso de los cuatro últimos años. Es decir, EE.UU. lo haría también para fortalecer y ganarle la guerra al proletariado que vive y lucha dentro de su propio territorio: por ejemplo, enlistando en las filas del ejército a proletarios jóvenes –negros, latinos y blancos- para que vayan a matar y morir en otros países, y así evitar tenerlos como “vagos” y “vándalos” en las calles. Lo cual paradójicamente podría resultarle un boomerang, habiendo ya unos cuantos indicios o muestras de ello. Este es otro hecho que justifica la importancia que tiene hoy en día la relación internacional entre Venezuela y EE.UU. así como la situación interna de ambos países, en el sentido de manifestar la dialéctica histórico-concreta entre guerra de clases y guerra imperialista.

– Por ese mismo hecho, el único que puede parar y revertir la guerra imperialista comandada por EE. UU. en prácticamente todo el mundo, es el proletariado no sólo de los países en guerra –real o potencial- sino el proletariado de todos los países y todas las regiones, de todos los “colores” o “razas”, actuando como una sola fuerza mundial e histórica contra un solo enemigo: el Capital-Estado mundial. El único modo para acabar realmente y de raíz con la guerra y con el capitalismo es la revolución proletaria mundial. Pero para eso, primero es necesario que nuestra clase se asuma como lo que es, como proletariado, como clase antagónica al Capital; que supere sus separaciones (nacionales, raciales, sexuales, ideológicas, etc.) impuestas por éste; que se reapropie de su programa histórico y luche por imponerlo; que pelee por sus propias reivindicaciones con sus propias formas de asociación y métodos de lucha de clase; que asuma que no tiene patrias y que practique el internacionalismo proletario, luchando contra “sus propias” burguesías y Estados nacionales, así como contra todo nacionalismo y regionalismo (lastres ideológicos-identitarios tan arraigados en América Latina); que a la guerra imperialista le oponga el derrotismo revolucionario y la transforme en guerra de clases revolucionaria y mundial. Hace falta sujeto revolucionario. Pero éste sólo se reconstituye al calor de la misma lucha de clases y, según demuestra la historia, después de muchas derrotas. ¿Cuántas derrotas más serán necesarias, hermanos proletarios de todo el mundo?

– Tal vez nos estemos adelantando a los hechos, pero si tal cosa no llegare a concretarse, o sea si EE.UU. no invade Venezuela, igual lo exclamaríamos y lo seguiremos exclamando porque hoy en día –como siempre-, mírese por donde se mire, estamos en guerra. El Capital y su Estado siempre han estado, están y estarán en guerra permanente contra nuestra clase para mantenernos explotados y dominados, divididos y débiles, anulados y destruidos como clase. Entonces, para defender y recuperar nuestra vida, es hora de que los proletarios asumamos la guerra de clases y se la hagamos a ellos. En todas partes y hasta el fin…

Proletarios que viven en Venezuela y en todas partes:

¡Ni gobierno, ni oposición, ni invasión!

¡Ningún sacrificio por ninguna nación!

¡Contra la guerra intercapitalista e imperialista: lucha de clase autónoma, anticapitalista, antiestatal e internacionalista!

¡Revolución Proletaria Mundial o Muerte!

Proletarios Revolucionarios*

* (Hemos modificado ligeramente la redacción en algunos párrafos del texto con el fin de dinamizar su lectura, claro está, siempre sin alterar en lo absoluto el contenido y las posiciones expuestas, puesto que en ellas estamos completamente de acuerdo).

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PODER POPULAR Y SOCIALISMO DEL SIGLO XXI; LOS MODERNOS TRAJES DE LA SOCIALDEMOCRACIA

El cacareado socialismo del siglo XXI no es más que el frentepopulismo del siglo XX. El viejo ensopado socialdemócrata vuelve a servirse en la mesa del proletariado para tomar coraje y salir a combatir a la derecha, al neoliberalismo, al imperialismo, a los fascistas, a los yanquis o a quien se designe políticamente como el nuevo enemigo en el próximo foro social, contra-foro o encuentro cultural. Para así tratar de impedir un enfrentamiento total con nuestro enemigo de clase: la burguesía mundial, aquí o allá, de izquierda o de derecha, que es siempre representante del Capital.

Es así que hoy, particularmente en Latinoamérica, los gobiernos progresistas mitifican estratégicamente ciertos sectores de la burguesía engrandeciendo a unos y tirando mierda a otros. Una estrategia similar que, salvando el tiempo y las distancias, funcionó en la década del 30 del siglo pasado, liquidando a los sectores más combativos del proletariado internacional, particularmente en la región ibérica donde llegaron revolucionarios de todas las latitudes y que tuvo su broche de oro con la masacre proletaria que supuso la llamada Segunda Guerra Mundial. La creación de pseudo-antagonismos como fascismo/antifascismo trabajan para la burguesía mundial, no es ninguna novedad evadir el antagonismo de clase para llamar a luchar contra tal o cual sector de la clase dominante.

Los mismos que nos llaman a apoyar las fuerzas progresivas de la burguesía nacional, de los antiimperialistas, de los burgueses industriales contra «el atraso del campo» son los mismos que en otras ocasiones nos llaman a combatir contra esas fuerzas. Le llamarán estrategia, le llamarán política… Es el progreso del Capital y ellos son sus agentes. El mantenimiento del orden capitalista, con su paz y su guerra, está basado en esta desorientación, en los golpes a ciegas, en la canalización del proletariado en proyectos burgueses disfrazados de revolucionarios. La llamada a construir poder popular es uno de ellos. Si bien no todos los partidarios del poder popular lo son del socialismo del Siglo XXI, y hasta puede haber grandes disputas entre ellos, ambos conceptos comparten su matriz ideológica. No pretendemos inmiscuirnos en las luchas terminológicas y politiqueras, sino marcar sus principales características.

Los llamados a construir poder popular, desde autodenominados comunistas o anarquistas hasta chavistas, se caracterizan a grandes rasgos por una insistencia en un populismo aclasista y una indefinición -propia de la necesidad de captar la mayor cantidad de sectores posibles- que recurre a artimañas terminológicas tanto cuando precisa definir «lo popular» como cuando debe hacerlo con «poder» derivando en el «poder hacer», el contra-poder, el doble-poder, la toma del poder institucional, la no-toma del poder institucional, la lucha por fuera de las instituciones, el apoyo crítico a tal gobierno, etc, etc. Poder popular puede significar la disputa de poder político por parte del pueblo, o el crecimiento de las organizaciones populares que se dedican a la lucha por reformas hasta tener la fuerza suficiente para dar el paso electoral, puede significar poder hacer para crear escuelas populares, cooperativas, emprendimientos autogestivos de salud, comunicación, alimentación, etc; que en la mayoría de los casos son impulsados por el Estado o no logran mantenerse al margen de este, e incluso en los casos más «radicales», de aparente total independencia del Estado, lejos de perturbar el orden capitalista no hacen más que gestionarlo y en ese aspecto son también parte del Estado. En Venezuela incluso se le agregó al nombre de cada ministerio el sufijo «de Poder Popular», y cuando Chávez murió lo lloraron desde burgueses a libertarios de apoyo crítico. Pero el chavismo y su oposición burguesa no son más que dos formas de gestión capitalistas, dos alternativas para mantener la marcha del Capital.

No nos importa delimitar sus propuestas sino afirmar que sus proyectos, aprovechando nuestras debilidades actuales como clase, niegan la revolución social como ruptura total para convertirla en un proceso de absorción o de reformas políticas donde las instituciones y sus funciones comenzarán a ser «del pueblo», de negar el carácter proletario de la revolución, de negar que es la burguesía quien tiene el poder.

De lo que se trata es de destruir su poder, de negarlo, de imponerle la revolución total, de comprender que la necesidad de revolución no deriva de una idea abstracta sino de la generalización de todas nuestras necesidades y deseos humanos, y no en la unidad amorfa y etapista de las reivindicaciones convertidas en meras reformas separadas y clasificadas en políticas, económicas, culturales, ecológicas, de género, inmediatas, históricas.

Es tal el reformismo de estas tendencias que en muchos casos ni siquiera hablan ya de revolución sino de cambio social, de procesos de cambio. De este reformismo que todo lo separa surgen a su vez la invención de «nuevos sujetos de cambio» asignados a tal o cual «sector popular», clasificaciones sociológicas otorgadas por académicos y políticos, que siempre utilizan para dividir, aislar y forzar al proletariado a someterse a la burguesía y mantener la explotación. Nos hablan de indígenas, estudiantes, mujeres, campesinos, trabajadores desocupados, precarizados, profesionales, clase media, intelectuales, del pueblo… En fin, de ciudadanos, y si justamente buscan ahí un sujeto de cambio es porque no quieren cambiar nada y mucho menos una revolución proletaria. Por el contrario, buscan la destrucción del proletariado y su programa, manteniendo intocables al Estado, a la democracia y sus derechos, al trabajo asalariado y la propiedad privada.

Los pocos que se atreven a hablar de clase trabajadora, obrera o explotada, lo hacen de manera apologética para seguir defendiendo el trabajo asalariado y conciben a la clase como la suma de todos esos sujetos o sectores populares que nos deberíamos unir tras uno u otro proyecto político que dará respuestas a cada sector en particular. ¡Nuevamente no es más que la noción socialdemócrata de revolución como mero cúmulo de reformas!

Donde más evidente se hace el carácter burgués de estos proyectos es cuando busca canalizar al proletariado en el latinoamericanismo, que no es más que una suma de nacionalismos, no es más que la defensa de los intereses de un grupo determinado de burgueses a través de un grupo de Estados. Todo Estado es imperialista por más débil que sea su economía nacional o atrasada su industria. En las guerras del Capital como en los mercados solo hay en juego intereses burgueses imperialistas y nunca los intereses del proletariado. La separación ideológica entre primer mundo-tercer mundo o «países desarrollados» y «en desarrollo» enfrenta a los proletarios entre sí, a la vez que confunde y destruye las tareas revolucionarias. La noción etapista de la revolución nos dice que en Latinoamérica hay que realizar las tareas democrático-burguesas desarrollando la industria nacional, fortaleciendo la democracia. Otra vez el cuento de la liberación nacional pero esta vez más a través de las urnas que de las armas.

Las críticas a estas tendencias son tan viejas como el enfrentamiento revolución-contrarevolución. A pesar de presentarse como novedoso, del siglo XXI, no son más que el viejo reformismo con una nueva cara, defendido tanto en nombre de la «revolución» como negando su necesidad. Pero la reforma es siempre, y en todos los casos, el arma de los enemigos, de los explotadores y los opresores contra las necesidades humanas. La revolución, la imposición y generalización de estas necesidades, no puede realizarse reformando esta sociedad basada en la explotación, en el sacrificio, en la negación más brutal de la vida en favor de la valorización del Capital, sino única y exclusivamente mediante su destrucción violenta.

Las reformas y construcciones que propone el poder popular no es que sean incompletas o se queden a mitad de camino ¡es qué van en otra dirección! Pues son parte de la política de la burguesía para canalizar y negar la fuerza revolucionaria del proletariado y transformarla en fuerza productiva del capital.

Toda defensa de la economía nacional, se pinte o no de socialista, es la defensa de nuestra explotación.

Contra las alternativas de gestión burguesas, opongamos la organización y centralización de las luchas proletarias.

Ante la catástrofe capitalista hay un solo camino para la vida: la destrucción revolucionaria del trabajo asalariado y la mercancía.

Proletarios Internacionalistas

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Un comentario en «Venezuela: Capitalismo y Lucha de Clases»

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