Apuntes sobre el relevo de cretinos en méxico

[Extraído de la publicación Contra la contra #1]

La victoria en las elecciones presidenciales por parte del payaso de la izquierda pusilánime, no debe entenderse como  “el castigo de la ciudadanía a los políticos cómplices de décadas de corrupción y destrucción del país” ni como la reemergencia de “una generación que dio el primer paso hacia un cambio más sustancial en la estructura del sistema”; hay que dejar estas elucubraciones nacionalistas-basura a los académicos, intelectuales y especialistas encargados de convencernos que este sistema debe ser reformado y no destruido.

El ascenso de Obrador, pero sobre todo, el desarrollo exitoso del pasado circo electoral bajo el orden ciudadanista, es simplemente la materialización de la fuerza que actualmente posee el capitalismo y su Estado para canalizar fácilmente el descontento de la clase explotada. Si bien, en los últimos años el hartazgo causado por la agravación de las condiciones de miseria y represión consiguió preocupar seriamente a los políticos y al empresariado (el caso de ayotzinapa, la reforma educativa y el “gasolinazo” como puntos culminantes); también fue latente la manera en que los estallidos sociales que se produjeron fueron liquidados. La nula perspectiva radical y la inexistente ruptura con el tradicionalismo formalista, interclasista y pacifista que caracteriza a los denominados “movimientos sociales”, han sido la moneda corriente que posibilitó que los designios de quienes gobiernan se acataran y por ende, toda la mierda permaneciera intacta.

Aunado a lo anterior, dos sexenios atrás, la sola existencia de la figura de AMLO como líder funcional a la burguesía, cumplió su rol interviniendo en algunos de los procesos de lucha más concurridos e intensos, no solo haciendo gala de protagonismo en las tarimas buscando votos para los comicios, sino auspiciando a los variopintos chivatos y líderes profesionales de la contención que fungieron como cómplices del terrorismo de Estado que llevo a la cárcel, asesinato y desaparición de los proletarios más combativos.

Estos hechos fueron subestimados abruptamente incluso por gran parte del proletariado que años atrás luchó en los procesos contra los decretos de las llamadas “reformas estructurales”. No es de sorprender que entre muchos estudiantes de las normales rurales, así como un grueso significativo de trabajadores del sector electricista y magisterial, consideraran a Obrador “un político aliado en la lucha contra el régimen actual” pues argumentaban “que si bien no es quien nos salvará, cuenta con el apoyo de las masas, y eso lo hace un baluarte estratégico, por lo cual no podemos darnos el lujo de descartar un apoyo crítico”.

Los apologistas del “apoyo crítico”, evaden y ocultan en todo momento el peso relevante de las consecuencias que acarrea respaldar a quienes siempre han estado en el otro lado de la barricada (es decir, en el bando de los explotadores).  No son capaces de vislumbrar que el desenvolvimiento sin trabas de esa pasividad que acaece durante todo el espectáculo electoral, es lo que permite al Estado capitalista reforzar su ideología nacionalista y ciudadanista (cuya base es el colaboracionismo de clases). Secundariamente, se reavivan las ilusiones que mediante nuevos discursos versan sobre la “posibilidad” de “cambiar el sistema desde dentro de sus instituciones”, es decir, con sus papeletas electorales, con sus marchas/procesiones de súplicas, con sus sindicatos, con sus partidos, con sus asambleas, con sus dirigentes estudiantiles y toda esa ralea de aparatos jerarquizados propios del estercolero parlamentario y de la democracia. Es a través de todo este andamiaje que se nos deja caer encima [para sepultarnos] que nos vemos desprovistos de nuestra conciencia de condición de clase antagonista, reforzándose el miedo a quebrantar todo aquello que debe dejar de ser respetado.

Plegarnos a los simulacros de cambio que se gestan en la política estatal, en lugar de permitirnos discernir sobre métodos de acción y organización acordes a las necesidades de la lucha [y que combatan frontalmente de raíz el problema]; es condenarnos al estancamiento y la inmovilidad, permitiendo así el funcionamiento del estado de cosas imperante.

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 La burguesía más mojigata, timorata y cristiana, mantuvo mucho tiempo reservas con quienes hoy se encumbrarán en el poder del Estado; actualmente la cúpula empresarial, el clero, los banqueros, los inversionistas y los partidos de oposición al nuevo gobierno han declarado que nunca hubo nada que temer. Los intereses de los adinerados están resguardados ante quienes en su plataforma política ya demarcaron claramente que abogarán por “ricos y pobres” (sic.). El objetivo del capital y su aparato político es invariantemente paliar su crisis para mantener y hacer crecer sus beneficios, ésta vez con un “programa mixto y heterodoxo” que de hecho no trastoca en lo fundamental las reformas que realizó el anterior gobierno, y a su vez, otorgando con regularidad cotas de asistencialismo con el fin de simular cambios ante los espectadores.

Pero esta crisis que es de valorización y además mundial, lleva décadas sin hallar solución; desastre ante el cual, los gobiernos bonapartistas, populistas o de izquierda que emergieron durante los últimos años [desde Sudamérica hasta Europa] han fracasado rotundamente en cuanto a solucionar el problema se refiere. Es ante ese fracaso donde acaece la trampa del bucle, pues todo ascenso y caída de la izquierda genera una polarización que siempre dará pie a que la derecha retome el poder estatal. Este ha sido -en líneas generales- el libreto de la clase dominante tanto en Grecia y España como en Brasil, Chile, Argentina, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, así como en algunos países de África y Asia. La «alternancia» entre gobiernos de derecha e izquierda que ha tenido lugar en diferentes latitudes ha arrojado siempre resultados nefastos, y México no será la excepción porque no es una coincidencia casual, sino una dinámica concreta cuyo desarrollo es natural al poder del Capital.

Queda claro que este reacomodo no reducirá ni un ápice los continuos ataques que venimos padeciendo en nombre de la austeridad y a favor de la sacrosanta economía nacional, pues seguiremos destrozando nuestros pulmones e hígado día con día en los centros de trabajo [para pagar deudas y tener cuando mucho dos días a la semana de asueto]. Al fin y al cabo nada nuevo bajo el manto oscuro de la dictadura de la economía: reajustes, recortes, despidos, incrementos de precios, construcción de cárceles, movilización de tropas militares y policiales para la vigilancia y el control… despojo de tierras y destrucción de los ecosistemas por parte de las mineras y el fraking… todas esas abyecciones continuarán con la misma latencia en esta transición.

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Este año, el capital hizo una vez más su tarea de imponer la paz social (una paz social que cabe aclarar, fue posible con miles de milicos y policías patrullando las calles, intimidando y reprimiendo a quienes pretendieron atentar contra los comicios). Y aunque eso no quiere decir que estén completamente extintos los focos de lucha -pues aún prevalecen pequeños reductos de explotados organizados. que como se vio recientemente en la región del suroeste, se posicionaron y opusieron a todo el proceso electoral y sus partidos quemando las urnas e impidiendo la instalación de casillas-; por otra parte no sería sensato minimizar la gran brecha que relegará a la marginalidad toda disidencia que no se acople a los moldes institucionales y reformistas.

Siendo certeros, el contexto actual es de derrota. El ascenso del mesías es la renovación refrescante del capital, que esta vez decidió remplazar su careta conservadora, arcaica y trasnochada, por una de porte intelectual, progresista, culturalista e incluyente. La renovación es en esencia un golpe contundente del capital a la lucha autónoma de nuestra clase. No obstante, debe quedar claro que esta derrota es solo momentánea y no debe contemplaste eterna ni total, porque ningún proceso es estático ni permanece exento de las alteraciones y contradicciones dialécticas de este modo de producción (en cuyo desarrollo yace inherente la lucha de clases). Es importante remarcar este hecho concreto, con el fin de no caer en la desesperación y claudicar ante las directrices del enemigo.

A contracorriente, es indispensable hacer el balance crítico de nuestros errores y debilidades que arrastramos en este trayecto, estas bases son imprescindibles para avanzar, fortalecernos y romper el aislamiento. Ciertamente no es nada sencillo ni está a la vuelta de la esquina, pero situarnos en esa perspectiva nos ayudará a romper y negar los márgenes de lo que permite y consensa el orden económico, político y moral de este sistema capitalista.

 

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